172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 36

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Capítulo 34

Yashim se dirigió a pie rápidamente hacia el muelle de Pera, en el Cuerno de Oro, y cruzó en esquife hasta el lado de Estambul. Un traqueteante carro tirado por un burro obstaculizó su camino cuando regresaba a pie a sus alojamientos. El conductor miró atrás y levantó el mango de su látigo a guisa de reconocimiento, pero los callejones eran demasiado estrechos para dejar pasar, y aunque el conductor azotó a su animal para imprimirle un trote rápido, Yashim se vio obligado a arrastrar los pies, ardiendo de impaciencia. Finalmente el carro giró hacia su propio callejón, y en aquel momento Yashim vio a un hombre entreteniéndose a medio camino. Su atuendo escarlata y blanco indicaba que era un paje dentro de palacio. Estaba mirando en la otra dirección, y rápidamente Yashim se deslizó otra vez en el callejón del que procedía. Se apoyó contra la pared y consideró su posición. El serasquier le había dado diez días: diez días antes de la gran revista que mostraría al sultán al frente de un eficiente, moderno, ejército que podía compararse con cualquiera que los enemigos del imperio pudieran alzar en el campo de batalla contra él. Cuatro días habían transcurrido ya, y el tiempo parecía agotarse. Estaba la cuestión del próximo asesinato, la bien fundada observación de Palieski de que necesitaba hacerse con un buen plano, y el problema del agregado ruso, Potemkin. Pero estaba el estrangulamiento del palacio, también, y la levemente encubierta amenaza de la Valide de que haría bien en encontrar sus joyas si alguna vez quería otra novela francesa. Bueno, sí quería otra. Pero Yashim no era ningún ingenuo. Las novelas eran lo de menos. El favor. La protección. Un amigo poderoso. Podía necesitar eso cualquier día.

No era ningún desagradecido, tampoco. Palacio le había hecho lo que era. Le había dado de comer, vestido, entrenado. Finalmente, le había descubierto -y luego permitido que los ejercitara- sus particulares talentos, de la misma manera que durante cuatrocientos años palacio había seleccionado y preparado a sus funcionarios para aprovecharse de sus habilidades naturales.

Y cuando palacio acudía a él en busca de ayuda, era deber suyo complacerlo.

Pero eso le ponía en una difícil posición. Estaba comprometido con el serasquier. El serasquier había sido el primero en llamarlo.

Un asesinato en el harén era mala cosa. Pero aquello con lo que estaba lidiando en el exterior parecía peor aún.

Para el cuarto cadete, el tiempo se estaba acabando.

Hizo una profunda aspiración, echó los hombros hacia atrás y dobló la esquina de su calle.