172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 74

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Capítulo 72

Media hora más tarde, Yashim estaba sentado en el pórtico de la embajada rusa, jugueteando con la irritante idea de que saber no era lo mismo que encontrar. Se hallaba sólo a ochocientos metros de la residencia del embajador Palieski, y apenas a veinte del plano que había visto colgado en la galería del vestíbulo de arriba. Pero, a pesar de toda su habilidad, éste lo mismo podría haber estado en Siberia.

El embajador, al parecer, no se encontraba en casa. Yashim se preguntó si haría el mismo horario que Palieski. Quizás estaba ahora en la cama con su deliciosa esposa. La idea le disgustó, y pidió ver al primer secretario. Pero tampoco se pudo encontrar al primer secretario. Se le ocurrió preguntar entonces por la mujer del embajador. Pero el sentido común, así como unas heredadas nociones de propiedad, le hicieron descartar la idea. Ni siquiera las mujeres cristianas acudían a la puerta ante cualquier hombre que llamara.

– ¿Hay alguien con quien pueda hablar? Es muy urgente.

En el momento en que oyó a sus espaldas el paso deliberado, militar, Yashim supo quién era la persona que sí podía hablar con él. La mano tullida. La fea cicatriz.

– Buenas tardes -dijo Potemkin-. ¿No quiere usted pasar?

Cuando seguía al joven diplomático a la gran sala, sus ojos se desviaron involuntariamente hacia la escalera.

– El personal generalmente no admite a nadie sin cita previa. Siento que haya tenido usted que esperar tanto tiempo. El embajador y sus ayudantes tienen mucho trabajo hoy. A Su Excelencia se le espera en palacio esta noche. Me temo que es imposible que se le pueda interrumpir.

Parecía inquieto, pensó Yashim. Y dijo:

– Quizás pueda usted ayudarme. El otro día vi un interesante plano delante del despacho del embajador que me gustaría volver a mirar. ¿Me pregunto si…?

Potemkin lo miraba, desconcertado.

– ¿Un plano?

– Sí, de Melchior Lorich. Está colgado en el vestíbulo de arriba.

– Estoy seguro de que Su Excelencia estaría encantado de mostrárselo -dijo Potemkin, más suavemente-. Si pusiera usted por escrito su petición. Yo personalmente procuraré que ésta merezca su atención.

– ¿Ahora mismo?

Potemkin esbozó una semisonrisa.

– Me temo que eso es imposible. Peticiones de esta naturaleza llevan, digamos, un mes más o menos para ser atendidas. Quizás podamos acortar el plazo, sin embargo. Digamos, ¿tres semanas?

Yashim rechinó los dientes.

– Mire, esto podría ser importante. Sé que el mapa está justo ahí, en lo alto de la escalera. No molestaré a nadie.

Potemkin continuó sonriendo, y no dijo nada.

– Quince minutos -dijo Yashim desesperadamente.

– Olvida usted, monsieur, que esto es una embajada con mucho trabajo. No es ni un museo ni una galería pública. Pero estoy seguro de que Su Excelencia estará encantado de considerar su petición… a su debido tiempo. Por el momento, si no tiene usted nada más…

– Me imagino que no habrá tenido usted oportunidad de echar una ojeada a las cuentas del portero todavía -observó Yashim con sarcasmo.

– No -reconoció el agregado-. Ni una sola oportunidad. Permítame que le muestre la salida, monsieur.