172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 73

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Capítulo 71

Yashim encontró al embajador polaco con un batín de seda, bordado con leones y caballos en hebra de oro. Yashim supuso que era chino. Estaba tomando té y contemplando silenciosamente un huevo pasado por agua, pero cuando Yashim entró, alzó una mano para hacer pantalla ante sus ojos, volviendo la cabeza a un lado y a otro como una tortuga ansiosa. El sol hacía resaltar las motas de polvo a medida que éstas ascendían hacia las largas ventanas.

– ¿No sabes qué hora es? -dijo Palieski con voz espesa-. Toma un poco de té.

– ¿Estás enfermo?

– Enfermo, no. Pero estoy sufriendo. ¿Por qué no podría estar lloviendo?

Incapaz de dar una respuesta, Yashim se dejó caer en un sillón y dejó que Palieski le sirviera una taza con mano temblorosa.

– Meze -dijo Yashim. Y levantó la mirada-. Meze. Unos bocaditos antes de la comida principal.

– ¿Tenemos que hablar de comida?

– El meze era una manera de llamar la atención de la gente sobre la excelencia del festín que había de venir. No se regateaban esfuerzos en su preparación. O, debería decir, su selección. Algunas veces, el mejor meze son las cosas más sencillas. Pepinos tiernos de Karaman, sardinas de Ortakoy, rebozadas como máximo, y fritas… Lo mejor de lo mejor, y acertar el momento, la coordinación, podría decirse, lo es todo.

»Ahora tomemos estos asesinatos. Tenías razón…

Son algo más que aislados actos de violencia. Hay una lógica, una pauta, y más. Considerados en conjunto, mira, no son un fin en sí mismos. La comida no termina con el meze, ¿verdad? El meze anuncia el festín.

»Y estos asesinatos, como el meze, dependen de la coordinación -continuó-. Me he estado preguntando, a lo largo de estos últimos tres días, por qué ahora. Los asesinatos, quiero decir, de los cadetes. Casi por casualidad, descubro que el sultán está dispuesto a emitir un edicto dentro de unos días. Muchas reformas.

– Ah, sí, el edicto. -Palieski asintió y juntó las yemas de los dedos.

– ¿Estás al corriente? -El discurso de Yashim se venía abajo en medio de su asombro.

– De una manera indirecta. Se ofreció una explicación a, bueno, algunos miembros seleccionados de la comunidad diplomática de Estambul hace unas semanas. -Vio que Yashim se disponía a hablar, y levantó una mano-. Cuando digo seleccionados, quiero decir que yo no estaba incluido. No es difícil saber por qué, si estoy en lo correcto respecto del edicto y lo que significa. Uno de sus objetivos (su objetivo principal, por lo que yo sé) es hacer atractiva la Sublime Puerta para los préstamos extranjeros. Polonia, evidentemente, no está en situación de influir en el mercado de obligaciones de renta fija. Así que me dejaron al margen. Fue esencialmente un arreglo de las grandes potencias. Me enteré de ello por los suecos, que lo supieron por los americanos, creo.

– ¿Quieres decir que los americanos fueron invitados?

– Por extraño que parezca. Pero bueno, ¿no sabes lo que son los americanos? Son los expertos mundiales en prestar dinero a Europa. La Sublime Puerta los quiere de su parte. Tal vez puedan coordinar sus esfuerzos. Y, para ser sinceros, no creo que la Sublime Puerta haya conseguido descubrir de qué lado están los americanos.

Tus pachás están aún digiriendo la Declaración de Independencia sesenta años después del acontecimiento.

Palieski alargó la mano para coger la tetera.

– La idea de una república siempre los ha fascinado como a un colegial. La Casa de Osmán debe de ser el linaje real más antiguo de Europa. ¿Un poco más de té?

Yashim tendió su taza y platillo.

– He sido un estúpido -dijo-. Me he estado preguntando quién estaría enterado del edicto. Las potencias extranjeras nunca se me pasaron por la cabeza.

– Pues las potencias extranjeras -dijo Palieski, con paciente cinismo- son la única razón. Potencias extranjeras, préstamos extranjeros.

– Sí, sí, por supuesto.

Se tomaron el té en silencio durante un momento, marcado sólo por el tictac del reloj alemán.

– ¿Y tú crees que esos jenízaros tuyos aún existen? -preguntó Palieski al cabo de unos momentos.

Yashim asintió.

– Aunque parezca mentira, estoy convencido. Tú viste cómo acabaron con ellos, me lo contaste. De acuerdo. Todo el mundo cree que Polonia desapareció hace cincuenta años. Ni siquiera viene en los mapas. Pero tú me dices lo contrario. Me dices que aún existe. Polonia existe en el lenguaje, en la memoria, en la fe. Sigue existiendo, como idea. De los jenízaros pienso lo mismo.

»Sobre lo de las torres de los bomberos, sólo estaba en lo cierto a medias. Creí que había una conexión entre las tres torres que ya conocía, las dos que siguen en pie y la tercera, que fue quemada y demolida en mil ochocientos veintiséis, y los cadetes cuyos cuerpos se descubrieron cerca. Necesitaba encontrar una cuarta torre, ¿verdad? Pero no la encuentro. Nunca hubo una cuarta torre. Pero yo sabía que la idea general era correcta. Las torres de bomberos eran responsabilidad de los jenízaros. Como esos asesinatos. Tenía que estar en lo cierto.

– Quizás. Pero sin esa cuarta torre no tienes nada.

– Eso pensaba yo también. A menos que hubiera algo más relacionado con esas torres que se me escapara. Algo que relacionara esas tres torres con otro lugar que no era exactamente una torre de bomberos.

Palieski suspiró proyectando hacia delante el labio inferior.

– Odio tener que decirlo, Yashim, pero estás pisando un terreno muy resbaladizo. Olvidemos mis reservas por un momento. Tú sospechas que los jenízaros mataron a esos cadetes, por eso de las cucharas de madera y todo lo demás. -Palieski arrugó la nariz-. La idea de las torres de bomberos se te ocurrió porque los jenízaros se ocupaban de ellas. Si dejas a un lado esas torres, ¿qué le pasa a tu teoría de los jenízaros? Anda, dime. Te quedas sin nada.

Yashim sonrió.

– Pero yo creo que tengo algo. Encontré lo que necesitaba saber hace un par de días, pero hasta hoy no he sabido encajar las piezas. La torre de Gálata tenía una tekke, un lugar sagrado para los jenízaros. Y la torre que había en los cuarteles del cuerpo también tenía una.

– Pero la torre de Bayaceto -objetó Palieski- es moderna. Y ahí voy. En la época en que se construyó, los jenízaros (y los karagozi) ya eran historia. La verdad, la pista de los jenízaros sólo está en tu mente. Es una obsesión tuya.

– Yo no lo veo así. Descubrí que la torre de Bayaceto se construyó justo encima de una tekke karagozi en Eski Serai. Ya tenemos la tercera. Lo que ahora busco es otra tekke karagozi. Y ni siquiera sé por dónde empezar.

– No sabes las cosas que hago por ti, Yashim.

Palieski palpó en la mesa que tenía a su lado y sacó un juego de tablillas de piel. Dentro había una única hoja de papel, tamaño folio, doblada en dos. La abrió y allí, para sorpresa de Yashim, apareció una imagen de Estambul a vista de pájaro, ejecutada en tinta. Donde debía haber estado el cielo, el aire estaba repleto de nombres, notas y números.

– Estabas pidiendo un plano. Anoche, me acordé del inglez Mustafá -dijo.

– ¿El inglés Mustafá?

– Realmente era escocés. Campbell. Llegó a Estambul hará unos sesenta años para montar una escuela de matemáticas para los artilleros. Se hizo musulmán.

– ¿Aún vive?

Palieski soltó un resoplido.

– No, no. Me temo que ni siquiera la práctica del islam podía hacer eso por él. Una de sus obsesiones favoritas era la santidad de Estambul… de cómo la ciudad estaba impregnada de fe. Me atrevería a asegurar que llegó a ser un muy buen musulmán, pero no se puede olvidar fácilmente una preparación escocesa en ciencias. Este plano muestra todas las mezquitas, tumbas sagradas, tekkes derviches y cosas así que pudo localizar en la ciudad. Lo hizo imprimir.

Metió la mano en el bolsillo de su batín en busca de sus lentes de leer.

– Mira, todo lugar santo de la ciudad tiene un número. La clave está aquí. Catorce: Cammi sultán Mehmed. Mezquita de Mehmed. Veinticinco: Turbe Hassan. La tumba de Hassan. Treinta, mira, tekke karagozi. Y otra aquí, también.

Yashim movió la cabeza en un gesto de incredulidad.

– Sólo un extranjero haría algo así -dijo-. Quiero decir que es tan… tan… -Iba a decir tan carente de sentido, pero se lo pensó mejor-. Tan inusual.

Palieski soltó un gruñido.

– Quería mostrar cómo su fe de adopción estaba en la textura misma de la ciudad.

– Gracias -dijo Yashim humildemente. Y explicó lo de las torres contra incendios-. Mira, yo me equivoqué. El interés de las torres estaba en que eran tekkes koragozi, también. Podía ser incluso que el hecho de ser torres contra incendios fuera secundario. Lo que estoy buscando, creo, es otra tekke karagozi.

Palieski hizo un gesto en dirección al plano.

– Hay mucho para elegir, entonces.

– Demasiado -murmuró Yashim-. ¿Cuál es la correcta? ¿Cuál es la cuarta?

Palieski se echó para atrás tapándose los ojos con los dedos, pensando.

– ¿No me dijiste que los tres cuarteles de bomberos eran también las tekkes más antiguas de la ciudad? ¿No era eso lo que decían los vigilantes del fuego?

La mente de Yashim empezó a acelerarse. Palieski continuó:

– Quizás sólo digo esto porque soy polaco, y todos los polacos son en el fondo anticuarios. Este batín, por ejemplo, ¿sabes por qué lo llevo?

– Porque es cómodo -dijo Yashim por decir algo.

– Sí y no. Es sármata. Hace años, nosotros, los polacos, creíamos que estábamos emparentados con una tribu semimítica de guerreros que procedían de Sarmacia, en algún lugar del Asia central. Supongo que no sabíamos exactamente de dónde procedíamos y andábamos a la busca de pedigrí, por así decir. La cosa hacía furor, y el supuesto estilo sármata estaba de moda… ya sabes, seda y plumas y el cuero carmesí. Encontré esta prenda colgada en un armario cuando llegué aquí. Es una reliquia. Esto es lo que más me gusta de ella. Cada mañana me envuelvo en historia. En la imaginaria gloria del pasado. Y, por añadidura, es la mar de confortable, como tú has dicho.

»Bien, lo que me llama la atención es la idea de que estas tekkes son antiguas, realmente antiguas. Quizás las primeras que se establecieron en la ciudad. Ése es tu pedigrí, por así decir. Ahí es por donde tus tipos tal vez querían empezar. Quizás la cuarta tekke es también una de las logias originales de la ciudad. La primera, o la cuarta, la que sea. De manera que lo que tú necesitas es buscar una tekke que sea tan antigua como las tres que ya conoces.

Yashim asintió. La cuatro tekkes originales. Encajaba. Era lo que los tradicionalistas querrían.

– Lo cual podría explicar algo que me ha estado preocupando -dijo en voz alta-. No el momento oportuno, no me refiero al edicto, sino el número. ¿Por qué cuatro? Si tú tienes razón, si alguien está volviendo al comienzo, tratando de volver a empezar, entonces cuatro es el número evidente. Cuatro es el número de la fuerza, como las patas de una mesa. Es un reflejo de un orden primario. Cuatro rincones de la tierra. Cuatro vientos. Cuatro elementos. Cuatro es la base.

»¡Y está regresando a los orígenes mismos de toda la empresa otomana! Guerra Santa… y Estambul como el ombligo del mundo.

Yashim podía oír al maestro sopero explicando que los jenízaros habían construido el imperio, que, bajo la guía de los babas karagozi, habían ganado la ciudad para la fe.

– Siempre que las cosas han ido mal, la gente se ha apresurado a explicar que nos habíamos desviado de los verdaderos y antiguos caminos, que deberíamos volver al pasado y tratar de ser lo que éramos cuando toda Europa yacía temblorosa bajo nuestros pies.

– Bueno -dijo Palieski secamente-, no toda Europa.

– Exceptuando Polonia, el enemigo valiente -dijo Yashim, mientras cruzaba por sus ojos una expresión de duda-. Pero ¿cómo averiguaremos cuál es la original, la cuarta tekke? Tu plano no facilita fechas, si es que alguien las conocía.

Palieski se mordió las uñas.

– Si tuviéramos un plano más antiguo -dijo lentamente-. Uno realmente bueno, para entrecruzar las referencias con éste. La mayoría de estas tekkes, a fin de cuentas, no existirían. Podríamos llegar a alguna parte mediante un proceso de eliminación.

Se frotó las palmas.

– Tendría que ser un plano muy bueno -musitó. Luego movió la cabeza-. Para ser sinceros, no estoy seguro de si hay algo lo bastante antiguo para ti. Ciertamente no tengo semejante cosa.

Yashim apretó los dientes y miró fijamente al fuego.

– ¿Significa algo para ti el nombre de Lorich? -preguntó con calma-. Flensburg. Mil quinientos y algo.

Los ojos de Palieski se abrieron.

– ¿Cómo diantres…, Yash? Dibujó el más increíble plano de la ciudad que nunca se ha hecho. O eso se dice. Nunca lo he visto, para serte sincero. Debe haber muchas copias, pero nunca encontrarás una aquí, en Estambul. Tenlo por seguro.

– Un plano increíble -repitió Yashim-. Te equivocas, amigo. Y ahora sé exactamente dónde encontrarlo.