172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 129

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Capítulo 128

– Necesito un acompañante, Palieski -estaba explicando Yashim-.Ya sabes, alguien que esté en buenas relaciones con el sultán. Él esperaría eso. Y vosotros dos sois muy amigotes, ¿no?

Era un sábado por la mañana. La lluvia que azotaba las ventanas de Yashim había estado cayendo sin cesar desde el alba, para alegría de la Nueva Guardia por extinguir los incendios de la ciudad. Con las brechas que sus cañones habían abierto durante la noche, el fuego había sido contenido en la zona portuaria, y aunque se decía que el daño había sido grave, no se acercaba a la magnitud del de 1807 o 1817, o de casi una docena de grandes incendios que habían estallado en aquel distrito durante el siglo anterior. Y el puerto, al fin y al cabo, no era el barrio más preciado de Estambul.

Palieski se tocó el bigote para disimular una sonrisa.

– Amigotes es la palabra adecuada, Yashim. Tengo muchas ganas de ofrecer al sultán una cosita que llegó para mí esta mañana, salvada por la providencia del incendio.

– Ah, la providencia.

– Sí. Dio la casualidad de que observé que las existencias estaban más bien bajando el jueves pasado, así que pedí que otro par de cajas salieran de la aduana inmediatamente. ¿Qué piensas?

– Sí, pienso que el sultán apreciará el gesto. No es que él lo beba, por supuesto.

– Por supuesto que no. No tiene burbujas, en primer lugar.

Se sonrieron.

– Siento lo del criminal de la noche pasada -dijo Palieski.

Yashim bostezó, moviendo negativamente la cabeza.

– No sé con qué lo golpeaste. Estaba suave como un cordero cuando volví. Preen y su amiga estaban de palique con él, no lo creerás. No es que él dijera mucho, naturalmente, pero parecía estar disfrutando de su compañía. Preen dijo que podía llevarle a un médico. Creo que lo que dijo fue un veterinario, pero ahí lo tienes. Parecía muy agradecido cuando se lo expliqué.

– ¿A base de gestos?

– De signos. Es un lenguaje que aprendí cuando estaba en la corte.

– Ya veo. -Palieski frunció el ceño-. Yo no lo golpeé, lo sabes.

– Lo sé. Me alegro. ¿Me llamarás?