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– Te vi llegar -explicó Murad Eslek. Había reconocido a Yashim inmediatamente y corrió a saludarlo antes de que desapareciera entre la multitud. Ahora que el día había roto, había un montón de personas arremolinándose en torno a los puestos, llenando sus cestas de productos frescos-. He estado mirando por ahí. Nada extraño. Algunos artistas que no conozco, eso es todo. Todo tranquilo, muy normal.
– ¿Y la torre?
– Sí, la comprobé. La puerta de la que me hablaste sigue con la cadena puesta. He estado allí durante una hora.
– Humm. Hay otra puerta, no obstante, a la que se llega por el otro lado. En un piso inferior. Mejor que le vaya a echar una ojeada. Tú quédate aquí y mantén los ojos bien abiertos, pero si no estoy de vuelta dentro de media hora, trae a algunos de tus muchachos y venid a buscarme.
– ¿Así de fácil? Espera un momento, haré que alguien vaya contigo.
– Sí -dijo Yashim-. ¿Por qué no?
Le llevó sólo unos minutos llegar hasta el parapeto. El mozo que Eslek había encontrado caminaba indiferentemente detrás de Yashim, pero éste se sentía contento de su presencia. El recuerdo de la oscura escalera que conducía a aquella vacía cámara aún le hacía temblar. Desenganchó la cadena, y una vez más aplicó su hombro contra la puerta.
El mozo protestó.
– Creo que no deberíamos entrar ahí. No está permitido.
– A mí, sí -dijo Yashim secamente-. Y tú vienes conmigo. Vamos.
Estaba oscuro esta vez, pero Yashim sabía adonde iba. En lo alto de la escalera se puso un dedo sobre los labios y empezó a bajar. La tekke estaba tal como la había dejado el día anterior. Probó la puerta; seguía cerrada. El mozo permanecía nervioso al pie de la escalera, mirando a su alrededor con aprensión. Yashim se acercó al cesto y abrió la tapa. La misma colección de platos y copas. Aún no había ningún cadete.
Yashim se enderezó.
– Venga, vamos a regresar -dijo.
El mozo no necesitó que se lo dijeran dos veces.