172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 118

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Capítulo 117

Kara Davut estaba siempre muy frecuentada los viernes por la noche. Los tenderos y dueños de los cafés instalaban faroles sobre sus portales y, al salir de la mezquita, las familias paseaban por la calle, deteniéndose para tomar un sorbete o un helado o haciendo cola para comprar comida caliente. Los niños jugaban a perseguirse entre la multitud, gritando y riendo, y sólo de vez en cuando eran llamados al orden por sus indulgentes padres. Los jóvenes se reunían en torno a las mesas de los bares, al menos aquellos que podían permitirse pagar un café, y los otros se apoyaban en el codo, charlando y tratando de captar una mirada de las muchachas, decorosamente envueltas en un chador o un yashmak, y que se paseaban acompañadas de sus padres, pero todo el tiempo emitiendo señales con sus andares y con el movimiento de cabezas y manos.

Yashim no creía que fuera cosa de su imaginación el hecho de que la atmósfera de esta noche pareciera diferente. La calle estaba llena como siempre, más atestada que de costumbre, pero los niños parecían más tranquilos, como si estuvieran jugando con menos libertad, y los grupos de jóvenes de los cafés daban la impresión de ser más nutridos y estar más contenidos que por lo general.

Esta impresión de expectativas contenidas no se había evaporado cuando Yashim se dirigió apresuradamente a la plaza. No había conseguido encontrar una silla de manos y supuso que los porteadores iban a contribuir al levantamiento. Si bien no eran ex jenízaros, sí eran al menos una cuadrilla violenta, el tipo de hombres bien dispuestos a engrosar una turba o a prestar servicio a la chusma si olfateaban una oportunidad.

A medida que medio caminaba, medio trotaba, a través de las calles y callejones, Yashim se sorprendió de no tropezarse con soldados en su camino, con ninguno de los pequeños pelotones que el serasquier había dicho que apostaría en la esquina de cada calle. ¿Cuánto tardarían?

Tuvo una especie de respuesta cuando salió del laberinto de calles existente detrás de Aya Sofía, saliendo al terreno abierto que había entre la mezquita y los muros del serrallo. Un par de guardias uniformados corrieron hacia él, gritando. Detrás de ellos, Yashim pudo ver que todo el espacio estaba ocupado por soldados, algunos a caballo, varios pelotones en lo que parecía una formación, y otros simplemente sentados tranquilamente sobre el terreno con las piernas cruzadas, esperando órdenes. Más allá de toda esta soldadesca, le pareció a Yashim que podía distinguir las siluetas de cañones y morteros en posición.

«Esto tiene el aspecto de un completo desastre», pensó contrariado… Opinión ésta que se vio confirmada al instante, cuando los dos soldados llegaron corriendo para cerrarle el camino.

– ¡Esta calle está cerrada! ¡Tiene que volver!

Tenían los fusiles terciados sobre el pecho.

– Tengo un asunto urgente en palacio -repuso Yashim-. Dejadme pasar.

– Lo siento. Éstas son nuestras órdenes. Nadie debe pasar por aquí.

– El serasquier. ¿Dónde está?

El soldado que se encontraba más cerca parecía preocupado.

– No sabría decirlo. De todas maneras, está ocupado.

El segundo soldado frunció el ceño.

– ¿Quién es usted?

Yashim vio su oportunidad. Apuntó con un dedo.

– No. ¿Quiénes sois vosotros? Quiero vuestro rango y vuestro número. -Era una frase que había oído anteriormente. No sabía mucho sobre organización militar, pero confiaba en que sonara más autoritario de lo que él creía en su interior-. El serasquier se va a enfadar mucho si se entera de esto. Tú primero.

Los soldados se miraron.

– Bueno, no sé -murmuró uno de ellos.

– Tú sabes quién soy -afirmó Yashim. Dudaba de eso, mucho, pero había un punto de irritación en su voz que no era fingido-. Yashim Togalu. El oficial de inteligencia superior del serasquier. Mi misión es urgente.

Los hombres arrastraron los pies.

– O me lleváis a la puerta imperial ahora mismo, o hablaré con vuestro oficial.

Uno de los soldados echó una mirada a su alrededor. La puerta imperial se alzaba negra y sólida en la oscuridad a sólo un centenar de metros de distancia. El serasquier… podía estar en cualquier parte.

– Pase, entonces -dijo el soldado rápidamente, con una sacudida de su cabeza.

Yashim pasó por delante de ellos.

Después de que se hubo ido, uno de los hombres dejó escapar un suspiro de alivio.

– Al menos no le hemos dado nuestros números de identificación.