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A la una en punto de aquel día, todos los miembros de la sección de Bernal, más Varga y Prieto, estaban reunidos en el gran despacho exterior. Esperaban al doctor Peláez para emprender la revisión de todos los datos disponibles acerca del asesino del Metro. Detrás de Bernal, en la larga pared, colgaba un detallado plano de los Ferrocarriles Metropolitanos, con sus siete líneas impresas en colores diferenciados sobre un plano de la ciudad.
Tras unos pocos minutos, llegó Peláez sin aliento, secándose la calva que le brillaba de sudor.
– Siento llegar tarde, Bernal. Tuve que coser un cadáver y adecentarlo para los parientes. Traigo los partes que querías.
– Muy agradecido, Peláez, por ahorrarnos tiempo. Los asesinatos del Metro comienzan a causar sensación y al ministro le preocupa la posibilidad de que se extienda el pánico. Ha autorizado que patrullas de hombres uniformados vigilen los andenes, aunque no nos serán de mucha ayuda a la hora de coger al asesino. Tengo entendido que el sospechoso te hizo ayer una visita.
– Sí, eso parece, aunque no lo vi personalmente. ¿Por qué vendría al laboratorio? ¿Para regodearse viéndola?
– Se ha sugerido la posibilidad de que quedara algo comprometedor en las ropas y que fuera, por tanto, a recuperarlo. Sería interesante que nos informaras acerca de ellas, Varga, ya que has tenido tiempo de analizarlas al detalle.
El moreno y achaparrado técnico abrió su carpeta de fichas y cogió la de encima.
– Bueno, jefe, he examinado con atención todas las prendas, no sólo las pertenecientes a las dos chicas muertas, sino también las que se encontraron en los dos maniquíes. Después de recibir su petición ayer, analicé una vez más, con especial atención, todas las pertenencias de María Luz Cabrera. Utilicé un sistema de limpieza al vacío, artículo por artículo, y tengo ya los partes del analista sobre el polvo y la suciedad. Hay cuatro sustancias principales comunes a todas las prendas -hubo un silencio de expectación mientras Varga se aclaraba la garganta-. Aparte del polvo corriente de la calle y las casas, hay un tipo de moho saprofítico común a todas las prendas, excepción hecha de la bufanda roja de la Ledesma. Este brote fungoso indica que las ropas se mantuvieron en un lugar húmedo y sin ventilación.
– ¿Se puede determinar cuánto? -preguntó Bernal.
– Unas semanas como mínimo, incluso un mes, más o menos -replicó Varga.
– Bueno -dijo Bernal-, eso, al parecer, confirma la hipótesis de que se compraron en algún tenderete de ropa vieja o en el Rastro. Está claro que todas proceden del mismo sitio y que ninguna era de las chicas asesinadas, salvo la bufanda, que la madre de Paloma Ledesma identificó era de su hija.
– Convendría ser un poco prudente, jefe -dijo Varga-, ya que dicho moho aparecería en casi toda ropa almacenada en cualquier lugar húmedo, una bodega, por ejemplo, si se da el grado de temperatura justo.
– Pero es que tarda unas semanas en aparecer, según lo que has dicho -replicó Bernal-, y está claro que no hubo tiempo para que ocurriera entre la desaparición y el descubrimiento respectivos de las muchachas.
– No, jefe; es que las ropas pudo haberlas tenido almacenadas el asesino en un sitio húmedo durante un tiempo.
– Eso es verdad -confesó Bernal-, pero si no contamos con una pista más sólida, tendremos que interrogar a todos los vendedores de ropa vieja.
Miranda, Lista y Ángel Gallardo se miraron con discreción y con el ceño fruncido, mientras Elena fingía no advertir sus caras torcidas.
– Hay algo más, jefe -dijo Varga-. Todo el tejido exterior contenía polvo de cemento, así como rastros de una materia termoplástica, poliestireno probablemente, en su modalidad vitriforme. Las partículas se presentan en una forma parecida al serrín, lo que indica que son residuos de las láminas de plástico cortadas o serradas para confeccionar los maniquíes.
Todos meditaron aquella afirmación, y Bernal se decidió al cabo:
– Todo esto parece indicar que el asesino atrajo a las chicas hasta el lugar donde construyó los maniquíes, y que después de matarlas las desnudó y las cubrió con las ropas viejas. Pero antes dijiste que había cuatro sustancias comunes a todos los vestidos.
– Sí, jefe -dijo Varga-, y la cuarta es la más desconcertante. Se trata de una sustancia vegetal, una especie de polen que aún no hemos sabido identificar, aunque ya hemos enviado muestras al Instituto Botánico para ver si allí pueden averiguar algo o decirnos de qué flores es. Esta sustancia se encontraba también en la bufanda de Paloma Ledesma, a diferencia de las otras tres.
– Vaya, vaya, es cada vez más curioso -comentó Bernal, dirigiendo una mirada a los detectives más jóvenes, que a su vez se miraban entre sí dubitativamente-. ¿Se le ocurre a alguien una explicación?
Lista, que a menudo daba muestras de dotes intuitivas o, mejor aún, deductivas, fue el primero en hablar.
– Tal vez el asesino tenga un vestíbulo o una sala donde se encuentren esas flores, y puede ser que a las chicas se las condujera allí primero. Luego, las mató y las llevó a un garaje o un taller con el suelo de hormigón, donde el asesino había fabricado los maniquíes. Más tarde las llevó donde estaban las flores y allí las vistió con las ropas usadas.
Aquella hipótesis pareció contar con la aprobación de todos.
– No sabemos exactamente cómo las mató, ¿verdad, jefe? -preguntó Miranda.
Bernal miró a Peláez, que en aquel momento abrió la carpeta donde llevaba los informes.
– Las estranguló, pero, en el segundo caso, la Cabrera recibió una inyección mortal de cocaína. Lo que me preocupa es la tercera persona que con toda probabilidad ha sido asesinada.
– ¿Una tercera persona? -repitió Elena sorprendida.
– Bueno, no creo que haya extraído a una persona viva sangre del grupo B negativo suficiente para llenar las cuatro bolsitas que puso en la boca de los maniquíes y los cadáveres sin dejar seca a dicha persona. ¿Qué han dicho los hematólogos, Varga? -preguntó Peláez.
– Tiene usted razón, doctor, a menos que la sangre se haya ido extrayendo durante un espacio de tiempo prolongado. Es un grupo muy raro y que no se corresponde con el de ninguna de las víctimas que hemos encontrado hasta el momento. Las pruebas se han complicado por el hecho de que el asesino mezcló la sangre de las bolsitas de plástico con tricloroetileno, que utilizó de disolvente para evitar la coagulación. Esto dificulta la determinación de su antigüedad. Se han ensayado las nuevas pruebas Gm. que se utilizan para las manchas de sangre seca, así como las más recientes de haptoglobinas, sistemas enzimáticos y grupos proteínicos. Los analistas están seguros de que procede de una europea de raza blanca, a comienzos de la edad adulta. No pueden asegurar más, pero disponen de una «huella sanguínea» que pueden comparar con otras muestras de la misma procedencia, o con el propio cuerpo, claro, si es que se encuentra.
– Ese garaje, o taller, que tiene nuestro hombre -murmuró Bernal-, tiene que ser algo tremebundo. Hace allí maniquíes, mete cadáveres, tal vez tenga uno en conserva; dadas sus actividades, tiene que causar ruidos y olores extraños -Elena se estremeció a ojos vistas, al recordar lo cerca que había estado del sospechoso-. ¿Nadie se ha dado cuenta, ni familiares ni vecinos? -preguntó Bernal-. ¿Qué clase de lugar será?
Navarro tomó la palabra por vez primera en el curso de aquella conversación.
– ¿Una casa con sótano donde vive solo? Esto sería difícil de encontrar cerca de Cuatro Caminos.
– Exacto -dijo Bernal-. Allí casi todas son manzanas de vecinos, casas divididas en pisos con portero en la entrada. Porteros tan curiosos por regla general que detectarían cualquier cosa anómala, como un olor desagradable o el menor trasiego con maniquíes y cadáveres. Claro que hay casas con portero automático, que de nada nos sirven. Como podéis ver en el plano -dijo, cogiendo un puntero de madera y señalando las estaciones de Metro en que se habían encontrado los maniquíes y los cadáveres, indicadas con banderitas de colores-, la estación de Cuatro Caminos tiene que haber sido el punto de entrada. Al sospechoso se le ha localizado allí dos veces. Pero ¿cómo se las arregló para trasladar a los maniquíes y los cadáveres hasta la boca del Metro?
– En un coche o un camión -sugirió Miranda.
– No es tan sencillo aparcar cerca de la boca -objetó Ángel-, por lo menos durante mucho rato sin que le pongan a uno una multa o se lleven el vehículo con la grúa.
– Y, al parecer, fue con los maniquíes y los cadáveres durante parte o la totalidad del trayecto -añadió Bernal.
– Tiene que ser muy fuerte para haber cargado con las chicas por las escaleras -dijo Elena-. Si es el hombre que vi, es posible: era alto y ancho de espaldas, y notablemente ligero y de andares seguros. Pero lo más seguro es que haya tenido que apoyar el cadáver de cuando en cuando, y es raro que no lo haya advertido nadie.
– Sobre todo si se tiene en cuenta el momento en que se deshizo de la Cabrera -señaló Bernal-, en plena hora punta de la mañana.
– ¿No habría otra forma de bajarlas? -preguntó Lista-. En Cuatro Caminos hay cocheras, ¿no? ¿No se serviría de alguna entrada privada para empleados, a una hora concreta, sin que le vieran?
– He ahí una buena observación -comentó Bernal-. Preguntaremos inmediatamente a la dirección del Metro y buscaremos cualquier indicio en toda la estación -observó a su pequeño grupo con expresión torcida-. Como veis, tenemos muy poco a que agarrarnos. Voy a proponer ahora otras dos líneas de investigación y las dos bastante fastidiosas para todos -se volvió a Miranda-. Carlos, quiero que cojas a Elena y te la lleves de paseo por las tiendas de ropa usada, a ver si allí reconocen alguna de las prendas que tenían los maniquíes y las chicas, o si recuerdan al individuo que las compró. Tal vez se las llevara todas juntas a modo de lote -y volviéndose a Gallardo, dijo-: Ángel, quiero que por ahora te quedes tú a cargo de la vigilancia de Cuatro Caminos aun cuando a partir de esta tarde, con los grises en los andenes, no creo que nuestro sospechoso asome la nariz por ahora. Juan -prosiguió, dirigiéndose a Lista-, quiero que organices una revisión domiciliaria, casa por casa, alrededor de Cuatro Caminos. Puedes pedir seis hombres más de paisano a la central. Preguntad a porteros y tenderos de la zona acerca de un garaje o taller que alguien tal vez utilice para hacer maquetas o esculturas, puesto que sabemos que se sirve de láminas de poliestireno en forma de cristal opaco. Si supiéramos el tipo de flores de que procede el polen, podríamos investigar, pero mantened los ojos abiertos para cualquier cosa que encaje. Y, naturalmente, preguntad por el sospechoso según sus dos aspectos: seguramente no tardarán en llegarnos los retratos robot que lo muestran con y sin barba y bigote. Porque no creo que se hayan encontrado más huellas, ¿verdad, Prieto?
Los demás aguzaron el oído ante aquella pregunta.
– No, jefe, nada salvo la pequeña huella parcial de la bufanda de la Ledesma, que es tan fragmentaria que sólo puede utilizarse en poroscopia; habría que encontrar más huellas o al hombre mismo. Sin duda se pone guantes la mayor parte del tiempo, cuando está tocando sustancias comprometedoras.
– Bueno, gracias. ¿Se os ocurre algo que se me haya escapado?
Nadie tenía ninguna sugerencia que hacer.
– Paco, tú te quedarás al mando del despacho y yo hablaré con la dirección del Metro antes de ir a las cocheras de Cuatro Caminos para hablar con los empleados. El equipo de vigilancia sigue allí, ¿no?
– Sí, jefe -dijo Ángel-. Les dije que esperasen hasta recibir nuevas instrucciones.