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– ¿Qué hora es?
Yashim abrió los ojos encontrando a Palieski encaramado a los pies de la cama, con los codos apoyados en las rodillas, mirándolo pacientemente a la cara.
– Pasada la medianoche. Marta se ha ido a dormir.
Yashim le brindó una débil sonrisa mientras una extraña ocurrencia pasaba por su cabeza. «Para Palieski, yo soy solamente medio hombre… pero el medio que le gusta. La mitad en la que puede confiar.» Y entonces decidió no contarle jamás a su amigo lo que había pasado entre él y Eugenia en la embajada rusa.
– Tengo que darte las gracias, Palieski, por salvarme la vida.
– Y yo a ti, viejo amigo mío, por permitir que me codeara durante una hora más o menos con el sultán. -Juntó las manos dando una palmada-. ¡Fue una fiesta magnífica!
Yashim lo miró como si no le entendiera. Palieski le contó lo del desafío de Derentsov y la conversación que había tenido con el sultán Mahmut II.
– Tengo la impresión, Yash, de que el sultán se ha pasado noches sin dormir por culpa de ese edicto suyo. Es consciente de que eso hará de él un hombre muy solitario. Un hombre marcado, si puedo decirlo así. Con eso se ganará un montón de enemigos.
Yashim asintió.
– Estoy empezando a pensar que el asesinato es lo de menos. Y esta noche, de no ser por ti, me habrían matado a mí también. He sido un estúpido.
– Estabas en un lugar público.
– Me olvidé de algo que había aprendido -dijo Yashim-. Trabajar alimentando los hornos de los baños era uno de los empleos que los jenízaros aceptaban si sobrevivían a la purga. Dime, ¿viste mi señal?
Palieski volvió a contar los motivos y las circunstancias que los habían llevado a él y al serasquier a las puertas de los baños.
– ¿El serasquier? -exclamó Yashim-. Si no hubiera estado medio muerto… Él es el hombre con el que necesito hablar. Debería ir a buscarlo.
Palieski levantó una mano.
– Marta me dejó unas instrucciones particulares, Yashim. Espera encontrarte aquí mañana por la mañana. Eres su paciente. ¿Quizás te gustaría tomar un poco de té? ¿O algo más fuerte?
Yashim cerró los ojos.
– He descubierto dónde va a aparecer el cuarto hombre.
Palieski le lanzó una ansiosa mirada.
– Bien, bien -murmuró, y estiró los músculos de su espalda-. Lo siento, Yashim, pero ¿sabes lo que pienso? Ninguno de nosotros somos actores en esta obra. Somos testigos, a lo sumo. Incluso tú. Es demasiado… -Buscó en su mente-. Me dijiste que tenías la impresión de que era como una fiesta preparada, una meze y un plato principal, recuerda. Bueno, creo que tenías razón. Somos invitados. Y en una peligrosa fiesta.
Se puso de pie cuidadosamente y se acercó a Yashim. Se agachó al lado de su almohada.
– No vas a encontrar a nadie vivo. Ninguno de los otros cadetes fue asesinado allí donde lo encontraste. No encontrarás a este cocinado ante tus ojos, tampoco. Aprovecha este respiro. Te puedes ir, si te sientes capaz, muy temprano por la mañana después de que Marta te haya visto otra vez.
Yashim se quedó mirando fijamente el techo. Era un consejo sensato. Había perdido el tiempo que le hacía falta y nada se lo devolvería. Deseaba tanto hacer lo que su amigo le sugería, dormir… y confiar en Eslek. Podría estar en la Kerkoporta al alba.
Era un consejo sensato, y dicho con buena intención. Pero en un aspecto particular, al menos, el embajador polaco no podía haber estado más equivocado.