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Hace seis meses ya que desapareció Ruth. Nadie ha vuelto a tener noticias de ella desde aquel viernes en que decidió ir al apartamento de sus padres. Ni siquiera estamos seguros de que llegara allí, pues su coche fue hallado en Barcelona, cerca de su casa. Hemos publicado su foto, pegado carteles, registrado su piso. He interrogado personalmente al abogaducho que mató a Omar y he llegado a la conclusión de que no sabe nada aparte de lo que ya dijo. El maldito doctor le anunció, con una sonrisa maquiavélica, que yo tendría que sufrir la peor de las condenas posibles. El abogado pensó que era una de sus frases. Tampoco yo lo hubiera tomado en serio. Pero ahora sé que es verdad. No hay nada peor que no saber, que vivir en un mundo de sombras y dudas. Deambulo por la ciudad como un fantasma, escudriñando las caras, creyendo ver a Ruth en los rincones más insospechados. Sé que algún día la encontraré, viva o muerta. Debo explicarle a mi hijo qué le sucedió a su madre. Se lo debo; si conservo la cordura es gracias a él. A él y a mis amigos. Ellos tampoco se rinden. Saben que tengo que descubrir la verdad y que no pararé hasta conseguirlo.