172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 130

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Capítulo 129

Yashim durmió profundamente hasta la una, luego siguió durmiendo durante otra hora, deslizándose en, y saliendo de, unos sueños donde oía solamente voces que le hablaban en tonos que conocía y lenguas que no comprendía. En una ocasión vio al serasquier, hablando un perfecto francés con un ligero acento criollo, e hizo un esfuerzo por despertarse. ¿Era un sueño que el serasquier le hubiera hablado en el lenguaje de sus sueños? Un estado de la mente. La frase daba vueltas en su cabeza, y se incorporó, sintiéndose mareado.

Se levantó, dejando su capa sobre el diván. La habitación estaba caliente, la estufa estaba encendida: su patraña debía de haber entrado silenciosamente a encenderla mientras estaba dormido. Cogió la tetera y la puso a calentar. Tomó tres pellizcos de té negro y los dejó caer dentro. Encontró una sartén junto a la estufa con un poco de manti en su interior. Preen debía de haberse guisado la cena y comido con su amiga; y el sordomudo, también, quizás. Habían dejado algo para él.

La puso también sobre la estufa y observó cómo se fundía la mantequilla, después agitó la manti con una cuchara de madera. Pensó en hacer salsa de tomate y luego decidió que la manti ya estaba lista y que él tenía demasiada hambre, de modo que simplemente la vertió en el plato y molió unos pocos granos de pimienta negra sobre ella.

No era excelente, tenía que admitirlo; ligeramente dura por los bordes, en realidad, pero maravillosamente buena. Sirvió el té y se lo bebió con azúcar, y se fumó un cigarrillo echándose para atrás en el diván mientras observaba las gotas de lluvia que brillaban en la celosía: había dejado de llover y un débil sol invernal estaba efectuando su última aparición antes de desvanecerse en la noche.

Palieski casi había tenido razón, pensó. Una fiesta peligrosa: siempre un invitado, nunca un protagonista. Obligado a estar en segundo plano, confuso e inerme, mientras la antigua y gran batalla se desencadenaba, una batalla que nunca se ganaría entre lo antiguo y lo nuevo, la reacción y la renovación, la memoria y la esperanza. Llegando demasiado tarde, cuando la manti de la noche anterior estaba ya endureciéndose por los bordes. Hasta que habló con el cabo de artillería, el cual hizo girar los cañones a tiempo.

Al cabo de un rato empezó a mirar alrededor de la habitación, sin moverse pero desplazando su mirada de un objeto al siguiente hasta ver lo que deseaba. Alargó el brazo y lo cogió, medio sonriendo: una pequeña daga de esmalte sin pomo, sólo su hermosamente esmaltado puño y vaina formando un único creciente, estrechándose hasta una fina punta. Sacó a medias la daga y admiró el brillo de su perfecto acero, luego la metió de nuevo, oyendo el pequeño clic cuando volvía a encajarse en la vaina.

Acero de Damasco, forjado en frío, el producto de una experiencia de mil años… y cuanto mejor trabajado estaba, menos se notaba el trabajo. No era así como se realizaban tales cosas hoy. Se preguntó si ella conocería la diferencia; no es que importara. Era una cosa hermosa y satisfactoria. Peligrosa, pero protectora también.

Quizás ella la miraría de vez en cuando, y allá en su blanco, norteño, mundo de hielo le traería algún recuerdo que la haría sonreír.

Durante varios minutos sopesó la daga en su palma, pensando en ello; y entonces frunció el ceño y la dejó a un lado suavemente; luego se levantó y se lavó en la palangana lo mejor que pudo.