172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 108

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Capítulo 106

Yashim rodeó con sus dedos la tacita y miró con agradecimiento el negro líquido en su interior. Nada de especias, ni pizca de dulce. Al acercárselo a su nariz, una sombra se proyectó sobre la mesa y él levantó la mirada con sorpresa.

– Por favor -dijo, ofreciendo un taburete.

El maestro sopero colocó sus enormes manos encima de la mesa y desplomó su peso sobre el taburete. Sus ojos se pasearon por el café, observando a los demás clientes, las dos estufas, el brillante muro de cafeteras. Y olisqueó.

– El café huele bien.

– Es arábica recién hecho -replicó Yashim-. Compran los granos en verde y los tuestan cada mañana. Hay demasiada gente que compra la clase peruana, ¿no cree usted? Es barato, pero a mí siempre me sabe a rancio.

El maestro sopero asintió. Sin mover sus manos de la mesa, levantó los dedos e hizo un gesto solemne al propietario, que vino enseguida haciendo una inclinación.

– Café, muy dulce, con cardamomo y sin canela. -El dueño del café se dirigió a su estufa-. No me gusta la canela -añadió el maestro sopero.

Discutieron la cuestión cortésmente hasta que llegó el café. Yashim se sintió inclinado a reconocer con el maestro sopero que la canela en el pan era una abominación.

– ¿Y de dónde sacamos estas ideas? -Las cejas del maestro sopero se levantaban en un gesto de perplejidad-. ¿Y para qué?

Yashim se encogió de hombros y no dijo nada.

El maestro sopero dejó la taza sobre la mesa y se inclinó hacia delante.

– Se preguntará usted por qué estoy aquí. Anoche los vigilantes no comparecieron al trabajo. Es la primera vez. Pensé que podría usted estar interesado.

Yashim levantó la cabeza. Se estaba preguntando por qué había venido aquel hombretón. De qué manera su información podía ser importante. Dijo:

– Preferiría hablar del pasado. De hace veinte, veinticinco años. Los jenízaros armaban líos, ¿no? ¿Qué hacían exactamente?

El maestro sopero se acarició el bigote con los dedos.

– Incendios, amigo mío. -Yashim observó eso, pero no hizo ningún comentario-. Nosotros teníamos hombres en el cuerpo que podían manejar un incendio tan fácilmente como un gitano doma a un oso. He dicho nosotros… Quería decir, ellos. Yo no participaba. Pero es así como daban a conocer sus sentimientos.

– ¿Y dónde se producían los incendios, en su mayor parte?

El maestro sopero se encogió de hombros.

– En el puerto, en Gálata, aquí, por el Cuerno de Oro. ¿Qué quiere que le diga? A veces era como si la ciudad entera estuviera humeando, como si el fuego estuviera bajo tierra. Tenían sólo que levantar alguna cubierta en alguna parte y… ¡zas! Todo el mundo lo sentía. El peligro estaba en todas partes.

«Como ahora», pensó Yashim. La ciudad entera estaba al corriente de los asesinatos. Comprendían lo que estaba sucediendo. Había mucha tensión por la expectación. Quedaban sólo tres días antes de que el sultán proclamara su edicto.

– Gracias, maestro sopero. ¿Ha observado usted la dirección del viento hoy?

Los ojos del maestro sopero de repente se estrecharon.

– Viene del Mármara. El viento está soplando del oeste toda la semana.