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Cuando llegaban a la Puerta Ortakapi, Yashim aminoró el paso.
– Ibou -dijo en voz baja-, aquí es hasta donde yo puedo llegar. Mi presencia sería contraproducente. Tú debes decirles que el Kislar Agha está muerto, y que el palacio está tranquilo. Sólo eso. ¿Comprendes?
Ibou le agarró del brazo.
– ¿Estará usted aquí?
Yashim vaciló.
– Tengo que encontrar al serasquier -dijo-. Aquí no hay peligro para ti. Esperan al mensajero. ¡Ahora, vamos!
Dio un golpecito a Ibou en el hombro, y observó cómo el joven cruzaba la puerta y se dirigía al grupo de hombres situados bajo las sombras más oscuras de los plátanos. Vio que los hombres se agitaban y volvían y, seguro de que Ibou retenía la atención del grupo, se deslizó a través de la puerta y se dirigió hacia el primer patio, pegándose a las sombras.