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Un hombre con mugre hasta los codos y un delantal de cuero estaba trabajando en una linterna en la calle, ante su tienda. Con un par de tenazas daba forma a las láminas de estaño, juntándolas con una destreza que Yashim se limitó simplemente a admirar, hasta que el hombre levantó una mirada inquisitiva.
– Querría que me diera precio para algo un poco inusual -explicó Yashim-. Usted parece hacer objetos grandes.
El hombre lanzó un gruñido de asentimiento.
– ¿Qué es lo que quiere, effendi?
– Un caldero. Un caldero muy grande… tan alto como yo. ¿Puede usted hacerlo?
El hombre se enderezó y se pasó una mano por la nuca, con un ligero gesto de disgusto .
– Extraña época del año para un caldero tan grande -observó.
Los ojos de Yashim se abrieron de par en par.
– ¿Puede usted hacerlo? ¿Lo ha hecho ya alguna vez?
La respuesta del estañero lo cogió por sorpresa.
– Lo hago cada año, más o menos. Grandes calderos de estaño para el gremio de los vendedores de sopa. Los usan para la procesión de la ciudad.
¡Pues claro! ¿Por qué no había pensado en eso? Todos los años, cuando los hombres de los gremios salían a las calles en procesión hacia Aya Sofía, cada una de las corporaciones arrastraba un monstruoso vehículo cargado con los utensilios de su oficio. El gremio de barberos llevaba un enorme par de tijeras y ofrecía cortes de cabello gratis a la multitud. Los pescadores llevaban una carroza en forma de barco, y estaban de pie arrojando redes y halando las cuerdas. Los panaderos montaban un horno y daban panecillos calientes al pueblo. Y luego estaban los vendedores de sopa: llevaban enormes calderos negros de sopa caliente, que servían en cubiletes de arcilla y distribuían entre la multitud mientras avanzaban. Era una gran fiesta.
– Pero un caldero de estaño no soportaría tanto calor o peso -objetó Yashim.
El estañero se rió.
– ¡No son de verdad! Toda la carroza se hundiría si fueran reales. ¿Cree usted, effendi, que el barbero corta el pelo con ese gigantesco par de tijeras? Ponen una olla de sopa más pequeña dentro del caldero de estaño, y sólo lo fingen. Es para divertirse.
Yashim se sintió como un niño tonto.
– ¿Ha fabricado usted alguno de estos calderos recientemente? ¿Y fuera de la época?
– Hacemos calderos cuando el gremio los pide. El resto del año, bueno -se escupió en las manos y cogió las tenazas-, sólo hacemos faroles y cosas así. Los calderos quedan abollados y se parten, así que los hacemos nuevos en el momento adecuado. Si está usted buscando uno, yo hablaría con el gremio de soperos, si fuera usted. -Miró a Yashim y unas arrugas de diversión aparecieron en torno a sus ojos-. No será usted el mulá Nasreddin, ¿verdad?
– No, no soy el mulá -respondió Yashim, riendo.
– Parece como una broma, de todos modos. Si me perdona…