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En el otro extremo de la ciudad, Preen, la bailarina köçek, yacía acostada sobre el diván, contemplando fijamente la oscura ventana.
Una peluca de cabello auténtico, negra como el azabache, reforzada con crin de caballo, descansaba sobre una percha. Sus tarros de maquillaje, sus pinceles y pinzas permanecían sin usar sobre el tocador.
Preen intentó mover sus paralizados hombros. Los vendajes que el médico le había aplicado crujieron. Cuando se trataba de curar roturas y magulladuras, las chicas siempre acudían al veterinario. Éste tenía más práctica y experiencia en un mes que los matasanos corrientes en toda una vida, como Mina decía, porque los turcos cuidaban de sus caballos mejor que de sí mismos. Había examinado el retorcido hombro de Preen y diagnosticado un esguince.
– Nada roto, gracias a Dios -dijo-. Cuando mis pacientes se rompen algo, les disparamos un tiro.
Preen se había reído por primera vez desde que sufriera el ataque. La risa era la única medicina que el veterinario usaba, en cualquier caso. Le había curado el hombro y el cuello con un preparado de castaña dulce. Luego le aplicó los vendajes y cubrió el resultado con goma caliente.
– Es asqueroso -observó-. Pero evita que los dobleces se aflojen y se separen. ¿Quién sabe si es, o no, médicamente necesario? Pero soy demasiado viejo para cambiar mis prescripciones.
La goma se había cuajado y secado, y crujía siempre que Preen movía el hombro. Pero, al menos ahora, podía hacer funcionar sus dedos: dos días atrás estaban hinchados e inmóviles. Mina había venido para ayudarla a comer, trayéndole en un bol de barro la sopa de callos que a ella tanto le gustaba. Aparte del veterinario y de su amiga Mina, Preen no tenía visitas: había decidido incluso mantener apartado a Yashim, si es que a éste se le ocurría venir. Sin su maquillaje, estaba segura de que debía de parecer un espantajo.
Tenía un aspecto diferente, sin duda. Su propio cabello lo llevaba tan corto que parecía un suave vello, y su piel estaba muy pálida; sin embargo, Mina podía ver en la forma de su cabeza y cara de alargados pómulos más de un rastro del muchacho que fuera antaño, apasionado y frágil al mismo tiempo. Con sus grandes cejas castañas, le había suplicado a Mina que se quedara por la noche, y Mina se había acurrucado al lado de su amiga y vigilado su sueño.
La tercera mañana, Preen había tenido que decirle a su patrona que no tenía ninguna intención de pagar nada extra por su supuesta invitada. La conversación tuvo lugar a través de la puerta, porque Preen le rehusó la entrada a la vieja.
– Entonces quizás debería descontar el alquiler cuando no estoy en casa por la noche, ¿no es verdad? -gritó-. Es culpa suya, de todos modos, que deba tener una enfermera. ¡Confiaba en que usted vigilaría a la gente que iba y venía! ¡Y dejó entrar a un asesino!
Se produjo un silencio ultrajado, y Preen sonrió. Nada podía resultar más mortificante para la patrona que ser acusada de descuido. Era como dudar de su fe.
Eso había ocurrido más temprano. Ahora, Mina acababa de llegar con pan y sopa para su cena.
Ayudó a Preen a incorporarse en el diván y le tendió el bol.
– Te estás perdiendo un montón de excitación, querida -dijo, sentándose en el borde del diván-. Una verdadera invasión de guapos jóvenes.
Y arqueó las cejas.
– ¡Hombres con pantalones ajustados! La Nueva Guardia.
Preen miró al techo.
– ¿Haciendo qué, exactamente?
– Eso fue lo que les pregunté. Ocupando posiciones, dijeron. Bueno, no pude resistirlo, ¿verdad? Les dije que yo podía mostrarles algunas que ellos ni siquiera habían imaginado.
Ambas rieron.
– Pero ¿qué significa eso? -preguntó Preen.
– Es para protección, aparentemente. Todo ese complot y esas muertes están llegando a un punto decisivo. Oh, Preen, lo siento… Te has quedado blanca como el papel. No tenía intención… quiero decir, estoy segura de que no es nada que tenga que ver con lo que te pasó el otro día. Oye, ¿por qué no le preguntas a tu amigo?
– ¿Quién, Yashim?
– Así es, querida, Yashim. Vamos, tómate la sopa y arréglate. Te ayudaré. Puedes andar, ¿no? Conseguiremos una silla e iremos a buscarlo ahora mismo.
La verdad, por supuesto, era que Mina empezaba a aburrirse un poquito de sus deberes de enfermera. Le apetecía una salida, especialmente en un momento en que estaba ocurriendo algo excitante en el exterior. De manera que se mostró de lo más persuasiva y rechazó todas las dudas de Preen.
– Es sólo que… no me siento segura -admitió Preen.
– Tonterías, querida. Yo estaré contigo, y encontraremos a nuestro amigo. Quizás sea divertido, ¿quién sabe? Estarás perfectamente a salvo ahí fuera. Tan a salvo como quedándote aquí. Más segura, incluso.
Más tarde, Preen iba a recordar esa frase.