172956.fb2 El ?rbol de los Jen?zaros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 89

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Capítulo 87

El tramo de escalones de piedra que conducía al parapeto interior de la primera muralla era casi invisible desde el callejón. Para llegar a él, Yashim hizo su camino por un pasaje sin rótulo entre dos casas de piedra adosadas a la base de la muralla. Al llegar a lo alto, dio la vuelta y siguió el camino del parapeto hasta la torre de la Kerkoporta.

A la altura del parapeto había una puerta de madera empotrada en la mampostería. Se encontraba entreabierta, sus goznes oxidados, unida a la jamba con un trozo de desconchada cadena de hierro que casi se desmenuzó al tocarla Yashim. Éste la empujó con el dedo. La puerta tembló ligeramente. Yashim aplicó el hombro a las planchas y presionó con fuerza, hasta que las bisagras gimieron y la puerta se abrió hacia dentro, en la oscuridad.

El suelo estaba lleno de polvo, argamasa desconchada y excrementos secos. Levantando con cuidado sus pies calzados con sandalias, Yashim avanzó hacia el centro de la habitación y miró a su alrededor. El techo se perdía en las sombras. Las paredes mostraban signos de haber sido enyesadas antaño, pero ahora revelaban capas de mampostería romana entremezcladas con hiladas de piedra, en tanto que en el rincón más alejado de la cámara una escalera de piedra subía en espiral desde el piso de abajo y desaparecía en lo alto.

Cruzó hasta la escalera y miró hacia abajo. Una ligera brisa parecía subir hacia él, sugiriendo que la habitación de abajo tenía aire y quizás luz; la brisa transportaba olores de mampostería húmeda y de paja. Tanteó en busca del peldaño y empezó a descender hacia la oscuridad, arrastrando con su mano izquierda algunas telarañas de la basta pared.

Durante varios escalones estuvo en una total oscuridad, y cuando se acordó del sol de la plaza, y de los comerciantes sentados ante sus tiendas a sólo unos metros de distancia, supo que ese lugar era tan solitario y silencioso como cualquier otro de todo Estambul.

Otro giro en espiral de la escalera produjo un ligero cambio en la calidad de la oscuridad, que, a medida que Yashim seguía bajando y bajando, se transformaba en una media luz grisácea, hasta que se bajó del escalón inferior penetrando en una sala abovedada, provista a cada lado de una ventana con postigos; sólo que los postigos estaban llenos de grietas que dejaban pasar brillantes rayos de luz solar.

Las paredes ofrecían un aspecto verdoso oscuro debido a la humedad, pero estaban aún enyesadas, y, al acercarse, Yashim pudo distinguir unas formas parecidas a aquellas otras borrosas que había visto bajo la cal en la tekke nasrani aquella misma mañana. Reconoció unos árboles, unos pabellones y un río. Una larga mesa de roble ocupaba el centro de la sala, y había bancos adosados a las paredes.

Dio un paso al frente y deslizó la punta del dedo por la superficie de la mesa. Estaba limpia.

Sin embargo, la cámara de arriba era un revoltijo de polvo y escombros.

Se volvió hacia la ventana. Las rendijas dejaban entrar demasiada luz para ver cómodamente, de manera que levantó una mano para taparlas, y vio una puerta. Estaba cerrada desde fuera.

Le dio la espalda y examinó la habitación. Desde allí podía ver más allá de la mesa.

En el otro extremo se encontraba lo que parecía ser un cofre de madera, con una tapa plana.

Yashim cruzó la habitación y se situó a su lado. La tapa se encontraba a la altura de la cintura. Deslizó sus dedos bajo el borde y lo probó con suavidad.

La tapa se levantó poco a poco, y miró en el interior del cofre.