172914.fb2
Ángel avanzaba con indiferencia por el paseo de Recoletos y, como la mayoría de los madrileños, no prestaba mucha atención a las flores purpúreas de los árboles del amor o Cercis siliquastrum que comenzaban a dar las hojas veteadas y cordiformes, ni a las regulares hileras de rojos tulipanes de Holanda, plantados a expensas del ayuntamiento entre parterres de caléndulas anaranjadas. Le interesaba más la gente y sus ojos morenos y perspicaces recorrieron las ventanas del Café Gijón, donde el primer contingente de personal de teatro desayunaba en la barra.
Al llegar al Centro Colón, miró las tres inmensas y misteriosas moles de hormigón, cubiertas en parte con plástico protector, entonces en construcción al otro lado de la gran plaza, cuya parte central no tardaría en denominarse Jardines del Descubrimiento. Había oído decir que el enorme grupo escultórico representaba las tres carabelas que habían tomado parte en el primer viaje colombino. La estatua decimonónica del Descubridor se había recolocado en el ángulo sudoccidental de la plaza, de cara al oeste, como correspondía, y a la calle Génova, nominada así por suponerse la hipotética patria de Colón.
Observó con curiosidad la taquilla que se había montado ante el Centro Colón, en el que se veían fotos del interior del Museo de Cera. No había entrado nunca, aunque conocía a la perfección Río frío, la gran cafetería moderna que se hallaba detrás, con la discoteca Boccaccio debajo de ella.
Entró como todo el mundo, pagando las cien pesetas de la entrada y las veinticinco del folleto informativo, y en el acto se encontró ante las dos figuras del rey y la reina. Don Juan Carlos parecía más pequeño y bastante más joven de lo que en realidad era, se dijo Ángel, mientras que doña Sofía parecía mayor y estaba bastante pálida. ¿Por qué la cera pintada no reflejaba nunca con veracidad la tez de un ser humano, salvo vista con mala luz? La pregunta se repetía una y otra vez más adentro, en la sala de las celebridades del espectáculo, algunas de ellas figuras móviles que gesticulaban y cantaban. Pasó ante la sección taurina y se dijo que lo mejor era el toro, sobre todo cuando salía lanzado de una puerta de toriles… sólo para que el mecanismo oculto lo devolviese a su sitio, marcha atrás, de manera grotesca y bochornosa. Le atraía, claro, la sala del crimen, y pensó que no estaría mal echarle una ojeada antes de buscar al gerente. Tras un breve repaso a las escenificaciones de delitos famosos -para su gusto, la del asalto al expreso de Andalucía de 1924 era la más lograda-, recorrió las salas de los políticos, los artistas, los escritores, hasta llegar a la dirección.
Al ver el carnet de la DGS, el gerente le ofreció inmediatamente sus servicios. ¿Acaso tenía interés en ver los talleres? Ángel aceptó con presteza y le presentaron a uno de los técnicos. Tras oír un informe sobre las modernas técnicas de la confección de figuras de cera, Ángel le enseñó el pedazo de cera pintada que Varga había cortado de uno de los maniquíes del Metro.
– Sí, parece el tipo de cera que utilizamos aquí, inspector, aunque también la utilizan los escultores y, en los casos difíciles, según creo, también los embalsamadores. La pintura no es precisamente una obra maestra -el técnico la olisqueó-. Aquí no la aceptaríamos. No es la clase de pintura que empleamos nosotros. Yo diría que se acerca bastante al óleo corriente.
– ¿Podría facilitarme el nombre de la casa que les suministra la cera y los materiales plásticos que emplean aquí? -preguntó Ángel.
– Naturalmente, inspector, pero le auguro una extensa lista de clientes y minoristas con sede en las principales ciudades. Los materiales plásticos se utilizan mucho más, por supuesto, en odontología, en la fabricación de maniquíes para escaparates y modelados de diverso tipo. En los últimos quince años ha sido toda una revolución.
De vuelta en el despacho del gerente, Ángel preguntó si podían proporcionarle una lista del personal técnico.
– ¿Ha dejado alguien el puesto de trabajo en los últimos meses, o tiene usted alguna sospecha, por mínima que sea, de que estén robando cera o algún otro material?
– No, nada en absoluto, inspector, y nuestro personal es muy leal y estable. Haré algunas preguntas, como quien no quiere la cosa, claro, y ya le haré saber si encuentro algo raro.