172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 67

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Capítulo 65

Yashim tiró violentamente y tuvo la satisfacción de ver que el asesino se arrastraba. Pero a medida que el nudo corredizo corría contra la polea, el brazo de la grúa giraba lentamente hacia él y la cuerda se aflojaba. Yashim tiró un poco más hacia atrás para recobrar su apoyo, pero en aquel momento la cuerda que soportaba el peso del asesino dio una sacudida entre sus manos y casi lo derribó. La cuerda corrió a través de sus palmas, y Yashim se encontró de repente agarrándose para no resbalar. Dio una patada con ambos pies. Su pierna izquierda se deslizó por el borde y su pie tocó el agua hirviendo. Apartó el pie con un jadeo y se quedó de costado.

Agitándose para recuperar un punto de apoyo en la viscosa superficie, Yashim vio que la cuerda rezumaba entre sus dedos, resbaladizos por la grasa. Adelantó la mano izquierda y cogió la cuerda, tiesa como una barra, unos pocos centímetros más arriba y fue subiendo, mano sobre mano, hasta que pudo ponerse de cuclillas. Por un momento sintió que sus sandalias patinaban en el grasiento suelo, de manera que se inclinó hacia atrás para equilibrar el peso. Todo había sucedido tan deprisa que cuando finalmente levantó la mirada no pudo comprender lo que veía.

Unos metros por delante de él, algo parecido a un gigantesco cangrejo estaba moviendo sus pinzas en medio de un chorro de rosado vapor.

Atado por los tobillos, cabeza abajo, las piernas del asesino se abrían y cerraban por las rodillas. La túnica le había caído sobre la cabeza, pero sus brazos se agitaban hacia arriba entre la nube de tela, esforzándose por aferrarse a sus propias piernas. El borde de la túnica flotaba en un baño de tinte. Estaba suspendido sobre una hirviente cuba, donde la grúa lo había transportado en el instante en que Yashim sintió el peso de su cuerpo contra su brazo.

Yashim tiró de la cuerda hasta enderezarse, pero en el momento en que aflojaba su presa el asesino cayó. Yashim tiró hacia atrás y enrolló un trozo de cuerda en torno a su muñeca. Luego se apoyó sobre la cuba que tenía a sus espaldas.

«No puedo soltar», pensó.

Las piernas del hombre se agitaron y se volvieron a abrir. ¿Qué estaba haciendo? Yashim echó una mirada de reojo: colgaba sobre una tina de turbio líquido que olía espantosamente. Pudo ver las pieles rodando unas sobre otras. Necesitaba mantener su peso equilibrado allí, mantener sus pies apoyados contra el borde de la cuba, moverlos a lo largo del grasiento saliente, y poco a poco subir la cuerda.

Entonces vio lo que el hombre estaba tratando de hacer: con un cuchillo en sus manos estaba proyectándose hacia arriba, moviendo las piernas para acortar la distancia, lanzándose contra el nudo con la hoja.

El asesino no sabía dónde estaba.

Si cortaba la cuerda, se zambulliría en el tinte.

Yashim, mientras tanto, estaba también peligrosamente cerca de una cuba de venenoso, hirviente, líquido. Sólo el peso del asesino le impedía caer en la cuba.

Y en cualquier momento la cuerda podía romperse y Yashim caería de espaldas en el hirviente caldo.

Estaban equilibrados.

La cuerda produjo un ruido sordo y se aflojó unos cinco o seis centímetros. Yashim la tensó. Miró a través de las columnas de púrpura y amarillo, y vio que las oscuras puertas situadas en el otro extremo de las tenerías se estaban abriendo.

Un grupo de hombres se destacó en la oscuridad y empezó a andar a grandes pasos a través de la reluciente superficie de las tenerías hacia él.

Y por la dirección de donde procedían, y la forma en que se movían, Yashim no pensó que fueran amigos.