172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 15

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Capítulo 13

Mustafá el Albanés olió con sospecha el bol de callos. Le constaba que en algunos sectores de la ciudad habían adoptado doctrinas heréticas. Día a día, de eso estaba seguro, habían ido extendiendo sus peligrosas influencias sobre los miembros más débiles, más impresionables de la sociedad. Jóvenes, gente de fuera de la ciudad, incluso estudiantes de las madrasas, que deberían guardarse muy mucho, encontraban muy fácil sucumbir a los sutiles halagos de esos picaros. Algunos de ellos, Mustafá lo sabía, abusaban de la confianza que se deposita habitualmente en las autoridades. Otros -¿y quién podría decir que no eran alentados por ese funesto ejemplo?- no reconocían ninguna autoridad. Bien, pensó con expresión ceñuda, él estaba allí para poner fin a eso.

Volvió a oler. El color era el correcto: no había ningún signo evidente de innovación. Mustafá pertenecía a la escuela que seguía las máximas del Profeta, la paz sea con él. En el cambio hay innovación, la innovación conduce a la herejía, la herejía al fuego del infierno. La idea de que una buena sopa de callos necesitaba la adición de una pizca de coriandro molido era el tipo de innovación que, si no se le ponía coto, poco a poco socavaría a todo el gremio y destruiría su capacidad de servir a la ciudad como es debido. No había ninguna diferencia en que los herejes cobraran un extra por la especia o no. La confusión habría penetrado en la mente de los hombres. Donde había una debilidad de la cual aprovecharse, había un aliento para la codicia.

Mustafá volvió a oler. Levantando la cuchara de asta que colgaba en torno a su cuello como símbolo de su oficio, la hundió en el cuenco y removió el contenido. Callos. Cebollas. Regularmente cortados, ligeramente caramelizados. Hundió la cuchara hasta el fondo del bol y la examinó cuidadosamente a la luz en busca de motas o impurezas. Satisfecho, se llevó la cuchara a la boca y sorbió ruidosamente. Sopa de callos. Hizo un chasquido con los labios; sus temores se habían disipado. Fueran cuales fueran los secretos que este joven aprendiz mantenía en la parte más recóndita de su corazón, podía crear el artículo apropiado bajo demanda.

Dos ansiosos pares de ojos siguieron la cuchara hasta los labios del maestro del gremio. Vieron entrar la sopa. Oyeron cómo la sopa fluía por el paladar de Mustafá. Observaron inquietos mientras éste mantenía su mano cerca de su oreja. Y luego vieron, encantados, cómo él sonrió brevemente. Aprendizaje cumplido. Un nuevo maestro soupier había nacido.

– Es bueno. No pierdas de vista las cebollas: nunca las uses demasiado grandes. El tamaño de tu puño es el adecuado, o más pequeñas. -Exhibió su propia e inmensa zarpa y enrolló los dedos-. ¡Demasiado grande! -Sacudió el puño y sonrió.

El aprendiz se río con disimulo.

Hablaron sobre la admisión formal del aprendiz en el gremio, sus perspectivas, la importancia de sus ahorros y la probabilidad de que encontrara una vacante dentro de los próximos años. Mustafá sabía que éste era el momento más peligroso. Los soperos novatos siempre querían empezar inmediatamente, fueran cuales fuesen las circunstancias. Hacía falta paciencia y humildad para seguir trabajando para un viejo maestro mientras esperas a que una tienda quede libre.

Paciencia, sí. La impaciencia conducía al coriandro y al fuego del infierno. Mustafá se tiró del bigote y miró al joven entrecerrando los ojos. ¿Tenía paciencia? En cuanto a sí mismo, pensó Mustafá, la paciencia era su segunda piel. ¿Cómo podría haber vivido su vida y no haber adquirido paciencia más que suficiente para su redención?