172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 57

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Capítulo 55

Yashim bajó por la escalera del desembarcadero a las primeras luces del alba, llevando en la mano la nota que el cadí había escrito poco después de la plegaria de la mañana. Para cuando estuvo instalado en el fondo del bote, la nota estaba ya flácida por los efluvios de la húmeda mañana de Estambul, pero él ya no tenía necesidad de volver a leerla.

Mientras el remero movía afanosamente sus pesadas palas y propulsaba el esquife hacia la punta del serrallo, Yashim acomodó sus rodillas en el cojín de pelo de caballo y automáticamente dejó descansar su peso sobre el brazo izquierdo, para equilibrar el frágil bote. «Una cuchara de madera», había escrito el cadí. Como había visto la bolsa de huesos y cucharas de madera esparcida por su suelo el día anterior, esa coincidencia le había llevado a informar a Yashim.

Veinte minutos más tarde, el remero dio la vuelta al esquife y lo hizo retroceder para acercarlo limpiamente a la escalera de Yedikule, en medio de una catarata de golpes de remo y gritos.

En cuanto vio al hombrecillo tumbado boca abajo, en el barro, con una cuchara de madera apretada contra su nuca, Yashim supo que aquél no era el cuarto cadete. Las manos del cadáver estaban junto a sus orejas, las rodillas ligeramente flexionadas y había una curva en su espalda que le hacía parecer, pensó Yashim, como si estuviera simplemente observando con atención el barro.

Yashim hizo dar la vuelta al cuerpo y contempló su cara.

Los ojos desorbitados. La lengua que asomaba.

Movió la cabeza en un gesto negativo. El vigilante nocturno, que se había pasado en cuclillas junto al cuerpo varias horas, escupió en el suelo.

– ¿Lo conocía?

El vigilante nocturno se encogió de hombros.

– Las osas 'asan. -Lanzó una mirada al cadáver, y su rostro se iluminó-. Sí, buen chico y eso, 'izo algunos favores a los chicos. Mujeres, sa'usté, y to eso.

Se rascó la cabeza.

– Ojo, 'usté, un tipo duro. -Su sencilla mente empezó a recordar-. Un poco emasiado 'esado, si quie' sábelo. Nos les 'ustaba, a las mujeres.

Yashim lanzó un suspiro.

– Esas mujeres… ¿me está usted diciendo que dirigía un burdel?

– Ya, claro. Qué pinta, ¿no?

Yashim se marchó, chapoteando en el barro hasta los tobillos. Muelle arriba, descubrió la entrada de un patio y se abrió camino a través de un montón de desperdicios hasta una bomba. Accionó la manivela. Un hilillo de agua marronosa empezó a manar del grifo.

Algunas personas comenzaron a agitarse en los apartamentos que rodeaban el patio. Un postigo se abrió de golpe y una mujer se asomó por la ventana del piso alto.

– Eh, ¿qué está usted haciendo?

– Me estoy lavando los pies -murmuró Yashim.

– Voy a vaciar este cubo, así que ande con cuidado.

Yashim emprendió una rápida retirada, con el barro todavía embadurnándole los pies. ¡Qué asqueroso distrito, aquél!

Dio la vuelta a la esquina, esperando encontrar un coche o una silla de manos. Cada portal parecía albergar un andrajoso mendigo o un borracho roncador. Algunos de ellos contemplaron con ojos nublados a Yashim cuando éste pasó por delante. Se suponía que los bares cerraban a medianoche, pero Yashim sabía que la costumbre era permanecer abiertos mientras algunos clientes tuvieran dinero para gastar, cerrándoles finalmente la puerta cuando sus bolsillos estaban vacíos y sus tripas llenas. Él no podía comprender el atractivo de esos lugares. Preen había discutido con él una vez, diciendo que ella disfrutaba con los bares, con su mezcla de felicidad y tristeza.

– Excepto por los borrachos, nunca sabes con quién te vas a encontrar, o por qué está allí. Todo el mundo tiene una historia. Me gustan las historias -había dicho ella.

Demasiadas de esas historias terminaban así, pensó Yashim. Empapado en tu propio vómito en un frío portal. O tumbado en el barro, muerto, como aquel dueño de burdel de encorvada espalda que acababa de ver, reforzando el carácter del vecindario.

¿No había mencionado Preen algo sobre que había hablado con un jorobado?

Una sórdida rata del puerto que la hacía sentirse sucia.

Que le había contado lo de la cita de los cadetes con el ruso en los Jardines Yeyleyi.

Su informador.

Y allí en el barro, recién muerto, un rufián jorobado.

No la víctima, por más que uno esforzara la imaginación, de un crimen pasional. El golpe que cae con demasiada fuerza… El cuchillo de trinchar que simplemente tienes a mano…

No. Había sido un asesinato profesional. Alguien que mataba con un pedazo de cuerda… y una cuchara de madera.

Yashim empezó a correr.