172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 117

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Capítulo 116

Yashim, por su parte, estaba ya tratando con su segundo visitante de la noche.

Palieski había subido por la escalera oliendo el aroma en el rellano de Yashim, pero, por una vez, sufrió una decepción. Había un débil perfume de cebollas, supuso, y quizás de zanahoria hervida, pero aquellas insustanciales pistas no consiguieron darle la clave. Podía tratarse de cualquier receta. Entonces descubrió el calzado, un par de robustas sandalias de cuero.

Llamó a la puerta.

Se produjo un ligero retraso, y la puerta se abrió unos centímetros.

– Gracias a Dios que eres tú -dijo Yashim, abriendo del todo la puerta y acompañando a Palieski adentro.

Palieski dejó caer casi su maletín por la sorpresa. Yashim sostenía un gran cuchillo de cocina, cosa que en principio no tenía importancia. Lo que sí le llamó la atención fue el cuerpo de un hombre enorme, boca abajo sobre la alfombra, en gran parte envuelto en una sábana anudada.

– Tengo que hacer alguna cosa con este maníaco -dijo Yashim-. Le he atado las muñecas con la esquina de una sábana, pero ahora no se me ocurre nada más.

Palieski parpadeó. Miró a Yashim y de nuevo al cuerpo del suelo. Se dio cuenta de que el hombre respiraba con dificultad.

– Quizás lo que necesitas -dijo tranquilamente, hurgando en su cintura- es esto.

Y le tendió una larga cuerda hecha de hebra de oro y seda.

– Iba con mis galas sármatas, debería decir.

Juntos, ataron fuertemente las muñecas del hombre a su espalda. Yashim le envolvió las piernas con la sábana: el hombre se mostraba tan dócil que a Palieski le resultó difícil creer lo que Yashim le estaba contando.

– ¿Un luchador? -Entonces murmuró la palabra-: ¿Jenízaro?

– No te preocupes, no puede oírte, el pobre cabrón. No, no es un jenízaro. Es más extraño que eso. Y peor de lo que pensaba. Mira, tengo que llegar a palacio inmediatamente. No sé qué podría haber hecho con este tipo si tú no hubieras venido. ¿Te quedarás? ¿No le quitarás ojo de encima? Pínchalo si intenta moverse.

Palieski lo estaba mirando con horror.

– Por el amor de Dios, Yash. ¿No podemos llevarlo a la guardia?

– No hay tiempo. Dame una hora. Hay pan y aceitunas. Puedes dejarlo solo después de ese tiempo. Si se libera, así sea… aunque podrías tratar de golpearlo en la cabeza con un cazo. Por mí.

– De acuerdo, de acuerdo, me quedaré -gruñó Palieski-. Pero no he venido para eso, lo sabes muy bien. Primera noche, conversación íntima con el sultán. Noche siguiente, tranquila velada con los amigos. Tercera noche, silenciosa vigilancia de un asesino de ciento veinte kilos, sordomudo. Creo que tomaré una copa -añadió, acercando su maletín un poco.

Pero Yashim casi no escuchaba.

– Te debo dos -dijo por encima del hombro, mientras franqueaba el tramo superior de la escalera de un solo salto.