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Al salir al aire frío de la noche en Puerta del Sol, Elena se sobresaltó viendo los gruesos titulares de un periódico: ¡Terror en el Metro! ¡Maníaco suelto!
Compró un ejemplar del mismo y entró corriendo en la sección de Bernal, donde el inspector Juan Lista la detuvo en el despacho exterior.
– El jefe ha ido al laboratorio para hablar con Varga. No creo que tarde.
– ¿Ha llamado Carlos Miranda?
– Sí, el sospechoso le dio esquinazo en Atocha. Aún no se lo he dicho al jefe.
Cuando llegó Bernal, Elena enseñó el vespertino con los titulares que coronaban una foto de la segunda chica, esto es, la encontrada en Atocha.
– Pero, Elena, si eso ya se había publicado -exclamó Bernal-. ¿Por qué lo sacarán a relucir otra vez?
– Lea esto, jefe -dijo-. «Fuentes próximas a la DGS han asegurado que ha habido por lo menos otro asesinato en el Metro sin que las autoridades lo hayan hecho público».
Bernal lo leyó con estupor creciente.
– ¿Quién ha sido? Voy a llamar al subdirector en seguida -corrió a su despacho y marcó el número, tamborileando en el cuaderno de notas con impaciencia mientras esperaba la conexión-. ¿Señor subdirector? Soy Bernal. ¿Ha visto el periódico de la tarde? ¿Sí? ¿Y no habría modo de que usted llamase al redactor jefe para saber quién le informó acerca de la primera chica asesinada? Nosotros no hemos dicho ni una palabra al respecto -escuchó la respuesta del funcionario-. Sí, me di cuenta en seguida de que podía provocar el pánico y entiendo que, con las elecciones por medio, hay que solucionar el caso antes de quince días. ¿Me lo comunicará en seguida? Le quedaré muy agradecido. Gracias, señor subdirector.
Lista miró a Elena con inquietud.
– Será mejor que le cuente que Miranda perdió al sospechoso en Atocha.
Unos minutos después de que Lista entrara en el despacho interior de Bernal, sonó el teléfono y Elena se puso.
– Sí, un momento, doctor Peláez. El comisario está aquí -pasó la llamada a Bernal.
– ¿Peláez? ¿Qué tal? -escuchó con ansiedad. Luego dijo-: ¿Y ella lo vio bien? Comprendo. Corpulento, chupado de cara, pelo castaño y con entradas. Sin sombrero. Entiendo. ¿Y bien afeitado, dices? ¿Está ella segura de esto? Mmmm. Sí. Bueno, gracias por tu rápida información. Seguiremos en contacto -colgó el auricular, se volvió a Lista y llamó a Elena para que se les uniera-. Nuestro hombre es más audaz de lo que pensábamos. El tipo que Miranda perdió de vista en El Brillante tuvo que cambiarse con rapidez, quitándose la barba y el bigote falsos, y guardándose el sombrero en el bolsillo, o tirándolo. Por lo menos cambió de aspecto lo suficiente para burlar a Miranda. Parece que se ha dejado caer por el Instituto Anatómico Forense y que preguntó a la enfermera de Peláez si podía ver el cadáver de la chica del Metro, ya que había visto una foto en los periódicos y pensaba que tal vez fuera amiga suya. La enfermera sabía, claro, que se había identificado al cadáver como la hija del general Cabrera, pero tuvo la perspicacia suficiente para no comunicárselo y le dijo que esperase mientras ella consultaba con Peláez. Cuando estos dos reaparecieron, el ciudadano en cuestión había puesto pies en polvorosa. Según la descripción, parece que es el mismo sujeto que la amiga de Mari Luz Cabrera, la de la sede del partido, había observado cómo la estaba esperando la última noche que Mari Luz fue vista con vida.
– ¿Cree usted, jefe, que se disfraza cuando toma el Metro en Cuatro Caminos para dejar muñecos o cadáveres en los trenes? -preguntó Elena-. Pero ¿por qué se habrá molestado en disfrazarse hoy?
– Porque iba al depósito de cadáveres a echar un vistazo a su última víctima -sugirió Bernal-. Pero se dio cuenta de que le seguían, así que se arriesgó a quitarse el disfraz para redisfrazarse de sí mismo, por lo que afectaba a su perseguidor. Un truco ingenioso.
– ¿Y si se trata de dos hombres, jefe? -preguntó Lista.
– Eso no es muy verosímil. Los verdaderos psicópatas como éste casi siempre trabajan solos y es muy remota la posibilidad de que se junten dos para matar gente. De los manuales sólo alcanzo a recordar dos casos en Estados Unidos, uno en los años treinta y otro hace cuatro años, y el caso de una pareja del norte de Inglaterra en los sesenta.
– Pero ¿por qué querría ver el cadáver de la chica otra vez? -preguntó Elena.
– Buena pregunta. ¿Qué pensáis vosotros?
– ¿Para recrearse mirándolo? -sugirió Lista.
– ¿Para… recoger algo que le podría delatar? -Elena formuló esta hipótesis con algún titubeo.
– Para recrearse quizá -dijo Bernal-. Pues, ¿no es lógico que supiera que el cadáver estaría desnudo y con la autopsia realizada?
– ¿Y no cabe pensar que habría pedido que le enseñaran las ropas y pertenencias, alegando que no estaba seguro viéndole sólo la cara? -insistió Elena.
– Es una posibilidad -admitió Bernal-. Llama a Peláez y dile que nos envíe todo lo que se haya retirado del cadáver de la señorita Cabrera. Juan, ¿te importaría coger del archivo la lista de sus pertenencias? Tiene que estar con el parte forense.