172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 127

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Capítulo 126

El serasquier golpeó con su pie sobre el inclinado tejado.

– ¿Sabe usted qué es esto? ¿Ve dónde estamos?

Yashim lo miró fijamente.

– Por supuesto que lo sabe -prosiguió el serasquier-. El tejado de la Gran Mezquita. ¿Ve usted la cúpula, encima de su cabeza? Los griegos la llamaron Aya Sofía, la Iglesia de la Sagrada Sabiduría. Sesenta y tres metros de altura. Volumen interior: tres millones largos de metros cúbicos. ¿Sabe usted lo vieja que es?

– Fue construida antes de la época del Profeta -dijo Yashim con cautela.

– ¿Increíble, no? -El serasquier soltó una risita ahogada. Parecía estar del mejor de los humores-. Y se tardó sólo cinco años en construirla. ¿Puede usted imaginar el esfuerzo que debió requerir? ¿O lo que podríamos hacer con tanta energía hoy, aplicada a algo que realmente mereciera la pena?

Volvió a reír y golpeó el suelo con el pie.

– ¿Cómo algo tan antiguo puede durar tanto tiempo? Bueno, yo se lo diré. Es porque nadie, ni siquiera el mismísimo conquistador Mehmet, tuvo la inteligencia o el valor para derribarlo. ¿Lo sorprendo?

Yashim frunció el ceño.

– No del todo -replicó con calma.

El serasquier levantó la mirada.

– Miles de láminas de plomo -dijo-. Hectáreas y hectáreas. Y las columnas. Y la cúpula. ¡Imagíneselo, Yashim! Ha estado pesando sobre todos nosotros durante mil cuatrocientos años. No podemos siquiera ver más allá de ella, o alrededor de ella. No podemos imaginar un mundo sin ella. ¿Podemos? ¿Sabe usted?, es como un hedor, del que nadie se da cuenta de él hasta al cabo de un rato. Ni siquiera cuando los está envenenando. -Se inclinó hacia delante. El arma, observó Yashim, seguía en su mano-. Y nos está envenenando. Todo esto. -Hizo un gesto con la mano-. Año tras año, el hábito sumándose al prejuicio, y la ignorancia acrecentando la codicia. Vamos, Yashim, usted lo sabe tan bien como yo. Nos asfixia, ¿no es verdad? ¡La tradición! Eso es sólo mugre que se acumula. ¡Vaya, incluso le quitó a usted sus pelotas!

Yashim ya no podía ver la cara del serasquier contra la luz de los incendios a su espalda, pero le oyó reír disimuladamente de su propia mofa.

– Acabo de venir de palacio -dijo Yashim-. El sultán está a salvo. Hubo una intentona de golpe de Estado…

– ¿Un golpe de Estado? -El serasquier se pasó la lengua por los labios.

– Sí. Los eunucos del palacio, guiados por el Kislar Agha. Se disponían a hacer retroceder el reloj. Reinstaurar a los jenízaros. Estaba todo en aquel poema karagozi… ¿recuerda?

El serasquier resopló.

– Vamos, Yashim, esto no es importante. Ya lo sabe usted, ¿no? Eunucos, sultanes. El sultán está acabado. ¿Y el edicto? ¿Cree usted realmente que el edicto iba a aportar algo? ¿Le vio usted hoy, no, al viejo borracho? ¿Qué le hace pensar que alguno de ellos puede hacer algo? Ellos son ya la mitad del problema. El edicto es sólo otro trozo de papel sin valor. Igualdad, bla, bla, bla. Existe sólo una igualdad bajo estos cielos, y es cuando está usted en el frente, hombro con hombro con los hombres que se encuentran a su lado, recibiendo órdenes. Podríamos haber deducido eso hace años, pero perdimos el rumbo.

– ¿Los jenízaros?

El serasquier soltó un gruñido a modo de burla.

– Los jenízaros… y sus amigos rusos. Algunos de ellos, tengo entendido, estaban viviendo en territorio ruso. Y los rebeldes querían la ayuda rusa.

– ¿Quién lo advertía? -preguntó Yashim-. ¿No fue Derentsov?

El serasquier soltó una risita.

– Derentsov no necesitaba dinero. Fue su amigo del coche. El de la cicatriz.

Yashim frunció el ceño.

– ¿Potemkin… lo mantenía informado?

– Potemkin me informaba, inicialmente. Pero era demasiado caro. Y demasiado peligroso.

Yashim contempló al serasquier en silencio.

– De manera que encontró usted a alguien más que lo tuviera al corriente sobre el complot jenízaro. Alguien seguro, que pasara bastante inadvertido.

– Eso es. Alguien barato y de poca importancia. -El serasquier sonrió y abrió teatralmente los ojos-. Lo encontré a usted.

– Y yo lo informé de la hora de la rebelión.

– Oh, más, mucho más. Mantuvo usted vivo el complot, ¿no? Ayudó a crear la atmósfera que yo necesitaba. Allí hay una ciudad presa del pánico. Están ya derrotados. Los jenízaros. El pueblo. Y ahora el palacio, también.

Se pasó la mano en círculos por el pecho en gesto de deleite.

– Para usted, me temo, tengo dispuesta una elección entre la vida y la muerte. O, tal vez debería decir, entre la devoción al Estado y… bueno, un romántico apego a un conjunto de tradiciones. -Hizo una pausa-. ¿A favor del imperio? Bien, la elección está hecha. O lo estará dentro de… -sacó una brillante esfera de reloj de su bolsillo- aproximadamente dieciocho minutos. La elección entre todo esto, este peso e historia y tradición, este gran peso que se sienta sobre nosotros como la cúpula de la basílica de Justiniano… y el volver a empezar.

– Pero la gente… -comenzó a interrumpir Yashim.

– Oh, la gente. -El serasquier volvió ligeramente la cabeza, como si fuera a escupir-. El mundo está lleno de gente.

«Estarnos bien situados, aquí, ¿no es verdad? -prosiguió el serasquier-. Para ver cómo se quema palacio. Y, con el alba, una nueva era. Eficiente. Limpia. La casa de Osmán nos fue útil en su época. ¿Una reforma? ¿Un edicto? Agua de borrajas. El sistema es demasiado estúpido y tambaleante para reformarse por sí solo. Necesitamos empezar de nuevo. Barrer todas estas sandeces, todos estos bombachos, sultanes, eunucos, murmullos en la oscuridad. Hemos sufrido bajo una autocracia que ni siquiera tiene el poder de hacer lo que quiere. Este imperio necesita un gobierno firme. Necesita ser dirigido por personas que sepan ejercer el mando. Piense en Rusia.

– ¿Rusia?

– Rusia es inexpugnable. Sin el zar, podría derrotar el mundo. Sin todos esos príncipes y aristócratas y cortes. Imagine: gobernada por expertos, ingenieros, soldados. Eso va a ocurrir… pero no en Rusia. Aquí. Necesitamos el sistema ruso… el control del trabajo. El control de la información. Ésa es un área para usted, si le gusta. He dicho que es usted bueno. El Estado moderno necesita ojos y oídos. Nosotros los necesitaremos mañana, cuando amanezca el día primero en la República otomana.

Yashim lo miró con fijeza. Tenía una repentina visión del serasquier desde que se habían conocido, reclinándose tan torpemente en su diván con pantalones y una casaca, reticente a sentarse a la mesa dando la espalda a la habitación. Un elegante caballero occidental… ¿De eso trataba todo aquello?

– ¿República?

Repitió la poca familiar palabra pronunciada. Pensó en el sultán y en la Valide, y en todas aquellas mujeres de la corte. Y se acordó del fanático brillo que resplandecía en los ojos de los eunucos sublevados, y de la inesperada muerte de su jefe. El serasquier había sabido que se congregarían. Y él, el propio Yashim, había convencido al sultán de que dejara entrar la artillería en la ciudad.

– Eso es -dijo el serasquier secamente-. Hemos visto a aquellos viejos y débiles estúpidos por última vez. ¡Diciendo tonterías sobre la tradición! Dando vueltas en torno a su propio nido, como estúpidas gallinas. Desafiando la historia. -Se irguió y añadió-: Considere esto como… cirugía. Duele, por supuesto. El bisturí del cirujano es despiadado, pero ataja la enfermedad.

Yashim sintió que su corazón se iba tranquilizando. Con ello, se aclaraba su mente. El serasquier seguía hablando.

– Para el paciente, la agonía trae alivio -estaba diciendo-. Podemos ser modernos, Yashim: debemos ser modernos. Pero ¿cree usted realmente que la modernidad es algo que se puede comprar? La modernidad no es un bien de consumo. Es un estado de la mente.

Algo se agitó en la memoria de Yashim. Se aferró a ello, una apariencia esquiva, una forma de las palabras que había oído anteriormente. El hombre seguía hablando y sintió que el recuerdo se escapaba.

– Es una restructuración del poder. El viejo ha desaparecido. Nosotros tenemos que pensar en el nuevo.

– ¿Nosotros?

– Las clases dirigentes. La gente instruida. Personas como usted y yo.

«Nadie -pensó Yashim- es como yo.»

– La gente necesita ser dirigida. Eso no ha cambiado. Lo que cambia es la forma en que van a ser conducidos.

«Ninguno de nosotros somos iguales. Yo no soy igual a nadie.»

«Yo permaneceré libre.»