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– ¡Tienes que hacer que vuelva Yashim! -La Valide hizo con el dedo un gesto de advertencia-. Podrían asesinarnos a todos en la cama.
El sultán Mahmut II, Señor de los Horizontes, Amo del mar Negro y del Blanco, levantó las manos y miró al techo. Difícilmente podía concebirse, pensó, que trescientas mujeres sanas y fuertes -y en esta suma incluía a su madre, por supuesto- pudieran ser realmente asesinadas, una a una, en el sanctasanctórum del poder imperial.
Con todo, se permitió jugar con la idea. Conservaría a la deliciosa Fátima a su lado en todo momento y al final, a través de un simple proceso de eliminación, ambos sabrían quién era la asesina. Entonces él y Fátima saltarían por encima de las estranguladas bellezas y acabarían con ella. Él anunciaría que estaba demasiado conmocionado por la experiencia para tomar más esposas; sería injusto para ellas, él era demasiado viejo. Se casaría con Fátima, y ésta le frotaría los pies.
– Valide -dijo cortésmente-, tú sabes tan bien como yo que estas cosas ocurren. Probablemente hay una explicación.
Quería señalar que ésta sería casi con toda seguridad una explicación muy banal, pero comprendió que su madre se sentiría contrariada por la insinuación. Aquél era su reino, compartido por el Kislar Agha, el eunuco negro en jefe, y todo lo que ocurría en él tenía que ser serio.
– Mahmut -dijo Valide abruptamente-, se me ocurre una buenísima explicación. La asesina te quiere a ti.
– ¿A mí? -dijo el sultán frunciendo el ceño.
– No en la cama, tonto. Quiere matarte.
– Ajá. Estaba oscuro, y ella confundió a alguna ambarina hurí con su sultán y la estranguló antes de darse cuenta de su error.
– Por supuesto que no.
– Pues ¿para qué sirvió esa chica, entonces? ¿Para prácticas de estrangulamiento?
La Valide levantó la cabeza.
– Tal vez -admitió-. Supongo que eso podría exigir cierta práctica. No creo que muchas de las chicas hayan hecho muchos ejercicios de estrangulamiento antes de venir.
Dio unos golpecitos al cojín que tenía a su lado, y Mahmut se sentó.
– Me preocupa más que ella pudiera simplemente estar apresurando el momento -continuó la Valide-. Tiene su lugar en la cola. Más tarde o más temprano, estará a solas contigo. Ella quiere que sea más pronto. Entonces te matará.
– ¿De modo que lo que hace es acabar con la bonita muchacha y correr un sitio en la lista? Entiendo.
– Haces que parezca ridículo, pero llevo aquí mucho más tiempo que tú y sé exactamente cómo unas cosas ridículas pueden volverse extremadamente serias. Confía en mí. Confía en la intuición de una madre.
– Confío en ti, naturalmente. Pero lo que no veo es por qué la asesina tiene tanta prisa. Y matando a la chica ha hecho ir más despacio las cosas, de todos modos. Después de esto, no tendré por qué ver a ninguna de ellas durante días. Mis nervios, madre.
– Hace las cosas más seguras. Te podrías haber encaprichado de esa desgraciada muchacha. A lo mejor te habrías quedado con ella durante un montón de semanas. Quizás te habría frotado los pies como a ti te gusta.
Y le lanzó una mirada de complicidad. Él sonrió con pesar. La mujer conocía los secretos de todo el mundo.
– Y está el edicto, ¿no? El gran anuncio. Si mueres, no habrá ningún edicto. ¡No me digas que no hay alguien que quiera asesinarte por eso!
– ¿Quitarme de en medio a tiempo, quieres decir?
– Exactamente. Me parece que deberías enviar a buscar a Yashim inmediatamente.
– Lo he hecho. Está trabajando en ello.
– Tonterías. No está trabajando en ello. No le he visto aquí en todo el día.