172914.fb2 El Metro de Madrid - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 40

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QUEVEDO

Mientras se dirigía en el coche oficial al estudio de su hija, el general Cabrera se preguntaba cómo había podido engendrar una criatura comunista. Pues ella no era otra cosa, le había dicho él una vez tras otra, se llamara como se llamase el partido. Todos, había insistido el padre, estaban dirigidos por marxistas y masones, como ya había previsto el finado generalísimo, y llevarían a España a la ruina.

Entró a zancadas en el moderno edificio de apartamentos de la calle Eloy Gonzalo sin prestar atención al portero, y tomó el ascensor hasta el piso de la hija. Tras aporrear la puerta en vano, bajó en el ascensor para interrogar al portero. El nervioso joven fue obligado a revelar que Mari Luz faltaba desde hacía casi una semana e invitado persuasivamente a enseñar un duplicado de la llave. Tuvo energía suficiente para insistir en acompañar al viejo rigorista en la inspección del estudio.

El general paseó por la estancia con movimientos bruscos, cogiendo y dejando objetos sin el menor propósito, todos ellos o de acero inoxidable o de resistente cristal sueco. Observaba la decoración moderna y un tanto surrealista con disgusto evidente.

– ¿Por qué no vivirá en su casa, con su familia, como una joven decente y temerosa de Dios? ¿Eh? -se dirigía al joven portero, pero estaba claro que no esperaba respuesta-. En fin, la cosa ya no tiene remedio. Voy a llamar a Desaparecidos -se dirigió con tal fin al teléfono-. ¿La vio usted salir con alguien? -preguntó al portero.

– No… no, señor -balbuceó éste-. Salió a eso de las 8 de la noche del pasado lunes y no la he vuelto a ver desde entonces. ¿Quiere que pregunte al portero de noche?

– No hace falta. Ya lo hará la policía.