172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 131

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Capítulo 130

– Tenemos órdenes de no admitir a nadie hasta que los disturbios hayan cesado -entonó el mayordomo, bloqueando con su ancho cuerpo la puerta de la embajada.

– Ya no hay disturbios -dijo Yashim.

El mayordomo simplemente apretó los labios. Yashim suspiró y alargó un paquetito.

– ¿Querría usted hacer llegar esto a Su Excelencia la Princesa?

El mayordomo bajó la mirada y aspiró por la nariz.

– ¿Y de quién diré que procede?

– Oh… diga sólo de un turco.

– ¡Yashim!

Eugenia estaba bajando lentamente por la escalera, una mano flotando junto a la barandilla y la otra en su mejilla.

– ¡Entra!

El mayordomo se apartó y Eugenia cogió las manos de Yashim entre las suyas y lo acompañó al sofá. El mayordomo revoloteaba sobre ella.

– Todo está bien -dijo Eugenia-. Somos amigos.

– De parte del caballero, Alteza.

El mayordomo le tendió el paquete de Yashim y retrocedió.

– Té para nuestro visitante, por favor -dijo Eugenia.

Cuando el mayordomo se hubo ido, ella dejó caer el paquete en su regazo, volvió a coger las manos de Yashim y lo miró fijamente a los ojos.

– Me parece… que nos vamos a casa. -Esbozó una repentina sonrisa y le apretó las manos-. Derentsov, mi marido, está furioso. Y asustado. Cree que lo han traicionado.

Yashim asintió lentamente.

– Tú sabes quién fue, ¿no es verdad? -Eugenia echó la cabeza hacia atrás y lo estudió con una lenta sonrisa-. Todos piensan que tú no tienes importancia. Pero eres inteligente.

Eugenia vio que él apartaba la mirada.

– ¿Quieres saberlo? -preguntó él, suavemente.

Ella movió la cabeza en un gesto negativo.

– Lo estropearía todo. Tengo un deber con mi marido, y hay algunos secretos que no puedo guardar. Estaba delirando esta mañana, diciendo que lo habían puesto en una situación comprometida. No tiene otra solución que dimitir. Está decidido a que regresemos a San Petersburgo, y a enfrentarse al zar.

– Y a los bailes, las cenas y a las damas con sus abanicos. Lo sé.

– Será duro.

– Pero tienes un deber con tu marido.

Ambos se rieron.

– ¿Qué es esto? -dijo ella, sopesando el paquete que tenía en la mano.

– Ábrelo, y mira.

Así lo hizo, y observó cómo él le mostraba el pequeño cierre que deslizaba la daga de su vaina.

– Me recuerda algo -dijo ella maliciosamente-. Y a alguien.

Sus ojos se encontraron y la mirada maliciosa desapareció.

– No creo que…

– ¿Nos volvamos a ver? No. Pero… siempre soñaré. Contigo.

– Si les contara a las damas de San Petersburgo… -No digas una palabra.

Eugenia movió negativamente su adorable cabeza. -No lo haré -dijo-. Nunca lo haría. Se inclinó hacia delante, torciendo la cabeza ligeramente a un lado de forma que un mechón de su negro cabello quedó balanceando. -Bésame -dijo ella. Y se besaron.

Ruso o no ruso, un mayordomo es un mayordomo. Es impasible. Es discreto.

Yashim se había ido ya antes de que él sirviera el té.