172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 86

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Capítulo 84

– Sí, karagozi. -El hombre continuó sonriendo amablemente.

«Así que es eso», pensó Yashim. Al mismo tiempo miró a su alrededor con repentina curiosidad. ¿Era allí, entonces, donde los jenízaros se habían entregado a sus ritos báquicos? ¡Bebida, y mujeres, y poesía mística! O algo más prosaico, como un mercado, donde se hacían tratos comerciales y los soldados que se habían convertido en mercaderes y artesanos charlaban sobre la situación del mercado, y de lo que podían sacar de él.

No había nada aparentemente sagrado en aquel lugar. Tal como estaba, bien podría haber sido el almacén con que Yashim lo había confundido, una sencilla y enjalbegada cámara iluminada por las usuales ventanas altas, con una gran mesa de roble ocupando el centro, y bancos a cada lado. Una sala para banquetes, digamos. Las paredes estaban recién encaladas, pero parecían haber estado pintadas antaño, a juzgar por las borrosas imágenes que Yashim aún podía distinguir.

– ¿Estaban decoradas las paredes?

El maestro de la tekke inclinó la cabeza.

– Una decoración muy hermosa.

– Pero… ¿qué? ¿Temas sacrílegos?

– En nuestra opinión, sí. Los karagozi no temían hacer representaciones de lo que Dios había creado. Quizás eran capaces de hacerlo con un corazón puro. Sin embargo aquellos que son creyentes, como es mi caso, lo hubiéramos considerado una distracción. No puedo decir, sin embargo, que ése fuera el motivo por el que las hicimos pintar. Más bien se debió a una preocupación por retornar a la antigua pureza de la tekke.

– Entiendo. ¿De modo que el pintar las paredes fue introducido en las tekkes karagozi más recientemente? ¿No fue una idea original?

El maestro de la tekke pareció pensativo.

– No lo sé. Para nosotros, la ocupación karagozi fue un interludio que preferimos no conmemorar.

Yashim levantó la mirada hacia el artesonado techo.

– ¿Interludio? No lo entiendo del todo.

– Perdóneme -dijo el maestro de la tekke humildemente-, no me he explicado con mucha claridad, quizás usted no se da cuenta de que esto fue una tekke nasrani hasta la época de la Rebelión Patrona. Los karagozi se hicieron muy fuertes en aquel período y necesitaron más espacio: de manera que se la entregamos. Recientes acontecimientos -añadió, con la usual circunspección- nos permitieron volver a ser propietarios del edificio, y las pinturas fueron cubiertas, como ve.

Yashim se volvió hacia él con una expresión de derro ta en los ojos. La Rebelión Patrona había tenido lugar en 1730.

– ¿Quiere usted decir que esta tekke fue construida por orden suya? ¿No fue karagozi originalmente?

El hombre sonrió y negó con la cabeza.

– No. Por tanto, ya ve, nos movemos en círculos. Lo que un día se abre, otro se cierra.

Cinco minutos más tarde, Yashim se encontraba de nuevo en la calle.

El plano de Palieski, trazado por el escocés-inglés Mustafá, identificaba la tekke correctamente… para la época en que fue trazado. Sin embargo, los karagozi no la habían construido. No era una de las cuatro tekkes originales.

Pero la idea tenía que ser correcta.

Yashim volvió a acordarse de la placita situada bajo las murallas bizantinas de la ciudad.

La imaginó en su mente. La mezquita. La fila de tiendas. Un viejo ciprés recortándose contra la deteriorada construcción de piedra de las murallas.

La tekke estaba allí. Tenía que estar allí.