172948.fb2 El prisionero de Guant?namo - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 30

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28

Falk durmió bien, al menos un rato, gracias sobre todo al agotamiento, a un par de cervezas y al tamborileo hipnótico de la lluvia. Además, ¿qué otra cosa podía hacer? Después de que se marchara Fowler, miró por la ventana y vio a un centinela en el portal y un Humvee en la acera.

Al paso que iba Fowler, pronto habría un Humvee y un centinela en cada edificio. Tal vez el Pentágono tuviese que llamar a filas a otra unidad de reservistas, sólo para que se ocuparan de los inadaptados y los riesgos de seguridad.

Falk se despertó con un golpeteo y un sonido como si intentara atravesar el muro un roedor gigantesco. Se incorporó en la cama y comprobó que el ruido llegaba de la ventana. Pensó primero en Pam. ¿Una visita de cumplido? Luego pensó si la dejaría entrar. Pero era Bo, que golpeaba el mosquitero, calado hasta los huesos con camiseta y pantalones cortos. Falk abrió el cierre de la ventana. Aquello se estaba convirtiendo en el sistema preferido en Gitmo para las visitas sociales.

– Tranquilo -le dijo Falk, adormilado, abriendo la ventana-. No la arranques. Yo lo soltaré.

Una vez más, la seguridad del «arresto domiciliario» de Fowler había resultado muy porosa. Pero tampoco era como si hubiese algún sitio al que pudiesen ir.

Falk fue a buscar una toalla al cuarto de baño y cuando Bo se estaba secando ya había recordado todos los motivos para no darle un recibimiento caluroso.

– ¿A qué debo tu visita? -preguntó-. ¿Vienes a colocar un micrófono en mi dormitorio también? ¿O ya te has ocupado de eso?

Bo negó.

– Lo hice en la sala de estar.

– ¿Cuándo, si puede saberse?

– Mientras no estabas. Después de que se marchara Whitaker.

– ¿Así que te habrás enterado de la breve visita de Fowler?

– De casi todo. Lo hiciste bien. Después de un comienzo un tanto torpe.

– Ya veremos lo que dices mañana cuando me encierre en el Campo Rayos X.

– Tranquilo. Es un farol.

– Para ti es muy fácil decirlo. ¿Por qué no te detiene a ti?

– Debe creer que tomas tú las decisiones.

– ¿Y quién le habrá dado semejante idea?

– A lo mejor es sólo que sabe que yo estoy mejor protegido.

– Si fuese cierto, ¿qué andas haciendo a…? ¿Qué hora es?

– Las doce y media.

– ¡Por Dios, Bo! Bueno, ya que estás aquí, ¿por qué no eliminas el maldito micrófono? No quiero perder toda la mañana buscándolo antes de que llegue la Inquisición.

Tomaron el silencioso pasillo hacia la sala.

– No levantes la voz -dijo Bo aparte-. El centinela está en el portal, a salvo de la lluvia. No des ninguna luz.

Falk contestó en un tono de voz normal.

– ¿De verdad crees que me importa que te agarren?

Bo metió la mano bajo la mesa del comedor y, con un ligero estallido, arrancó un artefacto muy parecido al que había conectado a la radio del coche de Falk. Entonces sonrió satisfecho, con más picardía que embarazo.

– Me parece que estás cabreado de veras, ¿eh? -dijo.

– ¿No lo estarías tú?

– Sin duda. Me declaro culpable con atenuante.

– Te escucho.

– Antes necesito una cerveza.

Falk fue a la nevera, sorprendido por sus sentimientos contradictorios. Sí, estaba furioso. La insolencia de Bo era muy irritante. Pero si estaba allí en aquel momento, tal vez su amistad aún significara algo. Y si bien Bo había ayudado a acorralarle, al menos parecía estar en el mismo atolladero.

Cogió la cerveza y se sirvió un vaso de agua. Bo puso la radio y subió el volumen. Más salsa del otro lado de la alambrada. Sin parar, como el latido del corazón.

– Dormías muy profundamente para ser un hombre condenado.

– ¿Es lo que soy ahora?

Bo se encogió de hombros, al fin parecía un poco inseguro. En cierto modo, fue la señal más alentadora que había visto hasta entonces Falk, así que aprovechó la ventaja.

– No estás lo que se dice volando con los ángeles en este lío cubano, ¿verdad?

– Vuelo con Endler, y punto. Yo trabajo para las personas, no para las causas. Confío en que el doctor acierte, y suele hacerlo.

No importaba que Falk tuviese ya lo que Bob y Endler querían. Pero habría compartido el bombazo de Adnan con Paco antes que con aquella pandilla.

– Sólo que esta vez comparte la suerte con los fanáticos. Me pregunto por qué no intentaste reclutarme desde el principio. Es indudable que contaba con todos los requisitos necesarios: Hablar con los yemeníes. Obtener resultados. Podrías haberme mentido, como lo has hecho de todos modos, y haber conseguido exactamente lo que querías.

– Habrías sido el primero de la lista, te lo aseguro. Pero Endler llegó tarde al juego y sus patronos ya estaban utilizando a Van Meter y a Lawson. Esos individuos no creían que estuvieses preparado para el gran momento. Dijeron que no eras de su estilo.

– Es lo mejor sobre mí que oigo en toda la semana.

– Estoy de acuerdo. Dos tontos muy tontos, esos dos. ¿Por qué crees que necesitaba ver las hojas del registro? Tenía que comprobar el rastro que habían dejado.

– Tal como yo lo recuerdo querías que las robara. Para borrar completamente el rastro.

– ¿Lo hiciste? -Estaba listo si creía que se lo iba a decir ahora.

– No pude. El policía militar estuvo allí todo el rato. Pero desde luego vi su rastro. Y supongo que ya sabes que mataron a Ludwig.

– Al menos lo sospechaba. No paraban de decir que tenían un infiltrado, alguien que les cubría las huellas y no incluía su nombre en los registros. Luego se acobardó, así que iban a intimidarle, a darle un susto de muerte.

– Pues desde luego lo consiguieron. La liaron con su banco y luego le llevaron a dar una vueltecita en bote.

– ¿Es eso lo que ocurrió?

– Lo encontraron en la playa. Luego seguramente lo llevaron hasta el límite sólo para estimularle un poco. Pero supongo que no sabían que solía desquiciarse en los barcos pequeños, así que debió tirarse por la borda. O tal vez lo empujaron. En cualquier caso, Son dos tontos muy tontos, como has dicho. ¿Por eso te enviaron a ti aquí en cuanto se enroló Endler? ¿A deshacer el lío e impedir que Fowler metiera las manos en el pastel?

– Sólo porque el doctor le dijo a los suyos que contaba con alguien aquí que podía ayudar.

– O sea, yo. Pero aún no tenían la información que querían. Así que decidiste involucrar a Pam.

– ¿Pam? -Bo se mostró primero perplejo y luego a punto de echarse a reír-. ¿Quieres decir por el último interrogatorio en Rayos X?

– Sí. -Falk no se reía.

– Lo siento. Una bromita mía.

– ¿A qué te refieres?

– Fue la primera noche que estaba aquí. Y… ¿cómo lo diría amablemente? Ella no había causado buena impresión. Así que cuando necesitamos un interrogatorio intensivo le dije a Van Meter que usara su número.

– Buen chico. -Falk procuró disimular el alivio que sentía. Al menos alguien no le había mentido-. ¿Pero cómo conseguiste su número? ¿Tyndall?

– ¿La Agencia? Ellos están fuera del círculo interno en esto.

– El Palacio Rosa, entonces. Supongo que como jefe de seguridad, Van Meter tenía los contactos.

– Cree lo que quieras. Ya he hablado bastante. Lamento que haya acabado así.

– ¿Por qué? Has conseguido lo que querías. Incluso trasladaste a Adnan al Campo Delta.

– Eso fue cosa de Fowler, para apartarlo de nosotros. Han estado exprimiendo al pobre desgraciado para averiguar lo que buscamos. No ha funcionado, por supuesto.

– Así que te aprovechaste de mí para entrar en Eco. Y ahora, déjame adivinarlo, Endler es el que tocó algunos resortes para que entregaran a Adnan. Dejáis que los yemeníes hagan el trabajo sucio por vosotros.

– Lo siento, Falk. No más explicaciones.

– Hasta que consigáis vuestra guerra. O lo que busquéis. Será un gran servicio público.

– ¿Eliminar a Castro? Sería perfecto. Y si un agente cubano se desvió lo suficiente para acostarse con un reclutador de al-Qaeda, ¿por qué no aprovecharlo al máximo? Ya te lo dije, no se trata de la información, sino de quién la controla. Y si la conseguimos antes que Fowler, lo tendremos.

– Castro morirá pronto, de todos modos. Creía que trabajabas para las personas, no para las causas.

– Trabajo por las personas, tú incluido. ¿Sabes lo que quería Endler? Se preocupaba por tu responsabilidad, así que quería que te arrestaran en cuanto acabaras con Paco en Miami. Una acusación falsa que le permitiría quitarte de en medio hasta que acabáramos nuestro trabajo. La única razón de que no lo hiciera fue que yo le disuadí.

– Por lealtad, claro.

– Demonios, sí, por lealtad.

– Pero no es así como convenciste a Endler.

– Pues claro que no. A él le dije que todavía te necesitábamos para llegar al fondo del asunto con Van Meter.

– ¿Estás seguro de que no era ésa tu verdadera razón?

– Puedes creer lo que quieras, pero estás aquí y no en la cárcel.

– Claro, y estoy mucho mejor fuera. En arresto domiciliario y a punto de ser destripado y descuartizado.

– Endler hará lo que pueda. Pero no esperes que sea de inmediato.

– Así que soy un hombre libre, siempre y cuando el doctor consiga su guerra. De lo contrario, adiós muy buenas.

– Tendrías que permanecer oculto un tiempo, eso es todo. Se le explicaría todo al FBI.

– ¿Y Van Meter? ¿Él se sale con la suya?

– Se ocuparán de él.

– Seguro. ¿Qué será, otro accidente en el mar, o muerto en acción en Irak?

– Mira, Falk, si necesitas culpar a alguien, puedes echarle la culpa al joven marine estúpido que decidió que sería estupendo pasar un fin de semana a La Habana. Pero Endler no te despachará porque yo no se lo permitiré. Ya sabes cómo funciona el cuerpo.

– Ya, nunca dejamos detrás a nuestros muertos. Supongo que ahora me toca a mí.

Bo negó, más enfadado de lo que Falk le había visto desde la instrucción.

Se marchó al poco rato, dejando a Falk desconsolado en el sofá para que considerara su futuro. Las alternativas parecían claras. Contárselo todo a Fowler y que le recogiera en la red la otra parte, y posiblemente enfrentarse a acusaciones de espionaje a cambio. O mantener la boca cerrada y esperar que llegara una pequeña guerra espléndida a salvarle el trasero. Nada como tener aquello en la conciencia, aunque las cosas no ocurran nunca. Lo más doloroso era que el último comentario de Bo fuese cierto: sólo podía culparse a sí mismo. Falk había aceptado el trato, y todavía lo estaba pagando.

Se levantó, vagó por la cocina, abrió la nevera y luego la cerró sin decidirse por nada. Se había desvelado. Volvió a la sala y miró la carta náutica que le había regalado el alférez Osgood. Era una preciosidad, el camino para pasar la vida en el mar. Tal vez debiera haber aguantado y haberse quedado en Maine. Podría haber acabado borracho o ahogado, pero era el tipo de vida a la que acompañaba una claridad reconfortante. El éxito o el fracaso se medían por el peso de tus trampas, y cada día que llegabas a casa a salvo era otra pequeña victoria.

Las ramas arañaron de nuevo la ventana con una fuerte ráfaga de viento, y Falk se sintió inspirado, se le ocurrió una idea. Era una insensatez, pero se apoderó de él como una corriente potente, exactamente el tipo de plan estúpido que cabría esperar del hijo de un langostero borracho después de unas copas para darse valor, sólo que Falk estaba ahora absolutamente sobrio.

Quitó las chinchetas de la pared, bajó con cuidado la carta y la colocó en la mesa. Luego sacó las otras dos cartas del tubo. Era poco más de la una de la madrugada.

Salió al pasillo y fue a preparar sus cosas.