172914.fb2 El Metro de Madrid - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 35

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SOL

Al día siguiente, el grupo de Bernal tuvo un poco de suerte. La sección de Desaparecidos había llamado para comunicar que una mujer, que dijo ser la señora de Ledesma, había dado cuenta de la desaparición de su hija once días antes. La descripción podía casar con la de la chica cuyo cuerpo muerto fue hallado en Antón Martín. Bernal solicitó que le enviaran a la mujer a su despacho e hizo entrar a Elena. Ésta había sido temporalmente relevada por Ángel de la vigilancia de Cuatro Caminos, estéril hasta el momento.

La señora de Ledesma entró muy alterada, evidentemente confusa de estar en una comisaría de policía, por no decir que en la mismísima Dirección General de Seguridad. A pesar de su palpable pobreza, la mujer vestía con pulcritud un abrigo marrón, ya viejo, pero bien cortado, y se sentó con nerviosismo y dando vueltas a un anillo de boda que llevaba en el anular de la mano derecha.

– ¿Dónde trabaja su hija, señora? -le preguntó Bernal con amabilidad.

– En una agencia de mecanógrafas, y cada semana o cada quince días hace su labor para una casa distinta.

– ¿Vive con usted?

– Antes sí, pero hace seis meses alquiló un estudio de una habitación en el barrio del Carmen.

– ¿Cuánto hace que no la ve?

– Últimamente sólo la vemos los domingos. No se lleva bien con su padre. Siempre se enfada con ella porque se pinta las uñas o se tiñe el pelo de rubio; tampoco le gustan los hombres que salen con ella. Por eso se cambió de piso. Yo suelo verla los sábados por la tarde, sin que su padre lo sepa, y vamos juntas de compras. Pero no ha aparecido este fin de semana.

La mujer estrujaba un pañuelo entre los dedos y miraba con aire desdichado a Bernal.

– ¿Cuál es el nombre completo de su hija, señora? -le preguntó Elena.

– Paloma Ledesma Pascual.

– ¿Tenía siempre el mismo novio?

– No. Fue así hace años, cuando era más joven. Ahora tiene veintidós años y a mí me gustaría que se casara. Siempre le digo que se va a quedar para vestir santos, pero ella sigue saliendo con hombres mayores, hombres para los que ella trabaja a veces, cuando la agencia se lo indica.

– Entiendo -dijo Bernal-. ¿No tiene su hija otros intereses o aficiones?

No hasta que comenzó todo este jaleo político. Entró en el Partido Socialista Popular y anda por ahí ayudándoles por las noches en lo de la propaganda. A su padre no le importa ya. Es un socialista de toda la vida -dijo la mujer, alzando la cabeza con aire desafiante, como si ya fuera libre de decir lo que no habría podido decir, no en aquel local precisamente, durante los últimos treinta y ocho años.

– Señora Ledesma, ¿me equivoco si supongo que ha estado usted en el piso de su hija?

– Sí, he estado allí. Ella me dio una llave y voy a limpiar cuando está fuera trabajando.

– ¿Y no tiene ninguna idea de adónde puede haberse ido su hija? -insistió Bernal.

– No, allí no falta nada, salvo la ropa que seguramente lleva puesta, ninguna nota ni nada parecido.

– ¿Podría describirnos usted esa ropa?

– Sí, claro, pero ya lo he hecho en la sección de Desaparecidos.

– Estupendo, estupendo -dijo Bernal con simpatía-. Estoy seguro de que su hija está sana y salva en alguna parte, quizá con algún amigo, pero como usted no sabe nada de ella desde hace once días ni la ha visto el portero de la casa en que ella vive, a mí… -Bernal vaciló-, a mí me gustaría que usted nos ayudara. Hay una chica desconocida a la que no podemos identificar y que tal vez encaje con la descripción de su hija.

– ¿Quiere decir que está muerta, verdad, la chica que quiere que yo vea? No puedo, no quiero hacerlo -la mujer se vino abajo y Elena corrió junto a ella.

– No se preocupe -dijo Elena-, no tiene por qué hacerlo. ¿Cree que su marido…?

– No, no, tengo que evitarle este trago -dijo la mujer con energía-. Iré con ustedes. Vamos donde sea.