172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 34

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Capítulo 32

Siete horas más tarde, la bolsa fue abierta por segunda vez aquella mañana.

– Es algo terrible -volvió a decir el cadí, retorciéndose las manos. Era un hombre mayor y el shock había sido grande-. Nada parecido…, nunca… -Sus manos se agitaban en el aire-. No tiene nada que ver con nosotros. Gente pacífica… buenos vecinos…

El serasquier asintió, pero no estaba escuchando. Estaba observando cómo Yashim tiraba de las cuerdas. Yashim se puso de pie y vació el contenido de la bolsa sobre el suelo.

El cadí se agarró a la puerta para sostenerse. El serasquier se apartó a un lado de un brinco. El propio Yashim se quedó respirando pesadamente, contemplando con fijeza el montón de blancos huesos y cucharas de madera. Apretujada en la pila, inconfundiblemente oscura, había una cabeza humana.

Yashim inclinó la cabeza y no dijo nada. «La violencia es terrible -pensó-. ¿Y qué he hecho yo para evitarla? Guisar una comida. Y he ido a buscar un caldero de juguete.»

Guisado una comida.

El serasquier alargó un pie calzado con una bota y removió el montón con la punta. La cabeza se asentó. Su piel aparecía estirada y amarilla, y sus ojos brillaban débilmente bajo unos párpados medio cerrados. Ninguno de los dos hombres se dio cuenta de que el cadí había salido de la habitación.

– No hay sangre -dijo el serasquier.

Yashim se puso de cuclillas al lado de los huesos y cucharas.

– Pero ¿es uno de los suyos?

– Sí. Me parece que sí.

– ¿Se lo parece?

– Estoy seguro. El bigote.

Hizo un gesto señalando débilmente la cabeza cortada.

Pero Yashim estaba más interesado en los huesos. Los estaba separando, uno por uno, prestando particular atención a los occipitales mayores… y la espinilla, el fémur y las costillas.

– Es muy extraño -murmuró.

El serasquier bajó la mirada.

– ¿Qué es extraño?

– No hay ninguna marca. Están limpios y enteros.

Cogió la pelvis y empezó a darle vueltas entre sus manos. El serasquier hizo una mueca. Trataba con cadáveres bastante a menudo… pero acariciar huesos. Aaaaj.

– Era un hombre, en cualquier caso -observó Yashim.

– Por supuesto que era un maldito hombre. Era uno de mis soldados.

– Era sólo una idea -replicó Yashim pacíficamente, situando la pelvis en su posición. Vista desde arriba parecía casi obscenamente grande, emergiendo de los restos del esqueleto esparcidos sobre el suelo de mármol-. Quizás habían usado otro cuerpo. No tengo ni idea.

– ¿Otro cuerpo? ¿Para qué?

Yashim se puso de pie y se limpió las manos con el borde de su capa. Miraba fijamente al serasquier, sin ver nada.

– No me lo imagino -respondió.

El serasquier señaló a la puerta y lanzó un suspiro.

– Me guste o no -dijo-, vamos a tener que decirle algo a la gente.

Yashim parpadeó.

– ¿Qué le parece la verdad? -sugirió.

El serasquier le lanzó una mirada penetrante.

– Algo así -dijo bruscamente-. ¿Por qué no?