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– ¡Mecachis! -Preen no había pensado en el dinero.
Yorg el Rufián no pensaba en otra cosa.
– ¿Por qué, bailarina köçek, estamos aquí sentados juntos tomando una copa? ¿Intercambiando chismes? No. Tú has venido y me has pedido información. Algo que tú quieres, que quizás yo tengo. Te propongo un trato.
Le brindó una torcida sonrisa y se dio un golpecito en la cabeza.
– Mi tienda.
A Preen le parecía como si la información de Yorg estuviera almacenada en otra parte: en su giba. Materia venenosa, y estaba llena de ella.
– ¿Qué quieres? -preguntó Preen.
Los ojos de Yorg se desplazaron a un lado, mirando más allá: como los de un lagarto, pensó Preen con un estremecimiento.
– Tienes compañía, veo.
– Algunos chicos. No has respondido a mi pregunta.
Sus ojos se volvieron hacia ella.
Oh, creo que sí dijo suavemente-. Tú tienes algo que yo puedo utilizar, ¿verdad, köçek? Un marinero borracho para Yorg.
Preen miró hacia atrás de reojo. Su marinero griego estaba frunciendo el entrecejo, inclinando su vaso adelante y atrás. Mina y el otro muchacho tenían juntas las cabezas, hasta que él dijo algo que hizo que Mina soltara una carcajada y se echara hacia atrás, con una mano revoloteando hacia su pecho.
– ¡Hay que ver!
Ella volvió a mirar a Yorg. Los ojos de éste eran fríos como la piedra. Sus dedos se curvaban en torno al vaso; ella observó que eran casi planos, con unos enormes, deformados, nudillos.
– Le estarías haciendo un favor, köçek -soltó.
La observaba, percibiendo una pequeña victoria.
– Ese tipo se merece una verdadera mujer, ¿no crees? -¡Bailarinas köçek! Tradiciones antiguas, años de preparación, bla, bla. ¿Quién les daba a aquellos cabrones el derecho de mirarla por encima del hombro?-. Sí, una mujer. Y quizás, ¿por qué no?, una joven.
Preen se puso rígida.
– Eres malvado, Yorg. Creo que lamentarás esto algún día. Toma tu marinero.
Ella volvió a su mesa. Mina levantó la mirada, pero la sonrisa que aparecía en sus labios se esfumó cuando vio al rufián jorobado a remolque. El marinero paseaba su mirada de Preen a Yorg, con sorpresa.
– Tengo que irme -dijo Preen inclinándose para susurrarle algo al oído. Un poco más alto, añadió-: Éste es Yorg. Tiene aspecto de diablejo, pero esta noche… quiere invitarte a una copa. ¿No es verdad, Yorg?
Yorg le lanzó una mirada enfermiza y luego se dio la vuelta y alargó la mano.
– Hola, Dimitri -graznó.