172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 77

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Capítulo 75

– Su Excelencia no está en casa -dijo con voz cavernosa el mayordomo.

Permanecía con la puerta entreabierta, examinando al turco que había llamado a la campanilla.

– Preferiría esperar -dijo Yashim-. Mi tiempo no tiene importancia.

El mayordomo sopesó la respuesta. Por un lado, implicaba un cumplido hacia su amo, quien era, por supuesto, un hombre ocupado. Por otro, nadie en Estambul decía nunca exactamente lo que quería decir. Estudió a Yashim. Sus ropas estaban sin duda limpias, aunque eran sencillas. Le hubiera gustado frotar aquella chaqueta entre sus dedos para asegurarse de que era realmente de cachemir; pero, en efecto…, podía tratarse de un hombre importante, a fin de cuentas.

– Si quiere usted pasar -salmodió el mayordomo-, encontrará una silla en el vestíbulo.

Yashim entró y se sentó en ella. Se quedó sentado de cara a la puerta por la que acababa de entrar y frente a dos enormes ventanas de guillotina que descendían casi hasta el suelo. La escalera que tenía a su izquierda subía y luego giraba a sus espaldas hasta el vestíbulo de arriba.

El mayordomo cruzó majestuosamente la sala hacia un empelucado lacayo, ataviado con calzas, que permanecía solemnemente firme al pie de la escalera, y le murmuró unas palabras. El lacayo mantuvo la mirada en el vacío y no respondió nada.

– Confío en que no tendrá usted que esperar demasiado -dijo el mayordomo, cuando pasaba por delante de Yashim y desaparecía por una puerta a su derecha.

Yashim continuó sentado, sus manos cruzadas sobre el regazo.

El lacayo seguía firme con las manos a los costados.

Ninguno de los dos se movió durante veinte minutos. Al cabo de ese tiempo, Yashim se sobresaltó y levantó la cabeza. Algo, al parecer, había llamado su atención en la ventana. Se inclinó ligeramente a un lado y atisbo, pero aquello que había captado su atención se había ido. Con todo, mantuvo el ojo avizor.

Aproximadamente treinta segundos después se pu so casi de pie para mirar con detenimiento. Los ojos del lacayo se deslizaron hacia él y luego hacia la ventana, pero ésta no le reveló nada.

Pero Yashim veía algo que estaba casi fuera de la vista. Curioso, se inclinó un poco más a la derecha, para seguirlo mejor. Desde donde estaba, el lacayo se dio cuenta de que no podía ver lo que el extranjero estaba mirando.

Se preguntó qué podría ser.

Yashim esbozó una sonrisita, inspiró y continuó vigilando, estirando el cuello para ver mejor.

El criado se frotó las palmas con los dedos.

El extranjero, observó, había alzado ligeramente la cabeza, como para no perderse el acontecimiento que estaba ocurriendo fuera. Éste parecía estar alejándose, fuera de su línea de visión, porque el turco se estaba inclinando hacia delante ahora.

Muy lentamente, Yashim se recostó hacia atrás en su silla. Parecía desconcertado. De hecho, simplemente no podía imaginar el significado de lo que aparentemente había visto.

Algo que ocurría dentro del recinto, supuso el lacayo.

Donde no debería haber nada. Ni nadie.

El lacayo se preguntaba qué podía haber sido. Tenía que ser una luz. Una luz en la oscuridad. Dando la vuelta a la embajada.

¿Qué estaría haciendo el mayordomo? El criado miró al turco, que seguía sentado allí desde hacía media hora, con un leve fruncimiento de cejas.

Tras haber visto algo que no esperaba. Que nadie más había observado.

El lacayo dio un prudente paso hacia delante, vaciló, luego continuó hasta la puerta delantera y la abrió.

Echó una mirada a la izquierda. Los espacios entre las columnas del pórtico estaban oscuros como boca de lobo. Dio un paso hacia fuera, y después otro, estirando el cuello para ver mejor.

Percibió una sombra a sus espaldas y medio se dio la vuelta. El turco llenaba el portal.

El turco extendió las manos, con las palmas hacia arriba, y se encogió de hombros. Luego hizo un gesto hacia sí mismo y hacia la caseta del guarda.

– Me marcho -dijo en turco, encaminándose a la salida.

El criado comprendió el gesto. Su ansiedad aumentó.

El lacayo esperó hasta que Yashim hubo despejado el pórtico, y entonces corrió muy rápidamente y se dirigió a la izquierda, hacia la oscuridad.

Íntimamente, disfrutaba con el vientecillo fresco que le daba en el rostro, pero que ni en un millar de años hubiera podido desgreñarle su cabello artificial. Sin embargo, no vio nada. Se precipitó hacia la esquina del edificio y echó un vistazo al costado del ala este.

Eso fue todo lo lejos que se atrevió a ir.