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Los Panthers empezaron a llegar al campo a las ocho de la tarde del lunes. Se respiraba un ambiente callado y sombrío. Estaban avergonzados por la derrota y la noticia de que la mitad de la ofensiva había huido de la ciudad no ayudaba a levantar la moral. Rick estaba sentado en un taburete, delante de su taquilla, dándoles la espalda y con la cabeza enterrada en el libro de jugadas. Sentía las miradas y el resentimiento y sabía que había metido la pata hasta el fondo. Tal vez no fuera más que un equipo amateur, pero ganar era importante y el compromiso mucho más.

Fue pasando las hojas despacio, mirando las equis y los circulitos sin verlos. Quien las hubiera ideado, había dado por supuesto que el equipo atacante contaba con un corredor de habilidad que sabía correr y con un receptor que sabía recibir. Rick podía pasar el balón, pero si no había alguien en el otro extremo, las estadísticas recogerían otro pase fallido.

Nadie había visto a Fabrizio. Su taquilla estaba vacía.

Sam reclamó su atención y dedicó unas palabras comedidas al equipo. No tenía intención de gritar, sus jugadores ya se sentían suficientemente mal. El partido del día anterior había terminado y en seis días tenían otro. Les informó de la noticia sobre Sly, aunque el rumor ya había corrido entre ellos.

El rival siguiente era el Bolonia, un equipo fuerte que solía jugar la Super Bowl. Sam habló de los Warriors y por lo que dijo parecían bastante duros. Habían ganado con facilidad los dos primeros partidos con una extenuante ofensiva terrestre dirigida por un corredor de habilidad llamado Montrose, quien había jugado anteriormente en Rutgers. Montrose acababa de llegar al equipo y su leyenda crecía semana tras semana. El día anterior, contra los Gladiatori de Roma, había corrido con el balón veintiocho veces, había hecho más de trescientas yardas y cuatro touchdowns.

Pietro juró en voz alta que le partiría las piernas, declaración que fue bien recibida por el resto de sus compañeros.

Tras una charla poco entusiasta para levantarles el ánimo, el equipo salió de los vestuarios y pisó el campo de juego. La mayoría de los jugadores solían estar entumecidos y doloridos el día posterior al partido, por lo que Alex les hizo trabajar sin llevarlos al límite. Hicieron varios ejercicios y estiramientos suaves y luego los dividió en atacantes y defensores.

La propuesta de Rick para la nueva disposición del equipo atacante era que Trey, profundo libre, pasara a ser receptor abierto y así lanzarle balones treinta veces por partido. Trey era veloz, tenía buenas manos, sus reflejos eran rápidos y había jugado de receptor abierto en el instituto. A Sam no le entusiasmaba la idea, principalmente porque procedía de Rick y en esos momentos apenas se hablaba con su quarterback. Sin embargo, a mitad del entrenamiento, Sam lanzó un llamamiento a quien quisiera jugar de receptor. Rick y Alberto lanzaron varios pases fáciles a un puñado de candidatos durante media hora, tras la cual Sam llamó a Trey y efectuó el cambio. La presencia del profundo libre en el equipo atacante dejaba un gran hueco en la defensa.

– Si no podemos pararlos, tal vez podamos ganarles a puntos -musitó Sam entre dientes, mientras se rascaba la gorra-. Vamos a ver una cinta -dijo, y tocó el silbato.

El pase de vídeo del lunes por la noche se transformó en una cerveza fría y unas cuantas risas, justo lo que el equipo necesitaba. Botellines de la marca nacional favorita corrieron de mano en mano y el ambiente se animó considerablemente. Sam decidió olvidar la cinta de los Rhinos y se concentró en la del Bolonia. En defensa, los Warriors tenían un buen frente y también un profundo fuerte que había jugado dos años en la AFL y que golpeaba con bastante dureza. Un cazador de cabezas.

Justo lo que necesitaba: otra conmoción cerebral, pensó Rick mientras engullía un largo trago de cerveza. Montrose parecía un poco lento, los defensas del Roma todavía más y Pietro y Silvio pronto los descartaron como amenaza.

– Los aplastaremos -dijo Pietro en inglés.

La cerveza corrió hasta después de las once, cuando Sam apagó el proyector y envió a todo el mundo a casa con la advertencia habitual de que el entrenamiento del miércoles sería duro. Rick y Trey se quedaron y abrieron otro botellín con Sam cuando todos los italianos se hubieron ido.

– El señor Bruncardo es contrario a traer otro corredor -anunció Sam.

– ¿Por qué? -preguntó Trey.

– No estoy seguro, pero creo que es por dinero. La derrota de ayer lo tiene bastante preocupado. Si no podemos optar a la Super Bowl, ¿para qué malgastar más dinero? De todas maneras, esto no es precisamente un negocio demasiado lucrativo para él.

– ¿Por qué lo hace? -preguntó Rick…

– Excelente pregunta. En Italia tienen leyes tributarias bastante curiosas según las cuales ser dueño de un equipo cancela gran parte de la deuda. Si no, no tendría sentido.

– La solución es Fabrizio -dijo Rick.

– Olvídalo.

– Lo digo en serio. Con Trey y Fabrizio tenemos dos grandes receptores. Ningún equipo de la liga puede permitirse dos estadounidenses en la secundaria, así que no pueden cubrirnos. No necesitamos un corredor de habilidad. Franco puede hacer cincuenta yardas por partido, resoplando, y tener a la defensa pendiente de él. Con Trey y Fabrizio, podemos jugar a pases cortos y recepciones para cuatrocientas yardas.

– Estoy harto de ese crío -dijo Sam, y no volvió a hablarse de Fabrizio.

Un rato después, en un pub, Rick y Trey brindaron por Sly y lo maldijeron al mismo tiempo. Aunque ninguno quería admitirlo, añoraban estar en casa y envidiaban a Sly por haberse ido.

El martes por la tarde, Rick y Trey, junto con Alberto, el abnegado suplente, se encontraron con Sam en el campo y estuvieron estudiando rutas de precisión, sincronizaciones, señales gestuales e hicieron una revisión general de la defensa durante tres horas. Niño llegó tarde a la fiesta. Sam le informó de que estaban cambiando a una formación de escopeta para lo que quedaba de temporada y él se puso a practicar sus saques como un poseso. Con el tiempo, mejoraron hasta tal punto que Rick no tenía que salir a buscarlos detrás de la línea de golpeo. El miércoles por la noche, vestidos con toda la parafernalia, Rick distribuyó a los receptores, Trey y Claudio, y empezó a lanzar pases a todas partes. Slants, postes, ganchos… todas las rutas funcionaron. Le lanzaba a Claudio con la frecuencia necesaria para que no se durmiera la defensa y cada diez jugadas encajaba el balón en el estómago de Franco para ver un poco de movimiento más duro en la línea. Trey era imparable. Al cabo de una hora de corretear arriba y abajo por el campo, necesitó un descanso. El equipo atacante, que tres días antes estaba al borde de la aniquilación por un equipo milanés inferior, ahora parecía capaz de marcar a placer. El equipo salió de su sopor y pareció revivir. Niño empezó a insultar a la defensa y Pietro y él no tardaron en devolverle las puyas. A alguien se le escapó un puñetazo que inició de inmediato una riña, y cuando Sam consiguió que las aguas volvieran a su cauce, era el tipo más feliz de Parma. Estaba viendo lo que quería todo entrenador: ¡emoción, el ánimo encendido y rabia!

Dejó que se fueran a las diez y media. El vestuario era un caos: por el aire volaban calcetines sucios, chistes verdes, insultos y amenazas de robar novias; las cosas volvían a la normalidad. Los Panthers estaban preparados para la guerra.

Sam recibió la llamada en su móvil. El hombre dijo que era abogado y se ponía en contacto con él por algo relacionado con el deporte y el marketing. Hablaba muy rápido en italiano, y por teléfono aún lo parecía más. A veces Sam se ayudaba leyendo los labios y los gestos de su interlocutor.

El abogado por fin fue al grano: representaba a Fabrizio. Lo primero que pensó Sam fue que el crío se había metido en problemas. Nada más lejos. El abogado también era agente deportivo y contaba con muchos jugadores de fútbol europeo y de baloncesto en su cartera. Quería negociar un contrato para su cliente.

Sam se quedó boquiabierto. ¿Agentes? ¿En Italia?

Adiós al juego.

– Ese hijo de puta se fue del campo en medio de un partido -dijo Sam en el brusco equivalente italiano. -Estaba alterado y lo siente. Es obvio que no podéis ganar sin él.

Sam se mordió la lengua y contó hasta cinco. Calma, se dijo. Un contrato significaba dinero, algo que ningún Panther italiano había pedido nunca. Corrían rumores de que los italianos del Bérgamo cobraban una nómina, pero era el único caso de toda la liga.

Síguele el juego, pensó Sam.

– ¿En qué tipo de contrato está pensando? -preguntó, muy serio.

– Es un gran jugador, eso ya lo sabe. Seguramente el mejor jugador italiano de todos los tiempos, ¿no cree? Yo diría que unos dos mil euros al mes.

– Dos mil -repitió Sam, antes de oír la típica réplica de los agentes.

– Y estamos en tratos con otros equipos.

– Bien, pues sigan tratando. No nos interesa.

– Podría conformarse con menos, pero no demasiado.

– La respuesta es no, amigo. Y dígale al chaval que no se acerque por el campo a no ser que quiera salir con una pierna rota.

Charley Cray, del Cleveland Post, se presentó en Parma ya entrada la tarde del sábado. Uno de sus muchos lectores había topado con la página web de los Panthers y le había llamado la atención la noticia de que el Mayor Asno de la lista de Cray se escondiera en Italia.

La historia era demasiado suculenta para desaprovecharla.

El domingo, Cray cogió un taxi en el hotel e intentó explicarle al conductor adonde quería ir. El taxista no estaba familiarizado con ú football americano y no sabía dónde se encontraba el campo. Genial, pensó Cray, los taxistas ni siquiera son capaces de encontrar el campo. La historia mejoraba por momentos.

Al final llegó al Stadio Lanfranchi treinta minutos antes de la patada inicial. Contó 145 personas en las gradas, 40 Panthers de negro y plata, 36 Warriors de blanco y azul y un jugador negro en cada equipo. Calculó que habría unas 850 personas al inicio del partido.

Esa noche, ya tarde, acabó el artículo y lo comprimió para enviarlo a Cleveland con tiempo más que suficiente para que apareciera publicado en el especial deportivo de los lunes por la mañana. No recordaba la última vez que se lo había pasado tan bien. El artículo decía:

UN PEZ GORDO EN LA LIGA DE LA PIZZA

Parma, Italia. En su desastrosa carrera en la NFL, Rick Dockery completó 16 pases para 241 yardas, y eso en seis equipos diferentes a lo largo de cuatro años. Hoy, jugando con los Panthers de Parma en la versión italiana de la NFL, Dockery ha superado esas cifras. ¡En la primera parte!

21 pases completos, 275 yardas, 4 touchdowns y, lo más increíble de todo, ni una sola intercepción.

¿Es este el mismo quarterback que, sin ayuda de nadie, echó a perder el título de la AFC? ¿El mismo desconocido que fichó la pasada temporada por los Browns por motivos todavía desconocidos y quien ahora está considerado como el Mayor Asno del fútbol americano profesional?

Sí, es el signor Dockery. Y en este maravilloso día de primavera en el valle del Po ha estado simplemente magistral: ha lanzado bellas espirales, ha aguantado como un valiente en la bolsa, ha adivinado la intención de la defensa -por llamarla de alguna manera- y, lo crean o no, se ha escabullido para yardas cuando ha sido necesario. Rick Dockery por fin ha encontrado su sitio. Es el hombre, con mayúsculas, jugando entre un montón de niños demasiado grandes.

Ante un ruidoso público que no llegaba al millar de espectadores y en un campo de rugby de 90 yardas, los Panthers de Parma han recibido a los Warriors de Bolonia. Hasta la Universidad de Slippery Rock les sacaría veinte puntos de ventaja, pero ¿eso qué más da? Según el reglamento italiano, todos los equipos pueden tener hasta un máximo de tres estadounidenses. Hoy, el receptor favorito de Dockery ha sido Trey Colby, un hombre esquelético, antiguo jugador de la Universidad de Mississippi, que no ha podido ser marcado por la línea secundaria del Bolonia bajo ningún esquema defensivo.

Colby corría como si lo persiguiera el diablo. ¡Ha anotado tres touchdowns en los primeros diez minutos!

Los demás Panthers son jóvenes alborotadores que han escogido este deporte como un pasatiempo. Ni uno solo podría ser titular en el equipo de tercera regional de un instituto de Ohio. Son blancos, lentos, bajos y juegan al fútbol americano porque no saben jugar al europeo o al rugby.

(Por cierto, el rugby, el baloncesto, el voleibol, la natación, las motos y el ciclismo están mucho mejor considerados que el football americano en esta parte del mundo.)

Sin embargo, los Warriors no han sido pan comido. Su quarterback jugó en la Universidad de Rhodes (¿dónde?, en Memphis, tercera división)_y su corredor de habilidad hizo una carrera con el balón en una ocasión (58 veces en tres años) para la de Rutgers. Se llama Ray Montrose y hoy ha conseguido doscientas yardas y tres touchdowns, incluido el punto ganador del partido a un minuto del final.

Exacto, ni siquiera aquí, en Parma, Dockery consigue deshacerse de los fantasmas del pasado. Con una ventaja de 27 a 7 en la media parte, una vez más se las ha arreglado para arrancarle la derrota a la victoria. Sin embargo, para ser justos, él no ha tenido toda la culpa. En la primera jugada de la segunda parte, Trey Colby tomó altura para intentar atrapar un pase errado (menuda sorpresa) y aterrizó mal. Lo sacaron del campo con una fractura expuesta en la pierna izquierda. El equipo atacante hirvió de indignación y el señor Montrose empezó a campar a sus anchas por el campo. Los Warriors consiguieron un avance espectacular cuando el tiempo se agotaba y ganaron por 35 a 34.

Rick Dockery y sus Panthers han perdido los dos últimos partidos y, a falta de cinco encuentros, sus posibilidades de llegar a los playoffs parecen escasas. Se disputa una Super Bowl italiana en julio y es evidente que los Panthers creían que Dockery podía llevarlos a ella.

Deberían haberle preguntado a los seguidores de los Browns. Les habríamos dicho que se deshicieran de ese paquete y que se buscaran un quarterback de verdad, uno de una escuela universitaria. Y rápido, antes de que Dockery empiece a lanzar pases al otro equipo.

Nosotros sabemos lo que este pistolero es capaz de hacer. Pobres Panthers de Parma.