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Bosch tenía la esperanza de llegar al edificio federal del centro antes de que lo hiciera la noticia de la incursión en la casa de Ramin Samir. Había intentado llamar a Rachel, pero no había obtenido respuesta. Sabía que podría estar en el local de Inteligencia Táctica, pero desconocía su ubicación. Sólo sabía dónde estaba el edificio federal, y confiaba en que el tamaño y la importancia creciente de la investigación dictaría que se dirigiera desde el edificio principal y no desde una oficina satélite secreta.
Entró en el edificio por la puerta reservada a las fuerzas del orden y le dijo al marshal federal que comprobó su identificación que iba al FBI. Cogió el ascensor hasta la planta catorce y fue recibido por Brenner en cuanto se abrieron las puertas. Obviamente se había comunicado desde abajo que Bosch estaba en el edificio.
– Supongo que no has recibido el mensaje -dijo Brenner.
– ¿Qué mensaje?
– Que la conferencia de evaluación se ha cancelado.
– Creo que debería haber recibido el mensaje en cuanto aparecisteis. No iba a haber una conferencia de evaluación, ¿no?
Brenner no hizo caso de la pregunta.
– Bosch, ¿qué quieres?
– Quiero ver a la agente Walling.
– Soy su compañero. Cualquier cosa que quieras decirle a ella, puedes decírmela a mí.
– Sólo a ella. Quiero hablar con ella.
Brenner lo estudió un momento.
– Ven conmigo -dijo al fin.
El agente federal no esperó una respuesta. Usó la tarjeta de identificación con pinza para abrir una puerta y Bosch lo siguió al interior. Brenner fue lanzando preguntas por encima del hombro mientras recorrían un largo pasillo.
– ¿Dónde está tu compañero? -preguntó.
– Está en la escena del crimen -dijo Bosch.
No era una mentira. Bosch simplemente omitió decir en qué escena del crimen estaba Perras.
– Además -añadió-, pensaba que sería más seguro para él estar allí. No quiero que lo uséis para llegar a mí.
Brenner se detuvo en seco, pivotó abruptamente y quedó a sólo unos centímetros de la cara de Bosch.
– ¿Sabes lo que estás haciendo, Bosch? Estás comprometiendo una investigación que podría tener implicaciones de largo alcance. ¿Dónde está el testigo?
Bosch se encogió de hombros, como para dar a entender que su respuesta era obvia.
– ¿Dónde está Alicia Kent? -repuso.
Brenner negó con la cabeza, pero no respondió.
– Espera aquí -dijo-, iré a buscar a la agente Walling.
Brenner abrió una puerta que tenía el número 1411 y se apartó para que pasara Bosch. Al entrar, Bosch vio que era una pequeña sala de interrogatorios similar a la que había compartido esa mañana con Jesse Mitford. De repente, Brenner empujó a Bosch por detrás y éste se volvió justo a tiempo de ver a Brenner cerrando la puerta desde el pasillo.
– ¡Eh!
Bosch agarró el pomo, pero ya era demasiado tarde: la puerta estaba cerrada con llave. Llamó dos veces, aunque ya sabía que Brenner no iba a abrirle. Se volvió y miró el pequeño espacio en el que estaba confinado. La sala de interrogatorios, a semejanza de las del departamento, sólo contenía tres elementos de mobiliario: una mesita cuadrada y dos sillas. Suponiendo que había una cámara en algún lugar elevado, levantó el dedo corazón en el aire. Hizo un giro con la mano para enfatizar el mensaje.
Bosch apartó una de las sillas y se sentó a horcajadas en ella, preparado para esperarlos. Sacó el teléfono móvil y lo abrió. Sabía que si lo estaban vigilando no les gustaría que llamara fuera e informara de su situación; eso sería embarazoso para el FBI. Sin embargo, cuando miró la pantalla no había señal. Era una sala segura. Las señales de radio no podían entrar ni salir. Los federales pensaban en todo.
Pasaron veinte largos minutos antes de que la puerta se abriera finalmente. Rachel Walling entró, cerró la puerta y se sentó en la silla situada enfrente de él, tranquilamente.
– Lo siento, Harry, estaba en Táctica.
– Qué cono, Rachel. ¿Ahora retenéis a los policías contra su voluntad?
Walling pareció sorprendida.
– ¿De qué estás hablando?
– ¿De qué estás hablando? -repitió Bosch en tono de mofa-. Tu compañero me ha encerrado aquí.
– No estaba cerrado cuando he entrado. Pruébalo ahora.
Bosch hizo un gesto para indicar que prefería dejarse de tonterías.
– Olvídalo. No tengo tiempo para jueguecitos. ¿Qué está pasando con la investigación?
Ella frunció los labios y consideró cómo responder.
– Lo que está pasando es que tú y tu departamento habéis estado correteando como ladrones en una joyería, destrozando cualquier puto caso a la vista. No podéis distinguir el cristal de los diamantes.
Bosch asintió.
– Entonces ya sabes lo de Ramin Samir.
– ¿Quién no? Ya está en las noticias. ¿Qué pasó allí?
– Una cagada de primera es lo que pasó. El capitán Done Badly. Nos engañaron. Le engañaron.
– Sí, parece que engañaron a alguien. Bosch se inclinó sobre la mesa.
– Pero significa algo, Rachel. La gente que puso a la OSN sobre Samir sabía quién era y que era un objetivo fácil. Dejaron el coche de Kent delante de su casa porque sabían que terminaríamos acelerando en falso.
– También podría haber funcionado como venganza contra Samir.
– ¿Qué quieres decir?
– Todos estos años que estuvo atizando el fuego en la CNN. Podrían haberle visto como alguien que dañaba su causa porque estaba dando al enemigo un rostro y aumentando la rabia y la resolución de América.
Bosch no lo entendía.
– Pensaba que la agitación era una de sus armas. Pensaba que les encantaba este tipo.
– Quizá, es difícil de saber.
No estaba seguro de lo que Rachel trataba de decirle, pero, cuando se inclinó sobre la mesa, vio de repente lo cabreada que estaba.
– Ahora hablemos de ti y de por qué has estado jodiendo las cosas sin ayuda de nadie desde antes incluso de que se encontrara el coche.
– ¿De qué estás hablando? Estoy tratando de resolver un homicidio. Es mi…
– Sí, tratando de resolver un homicidio con el posible coste de poner en riesgo a toda la ciudad por esta insistencia mezquina, egoísta y con pretensiones de superioridad moral en…
– Vamos, Rachel, ¿no crees que tengo cierta idea de lo que puede estar en juego aquí?
Ella negó con la cabeza.
– No si te estás guardando un testigo clave. ¿No ves lo que estás haciendo? No tienes idea de adonde se dirige esta investigación porque has estado ocupado escondiendo testigos y dando golpes bajos a los agentes.
Bosch se recostó, claramente sorprendido.
– ¿Es eso lo que dijo Maxwell, que le di un golpe bajo?
– No importa lo que dijera. Estamos tratando de controlar una situación potencialmente devastadora y no entiendo por qué estás haciendo estas cosas tan raras.
Bosch asintió.
– Eso tiene sentido -dijo-. Si sacáis a alguien de su propia investigación, es lógico que no sepáis lo que pretende.
Walling levantó las manos como para frenar un tren.
– Vale, terminemos con todo esto. Habla conmigo, Harry ¿Cuál es el problema?
Bosch miró a Walling y luego al techo. Estudió los rincones superiores de la sala y luego volvió a mirarla.
– ¿Quieres hablar? Vamos a dar un paseo fuera, para que podamos hablar.
Ella no vaciló.
– Vale, perfecto -dijo-. Caminemos y hablemos. Y luego me darás a Mitford.
Walling se levantó y caminó hasta la puerta. Bosch vio que ella rápidamente levantaba la mirada al aire acondicionado que estaba en lo alto de la pared de atrás, confirmándole a Bosch que todo estaba grabándose en vídeo. Walling abrió la puerta, que no estaba cerrada con llave, y Brenner y otro agente los estaban esperando en el pasillo.
– Vamos a dar un paseo -dijo Walling-. Solos.
– Pasadlo bien -dijo Brenner-. Nosotros estaremos aquí, tratando de encontrar el cesio y salvar unas cuantas vidas.
Walling y Bosch no respondieron. Ella lo condujo por el pasillo. Justo cuando estaban delante de la puerta del vestíbulo de ascensores, Bosch oyó una voz detrás de él.
– ¡Eh, colega!
Bosch se volvió justo a tiempo de recibir el impacto del agente Maxwell en el pecho. Maxwell lo empujó contra la pared y lo sujetó allí.
– Estás un poco en minoría ahora, Bosch.
– Para -gritó Walling-. Cliff, para.
Bosch colocó el brazo en torno a la cabeza de Maxwell e iba a tirar de ella en una llave clásica cuando Walling intervino, se paró a Maxwell y lo empujó por el pasillo.
– ¡Cliff, lárgate! ¡Vete!
Maxwell empezó a retroceder por el pasillo. Señaló a Bosch con el dedo por encima del hombro de Walling.
– Sal de mi edificio, hijo de puta. Vete y no vuelvas.
Walling empujó a Maxwell en la primera puerta de oficina abierta y la cerró tras de sí. Para entonces varios agentes más habían llegado al pasillo para ver cuál era el motivo del alboroto.
– Se acabó -anunció Walling-. Que todo el mundo se vaya a dormir.
Ella volvió con Bosch y lo empujó hacía la puerta del ascensor.
– ¿Estás bien?
– Sólo me duele cuando respiro.
– ¡Hijo de puta! Ese tipo siempre ha sido un bala perdida.
Bajaron en el ascensor hasta la planta del garaje y desde allí subieron por una rampa que los condujo a Los Ángeles Street. Walling giró a la derecha y él le dio alcance. Se estaban alejando del ruido de la autovía. Walling miró el reloj y señaló un edificio de oficinas de diseño y construcción modernos.
– Hay café decente en el edificio Reagan -dijo-. Pero no quiero tomarme mucho tiempo.
– Otro edificio federal -Bosch suspiró-. El agente Maxwell también podría pensar que es suyo.
– ¿Puedes dejar eso, por favor?
Bosch se encogió de hombros.
– Me sorprende incluso que Maxwell admitiera que volvimos a la casa.
– ¿Por qué?
– Porque supuse que lo habían mandado a la casa porque ya estaba en la perrera por alguna cagada. ¿Por qué admitir que lo redujimos y tener que quedarse más tiempo en la perrera?
Walling negó con la cabeza.
– No lo entiendes -dijo-. Para empezar, a Maxwell lo han apretado un poco últimamente, pero en Inteligencia Táctica no hay nadie en la perrera. El trabajo es demasiado importante para tener inútiles en el equipo. En segundo lugar, no le importa lo que piense nadie. Lo que creyó es que sería importante para todos ponernos al corriente de cómo estás jodiendo las cosas.
Bosch intentó cambiar de rumbo.
– Déjame preguntarte algo: ¿tienen noticias de ti y de mí allí? Me refiero a nuestra historia.
– Sería difícil que no lo supieran después de Echo Park. Pero, Harry, todo eso no importa. Eso no es importante hoy. ¿Qué es lo que te pasa? Tenemos suficiente cesio para cerrar un aeropuerto y no pareces preocupado. Estás contemplando esto como un asesinato; sí, un hombre está muerto, pero no se trata de eso. Es un robo, Harry, ¿lo entiendes? Querían el cesio, y ahora lo tienen. Y quizá nos resultaría útil poder hablar con el único testigo conocido. O sea que, ¿dónde está?
– Está a salvo. ¿Dónde está Alicia Kent? ¿Y dónde está el socio de su marido?
– Están a salvo. El socio está siendo interrogado y mantenemos a la mujer en Táctica hasta que estemos seguros de que tenemos de ella todo lo que podemos sacar.
– No va a ser muy útil. No pudo…
– En eso te equivocas. Ya ha sido muy útil.
Bosch no pudo reprimir la expresión de sorpresa.
– ¿Cómo? Dijo que no les había visto las caras.
– No lo hizo. Pero oyó un nombre. Cuando estaban hablando entre ellos oyó un nombre.
– ¿Qué nombre? Eso no lo dijo antes.
Walling asintió con la cabeza.
– Y por eso has de entregarnos tu testigo. Tenemos a gente especialista en obtener información de ellos, y podemos sacar cosas que tú no puedes sacar. Lo hicimos con ella y podremos hacerlo con él.
Bosch sintió que se ponía colorado.
– ¿Cuál es el nombre que ese maestro del interrogatorio obtuvo de ella?
Ella negó con la cabeza.
– No estamos negociando, Harry. Éste es un caso que implica la seguridad nacional. Tú estás fuera. Y, por cierto, eso no va a cambiar por más llamadas que haga tu jefe de policía.
Bosch supo entonces que su reunión en el Donut Hole no había servido de nada. Incluso el jefe estaba mirándolo desde fuera. Fuera cual fuese el nombre que había proporcionado Alicia Kent, había encendido el tablero federal como Times Square.
– Lo único que tengo es mi testigo -dijo-. Te lo cambiaré ahora mismo por el nombre.
– ¿Para qué quieres el nombre? No vas a acercarte a ese tipo.
– Porque quiero saberlo.
Walling dobló los brazos delante del pecho y lo pensó un momento. Finalmente, lo miró.
– Tú primero -dijo ella.
Bosch escrutó los ojos de Walling y dudó. Seis meses antes le habría confiado su propia vida. Ahora las cosas habían cambiado. Bosch no estaba tan seguro.
– Lo he metido en mi casa -dijo-. ¿Recuerdas dónde está?
Walling sacó un teléfono del bolsillo de la chaqueta y lo abrió para hacer una llamada.
– Espera un momento, agente Walling -dijo-. ¿Cuál es el nombre que te dio Alicia Kent?
– Lo siento, Harry.
– Teníamos un trato.
– Seguridad nacional, lo siento.
Walling empezó a marcar un número en el móvil. Bosch asintió. Había acertado.
– He mentido -dijo-. No está en mi casa.
Ella cerró el teléfono de golpe.
– ¿Qué pasa contigo? -preguntó, enfadada, con una voz más chillona-. Llevamos más de trece horas de retraso con el cesio. ¿Te das cuenta de que ya podría estar en un artefacto? Ya podría…
Bosch se le acercó.
– Dime el nombre y te daré el testigo.
– ¡Muy bien! -Lo empujó para apartarlo.
Bosch sabía que Walling estaba enfadada consigo misma por tragarse la mentira.
– Alicia Kent dijo que oyó el nombre de Moby ¿vale? En su momento no pensó nada, porque no se dio cuenta de que era realmente un nombre lo que oyó.
– Muy bien, ¿quién es Moby?
– Es un terrorista sirio llamado Momar Azim Nassar. Se cree que está en este país. Es conocido por amigos y asociados como Moby. No sabemos por qué, pero la verdad es que se parece al músico.
– ¿A quién?
– No importa. No es de tu generación.
– Pero ¿estás segura de que ella oyó su nombre?
– Sí. Ella nos dio el nombre. Y yo te lo he dicho a ti. Ahora, ¿dónde está el testigo?
– Espera. Ya me has mentido una vez.
Bosch sacó el teléfono e iba a llamar a su compañero cuando recordó que Ferras todavía estaría en la escena del crimen de
Silver Lake y no podría darle lo que necesitaba. Abrió la agenda de teléfonos, encontró el número de Kiz Rider y pulsó el botón de llamada.
Rider respondió de inmediato. Tenía el número de Bosch en identificador de llamadas.
– Hola, Harry. Has estado ocupado hoy, ¿eh?
– ¿Te lo ha dicho el jefe?
– Tengo algunas fuentes. ¿Qué pasa?
Bosch habló mientras miraba a Walling y observaba los ojos de la agente oscureciendo de rabia.
– Necesito un favor de mi antigua compañera. ¿Todavía te llevas el portátil al trabajo?
– Por supuesto. ¿Qué favor?
– ¿Puedes acceder a los archivos del New York Times desde ese ordenador?
– Puedo.
– Muy bien. Tengo un nombre. Quiero que compruebes si ha salido en algún artículo.
– Espera, he de conectarme.
Pasaron varios segundos. El teléfono de Bosch empezó a sonar porque estaba recibiendo otra llamada, pero esperó y Rider enseguida estuvo lista.
– ¿Cuál es el nombre?
Bosch tapó el teléfono con la mano y preguntó a Walling el nombre completo del terrorista sirio. Luego se lo repitió a Rider y esperó.
– Sí, múltiples resultados -dijo-. Desde hace ocho años.
– Hazme un resumen.
Bosch esperó.
– Ah, sólo un puñado de material de Oriente Próximo. Es sospechoso de estar involucrado en diversos secuestros y atentados. Está conectado con al-Qaeda, según fuentes federales.
– ¿Qué es lo que dice el último artículo?
– A ver… Es de un autobús bomba en Beirut. Dieciséis víctimas mortales. Es del 3 de enero del 2004. Después de eso, nada.
– ¿Dan algunos apodos o alias?
– Em… no. No veo ninguno.
– Vale, gracias. Te llamaré después.
– Espera un momento, Harry.
– ¿Qué? He de colgar.
– Oye, sólo quiero decirte que tengas cuidado, ¿vale? Es una liga completamente diferente la que estás jugando con esto.
– Vale, lo entiendo -dijo Bosch-. He de colgar.
Bosch terminó la llamada y miró a Rachel.
– En el New York Times no dice nada de que este tipo esté en el país.
– Porque no se sabe. Por eso es tan genuina la información de Kent.
– ¿Qué quieres decir? ¿Das por buena su palabra de que el tipo está en este país sólo porque oyó una palabra que podría no ser ni un nombre?
Walling dobló los brazos. Estaba perdiendo su paciencia.
– No, Harry, sabemos que está en este país. Tenemos un vídeo de él saliendo del puerto de Los Ángeles en agosto pasado, lo que pasa es que no llegamos a tiempo de detenerlo. Creemos que está con otro operativo de al-Qaeda llamado Muhammad El-Fayed. De alguna manera se metieron en este país, la frontera es un puto colador, y quién sabe qué han planeado.
– ¿Y crees que tienen el cesio?
– No lo sabemos, pero la información de inteligencia sobre El-Fayed es que fuma cigarrillos turcos sin filtro y…
– Las cenizas del lavabo.
Walling asintió.
– Exacto. Todavía están analizándolas, pero en la oficina las apuestas están ocho a uno a favor de que era un cigarrillo turco.
Bosch asintió y de repente se sintió estúpido por los movimientos que había estado haciendo, la información que había retenido.
– Pusimos al testigo en el Mark Twain Hotel de Wilcox -dijo-. Habitación 303, bajo el nombre de Charles Dickens.
– Bien.
– Y Rachel…
– ¿Qué?
– Nos dijo que oyó al asesino invocar a Alá antes de apretar el gatillo.
Walling lo juzgó con la mirada mientras volvía a abrir el teléfono. Pulsó un solo botón y habló con Bosch mientras esperaba la conexión.
– Reza porque cojamos a esta gente antes de que…
Se cortó cuando contestaron la llamada. Proporcionó la información sin identificarse ni saludar en modo alguno.
– Ésta en el Mark Twain de Wilcox. Habitación 303. Ve a cogerlo.
Walling cerró el teléfono y miró a Bosch. Peor que el juicio, Harry vio decepción y desprecio en los ojos de Rachel en esta ocasión.
– He de irme -dijo ella-. Yo me mantendría apartado de aeropuertos, metros y centros comerciales hasta que encontremos el cesio.
Walling se volvió y lo dejó allí. Bosch estaba observando cómo se alejaba cuando su teléfono empezó a sonar otra vez y él respondió sin apartar la mirada de Rachel. Era Joseph Felton, ayudante del forense.
– Harry, he estado tratando de encontrarte.
– ¿Qué pasa, Joe?
– Acabamos de pasarnos por el Queen of Angels para recoger un cadáver, un pandillero al que conectaron a la máquina después de un tiroteo ayer en Hollywood.
Bosch recordó el caso que había mencionado Jerry Edgar.
– ¿Sí?
Bosch sabía que el forense no había llamado para perder el tiempo. Había una razón.
– Así que estamos aquí, entro en la sala de descanso para tomar un café y oigo a un par de camilleros hablando de una recogida que acaban de hacer. Dijeron que acababan de ingresar en Urgencias a un tipo con SRA, y eso me hizo pensar que podría estar relacionado con el tipo del mirador. No sé, porque llevaba los anillos de alerta de radiación.
Bosch calmó la voz.
– Joe, ¿qué es SRA?
– Síndrome de Radiación Agudo. Los médicos dijeron que no sabían lo que tenía el tipo. Estaba quemado y vomitando por todas partes. Ellos lo transportaron y la doctora de Urgencias dijo que era un caso muy grave de exposición, Harry. Ahora los médicos están esperando para ver si ellos estuvieron expuestos.
Bosch empezó a caminar hacia Rachel Walling.
– ¿Dónde encontraron a este tipo?
– No pregunté, pero supongo que estaba en algún sitio de Hollywood si lo llevaron allí.
Bosch empezó a coger velocidad.
– Joe, quiero que cuelgues y consigas a alguien de seguridad del hospital para vigilar a este tipo. Voy de camino.
Bosch cerró de golpe el teléfono y empezó a correr hacia Rachel lo más deprisa que podía.