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A mediodía, Bernal se encontraba leyendo con no poco asombro los últimos partes del laboratorio forense. La sangre de la chica muerta era del grupo O positivo, pero la sangre de la bolsa de plástico que le había manado de la boca era del grupo B negativo. ¿De quién era entonces? Lista estaba en el despacho exterior y le hizo entrar.
– A ver si echamos un vistazo a esos dos maniquíes, si es que los han enviado ya. Necesitamos un análisis completo de la sangre que contengan. Hay que averiguar si toda es del mismo grupo. Pero llámame a Peláez antes.
Tras una breve pausa, Lista hizo señas por el cristal que separaba el despacho de Bernal del exterior, avisándole que Peláez estaba al teléfono.
– ¿Peláez? Soy Bernal. No sé si habrás visto el parte sobre las muestras sanguíneas de la chica encontrada en el Metro. ¿Aún no? Bueno, son de grupos distintos. ¿De dónde habrá sacado el asesino la otra sangre? Suponiendo que no sea autor de dos o más crímenes… ¿De la Facultad de Medicina o de un hospital? Sí, lo comprobaremos. ¿Sabes lo de los maniquíes encontrados en el Metro la semana pasada? ¿No? Bueno, tenían en la boca sendas bolsas de plástico con lo que parece ser sangre. Haré que la analicen en el laboratorio. Te llamaré más tarde si es preciso. Hasta luego.
Al colgar el auricular, Bernal hizo entrar a Lista.
– Quiero que vayas a la Facultad de Medicina y a los hospitales y preguntes por posibles robos en los bancos de sangre. Por el momento, nos interesa particularmente el grupo B negativo, que es bastante raro. Sería conveniente que indagaras también en el Departamento de Anatomía, por si los estudiantes tienen acceso a la de los cadáveres. Es un trabajo largo, pero hay que hacerlo.
En aquel momento entró un apuesto joven de mirada chispeante.
– Ángel -exclamó Bernal-. ¿Qué has hecho en toda la mañana?
– Es que tuve una noche muy larga, jefe, en esa nueva discoteca de Velázquez. Por líos de la Brigada del Vicio, claro. ¿Hay algo?
– Tendrás que leerte todos estos partes -dijo Bernal con firmeza- y luego me acompañarás al laboratorio de Varga para echar una ojeada a los maniquíes. Te veré por la noche, Lista, cuando hayas terminado de rastrear los bancos de sangre. Que tengas suerte.
Una vez en el revuelto laboratorio, Varga quitó a los maniquíes el plástico que los envolvía.
– Los he vuelto a vestir para que se haga usted una idea del efecto general, comisario. Hemos tomado muestras de la sangre de las bolsas que tenían en la boca y en este momento las están analizando. Si es humana, he sugerido que se hagan pruebas detalladas de los factores Rh, MN y Hr, y que se investigue la presencia de anticuerpos y síntomas morbosos. Nos ayudará a tener una «huella sanguínea» de la persona o personas a que pertenecía, edad aproximada, sexo, raza, salud, etcétera. Así la podremos cotejar con cualquier otra muestra que encontremos. Las ropas son puros harapos, como puede usted ver, seguramente compradas en alguna trapería o en el Rastro algún domingo por la mañana. La estructura del cuerpo se ha hecho con alambre y se cubrió con poliestireno, aunque las manos y la cara son de cera, pintada para dar una impresión más convincente. Los ojos son de vidrio y el pelo es una peluca barata en ambos casos, de fácil adquisición en grandes almacenes.
Bernal observó con atención los maniquíes y alzó uno.
– Son muy ligeros, ¿verdad, Varga? Esto tiene que haber representado un problema a la hora de ponerlos en el asiento. La gente pudo haberse percatado de su ligereza. ¿Qué hay de la cera y lo demás? ¿Se puede identificar el origen?
Varga meditó aquella cuestión.
– El poliestireno es fácil de adquirir; se vende en láminas y se emplea para muchos fines. El alambre es de tipo grueso, como el que utilizan los maquetistas y escultores. La cera ya es otra cuestión. No es de la que se hacen los cirios de iglesia, por ejemplo. Es más blanda, de una clase más maleable, de la que se utiliza para moldear. Un lugar donde se emplea cera de este tipo es el Museo de Cera, el nuevo local de la plaza Colón.
– Enviaré a Ángel para que hable con el director. ¿Le puedes dar un poco para que la enseñe, Varga?
– Claro que sí; siempre que me autorice usted a cortar un pedazo de los maniquíes.
– Por supuesto. Dale un pedazo pintado para que los del museo vean también la pintura.