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Yashim cerró la puerta a sus espaldas, soltando el pomo suavemente para no hacer ruido.
Lo hizo a tiempo. Aplicando la oreja a la puerta pudo oír cómo la otra se abría de par en par. Alguien entró precipitadamente en la habitación y luego se detuvo.
«Dentro de cinco segundos cruzarán esta puerta», pensó Yashim. Miró frenéticamente a su alrededor, esperando encontrar algún lugar para ocultarse.
Y se dio cuenta, inmediatamente, de que la joven y espléndida esposa del embajador, ataviada con una resplandeciente estola de piel de zorro, estaba sentada ante el espejo, mirándolo con la boca abierta.
Y, aparte de la piel, estaba desnuda.