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La primera persona que Murad Eslek vio cuando entraba en el café para su primera comida del día fue a Yashim, el caballero al que había rescatado de los curtidores.
Yashim vio que Eslek sonreía y agitaba una mano. Murmuró algo a un camarero que pasaba por su lado y luego fue a sentarse al lado de Yashim y a estrecharle la mano.
– ¿Está usted bien, inshallah? ¿Cómo va su pie?
Yashim le aseguró que su pie estaba mejorando. Eslek lo miró con curiosidad.
– Y le creo, effendi. Perdone, pero parece usted una rosa bien regada.
Yashim inclinó la cabeza, recordando las horas que él y Eugenia habían pasado envainando la espada la noche anterior. La recordó jadeando, echando hacia atrás su hermosa cabeza y descubriendo sus dientes con frenética lujuria, casi pasmada -tal como ella le había susurrado a él- por el descubrimiento de un hombre que podía hacer algo más que satisfacer el apetito de la mujer: que podía, en las horas que juguetearon juntos, despertar un hambre que ella nunca había conocido. Él no había pegado ojo.
No había dormido demasiado la noche anterior tampoco, aquella noche en que había hecho caer al asaltante de Preen -no su asesino ahora, al parecer- en la hirviente cuba de la tenería. Desde entonces había estado en constante movimiento… Aquella segunda vez a la embajada rusa, enviando a Palieski a la fiesta para ganarle tiempo, pateando las calles en busca de una tekke que no significaba nada para nadie excepto para él y para… ¿quién más? Durante todo este tiempo su cabeza había estado examinando las posibilidades, siguiendo la pista de sus encuentros de la semana anterior, buscando algo a lo que pudiera agarrarse.
Durante todo este tiempo trató de no pensar en lo que había ocurrido la noche anterior. El dolor, y el deseo. El tormento que había sido incapaz de resistir.
Vería lo que su amigo Eslek podía hacer para ayudarlo y luego iría al hammam a revivir. A lavarse el polvo de la torre de la Kerkoporta. A aliviar sus doloridos miembros, a disolver sus pensamientos y contemplar la presencia del demonio que tanto tiempo y tan duramente había luchado por controlar.
Murad Eslek levantó la mirada del café observando la expresión en la cara de Yashim.
– ¿Estás bien?
Yashim volvió a la realidad.
– Necesito tu ayuda, otra vez -dijo.