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TERCERA PARTE

Capítulo 1

Alanna desenrolló el mapa, y yo me acerqué lo suficiente como para verlo bien sin tener que tocarlo. Nuestros ojos trazaron el camino desde el Castillo de la Guardia hasta el Castillo Laragon. Laragon era un edificio enorme situado al norte de las Montañas Tier. El lago Selkie casi dividía en dos las tierras que había entre el Castillo Laragon y el Templo de la Musa. El Templo de la Musa se había construido en la orilla oeste del ancho río Calman. Siguiendo el río hacia el sur, después de que se uniera con el río Geal, llegué al Templo de Epona. Ufasach Marsh ocupaba la mayor parte de la zona que había entre el Templo de la Musa y el de Epona, al igual que el enorme lago Selkie.

– ¿Podemos asumir que los Fomorians están todavía en el Castillo Laragon? -preguntó Carolan.

– Si siguen el mismo plan que usaron después de la destrucción del Castillo de MacCallan, se habrían marchado de Laragon y habrán vuelto al Castillo de la Guardia -dijo ClanFintan. Se acercó al mapa y lo estudió en silencio-. Pero quizá eso fue porque el Castillo de MacCallan está muy lejos. Tal vez no era factible usarlo como base desde la que operar en sus planes de conquista. Yo he visitado Laragon. Está bien situado, y aunque no es tan fácil de defender como este templo, se puede usar como base secundaria desde la que lanzar una invasión.

Eso no sonaba muy bien para nosotros.

ClanFintan señaló el lado oeste del mapa, en el que el Castillo de MacCallan se erguía solitario, como un centinela, sobre el mar de B’an.

– Al neutralizar el Castillo de MacCallan, han borrado la única amenaza del noroeste. Muy conveniente para ellos, hayan vuelto al Castillo de la Guardia o se hayan quedado en Laragon -dijo, y se encogió de hombros-. Así que, aunque no se hayan quedado en Laragon, fue una estrategia excelente destruir MacCallan primero.

Yo me acerqué un poco, sin tocar el mapa.

– ¿Es preciso el mapa?

– Sí, la situación de los edificios y la geografía sí son precisos. Pero, por supuesto, las cosas parecen mucho más cercanas en el mapa que en la realidad, y los castillos y templos no están hechos a escala -dijo Carolan con una sonrisa-. Es un mapa precioso, pero la tejedora se tomó licencias artísticas a la hora de plasmar los edificios.

Personalmente, me parecía una maravilla, y no veía la diferencia en el hecho de embellecer los edificios o no. Entonces, recordé que Gene siempre ha sido muy minucioso con los detalles. Supongo que esas tendencias obsesivas también aparecen en los reflejos de los mundos paralelos.

Volví a concentrarme en el mapa. Después de que el río Geal rodeara el Templo de Epona, y continuara hacia el oeste, se ensanchaba como si fuera un rival del Mississippi. Al sur del río había un bosque, y en medio de aquel bosque, un edificio llamado Castillo de Woulff. Finalmente, la zona boscosa dejaba paso a las Llanuras de los Centauros.

Siguiendo el río hacia el oeste, había una zona pequeña llamada Blue Tors, y después, otro gran edificio llamado Castillo de McNamara, en el extremo más apartado al suroeste del mapa. Como el Castillo de MacCallan, estaba en la costa, pero tenía el beneficio añadido de erguirse en mitad del lugar donde el río Geal volvía a dividirse en dos ramales, uno de los cuales recibía el nombre de río Clare, antes de desembocar en el mar. Así pues, a efectos técnicos, el Castillo de McNamara estaba aislado por el agua.

– Supongo que a los Fomorians no les interesará ese castillo -dije yo, señalándolo-. Ni ése tampoco -añadí, refiriéndome al Castillo de Woulff.

– Los hombres del bosque del Castillo de Woulff son unos arqueros muy poderosos -dijo Carolan pensativamente.

ClanFintan asintió.

– ¿Y qué pasa con este otro castillo? -pregunté yo.

ClanFintan resopló.

– El viejo McNamara es tan difícil como el bosque sobre el que gobierna.

– Verdaderamente, es un país en sí mismo -dijo Carolan.

– Sin embargo, allí hacen un whisky excelente -dijo ClanFintan.

– Bueno, eso es un punto a favor.

Alanna se quedó sorprendida.

– Lady Rhiannon no podía tolerar el sabor del whisky. Decía que es una bebida vulgar.

– Pues yo adoro un buen whisky solo.

¡Ja! Me sentí encantada porque mis gustos no fueran paralelos a los de Rhiannon. Y me relajé un poco.

– Entiendo que no debemos preocuparnos de que los Fomorians ataquen ninguno de esos dos castillos.

Ellos negaron con la cabeza.

– ¿Estarían dispuestos a enviarnos algunos guerreros?

Carolan y ClanFintan intercambiaron una mirada.

– Probablemente, podemos contar con la ayuda de Woulff -dijo ClanFintan, y parecía que Carolan estaba de acuerdo.

– ¿Y McNamara?

ClanFintan se encogió de hombros.

– Quizá, si hacemos que al viejo líder le merezca la pena.

– ¿Y si le hacemos saber que estaría ayudando a salvar vidas?

– Podemos enviarle un mensaje -dijo ClanFintan, pero no parecía que estuviera muy seguro del resultado de la petición.

– En el aviso, explícale que los Fomorians están robando a las mujeres humanas, y que les gustan mucho.

– Eso le enfurecería -dijo ClanFintan con una sonrisa.

– Bien -dije yo-. Pero no le menciones el detalle de su aversión por el agua. Menciónale también el detalle de las mujeres a Woulff.

Los cuatro asentimos.

Antes de que volviéramos a concentrarnos en el mapa, alguien llamó a la puerta de mi habitación.

– Yo abriré -dijo Alanna, y desapareció por la puerta con la doncella que había ido a buscarla.

Yo miré el mapa.

– Me doy cuenta de que no sé nada de esta guerra, pero me da la sensación de que tenemos que intentar encajonarlos en alguna parte.

– El Castillo de la Guardia puede soportar un sitio indefinidamente. Se construyó para que pudiera ser autosuficiente y soportar los ataques -dijo ClanFintan.

– Me gustaría saber cómo entraron a ese castillo, para empezar. Bueno, el Castillo de Laragon está muy cerca del norte del lago Selkie, ¿verdad?

– Sí -respondió Carolan.

– ¿Y a qué distancia está el castillo de las montañas?

– Está muy cerca. La parte sur de la cadena termina en los límites del territorio del castillo -dijo Carolan, y siguió hablando con melancolía-. Es un castillo maravilloso, construido en un valle lleno de flores silvestres y hierba. Laragon es el lugar donde conseguimos nuestros tintes y perfumes. A los pies de esas montañas se extienden campos y campos llenos de flores y bayas.

Intenté no distraerme con aquella preciosa imagen, ni pensar en cómo podría estar ahora.

– Pero sólo es posible acercarse a él desde el este o el oeste, si eres incapaz de aproximarte por el lago.

– Sí -dijo ClanFintan, que debía de haber captado mi idea-. Si pudiéramos asegurarnos de que las fuerzas principales de los Fomorians están en el Castillo de Laragon, podríamos rodearlos desde aquí -dijo, y dibujó con la mano el camino desde el Templo de Epona, pasando por el Templo de la Musa, hacia la parte este de Laragon-. Y desde aquí -añadió, y dibujó un camino alrededor del límite izquierdo del lago, para aproximarse a Laragon desde el oeste-. Y, finalmente, aquí -ClanFintan recorrió con los dedos la orilla sur del lago, al norte del Templo de Epona, atravesó la masa de agua y entró en Laragon por el sur-. Nuestras fuerzas podrían rodearlos y atraparlos con facilidad en Laragon. No tendrían escapatoria. El castillo está bien construido y bien situado, pero no podrían aguantar un sitio prolongado ni una invasión conjunta.

– Creo que funcionaría -dijo Carolan-, pero sólo si la mayoría de los Fomorians estuvieran en Laragon. Si una parte importante de sus fuerzas permanece en el Castillo de la Guardia, podrían rodearnos, dividir a nuestros guerreros y hacernos pedazos.

– Entonces, parece que tenemos que asegurarnos de que la mayoría de ellos estén en Laragon -dije yo, pensando en voz alta. De repente se me ocurrió una idea-: Yo… eh… Creo que se me ha ocurrido una manera para conseguir que quieran quedarse en Laragon.

ClanFintan y Carolan me miraron respetuosamente, como si yo supiera de verdad lo que estaba haciendo.

– Parece que el objetivo principal de su invasión es conseguir mujeres. ¿Creéis que saben que el Templo de la Musa está lleno de mujeres bellas?

– Seguramente no -respondió Carolan.

– ¿Y qué creéis que harían los Fomorians si supieran que hay un templo al este de Laragon, lleno de mujeres bellísimas, fértiles y núbiles?

– Atacarían el templo -dijo Carolan.

– ¿Y qué harían si supieran que el templo estaba protegido por una tropa de centauros?

– Irían a atacarlo en masa -dijo ClanFintan.

– Y sería lógico pensar que su ejército de guerreros usaría Laragon como cuartel general, en vez del Castillo de la Guardia, que está mucho más lejos -dijo Carolan-. Es un plan excelente, pero ¿cómo vamos a conseguir que se les ocurra esa idea?

– Creo que yo podría hacerlo -dije lentamente. Aquélla era la parte del plan que me causaba inquietud.

– ¿Cómo?

– Es algo que sucede durante… los sueños -dije con un suspiro-. La primera vez fue cuando vi a mi padre, es decir, al padre de Rhiannon, aquella horrible noche. Sabía que los monstruos estaban atacando el castillo, y que tenía que avisarlo. Su padre me oyó. Sabía lo que yo le estaba diciendo, y parecía que casi podía verme, o sentirme, o algo así. Sucedió otra vez la noche en que viajé hasta el Castillo de la Guardia, dos veces. Una chica percibió mi presencia… y después, esa cosa. El líder. Se llama Nuada. Él supo que yo estaba allí. Dijo que me había sentido también en el Castillo de MacCallan. Si lo hubiera intentado, habría conseguido hablar con él. Y sé que él me habría oído, que habría entendido lo que yo le hubiera dicho. Así es como van a saberlo. Yo se lo diré.

– No quiero que corras peligro -dijo ClanFintan.

– ¿No me habéis dicho que Epona es una diosa guerrera? -pregunté, mirando a Carolan.

– Sí -respondió él-, y Epona se asegura de que aquéllos que le pertenecen estén seguros.

– Cuento con eso. Debemos darnos prisa. ¿En cuánto tiempo puede estar listo el ejército, y cuánto tardarían en llegar a Laragon?

ClanFintan estudió el mapa antes de responder.

– En cinco días se pueden reunir la mayoría de las fuerzas. Y, con una marcha rápida, podemos estar en posición de atacar Laragon en dos días más.

– Siete días -dije-. Entonces, tengo que comenzar esta noche -murmuré, más para mí misma que para mi marido.

– ¿Empezar esta noche? ¿A qué te refieres? -me preguntó ClanFintan con preocupación.

Carolan me ahorró el trabajo de explicárselo.

– No puede convencer a…

– Nuada -dije yo, sabiendo lo que quería decir.

– No puede convencer a Nuada con una sola manifestación. Debe aparecer ante él más de una vez, como una visión que lo obsesione, hasta que se sienta obligado a seguirla.

– ¿Acaso Epona también está hablando contigo? -le pregunté con una sonrisa.

– Parece que sí-respondió él.

– Sigue sin gustarme la idea -dijo mi marido.

– Epona cuidará de su espíritu. Tú protegerás su cuerpo -dijo Carolan, y le puso la mano en el hombro para reconfortarlo.

– A mí tampoco me gusta especialmente -intervine yo-, pero en este mundo no hay teléfonos, ni van a anunciarlo en las noticias de la noche, así que parece que voy a tener que hacerlo a la vieja usanza.

Ellos no preguntaron nada acerca de aquellas referencias a mi mundo.

– Estaré contigo en todo momento -dijo ClanFintan, abrazándome con fuerza.

– Y yo -dijo Carolan.

– Yo también -dijo Alanna, que acababa de entrar en la habitación-. Pero ¿qué son los teléfonos y las noticias de la noche?

Capítulo 2

Yo me eché a reír y respondí:

– Los teléfonos y las noticias son fuerzas demoníacas muy efectivas. Alégrate de que no existan aquí.

– Me alegro -dijo ella, con tanta seriedad, que yo me reí de nuevo.

Carolan le besó la palma de la mano.

– ¿Qué quería esa doncella, amor mío?

Ella tenía el ceño fruncido de preocupación, y al responder, nos miró a Carolan y a mí alternativamente.

– Se ha extendido una enfermedad por el templo -dijo-. Varías de tus doncellas comenzaron a quejarse la semana pasada. No se sentían bien después de volver de un retiro. Yo no le di demasiada importancia, porque a veces, las doncellas ponen excusas para no acercarse a lady Rhiannon. Y después, con toda la gente que llegaba al templo, no hice caso de las quejas de las muchachas y les ordené que sirvieran a Epona con más diligencia. Pero estaba equivocada. Ahora, la mayoría de ellas están enfermas, y también varios niños y mujeres ancianas. Necesitan tu atención, y he mandado que traigan tu bolsa de Sanador -le dijo a Carolan, y después se volvió hacia mí-: También necesitan tus plegarias.

– Por supuesto, mi amor -dijo Carolan, y le dio un beso en la frente.

– Será mejor que yo vaya también, para ver qué demonios les pasa.

Alanna se quedó sorprendida, pero también agradada, al oírme.

– ¿No deseas asistir a la reunión con los guerreros para explicarles nuestro plan? -me preguntó ClanFintan.

– No, cariño -dije-. Ve y explícaselo tú. Será mejor que yo vaya a asegurarme de que las doncellas no tienen nada grave.

– Si crees que es lo que debes hacer, estoy seguro de que los guerreros lo entenderán. Sin embargo, cuando termines con las doncellas, por favor, reúnete con nosotros. Subirás la moral de los guerreros.

Vaya, eso me gustaba. Como Marilyn Monroe.

– No hay problema -dije.

Nos despedimos con un beso. Él se marchó hacia la reunión, y después de que uno de los guardias de la puerta de mi habitación le entregara a Carolan la bolsa de cuero que contenía su instrumental médico, nosotros tres nos dirigimos hacia las dependencias de las doncellas. Alanna nos explicó que en la sala principal había un olor muy fuerte, y Carolan la miró con suma preocupación. Al instante, aceleró el paso.

Atravesamos el gran patio central y recorrimos un largo pasillo de mármol. Cuando torcimos una esquina, percibí aquel olor. Al principio era algo dulce, como el olor a azúcar quemado. Después, se convirtió en un aroma espeso, y purulento, que me provocó náuseas. Me puse la mano sobre la boca y miré a Alanna. Ella se acercó a la puerta de la sala.

– Yo entraré primero -dijo Carolan-. Será mejor que vosotras esperéis aquí.

– No -repliqué yo con firmeza-. Voy a entrar contigo. Son mis chicas.

– Y yo ya he estado ahí -dijo Alanna-. No me voy a llevar ninguna sorpresa -añadió con tristeza.

Carolan asintió y abrió la puerta.

La escena que vimos ante nosotros era como una pesadilla. La habitación era enorme y bella, de techos altos y ventanales que recorrían una de las paredes desde el suelo hasta el techo, vestidos con cortinajes de un suave color melocotón. En conjunto, debería haber transmitido una sensación de armonía y de paz, pero todo se había ensuciado con la luz de la enfermedad.

Había sábanas sucias apiladas por el suelo, y en cada pila, una persona. Otras mujeres se afanaban en atender a las enfermas con jarras de agua y paños húmedos, parándose brevemente a dar de beber o a refrescar una cara febril.

Al entrar en la habitación, tuve que hacer un esfuerzo por no hacer arcadas, pero tuve que taparme nuevamente la boca con la mano. El olor a vómito y a otros desechos corporales se mezclaba con un hedor que yo había conocido en el Castillo de MacCallan: el olor a muerte.

Alanna y yo permanecimos junto a la puerta, mientras que Carolan se acercó rápidamente al camastro más cercano, para tocar la frente de una niña. Estaba tapada con mantas, pero se estremecía de frío. Carolan la examinó; apartó las mantas y comenzó a palparle el cuello, y a tomarle el pulso de la muñeca. Su cara se había convertido en una máscara impasible, y murmuraba palabras suaves de consuelo mientras abría la bolsa.

Sacó algo que parecía un estetoscopio rudimentario y comenzó a auscultarle el pecho a la enferma. Yo me sentía inútil allí parada, mientras él se movía de camastro en camastro, examinando pacientes y pidiendo agua, sábanas limpias o compresas frías.

– ¿Mi señora?

Una voz ronca me llamó. Miré a mi alrededor y vi que alguien movía la mano en mi dirección, débilmente.

– ¿Tarah?

Alanna asintió tristemente.

Aquello me decidió. No podía permanecer de brazos cruzados cuando la ninfa que era el reflejo de mi estudiante favorita me necesitaba. Respiré profundamente y me dirigí hacia ella.

Cuando llegué a su lado, la tomé de la mano. Estaba reseca y agrietada, y la fragilidad de sus huesos me sorprendió.

– Lo siento mucho, mi señora -me dijo, intentando sonreír-. Estamos demasiado ocupadas como para que además yo me haya puesto enferma.

– Shh -susurré yo-. No te preocupes por eso. Sólo tienes que descansar y recuperarte -dije. Ella cerró los ojos y asintió.

No quería soltarme la mano, así que me senté a su lado y la observé. Estaba muy pálida, y tenía los labios secos, pero lo más desconcertante era que tenía la piel de la cara y del cuello cubierta de un sarpullido rojo.

– ¿Varicela? -murmuré.

– Sí, creo que es la varicela -dijo Carolan, y me sobresalté-. ¿La conoces?

– Creo que sí. La tuve de niña -respondí, mirando la cara demacrada de Tarah-. Pero no me puse tan enferma.

– Yo… también -dijo Tarah débilmente, tanto, que tuve que inclinarme hacia ella para oír el resto de su frase- tuve la varicela de niña.

– Dice que tuvo la varicela de pequeña -le repetí a Carolan, sorprendida-. Eso es raro. En mi… -estuve a punto de decir «en mi mundo», pero me contuve a tiempo y disimulé con una tos-. Según mi experiencia, la gente sólo puede tener una vez la varicela. No pueden contagiarse de nuevo.

Carolan asintió, y después me indicó con un gesto que lo siguiera hacia la puerta. Antes de soltarla, le apreté la mano a Tarah y le susurré que volvería pronto.

Alanna, Carolan y yo nos reunimos junto a la entrada, y Carolan habló en voz baja, en un tono urgente.

– Sólo he hecho un examen superficial de varios pacientes, pero lo que he averiguado me preocupa mucho. Creo que todos padecen la misma enfermedad, pero que se desarrolla en tres estadios diferentes. En el primero, los enfermos comienzan a tener fiebre y sarpullido. Parece que comienza en la cara, y después se extiende por todo el cuerpo y las extremidades. El sarpullido se convierte en ampollas, que se llenan de pus y putrefacción. La fiebre vuelve, y provoca delirios. Este estadio es peligroso y mortal. Los niños se están deshidratando. Algunos tienen fluidos en los pulmones, y la garganta cerrada. Esto no es la varicela infantil, que sólo es mortal para los bebés o para los ancianos y los débiles. Estos niños y estas mujeres son fuertes y jóvenes, pero están muy enfermos.

– Viruela -dije yo.

– ¿Qué es la viruela? -preguntó Carolan.

– No sé mucho de ella. En mi mundo, o al menos en la parte civilizada de mi mundo, está prácticamente erradicada. Pero por lo que recuerdo, esto puede ser una enfermedad similar.

– Me será útil cualquier cosa que puedas decirme.

– En circunstancias normales, es decir, que una raza de personas haya estado expuesta a la viruela periódicamente, la enfermedad puede acabar con los más pequeños, con los viejos y los enfermos. Sin embargo, si en un país nunca ha habido viruela, la enfermedad podría devastar a la población. Mataría al noventa y cinco por ciento de los infectados. Es como una plaga. ¿Partholon nunca ha sufrido esta enfermedad?

Carolan se frotó la barbilla mientras pensaba.

– Me parece que tengo algunos escritos sobre una enfermedad como ésta que se ha producido periódicamente en la gente que vive cerca de Ufasach Marsh, y que se contagia de vez en cuando a la población general. Pero ellos son gente extraña, reservada, que nunca pide ayuda a los de fuera, así que tengo pocas referencias.

De repente, se me ocurrió algo.

– Alanna, me has dicho que las doncellas se quejaron de que estaban enfermas cuando volvieron de un retiro, ¿no?

– Sí.

– ¿Y dónde fue ese retiro?

– En el Templo de la Musa.

– ¿Y eso no está cerca de Ufasach Marsh?

– Sí -respondió Carolan.

– Estoy segura de que, si investigamos esto, averiguaremos que el brote de la enfermedad se originó en el retiro. Eso significa que seguramente las Encarnaciones de las Musas también están padeciendo la viruela. Lo peor de todo esto es que es una enfermedad muy contagiosa. Se transmite por los fluidos corporales y por el contacto. Por ejemplo, si duermes en la misma cama de un enfermo, te contagias. O si bebes de la misma taza que ellos. La gente que está cuidando a los enfermos se arriesga a contraer la enfermedad.

– Entonces, Alanna y tú debéis alejaros de aquí.

– Tienes razón -dije yo, y miré a Alanna-. Tienes que salir de la habitación… Ya te has expuesto demasiado.

– Y tú también -dijo ella.

– No, yo no puedo contagiarme -respondí, y le mostré una diminuta cicatriz que tenía en el brazo-. Cuando era niña, me pusieron una vacuna.

Carolan se quedó desconcertado. Yo suspiré y les expliqué lo que era una vacuna.

– Hizo que mi cuerpo generara una cosa llamada «anticuerpos» contra la viruela. Aunque me exponga a la enfermedad, mi cuerpo luchará contra ella.

– Parece un milagro -dijo Carolan en un tono reverencial.

– Sí, ojalá yo fuera médico, para poderte explicar cómo funciona -dije, y me encogí de hombros con impotencia-. Lo siento, conseguisteis a la profesora de literatura y lengua inglesa, no a la doctora.

– Para mí está muy bien la profesora -dijo Alanna dulcemente.

Yo le di las gracias con una sonrisa y me volví hacia Carolan.

– Bueno, ¿y qué tenemos que hacer?

– El primer paso es poner en cuarentena a los enfermos.

– Y todo lo que toquen -añadí-. Y a sus familias.

– Sí -dijo él, asintiendo-. Creo que lo mejor será limitar el contacto con los enfermos a mis ayudantes, y quizá, a unos cuantos voluntarios sanos, probablemente a miembros de la familia de aquéllos que hayan estado expuestos a la enfermedad. Después, voy a mirar mis libros para encontrar todo lo que haya sobre esta enfermedad. Lo único que podemos hacer por ahora es mantener cómodos e hidratados a los pacientes.

– Hay que hervir el agua antes de que la beban -dije-. También hay que asegurarse de que las sábanas y la ropa sucia estén aisladas del resto del templo, y hay que lavarla con agua hirviendo, y con mucho jabón del fuerte.

– Hervir el agua acaba con el demonio del contagio -dijo él, agradado con mis sugerencias.

– Sí, y con la mayoría de los gérmenes.

Carolan me miró con las cejas arqueadas, pero no me contradijo, ni me pidió explicación.

– A mí me preocupa el origen de este brote. Sería un desastre que nuestros guerreros enfermaran cuando estuvieran tomando posiciones para rodear a los Fomorians. Si esta viruela se originó en el Templo de la Musa, los guerreros deben mantenerse alejados de esa zona.

– Espera. Tienes razón en eso, pero… Bueno, corrígeme si me equivoco, pero creo que nunca he oído que un caballo tuviera la viruela. ¿Y tú? -dije, mientras mi mente daba vueltas como un hámster en una rueda.

– No… -dijo Carolan, frotándose la barbilla-. No se me ocurre ningún ejemplo de viruela equina.

– ¿Y en centauros?

– Tu esposo sabrá más de eso que yo, pero no creo que los centauros hayan enfermado nunca de viruela.

– Bien -dije, y sentí que me quitaba un peso de los hombros-. Entonces, tendremos que asegurarnos de que sólo los guerreros centauros se acerquen al Templo de la Musa para atacar Laragon desde el este.

– Eso sería muy inteligente, pero de todos modos debemos contener este brote.

– Desde luego. Manos a la obra -dije.

– Amor mío -le dijo Carolan a Alanna, suavemente-, tú no puedes ayudar aquí. No quiero que te expongas al contagio.

– Pero tú te estás exponiendo -replicó ella.

– Yo debo hacerlo -respondió Carolan, y le dio un beso en la frente-. Sabes que debo hacerlo. Pero no puedo hacer lo que hay que hacer si estoy preocupado por tu seguridad. Puedes ayudarme avisando a mis asistentes, y después, yendo a la cocina a supervisar cómo hierven el agua y hacen infusiones para los enfermos.

– Y yo necesito que te asegures de que las mujeres están haciendo lo que tienen que hacer -añadí-. Creo que Maraid es muy capaz, pero no es tú. Además, tienes que hablar con las familias de los enfermos, y detectar si hay más casos nuevos de viruela.

Alanna suspiró y se rindió. Yo sabía que lo haría. Su sentido de la responsabilidad y de la integridad nunca le permitía ser egoísta ni infantil. No iba a insistir en quedarse allí con Carolan. Alanna y Suzanna eran mujeres que ponían las necesidades de los demás por delante de sus propios deseos.

Ojalá yo pudiera ser como ellas.

Alanna besó a su nuevo marido en los labios y yo oí que se susurraban palabras de adoración el uno al otro Después, se volvió hacia mí y me dio un abrazo.

– Cuídalo por mí -me pidió-. Y cuídate tú también.

– No hay problema. Oh, ¿y puedes ir a buscar a ClanFintan y explicarle lo que ha sucedido? Y pregúntale si puede venir aquí cuando haya terminado con los guerreros.

Alanna asintió.

– Nos veremos esta noche. Os quiero a los dos.

Se marchó rápidamente, como si tuviera que obligar a sus piernas a moverse antes de que su corazón le ordenara que se detuviera.

Ninguno de nosotros dijo nada: sólo observamos cómo se alejaba. Su dignidad y su calma nos conmovieron.

– Bueno… -yo di unas palmadas enérgicas para romper el momento antes de que alguno pudiéramos hacer algo ridículo, como echarnos a llorar-. Dame algo con lo que pueda recogerme el pelo, y estaré a tu servicio. Sólo tienes que decirme lo que tengo que hacer.

– Lo primero es colocar a los enfermos en zonas, de menos a más grave. Después, tenemos que cambiar las sábanas de las camillas por sábanas limpias -dijo Carolan. Señaló un montón de tiras de tela limpia que había en un rincón y dijo-: Creo que podrás recogerte el pelo con eso.

– ¡A sus órdenes! -dije, haciéndole un saludo marcial. Después tomé una de las tiras y lo seguí hacia el centro de la habitación-. Eh, ¿te parece bien que abra las ventanas? Fuera hace un tiempo muy agradable, y aquí huele muy mal.

Carolan asintió, y yo me apresuré a abrir las enormes ventanas. Fuera, la brisa cálida tenía un perfume a madreselva. Intenté contener las náuseas cuando aquel olor dulce se mezcló con el de los vómitos y la enfermedad.

Ya sabía que aquél iba a ser un día muy largo.

Capítulo 3

Mientras estudiaba la carrera, trabajaba media jornada de secretaria en un enorme hospital católico cerca del campus de la Universidad de Illinois. Por lo general, no hacía mucho trabajo sucio; sólo era la secretaria de las enfermeras de la planta de Medicina General, y durante una temporada, de la planta de Maternidad, lo cual fue estupendo.

De aquel trabajo aprendí dos cosas. La primera, que no me gustaba ser secretaria. La segunda, que nunca, jamás, querría ser enfermera. Las respeto y las aprecio, pero su trabajo es demasiado duro para mí.

Recordé lo que había aprendido durante aquella experiencia laboral mientras sujetaba la cabeza de la sexta mujer que, durante los últimos minutos, había sentido la necesidad de vomitar en algo que parecía un orinal sacado de una escena de Oliver Twist. Puaj.

Después de que terminara de vomitar, le limpié la cara, y me sorprendí al ver que, bajo la capa de sudor y enfermedad, había una adolescente, casi una niña.

– ¿Mejor? -le pregunté suavemente.

– Sí, mi señora -dijo ella. Aunque su voz era muy débil, intentó sonreír-. Vuestras manos son tan agradables y frescas…

Yo la ayudé a tenderse, y le aparté el pelo de la frente húmeda.

– ¿Podríais bendecirme, mi señora?

Aquella petición débil me llegó al corazón, como cada vez que una de aquellas personas me había pedido lo mismo.

Y, como había hecho ya tantas veces aquel día, incliné la cabeza, cerré los ojos e hice una plegaria:

– Epona, por favor, cuida y reconforta a esta muchacha.

Entonces, abrí los ojos y le sonreí.

– Volveré a verte después.

Arrastré los pies hasta una de las jarras que los asistentes de Carolan mantenían llenas de agua limpia y caliente. Extendí las manos para que uno de ellos vertiera agua sobre mis manos, y el otro me rociara con jabón de un frasco para lavármelas. Mientras me las frotaba, vi a Carolan caminando de un camastro a otro. Sus movimientos eran seguros, calmados. Parecía inagotable.

Después de secarme las manos, me tomé un momento para estirar los brazos, girar la cabeza e intentar relajar los músculos tensos del cuello. Los hombros me estaban matando. Oí una voz débil llamándome, y automáticamente respondí con un «ahora mismo voy». Sin embargo, parecía que no podía mover el cuerpo. Me rugió el estómago, y me pregunté cuánto tiempo había pasado desde que dos de los ayudantes de Carolan nos habían traído pan con queso.

Estaba exhausta, y no sólo físicamente. Me sentía abrumada. Allí estaba yo, intentando cuidar a gente gravemente enferma. Yo, una profesora de literatura y lengua inglesa de Oklahoma. Y ellos creían en mí. Incluso querían que los bendijera.

Yo podía contarles historias, recitarles poesía, incluso explicarles el significado del más extraño y oscuro de los escritos de Coleridge.

Pero no podía ser una diosa, ni la Suma Sacerdotisa que ellos creían que era.

Me sentía impotente, inepta y a punto de echarme a llorar.

– Diosa -dijo alguien, llamándome, desde un extremo de la sala.

– Mi señora -oí que Tarah me llamaba también, desde la parte de la habitación en la que habíamos colocado a los casos de gravedad media.

– Lady Rhiannon -dijo una niña, desde la zona de los enfermos graves.

Yo me erguí, me aparté el pelo de la cara e intenté sacar fuerzas de flaqueza, tanto mentales como físicas. Era horrible, sí, pero tenía que hacer lo que debía hacer.

– ¿Qué quieres, cariño? -le pregunté a la niña, y tomé una jarra de agua para ayudarla a dar un sorbo. Tenía los labios agrietados, y ampollas de pus en la cara, en los brazos y el cuello. Cuando abrió la boca para beber, me di cuenta de que tenía llagas enrojecidas por toda la lengua.

El agua se le derramó por las comisuras de los labios y por la barbilla, y yo se la sequé con la esquina de la sábana.

– ¿Es maravilloso montar a Epona? -me preguntó con la voz ronca.

– Sí, cariño -dije yo, refrescándole la cara con un paño húmedo-. Su paso es tan suave que es como montar el viento.

– ¿Y es cierto que habla con vos? -preguntó. Sus ojos, brillantes de fiebre, captaron mi mirada. Reconocí el fervor de una amante de los caballos.

– Creo que sí. Es muy lista, ¿sabes?

La niña enferma asintió débilmente.

– ¿Cómo te llamas, cielo?

– Kristianna -susurró.

– Voy a hacer un trato contigo, Kristianna -le dije-. Si te pones, bien, te llevaré a que hables con ella. Y tal vez ella te diga, incluso, que le gustaría llevarte a dar un paseo.

Casi lamenté habérselo dicho, porque inmediatamente intentó incorporarse.

– ¡Eh! Eso significa que tienes que descansar, y concentrarte en ponerte bien.

La niña volvió a tumbarse sobre las sábanas con un suspiro.

– Diosa -me dijo melancólicamente-, ¿de verdad pensáis que querrá hablar conmigo?

Algo que había dentro de mí me susurró las palabras que dije en voz alta.

– Epona siempre está buscando a jóvenes que quieran oír su voz.

– Yo quiero oírla… -la voz de la niña fue acallándose mientras se sumía en el sueño, o en la inconsciencia.

Yo dejé el paño y miré con tristeza su carita hinchada.

– Espero que la oigas, cariño -susurré.

Sentí que me envolvía un calor familiar antes de oír que él pronunciaba mi nombre.

– ¿Rhea?

Me volví, y estuve a punto de tropezarme con el pecho de ClanFintan.

– Oh, hola -dije. De repente, fui muy consciente del aspecto que debía de tener, como si fuera la hermana pelirroja de Medusa. Y él tenía un aspecto fuerte, maravilloso y guapísimo, como de costumbre.

– Te hemos echado de menos en la reunión.

Su voz fue como la melaza cálida deslizándose por mi cuerpo dolorido.

– Lo siento -dije, intentando atarme la coleta frenéticamente-. Espero que les hayas explicado a los guerreros por qué no he podido ir.

– Sí, y lo entendieron. Alabaron tu sentido de la responsabilidad con la gente.

ClanFintan me había tomado por el brazo y me llevaba hacia la puerta mientras hablaba. Vi que Carolan asentía mientras ClanFintan abría la puerta y me sacaba al pasillo.

De repente, me vi rodeada de los fuertes brazos del centauro.

– Ay… -me resistí inútilmente-. Estoy muy sucia.

– Estate quieta -me dijo él, con su voz grave e hipnótica-. Te he echado de menos.

Eso me inmovilizó. Me había echado de menos. Estaba segura de que tenía una sonrisa de tonta.

– Y también me he preocupado por ti -dijo-. ¿Qué es eso que ha intentado explicarme Alanna? ¿De veras tienes un talismán que te protege contra la viruela?

– Sí -dije yo, adorando su expresión de preocupación-. No es magia, en realidad. Es medicina. Pero créeme, funciona. No puedo contagiarme de la viruela.

– Bien -ClanFintan me estrechó contra sí, y yo noté que posaba los labios sobre mi cabeza-. No permitiré que te ocurra nada malo.

– Yo tampoco lo permitiré -dije yo, intentando bromear.

Él me apretó todavía más contra su pecho.

– Esto no es una cuestión para bromear.

– Lo siento mucho -dije yo con un gemido, y él aflojó su abrazo-. Es sólo que no me gusta mucho esto. No quiero que pienses mal de mí, pero no estoy hecha para ser enfermera.

– No pienso mal de ti. No te gustan las cosas que huelen mal, y los enfermos huelen mal.

– Vaya, eso es verdad. Bueno, ¿te dijo Alanna que creemos que esta viruela también está en el Templo de la Musa?

– Sí -dijo con un suspiro-. Esto complica nuestros planes.

– Si enviamos guerreros humanos a esa zona, pueden contagiarse. Eso no puede ser bueno para un ejército. ¿Sabes si alguna vez los centauros han padecido una enfermedad como ésta?

– No -dijo él con seguridad-. Mi raza no es vulnerable a estas enfermedades.

– Eso es lo que quería oír.

– Lo cual significa que sólo los guerreros centauros pueden acercarse al Templo de la Musa. Ellos les contarán nuestros planes y nos traerán noticias sobre la salud de las mujeres del templo.

– Seguramente no es buena. Por horrible que parezca, tendremos que poner en cuarentena el templo y todos sus alrededores. Podemos enviarles provisiones, pero no podemos permitir que contaminen el resto de Partholon.

– Estoy de acuerdo. Ya he dado órdenes para que comiencen las cuarentenas -dijo-. Y ahora parece que también tengo que cuidar de ti -añadió, mirándome fijamente.

– ¿Eh?

– ¿No te acuerdas de que tienes una noche muy larga por delante? -me preguntó.

Con mi mejor imitación de la voz de Marilyn Monroe, pregunté:

– ¿Qué tienes en mente?

– Que te comuniques con el Señor de los Fomorians.

Aquello fue un jarro de agua fría para mis pensamientos clasificados «X». Se me había olvidado.

– Oh, sí.

– Ojalá hubiera otro modo de hacer las cosas. Sigue sin gustarme la idea de que tengas que provocar a esa criatura.

– Yo tampoco lo estoy deseando -respondí con un suspiro, y me acurruqué contra él-, pero tengo que hacerlo. Dijiste que te quedarías conmigo, ¿verdad?

– Por supuesto. Yo siempre protegeré tu cuerpo.

– Bien. Bueno, deja que vuelva con los enfermos y termine. Después cenaré algo, y tú puedes ayudarme a pensar cómo conseguir que funcione este asunto del sueño.

– Epona te guiará -dijo ClanFintan. Me tomó la barbilla en la palma de la mano e hizo que inclinara la cara hacia arriba-. Sólo te daré un poco más de tiempo. Si no has salido cuando vuelva, entraré y te sacaré de la habitación. Puede que no corras peligro de contagio, pero de todos modos debes cuidar tu salud.

– ¿Y a mi marido también?

– Sí, a tu marido también -dijo él. Me revolvió el pelo, que ya estaba lo suficientemente revuelto, e hizo que me diera la vuelta. Después me empujó suavemente hacia la puerta de la sala-. Recuerda, si no terminas pronto, vendré a buscarte.

– Me encantas cuando eres autoritario -le dije por encima del hombro, mientras volvía a entrar en la sala de los enfermos.

La vuelta a aquel infierno de la viruela fue todo un golpe. Lo primero que vi fue a Carolan cubriendo con una sábana la cara de una de las niñas que estaba entre los enfermos más graves. Yo me acerqué apresuradamente.

– Ésta es la primera -dijo en voz baja, para que sólo pudiera oírlo yo-, pero no será la última.

– ClanFintan dice que los centauros no pueden contagiarse de la viruela.

– Por lo menos, ésa es una buena noticia. ¿Sabes que se han declarado doce casos más desde esta mañana?

– No, no lo sabía.

– Y seguramente, cinco de los enfermos más graves no pasarán de esta noche.

– ¿Y esa niñita, qué tal está? -pregunté, señalando discretamente a la amante de los caballos.

Él agitó la cabeza tristemente.

– Está en manos de Epona.

– Maldita sea.

Carolan indicó a dos de sus ayudantes que se llevaran el cuerpo inerte de la pequeña.

– El cadáver sigue siendo contagioso -dije yo.

Carolan me miró con sorpresa, pero no titubeó al decir:

– Llevadla a la sala contigua a mi clínica. Debemos construir una pira en el exterior de las murallas del templo, desde la que enviaremos su espíritu a Epona.

Yo asentí, y rápidamente, mostré mi acuerdo con él en público.

– Epona quiere que todas las víctimas de la viruela sean incineradas en un lugar alejado del templo. Ella recibirá a sus almas, pero no desea que los muertos contaminen a los vivos.

Observamos cómo se llevaban a la niña.

Carolan se dirigió entonces a uno de sus ayudantes más competentes.

– Notifícales a sus padres la muerte de la niña.

– No. Eso es tarea mía -dije yo, y me volví hacia el ayudante-. Tráelos aquí. Yo se lo diré.

– Como ordenéis, mi señora -respondió. Con una reverencia, se alejó.

– No tienes por qué hacerlo. Lady Rhiannon no lo hubiera hecho.

– Yo no soy lady Rhiannon -repliqué, con evidente frustración.

– No, no lo eres. Perdóname por haber evocado la comparación -dijo Carolan. Su voz cansada tenía un tono de calidez.

– Te perdono -dije, y ambos nos sonreímos-. Eh, y ya que estamos con el tema de tus olvidos, ¿te acuerdas de que ésta es tu noche de bodas?

Bajo el sudor y la suciedad, Carolan se ruborizó.

– Quizá se me haya pasado.

– Puedes buscarte un problema con eso.

Él miró a su alrededor con impotencia.

– ¿Cómo voy a dejarlos?

– Tienes buenos asistentes. Confía en ellos. Tienes que tomarte un descanso. Vamos, lávate y ve con Alanna. La vida es demasiado impredecible como para perder un momento.

– Pero…

– Tómate ocho horas. No les servirás de nada a tus pacientes si estás demasiado cansado como para poder ver las cosas con claridad. Yo me quedaré un rato más, y me aseguraré de que todo está en orden.

– Rhea, tienes un buen corazón, pero no tienes experiencia en el cuidado de los enfermos.

– Dímelo a mí. No te preocupes, delegaré y asumiré una actitud de diosa.

– En eso sí tienes experiencia.

Parecía que todo el mundo había captado cuál era mi estrategia. Yo le hice un gesto de burla mientras él comenzaba a llamar a sus ayudantes y a darles instrucciones. Oí que los dividía en turnos, para que algunos pudieran descansar y volvieran a relevar a aquéllos que se quedaran trabajando por la noche.

– ¿Lady Rhiannon? -una voz tímida me llamó desde la puerta.

Era el ayudante que había ido en busca de los padres de la niña muerta. Vi las formas de dos personas en sombras, junto a él, en el umbral.

– Mi señora -dijo-. Son los padres de la niña.

Me volví hacia ellos. Estaban tomados de la mano, y por su expresión, supe que ya eran conscientes de lo que iba a decirles.

– Lo lamento muchísimo, pero vuestra hija ha muerto esta tarde -dije.

La madre rompió a llorar. Se colgó de su marido como si no pudiera mantenerse en pie. De repente se irguió y me preguntó, entre lágrimas:

– ¿Podemos verla?

Oh, Dios. Aquello era espantoso. Ni siquiera podían ver a su hijita.

– Su cuerpo todavía padece la enfermedad. Hay que incinerarla rápidamente, a instancias de Epona.

Sus miradas de desesperación me hicieron cambiar de opinión en el último instante, y dije:

– No podéis tocarla, pero podéis despediros de ella.

Le indiqué al ayudante que los llevara a ver a su pequeña, y antes de volverse, el padre me tomó de la mano.

– Diosa… -le temblaba la voz-. ¿Estabais con ella cuando murió?

Yo ni siquiera vacilé.

– Sí -mentí-. Estaba a su lado.

– Gracias. Bendita seáis por vuestra bondad.

Siguieron al ayudante despacio, como si sus cuerpos se hubieran vuelto de piedra.

Entonces, me di cuenta de que no eran sus cuerpos, sino su corazón.

– Rhea, vamos -dijo ClanFintan, que salió de entre las sombras. Rápidamente, se puso frente a mí, me tomó la cara con las manos, y con los pulgares, me secó las lágrimas de las mejillas.

– Vamos -repitió.

Yo asentí, y le permití que me alejara del olor de la muerte.

Capítulo 4

– Huelo horriblemente mal -dije, conteniendo las lágrimas, mientras recorríamos el pasillo iluminado por antorchas.

– Eso ya lo sé. Por eso te estoy llevando a los baños.

Pensé en lo agradable que sería estar limpia. Al menos, eso era bueno para la moral.

Caminamos sin decir nada. Yo vi que había hogueras encendidas en el patio, y distinguí las formas de las mujeres que cocinaban al fuego. El aroma entraba por las ventanas, y mi estómago emitió un sonoro gruñido.

ClanFintan se rió.

– La cena te está esperando en tu habitación.

– Gracias.

– De nada.

– Estás empezando a hablar como yo.

– Hay cosas peores.

La risa hizo que le vibrara el pecho, y yo sentí que mi depresión se mitigaba un poco.

En unos instantes, estábamos llegando a la que se había convertido en mi habitación favorita.

– ¿Dónde está Alanna? -pregunté, mirando con ansia la piscina de agua caliente.

– Tiene un marido que requiere su atención -dijo, y sonrió-. Yo seré tu sirviente esta noche.

Antes de que mi cerebro pudiera dar con una respuesta ingeniosa, él había agarrado la parte de atrás de mi vestido con ambas manos, y con un rápido movimiento, lo rasgó limpiamente en dos.

– ¡Eh! -protesté. Podía haberme avisado.

– No querías conservarlo, ¿no?

Su voz casi sonaba inocente. Casi.

– Claro que no. Y asegúrate de quemar esa cosa asquerosa más tarde. No quiero que ninguna de las chicas lo toque.

Me apoyé en su brazo y me quité el tanga. Después me liberé de las sandalias de un par de patadas y casi corrí a meterme a la piscina, en la que me sumergí hasta los hombros con un gruñido.

– ¿Rhea?

Antes de responder, busqué con la mano un saliente en el que poder sentarme. Después dije sucintamente:

– ¿Mmm?

– Dame un momento -dijo. Se estaba quitando el chaleco mientras hablaba-. Y tengo que recordarte nuevamente que, por favor, no hables.

– ¿Qué?

– Shh.

Entonces, se concentró profundamente y comenzó a recitar el cántico que yo había oído la noche anterior. Al mismo tiempo, sentí un estremecimiento de deseo, y una punzada de miedo, al recordar el dolor que le había causado el Cambio. De nuevo, tuve ganas de gritar cuando su carne comenzó a resplandecer, a moverse y a adoptar otra forma. Demasiado tarde, recordé que debía cerrar los ojos. La luz que chocó contra mis párpados era cegadora y penetrante.

Después, hubo oscuridad.

Pestañeando, volví a fijarme en su forma humana, arrodillada.

Él se enjugó el sudor de la frente e intentó controlar su respiración agitada.

– Ya… -hizo una pausa para tomar aire- puedes hablar otra vez.

– Odio que te haga tanto daño.

Él se puso en pie, un poco tembloroso.

– Si no pudiera cambiar de forma, no podríamos estar juntos como marido y mujer.

– Lo sé, y también odiaría eso.

Él se acercó a la piscina, y su paso se hizo más seguro a cada zancada. Bajó por las escaleras de la piscina y se unió a mí en el agua.

– No sabía que tú también olieras mal -le dije.

– Ya te he dicho que esta noche voy a ser tu sirviente -tomó una esponja y un frasco de jabón del borde de la piscina y me ordenó-: Date la vuelta.

Yo obedecí alegremente, y apoyé los antebrazos en el saliente en el que había estado sentada. Él me apartó el pelo y comenzó a enjabonarme la espalda.

– Mmm -suspiré.

Pronto, él dejó la esponja en el borde, y con sus manos fuertes y cálidas, empezó a masajearme los músculos, deteniéndose especialmente en el cuello y en los hombros. Después de ocuparse de mi espalda, y me refiero a toda ella, hizo que me pusiera en pie en uno de los salientes más altos, de modo que mi torso estaba fuera del agua y él tenía acceso a mis piernas. Entonces, puso jabón en la espalda y me enjabonó. Me di cuenta de que, aunque sus acciones fueran íntimas, no tenían un matiz sexual. En vez de eso, su contacto era suave y calmante. Lo observé a través de los párpados medio cerrados, intentando mantenerme despierta.

– Apóyate hacia atrás y relájate -me dijo-. Has tenido un día muy largo. No he cambiado de forma para tener un encuentro sexual contigo. No es eso lo que necesitas esta noche.

Sentí alivio al oírlo. Lo quería, pero él tenía razón. Aquella noche necesitaba que me cuidaran, no que me sedujeran. Cerré los ojos cuando él siguió frotándome el torso, las piernas y los brazos con la esponja. A cada roce, me parecía que mis músculos se relajaban más y más, y los horrores de aquel día se hacían más soportables.

– Voy a moverte de nuevo -me dijo.

– De acuerdo -respondí con un suspiro.

Me tomó por la cintura y me depositó en un saliente más bajo.

– Échate hacia atrás y mójate el pelo. Yo te sujetaré por los hombros.

Hice lo que me pedía, y después, él se situó detrás de mí y comenzó a enjabonarme los rizos. Yo me apoyé en su pecho, disfrutando de sus caricias firmes.

– Ahora, aclárate.

Me sujetó los hombros de nuevo y yo me eché hacia atrás, sumergiendo la cabeza en el agua caliente, moviéndola suavemente hasta que noté que mi pelo estaba limpio.

– Flota un rato, permite que tu cuerpo se cure con el calor del baño. Yo no voy a soltarte.

Me quedé flotando en el agua, con los ojos cerrados y la mente en blanco. Me sentía dolorida por dentro y por fuera. En voz muy baja, ClanFintan comenzó un cántico suave. Yo no entendía las palabras, pero su voz profunda era bella e hipnótica.

– ¿Qué estás diciendo?

– Estoy diciendo: «Relájate, mi amor. Tus preocupaciones son mías, y nunca me alejaré de ti».

Arrullada por el agua y por su amor, apenas me moví cuando me sacó de la piscina, me envolvió en una toalla y me sentó en mi silla del tocador.

– No vas a caerte, ¿verdad? -me preguntó.

Yo abrí los ojos lo justo para verlo agachado ante mí, con las manos apoyadas en mis rodillas. Negué con la cabeza.

– Tardaré poco -dijo. Me apretó las rodillas y se puso en pie.

– ¿Adónde vas?

– Shh.

Observé en silencio cómo comenzaba el cántico que lo devolvería a su forma original. Tardó menos en cambiar a centauro que en convertirse en humano, y la luz empezó más pronto y fue más intensa, haciendo que cerrara los ojos y escondiera la cara en la toalla.

Oí el sonido familiar de sus cascos, y supe que podía mirar, y hablar.

– ¿Estás despierta?

– Es un poco difícil dormir con esa luz. ¿Duele mucho volver a ser centauro? -le pregunté mientras me tomaba en brazos.

– Deja de preocuparte -respondió. Hizo que yo pusiera la cabeza entre su cuello y su hombro y me envolvió bien en la toalla-. Estoy bien.

Yo le acaricié el cuello con la nariz, y le besé la mejilla.

– Estoy segura de que no podrías correr un maratón.

– Podría correr un maratón -respondió él con una suave risotada, mientras se ponía en camino hacia mi habitación-. Pero no podría correr muy rápidamente.

Mi estómago soltó un gruñido, y los dos nos echamos a reír.

Capítulo 5

Mi habitación estaba iluminada, suavemente, con cientos de velas, y en mi mesa habían servido un montón de comida deliciosa. Como de costumbre, yo estaba hambrienta.

ClanFintan se reclinó en uno de los divanes, y me acurrucó delante de él. Se inclinó sobre mí y tomó un gran muslo dorado de algo que debía de haber sido, en vida, un pavo mutante.

– Come -dijo, mientras mordía la carne-. Sé que te mueres de hambre.

Yo me puse manos a la obra. Había una gran selección de carnes, verduras y pasta. Y, de nuevo, sentí el agradecimiento de un gourmet por la cocinera. Nota: Darle un aumento de sueldo, o lo que fuera.

El vino, como de costumbre, era tinto y rico. Rhiannon tenía sus defectos, pero sabía elegir bien su comida y suvino.

– Me recuerdas a un centauro, por cómo te gusta la comida -dijo ClanFintan, riéndose.

– ¿Me estás diciendo que como igual que un caballo? -pregunté en broma.

– Un centauro no es un caballo… -replicó, él, molesto-. Aunque nosotros agradecemos los limitados usos equinos.

– En mi antiguo mundo sólo había caballos -dije yo, entre bocados.

– ¿Cómo? -preguntó él con asombro.

– Sí. En mi antiguo mundo, los centauros son invenciones, y sólo existen en los cuentos y en los mitos.

– ¿Cómo es posible? -ClanFintan parecía verdaderamente ofendido.

– No lo sé, pero ellos se lo pierden.

Él emitió un resoplido y siguió masticando. Entonces, se le ocurrió algo, y me dijo:

– Debió de ser una conmoción para ti darte cuenta de que tenías que casarte con un ser que, para ti, sólo existía en las leyendas.

– Dímelo a mí -dije. Sonreí y tomé un poco de vino.

Él asintió.

– No me extraña que estuvieras tan asustada al principio. Tampoco hay cambiadores de forma en tu mundo, ¿verdad? -adivinó-. Fuiste muy valiente. Ojalá lo hubiera sabido.

– Fue estupendo. Conseguiste que me sintiera segura confiando en ti.

– Me alegro mucho -dijo, y la preocupación comenzó a borrarse de su rostro-. Pero, si lo hubiera sabido, habría…

– ¿Qué? ¿Habrías esperado más? Yo no te lo habría permitido.

– Bueno, y yo no habría querido -se inclinó hacia mí y me besó.

– Hay algo que quiero que sepas, ahora que conoces mi verdadera identidad. Al contrario que Rhiannon, yo soy una mujer fiel. Nunca he tenido… tendencia a acostarme con un montón de hombres distintos -expliqué. Su expresión me dio a entender que me creía-. No tienes por qué desconfiar de mí.

– Ya me había dado cuenta. Sin embargo, no puedo evitar sentir satisfacción al oírtelo decir. No estoy dispuesto a compartirte con nadie.

– No tendrás que hacerlo.

Él puso una cara petulante y feliz.

– ¡Eh! -añadí-, pero esto va en dos direcciones. Tú tampoco puedes echar canas al aire por ahí.

Él se quedó horrorizado.

– Por supuesto que no. Yo siempre te seré fiel.

– Bien -dije, y arqueé las cejas de modo amenazante-. No me gustaría tener que perseguir y pegar a una mujer de tu raza. Supongo que Epi podría ayudarme, pero creo que sería muy estresante.

Él se echó a reír. Seguimos cenando en un silencio agradable. Yo estaba pensando en lo fácil que era estar con él, y en que tenía un sentido del humor muy ingenioso. Y, decididamente, no era un tipo bajito. En realidad, el hecho de que no fuera técnicamente un «tipo» no tenía mucha importancia.

Finalmente, me sacié, así que me serví otra copa de vino. Antes de poder apoyarme cómodamente en él, lo estropeé todo con el bostezo más grande del mundo.

– Vamos -ClanFintan se levantó con elegancia del asiento-. Estás agotada.

– No, de veras, no estoy cansada.

Intenté resistirme cuando él me puso en pie y tiró de mí hacia la cama. Sin embargo, era difícil impedir que un caballo te llevara a donde quisiera. No era una batalla en igualdad de condiciones, precisamente.

Llegamos hasta la cama. Era enorme, pero, mirando a ClanFintan y después hacia la cama, supe que era imposible que mi marido centauro pudiera dormir a mi lado con un mínimo de comodidad.

Quité la ropa de cama y comencé a tirar del colchón hacia el suelo.

– Bueno, ¿no vas a ayudarme? -le pregunté, mirando hacia atrás.

– Sí -respondió él, aunque no debía de entender muy bien cuáles eran mis intenciones.

Entre su fuerza considerable y la mía, conseguimos poner el colchón en el suelo, y después, yo volví a colocar las sábanas y el edredón en su sitio.

– ¿Por qué has hecho esto? -me preguntó entonces ClanFintan.

– Bueno, no me parecía que pudieras subir tu media anatomía equina a la cama y sentirte cómodo. Y de todos modos, quizá hubieras roto la estructura si lo hubiera intentado. Quiero dormir contigo, así que estaremos mejor en el suelo.

– Ah -dijo él, y subió cuidadosamente al colchón conmigo.

Yo me acurruqué contra su cuerpo, y él me estrechó contra sí. Los lados del colchón se ahuecaron a nuestro alrededor. Él sonrió y me besó la sien.

– Tienes un colchón muy esponjoso.

– Sí, es cierto -dije, y terminé la última palabra con un bostezo.

– Relájate. Tienes que dormir.

Yo comencé a relajarme, cuando de repente sentí un escalofrío y me desperté por completo, al recordar la misión que me esperaba durante el sueño.

– Creo que no quiero hacerlo. Estoy asustada.

– Yo estaré aquí con tu cuerpo, y Epona estará con tu espíritu.

ClanFintan encontró la parte trasera de mi pierna y comenzó a acariciarme hipnóticamente, desde la corva hasta la cintura, de arriba abajo, una y otra vez.

Yo volví a relajarme, y los párpados se me cerraron.

– No me sueltes… -susurré, y noté que me abrazaba con fuerza mientras el sueño se apoderaba de mí.

Yo era una invitada de un balneario exclusivo, y estaba disfrutando de un masaje a manos de… miré hacia atrás… Batman. La camilla de masaje estaba en la terraza, y tenía vistas a un campo que me recordaba a la campiña inglesa.

Batman acababa de inclinarse hacia mí para susurrarme al oído que tenía el trasero más perfecto del mundo, y…

Mi cuerpo atravesó el techo y me encontré mirando hacia abajo, observando lo que ya era una vista familiar del Templo de Epona. La noche era clara, pero la luna no estaba todavía en lo alto del cielo, así que las estrellas lucían con fuerza como si fueran joyas. Desde arriba, era fácil ver lo abarrotado que estaba el templo. Había tiendas y hogueras por todas las tierras circundantes. Era tarde, pero yo distinguía las formas de los centauros y los humanos que todavía estaban despiertos, ocupados en terminar diferentes tareas.

Mi cuerpo flotó en la brisa suave, que soplaba hacia el río. Poco a poco, fue tomando velocidad, y comencé a viajar tan rápido que todo se convirtió en un borrón por debajo de mí.

Me alejé de la ribera del río y viré hacia el oeste. Mirando hacia abajo, vi una enorme expansión de agua negra que pasaba velozmente. Evidentemente, era el lago Selkie. Cuando llegué al extremo norte del lago, distinguí una gran estructura de piedra, silenciosa y oscura. Aparté los ojos y le rogué a Epona que no me llevara allí. No quería ver lo que habían hecho las criaturas en el Castillo de Laragon. Probablemente fuera una cobardía por mi parte, pero suspiré de alivio cuando mi cuerpo no se dirigió hacia el castillo muerto.

Pronto vi luces ante mí. Reconocí las murallas de piedra oscura del Castillo de la Guardia, y floté hacia ellas. Mi cuerpo comenzó a aminorar la velocidad, y a descender.

– Por favor, no hagas que me quede mucho tiempo -le rogué al aire que me rodeaba, en un susurro.

«Ten valor, Amada». Las palabras pasaron por mi mente tan rápidamente que no podía estar segura de no haberlas inventado yo misma. Tomé aire e intenté prepararme para lo espantoso que se avecinaba.

Mi descenso me situó sobre el centro del mismo patio que había visitado en mi viaje previo a aquel castillo. Parecía que todavía se usaba como campo de concentración para mujeres, porque veía tiendas raídas tenuemente iluminadas por la luz de las hogueras. Había siluetas cubiertas con mantas alrededor del fuego; me di cuenta de que el número de prisioneras había aumentado mucho. Sin embargo, en el patio reinaba un silencio sepulcral.

En aquella ocasión, no parecía que ninguna notara mi presencia, y yo no me paré a observarlas más. Noté que me movía hacia la zona oeste del edificio. Oí las palabras «prepárate, Amada», y de repente, me di cuenta de que descendía abruptamente y atravesaba un tejado.

Me encontré en una gran habitación, llena de antorchas y velas, calentada con dos chimeneas grandes. Había una cama enorme justamente debajo de mí.

Al principio, pensé que la habitación estaba vacía. Después, oí un ruido y miré hacia el centro de la cama. La cosa que había sobre la cama se movió y estiró las alas hacia atrás, y yo me di cuenta, con un estremecimiento de repulsión, de que era una de las criaturas.

El monstruo movió las alas, y vi que bajo ellas había algo más que su cuerpo. También cubrían a una muchacha desnuda. Estaba tan pálida y tan inmóvil que pensé que quizá estuviera muerta, pero entonces, vi que temblaba convulsivamente, cuando la criatura puso la mano sobre su pubis.

– Qué dulce -siseó el monstruo.

Movió la mano por su muslo, y deslizó los dedos en círculo, jugando con la humedad que encontró allí. A ella le temblaron las piernas, y la luz de la luna iluminó el líquido. Pude ver que era algo espeso y rojo de sangre.

– ¡Oh! -exclamé con horror.

Al instante, el monstruo volvió la cabeza hacia arriba y entrecerró los ojos mientras escrutaba el aire que había sobre su cama.

Yo lo reconocí al instante. Era Nuada.

– Sal -le ordenó a la muchacha, y la empujó, con su pie en forma de garra, hacia el borde de la cama.

La chica cayó al suelo. Entonces se incorporó y se alejó tambaleándose hacia la puerta. En cuanto salió, Nuada se agazapó cerca del cabecero de la cama, mirando con atención por encima de él.

– Sé que estás aquí -dijo-. Ya he sentido tu presencia antes.

– Me das asco -le escupí, y vi cómo entrecerraba los ojos al oírme.

– Sé que eres una fémina -dijo, como si fuera una maldición-. Muéstrate, a menos que seas demasiado débil y miedosa.

Llena de ira, sentí que mi cuerpo cambiaba. Me miré, y supe que era visible en parte. Estaba desnuda, y flotaba seductoramente sobre la cama, como si fuera un sueño casi hecho realidad.

Él abrió mucho los ojos, y se relamió mientras miraba.

– ¿Te gusta lo que ves, Nuada? -pregunté.

– Acércate, y te enseñaré lo que me gusta -dijo con crueldad y lujuria.

– Quizá lo haga… O quizá tú debas venir a mí.

Extendí una mano y lo llamé, como si fuera una encantadora de serpientes jugando con una cobra. Con la otra mano me toqué el cuello y bajé por todo mi cuerpo, acariciándome, hasta llegar a la parte interior del muslo.

Él me miró con un hambre obscena, y a mí se me revolvió el estómago. Cuando comenzó a prepararse para saltar hacia mí, vi que sus alas, además de su pene con forma humana, habían empezado a hincharse.

En mi mente resonaron las palabras «ríete de él, Amada», y yo obedecí, dejando que mi voz fantasmal y provocativa invadiera la habitación. En cuanto él saltó, mi cuerpo se movió y desapareció a través del techo. Salí a la noche acompañada del sonido de su grito de rabia, que atravesó el silencio engañosamente tranquilo.

Y abrí los ojos.

– Estás a salvo.

Pasé un momento horrible mientras intentaba recordar dónde estaba. Entonces, volví a sentir, y noté que ClanFintan me estaba abrazando. Me froté los ojos para poder verlo bien. Él me sonrió, pero tenía el ceño fruncido de preocupación.

– Has vuelto a tu cuerpo -dijo.

– Sí -respondí con un escalofrío.

– Cuéntame lo que ha ocurrido.

– Epona me llevó directamente con él. Acababa de violar a una chica.

– ¿Sintió tu presencia?

– Más que eso. Podía oírme, y Epona hizo algo para que pudiera ver mi cuerpo y mi espíritu. Más o menos.

ClanFintan asintió.

– Epona está usando sus poderes para que los Fomorians reciban nuestro mensaje.

– Espero que se acuerde de cuidarme durante todo esto -dije yo. Sabía que era una quejica, pero aquello de las visiones mágicas me estaba alterando los nervios.

– Tú eres su Amada, y ella siempre te protegerá -me aseguró ClanFintan-. ¿Tuviste tiempo de hablarle a la criatura sobre el Templo de la Musa?

– No. Epona me sacó de allí, porque él saltó hacia mí.

– ¿Saltó hacia ti? Estoy deseando atravesarlo con mi lanza. Pronto -dijo él con ira.

– Normalmente, yo no estoy a favor de la violencia, pero esta vez haré una excepción. Esa cosa necesita que lo atraviesen -asentí yo. Después bostecé-. Espero que Epona no me necesite más por esta noche. Estoy cansada.

– Creo que te permitirá dormir durante el resto de la noche -me dijo ClanFintan, y me apretó contra su cuerpo.

– Bien.

Yo me acurruqué contra mi marido, y él posó la mano sobre mi espalda, a la altura de la cintura. Cuando comenzó a acariciarme la espina dorsal de arriba abajo, suspiré con agradecimiento.

– Duerme, amor mío -me susurró-. Yo no permitiré que nadie te haga daño.

Estoy segura de que me quedé dormida con una enorme sonrisa en la cara, porque las deliciosas caricias de ClanFintan me borraron de la mente a Nuada y su maldad, al menos por aquella noche.

Capítulo 6

– ¿Rhea?

Una voz distante penetró en mi sueño. Se me había concedido una jornada de compras ilimitadas en Tiffany’s.

– Estoy aquí, en la sección de tiaras de diamantes -murmuré sin abrir los ojos.

– ¿Por qué estás en el suelo? -la voz sonaba más cercana, y yo, por desgracia, me desperté lo suficiente como para darme cuenta de que era Alanna.

Abrí lentamente los ojos y me estiré, percatándome de que mi marido había desaparecido.

– ¿Alguna vez has intentado acostar a un caballo?

Ella tapó su risita con una mano, sacudiendo la cabeza de lado a lado.

– Es difícil de imaginar, ¿verdad?

Me di cuenta de que estaba desnuda, y le pedí que me diera algo para taparme. Alanna me entregó una bata; yo me levanté y me la puse.

Juntas salimos de la habitación y nos dirigimos al baño. El pasillo, que normalmente estaba vacío, en aquella ocasión se encontraba abarrotado de guardias y mujeres, que se apartaron solícitamente para dejarme sitio, entre reverencias y saludos. Yo asentí, medio adormilada. Ojalá me hubiera arreglado un poco el pelo, o me hubiera frotado los ojos para despertarme un poco.

Pronto entré en la privacidad de los baños. Después de usar el servicio, me quité la bata y me metí en la piscina para darme un baño rápido.

– ¿Qué ocurre con toda esa gente? -le pregunté a Alanna.

– Llega gente de todas partes, constantemente, e incluso un templo tan grande como el de Epona termina por llenarse.

– Entonces, ¿me estás diciendo que hay mucha gente en el templo?

– Gente y centauros -me dijo ella-. He dado la orden de que los hombres monten las Grandes Tiendas, que lady Rhiannon tiene guardadas para la Reunión anual, y que las cocineras saquen las provisiones que tenemos guardadas en las despensas. Espero que no te enfade.

– ¿Enfadarme? -le pregunté, mientras ella me entregaba una toalla-. Claro que no. Haz lo que creas conveniente. Tú sabes mucho mejor que yo lo que es necesario, y lo que se puede abrir, o cerrar, o lo que sea.

Aliviada, comenzó a envolverme en una túnica. Aquélla era de un color verde que me recordó al agua del mar. Después me senté en el tocador y tomé el maquillaje, mientras Alanna comenzaba a peinarme los rizos indomables. Nuestros ojos se encontraron en el espejo, y yo sonreí con picardía.

– ¿Descansaste lo suficiente anoche, amiga mía?

Tal y como esperaba, Alanna enrojeció hasta la raíz del pelo, y yo me eché a reír, lo cual hizo que se ruborizara todavía más. Yo me reí de nuevo, feliz al ver cómo le brillaban los ojos, pese a su azoramiento.

– Ha sido una noche maravillosa -dijo. Eran unas palabras muy sencillas, pero sonaban como la enunciación de un milagro.

– Me alegro muchísimo por ti, Alanna.

Nos quedamos silenciosas durante un rato, cada una, sin duda, pensando en nuestro marido. Seguramente, yo también me ruboricé mientras mi mente vagaba.

– Rhea, anoche, ¿te guió Epona hasta el Castillo de la Guardia?

– Sí. Me llevó hasta Nuada. ClanFintan lo llama el Señor de los Fomorians. Yo lo desafié, y Epona me sacó de allí. No estoy impaciente por volver allí esta noche.

– Epona te protegerá.

– Eso es lo que dice todo el mundo. Y admito que a veces oigo su voz, pero no creo que me acostumbre nunca a recorrer el país por el aire, desnuda en cuerpo y alma.

– Incluso lady Rhiannon se sentía desconcertada algunas veces, cuando el Sueño Mágico de Epona la visitaba.

Las manos de Alanna quedaron inmóviles, y yo vi que se quedaba pensativa.

– ¿Qué piensas?

– Estaba acordándome de lo disgustada que estaba lady Rhiannon antes de cruzar la División y pasar a tu mundo. Dormía muy poco. Era como si quisiera evitar las visiones de Epona.

– Estoy segura de que esa bruja sabía que los Fomorians se acercaban. Lo más probable es que Epona quisiera que advirtiera a su gente, y le mostró a Rhiannon lo que iba a ocurrir. Y esa egoísta prefirió largarse antes que quedarse aquí a luchar junto a su pueblo.

Detestaba pensar que alguien que se pareciera tanto a mí me enfadara tanto.

Alanna siguió peinándome y recogiéndome el pelo mientras hablaba.

– Tal vez Epona le permitió que huyera porque quería que tú dirigieras a sus fieles contra los Fomorians. Epona debía de conocer la verdadera naturaleza de lady Rhiannon. Y también la tuya. Y te eligió a ti. Tú eres su Amada, y no lady Rhiannon.

Yo me quedé en silencio mientras ella terminaba de recogerme el pelo en un moño, sujetándolo con una cinta dorada. Después tomó la corona de su sitio, en el tocador, y me la puso en la cabeza. Se posó sobre mi frente con facilidad, como si estuviera hecha para mí.

– Creo que deberías llevar esto más a menudo.

Yo alcé las manos y toqué la corona suavemente. Estaba caliente.

– Quizá sí -dije.

Tenía un cosquilleo en el estómago. Aparté los ojos de mi reflejo y busqué en el joyero más cercano un par de pendientes a juego.

Cambié de tema.

– ¿Cómo están los pacientes de Carolan?

Antes de que Alanna pudiera contestar, alguien llamó a la puerta. Unos sirvientes entraron portando las bandejas del desayuno, y me informaron de que ClanFintan había ordenado que me lo sirvieran en cuanto me despertara.

Con una sonrisa de enamoramiento, comencé a comer, y Alanna se sentó a mi lado y me imitó.

– ¿Qué tal los pacientes de Carolan? -volví a preguntarlo con la boca llena de bizcocho de canela, que regué con una taza de té verde y fragante, endulzado con miel.

– No lo sé -contestó ella, con un gesto de preocupación-. No me permitió que lo acompañara a la sala de los enfermos. Sin embargo, anoche nos enviaron el mensaje de que habían enfermado más familias.

– Eso no es nada bueno -murmuré, temiendo lo que sabía que tenía que hacer-. En cuanto terminemos el desayuno iré a ver qué necesitan.

– ClanFintan ha pedido que primero te reúnas con él.

– ¿Dónde está?

– Antes de que yo viniera a despertarte, estaba en el patio interior, supervisando a las mujeres, con Dougal y Connor.

– ¿Y cómo estaba Dougal?

– Ocupado.

Las dos nos miramos con satisfacción.

– Bueno -dije, terminando el resto del té-, será mejor que me vaya. Supongo que tengo que mirar el lado bueno de todo esto. No tengo que mostrar mis pechos esta mañana -afirmé, aunque la miré de reojo-, ¿verdad?

– No hasta dentro de otros quince días -respondió ella, riéndose.

– Estupendo. Espero ese día con impaciencia.

Su risa nos envolvió.

– ¿Cuáles son tus planes para hoy? -le pregunté.

– Tengo que supervisar a los sirvientes y a las cocineras, asegurarme de que hay sitio suficiente para todas las familias y los guerreros que llegan y enviaros a Carolan y a ti todo lo que necesitéis para la sala de los enfermos.

– Otro día aburrido sin nada que hacer, ¿eh?

– Sí… -contestó ella, con un suspiro.

– Sí, sí -continué diciendo, caminando majestuosamente hacia la puerta-. Ser damas ociosas es cansado.

Nos reímos como niñas al salir al pasillo abarrotado, donde nuestras risas se convirtieron en toses.

– Rhea, tengo que ir a ver a las cocineras -me dijo en voz baja-. ¿Sabrás llegar hasta el patio?

– Sí -susurré yo.

– Bien. Oh, hazle llegar mi amor a Carolan cuando lo veas.

– Lo haré -dije con una sonrisa. Entonces, me erguí y le dije con la voz de la Amada de Epona-: Gracias por todo tu trabajo, Alanna. Eres un diamante.

Ella intentó disimular su sonrisa con un servil «gracias, mi señora».

Entonces, nos separamos. Yo me dirigí hacia el patio por el pasillo. Recordaba bien el camino, y un par de guardias musculosos se inclinaron ante mí y abrieron las puertas cuando llegué. Me detuve un instante, observando toda la actividad que se desarrollaba ante mí.

El patio, donde antes había un maravilloso jardín, se había transformado en una zona de trabajo muy eficiente. Las mujeres estaban agrupadas en diferentes lugares, haciendo todo tipo de cosas, como tallar flechas, hacer vendas con sábanas y hervir enormes calderos de agua. Todo el mundo estaba ocupado. Y, trabajando codo con codo con las humanas, había… Oh, Dios mío, mujeres centauro.

Yo di un paso atrás y me oculté en las sombras, intrigada por mi primera visión de las mujeres de esa raza. Lo primero que noté es que eran más pequeñas. No, no es verdad. Lo primero que noté es que eran unas criaturas de belleza increíble. Se movían con la gracilidad propia de una yegua árabe y de una bailarina clásica. Había una docena de ellas por el patio, y sus pelajes iban desde el rubio al gris. Llevaban chalecos de cuero con grabados intrincados, un poco parecidos a los que llevaban ClanFintan y sus guerreros, pero de colores vibrantes, y adornados con cuentas brillantes.

Había varias reunidas junto a las mujeres que tallaban flechas, y mi mirada se dirigió instintivamente hacia ellas.

En mitad de aquel grupo estaba mi marido.

De repente, decidí salir de las sombras y hacer pública la presencia de la Amada y Elegida de Epona. Erguí los hombros y me estiré hasta mi altura máxima, que debía de alcanzar los hombros de una mujer centauro, y salí al patio.

– ¡Buenos días, Diosa!

– ¡Epona!

– ¡Bendiciones para ti, Amada de Epona!

Yo sonreí con agradecimiento ante su adoración, que hacía que la belleza insólita de las mujeres centauro fuera un poco más fácil de digerir, y devolví los saludos mientras me dirigía lentamente hacia mi marido.

Cuando me uní al grupo, él se colocó frente a mí y me miró a los ojos. Los suyos brillaban con una forma mucho más personal de adoración. Se llevó mi mano a los labios y me besó la palma, y después, el lugar donde me latía el pulso en la muñeca.

– Buenos días, Rhea -dijo, y su voz grave me provocó escalofríos.

– Buenos días, amor.

Él se inclinó y me besó en los labios.

– Te he echado de menos esta mañana -le susurré.

– Y yo no quería dejar nuestro lecho.

– Gracias por haberme enviado el desayuno.

– Sé que siempre tienes hambre.

– Sí, bueno, es cierto que siempre tengo hambre…

Hice lo posible por darles a mis palabras un doble sentido. Su sonrisa se hizo más amplia.

Al oír el sonido de un delicado carraspeo, recordamos dónde estábamos. Apartamos la mirada el uno del otro, y vimos que todo el patio nos estaba mirando con una sonrisa de felicidad y de complicidad. Yo enrojecí. Una de las mujeres centauro carraspeó, de nuevo, y yo noté que me ardían las mejillas.

Seguramente, era el ser más bello que yo había visto en mi vida. Tenía el pelo del mismo color que el pelaje, de un rubio platino y brillante. La melena le caía por la espalda como una cascada, más allá de los hombros, y no tenía ni un solo rizo enloquecido. Tenía los pómulos altos, los ojos color turquesa, y los labios carnosos. Llevaba un chaleco color escarlata, adornado con abalorios de cristal que brillaban al sol de la mañana. Sus pechos perfectos no estaban exactamente desnudos, pero tampoco estaban exactamente tapados.

ClanFintan todavía me estaba sujetando la mano, y tiró de mí, suavemente, hacia ella.

– Rhiannon, quiero presentarte a una amiga mía, Victoria Dhianna, la Jefa de las Cazadoras de los centauros.

Ella ejecutó una elegante reverencia.

– Lady Rhiannon… -su voz era sedosa, tan perfecta como su pelo-. Por fin conozco a la mujer que se las ha arreglado para casarse con ClanFintan.

Yo incliné la cabeza y dije, como si estuviera sorprendida:

– ¿Que me las he arreglado? Me persiguió con tanta tenacidad que no tuve otro remedio -sonreí y añadí-: Pero me alegro de que me atrapara.

Oí un resoplido divertido de ClanFintan, pero yo seguí mirando a la señorita Ojos Azules. Me satisfizo comprobar que se le arrugaban las comisuras de los ojos cuando sonrió. ¡Tenía las marcas de la risa!

– Touché, lady Rhiannon -respondió con una carcajada.

– Llámame Rhea -dije yo, devolviéndole la sonrisa. Parecía que tenía potencial para ser una buena amiga.

– Rhea… -ClanFintan recuperó mi atención-. Tengo que reunirme con los guerreros. Durante la noche, y esta mañana, han llegado muchos más, y tengo que asegurarme de que están organizados, y que informar de nuestros planes a los jefes -volvió a besarme la mano y añadió-: Esperaré con impaciencia nuestra cena de esta noche.

Su mirada de despedida decía que esperaría la cena y lo demás. Yo suspiré con felicidad y lo observé mientras se alejaba.

– Es evidente que lo que había oído sobre vuestro matrimonio no es cierto -dijo Victoria, que se había acercado a mí.

– ¿Y qué es lo que habías oído?

– Que sólo te casaste con ClanFintan por el deber, y que éste no es un matrimonio, sino sólo una unión temporal.

Yo no sabía qué decir, así que dije la verdad.

– Lo que empezó como un deber ha cambiado. Y lo mismo puede pasar con la unión temporal, puede convertirse en un pacto permanente.

– Me alegro por los dos -dijo, y parecía que hablaba con sinceridad. Mi radar de celos no detectó vibraciones de odio.

– Yo también.

– Deja que te presente al resto del grupo.

Victoria se volvió y llamó a las demás mujeres centauro.

Todas, salvo cinco de ellas, se habían alejado durante nuestra conversación. Las cinco que se habían quedado cerca eran las más bellas de todas, equinas o no.

– Kaitlynn, Cynthia, Elaine, Alexandra y Cathleen.

Cuando Victoria decía su nombre, cada una de las mujeres centauro hizo una reverencia para presentarse.

– Éstas son mis Cazadoras -dijo con un gesto de orgullo.

– Bienvenidas al Templo de Epona -dije yo, intentando no sentirme muy bajita rodeada por aquellas mujeres esculturales-. Me alegra teneros aquí, aunque desearía que las circunstancias fueran distintas.

La expresión seria de Victoria se correspondía con la mía.

– Nuestra misión como Cazadoras es supervisar la fabricación de las flechas y los arcos, y aprovisionar de carne de caza a nuestro pueblo. Cuando recibimos la noticia de la invasión de los Fomorians, pensamos que nuestros conocimientos podrían ser útiles.

– Tenéis razón. Necesitamos toda la ayuda posible.

Pareció que le agradaba mi reconocimiento. Les dijo a sus Cazadoras:

– Continuad enseñando a las mujeres las técnicas de fabricación de flechas. Yo les notificaré a las cocineras que estamos a su disposición si necesitan carne.

Las Cazadoras volvieron a trabajar con las demás mujeres, y Victoria y yo nos quedamos a solas entre el gentío del patio.

– No estoy muy familiarizada con el papel que representan las Cazadoras en la sociedad de los centauros, pero me encantaría saber más sobre tus compañeras y tú.

– Como Cazadoras, proveemos de carne de caza fresca a nuestro pueblo, y también somos las rastreadoras y las artesanas de las flechas, arcos y ballestas. Algunas veces nos vinculamos con los humanos, pero eso ya lo sabes.

Asentí como si ya lo supiera, y pregunté rápidamente:

– Entonces, ¿los centauros no cazan?

– Sólo las mujeres centauro.

– Los hombres son hombres -dije yo. Ella asintió, y nos miramos con complicidad.

– Nosotras nos somos guerreras, eso se lo dejamos a los hombres, aunque nuestra diosa sea Diana. Pero tampoco somos vírgenes. Y respetamos a Epona, le rendimos homenaje al comienzo de cada fase de la luna llena.

Yo oí un susurro en mi mente, y lo repetí en voz alta:

– Epona tiene un gran concepto de las Cazadoras.

– Y le estamos agradecidas por contar con sus favores -dijo Victoria con satisfacción-. No sé si tienes pensado viajar con ClanFintan a Glen Iorsa, pero si lo haces, me gustaría pedirte tu bendición para la nueva caverna de nacimientos, Glen Shurrig, que se abrirá en la primavera próxima.

Yo supuse que Glen Iorsa era el lugar donde había nacido ClanFintan, y sentí una inseguridad horrible. Él era mi marido, y yo ni siquiera sabía el nombre de su lugar de nacimiento.

Antes de que pudiera convertirme en una neurótica, la voz de mi mente susurró: «Él nació para quererte». Con sorpresa, le envié mi agradecimiento a Epona, por aquella puesta en perspectiva. Él me quería, y no importaba de dónde fuera.

«Responde a la Cazadora» pasó también por mi mente, y yo reaccioné:

– Me encantaría, después de que nos encarguemos de los Fomorians.

– Sí… -Victoria bajó la voz y continuó-: ¿Es cierto que han capturado a mujeres humanas, y que se están apareando con ellas?

– En realidad, no se le puede llamar aparearse. Las violan para fecundarlas. Sólo he presenciado un parto, pero fue suficiente. La criatura que nació mató a su madre para salir de ella.

– Que Diana las ayude -susurró ella.

– Diana, Epona y todos tenemos que ayudarlas.

– ¡Lady Rhiannon!

La llamada de una mujer desde el otro lado del patio nos interrumpió.

– Sí, estoy aquí.

Mientras la mujer se acercaba, yo me di cuenta de que era una de las ayudantes de Carolan.

– Mi señora -dijo con una reverencia-. Carolan me ha enviado a buscaros. Me ha pedido que os acompañe hasta la sala de los enfermos. Debe hablar con vos -explicó. Tenía aspecto de estar agotada.

– Ahora mismo voy -dije, y me volví para despedirme de Victoria-. Espero que pronto podamos hablar de nuevo. Ha sido un placer conocerte, a ti y a las Cazadoras. Gracias por vuestra ayuda.

– De nada, Rhea. Como nos enseña nuestra diosa, las féminas deben apoyarse.

– Y que lo digas, amiga -dije, mirando hacia atrás, mientras me dirigía hacia la sala de los enfermos. Vi que abría mucho los ojos, y que sonreía.

Sí. Claramente, tenía potencial de amiga.

Capítulo 7

Rápidamente, seguí a la ayudante de Carolan por el patio. Atravesamos un arco, torcimos a la izquierda y entramos a un pasillo, al pasillo que conducía a la sala de los enfermos. Después de otro rápido giro, percibí el olor, un poco antes de ver la puerta. En aquella ocasión, estaba vigilada por un joven centauro a quien yo no conocía. Me saludó con una reverencia y abrió la puerta.

Las cosas estaban peor que el día anterior. El número de pacientes se había duplicado. Los grupos ya no eran discernibles. Había camastros pegados los unos a los otros, y ya no quedaba espacio libre. Desde todas las partes de la sala se oían ruidos ahogados y gritos débiles, pero sobre todo, en el ambiente reinaba un silencio poco natural, como si alguien hubiera pulsado un botón de pausa.

Conté tres ayudantes, más la que había ido en mi busca, y tuve que buscar a mi alrededor unos instantes antes de dar con Carolan. Estaba inclinado sobre un camastro. Mientras yo observaba, él se puso en pie y, lentamente, cubrió la cara de su pequeño paciente con la sábana. Se volvió, como un anciano, y me vio. Primero, le indicó a un ayudante que se llevara el cadáver. Después me hizo una señal hacia la zona del lavabo, y me pidió que me reuniera con él allí.

Yo me acerqué apresuradamente, devolviendo los saludos de los enfermos con bendiciones.

– Esto tiene mala pinta -le susurré, mientras él se lavaba las manos-. ¡Hay muchísimos!

– Y hay más que caen enfermos mientras hablamos. Esta noche han muerto dos más. Y esta mañana he perdido a tres niños y a una anciana. Creo que hay cinco más que no pasarán de hoy. Y, por cada uno que muere, vienen tres más, en diferentes estadios de la enfermedad -dijo Carolan, y se pasó la mano por la frente-. Necesitamos más espacio para la cuarentena.

– Lo que necesites es tuyo.

– Muy cerca de aquí hay un gran salón de baile. A Rhiannon le encantaba dar grandes bailes de disfraces, para poder disfrazarse y asistir a su propia fiesta de incógnito.

– Era muy rara.

Él asintió brevemente y continuó:

– Podríamos usar ese espacio para los casos más leves, y para quienes han empezado a mostrar los síntomas. Así podría reservar esta sala para los casos más graves.

– Me parece buena idea. ¿Cómo puedo ayudar?

– Necesito mover a más de la mitad de esta gente, pero no quiero exponer a ninguno de los humanos transportando a los enfermos. He pensado que quizá puedas convencer a algunos de los centauros para que nos ayuden.

Pensé en Victoria y en sus Cazadoras.

– Creo que conozco a los centauros ideales para esta tarea. Tú empieza a preparar a los enfermos para el transporte, y yo traeré a los marines.

– ¿A los marines?

– Me refiero a que volveré con los buenos, para que nos saquen de este apuro.

Carolan se quedó aliviado.

– Gracias, Rhea.

– De nada -dije. Después sonreí y añadí-: Esta mañana he visto a tu esposa. Me pidió que te transmitiera su amor.

A él le brillaron los ojos, y asintió.

– Bueno, iré a buscar a los marines -dije. Mientras me marchaba, vi que estaba sonriendo mientras comenzaba a dar órdenes para preparar el traslado.

Volví al patio, que seguía bullendo de actividad, y vi a las Cazadoras. Fue fácil distinguirlas, en realidad; eran las más altas y despampanantes de todo el patio. Vi que Victoria estaba hablando con Maraid, así que esperé a que terminaran la conversación antes de llamarla suavemente. Al verme, ella sonrió y se acercó a mí.

– Rhea… -dijo-. Me alegro de verte otra vez, tan pronto.

– Quizá no estés tan contenta después de que te diga por qué he vuelto.

Ella me miró con desconcierto.

– ¿Te has enterado de que estamos intentando contener un brote de viruela?

– Sí, ClanFintan informó a los guerreros, y yo, como Jefa de las Cazadoras, estaba incluida en la reunión -dijo ella, y con expresión sincera, añadió-: Debe de ser una enfermedad terrible. Lamento que tu gente se haya contagiado, pero él dijo que tú tienes un talismán contra la enfermedad.

– Sí, bueno, no puedo contagiarme -dije. Si ella supiera…-, pero el resto de mi gente sí. Aunque hemos puesto en cuarentena a los enfermos, hay muchos más que están cayendo enfermos. Nuestro Sanador, Carolan, me ha pedido que abriera el salón de baile para instalar allí a los enfermos menos graves, y que las dependencias de las doncellas queden sólo para los casos más graves.

– Parece lógico.

– El problema es que necesitamos trasladar a los pacientes menos graves al salón de baile, y Carolan tiene muy pocos asistentes. Los centauros no pueden contagiarse de la viruela. Sé que es un trabajo horrible, pero son mi gente, y yo soy la responsable, y…

– ¿Qué es lo que necesitas? -me preguntó Victoria en tono eficiente.

– Necesitaría que tus Cazadoras y tú nos ayudarais a mover a la gente. Y creo que Carolan agradecería tener ayuda extra. Él está reventado de trabajar, y sólo tiene cuatro ayudantes. El resto están exhaustos, o se han puesto enfermos, probablemente. ¿Quieres ayudarnos? Sé que no has venido para hacer este trabajo, pero te necesitamos…

Ella me observó en silencio durante unos instantes, y después dijo:

– Disculpa, Rhea, si me quedo asombrada. Eres tan diferente a lo que esperaba…

Yo tuve que reprimir el impulso de gritarle que no era esa estúpida, egoísta y odiosa de Rhiannon. Dejé que terminara de hablar:

– Sí, las Cazadoras te ayudaremos -dijo, y sus vibrantes ojos azules se clavaron en los míos, llenos de preocupación-. Y después de conocerte, creo que tú nos devolverías el favor si necesitáramos la ayuda de Epona.

Asentí con agradecimiento.

– Por supuesto que lo haría. Las mujeres deben ayudarse.

Victoria asintió. Después llamó a una de sus compañeras.

– Elaine, reúne a las Cazadoras. Los humanos necesitan que los ayudemos a cuidar de sus enfermos.

La bella mujer centauro asintió.

– Y llama a Sila. Necesitamos a una Sanadora. Diles que vayan a…

– Las dependencias de mis doncellas -dije yo.

– Sí, señora -respondió Elaine, y nos dejó para ir en busca de las demás mujeres centauro. Victoria y yo nos dirigimos hacia la habitación de los enfermos, y cuando llegamos a la puerta, vi que la expresión neutra del joven centauro que estaba de guardia se convertía en una de adoración, al ver a la Cazadora. Se irguió e hizo una reverencia para saludar a Victoria, y me miró brevemente a mí, también, para incluirme en el saludo.

– ¡Me alegro de verla otra vez, señorita Victoria! -dijo con entusiasmo.

La Cazadora no lo reconoció, así que el centauro siguió parloteando.

– La cena de anoche… Anoche cenamos alrededor de la misma hoguera.

Yo me preocupé durante un segundo, porque me pareció que iba a explotar si no se relajaba y dejaba de sacar pecho.

Entonces, Victoria sonrió con benevolencia.

– Oh, claro -dijo, e hizo una pausa antes de continuar-: Willie. ¿Cómo iba a olvidar el nombre del caballeroso centauro que me cedió su sitio en la hoguera? -le tocó el brazo amistosamente, y yo pensé que él se iba a salir de su propia piel-. Willie -prosiguió ella-, ¿me harías el favor de decirles a las Cazadoras que pasen cuando lleguen?

– ¡Cualquier cosa por usted, señorita!

Su voz se quebró de manera adorable al terminar la frase, como si todavía no hubiera salido de la pubertad.

– Gracias -dijo ella, y pasamos a la habitación-. Siempre recordaré tu amabilidad.

La puerta se cerró tras nuestro paso, y Victoria y yo nos miramos divertidas. Ella puso los ojos en blanco.

– ¿Era un centauro o un cachorrito?

– Las dos cosas -respondió ella con una carcajada-. Los potrillos son tan enternecedores…

– ¡Rhea! -exclamó Carolan al vernos, con evidente tensión. Rápidamente, atravesó la habitación-. Veo que has traído a los marines.

– Te lo explicaré después -le dije a Victoria, en respuesta a su mirada de confusión. Me volví hacia Carolan e hice las presentaciones.

– Victoria, Jefa de las Cazadoras de los centauros, me gustaría presentarte a nuestro Sanador, Carolan.

Ellos se saludaron, y Victoria dijo:

– Estamos a tu disposición, Carolan. Mis Cazadoras y nuestra Sanadora vendrán en pocos minutos. ¿En qué podemos ayudar?

La voz rápida y enérgica de Victoria decía que podía encargarse de todo, y Carolan comenzó a explicarle, con agradecimiento, lo que necesitaba.

– ¿Lady Rhiannon? -una voz débil llamó mi atención.

Miré a mi alrededor, y vi una manita alzada hacia mí. Me tragué un suspiro y me encaminé hacia el camastro.

– Hola, Kristianna.

Era la pequeña amante de los caballos. Tenía muy mal aspecto, y sus ampollas habían aumentado en tamaño y en número. Sin embargo, todavía estaba viva.

– Mu-mujeres centauro… -susurró, y volvió los ojos, que le brillaban de una forma anormal, hacia la puerta, donde Carolan y Victoria estaban recibiendo a un grupo de media docena de mujeres centauro.

– Sí, mujeres centauro… Son bellas, ¿verdad?

Miré a una ayudante que pasaba junto a nosotras en aquel momento, y ella me entregó un paño húmedo y fresco, con el que intenté limpiar un poco de sudor de la frente de la niña.

– Muy… muy… guapas -susurró, y yo tuve que inclinarme para poder oírla.

– Cariño, descansa. Voy a ver si encuentro una infusión para que te calme la garganta.

– Me duele.

– Lo sé. Cierra los ojos y descansa.

Me dirigí hacia el grupo que estaba junto a la puerta y le pregunté a Carolan, con el corazón encogido:

– ¿No podemos darles nada para aliviar un poco su dolor?

– Les estoy dando infusiones de corteza de sauce y de camomila, pero los que más las necesitan no pueden tragar, y no les llega suficiente al organismo -dijo con tristeza.

Una mujer centauro esbelta, de pelaje ruano, a quien yo no había visto antes, dio un paso adelante. Tenía el pelo de color caoba, rizado y corto. Llevaba un chaleco de cuero más ajustado y práctico que el de las Cazadoras.

– Un paciente sólo tiene que tragar una pequeña cantidad de jugo de amapola para relajarse. Quizá si primero les diéramos el extracto de amapola, podríamos conseguir que bebieran más de vuestra infusión -dijo. Su voz me causó una sorpresa muy agradable. Era dulce, y resultaba muy fácil escucharla. Al instante, me atrajo su personalidad.

– Quiero presentaros a nuestra Sanadora, Sila -dijo Victoria.

– El extracto de amapola es una idea excelente, pero por desgracia, tenemos muy poco de ese elixir. Nuestro suministro proviene de los terrenos del Castillo de Laragon -explicó Carolan, encogiéndose de hombros con impotencia-. Y Laragon ya no existe.

– Las amapolas crecen profusamente en las Llanuras de los Centauros, y tengo una buena cantidad aquí. Además, ordenaré que traigan más inmediatamente.

– Estamos en deuda contigo -dije yo-. Eres una respuesta a nuestras plegarias.

– Si soy la respuesta a vuestras plegarias, Amada de Epona, es con vuestra diosa con quien estáis en deuda, no conmigo.

La expresión de la Sanadora era abierta y generosa.

Se me ocurrió la idea de que debía de ser una Sanadora excepcional si el sonido de su voz era tan calmante.

Entonces, volvió su atención a Victoria.

– Por favor, envía a un mensajero en busca de mi baúl de medicinas para que podamos empezar a aliviar el dolor de estos enfermos.

Victoria me miró con las cejas arqueadas.

– Conozco a un joven que estará encantado de ser nuestro mensajero.

– El tuyo, más bien -murmuré yo.

Ella se volvió a la puerta y la abrió. Avisó a Willie con su voz sexy, y el sonido de los cascos del joven centauro mientras se marchaba a cumplir las órdenes de la Cazadora repiqueteó por el pasillo.

– Vas a provocarle problemas cardíacos -le dije a la Jefa de las Cazadoras cuando volvió a nuestro lado con una expresión petulante.

– Su corazón es muy joven. No le pasará nada -dijo ella-. Carolan, muéstranos a los pacientes que deben ser trasladados. Podemos usar los camastros como camillas para moverlos.

– Todos los enfermos que tienen una cinta amarilla atada a la muñeca son los que deben ir al salón de baile. El resto debe permanecer aquí.

– ¿Los que se van a quedar son los más graves? -preguntó Sila en un susurro.

– Sí.

– Entonces, es aquí donde debo concentrar mis esfuerzos -dijo ella, y se marchó hacia la zona de lavabos para enjabonarse las manos.

El resto de las mujeres centauro se pusieron manos a la obra.

Capítulo 8

Las Cazadoras eran rápidas y eficientes, y estaban muy bien organizadas. Parecía que Victoria estaba en varios lugares al mismo tiempo, y yo observé divertida que Willie estaba exhausto mucho antes de que la Jefa de las Cazadoras mostrara algún signo de cansancio.

Yo ayudé a Sila mientras ella trabajaba con los casos más graves. Después de ver cómo atendía a los primeros pacientes, Carolan anunció que él iba al salón de baile a instalar a los enfermos, y que dejaba a Sila a cargo de la sala, con un equipo de enfermeros compuesto por uno de sus ayudantes y yo.

Magnífico.

Como el día anterior, el tiempo se desdibujó y mi mundo se redujo a cuidar a los enfermos. Sila trabajó incansablemente para mitigar el dolor de los pacientes. Les administró dosis de extracto de amapola e infusiones de sauce y camomila.

Las predicciones de Carolan en cuanto a las bajas fueron correctas. Llegaron cinco pacientes nuevos a nuestra Unidad de Cuidados Intensivos, y yo conté cuatro muertes, dos niñas, una de mis doncellas y un bebé. Parecía que sólo había tomado aire una vez cuando me di cuenta de que las antorchas y las velas llevaban muchas horas encendidas, y de que tenía los hombros contraídos de tensión.

Victoria entró en la habitación con seis nuevas mujeres centauro, descansadas y frescas, y anunció que venían a relevarnos.

– Bien -dije yo, intentando no lanzar una exclamación de júbilo. En realidad, estaba demasiado cansada como para hacerlo-. Vamos, Sila, vamos a lavarnos y a comer algo.

– Marchad vos, lady Rhea, yo me quedaré para supervisar a las jóvenes -dijo la Sanadora, señalando a las mujeres centauro recién llegadas.

Yo iba a protestar, pero gracias a Dios, Victoria me interrumpió:

– ClanFintan me ordenó que te sacara de aquí por la fuerza si era necesario -dijo, mirándome de reojo-, pero preferiría no tener que cargar con otra humana más hoy.

– De acuerdo, está bien. Sila, pediré que te traigan la cena.

– Ya la he pedido yo -dijo Victoria-. Sabía que nuestra Sanadora no dejaría la sala de los enfermos tan pronto.

¡Tan pronto! ¡Llevábamos todo el día allí!

– Id con vuestro esposo -me dijo Sila, al ver que me quedaba allí plantada como una boba.

Yo asentí.

– Por favor, envía a alguien para que me despierte al amanecer -dije.

Victoria y yo salimos al pasillo en silencio. Yo la miré y me di cuenta de que ella también estaba sucia y cansada.

– ¿Qué te parece un bañito en mi piscina de aguas termales?

– ¿Es grande?

Yo miré la longitud de su cuerpo antes de responder.

– Lo suficiente.

– Bien. A veces, los humanos hacen las cosas muy pequeñas.

– No lady Rhiannon, Amada y Elegida de Epona -dije yo, alzando mi sucia nariz.

Victoria sonrió con cansancio.

– Por supuesto, tonta de mí por olvidarlo.

– Eso es porque normalmente, las diosas no están cubiertas de vómito y suciedad. Y creo que tengo nudos en el pelo.

– Puede que tenga algo que ver. Ser Suma Sacerdotisa debería ser más glamuroso.

Las dos nos sonreímos. Segundos después llegamos a mis baños. Nos despojamos de la ropa sucia y entramos en la piscina. Ambas nos acomodamos de modo que el agua nos quedó a la altura de la barbilla, y nos relajamos.

– Mmm -susurró Victoria plácidamente-. En las Llanuras de los Centauros no hay fuentes termales, sólo fuentes de agua helada.

– Sí, es estupendo bañarse aquí. Toma -dije, y le entregué un frasco de mi jabón favorito, que estaba al borde de la piscina, al alcance de mi mano. Debía recordar darle las gracias a Alanna-. Este jabón es delicioso.

Ella destapó el frasco y lo olisqueó delicadamente, y después dijo con sorpresa:

– Huele a jabón de arena, sólo que con más… vainilla.

Comenzó a enjabonarse y yo empecé a lavarme el pelo.

Después de unos minutos, alguien llamó a la puerta.

– ¡Adelante! -dije. Después miré a mi muy desnuda compañera de baño, y añadí-: Si no eres un hombre.

Amiga o no amiga, no iba a permitir que mi esposo entrara allí y se llenara los ojos con aquella magnífica y pechugona mujer centauro.

Alanna entró por la puerta, cargada de ropa y con una jarra que yo esperaba fuera de vino.

– ¡Hola, Alanna! -dije. Al ver su cara, me di cuenta de lo mucho que la había echado de menos.

– ¡Rhea!

Ella sonrió con dulzura y dejó las cosas que había traído sobre un banco. Después, saludó a Victoria.

– Alanna, te presento a Victoria, Jefa de las Cazadoras de los centauros.

– Es un honor conoceros, señora.

– Alanna es mi mejor amiga, y prueba de ello es que estoy segura de que esa jarra está llena de mi vino tinto favorito.

Mientras yo hablaba, Alanna estaba sirviendo vino en una copa. Cuando terminó, la dejó al borde de la piscina, a mi lado. Después sirvió otra copa para Victoria y se la acercó. Entonces, vi cómo se acercaba a mi ropa sucia, que yo había dejado en un montón, y…

– ¡Alto! -grité, y salí de un salto de la piscina, salpicándolo todo-. ¡No toques mi ropa!

Alanna soltó el montón como si quemara, y me miró con tristeza.

Yo la tomé de la mano y la llevé a la zona por la que el agua limpia caía en cascada a la piscina. Allí, le vertí sobre las manos una generosa cantidad de jabón y le ordené:

– Lávatelas muy, muy bien.

– Se me había olvidado -dijo ella, disculpándose.

Murmurando sobre las mejores amigas y las rubias, yo me acerqué desnuda hacia la pila de ropa sucia, la agarré y la lancé al fuego de la chimenea. Después volví a meterme en la piscina y retomé mi asiento en el saliente.

Victoria se me había quedado mirando como si me hubieran salido alas.

– La viruela es muy contagiosa -expliqué.

– Lo sé. Por eso los humanos no deben atender a los enfermos.

– La enfermedad se contagia, además, por el contacto con la ropa sucia, o las sábanas, o tazas, o algo que tenga fluidos de un enfermo.

– Eso no lo sabía -dijo Victoria-. ¿Es algo que te ha revelado tu diosa?

– Sí -mentí yo, mirando de reojo a Alanna, que todavía estaba frotándose las manos y también me miraba. Ella asintió.

– Epona le revela muchas cosas a Rhea.

Victoria se quedó conforme con aquella explicación, y siguió lavándose el pelo mientras hablábamos.

– Se dice que estáis provocando al Señor de los Fomorians para atraerlo a nuestra trampa.

– Sí -dije-, y no es demasiado divertido.

En aquel momento, alguien llamó a la puerta.

– ¿Sí? -pregunté.

– ¿Rhea? -mi marido asomó la cabeza por el resquicio con una timidez poco característica-. ¿Puedo pasar?

– ¡No! -grité-. ¡Victoria no tiene ni una sola cosa puesta!

Él abrió la puerta un poco más y yo oí que resoplaba.

– Yo me he criado con Victoria. La he visto bañarse muchas veces.

– ¡No me importa cuántas veces hayas visto a cientos de impresionantes mujeres centauro desnudas antes de que nos casáramos! -seguí gritando yo, mientras salía de la piscina y me envolvía en una toalla, y le hacía señales para que saliera nuevamente por la puerta-. De ahora en adelante, no puedes ver a féminas desnudas, salvo a mí, mujeres centauro o no.

Yo oí sus risotadas, y vi que la puerta todavía estaba entreabierta.

– ¡A menos que quieras que yo espíe a mis guardias mientras se bañan!

La puerta se cerró rápidamente. Yo continué secándome, y un segundo después, Victoria estalló en carcajadas mientras salía de la piscina salpicando de agua toda la habitación.

Me di cuenta de que Alanna, la que se suponía que era mi mejor amiga, se había sentado en el suelo y estaba desternillándose igual que la mujer centauro.

– ¿Y qué es lo que os hace tanta gracia, si puede saberse? -pregunté mientras me envolvía el pelo en una toalla.

– ¡ClanFintan y tú! -dijo Victoria entre risas.

– ¿Qué pasa con nosotros?

– ¡Estás celosa!

– ¿Y?

Alanna se estaba riendo tan fuerte que resopló. Yo la miré y le dije::

– No sé de qué te estás riendo, señora recién casada.

Ella intentó contenerse, pero no lo consiguió.

– Rhea -dijo Victoria cuando dejó de reírse-, no te ofendas. Es que me parece extraño que la mujer de la que he oído tantas… historias demuestre un amor tan evidente por su marido.

Yo fruncí el ceño y continué secándome.

– Y, además, ver la reacción igualmente celosa de ClanFintan es algo inesperado.

– ¿Por qué?

– ClanFintan siempre ha sido perseguido por las féminas, mujeres centauro y humanas. Y siempre reaccionó con amabilidad, pero con indiferencia. No digo que no le interesaran, pero nunca puso su corazón en ninguna aventura. Es evidente que en este caso, sí lo ha puesto.

– Para su disgusto -dijo Alanna, y comenzó a reírse de nuevo.

– No quería ofenderte con mis carcajadas. Eran de alegría, y no de burla. Ya me había dado cuenta de que le importas, y él a ti también. Ahora acabo de entender la naturaleza de vuestra relación. Estáis enamorados.

Oí que Alanna suspiraba románticamente.

– Sí -dije yo, y seguro que tenía una sonrisa tonta en la cara.

– Os deseo felicidad. ClanFintan es un centauro excepcional.

– Gracias, Victoria -dije. Nos sonreímos la una a la otra, satisfechas con nuestra nueva amistad.

Después de secarnos, Alanna nos ayudó a vestirnos. A Victoria le había buscado una pieza de seda azul brillante, y se la envolvió al torso de modo que se convirtió en una prenda sexy que iba a atraer segundas y terceras miradas de todos los hombres y centauros del templo. A mí me entregó un camisón de seda de color crema, escotado, que se ceñía eróticamente a mis pechos y mis caderas. Estaba claro que Alanna sabía lo que hacía.

– Es maravilloso. Gracias, amiga mía -le dije. Le di un abrazo, y después tomé un cepillo del tocador-. Si me disculpáis, creo que me voy a llevar el peine a mi habitación y terminaré de arreglarme el pelo allí. Buenas noches a las dos.

Ellas me desearon buenas noches, y yo escapé por la puerta. Cuando llegué a mi habitación, mis dos adorables guardias se cuadraron, y uno de ellos me dijo:

– Mi señora, lord ClanFintan os espera.

– Bien. Gracias por decírmelo.

Él me saludó y me abrió la puerta.

ClanFintan estaba reclinado en un diván, junto a una mesa llena de bandejas que olían deliciosamente. Al verme entrar, en sus labios se dibujó una sonrisa de bienvenida.

Yo no pude contenerme. Como una adolescente, corrí hacia sus brazos y acepté su beso ansioso.

– ¿Así que quieres espiar a los guardias mientras se bañan?

– Sólo si tú quieres mirar a una Cazadora desnuda -dije yo, mordisqueándole el labio.

– Sólo hay una mujer desnuda a la que yo quiera mirar -respondió él, mientras me besaba lentamente.

Cuando el beso se interrumpió para que yo pudiera tomar aire, pregunté:

– ¿Y cuántas patas tiene?

La risa le sacudió el pecho y me abrazó con fuerza.

– Sólo dos.

– Me alegro.

Nos sonreímos, hasta que mi estómago decidió gruñir sonoramente.

Él se rió.

– Come.

Me giré hacia la mesa. Todo tenía un aspecto tan delicioso que decidí que probaría un poco de cada cosa. Mientras me servía, ClanFintan me hizo algunas preguntas sobre los enfermos, y lamentó saber que había muertos y más pacientes, aunque no se sorprendió. Después de un rato, mi apetito comenzó a aplacarse, y yo pude hacer mis propias preguntas.

– ¿Todavía siguen llegando guerreros?

– Sí -dijo él, satisfecho-. Creo que podremos comenzar a ir hacia Laragon antes de lo previsto. ¿Crees que podrás convencer a Nuada de que ataque el Templo de la Musa en menos tiempo?

– Sí.

Él me apretó los hombros y no dijo nada.

De repente, el agotamiento volvió. Lo único que quería era cepillarme el pelo y dormir. Le besé la mejilla y me puse en pie, y me quité la toalla del pelo, que ya estaba casi seco. Me senté con las piernas cruzadas en el colchón, que estaba preparado para dormir, aún en el suelo, y comencé a cepillarme la melena.

– Deja que lo haga yo -dijo ClanFintan. Se arrodilló detrás de mí y me quitó el cepillo de entre los dedos-. Apóyate en mí y cierra los ojos.

– Mmm. Tienes unas manos maravillosas.

Me tumbé de costado, apoyándome en las almohadas. Al sentir sus manos desenredándome el pelo, quise permanecer despierta para poder disfrutar de aquel momento, y quizá intentar convencerlo de que cambiara de forma aquella noche, pero el estrés del día ganó, y me sumí en un sueño profundo.

Tom Selleck y yo estábamos en un restaurante mexicano maravilloso, en algún lugar del norte de Italia. Las margaritas estaban hechas con zumo de lima de vedad, y Tom estaba contándome por qué a él sólo le atraían las mujeres voluptuosas de más de treinta años, cuando la escena se disolvió y yo atravesé el tejado y salí a la noche clara de Partholon.

Aquella noche no me apetecía perder el tiempo admirando el paisaje ni intentando evitar lo que sabía que tenía que hacer.

– De acuerdo, estoy preparada. Vamos a terminar con esto -dije en voz alta.

Sentí que mi espíritu avanzaba rápidamente, y en poco tiempo estuve situada sobre un patio interior que me resultaba familiar… Las cosas no habían cambiado. Las mujeres estaban encorvadas y silenciosas alrededor de las hogueras, envueltas en mantas. Me enfurecí.

– Llévame ante él -susurré entre dientes.

Mi cuerpo se movió hacia la parte del castillo que había visitado la noche anterior.

«Prepárate, Amada». Aquellas palabras resonaron en mi cabeza.

– Estoy preparada -dije con decisión, y pasé a través del tejado de la habitación de Nuada.

Tardé un momento en orientarme. La cama estaba vacía, pero antes de que pudiera sentir alivio, me llamó la atención un movimiento. Me estremecí de asco al darme cuenta de lo que estaba presenciando. Nuada tenía a una muchacha entre los brazos, en una parodia enfermiza del abrazo de un amante. Ella estaba inclinada hacia atrás, como si hubieran estado bailando, y él tenía la boca firmemente apretada contra su cuello. Movía la mandíbula mientras le mordía la piel. La sangre brotó de su boca y comenzó a recorrer el cuerpo de la muchacha, en un río oscuro, hasta el suelo. Mientras él lamía y succionaba la herida, sus alas comenzaron a moverse, a ponerse erectas, a expandirse, como si fuera un gran pájaro predador. La chica comenzó a retorcerse y a gemir de dolor, y los movimientos de su cuerpo me permitieron ver mejor a Nuada. Él también estaba desnudo, y era evidente que sus alas no eran lo único que estaba poniéndose erecto.

– Eeeh, eso es repugnante -dije, escupiendo las palabras.

Al oír mi voz, Nuada alzó la cabeza y siseó:

– ¿Estás ahí, mujer?

De nuevo, sentí que mi cuerpo se volvía visible.

– Estoy aquí mismo -dije. Mi voz fantasmal rebotó por las paredes.

Nuada tiró a la muchacha al suelo.

– ¡Sal!

La pálida muchacha se puso a gatas y huyó hacia la puerta. Nuada se limpió la boca con el dorso de la mano y se quedó en cuclillas, observándome atentamente.

– Así que has vuelto a mí -dijo con satisfacción.

A mí se me revolvió el estómago.

«Atráelo hacia ti, Amada».

– He venido a ti porque tú no eres lo suficientemente fuerte como para venir a mí.

Sus alas temblaron, y Nuada entrecerró los ojos.

– Es una vergüenza que sólo seas capaz de manejar a unas chicas débiles e indefensas.

Él se relamió. Sus ojos no se apartaban de mis pechos. Yo comencé a acariciarme el cuerpo, y él observó con fascinación el juego seductor de mis manos. Su respiración se hizo agitada.

– Quizá alguien que no sea una muchacha débil sea demasiado para ti…

Su respiración se convirtió en un silbido. Se incorporó y saltó hacia arriba, estirando las ensangrentadas manos en forma de garra hacia el aire, por debajo de mí.

– Si supiera dónde puedo encontrarte -dijo-, te mostraría mi fuerza.

– ¿Quieres saber dónde estoy? Mi hogar es el Templo de la Musa. Pregúntale a cualquiera de tus cautivas, ellas te dirán cómo encontrarlo.

En su rostro apareció una sonrisa lujuriosa.

– Iré a buscarte, y en vez de llenarse con tu risa, esta habitación se llenará con tus gritos.

Mi risa provocadora hizo que él se pusiera a caminar de un lado a otro.

– Encontrarme no es lo difícil, Nuada. Poseerme es lo difícil. Mis hermanas y yo estamos bien protegidas por un ejército de centauros guerreros -dije, y comencé a acariciarme los pechos de nuevo-. Casi siento que no puedas vencerlos. Sería divertido tener una aventura contigo.

Su cara pálida se volvió casi roja de rabia.

– ¡Divertido! -dijo, dando unas cuantas zancadas hacia mí. Contrajo los músculos y saltó hacia arriba, y sus garras me alcanzaron los pies. Yo sentí un dolor agudo cuando me arañó la carne transparente… De repente, estaba fuera de allí.

– ¡Maldita sea! ¡Ay! -dije, y me incorporé de golpe, agarrándome los pies.

– ¿Qué ocurre, mi amor? ¿Qué ha pasado?

El fuego se había apagado, y ClanFintan debía de haber extinguido todas las velas de la habitación antes de dormirse, así que la habitación estaba en la penumbra. Sin embargo, yo veía tres arañazos en las plantas de mi pie izquierdo. Me escocían, como si alguien acabara de golpearme con algo duro y afilado. Los arañazos se me estaban hinchando por momentos, y cada vez estaban más enrojecidos.

– Me ha hecho daño -dije, frotándome el pie.

– Enséñamelo.

Yo cambié de posición y me apoyé en los codos para que él pudiera inspeccionar las heridas de mi pie. Después, con semblante serio, se levantó y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Adónde vas?

– A ningún sitio -respondió, y abrió la puerta. Uno de mis guardias lo saludó-. Ve a ver al Sanador. Dile que necesito bálsamo calmante, como el que se aplica sobre una quemadura o en la picadura de un insecto.

Cerró la puerta y sirvió dos copas de vino.

– Gracias -dije, y le sonreí.

– ¿Cómo ha ocurrido?

– Nuada saltó hacia mí y me arañó justo antes de que Epona me sacara de allí.

Vi que ClanFintan contraía la mandíbula.

– ¿Ha sido suficiente con la visita de esta noche? ¿Crees que movilizará a los Fomorians para que ataquen el Templo de la Musa?

– Creo que sí, pero no lo sabré con seguridad hasta que lo vea salir del Castillo de la Guardia. Lo que sí es seguro es que estaba muy enfadado.

ClanFintan se acercó al borde del colchón y me acarició la mejilla. Después me apartó el pelo de los ojos.

– Pagará caro haberte hecho daño -dijo en un tono peligroso. Yo me alegré de que estuviera de mi lado.

Llamaron a la puerta, y ClanFintan se apresuró a abrir.

– El bálsamo, mi señor -dijo el guardia-. Carolan pregunta si es necesaria su ayuda.

– Dile que no, esta vez.

Antes de volver al colchón, ClanFintan encendió una lámpara de aceite y la acercó. Después me tomó el pie entre las manos y observó los arañazos.

– No son para tanto. Lo que pasa es que escuecen.

En realidad, me escocía el pie como si hubiera pisado un nido de serpientes, pero no quería ser una quejica.

Él me miró con una expresión grave.

– Rhea, ¿no sabes que las heridas del espíritu pueden ser mucho más peligrosas que las del cuerpo?

Me encogí de hombros.

– Yo no sé mucho de esas cosas.

– Escucha tu voz interior. Creo que sabes más de lo que crees. Ahora, tiéndete en el colchón y concéntrate en apartar tu espíritu de cualquier mala influencia.

Yo obedecí. El pie me dolía mucho más de lo normal para tener sólo tres arañazos. Cuando él comenzó a extenderme el bálsamo en la piel con dedos suaves, no pude evitar jadear. El dolor era muy intenso.

– Repite conmigo… concéntrate en tu espíritu… concéntrate en estar bien, completa… -comenzó a recitar, con su voz hipnótica, un cántico que yo repetí-: Cuimhnich, tha mi gle mhath… Cuimhnich, tha mi gle mhath… Cuimhnich, tha mi gle mhath…

El cántico continuó mientras él seguía frotándome la piel para que absorbiera el bálsamo. Cerré los ojos y me concentré en estar bien. Y me di cuenta de que ClanFintan tenía razón. Parte de mí se sentía sucia y dañada por aquellos encuentros con Nuada. Al tocarme para que él me viera, al burlarme de él para provocarlo, era como si permitiera que su oscuridad alcanzara mi espíritu. En cuanto me di cuenta, comencé a deshacerme de aquella oscuridad. La criatura no iba a controlar mis sentimientos ni a estropear mi espíritu.

Entonces, el escozor terminó. Abrí los ojos y sonreí con alivio a ClanFintan.

– Mira -dijo él, y me ayudó a sentarme. Me miré la planta del pie… que estaba suave y libre de cualquier arañazo.

– ¿Qué era lo que estábamos diciendo? -pregunté con asombro.

– «Recuerda, estoy bien» -respondió.

– ¿Sólo eso? Pensaba que era un encantamiento mágico.

Él se echó a reír y me abrazó, y me besó profundamente.

– Las palabras son del Lenguaje Antiguo, pero la única magia que tienen es la que está dentro de ti.

Yo me acurruqué contra él.

– ¿Estás seguro de que sólo era yo? Creo que me has hechizado.

– Esta noche no -dijo. Su mirada era íntima y yo pensé que en la habitación hacía más calor a medida que su voz se hacía más y más profunda-. Tienes que dormir.

– ¿Estás seguro? ¿Por qué no haces ese vudú que te sale tan bien? -susurré contra sus labios.

– Si estás hablando sobre el cambio de forma -me susurró mientras me acariciaba la espalda y las nalgas-, esta noche no puedo.

Yo me deslicé contra su pecho caliente para poder susurrarle al oído:

– ¿Por qué no?

Con suavidad, me apartó de su cuerpo y me metió bajo su brazo, donde supongo que yo podía hacer menos daño. Me sentí gratificada al notar que se le había acelerado la respiración y que él también estaba ruborizado.

– Mañana comenzamos la marcha hacia el Templo de la Musa. No puedo permitirme cambiar de forma esta noche -dijo-. Por mucho que lo desee.

– ¿Nos vamos mañana? -pregunté, con el estómago encogido-. ¿Tan pronto?

– Después de lo que ha pasado esta noche, creo que Nuada va a moverse, y tenemos una legión de centauros preparada para viajar.

– ¿Y los hombres que supuestamente van a atacar desde el oeste?

– McNamara y Woulff han enviado mensajes diciendo que sus ejércitos se unirán a nosotros. Envié allí a Connor, con un grupo de centauros, a que dirijan la marcha.

– Supongo que no les gustó nada la información de lo que les están haciendo a las mujeres.

– Bueno, nuestro mensajero dijo que eso enfureció a los hombres… pero también dijo que había enfurecido más a sus esposas.

– Sí, estoy segura de que sí.

– Parece que la primera esposa del viejo McNamara murió el invierno pasado, y él volvió a casarse con una esposa joven y bella. Cuando ella supo la noticia, le dijo que si quería que su cama estuviera caliente en el invierno, tenía que asegurarse de que los Fomorians no siguieran con sus fechorías.

– Me encanta… Una chica lista -dije con un bostezo-. Recuérdame que le dé las gracias algún día, ¿de acuerdo?

– Primero, duerme. Nos marchamos al mediodía.

Me acurruqué contra él. El calor de su cuerpo y la delicadeza con que me acariciaba el pelo me adormecieron rápidamente.

Capítulo 9

– Sigo pensando que debería ir contigo -dijo Alanna, que estaba a punto de llorar.

Yo suspiré mientras me ponía la ropa de montar, maravillándome de nuevo con su flexibilidad y su belleza.

– Alanna, a mí también me gustaría que pudieras venir con nosotros, pero no puedes exponerte a la viruela.

– Aquí también hay viruela.

– Ya hemos hablado de esto. Aquí la enfermedad está en cuarentena. Seguramente, en el Templo de la Musa lo ha infectado todo.

– No me gusta la idea de que te vayas sin mí.

– A mí tampoco, pero me gusta menos pensar que podrías morir de viruela.

Ella me entregó una de mis botas. Yo le di la vuelta y sonreí al ver la estrella que tenía tallada en la suela. Era genial ir dejando estrellas marcadas allá donde pisara. Miré hacia arriba y me di cuenta de que Alanna me estaba observando con cara de ponerse a llorar.

– Lady Rhiannon ni siquiera se daba cuenta de que había una estrella.

– A mí me parecen estupendas -dije con una sonrisa-. Rhiannon era una bruja.

Ella sonrió al oírmelo decir otra vez. Yo la tomé de la mano.

– Amiga, no podría soportar que te ocurriera algo sólo porque crees que tienes que cuidar de mí.

– Me preocuparé por ti todos los días -dijo con la voz temblorosa.

– No lo hagas. Sabes que ClanFintan no permitirá que me ocurra nada. Tú tienes que ocuparte de que Carolan no enferme de agotamiento. Ahora que Sila viene con nosotros, él va a tener muy poca ayuda y demasiada gente enferma.

– Me necesita de verdad -dijo con la melancolía de una recién casada.

– Sí. Y no olvides que tú eres quien gestiona el funcionamiento del templo. ¿Quién iba a hacerlo si vinieras conmigo?

– No hay nadie más.

– Bueno, cuando este lío de los Fomorians termine, formaremos a una ayudante nueva para mí, para que Carolan y tú podáis iros de vacaciones. Quizá podáis empezar a encargar un bebé. Si es que no lo habéis hecho ya.

Ella me dio un golpecito juguetón.

– ¡Rhea!

– Vamos -dije. Me calcé las botas y me puse en pie-. Ya sabes que ClanFintan estará esperando.

Alanna suspiró con tristeza y me siguió hacia la puerta. El pasillo estaba desierto, lo cual me pareció extraño, pero cuando salí al patio, hubo una explosión de vítores.

– ¡Diosa!

– ¡Amada de Epona!

– ¡Que la suerte vaya con vos, lady Rhiannon!

– Nuestro amor os acompañará, Elegida de Epona!

El patio estaba abarrotado de gente y centauros. Saludaron y agitaron las manos, y yo erguí la cabeza, tragué saliva y me agarré de la mano de Alanna para que la multitud no nos separara. Me vi rodeada por aquella masa que me adoraba, y que acababa de asustarme tanto que yo había estado a punto de orinarme en los pantalones.

– Gracias. Os lo agradezco. Os echaré de menos. Gracias.

Saludé con la mano y seguí diciendo cosas que esperaba fueran la respuesta correcta para la Amada de Epona.

Yo recorrí el patio y salí por lo que consideraba la puerta principal del templo, que se abría a una enorme fuente en forma de caballo y que conducía a la Gran Puerta, en la muralla. La vista que encontré era increíble. Ante mí se extendía un mar de centauros. Su belleza y fiereza me cortaron la respiración. Vibraban de poder y de seguridad.

Al verme, gritaron como uno: «¡Ave, Epona!». A mí se me puso toda la carne de gallina, y recordé algo que había escrito Ovidio sobre la belleza, que era «un favor concedido por los dioses». Si aquello era cierto, los dioses sonreían a aquel grupo de guerreros.

El más guapo, en mi opinión, de aquellos guerreros, se separó del grupo y me hizo una reverencia antes de llevarse la palma de mi mano a los labios. Ante su saludo hubo otra oleada de vítores, en aquella ocasión de centauros y humanos a la vez.

– ¿Estás lista, Rhea? -me preguntó él.

Yo le di a Alanna el último abrazo y me volví hacia la muchedumbre humana que había salido del castillo.

Hablé todo lo alto que pude, y de la manera más didáctica posible.

– Lady Alanna ejercerá mi autoridad mientras yo no esté -dije, y vi un mar de sonrisas en la multitud. No tuve que mirarla a ella para saber que se estaba ruborizando-. Mientras estoy lejos, incluidme en vuestras plegarias -añadí sonriendo, y me di cuenta de que se me habían llenado los ojos de lágrimas-. Sabed que vosotros siempre estaréis en mi pensamiento y en mi corazón. Que Epona os bendiga y os llene como el aire que respiráis.

Me volví hacia ClanFintan y le di la mano para que él pudiera ponerme sobre su espalda. Después se volvió, y obedeciendo sus órdenes, el ejército se movió y emprendió un trote ligero mientras la gente saludaba y los niños arrojaban pétalos de flores por nuestro camino.

Mientras nos alejábamos, me di cuenta de que avanzábamos en dirección al río. Me incliné hacia delante, apoyé la barbilla en el hombro de mi marido y le hablé al oído.

– ¿Vamos a seguir el curso del río hacia el norte?

– Sí, pero debemos cruzarlo y viajar por su orilla este. No podemos atravesar Ufasach Marsh… sería imposible que una legión de centauros avanzara por ese terreno tan pantanoso, y debemos viajar rápidamente. La ribera este del río Geal comienza en Doire nan Each, que es bosque. Atravesarlo será mucho más rápido.

– Tiene sentido. Doire nan Each, suena muy bonito. ¿Qué significa?

– Traducido del Lenguaje Antiguo, significa Gruta de los Caballos. Seguramente, tiene ese nombre porque es el bosque que separa el este de Partholon de las Llanuras de los Centauros. Pero el nombre es confuso, porque se trata de un bosque antiguo de enormes robles, y no de una gruta. Además, yo nunca he visto caballos allí.

Asentí para demostrarle que comprendía. De repente, se me ocurrió algo que me hizo fruncir el ceño. Recordé lo ancho y bello que era el río la mañana de la ceremonia de bendición. Era maravilloso, sí, pero yo no querría atravesarlo a nado.

– Espera, ¿vamos a tener que nadar para cruzar el río Geal?

Él se echó a reír.

– No. Hay un puente al norte del templo. En realidad, está muy cerca de las ruinas del puente del que nos habló Carolan. Cruzaremos por allí.

– Me alegro. Estos pantalones de cuero tardarían meses en secarse.

Antes de que yo pudiera seguir hablando, seguimos una curva del río y encontramos el puente. Era una estructura altísima y plana, hecha de troncos atados unos a otros. No parecía muy seguro.

– ¿Por qué tiene que ser tan alto?

– Para que las barcazas puedan navegar por debajo de él. El Geal tiene mucho tráfico.

El puente era estrecho, de modo que sólo podían cruzarlo centauros en formación de a dos. ClanFintan comenzó a gritar una serie de órdenes, y varios centauros mayores y curtidos, que estaban situados a intervalos en el ejército, las repitieron.

El ejército se movió ordenadamente y formó una columna de a dos que comenzó a trotar con energía. ClanFintan se situó a la cabeza de la fila. El puente se acercó más y más.

– Agárrate fuerte. La subida es muy abrupta.

Yo cerré los ojos y me agarré con fuerza mientras él ascendía hasta la entrada del puente.

Noté que trastabillaba ligeramente al posar las patas en los troncos, y el estómago se me cayó a los pies. Entonces, sus cascos comenzaron a resonar de una manera hueca, como si estuviéramos a un millón de kilómetros de altura. Yo mantuve los ojos cerrados.

– Rhea, ¿hay algún problema?

El sonido de los cientos de cascos que seguían a ClanFintan casi ahogó su pregunta.

– No -dije, sin abrir los ojos-. Pero avísame cuando lleguemos al otro lado del maldito puente.

Noté la tierra firme bajo sus patas. Él se hizo a un lado y dijo:

– Dougal, ClanCullen y tú conducid la columna hasta el segundo camino del norte.

Dougal y un centauro extremadamente musculoso saludaron y galoparon para tomar posiciones en cabeza de la columna.

Yo abrí los ojos lo suficiente como para darme cuenta de que Dougal ya no estaba tan pálido.

– Dougal tiene buen aspecto -dije, al ver pasar a los centauros.

ClanFintan me miró y me dijo en voz baja:

– No como tú. Estás blanca como la nieve -entonces, añadió-: Ah, ya hemos cruzado el puente.

Yo miré hacia atrás, hacia aquel puente que estaba esperando que ocurriera un accidente, y me estremecí.

– No me gustan los puentes -susurré.

– ¿Eres capaz de provocar al líder de una horda de demonios y de ponerte en peligro mortal noche tras noche, pero te asustas por cruzar un puente?

– Sí, ¿y qué?

Él me besó la mano.

– Eres una sorpresa constante.

– Sí, bueno… que no se te olvide.

Yo me sentí segura de que su continua risa reflejaba el hecho de que estaba abrumado por la profundidad del atractivo y el misterio de la mujer norteamericana moderna. Eso, o que pensaba que yo era tonta perdida. En todos los matrimonios hay cosas que es mejor no abordar.

– ¡Rhea!

Yo sonreí y saludé con entusiasmo a Victoria y a su grupo de Cazadoras, cuando pasaron rápidamente del puente al suelo sólido.

– ¡Nos veremos esta noche en el campamento! -gritó.

Yo respondí con entusiasmo.

– ¡De acuerdo!

ClanFintan y yo permanecimos allí, observando la majestuosidad de los centauros ante nosotros. Parecía que el desfile no iba a terminar nunca.

– ¿Cuántos centauros hay en una legión?

– Un millar -me respondió ClanFintan con orgullo.

Yo esperaba que fueran suficientes.

Cuando el ejército terminó de atravesar el río, ClanFintan y yo retomamos nuestra posición en cabeza de la columna, y Dougal y ClanCullen nos saludaron y ocuparon su sitio. ClanFintan ordenó que los centauros se recolocaran en formación de a cuatro y después, con un grito, nos pusimos en camino al galope.

Como yo ya sabía, era un modo de viajar bastante cómodo, pero resultaba difícil mantener una conversación con un marido que era también un medio de transporte. No había problema. Disfruté admirando el paisaje.

ClanFintan tenía razón; Doire nan Each no era una gruta. El camino por el que viajábamos estaba al borde de un bosque, entre los árboles y a la orilla este del río Geal. El río era bellísimo, ancho y salvaje, con un olor limpio y rocoso. Sin embargo, era el bosque lo que me atraía. Era muy viejo, y los robles alcanzaban una altura asombrosa. La brisa mecía las hojas de los árboles de una forma melódica, y pronto noté que me pesaba la cabeza.

ClanFintan hizo que pasara el brazo por su cintura.

– Apóyate en mí y descansa. Has dormido muy poco últimamente.

Yo bostecé y me acurruqué contra él, inhalando profundamente su olor único. Murmuré:

– Parece que siempre me estás diciendo que descanse.

La brisa me trajo su voz profunda.

– Me gusta cuidarte.

– Bien -dije, y bostecé de nuevo-. Por favor, no me dejes caer.

– Nunca.

Puso su brazo sobre el mío. Los sonidos del bosque me arrullaron, y me quedé dormida.

Estaba en un crucero en el Caribe. Junto a mí, cómodo en una tumbona de color rosa fucsia, estaba Sean Connery de joven. En la piscina del barco, frente a nosotros, jugueteaba una escuela completa de delfines. Me decían que olvidara al agente 007 y que fuera a jugar con ellos. Los delfines tenían una pelota que estaban lanzando de un lado a otro con la nariz y la cola… Al mirar detenidamente, me di cuenta de que la pelota era la cabeza de mi ex marido.

Me eché a reír mientras mi espíritu se alejaba de la espalda de ClanFintan y flotaba por encima de los altísimos robles. Al mirar hacia abajo y ver el ejército centauro, sentí orgullo. Eran poderosos y valientes. ¿Cómo iba a poder resistir algo contra su fuerza?

Entonces, mi espíritu salió disparado como de un cañón. Seguí la línea del río, que se transformó en un borrón, como una cinta plateada por debajo de mí, y después cambié de dirección y fui hacia el oeste. Pasé por encima del lago, una mancha de color azul oscuro.

Pasé por encima del Castillo de Laragon, y me obligué a mirar, pero no vi otra cosa que enormes pájaros carroñeros. Entonces, viré nuevamente hacia el oeste, y las montañas aparecieron, enormes, delante de mí, a la derecha. Me provocaron una sensación angustiosa, lo cual era extraño, porque a mí me gustaban las montañas. Aquella sensación era como… lo que había experimentado cuando visité en espíritu el Castillo de MacCallan, al notar la presencia de los Fomorians. Intenté calmar los latidos acelerados de mi corazón mientras miraba atentamente hacia abajo. No veía el Castillo de la Guardia; seguía flotando sobre las montañas, y no había avanzado lo suficiente como para acercarme al castillo. Mi cuerpo comenzó a descender, y observé el terreno escarpado que tenía debajo. Estaba atardeciendo, y no había mucha luz. Me acerqué a la cima de uno de los picos más altos.

Y se me encogió el corazón.

Por debajo de mi espíritu, esparciéndose por la ladera de la montaña y por el pequeño valle, había una avalancha de criaturas. Aunque el terreno era demasiado accidentado para ellos, usaban las alas para ayudarse en su avance, y se movían rápida y silenciosamente. Eran como un gigantesco reptil.

«Encuéntralo», me susurró la diosa.

Mi cuerpo siguió descendiendo, hasta que floté cerca de las cabezas de los líderes de las criaturas. Eran altos y esqueléticos, muy parecidos. No podía encontrar a Nuada.

Sin saber qué podía hacer, tomé aire y grité:

– ¡Eh, Nuada! ¿Dónde estás, precioso?

Un silbido horrible y familiar surgió de uno de los líderes Fomorians. Se detuvo en seco, y la fila que lo seguía vaciló y se detuvo también. Se arremolinaron en medio de su confusión, mientras Nuada buscaba algo en el aire, sobre ellos.

«No temas, Amada».

Sin respirar, me incliné hacia delante y le susurré, con mi voz espiritual, casi al oído:

– ¿Me estabas buscando?

Mientras hablaba, mi cuerpo ya se estaba elevando, lo cual fue muy bueno, porque Nuada se giró y empezó a agarrar el aire con las garras.

– ¡Estoy aquí arriba, muchachote!

– Ya vamos, mujer -me escupió él.

– Bien.

Mi cuerpo, medio visible, lanzó unos cuantos besos hacia él y sus compañeros, y eso provocó gruñidos.

– Los centauros están deseando venceros, casi tanto como yo…

Mi risa burlona resonó por las montañas, mientras Epona me hacía transparente una vez más y elevaba mi cuerpo…

– ¡Ay! -exclamé al sentarme con brusquedad sobre ClanFintan, a la luz dorada del atardecer.

– ¿Rhea?

Yo carraspeé y dije:

– Están de camino.

Capítulo 10

Llegamos al campamento cuando ya había oscurecido por completo. ClanFintan dijo que habría luz cuando la luna ascendiera por el cielo, pero no suficiente como para ver bien. No merecía la pena correr el riesgo de que los centauros pudieran romperse una pata. Además, sólo faltaba un día de marcha para llegar al Templo de la Musa. Era posible que estuviéramos en la batalla en cuarenta y ocho horas, así que era posible que aquella noche fuera la última oportunidad de descansar antes de enfrentarnos a los Fomorians.

Pensar en la batalla me encogió el estómago, pero, rodeada de un millar de centauros fuertes y bien armados, era difícil imaginar que aquellas criaturas demoníacas y vampíricas tuvieran una posibilidad de vencernos.

Poco después de detenernos para pasar la noche, las hogueras ardían en el campamento, y las Cazadoras habían vuelto con carne fresca que rápidamente estuvo asándose sobre las llamas. Yo me excusé y me fui en dirección al río, en busca de un arbusto adecuado y una bajada hasta el agua, donde podría quitarme algo del polvo del viaje. ClanFintan, Dougal y otros centauros sabihondos hicieron ofertas para acompañarme, pero yo decliné graciosamente, diciéndoles que se metieran en sus asuntos.

La orilla era mucho más inclinada de lo que yo hubiera pensado, pero en ella había un grupo encantador de arbustos bajos y frondosos. Sonreí mientras elegía el lugar perfecto.

Después, bajé hasta el agua por un surco que parecía un camino de ciervos. El río Geal brillaba bajo la pálida luz de la luna. Allí era más turbulento que corriente abajo, y bramaba al pasar sobre las rocas y las grietas, bello y salvaje de una manera que yo nunca había visto en mi antiguo mundo. Conocía muchos ríos espectaculares: El río Colorado, el río Rojo, el río Grande y el Mississippi. Siempre había pensado que eran ríos grandiosos, espectaculares. Sin embargo, aquel río era distinto. No estaba domesticado, ni comercializado, ni lleno de turistas. Todavía era el pulso de su región. Cuando sumergí las manos en su humedad helada, me lavé la cara, y bebí su agua, casi pude percibir su poder. Sorprendentemente, en vez de sentirme abrumada por su fuerza primitiva, me sentí llena de energía.

«Éste es tu sitio, Amada». Oí aquellas palabras con toda claridad en mi mente.

– ¿Es cierto? -le pregunté en voz alta a la diosa-. Creo que quiero creerlo. Sé que quiero creerlo. Pero yo soy… soy sólo yo. Nada especial.

O, por lo menos, no lo suficientemente especial como para ser la elegida de una diosa.

«¿Qué te dice el corazón, Amada?».

El corazón me decía que aquél era mi hogar, y me maravillé tanto al darme cuenta, que se me puso el vello de punta.

«Acuérdate de seguir tu corazón, Amada». La dulce voz de la diosa voló como volaban las hojas arrastradas por el viento.

Yo me quedé junto al río durante un largo rato, intentando asimilar el concepto de que pertenecía a un mundo antiguo, a una edad antigua, y de que una diosa me llamara «mi Amada».

Aturdida, comencé a subir por la orilla del río, que debía de haberse hecho más empinada mientras yo meditaba junto al agua. Tenía la respiración agitada, y perdía terreno, cuando un brazo fuerte me agarró y tiró de mí hacia el camino.

– Estaba empezando a preocuparme por ti -me dijo mi marido-. Esta orilla está muy empinada, y podrías caerte al río.

Yo me sacudí los pantalones y murmuré:

– ¿De veras?

– Habría venido antes a buscarte, pero sé que te gusta tener privacidad, y pensé que sería mejor esperar a que hubieras terminado.

– Todo un detalle por tu parte.

Comencé a caminar hacia el campamento. Él se puso a mi lado, me pasó el brazo por los hombros y ajustó sus largas zancadas a mis pasos. Su presencia sólida me dio fuerzas, y supe que, fuera o no fuera la Elegida de Epona, mi sitio estaba allí, junto a ClanFintan.

Los olores de nuestro campamento me dieron la bienvenida, y se me hizo la boca agua. Algo que probablemente había sido Bambi estaba asándose en un espetón, y yo apenas podía esperar para hincarle el diente. Con alegría, vi que Sila se había unido a nuestra hoguera, e intercambiamos un cálido saludo.

– ¡Mi señora! -Dougal se acercó apresuradamente-: He acercado este tronco para vos -me dijo, y señaló un tronco que servía de asiento perfecto junto al fuego.

Yo le sonreí y le di unos golpecitos en el brazo como si fuera un cruce entre adolescente y cachorrillo.

Él se ruborizó y me sonrió con timidez.

– ¿Crees que podrías encontrarme por ahí un odre, preferiblemente lleno de vino tinto?

– ¡Por supuesto, mi señora!

Y se marchó trotando.

– Es joven -dijo mi marido, en tono de diversión.

– Es adorable -dije yo-. No te burles de él.

ClanFintan resopló.

– Estoy segura de que tú también fuiste un joven adorable, una vez.

ClanFintan volvió a resoplar, y varios de los centauros que estaban escuchándonos tuvieron un ataque de tos, que sonaba sospechosamente como la risa.

Dougal volvió con un odre, seguido de varios centauros jóvenes, los cuales me hicieron una reverencia. ClanFintan habló con cada uno de ellos. Yo reconocí a dos de ellos de nuestra expedición al Castillo de MacCallan, y los otros me resultaban vagamente familiares. Pensé que debían de pertenecer a la guardia personal de ClanFintan. Para alegría de los jóvenes centauros, Victoria se unió a nosotros, mientras Dougal me pasaba un pedazo de carne asada. Todos los jóvenes ofrecieron sitio a la Jefa de las Cazadoras junto a ellos, pero ante su insistencia, Victoria los silenció amablemente.

– Tengo que hablar con lady Rhiannon, pero gracias por vuestra generosidad.

Tomó un pedazo de carne de aspecto suculento de manos de Dougal y lo recompensó con una sonrisa de agradecimiento. Yo pensé que el pobre Dougal se iba a desmayar.

Ella se sentó junto a mi tronco, y dobló las rodillas con elegancia. Mientras lo hacía, puso los ojos en blanco con resignación, murmurando algo como «potros bobos».

– Te adoran -le susurré.

Victoria se encogió de hombros y mordió delicadamente su brocheta de Bambi. Después de masticar, me confió en voz baja:

– A todos los jóvenes les gustaría domar a una Cazadora.

Lo decía como si hubiera muy pocas posibilidades de que ocurriera.

– ¿Tú no tienes compañero? -le pregunté en otro susurro, agradecida de que los centauros estuvieran distraídos, hablando con mi marido.

Ella emitió un resoplido equino por la nariz.

– ¡No! Los hombres ocupan demasiado tiempo.

Yo me eché a reír y miré el precioso perfil de mi marido.

Cuando él sintió mi mirada, volvió la cabeza en dirección a mí y sonrió cálidamente desde el otro lado de la hoguera.

– Pero puede ser muy agradable tenerlos cerca -dije. Sabía que parecía una tonta enamorada, pero no me importaba.

– Eso lo dices porque lo quieres. Yo todavía no he encontrado el amor, así que no tengo compañero -explicó. No parecía que le molestara mucho. Y, como si quisiera verificarlo, añadió-: Algunas Cazadoras no se emparejan nunca.

– Me imagino que estáis muy ocupadas.

– Como Jefa de las Cazadoras, tengo la responsabilidad de visitar todos los clanes del pueblo centauro, para buscar y entrenar a nuevas Cazadoras -dijo, y volvió a encogerse de hombros-. Eso deja muy poco tiempo para el cortejo.

– Bueno, Victoria, quizá alguien debería decírselo a ellos -comenté yo, y miré a los jóvenes centauros, que todavía estaban lanzándole miradas disimuladas.

– Sólo están intrigados por el poder de una Cazadora. Cuando uno de ellos se interese por quién soy, Victoria, y no la Jefa de las Cazadoras, entonces quizá encuentre tiempo para él. Hasta ese momento, son diversiones muy agradables, y nada más.

En aquel momento, ClanFintan se acercó a nosotras.

– Cazadora, éste es un venado extraordinario. ¿Puedo presentarte mis respetos por la caza de hoy?

Ya sabía yo que estábamos comiendo Bambi.

– Cazar es fácil en este bosque. Está lleno de animales.

Victoria no le concedió importancia, pero yo me di cuenta de que estaba agradada por el halago de ClanFintan.

Yo también iba a decirle que la carne estaba deliciosa, pero Dougal carraspeó y eso captó mi atención.

– Lady Rhiannon… -tenía los ojos brillantes, y las mejillas ruborizadas-. Me han pedido que os pregunte si podríamos disfrutar de una de vuestras historias esta noche.

Oh, demonios. Otra vez.

– Sería estupendo, Rhea -dijo Victoria, mirándome con una sonrisa de amiga-. He oído decir que eres una estupenda narradora.

Magnífico. En realidad, sólo soy una profesora con buena memoria, que puede plagiar con facilidad.

Me di cuenta de que ClanFintan se movía con nerviosismo a mi lado, obviamente, preocupado de que Shannon no estuviera a la altura de la fama de Rhiannon.

Ya debería haber sabido que sí lo estaba.

Me estiré los pantalones, eché la melena hacia atrás y me puse en pie.

Sonreí a Dougal y le dije:

– Estoy encantada de contaros una historia.

Al oírme, hubo exclamaciones de alegría, y varios centauros pasaron el aviso de que Rhiannon iba a contar una historia. El público comenzó a aumentar.

Para una profesora, eso era bueno.

Me aclaré la garganta y puse voz de narradora, que era en parte de actriz, en parte de profesora y en parte de sirena. Aquella noche, me aseguré de subrayar la parte de sirena, mientras mi mente trabajaba febrilmente, recreando la leyenda romántica de El fantasma de la ópera.

– Una vez, hace mucho tiempo, nació un niño con el rostro muy desfigurado. Tenía los ojos desiguales, los labios deformes, la piel fina y amarillenta, como el pergamino viejo, y donde debería haber tenido la nariz, sólo tenía un agujero grotesco.

Un murmullo de disgusto recorrió a mi público.

– Su madre lo abandonó después de que naciera, pero una diosa de corazón bondadoso… -rebusqué en la cabeza frenéticamente-, eh… la musa de la Música, se apiadó de él. Lo llevó a su templo, y le permitió que viviera en las catacumbas, bajo el edificio. Para compensarlo por su terrible desfiguración, le concedió el don que era más importante para ella, la habilidad mágica de hacer música, tanto con instrumentos como con la voz. Así pues, el niño se convirtió en un hombre, viviendo en las entrañas del templo, adorando su música y perfeccionando su habilidad. Su único amor era la música; su mayor alegría era escuchar a su musa modelando las voces de los neófitos que acudían a estudiar al templo.

Los centauros escuchaban absortos. Era una clase muy buena.

– Nunca permitía que lo vieran, e incluso se fabricó una máscara, blanca como la luz de la luna reflejada en la nieve, que siempre llevaba puesta para ocultar la cara de las sombras y los espíritus, que eran su única compañía. Incluso llegó a creer que él era una sombra, o un espíritu, y se llamó a sí mismo el Fantasma del Templo.

Bueno, funcionaba.

– Se convenció a sí mismo de que estaba contento con su vida, de que no necesitaba nada más que la música para llenar sus días oscuros y sus noches interminables. Hasta un día en que, por casualidad, oyó cantar a una joven neófita, y cometió el error de mirarla a través de un espejo oculto. Se enamoró al instante, irrevocablemente, de ella. Se llamaba Christine.

Me moví alrededor de la hoguera, entretejiendo una versión envilecida de aquella historia eterna. Me encantaba enseñarles aquella historia a los estudiantes de primero. Todos los años les hacía leer la novela original de Gaston Leroux, y después yo leía en alto la recreación romántica que hizo Susan Kay en la década de los noventa. Después, escuchábamos el fantástico musical del Andrew Lloyd Weber. Cuando llegaba la escena final, había muy pocos ojos secos en mi clase.

Para mis centauros, mezclé las tres versiones, y fabriqué un cuento que los hipnotizó.

– … y cuando finalmente tuvo a Christine a solas, en sus habitaciones bajo el templo, supo que sólo había una forma de conseguir que ella lo amara, y era conmover su corazón lo suficiente como para que olvidara el horror de su rostro. Así que la envolvió en sus palabras y le cantó La música de la noche.

– ¿Y qué hizo Christine? -preguntó mi marido, con la voz tomada por la emoción. El mundo se había estrechado tanto que parecía que estábamos solos.

Sonreí a través de las lágrimas, y dije una enorme mentira:

– Superó el miedo que le causaba su aspecto y eligió la belleza que él tenía dentro, y vivieron felices para siempre.

Hubo vítores entre el público, que prorrumpió en aplausos y en golpes de cascos contra el suelo. En medio de todo aquello, ClanFintan me tomó en brazos y me besó con fuerza, largamente, lo cual provocó más vítores y aplausos. Después, mi marido me alejó de la hoguera del campamento. Miré hacia atrás por encima de su hombro, y me sorprendió y conmovió ver a Sila sonriendo melancólicamente mientras lloraba, y a Victoria enjugándose las lágrimas de los ojos con una mano, y despidiéndose de mí con la otra.

Claramente, había tenido un gran éxito.

– Y tú temías que no pudiera conseguirlo -le dije a ClanFintan, y le besé el hombro musculoso. Después, pensándolo bien, le di un mordisco.

– Ya sabes que yo también muerdo -me dijo él, con seriedad.

– Cuento con ello -respondí, y le besé el lugar que acababa de morderle.

– No es que temiera que no serías capaz de entretenerlos… -ClanFintan hizo una pausa. Yo me mantuve en silencio, y permití que continuara mientras nos alejábamos del campamento-. Es que sé que no te gusta que piensen de ti como piensan de lady Rhiannon, y contar historias es algo muy…

– ¿Muy típico de ella?

– Sí.

– Nuestras vidas se solapan -dije, encogiéndome de hombros-. No puedo evitar eso. El único remedio que tengo es hacer mío lo suyo.

Me pregunté brevemente qué estaría haciendo ella con mi vida, pero tuve que ahogar aquel pensamiento. Aquélla era mi vida; no había nada que pudiera hacer con respecto a sus acciones en otro mundo. Si pensaba en las posibilidades, en lo mucho que debía de estar hiriendo a mis amigos y a mi familia, me volvería loca de frustración. No había vuelta atrás, no había arreglo. Miré el perfil fuerte de mi marido, y admití que, aunque tuviera forma de volver, no lo haría. Entendía que era una decisión egoísta, pero él era mi amor, y con él estaba el lugar en el que había decidido construir mi vida. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en su hombro, deseando que a Rhiannon la atropellara un autobús.

Capítulo 11

– No estarás dormida, ¿verdad?

– No.

Abrí los ojos y miré a mi alrededor.

ClanFintan había viajado hacia el norte, y habíamos pasado la zona en la que estaba acampado el ejército. Yo oí que respondía al saludo de un centinela, y que seguía moviéndose. Giró hacia la derecha, y pronto estuvimos envueltos en la oscuridad del bosque. La luna había salido al cielo, y sus rayos de plata se filtraban a través de las ramas de los árboles, bañándolo todo en un brillo surrealista.

– ¿Adónde vamos?

– Tengo una sorpresa para ti.

– ¿De verdad? -pregunte, y comencé a palpar su chaleco en busca de bolsillos.

– ¿Qué estás buscando?

– Un estuche de joyas.

ClanFintan se echó a reír.

– No es ese tipo de sorpresa.

Entonces, miró por el suelo del bosque, como si estuviera buscando algo. Oí un gruñido suyo de satisfacción, y se acercó a un viejo árbol caído. Parecía que un rayo lo había dividido por la mitad. ClanFintan se detuvo junto a la parte más grande y más alta.

– Quédate ahí de pie -me dijo él, mientras me depositaba sobre el tronco.

Era ancho y fuerte, y no tuve problemas para mantener el equilibrio. Miré a ClanFintan, y él sonrió.

– ¡Eh! ¡Ahora estoy casi a tu altura!

Y lo estaba. Casi. Mis ojos quedaban junto a su barbilla. Le rodeé los hombros con los brazos y me incliné hacia él para besarle la hendidura de la barbilla.

Él me abrazó por la cintura, encontró mis labios con los suyos, y comenzó a darme un beso lento, sensual, que parecía no tener fin. Yo separé los labios y dejé que me devorara, perdiéndome en su calor. Me alegré de que me estuviera abrazando, porque comenzaron a fallarme las rodillas. Él me estrechó contra sí, y comenzó a besarme el cuello. Yo me apoyé en su cuerpo y recorrí con las palmas de las manos los músculos fuertes de sus hombros y su espalda.

Sin detenerse en su exploración, me desató las cintas que mantenían cerrado mi peto de cuero, y me lo quitó. Bajó la cabeza hasta mis pechos y comenzó a alternar sus caricias eróticas entre mordiscos, succiones y besos. Entonces, noté que me desataba los lazos de los pantalones. Yo me agarré a ClanFintan y salí de ellos, y me quedé vestida sólo con uno de aquellos minúsculos tangas. Le susurré:

– Pensaba que no era recomendable que cambiaras de forma en este momento.

Él me agarró el trasero con ambas manos y me estrechó sin contemplaciones contra su cuerpo, susurrándome contra los labios:

– No voy a cambiar de forma.

– Oh… -dije, cuando liberó mi boca-: Entonces, ¿qué…?

– Ésa es la sorpresa.

Me eché un poco hacia atrás para poder mirarlo a los ojos.

– No lo entiendo.

Él tenía uno de sus brazos a mi alrededor mientras hablaba. La otra mano estaba ocupada con mi cuerpo. Primero me acarició los pechos suavemente.

– He tenido una conversación con Carolan… -su voz era baja y seductora, y lo que estaba haciendo con la mano conseguía que me mareara- sobre la anatomía de una mujer humana.

Yo pestañeé. No sabía si había entendido bien.

– ¿Cómo? Sigo sin entenderlo.

Él bajó la mano desde mis pechos hasta la cintura y el vientre.

– Relájate, ahora lo entenderás.

Deslizó la mano en mi tanga y acarició la humedad caliente que encontró allí.

Yo inhalé una bocanada de aire y apoyé la cabeza contra su hombro, pasando la mano bajo su chaleco abierto.

– Le pregunté cómo proporcionarte placer sin cambiar de forma -siguió explicándome, mientras movía los dedos-. Él me explicó varias cosas.

Se inclinó y me besó los labios otra vez, mientras sus dedos seguían con aquella danza erótica.

Lentamente, interrumpió el beso, y después me susurró:

– Y nuestra charla me dio una idea. Confía en mí, creo que vas a disfrutar.

– Ya estoy disfrutando -respondí, sin aliento.

ClanFintan sonrió.

– Hay más.

– Oh, Dios -gemí.

Él sonrió otra vez, y prosiguió:

– Voy a sentarte en mi lomo. Quiero que te eches hacia delante, que aprietes tu cuerpo contra mí, y me abraces con fuerza. Después, muévete a mi ritmo.

Volvió a besarme.

Yo emití un maullido cuando sus dedos quedaron inmóviles y se retiraron. Él me sujetó con una mano, y con la otra se quitó el chaleco. Después, me tomó por la cintura y me levantó para sentarme firmemente en su espalda.

Volvió la cabeza y me dijo:

– Agárrate fuerte.

Yo me moví hacia delante, tanto como pude, disfrutando de la sensación que me producía en los pechos desnudos el calor que desprendía su espalda. Lo abracé con fuerza, acariciándole desde el pecho hasta el estómago duro, mientras le besaba y le mordía suavemente los hombros.

– Ahora, apriétate contra mí mientras me muevo -dijo.

Su voz estaba grave de deseo, y yo sentí escalofríos en los muslos como respuesta.

Comenzó a moverse a medio galope. Yo sentí mi pelvis mecerse con él, hacia delante y hacia atrás, hacia delante y hacia atrás, como si su mano siguiera acariciándome. Gemí y escondí la cara entre sus omóplatos. Sus brazos cubrieron mis brazos. Después, lentamente, su paso se aceleró, y el balanceo rítmico se incrementó… y se incrementó… hasta que, de repente, exploté y me disolví en él.

Fue tan gozoso que no podía creerlo.

Su galope disminuyó, y él dio la vuelta hacia nuestro tronco. Cuando llegamos al lugar desde el que habíamos comenzado, me sentía como si no tuviera huesos en el cuerpo. Aunque no me importaba.

– Rhea, voy a dejarte en el tronco.

Yo asentí adormilada. Con delicadeza, él me depositó en el tronco.

– Abre los ojos, para que sepa que no vas a caerte cuando te suelte.

Yo abrí los ojos y me estiré.

Él me observó durante un momento con una expresión de agrado. Entonces, me preguntó:

– ¿Te ha gustado mi sorpresa?

– Absolutamente. Pero, ¿y tú?

– ¿Yo?

ClanFintan se estaba poniendo el chaleco y buscando mis pantalones y mi peto.

– Sí. Ya sabes, eh… ¿Hay algo que yo pueda hacer para darte placer a ti?

Contuve el aliento esperando su respuesta.

Me llegó en forma de carcajada.

– Creo que no, mi amor -dijo cuando pudo controlarse.

Me entregó la ropa, sin dejar de reírse.

Yo me sentía un poco irritada y ligeramente avergonzada mientras me vestía, intentando atarme los lazos y las cintas.

– Deja que lo haga yo.

Entonces, sus dedos sustituyeron a los míos, y yo me aparté el pelo de la cara.

Cuando terminó, notó mi poco habitual silencio. Yo no lo miré a los ojos, pero notaba que él me estaba estudiando, y cuando me permití mirarlo, vi que entendía de repente. Me tomó la barbilla en la mano e hizo que lo mirara de frente.

– No quería rechazarte ni avergonzarte. Me encanta que te hayas ofrecido, pero… -su sonrisa iluminó la noche, y noté que mis labios también se curvaban como respuesta-: Eres una humana muy pequeña.

Volvió a reírse y me besó.

– Pero eso no es justo -dije entonces-. Yo también quiero satisfacerte.

– Tu placer es el mío. ¿Acaso no entiendes que nací para quererte?

«Os pertenecéis el uno al otro, Amada».

Las palabras de la diosa me llenaron la mente.

– Sí, lo entiendo -dije, con la voz llena de emoción. Observé su perfil a la luz de la luna, y vi que sonreía.

En aquel momento me juré que nunca me separaría de él.

Capítulo 12

El sonido de los cascos de los caballos en las hojas secas me sacó del sueño. Olí algo que me recordaba a los huevos revueltos… Y a carne frita. Rodé, intentado encontrar un punto cómodo en el suelo duro, para poder dormirme otra vez, pero unas voces graves que daban órdenes me hicieron abrir los ojos. Todavía estaba oscuro, pero veía la luz pálida del amanecer diluyendo la oscuridad de la noche.

– ¡Buenos días, lady Rhea! -me dijo Sila, con su voz alegre.

– Buenos días -murmuré yo, frotándome los ojos.

– Victoria ha encontrado un nido de huevos de perdiz. ¿A que huele deliciosamente?

Sonrió mientras removía el contenido de una sartén de hierro que estaba encajada entre dos piedras, colgada sobre la hoguera.

– Sí, huele muy bien.

Era cierto, pero el dolor y el entumecimiento de mi cuerpo me privaban del placer que siempre me causaba un olor agradable.

Se me había olvidado lo horrible que era viajar a lomos de un centauro durante un tiempo prolongado. Todos los músculos me pedían a gritos mi piscina de aguas termales y un buen masaje. Me puse en pie lentamente, sintiendo todos y cada uno de mis treinta y cinco años multiplicados por diez. Mi pelo era un nido. Me dolía la espalda. Y seguramente, tenía mal aliento.

Odiaba ir de acampada.

Intenté corresponder a la sonrisa de Sila. Estupendo. Otro centauro mañanero.

– Voy a… adecentarme.

– ¡Estupendo! Los huevos estarán listos cuando volváis.

¿Cómo podía ser tan feliz alguien antes de que hubiera salido el sol?

– De acuerdo -dije, y me dirigí, cojeando, hacia la orilla del río.

Por el camino, los centauros me llamaban por mi nombre y me deseaban buenos días. Yo hice lo posible por ser amable, sobre todo cuando varios de ellos me hicieron comentarios agradables sobre el Fantasma del Templo. Por fin, encontré un arbusto, y después conseguí bajar hasta el agua para lavarme las manos y la cara, y para enjuagarme los dientes.

Ah, el maravilloso mundo del camping. Por mí, podía irse al infierno.

Cuando regresé, acababa de salir del fuego una buena cantidad de huevos revueltos con carne de Bambi recalentada. ClanFintan, Dougal y otros dos centauros a los que reconocí de la noche anterior ya estaban comiendo. Me pregunté dónde estaba Victoria, pero el sentido común me dijo que seguramente estaba reconociendo los alrededores, buscando algo tierno que matar.

– Buenos días, mi señora -dijo ClanFintan, y me sonrió mientras me entregaba una hoja ancha llena de huevos revueltos y carne.

– Buenos días -respondí, intentando sonreír también.

Me senté en el tronco y comencé a comer. Vi que mi cama ya estaba recogida en algún sitio. Parecía que todo el mundo estaba ansioso por partir.

– ¿Vamos a llegar hoy mismo al templo? -pregunté, mientras ClanFintan y yo masticábamos el delicioso revuelto.

– Sí, llegaremos justo antes del anochecer.

– Ellas saben que vamos a ir, ¿verdad?

– Nos hemos comunicado a través de centauros y palomas mensajeras. Conocen nuestros planes.

– ¿Y se sabe algo sobre su estado?

– No. Los mensajeros llevaron la orden de que permanecieran allí y se prepararan para nuestra llegada, y los mensajes de las palomas no mencionaban nada de su salud.

– Palomas… son ratas con alas -murmuré yo.

ClanFintan me miró con curiosidad.

– No me hagas caso. Estoy refunfuñona por las mañanas. Sobre todo, antes de que amanezca.

ClanFintan se rió de buena gana.

– Sólo tienes que montarte en mí. Cuando estemos de camino otra vez, podrás volver a dormirte -dijo. Bajó la voz y se inclinó hacia mí para apartarme un rizo de la cara-. Si no recuerdo mal, te sientes muy cómoda sobre mi lomo.

Yo le quité la mano con unas palmaditas y sonreí.

– Eres un fresco.

– ¡Vamos! -dijo, mientras me subía por los aires y me depositaba sobre su espalda-. Puedes terminar el desayuno mientras viajamos.

– Sí, estupendo -dije, mientras apartaba su pelo espeso de mi hoja para poder terminar el resto de los huevos revueltos. Echaba de menos el café.

Los centauros levantaron el campamento rápidamente, y pronto, el ejército estuvo en camino. Tengo que admitir que la mañana era deslumbrante. Todavía era muy temprano, pero incluso yo admiré la exhibición matinal de la Madre Naturaleza. El sol se elevaba por encima del bosque, brillando precozmente con un color claro y brillante. Hoy, nuestro camino discurría hacia la ribera pintoresca, que cada vez era más y más empinada. Sin embargo, estaba poblada de sauces llorones, álamos y algunos cerezos silvestres. Los cascos de un millar de centauros enmudecían el ruido del río, pero su majestuosidad era visible cuando la vegetación escaseaba, y su tumultuoso cauce me impresionó.

A mediodía hicimos una parada para comer un poco de cecina y galletas. ClanFintan me dejó cerca de la orilla para que pudiera estirar las piernas. Mientras caminaba un poco, la dirección del viento cambió, y yo volví la cara hacia la brisa que venía del oeste. Inspiré profundamente mientras estiraba los músculos, y…

– ¡Aj! ¿Qué es este olor tan repugnante?

La brisa llevaba consigo un olor gaseoso.

– Ufasach Marsh -dijo ClanFintan, mientras arrugaba la nariz y olisqueaba el viento.

– Aj, es horrible. Huele como el compost que fabricaba mi abuela.

– Los que viven cerca del pantano dicen que tiene una belleza especial y única.

– Pues para ellos. ¿Está muy cerca?

– Comienza a una distancia de veinticinco centauros desde la orilla oeste del río, y se extiende por toda la tierra desde el Templo de la Musa hasta el límite norte del territorio de Epona -dijo ClanFintan, y se encogió de hombros-. Yo nunca he viajado a través del pantano de Ufasach Marsh. Los centauros evitan el terreno cenagoso.

– Y hacen bien. Serpientes, sanguijuelas, agua apestosa… ¡puaj! Se me pone la carne de gallina con sólo pensarlo.

El movimiento de las tropas detrás de nosotros llamó mi atención. Me estiré una vez más, y después extendí los brazos para que ClanFintan pudiera ponerme sobre su espalda nuevamente y pudiéramos retomar nuestra posición a la cabeza del ejército.

Con viruela o sin ella, me alegraba mucho de que estuviéramos cerca del Templo de la Musa. Tenía la sensación de que se me estaba adhiriendo el trasero a la espalda de mi marido, y eso no era una cosa especialmente buena.

El día fue más o menos como la jornada anterior. A medida que avanzábamos hacia el norte, el bosque se hacía más y más espeso. Pronto, los centauros tuvieron que formar una columna de a dos para seguir viajando. Sin embargo, mantuvieron el galope. Su resistencia seguía causándome asombro. La respiración de ClanFintan era constante y relajada después de haber cabalgado durante horas, y yo, sin embargo, daba cabezadas sin saberlo…

ClanFintan se volvió hacia mí, y yo hablé antes de que él pudiera hacerlo:

– Lo sé -me acurruqué contra él, y él me sujetó el brazo con el suyo-: No dejarás que me caiga.

– Nunca -repitió.

Sonreí contra su espalda caliente, y me sumí en un sueño profundo.

Estaba en una reunión con los padres de un alumno problemático, diciéndoles que su hijo era perezoso y quejica, y que fumaba porros, acompañada del psicólogo y del subdirector del instituto, cuando me vi succionada del lomo de mi marido y suspendida sobre el río turbulento.

– No quisiera ofenderte, pero esta vez has interrumpido uno de mis sueños favoritos -le dije al aire que me rodeaba-. Y estaba llegando al punto de fantasía real, en la que el subdirector apoya de verdad al profesor.

No hubo respuesta, pero mi cuerpo se dirigió hacia el norte, siguiendo el curso del río.

– ¿Crees que algún día podré dormir sin tener que hacer estas excursiones? -pregunté.

«Paciencia, Amada».

– No es una de mis virtudes -respondí.

Entonces, fijé mi atención en un edificio grande que se aproximaba rápidamente. Era un edificio con cúpula, e incluso desde la distancia, sus arcos de mármol labrado resultaban impresionantes. A medida que me acercaba, vi que el enorme edificio era en realidad un conjunto de construcciones elegantes, unidas por elaboradas pasarelas y jardines. En aquellas pasarelas había mujeres vestidas con túnicas vaporosas, con las cabezas inclinadas las unas hacia las otras, como si mantuvieran conversaciones animadas.

Aunque todos los edificios eran bellos, el edificio central era el más impresionante. Su entrada estaba rodeada de estatuas que parecían tener vida. En el jardín delantero había una mujer que hablaba con un grupo de jóvenes sentadas a sus pies. Su belleza era tan llamativa que de no haberse movido, yo hubiera pensado que era una de aquellas estatuas.

Cuando me acerqué, ella dejó de hablar de repente, e inclinó la cabeza como si estuviera escuchando una voz mental. En sus labios se dibujó una sonrisa; volvió la cara hacia arriba y me habló directamente.

– ¡Bienvenida, Amada de Epona!

Las chicas que estaban a sus pies murmuraron con entusiasmo y comenzaron a mirar hacia el aire, como si intentaran verme.

«Thalia, Encarnación de la Musa de la Comedia», dijo mi voz interior.

– Gracias, Thalia -respondí yo amablemente, intentando proyectar mi voz espiritual.

– ¿Estáis cerca?

– Llegaremos al Templo de la Musa poco después del atardecer -dije.

Sonrió de nuevo, y se dirigió a la chica que tenía más cerca.

– ¡Fiona, ve al templo principal y anúnciales que los centauros llegarán poco después del atardecer!

Las chicas, sanas y sin rastro de viruela, rieron y emitieron exclamaciones de alegría. Me pregunté si no nos habríamos apresurado demasiado al aislar a los humanos de aquel templo.

– Todos estaremos encantados de daros la bienvenida esta noche, lady Rhiannon.

Inclinó la cara hacia arriba, y de repente me di cuenta de que sus ojos no podían ver mi cuerpo espiritual, ni ninguna otra cosa. Sus globos oculares no tenían pupilas. Era ciega.

Sólo tuve tiempo para decir «¡adiós!» y seguí moviéndome, en aquella ocasión hacia el oeste, donde el sol ya había comenzado su descenso.

Las tierras que circundaban el Templo de la Musa reflejaban la belleza de las mujeres. Las montañas del norte servían de precioso fondo para el valle, salpicado de campos de cultivo y praderas floreadas y regado por multitud de riachuelos. Estaba muy ocupada admirando el paisaje, así que cuando el Castillo de Laragon apareció súbitamente ante mí, me sobresalté.

Las almenas, las habitaciones interiores y los patios estaban iluminados con antorchas que ardían vivamente. Había figuras altas, aladas, que espantaban a los pájaros carroñeros para poder arrastrar partes de cadáveres a una pila que habían formado junto al castillo.

Yo cerré los ojos y susurré:

– Por favor, no me hagas bajar ahí.

«Sé fuerte, Amada. Recuerda, estoy contigo».

Aquélla fue mi única respuesta, pero por fortuna, mi cuerpo no se detuvo en la carnicería que había en el exterior del castillo. Floté rápidamente hacia una habitación situada en una de las torres, que estaba iluminada con multitud de antorchas, velas y varias chimeneas.

Epona no tuvo que prepararme. Sabía lo que iba a tener que soportar cuando mi cuerpo atravesó el techo de aquella habitación.

Nuada estaba solo, sentado en una silla, con una copa llena de un líquido rojo entre los dedos, anormalmente largos y blancos. Yo no creía que lo que estaba bebiendo fuera un buen tinto.

– ¿Preocupado por la batalla de mañana, Nuada? -pregunté.

Él no siseó ni se lanzó hacia mí, como de costumbre. Tomó un sorbo de la copa y sonrió.

– No, mujer, espero con impaciencia que llegue la noche de mañana, porque entonces serás mía.

– Buena idea. Tienes una última noche de libertad, así que aprovéchala con tus fantasías -dije yo.

Se puso en pie lentamente, y se volvió hacia mi voz. Apoyó la mano sobre el respaldo de la silla.

– He decidido que no voy a matarte. Te mantendré con vida durante mucho tiempo, para que puedas darme placer una y otra vez.

– ¿De veras? -me eché a reír, y mi cuerpo apareció, en un resplandor, ante su vista.

– Me temo que mi marido centauro no va a estar de acuerdo con tu plan.

– ¡Marido! -siseó-. Corta esos lazos, mujer. Me perteneces.

La ira se apoderó de mí, y le escupí las palabras.

– ¡Criatura repugnante! ¡ClanFintan te aplastará con sus cascos como la cucaracha que eres, y te enviará a pudrirte al infierno! Mírame bien, porque esto es lo máximo que vas a conseguir de mí.

Comenzó a aletear con furia y gritó:

– ¡Mañana por la noche, mujer! ¡Serás mía!

Cuando me lanzó la copa, Epona me sacó de aquella escena horrible. Yo mantuve los ojos cerrados hasta que me sentí de nuevo dentro de mi cuerpo.

Respiré profundamente, y me aferré a mi marido. Él me apretó el brazo en respuesta.

– Están en el Castillo de Laragon -dije.

Él me tomó la mano y se la llevó a los labios.

– Van a atacar el Templo de la Musa mañana por la noche.

– Eso coincide con nuestro plan.

– Nuada te va a buscar.

– Bien. Eso me ahorrará la molestia de buscarlo yo a él -dijo ClanFintan. Después, se dirigió al centauro que estaba a nuestro lado en la columna-. Dile a Dougal que suelte las palomas para avisar a los ejércitos humanos. Atacaremos Laragon mañana por la noche.

Yo iba a decirle que tuviera cuidado, pero justo en aquel momento torcimos una curva del río y oímos un grito de alegría de una multitud de muchachas entusiasmadas que había en la otra orilla. El Templo de la Musa brillaba iluminado por el sol de poniente. Los centauros comenzaron a gritar y a saludar en respuesta. ClanFintan dio una orden, y todo el ejército emprendió un galope sincronizado.

Lo cual habría sido una experiencia excitante, de no ser porque vi que nos dirigíamos a un puente suspendido de aspecto muy delicado, que era el único medio de cruzar el río enfurecido.

– Oh, mierda -dije.

ClanFintan gritó por encima de las bienvenidas de las muchachas:

– ¡Cierra los ojos y agárrate! Sabes que nunca te dejaré caer.

Yo cerré los ojos y escondí la cara entre su pelo murmurando:

– Magnífico, así los dos nos precipitaremos hacia la muerte cuando esa maldita cosa se rompa.

Sentí que la risa le sacudía los hombros cuando pisaba el puente.

– Espero no vomitar.

– Si lo haces, gira la cabeza. Y recuerda que también te están dando la bienvenida a ti.

– ¡Ooooh! -dije, al sentir que nos mecíamos con el viento y por el peso de los centauros que nos seguían.

– ¿No podías elegir este momento para llevarme a uno de esos viajes espirituales? -le pregunté a mi diosa.

«Confía en él, Amada. Nunca te dejará caer».

Oí aquellas palabras en mi mente, pero hubiera jurado que fueron seguidas de una risa divina.

Capítulo 13

El Templo de la Musa era todavía más impresionante desde el suelo. Seguimos un camino cubierto de flores hasta el edificio central, y entonces, las bellas jóvenes dividieron el ejército y guiaron a cada grupo a su alojamiento, entre muchas risitas humanas y carcajadas de mujeres centauro. Thalia estaba en la escalinata de la entrada del gran edificio, para recibirnos. Llevaba un vestido largo, plateado, que lucía como si estuviera hecho de millones de brillantes diminutos. Llevaba el pelo, del color de la miel, recogido en una trenza adornada con gardenias, y la luz del atardecer envolvía sus ojos ciegos en una sombra.

– Bienvenida de nuevo, Elegida de Epona -me dijo, sonriéndome con calidez-. Y… Sumo Chamán ClanFintan, siempre nos agrada recibir tu visita.

– Thalia… -ClanFintan se adelantó y tomó la mano que ella le ofrecía, llevándosela brevemente a los labios-. Los años no pasan por ti.

La risa de la Musa era contagiosa.

– Ahórrate las zalamerías para tu flamante esposa -dijo, pero con evidente afecto. Después, ladeó la cabeza hacia mí-. Lady Rhea, he esperado mucho para daros la bienvenida.

Tuve la desconcertante sensación de que sabía quién era yo. Por impulso, bajé del lomo de ClanFintan y la tomé de la mano.

– Gracias, yo también me alegro de verte.

Ella me apretó la mano cariñosamente en respuesta.

– Vamos, nuestras doncellas os mostrarán el camino hacia vuestra habitación. Después de que os hayáis arreglado, podréis uniros a la fiesta que hemos preparado para vosotros.

Se volvió y comenzó a subir con seguridad las escaleras hacia las puertas abiertas del templo. La única evidencia de su ceguera era el modo en que palpaba el suelo con su bastón de marfil.

«Ve más que el resto, Amada».

Aquellas palabras que resonaron en mi mente no me sorprendieron.

Nos condujeron por pasillos que hacían que el Templo de Epona pareciera modesto en comparación. Los techos eran altísimos, decorados con molduras que reproducían escenas de las Sacerdotisas y de sus aprendizas. Me asombré al ver pájaros de colores volando sobre nuestras cabezas, llenando el aire con sus trinos. Nuestra lujosa habitación tenía su propio baño, con una piscina de agua caliente. Yo noté que habían dejado un vestido vaporoso doblado en una esquina de la enorme cama.

ClanFintan y yo nos bañamos y nos vestimos rápidamente, porque él me advirtió que no teníamos mucho tiempo antes de la cena. Al terminar, mi marido me tomó de la mano y juntos salimos al pasillo, donde una multitud se dirigía al gran comedor. Los centauros sonreían, relajados y contentos, mientras seguían a sus anfitrionas a la cena. Para mí era difícil pensar que iríamos a una batalla en menos de veinticuatro horas.

Entramos a la sala del banquete, y a mí se me escapó un jadeo al ver lo exquisita que era la habitación. Estaba llena de mesas y de divanes, y había comida y bebida por todas partes. Desde la cúpula colgaban al menos doce lámparas enormes de cristal, y el techo estaba decorado con un mural del cielo nocturno, con todas las constelaciones marcadas con piedras preciosas. Toda la sala resplandecía.

– Tiene que haber magia aquí dentro -le dije a ClanFintan en un susurro, mientras nos llevaban hacia nuestra mesa.

– Sí -me respondió él-. Siempre hay magia presente en el Templo de la Musa.

– ¡Vaya! Eso sí que es asombroso.

Él me besó en la cabeza mientras se reía.

– La magia es como la vida, sus presentes son mejores cuando son inesperados.

– Entonces, esta habitación es un gran presente.

Cómo era mi nueva y sorprendente vida, pensé mientras llegábamos a la mesa.

– Ah, lady Rhea, ClanFintan. Por favor, sentaos.

Thalia señaló un gran diván, colocado de modo que ClanFintan y yo pudiéramos sentarnos en nuestras posiciones favoritas para comer, él reclinado y yo, al borde, junto a él.

Me pregunté cómo era posible que supiera tanto de nosotros. Un momento, ¿cómo sabía que me hacía llamar Rhea?

Y, como si fuera capaz de leerme el pensamiento, me dijo:

– Sé más que eso, Shannon -dijo Thalia, inclinándose hacia mí para que nadie oyera nuestras voces.

Yo pestañeé de la sorpresa.

– Pero… yo… no…

Su risa contagiosa chisporroteó entre nosotras.

– No te preocupes, me alegro de que por fin haya llegado la verdadera Elegida de Epona. Todos nos alegramos.

– Oh -dije con desconcierto.

– No temas todo lo que no entiendas inmediatamente -me dijo Thalia-. Tu diosa está contigo. Eso es lo que realmente importa.

Me dio unas palmaditas amables en la mano, y de repente, me recordó a mi madre. Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas.

– ¿Qué te sucede? -me preguntó.

– Nada. Me siento alegre de estar aquí.

Sin titubear, ella me acarició la mejilla, exactamente igual que habría hecho mi madre.

– Debes de tener hambre.

Dio una palmada y los sirvientes comenzaron a traer las bandejas de comida humeante.

Mientras devoraba una deliciosa codorniz rellena, charlé relajadamente con Victoria, que estaba junto a nosotros. En el siguiente plato, vi que Sila entraba en la sala, y me puse furiosa conmigo misma por no haberme acordado de la amenaza de la viruela. Antes de sentarse junto a Victoria, Sila se dirigió a Thalia.

– Parece que tenéis el brote bajo control -dijo con sumo respeto-. Melpomene me ha pedido que os informe de que ninguna de las jóvenes ha empeorado, y de que la gente de Ufasach Marsh pronto se habrá recuperado lo suficiente como para volver a su casa -con el ceño fruncido, añadió-: Pero Terpsícore ha enfermado, y no podrá asistir a la fiesta.

– Gracias, Sila. Por favor, siéntate y descansa.

Yo le susurré a ClanFintan:

– ¿Terpsícore no es la muchacha que bailó en nuestra boda?

– Sí -respondió él.

– Y Melpomene es la Encarnación de la Musa de la Tragedia -intervino Thalia, sorprendiéndome-. Piensa que tiene que estar a cargo de todo cuando hay una enfermedad.

– Entonces, ¿estáis familiarizadas con la viruela?

– No es raro que esa enfermedad venga de Ufasach Marsh, y ya nos hemos enfrentado más veces a ella. Pero nos entristece saber que llegó hasta el Templo de Epona.

– Tenemos en cuarentena a los enfermos, y nuestro Sanador dice que tiene el brote bajo control.

– Excelente -dijo Thalia. Después de tomar un sorbito de vino, siguió hablándome en voz baja-. Quizá quieras saber que la mujer que está sentada junto a tu marido es Caliope, Encarnación de la Musa de la Poesía. Junto a ella está Cleio, Encarnación de la Musa de la Historia -ladeó la cabeza y escuchó un instante antes de seguir-. En la cabecera de la siguiente mesa está Erato, Encarnación de la Musa de las Letras de Amor, entreteniendo a Dougal, que perdió recientemente a su hermano.

Seguí con la mirada sus presentaciones, y me alegré al ver que Dougal estaba escuchando con embeleso a la preciosa Erato, que le hablaba animadamente.

– Quien está sentada a la mesa con los líderes de los guerreros es Polimnia, Encarnación de la Musa de la Canción, la Retórica y la Geometría, vestida con una túnica violeta, y Urania, Encarnación de la Musa de la Astronomía y la Astrología, que debería llevar su típica túnica de terciopelo, del color del cielo nocturno.

– Sí, es exactamente como lo describes.

– Ya sabes que Terpsícore, la Encarnación de la Musa de la Danza, ha enfermado… y Euterpe, Encarnación de la Musa de la Poesía Lírica, enfermó hace dos días.

– Lo siento. Terpsícore bailó en nuestra boda. Era bellísima.

– Y si su diosa lo desea, volverá a serlo.

– Thalia, gracias por explicarme todo esto. Y gracias por aceptarme.

– Eres muy bienvenida, hija.

Se irguió, sonriendo, y dio unas palmadas. Todos los comensales quedaron en silencio, expectantes.

– Permitid que entretengamos a nuestros bravos guerreros centauros -dijo-. Y que todas nuestras diosas os bendigan mañana.

Erato fue la primera en levantarse. Comenzó a cantar una canción conmovedora sobre una joven campesina que ganó el corazón del hijo de su señor, y sobre las hazañas que el joven tuvo que completar antes de que su padre consintiera su matrimonio.

Erato fue seguida por Caliope, que recitó un poema épico sobre el primer Sumo Chamán centauro, que concluyó con un aplauso ensordecedor. Después, Polimnia cantó una balada increíblemente bella que me recordó a algo que podía haber oído en un disco de Enya. Después, cuando varias bailarinas entraron en la sala y comenzaron a bailar de modo sensual al ritmo de unos tambores, noté que se me cerraban los ojos de sueño.

ClanFintan me rodeó con sus brazos y yo intenté permanecer despierta.

– Shh, duerme, hija -oí que me decía Thalia, con su voz maternal-. Tu diosa te llama.

Y la oscuridad me envolvió.

En aquella ocasión, no tuve ningún sueño agradable del que mi espíritu fuera arrancado. Me deslicé hacia arriba y atravesé la cúpula en respuesta al grito de «¡ven!».

Floté sobre el enorme templo, desorientada por un momento. El templo estaba rodeado de niebla y las nubes ocultaban la vista de las montañas y del río. Sin embargo, la risa y la música me rodeaban en el aire nocturno. Pese al mal tiempo, el Templo de la Musa estaba vivo, y la moral era alta.

De repente, mi cuerpo comenzó a moverse en dirección al oeste. Comencé a pasar sobre los campos que separaban el Castillo de Laragon del Templo de la Musa, atisbando sólo algunos retazos de verde entre las nubes bajas. No había llegado muy lejos cuando comencé a notar una sensación incómoda en la boca del estómago.

Mi velocidad disminuyó. Entonces, me detuve.

Tenía el corazón acelerado, y oía cómo la sangre me golpeaba en las sienes. Por debajo de mí, justo en los límites de las tierras del templo, al oeste, los campos húmedos de niebla estaban invadidos por el ejército de Fomorians, que se aproximaban lentamente, valiéndose de sus alas para ampliar sus zancadas de insecto.

¡No! Cerré los ojos y obligué a mi espíritu a volver a mi cuerpo…

Me levanté de un salto e interrumpí la preciosa danza con un grito.

– ¡No!

– ¡Rhea! -exclamó ClanFintan-. ¿Qué te ocurre?

Yo intenté tomar aire. Estaba temblando.

– ¡Ya vienen! ¡Los Fomorians están casi a las puertas del Templo!

El caos estalló en la sala. ClanFintan se puso en pie y comenzó a gritar pidiendo silencio. Centauros y humanos obedecieron.

– Entonces, ha llegado el momento -dijo. Se dirigió a los centauros con la confianza de un líder experimentado-. Jefes de los Clanes, reunid a vuestros guerreros en la pradera oeste. Dougal, envía a nuestro mensajero más veloz con órdenes de evitar las líneas enemigas, de llegar a los humanos y decirles que esperamos su ayuda. Que suelten palomas mensajeras con el mismo aviso. Y recordad, centauros, no deben romper nuestras líneas.

«Bendícelos, Amada».

Yo me sentí calmada de repente, y mi voz atravesó toda la sala.

– Contamos con vuestro valor. Y vosotros sois valientes. Lo sé porque el valor no se mide con la cruda vulgaridad de unas garras y unos colmillos que maltratan a mujeres y asesinan a hombres. El valor proviene del sentido de la responsabilidad y de la conciencia del bien. Y eso es lo que veo ante mí: vuestra nobleza y vuestra integridad. Que Epona os bendiga a todos. Mi amor está con vosotros.

El grito de «¡ave, Epona!» resonó por toda la cúpula de la sala. Entonces, la habitación se convirtió en un mar de centauros en movimiento.

Las Encarnaciones de las Musas se acercaron a Thalia. El rostro ciego de la Sacerdotisa reflejaba tranquilidad. Habló con seguridad a las mujeres que la rodearon.

– Sacerdotisas, nuestras estudiantes saben que tienen que reunirse aquí. Mantenedlas ocupadas, eso las calmará.

Las Sacerdotisas asintieron y comenzaron a llamar a las jóvenes estudiantes que comenzaban a llegar, mientras los centauros se marchaban.

– Señora Thalia -dijo Sila-, que vuestras estudiantes comiencen a hervir grandes cantidades de agua, y a rasgar sábanas para hacer vendas. Yo iré a visitar a las enfermas y las informaré de lo que está ocurriendo. Después volveré aquí y ayudaré a vuestras estudiantes a prepararse para atender a los heridos.

– Gracias, Sila.

– ¡Victoria! -ClanFintan llamó a la Cazadora. Le puso el brazo en el hombro y la miró a los ojos mientras hablaba con ella-. Mientras estoy fuera, te confío la seguridad de mi esposa.

Victoria cubrió la mano de ClanFintan con la suya.

– Lucha en esta batalla con la mente despejada, amigo mío. Protegeré a Rhea con mi vida.

ClanFintan me rodeó con un brazo y me apartó unos cuantos pasos del resto de las mujeres. Nos miramos el uno al otro, y después me besó. Me aferré a él, dejando que su calor me envolviera. De mala gana, él terminó de besarme y tomó mi cara entre las manos. Yo tuve que parpadear rápidamente para que no se me cayeran las lágrimas. No quería que él se fuera a la batalla después de verme lloriquear como una boba.

– Recuerda siempre que yo nací para quererte. Eres parte de mí, como lo es mi alma. Si tú estás a salvo, una parte de mí siempre estará a salvo.

– No, no es así -dije yo, sin poder contener mi nerviosismo-. A ti no puede pasarte nada. No me digas esas tonterías de que si yo estoy a salvo, tú también. Es una chorrada, a menos que tú estés bien. Prométeme que sobrevivirás y que vas a volver a mi lado. De lo contrario, no podría soportarlo.

– Rhea, tú…

– ¡Prométemelo!

– Tienes mi promesa -dijo él. Me estrechó contra sí bruscamente, y me besó la cabeza-. Quédate junto a Victoria. Yo te encontraré cuando todo esto termine.

Me soltó, y sin mirar atrás, salió de la habitación.

Oí los cascos de Victoria repiquetear en el suelo. Se acercó a mí.

– Thalia me ha dicho cómo podemos llegar al tejado de la cúpula del templo. Dice que es difícil, pero que las Cazadoras podremos subir. Vamos a mirar desde allí.

– Está oscuro -murmuré yo.

– No mucho más tiempo. Faltan pocas horas para el amanecer.

Vi que las demás Cazadoras habían entrado en la habitación. Todas llevaban ballestas y fundas llenas de flechas. Al notar su seguridad y su calma, reaccioné.

Fui a mi habitación a cambiarme la túnica vaporosa por la ropa de montar; de vuelta a la gran sala, Thalia me llamó y me entregó un pequeño catalejo. Yo le di las gracias y seguí caminando hacia las Cazadoras. Ellas me estaban esperando en una salida que conducía a una escalera de caracol.

– Vamos, Thalia nos ha dicho que conduce a la cúpula.

Victoria comenzó a subir los pequeños escalones, seguida por mí y después, por las demás Cazadoras.

El pasadizo era estrecho. Las Cazadoras podían posar las manos en ambas paredes laterales para ayudarse a maniobrar por la espiral.

Cuando yo pensaba que la escalera no iba a terminar nunca, Victoria llegó hasta otra puerta. Oí el ruido de sus cascos en el tejado, mientras se apartaba para dejar salir al resto del grupo.

Nos diseminamos por la pasarela estrecha que recorría el perímetro de la cúpula. Las Cazadoras no podían mantener la postura frontal porque no tenían suficiente espacio, y debían permanecer ladeadas, pegándose todo lo que podían a la pared. La pasarela tenía una balaustrada, y entre cada columna había grandes macetones llenos de geranios y de hiedra, que formaba una cascada verde por uno de los lados del templo.

Victoria inspeccionó el tejado a la luz mortecina del inicio del amanecer.

– Esto está pensado para ser un jardín, no un puesto de defensa -dijo con irritación.

– Es una escuela para mujeres, Victoria, no para soldados.

Victoria emitió un resoplido, que fue repetido por las demás Cazadoras.

– Dispersaos. Tomad posiciones a igual distancia las unas de las otras, todas hacia el oeste. Avisadme cuando veáis los ejércitos.

Las Cazadoras obedecieron. Yo me situé junto a ella.

Miré hacia la oscuridad y me preocupé.

– Es un gran guerrero -me dijo Victoria.

– Incluso los grandes guerreros sangran cuando reciben un corte -respondí con un suspiro-. Tal vez debería dormir para que mi espíritu pueda ir con él.

– Sentiría tu presencia -me dijo ella con delicadeza-. Lo distraerías.

– Odio esperar.

Victoria asintió.

Capítulo 14

Comimos en silencio. Yo me esforcé por oír algún sonido de batalla, pero sólo percibí el soplido de la brisa a través de la hiedra, y el reclamo ocasional de alguna alondra que saludaba al nuevo día con inocencia.

El cielo comenzó a iluminarse, y el gris se aligeró, pero sólo un poco. Era evidente que las nubes no iban a marcharse, y del pantano surgía una niebla extraña que quedaba suspendida sobre las tierras del templo.

– Carolan dijo que a los Fomorians no les gusta moverse con la luz del sol. Están atacando hoy por el maldito tiempo.

Victoria asintió con gravedad.

Al norte, las montañas aparecían y desaparecían de la vista. Yo me puse el catalejo en el ojo y ajusté la lente hasta que enfoqué la ladera del pico más cercano. No se veía ninguna criatura. Todavía.

Me volví y miré hacia el bosque. Bajo las sombras de las nubes, parecía somnoliento e inofensivo. Continué girando el catalejo para mirar el comienzo verde de Ufasach Marsh.

Antes de que pudiera completar el círculo, Victoria gritó:

– ¡Por allí!

Yo me aparté el catalejo del ojo y vi a Victoria señalando hacia el oeste, donde se estaba extendiendo una mancha oscura por el horizonte. Volví a ponerme el catalejo en el ojo, pero me temblaban demasiado las manos.

– Tómalo -dije, y se lo entregué a Victoria-. Mira tú, yo no puedo tener las manos quietas.

La Cazadora se lo puso con calma en el ojo, ajustando la lente.

– Es la retaguardia de nuestros arqueros -dijo mientras miraba.

– ¿Son buenos?

– Salvo los hombres de Woulff, no los hay mejores en Partholon.

– Ojalá Woulff también estuviera aquí.

– Sí, ojalá -dijo Victoria, y siguió mirando-. Los guerreros no deben de haberse encontrado todavía con los Fomorians. Los arqueros están disparando lluvias de flechas, con los arcos apuntados hacia el cielo -explicó. Ajustó la lente de nuevo y prosiguió-: Ahora veo a los guerreros. Están esperando a que terminen los arqueros.

Comenzó a lloviznar mientras yo miraba intensamente hacia el oeste. Distinguía la línea de arqueros y las lluvias de flechas que disparaban a intervalos, como si las nubes estuvieran arrojando muerte. Entre las oleadas de flechas, vi que había algo que brillaba intermitentemente frente a los arqueros.

– ¿Qué es ese brillo?

– Nuestros centauros han sacado las espadas -explicó Victoria.

Yo sentí un escalofrío.

– Están avanzando.

Su voz carecía de emoción, y era alta, para que las demás Cazadoras pudieran oírla. Al escucharla, sentí una extraña desconexión, como si estuviera viendo un programa de televisión raro. Para mí era difícil pensar que mi marido era parte de aquella línea de espadas brillantes.

Victoria se quitó el catalejo de los ojos y me lo entregó.

– ¿Qué pasa ahora?

– Ha comenzado la batalla.

Temblando, yo miré a través del instrumento hacia la escena lejana.

A través de la mañana gris y sombría, divisé la línea de centauros avanzando cuando los arqueros se separaron, y cómo, moviendo las espadas, se dispersaban para unirse a los flancos izquierdo y derecho. Intenté distinguir a los centauros individualmente, pero estaban demasiado lejos. Ni siquiera veía a los Fomorians.

– No sé qué está ocurriendo -dije.

– Puede seguir así durante horas -dijo ella, con una sonrisa bondadosa-. La primera batalla que presencias es siempre la más horrible.

– ¿Y lo único que podemos hacer nosotras es estar aquí, observando?

– Sí.

Y eso fue lo que hicimos. Mientras la mañana avanzaba hacia el mediodía, cinco estudiantes nos trajeron bocadillos de carne y queso, y un poco de vino dulce.

– Dile a Thalia que no hay ningún cambio -le indiqué a una de las muchachas.

– Ya lo sabe, lady Rhiannon -respondió. Después, salieron del tejado.

– Thalia ve muchas cosas -me dijo Victoria.

– Sí, ya me doy cuenta.

Comimos, haciendo turnos para vigilar a través del catalejo. Cuando terminé mi bocadillo, Cathleen, una de las Cazadoras, me entregó el catalejo para que pudiera hacer mi turno. Me lo coloqué en el ojo, enfocando hasta que distinguí el campo de batalla. Entonces, tuve náuseas.

– ¡Victoria! -la Cazadora se acercó rápidamente a mí, y yo le entregué el instrumento-. ¡El frente se está moviendo!

Ella miró por la lente y se quedó inmóvil.

– Los Fomorians han roto la línea de los centauros. Estas mujeres están condenadas.

Capítulo 15

– ¡No! -exclamé yo, tomándola del brazo-. Los Fomorians no puede cruzar el agua. Estar separados de la tierra por una corriente de agua les provoca un dolor insoportable. Si podemos llevar a las mujeres por el puente hasta la otra orilla del río, estarán a salvo.

Me entregó el catalejo y se puso a dar órdenes a las Cazadoras.

– Debemos llevar a las mujeres a la otra orilla del río. Las criaturas han atravesado las líneas de nuestros guerreros. Tenemos que salvar a las mujeres. ¡Vamos!

Mientras las Cazadoras pasaban a mi lado para salir del tejado, yo miré por el catalejo. Ahora podía ver las formas aladas de los Fomorians inundando las líneas de los centauros. Ya no formaban un frente discernible, sino que había una mezcla de cuerpos, y la batalla se trasladaba hacia el Templo de la Musa. Vi cómo los centauros atravesaban a las criaturas con las espadas, y cómo las criaturas rodeaban en grupo a un centauro y le mordían las rodillas para hacerlo caer. Mientras yo miraba, los monstruos morían en masa, pero eran reemplazados rápidamente por más criaturas, que subían sobre los cuerpos de sus muertos para estar a la misma altura que los centauros. Oleada tras oleada, sus garras y sus dientes destrozaban a los centauros, y éstos no tenían más remedio que ceder terreno.

– Vamos, Rhea.

– ¡No lo veo!

– Rhea, él dijo que te encontraría. No te va a servir de nada quedarte ahí mirando, pero puedes ayudamos a salvar a las mujeres.

Entonces, dejé el catalejo y sin pensar nada más y seguí a Victoria escaleras abajo.

Cuando entramos en la sala del banquete, el murmullo temeroso de las muchachas se acalló. Thalia se acercó en silencio a nosotras.

– El ejército centauro no ha podido contener a los Fomorians. Las criaturas van a invadir el templo -dije con calma.

– Sí, mi diosa me lo ha comunicado. ¿Qué debemos hacer?

– Todas las mujeres deben cruzar el puente rápidamente. Los Fomorians no pueden atravesar el río Geal. En la otra orilla estaréis a salvo.

Miré a mi alrededor hasta que vi a Sila.

– Sila, hay que poner en camillas a las enfermas. Las Cazadoras las transportarán.

La Sanadora asintió y se marchó rápidamente.

– Señoritas… -dijo entonces Thalia, con una voz majestuosa que llenó toda la sala-, seguid a las Sacerdotisas hacia el puente. Debemos dejar el templo. No llevéis nada con vosotras, salvo vuestras vidas. Mi diosa me ha asegurado que no es la última vez que veremos nuestro amado templo, y que lo perdido será recuperado. Ahora, debemos marcharnos rápidamente, rezando con fervor para que los centauros puedan reunirse con nosotras al otro lado del río.

Las Sacerdotisas se dirigieron hacia las puertas, cada una de ellas, seguida por su grupo de estudiantes. Erato tomó a Thalia de la mano, y juntas, animaron a las rezagadas para que siguieran a sus compañeras.

– Deberías ir con ellas, Rhea -dijo Victoria.

– ¿Adónde vas tú?

– A ayudar a trasladar a las enfermas -respondió.

Sus Cazadoras ya estaban yendo hacia la enfermería.

– Me quedo contigo -dije, y antes de que pudiera protestar, añadí-: ClanFintan dijo que me quedara contigo.

Ella suspiró.

– Entonces, ven aquí. Nos moveremos más deprisa si montas en mi espalda.

Como ClanFintan, me agarró por los brazos y me subió a su lomo. Me agarré con fuerza a sus hombros y rápidamente, Victoria siguió a la última de las Cazadoras por un pasillo. Cuando percibimos un olor familiar y desagradable, supimos que habíamos llegado a nuestro destino. Yo me deslicé hasta el suelo y Victoria abrió la puerta. Sila estaba en mitad de la habitación, ayudando a las enfermas a dejar las camas y a tenderse en camillas. Nos miró cuando entramos.

– Las que están más cerca de la puerta están preparadas -dijo.

– Hay más de las que yo pensaba -dijo Victoria en voz baja-. Trabajad deprisa, Cazadoras. ¡Sila! Tenemos poco tiempo.

– ¡Escuchad todas! -dijo entonces la Sanadora-. Aquéllas que podáis manteneros en pie, debéis montar en las Cazadoras. Levantaos si pensáis que podéis montar.

Una docena de jóvenes se levantaron lentamente de sus camas.

Las Cazadoras se acercaron rápidamente a las mujeres. Yo las seguí para ayudar a las enfermas a que montaran sobre las mujeres centauro. Cuando estaban dejando la habitación, entró una mujer alta, vestida de negro, y las bendijo.

– Sacerdotisa -dijo Sila, dirigiéndose a aquella mujer-. Debéis cruzar el puente con las demás.

– No voy a marcharme hasta que esta habitación esté vacía -dijo dramáticamente.

Debía de ser Melpomene, Encarnación de la Musa de la Tragedia. Era de esperar.

Ayudé a otra adolescente a levantarse, y vi a una mujer morena que estaba apoyada contra sus almohadas.

Estuve a punto de llamarla Michelle, pero me contuve a tiempo.

– Terpsícore -dije. Me acerqué a su cama, observándola-. Parece que estás bien como para montar. Sube al lomo de la primera Cazadora que vuelva.

– Mis estudiantes deben salir primero -respondió ella. Tenía los ojos brillantes de fiebre, y la cara sonrosada. Evidentemente, estaba en la primera fase de la enfermedad.

– Te necesitan.

– Las que se marchen en último lugar también.

– Bien -dije. Sabía que no debía perder el tiempo intentando convencerla-. Pero muévete cuando quede poco tiempo. Esas cosas no deben atraparte -añadí, y comencé a alejarme.

Su voz me detuvo.

– Rhiannon, he oído decir que has cambiado.

– Sí, no soy la misma de antes.

– Entonces, de veras te deseo felicidad en tu matrimonio -dijo. En aquella ocasión, su bendición fue verdadera.

– Gracias -dije, y sonreí.

Después volví al trabajo, con la esperanza de que la Encarnación de la Musa tuviera sentido común y cruzara el puente. No quería pensar en lo que iba a ocurrirle si las criaturas la capturaban. Salvo por el enrojecimiento anormal de su piel, era deslumbrante.

En aquel momento, las Cazadoras volvieron a la habitación para cargar el segundo grupo de evacuación. Miré hacia arriba desde la cama de una muchacha y vi a Dougal.

– ¡Cruzad el puente ahora mismo! -gritó entre jadeos-. ¡Los guerreros los están conteniendo a las puertas del templo, pero no podrán resistir mucho más!

Estaba temblando, ensangrentado. Tenía un corte horrible en el hombro, y otro en la mejilla, del cual brotaba sangre profusamente. Se parecía tanto a su hermano agonizante que tuve que contener las lágrimas.

Sila se acercó a él y comenzó a examinarle las heridas.

La habitación se llenó con una cacofonía de sonidos y movimientos, hasta que Melpomene alzó los brazos y dio unas palmadas que provocaron una explosión de chispas.

Sí, allí había magia.

– Eso es lo que vamos a hacer -dijo, en tono imperioso-. Las que puedan montar, que suban a espaldas de las Cazadoras. Las que puedan caminar, que sigan el camino trasero hacia el río. Si no podéis llegar hasta el puente, ocultaos entre las plantas de la orilla. El resto, nos quedaremos aquí.

– Si os quedáis aquí, moriréis -dije.

– Elegida de Epona, tú deberías saber que no estamos desarmadas -dijo Melpomene, sonriéndome-. No esperes más. Sálvate. Nosotras estamos en manos de nuestras diosas.

Vi que Terpsícore caminaba con determinación y se colocaba junto a la mujer oscura. Estaba serena, bellísima, y habló con calma.

– Rhiannon, tú enviaste aviso de que la viruela es muy contagiosa, y de que hay que combatirla evitando que los enfermos tengan contacto con los sanos.

– Sí, es cierto.

– Así pues, ¿la enfermedad se puede extender fácilmente si una persona infectada se mezcla con los que están bien?

– Sí, pero tiene que haber contacto entre la persona enferma y la sana.

– ¿Y los Fomorians no son parecidos a los humanos?

– Sí.

– Entonces, yo me quedaré aquí y tendré contacto con ellos.

– ¡No! Te matarán. O algo peor. Además, ni siquiera sabemos si pueden enfermar.

– Mi diosa y yo lo hemos decidido ya. Así serán las cosas.

– ¡Tenemos que marcharnos! -gritó Dougal en aquel momento.

– Lo que me pase a mí será insignificante, comparado con el regalo tan valioso que les haré a las criaturas -dijo Terpsícore con ironía.

– Lo que vas a hacer no será olvidado -dije, sobrecogida por su sacrificio -. Te doy mi palabra.

– Me agrada que mi última actuación vaya a ser recordada -dijo, y después hizo una reverencia de bailarina.

– Lo será -le prometí, antes de volver mi atención al resto de la sala-. ¡Vamos! -grité.

Entonces, las adolescentes enfermas subieron a lomos de las Cazadoras. Sila se acercó y me entregó un bolso que tenía una larga correa de cuero. Yo la miré sin entenderla.

Ella habló con serenidad.

– Dentro de esa bolsa hay bálsamo para aliviar el dolor y para ayudar a cicatrizar las heridas -dijo, mirando a Dougal-. Aplícalo con economía, porque muchos pueden necesitarlo. Y llévate vino antes de salir.

Señaló una mesa llena de odres de cuero.

Yo asentí y me colgué el bolso del hombro. Tomé un odre de vino y me lo colgué también. Después volví a ayudar a las Cazadoras a cargar a las chicas enfermas.

Cuando la última estuvo sobre la espalda de Elaine, miré a mi alrededor y vi a Sila con cuatro muchachas que se tambaleaban hacia la puerta trasera de la habitación.

– ¡Sila! -grité.

Ella se volvió y me dijo a través de la sala:

– Iré con estas enfermas. Si la diosa lo desea, nos veremos al otro lado del río.

Sin perder un segundo más, se dirigieron hacia la salida.

– Lady Rhea, no tenemos más tiempo.

Dougal me tendió una mano ensangrentada para ayudarme a montar sobre él. Todas las Cazadoras, salvo Victoria, habían salido. Ella se acercó a mí y apartó la mano de Dougal.

– Tú no estás en condiciones de llevar ni siquiera ese peso tan ligero -dijo.

Me agarró del brazo y me sentó en su lomo. Cuando salíamos velozmente de la sala, me volví y vi a Melpomene y a Terpsícore tomadas de la mano, en medio de un círculo de mujeres que estaban demasiado enfermas como para moverse. Tenían las cabezas inclinadas y estaban bañadas en luz.

Al instante, nosotros salimos al pasillo.

Capítulo 16

Las Cazadoras habían desaparecido por delante de nosotras, pero Victoria dobló esquinas y atravesó jardines con seguridad, hasta que por fin salimos del laberinto del templo y nos encontramos en el jardín de la fachada principal. Giramos a la izquierda, pero un movimiento a nuestra derecha me llamó la atención.

– ¡Victoria! -grité.

Dougal y las Cazadoras se detuvieron en seco, y se volvieron en la dirección que yo señalaba. En el límite noroeste del jardín había una línea desigual de centauros. Estaban intentando no ceder terreno, y cortaban criatura tras criatura con sus poderosas espadas. Sin embargo, tal y como yo había visto a través del catalejo, en cuanto caía uno de los monstruos, otro lo reemplazaba, todo dientes y garras, y se subía sobre su compañero caído. Paso a paso, estaban deshaciendo el frente de guerreros. Mientras yo miraba, un centauro exhausto cayó de rodillas, y seis monstruos saltaron a su espalda y le clavaron las garras, volviendo su pelaje del color rojo de la sangre.

– ¡Al puente! -gritó Dougal-. ¡Los guerreros los contendrán durante todo el tiempo que puedan!

Retomamos nuestra huida por el césped verde, y al torcer una esquina, nos topamos con un grupo de cuatro estudiantes que corrían en nuestra dirección.

– ¡Alto! No podéis volver por aquí. Debéis cruzar el puente.

Victoria y Dougal se interpusieron para contener al grupo aterrorizado.

– ¡Ya están allí! -dijo una de ellas.

– ¿Qué? ¿Quiénes? -preguntó Dougal frenéticamente.

– ¡Ellos! ¡Los Fomorians están cortando el puente!

– Oh, que la diosa nos ayude -susurró Victoria.

– Deben de haber traspasado nuestro ejército y haber rodeado el templo hacia el norte para cortar la escapada del río -dijo Dougal.

– Que vayan hacia el pantano -dije yo.

– ¡Sí! -les dijo Victoria a las muchachas asustadas-. Dirigíos hacia Ufasach Marsh… Los Fomorians no os seguirán allí.

Las chicas asintieron y echaron a correr en la nueva dirección.

– Nosotros también debemos ir hacia el pantano -dijo Dougal-. Entre nosotros dos -añadió, refiriéndose a Victoria y a sí mismo-, no podremos acabar con los Fomorians que están derribando el puente.

Victoria asintió.

– Todavía no -dije con firmeza.

– Tenemos que hacerlo -respondió Dougal con agotamiento.

– No. Yo iré hasta el borde del pantano, pero no entraré a él a menos que ClanFintan esté con nosotros.

– Lady Rhea, él me envió con antelación para que me asegurara de que vos os poníais a salvo. Dijo que se reuniría con vos cuando pudiera.

– Entonces, todavía está vivo -susurré.

– Vivía la última vez que lo vi -respondió Dougal.

– Entonces, voy a esperar a que me encuentre, antes de entrar al pantano.

Victoria y Dougal se miraron con preocupación. Después, comenzaron a galopar en la misma dirección que habían tomado las muchachas. Las alcanzamos al poco tiempo, y los dos centauros se detuvieron junto a ellas.

– Échate hacia delante, Rhea, tienes compañía -me dijo Victoria con un ligero buen humor-. Vamos, muchachas, no tenemos tiempo que perder.

Dougal se estremeció de dolor mientras subía a dos de las chicas detrás de mí, y después, se colocó a las otras dos en el lomo manchado de sangre. Seguimos a galope, con las chicas asustadas agarrándose como cangrejos a las espaldas de los centauros.

Percibimos el olor del pantano antes de verlo. De nuevo, me acordé del compost de mi abuela, pero en aquella ocasión, el olor era mucho más atractivo. Nos detuvimos en la orilla, y cuando las muchachas estuvieron en el suelo, Victoria les habló con urgencia.

– Vamos, entrad al pantano, y manteneos todo lo cerca que podáis de la orilla este. En cuanto lleguéis al sur, intentad cruzar el río. Si no podéis hacerlo, seguid por el pantano hasta que lleguéis a los límites del Templo de Epona. Allí encontraréis ayuda.

Nos dieron las gracias, y después bajaron valientemente por la orilla hasta el agua, y desaparecieron en la ciénaga.

– Tenemos que ir con ellas -dijo Dougal.

– Yo voy a esperarlo.

Los dos centauros se volvieron, y miramos hacia el césped que rodeaba el templo. La tierra descendía gradualmente desde los preciosos edificios. Los jardines estaban rodeados de setos ornamentales que nos protegían de la vista de cualquiera que estuviera en los jardines del sur.

El templo se había convertido en un campo de batalla. Las hordas de Fomorians oscurecían la escalinata del edificio central y los campos circundantes, mientras atacaban a los grupos de centauros que se batían en retirada. No había un frente organizado; los guerreros habían formado grupos e intentaban impedir, heroicamente, que los monstruos ganaran terreno. Sin embargo, las criaturas conseguían rodearlos a toda prisa. Entraban en el templo y pasaban corriendo hacia el río.

– Espero que las mujeres hayan conseguido cruzar el río -dijo Dougal con la voz ahogada.

– Ojalá tuviera el catalejo -respondí yo, mientras intentaba distinguir a los centauros, enfadada conmigo misma por no llevarlo encima.

– Tenemos que entrar en la ciénaga -dijo Victoria.

– No me voy a ir sin ClanFintan.

– Aunque lo vieras, él no tiene forma de saber que estás aquí -dijo Victoria con exasperación.

– Yo puedo intentar encontrarlo -intervino Dougal.

– ¿Un centauro solitario? Te matarían -dije, negando con la cabeza.

– Yo puedo ir con él -se ofreció Victoria.

– Entonces os matarían a los dos.

Mi cabeza trabajaba febrilmente, intentando dar con un plan, pero mis pensamientos no eran claros. Todo había ocurrido demasiado rápido. No estábamos preparados. Habían atacado demasiado pronto. ¿Dónde estaban los otros ejércitos? ¿Y dónde estaba ClanFintan, dónde estaba ClanFintan, dónde estaba ClanFintan?

«Paz, Amada. Escucha mi voz».

Al oír las palabras de la diosa, me obligué a concentrarme y tomé aire. Dejé que la sabiduría de Epona despejara mi cerebro confundido.

– ¡Sí! -exclamé, y abrí los ojos-. Victoria, ayúdame a subir a uno de esos peñascos.

Ella me miró con extrañeza, pero no me contradijo. Me subió a su grupa y desde allí, Dougal me dio impulso para que pudiera ascender al punto más alto de una gran roca cercana. La parte superior era plana, y pude incorporarme, aunque tuve que extender los brazos para guardar el equilibrio.

– Ten cuidado -me dijo Victoria desde abajo.

– Está muy alto -respondí yo, con el estómago encogido.

Estaba frente a los jardines del templo. La escena era horrenda. Ya sólo quedaban algunos centauros con vida, y los Fomorians dominaban la situación. Cerré los ojos para no ver cómo habían destrozado el templo.

«Concéntrate en tu amor por él».

Yo asentí y me concentré en ClanFintan. Las imágenes de él se sucedieron detrás de mis párpados cerrados. Eché hacia atrás la cabeza, tomé aire y, con toda la fuerza de mi cuerpo y de mi alma, emití un grito que Epona aumentó hasta que se convirtió casi en algo físico.

– ¡ClanFintan! ¡Ven a mí!

Abrí los ojos y vi que todo el movimiento había cesado en los jardines. Todos los seres, centauros y Fomorians, se volvieron en dirección a mí, y se quedaron paralizados, como si fueran parte de una pintura macabra. Entonces, mi corazón comenzó a latir de nuevo, cuando un pequeño grupo de centauros que estaba situado a la derecha rompió la inmovilidad y comenzó a correr hacia nosotros. Incluso a tanta distancia, reconocí la silueta del centauro que dirigía al grupo.

– ¡Ya viene! -grité. Entonces, me quedé helada, porque los Fomorians también reaccionaron, y comenzaron a seguirlos-. Oh, no… ¡Lo están persiguiendo!

– ¡Bajad de ahí! -me gritó Dougal, extendiendo los brazos para agarrarme.

– Espera.

Seguí mirando a ClanFintan y a los demás centauros, que luchaban contra la corriente interminable de monstruos mientras se dirigían hacia nosotros. Oía los gritos de las criaturas cuando los guerreros los atravesaban con sus espadas. Sin embargo, aquello no sirvió de nada; uno tras otro, los poderosos luchadores cayeron bajo oleadas de formas negras con alas. Ante mis ojos, uno de los Fomorians rompió filas y salió corriendo, a toda velocidad, hacia el grupo de ClanFintan. Entonces, otro lo siguió, y después otro…

El primer Fomorian atrajo mi atención. No tenía que acercarse más para que yo pudiera reconocerlo.

– ¡Agárrame! -le dije a Dougal, y comencé a deslizarme hacia abajo con la espalda pegada al peñasco, y me dejé caer hacia él. Después me volví hacia Victoria y dije-: Los centauros están intentando contener a los Fomorians, pero no pueden hacer nada. Son demasiados.

En respuesta, Dougal desenvainó su espada, y Victoria tomó su ballesta entre las manos.

Entonces, ClanFintan atravesó el seto en una explosión. De cerca era casi irreconocible. Su espada, y la mano que la sostenía, estaban cubiertas de sangre. Tenía el cuerpo también ensangrentado, y había perdido el chaleco. En su lugar tenía marcas profundas de garras, que sangraban libremente. Su pelo estaba apelmazado de suciedad y sangre, y tenía un desgarro que le recorría la cara desde la sien hasta la mandíbula, evitando por poco su ojo derecho. Se detuvo frente a nosotros mientras Dougal le gritaba:

– ¡No pueden seguirnos en el pantano!

ClanFintan me agarró con unos brazos que parecían de hierro resbaladizo, y me lanzó a su espalda. Yo vi los cortes profundos que tenía en la grupa. No sabía si la sangre que le cubría la espalda era suya o no. Me agarré ligeramente a sus hombros e intenté no apretar las piernas a su alrededor, para no abrirle más las heridas. Normalmente, su piel era más caliente que la mía, pero en aquel momento, parecía que le ardían los hombros.

Se volvió hacia el seto.

– ¿Y los centauros que me seguían?

– Había demasiados monstruos. No lo han conseguido -dije en voz baja. Su única respuesta fue alzar la mano y posarla, ardiendo y manchada de sangre, sobre la mía.

El primer Fomorian saltó el seto.

Victoria disparó una flecha que se clavó en la frente de la criatura. Cayó, y otra criatura saltó sobre su cuerpo, gruñendo. Victoria la despachó con una flecha en la garganta.

Los centauros comenzaron a moverse rápidamente por la pendiente de la orilla, sin que Victoria dejara de disparar flechas como una metralleta. Cuando entramos en el bosquecillo que rodeaba el pantano, un silbido de serpiente, agudo y largo, atrajo nuestra mirada hacia el peñasco.

Yo conocía aquel sonido.

Él estaba escondido detrás de la roca gigante, y sólo se veía la silueta de sus alas erectas. Sin embargo, su voz nos llegó inquietantemente.

– Te veo, mujer -dijo, y sus alas temblaron-. Recuerda, te he reclamado para mí. Ésta no será la última vez que nos veamos.

Victoria apuntó y disparó una flecha que atravesó el ala expuesta.

Entramos al pantano mientras el grito de Nuada resonaba detrás de nosotros.

Capítulo 17

Después de dejar el refugio del bosquecillo, el terreno cambiaba radicalmente. Era como si hubiéramos sido transportados desde una preciosa villa de Grecia a los pantanos de Louisiana. Ante nosotros se extendía un cenagal inexplorado, un mundo de agua inmóvil, y de reptiles y bichos desconocidos. El aire estaba muy quieto, y el terreno saturado de agua succionaba los cascos de los centauros a medida que avanzaban, decididos a poner tanto pantano como fuera posible entre ellos y los Fomorians.

A medida que pasaba el tiempo, ClanFintan fue aminorando el ritmo, y se quedó detrás de Victoria y Dougal. Yo vi que lo miraban con preocupación. Victoria señaló hacia un grupo de árboles que aparentemente, estaban en terreno seco. Cambiamos de dirección y nos dirigimos hacia aquellos árboles.

Cuando nos acercamos, nos dimos cuenta de que era una especie de isla situada en mitad de un lago poco profundo. Los centauros subieron a tierra firme uno por uno, y en cuanto las cuatro patas de ClanFintan estuvieron sobre la isla, yo bajé al suelo y le entregué el odre de vino a Victoria. Ella lo destapó, pero se lo entregó a Dougal antes de beber. Entonces, comencé a desatar las correas del bolso que me había dado Sila, y recé una plegaria de agradecimiento por su generosidad, rogando que hubiera podido cruzar el río. Dentro del bolso había un frasco de ungüento amarillo y espeso, un par de rollos de tiras de gasa y varias agujas con hilo negro, parecido al hilo de pescar. Tragué saliva al darme cuenta de que eran para coser las heridas, y no para coser el botón de un vestido.

– Enséñame las heridas -le dije a ClanFintan, abrumada por lo que veía.

Él tenía la respiración muy agitada, y allá donde no estaba cubierto de suciedad y de sangre, su piel de bronce se había vuelto gris y pálida. Sus músculos temblaban, y la sangre brotaba sin parar de la herida que tenía en la cara.

– Te oí llamarme -me dijo con la voz ronca.

– No me iba a marchar sin ti -respondí, con los ojos llenos de lágrimas-. ¿Vas a… vas a ponerte bien?

Él extendió la mano hacia mí, y yo me acerqué rápidamente.

– Tengo miedo de tocarte -dije temblando.

Él se llevó la palma de mi mano a los labios y me la besó con los ojos cerrados.

– No tengas miedo -me dijo.

«Cura sus heridas», me dijo la voz de mi mente.

Tomé una tira de gasa y le hice un gesto a Dougal para que me entregara el odre de vino. Empapé la gasa, di un trago y volví a empapar la gasa.

– Tú también vas a necesitar un trago de esto -le dije, y le di el odre. Él bebió largamente.

– Inclínate para que pueda curarte el corte de la cara, y estate quieto. Seguro que te va a doler.

– Cura primero a Dougal.

Yo miré al joven centauro, que negó vigorosamente con la cabeza.

– Dougal no está sangrando, y tú sí. Vamos, inclínate y estate quieto.

– Yo curaré a Dougal -dijo Victoria.

Ella también tomó una tira de gasa y la empapó en vino. Yo observé, por el rabillo del ojo, el momento en el que ella se acercaba a él. Parecía que Dougal no sabía si retorcerse de entusiasmo o dar un salto. No hizo ninguna de las dos cosas. Se quedó paralizado cuando la bella Cazadora comenzó a limpiarle la herida de la mejilla. Yo ni siquiera sabía si estaba respirando.

– Puedes respirar -oí que decía Victoria, reprendiéndolo.

– Sí, Cazadora -respondió el joven centauro, y dejó escapar un largo suspiro.

Supongo que yo tenía una sonrisa tonta en los labios, porque mi marido me susurró:

– No te rías del potro.

Me sobresalté culpablemente.

– No me estoy riendo de él -respondí, entusiasmada al ver que se encontraba lo suficientemente bien como para bromear conmigo-. Ya sabes que Dougal me parece adorable.

– Quizá a Victoria también -dijo ClanFintan, y sonrió.

– Eso estaría muy bien, pero ahora, quiero que dejes de hablar y estés quieto.

Él soltó un gruñido como respuesta, pero se mantuvo en silencio mientras yo le limpiaba la herida de la cabeza. Cuando le quité toda la sangre y la suciedad, sentí alivio, porque no era tan profunda como parecía. Extendí ungüento de Sila sobre la herida, y después empecé a trabajar en los cortes que tenía en el pecho, que eran mucho más profundos. Tenía cuatro tajos largos y feos, que comenzaban bajo su pecho izquierdo y seguían, en diagonal, hacia el lado derecho de sus costillas. Ya no sangraba, pero yo no sabía si eso era una buena o una mala señal. Lo miré, y me di cuenta de que me estaba observando.

– ¿Sabes lo graves que son tus heridas? -pregunté.

– Me recuperaré -dijo. Su voz empezaba a sonar más normal-. Los centauros somos muy resistentes.

– Lo sé, lo sé -sonreí, aliviada por su respuesta-. Seguramente, te curas mucho mejor que un simple humano.

– Entre otras cosas -dijo, y se inclinó para besarme, pero el efecto se perdió cuando lo vi hacer un gesto de dolor.

– Ya habrá tiempo para eso más tarde. Ahora, deja que te limpie las heridas.

Seguí trabajando, y él se mantuvo inmóvil. Pronto pude extender bálsamo sobre los cortes, y después, con reticencia, me moví hacia la parte trasera de su cuerpo. Le pedí que se tendiera en el suelo. Con un suspiro, él dobló las rodillas y se tumbó.

Las heridas que tenía en la grupa eran terribles. Parecía que un oso gigante se hubiera ensañado con él. Tres enormes cortes en forma de ele, desgarros en la piel y en los músculos… Cuando intenté despegar un poco la piel de uno de aquellos desgarros, él tomó aire bruscamente.

– Creo que habrá que coser estas heridas -dije. Con sólo pensarlo, me sentía mareada.

– Haz lo que tengas que hacer -dijo él en voz baja.

– Primero voy a limpiarlos.

Empapé más gasa con el vino y quité toda la suciedad que pude de sus heridas. Después apliqué una capa gruesa de ungüento, y respiré con alivio al ver que su cara se relajaba por el efecto anestésico del bálsamo.

– Descansa, voy a hablar con Victoria -le dije. Le di un golpecito en el hombro y le tendí el odre de vino.

Victoria y Dougal estaban hablando tranquilamente. Las heridas del centauro estaban limpias, cubiertas de ungüento amarillo, y su piel había recuperado el color normal.

– Victoria -dije yo con nerviosismo-. Creo que hay que coser las heridas de la grupa de ClanFintan.

– Es muy probable.

– ¡Yo no puedo hacerlo! -susurré con angustia-. No puedo coserle la piel. Podría coser la piel de Dougal, y podría coser la tuya. Pero no puedo coser la suya. No quiero ofenderos.

– No os preocupéis -me dijo Dougal con dulzura.

– Yo lo haré -dijo Victoria, como si estuviera hablando de ir por una pizza.

– Bien -dije. La tomé de la mano y tiré de ella-. Vamos. Estoy segura de que, cuanto más esperemos, más porquería se le meterá en las heridas, y mañana por la mañana se le caerá el trasero, o algo así…

– Espero que os deis cuenta de que oigo perfectamente vuestra conversación -dijo ClanFintan en tono divertido.

– No has oído nada -dije yo, mientras Victoria se acercaba a él-. Seguramente estás delirando.

– Oh, pronto desearás estarlo -comentó Victoria de una forma sádica, mientras comenzaba a enhebrar una de las agujas.

Yo estaba horrorizada, pero ClanFintan y Dougal se echaron a reír a carcajadas.

– Me alegro de que los tres lo estéis pasando tan bien -dije, y me crucé de brazos.

– Ven aquí, amor -me pidió ClanFintan, abriendo los brazos.

Yo me dejé abrazar, aunque todavía estaba cubierto de cosas indescriptibles.

– Lo peor ya pasó -dijo él, y me besó la mejilla.

– ¿De veras? -pregunté, mientras veía a Victoria acercarse a su grupa, aguja en mano.

– ¡Necesito una espada para cortar esto! -gritó ella, y Dougal desenvainó la espada y se fue rápidamente junto a ella.

– Estamos juntos -me dijo ClanFintan.

Sus palabras me calmaron, así que cerré la boca y miré lo que estaba haciendo Victoria por encima del hombro de mi marido.

– Prepárate -me dijo ella.

Vi cómo clavaba la aguja en la piel de ClanFintan, y oí los sonidos del hilo y el metal atravesando la carne. Después, Victoria ataba cada punto y cortaba el hilo, con ayuda de la espada de Dougal, y volvía a empezar.

Yo creí que iba a vomitar.

– No olvides dejar espacio para el drenaje -dijo ClanFintan, con notable calma.

Victoria lo miró y respondió:

– Ya lo sé, bobo.

– Rhea -me dijo ClanFintan al oído, suavemente-. El ungüento me ha anestesiado las heridas. Victoria no me está haciendo daño.

Yo lo miré a la cara, deseando creer lo que me había dicho, pero las gotas de sudor que tenía en el labio superior me hicieron dudar.

– No me gustan las agujas -dije, y me acurruqué contra su hombro para seguir observando cómo Victoria cosía la carne de mi marido.

Debieron de pasar horas hasta que Victoria dio el último punto de sutura y me pidió que le acercara el ungüento, que aplicó generosamente por toda la piel cosida.

– Creo que te va a quedar cicatriz -dijo cuando terminó.

ClanFintan gruñó e hizo ademán de incorporarse.

– ¡Ah, no! -exclamé, y lo empujé por los hombros-. Tienes que descansar, por favor -le rogué, y miré también a Dougal-. Y tú. Las criaturas no van a seguirnos hasta aquí. Vosotros dos acabáis de luchar en una batalla. Tenéis que dormir.

– Rhea -dijo ClanFintan-, tengo que reunir a los centauros que hayan sobrevivido, encontrar a las mujeres y volver al Templo de Epona. Rápidamente. Los Fomorians no han terminado con nosotros.

– Pero no puedes hacer nada de eso sin descansar primero.

Victoria intervino.

– ¿Alguien sabe a qué distancia estamos del río?

Los centauros y yo nos quedamos en silencio.

– Entonces, yo iré a explorar, y averiguaré dónde estamos. Puede que sea fácil cruzar el río, o quizá no -dijo.

– Es una buena idea, Victoria -asentí yo-. Ten cuidado.

– Soy la Jefa de las…

– Cazadoras… -dijimos al unísono, y nos sonreímos la una a la otra.

– Te acompañaré -dijo Dougal.

– No. Yo cazo sola -respondió Victoria.

Sin embargo, al pasar por delante de Dougal, le acarició la mejilla suavemente, lo cual quitó la acritud a sus palabras.

Ágilmente, saltó desde la isla al agua, y se oyó un chapuzón. Sin embargo, pronto la espesura de la ciénaga absorbió todo el sonido de su paso.

Dougal suspiró y se colocó al borde de la isla, a contemplar cómo se alejaba Victoria.

ClanFintan cambió el peso al otro lado para poder apoyarse en el tronco de un ciprés. Dio unos golpecitos en el suelo, a su lado.

– Ven, quiero que estés a mi lado -me dijo.

Yo me senté en el lugar que me había indicado. Él me rodeó con un brazo y apoyó la barbilla sobre mi cabeza.

– ¿Estás seguro de que estás bien? -le pregunté, intentando echarle otro vistazo a sus heridas.

– Estate quieta. Como tú misma has dicho, necesito descansar.

– Oh, lo siento.

ClanFintan se rió suavemente y me besó la cabeza. Yo me acurruqué contra él, intentando tener cuidado con sus heridas. Necesitaba saber que estaba de verdad allí, vivo. ClanFintan debió de entender mi necesidad, porque entrelazó sus dedos con los míos y me estrechó contra sí.

– Tenía tanto miedo de que hubieras muerto…

– Deberías haber sabido que no era posible.

– No pongamos a prueba esta teoría, ¿de acuerdo?

Me apretó contra el pecho, y yo me sentí contenta al comprobar que tenía la fuerza suficiente como para sacarme todo el aire de los pulmones.

– Lo vi todo desde el techo del templo.

– No pudimos contenerlos. Eran demasiados -dijo ClanFintan. De repente, su voz sonaba hueca.

– Yo debería haber sabido que eran demasiados. Los vi venir. No me di cuenta.

– No hubiera importado que te dieras cuenta. Tampoco hubiera servido de nada que las fuerzas humanas se hubieran unido a nosotros. Eran demasiados.

Sentí un escalofrío. ¿Demasiados? ¿Incluso para el ejército conjunto? Entonces, ¿qué demonios íbamos a hacer?

Capítulo 18

La falta de luz de aquel día nublado dio paso con facilidad a la noche. Dougal y ClanFintan durmieron con inquietud, y yo me mantuve despierta, escuchando al millón de cigarras que vivían en aquella isla, y matando mosquitos. Y yo que pensaba que en Oklahoma había un problema con ellos. Aquel lugar debía de ser el Paraíso de los Insectos.

Y me estaba muriendo de hambre.

Además, se había puesto muy oscuro.

Intenté descansar sin quedarme dormida, porque no quería hacer otro de aquellos horribles viajes astrales. No podría soportar ver lo que estaba sucediendo en el Templo de la Musa.

«Descansa, Amada», resonó en mi mente.

Los párpados me pesaban, y mientras me quedaba dormida, recé para que se me permitiera permanecer en mi cuerpo… y el sueño se apoderó de mí.

Me desperté de repente, a causa del chapoteo de un cuerpo grande que atravesaba el agua. Me incorporé de golpe, preguntándome dónde estaba. El olor del pantano penetró en mi cerebro nebuloso.

– Es Victoria -dijo ClanFintan. Su voz grave retumbó contra mí.

Había muy poca luz. Parecía que el paisaje de la ciénaga absorbía la luz de la luna, pero el rubio platino del pelaje de la Cazadora brillaba etéreamente.

– Has tardado mucho -dije yo. Mi preocupación tomó una forma desagradable.

– Ha sido… -ella hizo una pausa, y yo me di cuenta de que tenía la respiración entrecortada-. Más difícil de lo que pensaba.

– Cuéntanoslo.

Mi marido me apartó con delicadeza a un lado, y se levantó rígidamente.

– Viajé hacia el este, intentando encontrar el río. Este lago continúa durante bastante distancia, y después, comienza un campo de hierba alta, afilada. Hay pozos de arenas movedizas en el terreno. Casi me quedé atrapada en uno.

Recordé el comentario de ClanFintan: «Los centauros evitan el terreno cenagoso». No era de extrañar.

– Cuando por fin termina esa zona, hay un bosque, parecido al que había al principio del lago, pero de unos veinte centauros de ancho. Entonces, comienza la orilla del río Geal.

Yo me alegré. Sólo teníamos que cruzar el río, y estaríamos muy cerca del Templo de Epona, donde podríamos reagruparnos y pasar al plan B.

Sin embargo, Victoria no había terminado.

– Los Fomorians han estacionado guardias por todo el perímetro del pantano, de modo que pueden atrapar a cualquiera que intente pasar del pantano al río.

– Me está buscando -dije. Ellos supieron que me refería a Nuada.

– Está buscándonos a todos -me aseguró ClanFintan.

– De acuerdo, pero ¿y si vamos hacia el lago Selkie en vez de hacia el río?

– El lago Selkie está incluso más lejos que el río. Y si Nuada tiene criaturas vigilando el pantano y el río, también las tendrá entre el lago y el río -razonó ClanFintan-. Sólo estaríamos seguros dentro del lago, o sobre su superficie. Además, es demasiado ancho como para atravesarlo nadando, eso sin mencionar que sus aguas están heladas.

– Malas noticias -dije.

– Exactamente -dijo Victoria.

Después de informarnos, sacó de su bolsa dos objetos afilados que comenzó a frotar, y de los que salieron chispas. Pronto había encendido una hoguera, y el fuego se reflejó en sus blanquísimos dientes cuando me sonrió.

– Los hombres nunca tienen pedernal. Si necesitas un buen fuego, llama a una Cazadora.

– Lo tendré en cuenta -dije. Me acerqué al calor de la hoguera, y mi estómago emitió uno de sus famosos gruñidos-. Ojalá tuviéramos algo que asar.

– ¿Qué te parece esto? -Victoria se movió de su lugar junto al fuego y se acercó a uno de los cipreses. De entre sus hojas sacó una cosa del tamaño de una pelota de golf, y volvió a acercarse a la hoguera.

– ¿Qué es?

– Un caracol manzana.

Sonrió, y buscó a su alrededor por el suelo. Tomó una ramita y la clavó en la cascara marrón. Pinchó y sacó una criatura de piel suave, que atravesó como si fuera un pincho moruno, y mantuvo la cosa retorciéndose sobre el fuego.

– ¿Sabe a pollo? -pregunté, tragando saliva.

– No, se parece más a las ostras.

Bueno, las ostras me parecían bien, así que superé mis escrúpulos y participé con los centauros en la gran caza y fritura posterior de los caracoles manzana. Afortunadamente, parecía que aquella islita era un lugar de vacaciones de los caracoles de aquella zona. Había miles y miles. Y Victoria tenía razón, si descontabas sus ojos y sus antenitas, se parecían mucho a las ostras. Eché de menos unos panecillos, el tabasco y una cerveza fría.

Más tarde, cuando estábamos quitándonos restos de caracol de entre los dientes y matando mosquitos, yo comencé a sentir sueño.

– Estarán buscando tres centauros y una humana -dijo ClanFintan de repente.

– Sí -dijo Victoria.

– Entonces, debemos separarnos. Tendremos más oportunidades de atravesar sus guardias.

– ¡Yo no me voy a separar de ti! -protesté. ClanFintan me pasó el brazo por los hombros y me estrechó contra sí.

– No, tú y yo no vamos a separarnos.

Dougal permaneció en silencio, mirando con tristeza a Victoria. La Cazadora miró al suelo y dijo:

– Dougal y yo también deberíamos permanecer juntos. Dos parejas tendrán más oportunidades de pasar su línea que un grupo de cuatro. Además, hay cocodrilos en este pantano, y hacen falta dos pares de ojos para vigilarlos.

Vi que Dougal se sonrojaba, feliz por aquella sorpresa. Cuando por fin Victoria alzó la mirada para encontrarse con la del centauro, yo pensé que detectaba una timidez poco habitual en ella.

– Victoria y yo viajaremos juntos -dijo Dougal, con una voz fuerte y confiada.

Pareció que a ClanFintan le agradaba que los dos centauros permanecieran juntos.

– En cuanto amanezca, los cuatro iremos hacia el sur, hasta que el sol esté a mitad de camino en el cielo. Entonces, Dougal y tú os dirigiréis hacia el este. Rhea y yo continuaremos hacia el sur, y después iremos también hacia el río.

Dougal y Victoria asintieron.

– La noche todavía es joven. Descansemos, amigos -dijo ClanFintan con su voz hipnótica. Yo me apoyé contra él, contenta de que estuviera más recuperado. Quizá todo saliera bien…

El agotamiento me venció, y me sumí en un sueño profundo.

Me despertó el ruido que hacía un pájaro carpintero picoteando el tronco de un árbol.

– Dios, qué pájaro más molesto -refunfuñé, mientras me frotaba los ojos.

Entonces, olí algo que se estaba cocinando, algo delicioso. Los tres centauros estaban alrededor del fuego, asando un pedazo grueso de carne blanca. Yo me levanté y fui estirándome hacia ellos.

– ¡Buenos días! -dijo Dougal, alegremente. ClanFintan me quitó una hoja del pelo. Victoria asintió.

– Buenos días -gruñí yo-. ¿Qué es? Parece demasiado grueso para ser una serpiente -añadí esperanzadamente.

– Es un caimán.

– Ah, bueno. ¿Qué es un caimán?

– Es un cocodrilo pequeño. Es más fácil de matar y de despellejar que uno grande. Más difícil de cazar, pero…

– Lo sé, lo sé, sabe a pollo.

Ellos se rieron. ¿Todos los centauros estaban tan animados al despertar?

El caimán estaba bastante bueno. Parece que lo que dicen los libros es cierto; algunas veces, uno tiene demasiada hambre como para preocuparse de lo que come.

Antes de marcharnos, revisé las heridas de ClanFintan. Las de la cabeza y el pecho tenían buen aspecto, pero las de su grupa no. Supuraban un fluido sanguinolento. Me preocupaban, sobre todo porque hacían que ClanFintan se moviera con rigidez. Le dije que se estuviera quieto mientras le aplicaba más ungüento en todas ellas.

Él me miró a los ojos, sonriendo, y me abrazó.

– Es normal que una herida supure.

– ¡Si casi no puedes andar!

Él se echó a reír.

– ¡Quizá no sea un centauro muy animado por las mañanas!

– No seas listillo, estás cojeando más que Epi cuando se hizo daño en la ranilla.

– Yo soy más viejo que Epi.

Apoyé la cabeza contra el lado de su pecho en el que no tenía heridas.

– Dime la verdad, ¿estás bien?

Él me revolvió el pelo.

– Sí, pero me moveré con más facilidad cuando se me hayan calentado los músculos.

– Quizá deba montar de nuevo en Victoria -dije-. No creo que a ella le importe.

– A mí sí. Quiero que estés cerca de mí -dijo él, y me besó la cabeza-. Pero te agradecería que no me acariciaras la grupa… hoy.

Me aparté de él y seguí aplicando bálsamo en sus heridas, mientras murmuraba:

– Seguramente lo que necesitas es un buen azote en la grupa…

Dejamos la isla y comenzamos el viaje al sur, y el terreno se hizo cada vez más pantanoso. Afortunadamente, la profundidad del agua no llegaba más allá de las rodillas de los centauros. Sin embargo, sus cascos se hundían en el barro, y eso ralentizaba nuestra marcha. Poco después de habernos puesto en camino, un tronco nos adelantó flotando.

A medida que avanzábamos, y salvo por los bichos, las serpientes y el agua verde y viscosa, me sorprendió la belleza oculta del paisaje. Había pájaros picudos y altos en el agua, que nos miraban perezosamente, y en lo más alto de los cipreses anidaban pájaros de color escarlata.

– Deben de ser ibis escarlata -dije, señalando a uno que volaba hacia el agua.

– Sí -dijo Victoria, asintiendo-. Es un pájaro muy escaso. ¿Habías visto alguno antes?

– Sólo lo conozco por un cuento -dije con un suspiro, al pensar en la conmovedora historia que les leía a mis estudiantes de primer año todos los cursos, El ibis escarlata-. Recordadme algún día que os cuente la historia de Doodle.

– Lo haré -dijo Dougal con entusiasmo.

Cuando llegó el mediodía, nos detuvimos en un pedazo de tierra seca, donde los centauros hicieron un descanso antes de que nos separáramos.

– Victoria y Dougal deben ponerse en camino -dijo ClanFintan tras unos minutos, y se volvió hacia Victoria. Se agarraron del brazo, y él prosiguió-: Cuidad el uno del otro -entonces, miró a Dougal-: Si llegáis al templo antes que nosotros, decidles que deben evacuarlo y cruzar el río. Dirigidlos hacia Glen Iorsa. Allí decidiremos lo que podemos hacer. Los humanos ya no están seguros en el templo, pese a lo que haya ocurrido con los otros ejércitos.

Aquellas palabras me conmocionaron, y vi que Victoria también se quedaba horrorizada, pero no dijo nada. Dougal se limitó a sonreír, como si esperara aquellas noticias. Yo me acerqué a Victoria y le di un abrazo.

– Cuídate -me dijo.

– Y tú permite que te quieran -le susurré.

Ella abrió mucho los ojos al oír mis palabras, y yo me quedé asombrada al ver que se sonrojaba ligeramente.

– Soy demasiado mayor como para preocuparme de esas tonterías -me susurró.

– Nadie es demasiado mayor para esas tonterías -repliqué.

Entonces me acerqué a Dougal, que intentó besarme la mano, pero yo tiré de él hacia abajo y le di un abrazo y un beso en la mejilla.

– Cuida a Victoria, y cuídate tú también.

Después, me di la vuelta para no verlos marchar. Oí el chapoteo de sus cascos en el agua, pero pronto la ciénaga amortiguó los sonidos de su partida.

– Volveremos a verlos muy pronto -me dijo ClanFintan, desde detrás, con las manos apoyadas en mis hombros.

– Lo sé -dije, fingiendo valentía.

– Tenemos que irnos.

Me sentó en su lomo, y nosotros también nos adentramos en el interminable pantano.

Tuve la sensación de que habían pasado días en vez de horas cuando ClanFintan, finalmente, hizo un brusco giro a la izquierda.

– Ya hay suficiente espacio entre nosotros -dijo mientras cambiaba de dirección.

– ¡Bien! -dije alegremente, para disimular la preocupación que sentía.

La asombrosa resistencia de ClanFintan estaba empezando a disminuir. Bajo mis piernas, su pelaje estaba húmedo de agua y de un sudor blanco, algo que yo nunca había visto en él. Los cortes que tenía en la grupa no dejaban de soltar un líquido amarillento. Yo oía su respiración cada vez más profunda mientras luchaba contra el suelo cenagoso.

– ¿Qué te parece si camino un rato?

De mala gana, él asintió, y me ayudó a desmontar. Mis botas se hundieron en el terreno hasta que el agua me llegó por los muslos.

Seguimos avanzando lentamente, y después de pocos minutos, yo ya estaba agotada. Me asombraba que él pudiera haber estado caminando en aquel barro todo el día, conmigo a la espalda y el trasero lleno de heridas.

– No puede estar mucho más lejos -jadeé.

ClanFintan no respondió. Parecía que estaba concentrando toda su energía en seguir hacia delante.

Pronto, el nivel del agua disminuyó, lo cual hubiera sido maravilloso si el nivel del barro no hubiera aumentado. El agua me llegaba sólo hasta las rodillas, pero cada vez que ponía un pie en el suelo, me hundía hasta la mitad de la pantorrilla. A la luz menguante del atardecer, no vimos la hierba hasta que la tuvimos delante. Era una vista increíble; muchas de las hojas eran más altas que ClanFintan. Nos detuvimos, los dos casi sin aliento.

– ¿No dijo Victoria que había un campo de hierba alta justo antes del final del pantano? -pregunté esperanzadamente.

– Sí, y dijo que estaba afilada. Deberías montar otra vez para no cortarte.

– No, deja que intente caminar un poco. Si está muy afilada, montaré.

Él aceptó de mala gana, y entramos en el mar de hierba.

Como de costumbre, Victoria tenía razón: la hierba cortaba. Y pensándolo bien, recordé que había visto rasguños rojos en su piel, pero estaba tan manchada de barro y tenía tantas picaduras de mosquito que yo no había pensado en ello.

Sin embargo, ahora que tenía que atravesar aquel campo, lo pensaba minuciosamente. Me puse los brazos ante la cara para protegerme de lo peor de la hierba. Pronto noté que algunas gotas de sangre me recorrían los antebrazos.

– Rhea, ya basta. Quiero que montes ahora mismo.

– Sólo un poco más, y montaré.

Di un paso y posé el pie delante de mí, y la pierna continuó hundiéndose, hundiéndose sin parar. Grité e intenté sacarla, pero perdí el equilibrio y me precipité hacia delante, y me encontré de repente hundida hasta la cintura en una mezcla blanda y arenosa. Cuanto más luchaba por salir, más me hundía.

– ¡Rhea! -gritó ClanFintan, y con su fuerza feroz, me tomó del brazo y me sacó de allí, casi sacándome el hueso del hombro de su hueco.

ClanFintan se agachó y me abrazó, y nos quedamos así durante un momento. Mi marido me estaba recorriendo el cuerpo con las manos para asegurarse de que todo seguía allí.

– ¿Te ha agarrado algo? ¿Estás herida? -le temblaba la voz.

– No, estoy bien -dije. Me apoyé en él, inhalando profundamente-. No tiene fondo. Era como si me estuviera succionando. Deben de ser arenas movedizas.

– Sí -dijo él con más calma, después de saber que yo seguía de una pieza-. Había oído hablar de estos pozos. Es una de las razones por las que los centauros evitamos el terreno pantanoso.

– Pues es una excelente razón.

Él se puso en pie, levantándome consigo.

– Debemos rodearlo -me dijo-. Y ahora no puedes montar en mi espalda.

No tuvo que decirme por qué. Los dos lo sabíamos. ClanFintan podía sacarme de las arenas movedizas, pero yo no podría hacer lo mismo por él. Seguimos avanzando, y yo recé en silencio a Epona, pidiéndole ayuda.

Capítulo 19

Al final, viajamos hacia el sur, para evitar los pozos de arenas movedizas. Después pudimos dirigirnos nuevamente hacia el este. La hierba me cortaba la piel de los brazos, y mis pasos se hicieron más y más lentos.

– Rhea, deja que yo camine delante -dijo ClanFintan-. Ponte un poco de ungüento en los brazos y camina detrás de mí para poder descansar -me dijo-. Después de un rato, cambiaremos posiciones de nuevo.

– Pero ¿y si te caes en un pozo de arenas movedizas?

– Tendré cuidado.

– De acuerdo.

Yo me apliqué un poco de bálsamo en los brazos, y casi inmediatamente, el escozor y el dolor de los arañazos desaparecieron.

– Me siento mejor -dije, y vi que él también tenía arañazos en los brazos y el pecho-. Toma, ponte un poco tú también.

– No. Sólo son rasguños. Mi piel no es tan fina como la tuya -dijo, y me acarició la mejilla.

– Voy a ponerte un poco. Sé lo mucho que escuecen.

Me sonrió con indulgencia mientras le cuidaba las heridas. Después, guardé el frasco en el bolso y rodeé a ClanFintan de mala gana para ponerme tras él.

– ¡Ten cuidado! -le grité.

– Lo tendré.

Entonces, comenzamos de nuevo nuestra lucha por avanzar.

Justo cuando yo pensaba que el campo de hierba no iba a terminar jamás, ClanFintan miró hacia atrás y me dijo con entusiasmo:

– ¡Veo los árboles!

Entonces, siguió caminando con energías renovadas.

Y cayó directamente en un pozo de arenas movedizas.

Su cuerpo equino luchó por mantenerse a flote, pero la arena comenzó a succionarlo. Él movió los brazos, intentando agarrarse a algo, a cualquier cosa, para ponerse a salvo.

– ¡No te acerques! -me gritó cuando yo intenté tomarlo de la mano-. Estoy demasiado hundido. No puedes alcanzarme.

– ¿Qué hago? -grité, presa del pánico.

Él miró frenéticamente a su alrededor.

– Ve hasta los árboles y busca una rama, y tráela para que pueda agarrarme a ella.

Yo asentí, pero sabía que no volvería a tiempo. Ni siquiera veía el comienzo de los árboles, y no podía correr por el barro de la ciénaga.

Sabía que iba a morir, y lo único que podía hacer era quedarme mirando.

«Tiene que llevar a cabo el Cambio».

Aquel pensamiento estalló en mi mente. Me acerqué corriendo hacia el pozo. Él ya estaba hundido hasta la mitad de su torso humano.

– Aléjate… -jadeó.

– ¡Escucha! -me arrodillé y gateé hasta el borde del pozo-. Tienes que cambiar de forma -le dije, y estiré los brazos hacia él-. ¿Lo ves? Si tú te estiras también, podré agarrarte. ¡Inténtalo!

Él lo hizo, y nuestros dedos se tocaron.

– Ahora, cambia de forma. Puedo tirar de un hombre, pero no de un centauro.

Vi que me entendía. Cerró los ojos e inclinó la cabeza. Su cuerpo quedó inmóvil mientras empezaba el cántico. Elevó los brazos y la cabeza al mismo tiempo. El resplandor comenzó. Antes de que yo pudiera cerrar los ojos, vi que su rostro se contraía de dolor.

Después, la luz se extinguió, e inmediatamente, yo me estiré hacia delante.

– ¡Vamos, estírate hacia mí! -le grité.

Aunque estaba agotado, lo hizo, y nuestros dedos se tocaron. Entonces, lo agarré de una mano, hundí los talones en el suelo de barro, y tiré con todas mis fuerzas. Fui ganando centímetro a centímetro a la arena mortal, hasta que el torso de ClanFintan estuvo tendido en el suelo húmedo y él pudo ayudarme a tirar del resto de su cuerpo.

Rodó y quedó tendido de costado, y durante un largo tiempo, estuvimos acurrucados el uno contra el otro. Nuestro único movimiento era la respiración.

– Gracias, Epona -dije.

– Tu diosa es buena contigo -dijo ClanFintan, y yo me sentí aliviada al oír que su tono de voz era normal.

Le aparté algo de arena de la cara, y después besé el lugar que había limpiado.

– ¿Puedes caminar ya?

Él asintió y se puso en pie con movimientos dolorosos, rígidos. Cuando se dio la vuelta, vi su espalda y sus nalgas. Los cortes eran heridas horribles, fruncidas con puntos de sutura negros. Le llegaban hasta los muslos, y expulsaban un líquido que se mezclaba con la arena y el agua del pozo.

– ¡Oh, Dios! -dije sin poder contenerme-. ¡Vuelve a cambiar!

– Creo -dijo él, lentamente-, que debería permanecer en forma humana hasta que hayamos cruzado el río. Recuerda que no están buscando a un hombre y una mujer, sino a la Elegida de Epona y a su marido centauro.

– Pero… tus heridas…

– Ponme más ungüento en ellas, y será tolerable.

No quería tocar aquellos cortes horribles, pero metí los dedos en el frasco de bálsamo y después se lo apliqué en la espalda y las nalgas. Él no se movió, no habló, y no respiró hasta que hube terminado.

– ¿Mejor? -le pregunté, y pasé los dedos por los rasguños de sus brazos para aprovechar toda la medicina.

– Sí -respondió, aunque se había puesto pálido-. He visto los árboles justo por allí. No queda mucho.

Nos pusimos a caminar, con cuidado de rodear el pozo de arenas movedizas. Yo le eché un vistazo a su cuerpo desnudo.

– ¿Quieres que te preste el tanga, o algo así?

Se le escapó una carcajada que hizo que se estremeciera por el dolor de las heridas, pero al mirarme, le brillaban los ojos.

– Creo que no. Si nos capturaran los Fomorians, harían circular unas historias tremendas.

– Veo los titulares. «El Sumo Chamán de los centauros iba travestido en el momento de su captura».

– ¿Titulares?

– Chismorreos que lee todo el mundo.

– Sí, sería vergonzoso.

– Verdaderamente.

– Quizá deberíamos hablar de lo que vamos a hacer con el tanga más adelante.

A mí me animó oír el tono sensual de su voz.

– Ahorra energías, muchachote. ¿Quién te crees que eres, John Wayne?

Sabía que él iba a preguntar.

– ¿John Wayne?

Aquél era un tema del que yo podía hablar durante horas. Carraspeé y adopté la actitud de profesora.

– John Wayne, de nombre real Marion Michael Morrison, nacido en Winterset, Iowa. En mi antiguo mundo es lo que se llama un icono americano. Personalmente, pienso que era un patriota y un héroe.

Me miró con curiosidad, y yo seguí hablando.

– Deja que te cuente cosas de él…

Estaba en mitad del argumento de John Wayne y los cowboys, medio ahogándome, cuando ClanFintan me indicó con un gesto que me detuviera.

– Shh -susurró-. Hemos llegado al final del campo de hierba.

Miré hacia arriba y vi que a pocos metros de nosotros había un bosque de árboles altos, salvajes, una jungla impenetrable de cipreses, sauces y almezos, y algo que debían de ser hibiscos mutantes.

Sin embargo, mientras permanecíamos allí en silencio, también oímos un sonido delicioso. Nos dimos cuenta de lo que era al mismo tiempo, y se nos iluminaron los ojos al mirarnos.

– El río -dijo ClanFintan en voz baja.

– ¡Gracias, Epona! ¡Por fin!

– Shh -ClanFintan se acercó a mí y me habló al oído-. Si podemos oír el río, es que las criaturas están en algún lugar cercano, entre el final del pantano y la orilla.

– ¿Y cómo vamos a pasar? -le pregunté.

– Tenemos que atravesar sigilosamente el bosque. Debemos evitar las hojas secas y las ramitas. Pisa con suavidad en las partes húmedas del suelo -me dijo.

– ¿Y si nos ven?

Me tomó por los hombros e hizo que lo mirara atentamente a los ojos.

– Corre hacia el río. No te pares. No te preocupes por mí. Sólo tienes que llegar al río y cruzarlo a nado.

– Pero…

– ¡No! Escúchame. Ellos no me reconocerán. Pensarán que soy sólo un humano. Puedo ganar tiempo para que tú cruces el río. Cuando estés a salvo, cambiaré de forma nuevamente y me reuniré contigo.

Todo aquello era una mentira, y yo iba a decírselo, pero me hundió los dedos en los hombros.

– Piensa en lo que te harán si te atrapan. Yo no podría soportarlo. A mí sólo pueden matarme, pero a ti pueden hacerte muchas más cosas.

– De acuerdo. Iré hacia el río.

Su expresión se relajó, y me besó con dulzura.

– Ahora, vamos a salir del pantano. Pisa sólo donde pise yo.

– Vale, tú mandas.

Él me lanzó una enorme sonrisa.

– Pero sólo por ahora -añadí.

Seguimos caminando lentamente, dejando atrás la hierba y entrando en un mundo de árboles primigenios y maleza densa. Nos movíamos despacio porque debíamos evitar las hojas secas y las ramas que pudieran crujir bajo nuestros pasos.

Desde mi posición, detrás de ClanFintan, veía su espalda desnuda. A cada paso que daba, de sus heridas manaban fluidos. Tenía la piel cubierta de sudor, y sus músculos se encogían y temblaban cada vez que cambiaba el peso de un pie a otro, con lentitud.

A cada minuto, yo esperaba que uno de los monstruos se lanzara contra nosotros gruñendo y moviendo las alas, pero seguimos caminando. Entonces, ClanFintan alzó una mano y se detuvo en seco. Frente a nosotros apareció el río, poderoso y gris a la luz débil del atardecer. Entre los árboles y la orilla había una zona rocosa, de unos quince metros de anchura.

Y en aquella zona había tres criaturas agazapadas. Estaban de espaldas a nosotros, agazapados sobre una hoguera. Uno de ellos alimentó el fuego con ramas secas. No hablaban, pero de vez en cuando, uno de ellos miraba hacia el río y emitía un silbido.

ClanFintan me hizo una señal para que me pusiera tras él, y yo lo hice, sigilosamente.

– Cuando te avise, corre hacia el río. No me mires. No me esperes -me dijo con intensidad.

Yo abrí la boca, pero él me puso un dedo sobre los labios.

– Confía en mí -me susurró.

Yo me tragué las protestas y asentí de mala gana.

Él se agachó y buscó algo a nuestro alrededor. Al final, tomó una rama caída que había junto a sus patas, y me miró.

– ¿Lista? -susurró.

Yo asentí.

Entonces, lanzó la rama a nuestra izquierda, hacia los árboles que estaban justo detrás de los monstruos.

– ¡Adelante! -susurró.

Yo salí disparada de entre los árboles, y el miedo y la adrenalina me hicieron correr a una velocidad poco habitual en mí. Sentí que ClanFintan me seguía.

Y oí a las criaturas. Estaban gruñendo y escupiendo. Miré hacia atrás y las vi dirigiéndose hacia los árboles.

– ¡No mires, corre! -dijo ClanFintan entre jadeos. Lamentablemente, yo no fui la única que lo oyó.

– ¡Allí! -siseó una de las criaturas, señalándonos. Las rocas del suelo crujieron cuando se lanzó hacia nosotros, seguido de las otras dos.

– ¡Más rápido! -gritó ClanFintan.

Llegué a la orilla cuando una de las criaturas alcanzaba a ClanFintan. Oí un sonido de rasgadura horrible cuando las garras del monstruo arañaron el hombro de mi marido.

ClanFintan se inclinó a un lado y se interpuso entre los Fomorians y yo. Esquivó un ataque de la criatura y le dio un puñetazo en el mentón. Oí que crujía, y la cosa dio unos cuantos pasos atrás para recuperarse y atacar a ClanFintan de nuevo.

– ¡Salta! ¡Yo me reuniré contigo en cuanto pueda! -me gritó.

– ¡Sin ti no!

Antes de que él pudiera responder, me agaché y pasé por debajo de su brazo, y corrí directamente hacia las sorprendidas criaturas. Levanté los brazos por encima de la cabeza, y agité las manos salvajemente, gritando:

– ¡Atrás, bestias pervertidas y repugnantes!

Los Fomorians retrocedieron, mirándome con una confusión justificada. ¿Qué mujer humana iba a correr hacia ellos? Y yo era una humana cubierta de barro cenagoso, con el pelo rojo y enmarañado, que movía los brazos como la novia loca de Frankenstein. Yo huiría si me viera. Antes de que pudieran recuperarse, me volví y corrí hacia mi marido.

– ¡Si tú saltas, yo salto! -grité.

Y, recordando todo lo que había oído decir a mi padre a sus jugadores de fútbol americano sobre el bloqueo, corrí hacia delante y le hice un placaje a ClanFintan con el hombro, bajo y fuerte, de modo que conseguí que cayéramos por la pendiente de la orilla, al agua.

Salí a la superficie y oí a ClanFintan expulsando agua de la boca a mi lado, mientras la corriente furiosa nos alejaba de la orilla.

– Relájate -me gritó por encima del agua-. ¡Nada con la corriente!

Hice lo que me decía, dejándome llevar por el agua, situándome siempre a contracorriente. El agua estaba muy fría, y pronto, el entumecimiento me asustó.

– ¡No te alejes de mí! -me gritó ClanFintan-. ¡Ya casi hemos llegado!

Había un saliente de la orilla frente a nosotros. ClanFintan me agarró del pelo con una mano, y con la otra, se aferró a una rama baja, para sacarnos a los dos hasta la parte poco profunda.

– ¡Ay! -me quejé yo, cuando él intentó desenredar su mano de mi pelo.

– Vamos -dijo.

Me tomó de la mano y me condujo, tambaleándose, hasta la orilla, donde los dos nos dejamos caer.

Oí que dejaba escapar un gruñido de dolor al mover el cuerpo para tumbarse de costado.

– Odio decirte esto, pero tienes que volver al agua para lavarte el barro de las heridas.

Él asintió con tirantez, y se obligó a ponerse en pie. Yo lo seguí hasta el río, y lo ayudé a enjugarse el cuerpo con el agua helada. Afortunadamente, todavía conservaba el bolso del ungüento, así que extendí lo que quedaba sobre sus heridas. Él estaba temblando. Los nuevos cortes que tenía en el hombro le sangraban abundantemente.

– ¿Puedes cambiar ahora? -le pregunté.

Él asintió con cansancio, y yo me alejé para que tuviera espacio. Cerré los ojos contra la luz, y también para no ver su dolor. Cuando el brillo se desvaneció, abrí los ojos, y me sentí aliviada, porque en su verdadera forma, parecía más sólido y poderoso.

– Vamos a casa -le dije, tendiéndole la mano.

Él la agarró y tiró de mí para ayudarme a subir la orilla empinada.

Capítulo 20

Encontramos con facilidad el rastro que la legión había dejado de camino hacia el Templo de la Musa, y comenzamos a seguirlo en sentido opuesto. Al principio, yo caminé junto a ClanFintan, negándome a montar sobre su espalda.

– No. Has soportado demasiado -dije.

– Como tú.

– Oh, claro. Mira quién tiene las heridas.

Él resopló.

– Y, corrígeme si me equivoco, creo que tú eres el único que ha cambiado de forma en las últimas veinticuatro horas.

– Tú eres mi esposa -adujo él, como si con eso lo explicara todo.

– Sí, y puedo caminar perfectamente durante unas horas.

Él abrió la boca para seguir la discusión.

– Espera, vamos a hacer un trato -dije yo-. Caminaré hasta que la luna esté en la mitad del cielo, y después montaré en tu lomo sin protestar.

Él refunfuñó, pero asintió.

– Eres muy cabezota.

– Gracias.

Eso lo hizo reír, y me posó el brazo en los hombros.

Caminamos en silencio. Yo inhalé el aire fresco de la noche, y disfruté del hecho de sentir a mi marido junto a mí. Llegaríamos al templo, y desde allí, pensaríamos cómo íbamos a librarnos de aquellas malditas criaturas.

Después de un rato, él me recordó mi compromiso.

– La luna está sobre nuestras cabezas…

Yo me detuve y lo miré fijamente.

– ¿De veras estás bien?

– Sí, amor mío -dijo, y me apartó un rizo de la cara-. Mis heridas se cerrarán.

– Entonces, montaré. Admito que estoy cansada.

Él me subió a su lomo.

– ¿Tienes hambre?

– Ni menciones la comida. Ya sabes que estoy hambrienta.

– Alanna te preparará un festín cuando lleguemos.

ClanFintan dio unos cuantos pasos, y después comenzó a trotar. Yo me apoyé en su espalda, pensando en aquel mundo y en el amor… y me quedé dormida inmediatamente.

Desde mi librería favorita de Tulsa, donde iba a atenderme un dependiente que era exactamente igual a Pierce Brosnan, me vi flotando directamente sobre el río. Iba a quejarme a Epona, pero entonces recordé que ella le había salvado la vida a ClanFintan, y mantuve la boca cerrada.

– De acuerdo, estoy lista para ver lo que quieras que vea -dije.

No hubo respuesta, salvo que yo comencé a moverme corriente arriba, deshaciendo el camino que acabábamos de recorrer. Suspiré y me preparé mentalmente para lo que sólo podía saber la diosa.

Ufasach Marsh brillaba a mi izquierda, como una herida abierta en el terreno. Al verlo desde el aire, me estremecí. Se extendía hasta donde alcanzaba la vista, y podríamos haber quedado atrapados allí para siempre.

Vi el parpadeo de unas luces delante de mí, y mi atención cambió desde la depresión del pantano hasta la zona rocosa que había entre la ciénaga y el río. Mi cuerpo se detuvo sobre varias hogueras enormes. Estaban dispersas por toda la orilla oeste del río Geal. Mi espíritu flotó lentamente hasta que se situó sobre un círculo de fuego. Vi a unas cuantas criaturas agazapadas, y descendí. Era evidente que estaban observando algo que había entre las hogueras. Percibí movimiento dentro del círculo, pero el humo del fuego me impedía ver bien. Entonces, el humo se disipó y yo me quedé horrorizada.

Dentro del círculo, Terpsícore danzaba. Estaba desnuda. Su cuerpo estaba cubierto de un sudor febril, que irónicamente, hacía que su piel brillara de una manera seductora. Ella giró y se retorció, hipnotizando a las criaturas con su increíble gracilidad y sexualidad. La melena le colgaba sobre el cuerpo como un velo erótico. Se movió seductoramente de criatura en criatura. Tocaba a todos los Fomorians, y dejaba un rastro de sudor y excitación tras ella. Y, rogué yo en silencio, de enfermedad. Observé cómo seguía bailando hacia las criaturas que estaban agachadas fuera del círculo, y cómo se aseguraba de tocar a todas las que podía. Las alas comenzaban a temblar y a ponerse erectas, y entonces, ella giraba y se alejaba, y empezaba el juego con otro de los monstruos. Era como una autómata maravillosa. Su rostro era una máscara inexpresiva, y me di cuenta de que tenía los labios agrietados y secos. También tenía un sarpullido incipiente en los brazos perfectamente modelados.

Entonces, una de las criaturas se incorporó y entró en el círculo. Nuada. Agarró a Terpsícore por la cintura y la apretó contra su cuerpo. Yo me di cuenta de que ninguno de los otros monstruos la había tocado. El Señor de los Fomorians la quería para sí.

– Ya está bien, mujer -dijo. Pasó una de sus garras por el lado del pecho de la bailarina, dejando una delgada línea de sangre en la piel, que lamió con su lengua pálida-. Estoy listo para ti.

Entonces, comenzó a sacarla del círculo. Entonces, se detuvo y me fulminó con la mirada.

– ¡Mujer!

Oí su grito mientras Epona me arrancaba de allí y me devolvía a mi cuerpo.

Me sobresalté.

– Nuada tiene a Terpsícore.

– Que Epona la proteja -dijo ClanFintan. Su voz grave resonó en la noche.

– Se quedó en el Templo de la Musa a propósito -le expliqué yo-. Quería contagiarles la viruela a los Fomorians.

Él me miró con sorpresa.

– ¿Y crees que dará resultado?

– Ojalá lo supiera. La viruela es muy contagiosa para los humanos, pero no sé si afectará de igual forma a los Fomorians.

– ¿Y cuándo lo sabremos?

Suspiré.

– Creo que pasa más o menos una semana desde el contagio hasta la aparición de los síntomas. Sin embargo, no sé si el organismo de un Fomorian reacciona igual que el de una persona. Pienso que hay dos posibilidades, que se pongan muy enfermos muy rápidamente o que no les afecte en absoluto.

– Entonces, lo que necesitamos es tiempo -dijo pensativamente.

– Y mucha suerte -añadí yo.

En silencio, le envié a Epona una plegaria, rogándole que el sacrificio de la Encarnación de la Musa no hubiera sido en vano. Después, el agotamiento me venció.

– Descansa. Llegaremos al templo al amanecer.

Con aquellas palabras de ánimo de mi marido, cerré los ojos y me sumí en un profundo sueño.

Cuando desperté de nuevo, debían de haber pasado algunas horas del alba, aunque el sol estaba escondido tras las nubes. La mañana era gris. Oímos un grito, y uno de mis guerreros salió desde su puesto de vigilancia oculto junto a la orilla del río.

– ¡Bendita seáis, Epona! ¡Estáis viva!

Me saludó, y yo me di cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas.

Le sonreí, pero ClanFintan no aminoró el paso.

– Casi hemos llegado -le susurré al oído.

Él gruñó y asintió, concentrándose en seguir el ritmo.

Seguimos una curva familiar de la orilla, y me sentí feliz al ver el puente, con su altura horrible, sobre el curso del río.

Cuando entramos al puente, otro centinela nos vio, y después otro, y después otro más.

– Parece que algunos de mis guerreros consiguieron escapar de las criaturas -dije, a medida que más y más voces nos daban la bienvenida.

Cruzamos el puente y torcimos la curva hacia el templo. Incluso a la luz pálida y gris de aquella mañana nebulosa, sus murallas de mármol brillaban de una manera atrayente. La gente salía del templo y corría hacia nosotros. Entre ellos había unos centauros, guiados por una rubia y por un joven de pelaje claro.

– ¡Victoria! ¡Dougal! -grité, mientras cabalgaban hacia nosotros.

– ¡Le dije que lo conseguiríais! -exclamó Dougal alegremente.

– Admito que esta vez tenías razón -dijo Victoria entre risas, y me abrazó con tanta fuerza que estuve a punto de caerme de la espalda de ClanFintan.

Pronto estuvimos en una ola de gente jubilosa, y cuando atravesamos la entrada de la parte de atrás, Epi relinchó a los cuatro vientos para darnos la bienvenida. Entonces, oí una voz familiar, y vi a Alanna y a Carolan atravesando el patio hacia nosotros. ClanFintan me ayudó a bajar al suelo. Carolan me inspeccionó rápidamente.

– Yo estoy bien, estoy bien… Cuida de él -dije. Después de mirarme una vez más, Carolan comenzó a inspeccionar las heridas de ClanFintan.

– Ven conmigo -le ordenó a mi marido con voz grave.

ClanFintan me besó rápidamente y me dijo:

– Me reuniré contigo en tu habitación cuando Carolan haya terminado.

Después obedeció al Sanador, para alivio mío.

Yo abracé a Alanna.

– Sabía que ibas a volver -me dijo, con la voz entrecortada por las lágrimas.

– Sácame de aquí.

Me rodeó la cintura con un brazo y me guió rápidamente entre la multitud, que me daba la bienvenida. Yo saludé y les di las gracias, explicándoles que estaba bien, y que sólo necesitaba descansar. Finalmente, nos dirigimos directamente a los baños, y yo oí que Alanna le daba órdenes a un guardia antes de cerrar la puerta:

– Trae vino, agua y fruta. Después, pide que lleven la comida a su habitación.

Cuando nos quedamos a solas, nos abrazamos como dos niñas. Yo fui la primera en apartarme.

– Oh, te he manchado -dije, mientras lloriqueaba e intentaba secarme las lágrimas de la cara.

– No me importa, pero deja que te ayude a quitarte todo eso.

Por una vez, no me importó abandonarme a sus cuidados.

– Parece que no puedo dejar de temblar -dije, riéndome. Me di cuenta de que aquello era pura histeria.

Alanna me tomó de la mano y me guió hasta la piscina. Alguien llamó a la puerta, e instantes después entró una ninfa con una bandeja llena.

– Oh, mi señora -dijo-. ¡Todas estamos tan felices porque hayáis regresado sana y salva!

– Gracias -respondí, intentando sonreír, mientras me castañeteaban los dientes-. Yo también estoy muy feliz de haber regresado a casa.

Ella hizo una reverencia, y se marchó. Yo me relajé dentro del agua con un profundo suspiro.

– Toma -me dijo Alanna, entregándome una copa-. Bebe.

Obedecí y tomé el agua fresca a grandes sorbos.

– Tranquila, no te atragantes.

Tomé aire, y después di otro trago.

– Gracias -dije, y le devolví la copa vacía.

De repente, me di cuenta de lo sucio que tenía el pelo, y sólo quise lavármelo. Hundí la cabeza en el agua caliente, sin dejar de temblar.

– Ayúdame -le dije a Alanna-. Tengo que estar limpia.

Ella no me preguntó nada. Se limitó a ponerme jabón en el pelo y me ayudó a frotarlo. Después, yo me enjaboné el cuerpo y me aclaré en el centro de la piscina, despojándome de toda la suciedad.

Volví a sentarme en uno de los salientes, y Alanna me dio otra copa de agua fresca. Mientras bebía, me di cuenta de que habían dejado de temblarme las manos.

– ¿Mejor? -me preguntó.

– Sí, amiga, muchas gracias.

Se sentó al borde de la piscina, cerca de mí, y cambió la copa de agua por una copa de vino. Después acercó una bandeja llena de fruta. Yo sonreí con gratitud, y tomé un pedazo de melón. Lo mastiqué lentamente y dejé que el jugo me cubriera la lengua.

– Es maravilloso estar en casa -susurré.

– ¿No hay ninguna posibilidad de que podamos quedarnos?

Aquella pregunta me recordó que ClanFintan le había ordenado a Dougal que comenzara a evacuar a la gente al otro lado del río.

– ClanFintan cree que no -respondí, y recordé la devastación del Templo de la Musa-. Y yo creo que tiene razón. ¿Consiguió llegar alguien del templo hasta aquí?

– Sí. Un grupo bastante grande llegó antes del amanecer de hoy, escoltado por unos guerreros centauros y por las Cazadoras. Carolan ha atendido a todos los heridos, y ahora están descansando. Victoria y Dougal llegaron poco después, y nos dijeron que hay que dejar el templo. Deberíamos estar listos para cruzar el puente al amanecer.

– ¿Estaba Thalia con ellos?

– Sí. Está bien.

– ¿Y Sila?

– No -respondió Alanna con tristeza-. Nadie la vio cruzar el río.

– ¿Y no han vuelto más centauros?

– Sí, llegó otro grupo esta mañana, poco después que Dougal y Victoria. Escoltaban a un grupo de humanos que estaban muy enfermos.

– Entonces, ¿cuántos centauros han llegado?

– Unos trescientos -dijo Alanna.

¿De mil, sólo había sobrevivido un tercio? Era inimaginable. Cerré los ojos, rogando que se hubieran salvado muchos más y que estuvieran de camino.

– ¿Y mis guerreros? -pregunté.

– Salieron dos barcazas, en cada una cincuenta hombres. Volvió una. Los guerreros dicen que los Fomorians los estaban esperando cuando desembarcaron -explicó con la voz ahogada.

– ¿Woulff y McNamara?

– Llegaron tarde. Connor envió el mensaje de que tuvieron que batirse en retirada. Perdieron muchos hombres.

Yo exhalé un suspiro.

– Es una pesadilla.

– Tiene que haber un modo de detenerlos -dijo Alanna con desesperación.

– Sí, y vamos a encontrarlo.

Sin embargo, mis palabras sonaron huecas, incluso para mis oídos.

Capítulo 21

Una vez vestida, con el pelo bien peinado y con dos copas de vino y mucha fruta en el estómago, me sentí un poco menos pesimista. Alanna me puso la corona en la cabeza, y caminamos de la mano hasta mi habitación. En la entrada, se despidió de mí y se alejó por el pasillo.

El guardia me abrió la puerta y, cuando volvió a cerrarla detrás de mí, me di cuenta de que necesitaba estar unos minutos a solas. Mi habitación me resultó agradable y familiar. Habían retirado la estructura de mi cama, y el colchón estaba en el suelo, perfectamente hecho. Las cortinas estaban parcialmente abiertas, y la luz lluviosa del día creaba un ambiente acogedor, como para encerrarse con un libro y una copa de vino. La mesa estaba cargada de comida, que emitía olores deliciosos. Mi estómago emitió un gruñido, y me acerqué a comer.

Justo cuando estaba llevándome la pata de un pájaro pequeño y gordo a la boca, me llamó la atención un sonido que provenía de la biblioteca.

– ¿Hola? -dije, pero no obtuve respuesta, y me pregunté qué pequeña ninfa estaría allí, quitando el polvo o algo así. No respondió nadie, así que me encogí de hombros y decidí que eran imaginaciones mías.

El pájaro se estaba deshaciendo en mi boca cuando oí el sonido de nuevo. En aquella ocasión fue más alto, un golpe seco, como si se hubiera caído al suelo algo hueco y pesado.

Estupendo. Seguramente, alguna pobre chica tímida había roto algo, y ahora estaba asustada porque tendría que vérselas con lady Rhiannon, la bruja. De eso se trataba, seguramente, pero algo me molestó en un rincón de la mente. Era una sensación de incomodidad difícil de explicar.

Suspiré, me limpié los labios y caminé de mala gana hacia la biblioteca.

Sabía que era absurdo, pero cuanto más me acercaba a la puerta, más incómoda me sentía. Me detuve, temerosa de que un Fomorian hubiera conseguido entrar en el templo.

No. Aquella sensación no era de horror ante el mal de aquellas criaturas. Era una incomodidad familiar, algo que conocía, pero que no conseguía identificar. Cuando entré en la biblioteca, me di cuenta de que me dolía el estómago, y de que estaba apretando los dientes con fuerza.

La biblioteca estaba iluminada con muchas velas, todas en su aplique de calavera. La sala estaba exactamente igual que la última vez que yo la había visitado. Los libros descansaban en las estanterías, y le conferían a la habitación una apariencia confortable, en total contradicción con la sensación de angustia que me atenazaba el estómago. Estaba empezando a pensar que quizá la fruta me había sentado mal, cuando algo en la mesa me llamó la atención.

Y se me escapó todo el aire de los pulmones, como si me hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago.

Era el ánfora, la misma que yo había comprado en la subasta. La misma que había provocado el accidente de coche y el paso de un mundo a otro. Intenté recuperar el aliento, pero de repente, estaba demasiado mareada. La habitación comenzó a girar a mi alrededor; intenté dar un paso atrás, pero mi cuerpo no me obedecía. Era como si me estuviera succionando un remolino gigante. Me estaba ahogando. Entonces, el ánfora comenzó a brillar, y supe que la habían enviado allí para devolverme a mi antiguo mundo. Mis brazos se extendieron solos, y comencé a caminar hacia delante.

De repente, algo tiró de mí hacia atrás, y ClanFintan entró como una furia en la habitación. Tiró el ánfora y la hizo añicos contra el suelo. Después la pisoteó y, lentamente, el brillo de la cerámica se apagó.

Me di cuenta de que seguía sin respirar, y las piernas me fallaron. Todo se sumió en la oscuridad.

– Rhea… Rhea -me llamó alguien, desde muy lejos-. Rhea, despierta.

Yo no podía responder.

– ¡Shannon Parker! ¡Abre los ojos y vuelve!

Abrí los ojos de golpe. Estaba tendida en nuestro colchón, entre los brazos de ClanFintan. Él estaba pálido de preocupación.

– ¿Qué ha ocurrido? -pregunté. Entonces lo recordé todo, e intenté incorporarme-. ¡El ánfora! ¡Ha intentado llevarme de vuelta!

Entonces, volví a sentir un intenso mareo.

– Túmbate. La he destruido -dijo ClanFintan, y me besó la frente pegajosa-. He mandado llamar a Carolan.

– Creo que estoy bien -dije, pero no intenté incorporarme de nuevo.

– Pareces un fantasma.

– Tú tampoco estás maravillosamente bien -dije, acariciándole con dulzura la mejilla.

Antes de que él pudiera responder, Carolan entró en la habitación como un rayo, seguido de Alanna.

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó él mientras se arrodillaba a mi lado. Me acarició la cara y me tomó el pulso de la muñeca.

– Ha aparecido el ánfora. Lady Rhiannon ha intentado intercambiar su sitio con ella otra vez -dijo ClanFintan.

– ¡Oh, no! -exclamó Alanna, y se tapó la boca con la mano.

– Estaba en el pasillo, y oí un sonido -explicó mi marido-. Lo seguí, y encontré a Rhea en la biblioteca, junto a un ánfora que resplandecía. La habitación temblaba como si fuera un charco de agua. La saqué de la biblioteca y destruí el ánfora. Después, ella se desmayó.

– Ahora me siento mejor.

– ¿Puedes ponerte en pie? -me preguntó Carolan.

– Sí -dije, y ellos me ayudaron a levantarme. La habitación no se movió-. Ayudadme a ir hacia la mesa, me muero de hambre y tengo que beber algo.

– Está mejor -dijo ClanFintan con alivio, pero no me soltó mientras me guiaba hacia la mesa.

ClanFintan ocupó su sitio habitual y me estrechó contra sí. Alanna me entregó una copa de vino, y Carolan y ella se sentaron frente a mí.

Tomé un largo trago, intentando controlar el temblor que tenía por dentro.

– Está intentando volver -dije-. Debería haberme dado cuenta de que iba a suceder. Ella se marchó de aquí siendo la Encarnación de la Diosa, que veía todos sus caprichos hechos realidad, para convertirse en una profesora de instituto de Oklahoma, que cobra un cincuenta por ciento menos que el sueldo medio nacional. Por favor, ¿quién no iba a querer volver? -continué. Sabía que no me entendían, pero me dejaron parlotear-. Debió de oír algo de mi mundo. Vio coches y aviones, rascacielos, autopistas, la magia de la televisión y los ordenadores -dije con una risita-. Pensó que sería la reina de todo eso. Y no es así. Los profesores están muy mal pagados y tienen mucho trabajo. Tenemos que aguantar a padres negligentes que nos culpan por los problemas que han causado con sus malas decisiones. De verdad, algunos nos planteamos si llevar chalecos antibalas al trabajo.

– Amor mío… -ClanFintan, la voz de la cordura, interrumpió mi discurso-. No voy a permitir que te separe de mí.

– ¿Y cómo se lo vas a impedir? -pregunté yo, temblando de nuevo.

– ¿No se lo he impedido hoy? -me rodeó con sus brazos, y yo me aferré a su calor y su seguridad.

– Nos aseguraremos de que todo el mundo sepa cómo es el ánfora -dijo Alanna con una sonrisa de ánimo-. Diremos que la están usando las fuerzas del mal. Y, si aparece otra, será destruida antes de que pueda hacerte daño.

– Si aparece no, cuando aparezca. Sé que ella lo va a intentar otra vez.

– Que lo intente -dijo Carolan-. No le permitiremos que tenga éxito.

ClanFintan me acarició los hombros, y me permitió que pensara que estaba a salvo.

– Come, amor mío -me dijo al oído-. Te sentirás mejor.

– Comer siempre hace que me sienta mejor -dije. Me acerqué a la mesa y me metí un poco de pescado en la boca.

Estaba empezando a relajarme, escuchando a Carolan y a ClanFintan mientras hablaban del procedimiento de la evacuación del día siguiente, cuando alguien llamó a la puerta y entró directamente.

Un guardia sudoroso saludó y dijo:

– Se ha divisado a los Fomorians en las tierras del templo.

ClanFintan corrió hacia la puerta.

Capítulo 22

– Avisad a Dougal. Que reúna a los centauros y al resto de la guardia en la entrada de la muralla noreste -ordenó ClanFintan, y el guardia asintió y se marchó corriendo. Nosotros cuatro comenzamos a recorrer el pasillo hacia el patio.

– ¿Cómo ha podido llegar tan pronto? -pregunté con incredulidad.

Llegamos al patio, que ya estaba lleno de gente.

– La lluvia -dijo Carolan-. No ha salido el sol, y eso ha sido una ventaja para ellos.

– Debería haber tenido en cuenta lo rápidamente que se trasladan -dijo ClanFintan, volviéndose hacia nosotros-. Carolan, que todos los guerreros que haya en la sala de los enfermos suban a la muralla. No me importa que estén heridos o enfermos. Diles que no tienen elección.

Carolan asintió, besó a Alanna y se alejó.

– Alanna -dijo ClanFintan-, que las mujeres tomen todos los calderos que haya en el templo y los traigan al patio central. Después, que saquen de las despensas los barriles de aceite de las lámparas y que los traigan también.

– Sí, ClanFintan -respondió ella, y se marchó.

– Ni se te ocurra mandarme a hacer un recado, yo me quedo contigo -le dije.

– No se me había ocurrido -dijo él, mientras corríamos por el patio.

Nos dirigimos hacia la muralla de la parte trasera del templo, y ClanFintan la rodeó hacia la izquierda. Pronto nos encontramos con un grupo de centauros y humanos que estaban reunidos en la entrada de una estrecha escalera construida en el interior de la muralla.

Dougal dio un paso adelante. Victoria estaba a su lado.

– Fomorians.

Dougal asintió.

– Lo hemos oído. ¿Qué vamos a hacer?

– ¿Dónde está el centinela que lo ha notificado a los guardias? -preguntó ClanFintan.

Un joven se adelantó y saludó marcialmente.

– Informa -dijo ClanFintan.

– Mi señor, estaba en mi puesto, en el punto de observación norte, en esta orilla del río. Oí unos ruidos extraños, así que subí a la copa de un roble, y al norte, vi una marea de criaturas con alas. Volví al templo rápidamente para dar el aviso.

– Victoria, sube con tus Cazadoras a la muralla. Necesitamos vuestras ballestas.

Victoria y las Cazadoras se movieron inmediatamente hacia las empinadas escaleras, y comenzaron a subir a las almenas. ClanFintan se dirigió al resto del grupo, que estaba compuesto por miembros exhaustos de mi guardia personal y un tercio de la legión de centauros, que también estaban agotados, pero decididos.

– Las mujeres están reuniendo calderos y aceite en el patio central. Ayudadlas a subirlos a las almenas. Subid también antorchas y leña. Puede ser el único modo de conseguir que no entren en el templo.

Los guerreros se pusieron en acción, y nos dejaron solos con Dougal.

– Nosotros nos uniremos a las Cazadoras -dijo ClanFintan, y comenzó a subir las escaleras.

El paso de ronda que recorría toda la muralla era más ancho que la pasarela de la cúpula del Templo de la Musa. Las balaustradas de Epona eran gruesas y estaban bien situadas. Las Cazadoras estaban en posición, preparando sus ballestas. Yo me quedé entre ClanFintan y Dougal, mirando hacia el exterior, como todos los demás, a la escasa luz del anochecer, e intentando distinguir formas entre la niebla. No se movía nada, salvo la lluvia.

Unos ruidos desde el interior de la muralla nos llamaron la atención, y los guerreros comenzaron a aparecer desde las escaleras, portando pesados calderos y barriles de aceite. Nos concentramos en ayudarlos, mientras las Cazadoras y los centauros mantenían la vigilancia.

Cada tres o cuatro barrotes de la balaustrada había un agujero en el suelo del paso de ronda. Y, colgando desde aquellos huecos, había unos ganchos de hierro. Los guerreros comenzaron a llenar los agujeros con carbón y leña. Después suspendieron los calderos de los ganchos, los llenaron de aceite y encendieron los fuegos.

Recordé que ClanFintan había alabado el Templo de Epona como fortaleza, y que Carolan había explicado que, al contrario que las musas, Epona era una diosa guerrera. Así pues, el templo estaba preparado para una batalla; yo sólo esperaba que tuviéramos suficientes hombres para librarla.

Pronto se nos unieron centauros y guerreros heridos. Sus rostros eran graves, mientras obedecían las órdenes sin hacer ni un solo comentario, y ClanFintan los situaba por todo el paso de ronda de la muralla.

Entonces, oí que se dirigía al centinela que había dado aviso de la llegada de los Fomorians.

– ¿Cómo te llamas, guerrero?

– Patrick -respondió él.

– ¿Hay en el templo arcos y flechas?

– Sí, mi señor.

– Tráelos -dijo ClanFintan.

Carolan se unió a nosotros brevemente, comprobando el estado de sus pacientes.

ClanFintan se lo llevó aparte para darle instrucciones.

– Que Alanna reúna a todas las mujeres dentro del templo. Decidles que hagan un hatillo. Deben cargar con una manta, un odre de vino y un arma. Cualquier arma. Un cuchillo de cocina, o un par de tijeras son mejores que nada.

– Se lo diré -respondió Carolan, y se dirigió rápidamente hacia las escaleras.

– ¡ClanFintan! -la voz de Victoria atravesó las almenas-. ¡Allí!

Seguimos la dirección que nos indicaba y vimos un frente de criaturas aproximándose al templo. Yo comencé a oír sus silbidos depredadores en el silencio nocturno.

– Esperad hasta que la Cazadora dé la orden -dijo mi marido, con la voz fuerte y segura-. Apuntad a la cabeza y al cuello. Como ya sabéis, son difíciles de matar.

La línea se acercó.

Vi que Victoria apuntaba con su ballesta. Las Cazadoras y los guerreros la imitaron.

El frente seguía aproximándose.

Empecé a distinguir a las criaturas. Tenían un brillo anormal en los ojos, y también en las garras y los colmillos húmedos.

– ¡Ahora! -gritó Victoria.

Tras el siseo ensordecedor de las flechas, se oyó el sonido horrible de la carne atravesada por los astiles. Muchas de las criaturas de primera fila cayeron, pero sus camaradas pasaron por encima de ellos y prosiguieron su camino, ajenos a la muerte.

– ¡Otra vez!-gritó Victoria.

Hubo oleada tras oleada, lluvia tras lluvia de flechas, pero no detuvieron la marea de Fomorians. Pronto estaban a los pies de la muralla.

– ¡Derramad el aceite! -gritó ClanFintan, y los calderos se volcaron sobre las criaturas.

Los que estaban junto al lienzo gritaron y se retorcieron agónicamente cuando el aceite hirviendo les quemó la carne hasta los huesos. Los demás silbaron y se detuvieron, sin saber si debían trepar por los cuerpos de sus muertos.

– ¡Dejad caer las antorchas!

Los guerreros arrojaron antorchas encendidas sobre las criaturas empapadas en aceite, que al instante fueron envueltas en llamas, y que comenzaron a lanzarse ciegamente hacia sus compañeros, prendiéndolos también. Las llamas se extendieron por las tierras del templo, y pronto, los monstruos estaban corriendo frenéticamente, derribándose entre sí para poder apartarse de la muralla.

Yo aparté la vista. No podía presenciar su agonía.

Los guerreros del templo y los centauros prorrumpieron en gritos de victoria.

– Más aceite -dijo ClanFintan, que no se permitió ni un segundo de celebración-. Preparad más flechas. Van a volver.

Después de aquello, hubo unos momentos de silencio. ClanFintan me estrechó contra sí, y yo apoyé la cabeza en su pecho.

– ¡Mujer!

Se oyó una voz siseante que nos rodeó.

– ¿Dónde estás, mujer?

El sonido se expandió por toda la muralla; era como si las palabras me estuvieran buscando. Salí del abrazo de ClanFintan y corrí hacia una de las almenas. Nuada estaba caminando de un lado a otro sobre un montón de cuerpos humeantes. Tenía las alas erectas. Su pelo blanco flotaba desordenadamente a su alrededor, y su cuerpo desnudo era completamente visible a la luz del fuego del aceite.

Al verlo, sentí toda la ira vengativa de una diosa.

– ¿Qué quieres, criatura patética?

– A ti, mujer. Te deseo a ti.

– Es una lástima. Nunca me tendrás.

Supe que era cierto. Sentí que mi Epona me prometía que Nuada nunca iba a poseerme, pasara lo que pasara.

– ¡Sí! -gritó él. Noté que su cara, que normalmente era muy blanca, estaba enrojecida, y que él estaba sudando-. Te poseeré, ¡pronto! El resto de mi ejército se unirá a mí mañana -dijo, y soltó una risotada provocadora-. He dejado que se divirtieran con las mujeres del otro templo, pero esa diversión no ha durado mucho. Tengo más esperanzas puestas en ti -añadió con más carcajadas-. Despídete esta noche de tu diosa débil, y también de esa mutación a la que llamas compañero. ¡Mañana me pertenecerás!

ClanFintan le hizo un gesto a Victoria, y ella le lanzó la ballesta. Con un movimiento veloz, mi marido apuntó y disparó. El silbido fue seguido de un grito de Nuada cuando la flecha le cortó un lado de la cabeza, separándole la oreja del cuerpo.

Nuada intentó contener la sangre con la mano, mientras se daba la vuelta y desaparecía entre las sombras.

– Ese tipo tiene que ir a terapia -murmuré.

– Dormid en turnos -les dijo ClanFintan a los guerreros de las almenas-. Victoria, Dougal, Patrick, id en busca de Carolan y Alanna, y reuníos con nosotros en la habitación de Rhea. Sígueme -me ordenó sin contemplaciones, mientras se dirigía hacia las escaleras.

Todos obedecimos.

Cuando atravesamos la puerta de mi habitación, antes de que yo pudiera recuperar el aliento, ClanFintan me abrazó con fuerza y me besó. Yo le respondí con toda mi alma, y cuando el beso terminó, él me estrechó contra su cuerpo.

– Ese monstruo nunca te poseerá. No lo permitiré.

– Lo sé, amor mío -murmuré contra su piel.

Alguien llamó a la puerta. ClanFintan se separó de mí con reticencia y gritó:

– ¡Adelante!

Yo me serví una copa de vino y me senté.

Entraron Dougal, Victoria, Carolan, Alanna y Patrick, y sin preámbulos, ClanFintan se dirigió a ellos y anunció:

– Nos marchamos al amanecer.

Ninguno dijo nada. Alanna se fue rápidamente hacia un lateral de la habitación y sacó seis copas de algún sitio, las distribuyó y sirvió vino para cada uno. Yo la ayudé.

– ¿Cómo? -Carolan fue quien hizo la única pregunta.

– Formaremos en falange. Parte de los centauros se colocarán en la parte exterior, con las espadas en la mano y los escudos en alto -dijo ClanFintan, y miró a Patrick-, alternados con guerreros humanos, que llevarán preparadas las lanzas -añadió, y se volvió hacia Victoria-, y las Cazadoras dispararán las ballestas. Dentro de la falange irán las mujeres y los niños. El resto de los centauros y de los guerreros humanos formarán un frente entre las criaturas y la falange. Saldremos en cuanto amanezca, e iremos hacia el este para cruzar el río. Contendremos a los Fomorians hasta que las mujeres hayan podido cruzarlo, y después, las seguiremos.

La habitación quedó en silencio.

– Es la única manera. Si nos quedamos aquí, moriremos todos.

– Muchos no llegarán a cruzar el río -dijo Carolan.

– Pero algunos sí -dije yo-. Si las criaturas entran en el templo, las mujeres correrán una suerte mucho peor que la muerte.

– ¿No hay manera de que podamos contenerlos? -preguntó Alanna a ClanFintan.

– No. Indefinidamente no. Nuada ha dicho que mañana acudirán más criaturas. No podemos arriesgarnos a que sean tantos que invadan el templo con facilidad.

– ¿Y adónde iremos después de cruzar el río? -preguntó Patrick.

– A la seguridad -respondió ClanFintan, tomando del hombro al joven-. A las Llanuras de los Centauros. Allí nos recuperaremos, y volveremos.

Patrick tragó saliva y asintió.

El sacrificio de Terpsícore se me pasó por la cabeza, y pensé en preguntar si no podíamos esperar un par de días más por si la viruela afectaba a las criaturas. Sin embargo, ¿y si me equivocaba, y el hecho de esperar dos días beneficiaba el asedio de los Fomorians? No podía correr semejante riesgo.

– ¡Por un nuevo comienzo! -exclamé, y alcé la copa.

– ¡Por un nuevo comienzo! -repitió el grupo con solemnidad, y todos me imitaron.

Después, nos pusimos manos a la obra.

Capítulo 23

– Mudarse nunca fue divertido -murmuré mientras recorría el pasillo hacia mis baños.

Tenía que hacer mis necesidades, y no quería usar los baños públicos, aunque hubiera sabido dónde estaban. Me di cuenta de que no había guardias custodiando la puerta, lo cual era lógico. El templo bullía de actividad. Todo el mundo tenía una tarea, no había tiempo libre para estar delante de una puerta y mostrar músculo. En cierto modo, aquello era trágico.

El calor suave de la habitación me envolvió, e intenté no pensar en que quizá nunca volvería a estar allí. Después de terminar con mis cosas privadas, me acerqué al tocador y olisqueé el frasco de jabón de arena… y recordé una noche, bajo una gran luna, en la que me había bañado en un río helado con un centauro que rápidamente se estaba convirtiendo en mi amante… y en mi amigo.

Por favor, Epona…

Cerré los ojos y recé en silencio. «Permite que sobreviva al día de mañana».

La puerta se abrió, y antes de poder volverme, reconocí el sonido de los cascos en el suelo.

– Alanna me ha dicho que te había visto escabulléndote hacia aquí -dijo él, y yo oí una sonrisa en su voz.

– No me estaba escondiendo. Es que necesitaba privacidad.

– ¿Quieres que me vaya? -me preguntó.

– No necesitaba privacidad de ti -dije. Sonreí y me acerqué a él. ClanFintan me abrazó-. ¿Qué tal tienes las heridas?

– Mejor. Ya te he dicho que los centauros tenemos grandes poderes de recuperación.

– Sí, ya me había dado cuenta -dije, y le di un pellizquito justo debajo del esternón. Sus músculos se tensaron en respuesta, y a mí me gustó su reacción-. Es una pena que no tengamos más tiempo -añadí, con un mordisquito.

– Lo tendremos -me dijo, y me abrazó con fuerza-. Mañana, y mañana, y muchos mañanas después.

– Eso espero -dije.

– Yo lo sé -respondió ClanFintan, y me besó la cabeza-. Parece que la moral es alta.

– Son muy valientes. Estoy orgullosa de ellos. Sin embargo, tengo miedo por Epi.

Habíamos decidido que las otras yeguas y ella tendrían más oportunidades de llegar al río si corrían en libertad al mismo tiempo que los guerreros partían. Las criaturas no iban a interesarse por unos caballos, así que seguramente las dejarían en paz.

Nadie mencionó que también podrían servir de distracción y que la falange podría ganar tiempo para acercarse al río.

– Es rápida y muy lista. Llegará sana y salva.

Yo asentí contra su pecho, y le envié otra plegaria a la Epona para que cuidara de la yegua.

– Quiero que sepas una cosa -dije, y me eché hacia atrás para poder mirar a ClanFintan a los ojos-. Me has hecho muy feliz. Eres todo lo que siempre pude desear en un marido.

Él me dio un golpecito en la nariz con el dedo índice.

– Ya te he dicho que nací para quererte.

– Creo que es algo asombroso. ¡Es magia! -exclamé.

Él se echó a reír y me besó.

Llamaron a la puerta, y Alanna entró en el baño.

– ClanFintan, Victoria pregunta por ti. Quiere saber con exactitud cómo han de colocarse las Cazadoras. Y yo tengo que preparar a Rhea para el viaje.

Me di cuenta de que Alanna estaba intentando ser valiente, y yo le sonreí.

– Siempre hay un momento para arreglarse -dije.

– No tardéis -dijo ClanFintan, y le di un beso en la mejilla antes de que se fuera.

La puerta se cerró, y tomé a Alanna de la mano. Acababa de ocurrírseme una idea.

– ¡Vísteme con algo que brille!

Ella se quedó desconcertada.

– Rhea, no creo que eso sea muy inteligente. Nuada te estará buscando, así que no debes llamar la atención.

– Hay cosas más importantes que Nuada.

– Sí, mantenerte alejada de él, por ejemplo.

– Escucha, desde que llegué a este mundo, me has estado diciendo que la Elegida de Epona es la líder de su pueblo, ¿no es así?

– Sí.

– Bueno, ¿y cómo va a esconderse una líder y pensar que su gente va a ser valiente y segura?

– Pero no podemos dejar que te atrapen. Eso devastaría a tu pueblo -dijo con la voz temblorosa.

– No tengo intención de permitirlo.

Ella no se dejó convencer.

– Alanna, ¿tú crees de verdad que soy la Elegida de Epona? Y quiero decir yo misma, Shannon Parker, y no alguien que sólo está fingiendo que es Rhiannon.

– Sí. Lo creo -dijo ella sin vacilar.

– Yo también -afirmé yo, y por primera vez, me di cuenta de que lo creía de verdad-. Tengo que estar ahí para la gente, y creo que Epona me protegerá.

Alanna todavía tenía cara de estar asustada como un conejo, así que añadí:

– Mira, ¿y si me visto con algo brillante, pero me pongo una capa? Estaré cubierta a menos que me necesiten.

Su precioso rostro se iluminó de alivio. Asintió y rápidamente, comenzó a rebuscar en los armarios. Yo me ocupé de librarme de la ropa que llevaba puesta.

– ¡Sí! -gritó Alanna con entusiasmo-. ¡Aquí está!

Me di la vuelta, y vi que tenía una tela espectacular en las manos. Solté una exclamación de alegría, y no pude evitar tocar el material y acariciarlo. Era una seda pesada y gruesa, como una cascada de cobre y oro. En el entramado de la tela había cosidas diminutas cuentas de cristal, que atrapaban la luz de las velas y devolvían un arco iris de colores brillantes.

– Es preciosa -susurré, y extendí los brazos para que Alanna pudiera empezar a vestirme.

El vestido se ajustó a mi torso con un precioso diseño entrecruzado. La falda era larga, y caía con elegancia hasta el suelo. Yo me senté obedientemente, y Alanna me cepilló el pelo. Cuando iba a hacerme un moño para sujetármelo, la detuve.

– Sólo átamelo con una cinta.

– Pero se te va a soltar, y te molestará -dijo ella.

Me encogí de hombros.

– ¿Y cuándo no me molesta?

Antes de que Alanna pudiera responder, alguien llamó a la puerta.

– ¡Adelante!

– Mi señora -dijo uno de los guerreros-, ClanFintan me ha pedido que os diga que es el momento.

– Gracias. Dile que ya voy.

Él se marchó rápidamente, y Alanna me ató el pelo con una cinta. Después me coloqué la corona, y ella se acercó a otro armario y sacó una capa larga de color gris, con capucha y todo.

– Oh, por favor, ¿Rhiannon se ponía eso?

No parecía su estilo. Definitivamente, no era el mío.

– Sólo cuando iba a algún sitio en el que no quería que la reconocieran -dijo Alanna, y me ayudó a ponérmela. Después se retiró y observó su obra-. Estás bien cubierta -dijo.

– Bueno, vamos.

Caminamos hasta la puerta y salimos hacia el patio central. Yo la tomé de la mano.

– Pase lo que pase, ve hacia el río.

Ella me miró con temor, pero antes de que pudiera responderme, nos vimos entre la muchedumbre del patio.

La falange se extendía por todo el césped que había entre el templo y la muralla. La parte exterior la ocupaban los guerreros centauros, intercalados con guerreros humanos. Todos llevaban espadas y escudos. El siguiente anillo estaba formado por hombres que llevaban variedad de armas, desde espadas a dagas. Obviamente, eran los padres, abuelos, hermanos e hijos de las mujeres que estaban en el centro. A mí se me encogió el corazón al verlas. Mientras consolaban a los bebés y a los niños, enviaban miradas de coraje y ánimo a los hombres que las rodeaban.

– ¡Ave, Epona! -dijo ClanFintan, saludándome con su voz fuerte.

La falange se volvió y repitió sus palabras.

– ¡Ave, Epona!

Mi marido se me acercó y me besó la mano. Yo me sentí calmada, y dije:

– Quisiera bendecir a la gente antes de irnos.

– Por supuesto, Amada de Epona.

Él inclinó la cabeza y se apartó con aplomo. El templo quedó silencioso.

– Todos tenemos una vida que vivir, un pequeño resplandor del tiempo entre dos eternidades. No hay segundas oportunidades, ni tampoco vueltas al pasado.

Mi voz sonaba como si estuviera hablando por un micrófono, aumentada por la presencia tangible de Epona.

– La vida no trata de dolor o de placer. Es un asunto muy serio, el de vivir con autenticidad, y de aprovechar la magia que puede suceder entre momentos -dije, y miré a mi marido-, y entre almas. Hoy, caminaremos con valor hacia la luz, porque igual que hay bestias y demonios ahí fuera, también hay bondad y amor aquí dentro.

Moví el brazo en un gesto que los abarcó a todos, y terminé:

– Epona estará con nosotros en este viaje. La oscuridad no puede cubrir una llama, por lo tanto, ¡seamos llamas!

La gente respondió con un rugido en una sola voz. Después, ClanFintan dio un paso adelante.

– La falange saldrá cuando las Cazadoras den el aviso de que nosotros hemos tomado posiciones entre los Fomorians y vosotros.

Asintió, y Victoria se acercó hacia la entrada a la muralla. Desapareció brevemente, y volvió a aparecer en las almenas.

– Cuando estemos en posición -continuó ClanFintan-, el anillo exterior de la falange os conducirá hacia las puertas del templo. No vaciléis. No os detengáis. Vuestro objetivo es llegar al río. Cuando lo crucéis estaréis a salvo, y nosotros os seguiremos. Que Epona esté con vosotros.

La gente asintió, y se volvieron en silencio hacia las puertas del templo.

– Tú debes colocarte en el centro de la falange -me dijo suavemente ClanFintan.

– Creía que tú ibas a guiarnos -dije. Sabía que tenía que ser valiente por mi pueblo, pero el hecho de pensar en que él iba a estar rodeado de un ejército de Fomorians hacía que me doliera el pecho.

– Victoria os guiará. Yo debo permanecer con los otros centauros -me dijo ClanFintan. Me abrazó y me susurró-: Me reuniré contigo al otro lado del río.

– Por favor, ten cuidado -le pedí con la voz temblorosa.

Su beso fue rápido y fuerte. Después se dio la vuelta y se alejó.

Alanna me tomó de la mano.

– Vamos -dijo.

La falange se separó y nos permitió entrar hasta el centro. Me alegré al ver que Tarah y Kristianna estaban allí, valientemente, junto a Carolan. Él besó a su esposa y me saludó.

– ClanFintan se ha empeñado en que yo esté en el centro. Dijo que tengo que estar seguro para salvarlo de los puntos de sutura de Victoria.

Yo intenté responderle con algo ingenioso y conciso, pero en realidad, me sentí aliviada porque Victoria interviniera y me librara de hablar.

– Los centauros han salido por la parte trasera del templo y se dirigen hacia el norte -dijo-. Han soltado a las yeguas -añadió, e hizo una pausa-. Están en posición. ClanFintan ha hecho la señal. ¡Comenzad a moveros!

El anillo de guerreros avanzó mientras Victoria bajaba rápidamente de las almenas y galopaba hasta sus filas.

El ritmo del paso aumentó cuando la falange abandonó la seguridad de las murallas del templo. Cuando los que estábamos en el centro salimos por la gran puerta, ya íbamos corriendo.

La mañana, que había amanecido nublada y lluviosa, se estaba convirtiendo rápidamente en un día claro y cálido. El sol lucía por encima de nosotros. «Por favor, Epona», recé, «que el sol queme toda la niebla y sea una gran molestia para los Fomorians». Miré hacia la izquierda, intentando atisbar el campo de batalla, pero entre los últimos vestigios de la niebla y el apretado anillo de guerreros, no veía nada.

Pronto me di cuenta de que eso no tenía importancia, porque podía oír. Oía gritos y gruñidos, que se extendían inquietantemente por las tierras del templo.

– ¡Seguid avanzando! -gritó Victoria, cuando las mujeres reaccionaron al ruido y vacilaron.

– Vamos -dije yo, y animé a las que me rodeaban-. Todo va a salir bien. Seguid el ritmo de los guerreros.

Entonces, el sonido de unos cascos retumbó entre la niebla y, a medida que desaparecía, una manada de yeguas aterrorizadas apareció ante nuestra vista. Daban vueltas, con los ojos en blanco, inseguras, y de pronto nos vieron.

– ¿Ves a Epi? -grité, intentando distinguirla entre el mar de caballos que galopaban.

– ¡No! -respondió Carolan.

Entonces, abrí los ojos con horror al divisar una forma negra, alada. Y después otra, y otra. Segaban entre los caballos espantados, acuchillando y clavándoles las garras. A mi lado, una de las niñas gritó, y aquel grito agudo atravesó todo el campo. Vi que los Fomorians volvían la cabeza en dirección a la falange, y dejaron la matanza de caballos para deslizarse hacia nosotros.

– ¡Seguid adelante! ¡Moveos! -grité con mi mejor voz de profesora, y el grupo avanzó.

Otro grito atrajo mi atención hacia el campo de batalla, y miré por encima de mi hombro hacia atrás, justo para ver cómo un guerrero centauro daba caza y decapitaba a una de las criaturas que nos perseguían.

– Han penetrado en las filas de los centauros, pero los guerreros los están persiguiendo -dijo Carolan.

Intenté seguir corriendo mientras mantenía parte de mi atención centrada en lo que estaba ocurriendo detrás de nosotros. Las yeguas todavía estaban aterrorizadas, y corrían a nuestro alrededor desordenadamente. Había más Fomorians acercándose a nosotros, pero ahora, yo veía con claridad la línea de centauros que nos protegía. Todavía luchaban contra el ejército Fomorian, e intentaban perseguir a las criaturas que conseguían traspasar el límite, pero no podían atraparlas a todas, y los monstruos alados nos estaban alcanzando.

– ¿Dónde está el maldito río? -le grité a Alanna.

– No hemos llegado todavía a la mitad del camino -dijo ella, pálida.

– ¡Cazadoras, romped filas y cargad las ballestas! -ordenó Victoria con calma, y las cinco magníficas Cazadoras salieron ágilmente de la falange, cargando las ballestas a medida que se movían-. Apuntad y disparad a discreción.

El silbido metálico de las flechas y los gritos de los Fomorians siguieron a sus palabras.

– ¡Guerreros, escudos en posición!

El anillo de hombres y centauros respondió al instante, bloqueándonos temporalmente la vista de las criaturas.

Los primeros Fomorians alcanzaron la falange con una violencia que hizo temblar nuestro grupo. Por los pequeños huecos que había entre los escudos de los guerreros, vi a las criaturas cuando atacaban a nuestros hombres. Cuando una de ellas caía, otra la sustituía inmediatamente.

Seguimos moviéndonos hacia delante.

Vi a Victoria, que disparaba rápidamente sin errar un solo blanco. Entre cargar y disparar, me miró.

– ¡Llévalos rápidamente hacia el río, o nos aplastarán! -me gritó.

Su cara era una máscara pétrea, y ya estaba manchada de sangre. Era como una diosa plateada de la muerte.

Mi atención se centró en una criatura que se abrió paso con las garras a través de los hombres que había frente a nosotros. Carolan me apartó y se enfrentó a ella con una espada prestada. Luchó contra el Fomorian intentando evitar las cuchilladas de sus uñas, pero la cosa consiguió agarrar el brazo del Sanador. Carolan se lanzó contra el bicho y consiguió que perdiera el equilibrio, y después, con un movimiento rápido, le cortó el cuello.

Alanna se cubrió la cara con ambas manos, sollozando, y Tarah y Kristianna se agarraron a mis manos. Yo no podía apartar los ojos de la criatura decapitada. Carolan tampoco. Nos quedamos allí, paralizados en medio del caos.

«Mira, Amada. Comprende lo que estás viendo».

Yo pestañeé.

– ¡Tienen llagas en el cuerpo! -exclamé con excitación, y al oírme, Alanna se destapó la cara.

– ¡Eso es! -gritó Carolan-. Por eso era mucho más débil de lo que yo esperaba. ¡Tienen la viruela!

Entonces, aquel momento suspendido llegó a su fin, porque el grupo siguió corriendo hacia delante. Más y más formas oscuras iban sustituyendo a sus compañeros caídos, y los guerreros luchaban por proteger a las mujeres. Me di cuenta de que los Fomorians eran más fáciles de matar, de que la enfermedad los había debilitado. Sin embargo, eran demasiados.

Con una sensación de calma infinita, me di cuenta de que no íbamos a conseguir llegar al río, de que seguíamos más cerca del templo que del agua. La lógica decía que debíamos regresar al interior de las murallas. Sin embargo, no podíamos hacerlo, al menos sin ayuda.

«Entonces, tendrás más ayuda», dijo Epona en mi cabeza.

A través del caos y de la confusión de la batalla, percibí un brillo plateado. No era el cabello de Victoria, ni los pelos pálidos y muertos de los Fomorians, sino la plata sobrenatural de una yegua etérea.

– ¡Epi! -grité, al verla correr en círculos alrededor de la falange, intentando encontrarme.

«Llámala, Amada».

Sin ser consciente de lo que hacía, obedecí. Me llevé los dedos a los labios y solté un buen silbido de Oklahoma.

Epi me oyó y galopó decididamente hacia mí. Yo me abrí paso hacia ella.

– ¡Dejadla entrar! -les grité a los guerreros. La falange se abrió, y la yegua se detuvo frente a mí con la respiración agitada.

«Móntala, Amada, y observa cómo triunfa la Elegida de Epona».

Yo miré a mi alrededor, y vi que Alanna, cosa nada sorprendente, venía a unirse a mí.

– ¡Alanna! Ayúdame a montar en Epi -dije.

Me di la vuelta y me agarré de las crines de la yegua.

– ¿Qué vas a hacer? -me preguntó ella mientras me daba impulso hacia arriba.

– Conseguir ayuda -respondí mientras me sentaba con facilidad-. Quiero que lleves a las mujeres y a los niños de vuelta al templo.

Ella iba a interrumpirme, pero yo la detuve.

– No. Confía en mí, y confía en Epona. Llévalos a casa.

Ella cerró la boca y asintió solemnemente.

– Confío en ti. Confío en las dos.

Después, comenzó a llamar a los niños y a las mujeres, gritándoles que Epona quería que volvieran al templo. Pronto tuvo la atención de los guerreros. Vi que corría hacia Victoria, que la tomaba del brazo y que le hacía señas hacia las murallas. Victoria me miró y yo asentí, y entonces, la voz de la Cazadora se unió a la de Alanna, y la falange se dirigió hacia el templo.

Yo dejé de atender a Alanna y a lo que estaba ocurriendo a mi alrededor, y escuché a mi corazón, o más exactamente, a mi alma.

«Mira, Amada».

Oteé el horizonte por encima de las criaturas y de los guerreros, haciendo que Epi cabalgara en un círculo cerrado. Cuando llegué al oeste, abrí mucho los ojos, y noté que se me cortaba la respiración.

Woulff y McNamara se acercaban.

¡Los guerreros humanos! Había un frente grueso expandiéndose por el límite oeste de las tierras del templo. Todavía estaban lejos; el sol se reflejaba en sus escudos y los hacía brillar con una belleza distante. Mi corazón dio un salto de alegría, pero comprendí que quizá no llegaran a tiempo, y que nuestro grupo podía ser exterminado. Estábamos atrapados entre la seguridad sólida del templo y la seguridad líquida del río.

«Llámalos, Amada. Sólo tú puedes hacerlo».

Y supe por qué estaba allí. Por muy increíble y milagroso que pudiera parecer, estaba en aquel mundo por deseo de la diosa, ocupando el lugar de una mujer egoísta y caprichosa. Los diez años que había pasado enseñando a gente joven me había preparado para aquello. La gente que me rodeaba me pertenecía. Y yo les pertenecía a ellos.

Ya no necesitaba más estímulos de mi diosa.

Rápidamente me quité la capa y me solté el pelo. Enterré los dedos entre los rizos salvajes y me los sacudí hasta que estuvieron electrificados, y enmarcaron mi rostro como la melena de un león.

Miré a mi alrededor y vi a un joven granjero que tenía una espada entre las manos.

– ¡Niño! -dije, y él me miró con los ojos abiertos como platos-. ¡Dame tu espada!

Sin vacilar, él me ofreció la empuñadura, y yo la tomé. Era pesada y sólida, y con un placer inesperado, la blandí por encima de mi cabeza. Apreté los costados de Epi con las rodillas y la yegua comenzó a trotar. Cuando salimos del grupo de batalla, sentí que un rayo del sol caliente de la mañana tocaba primero la hoja de mi espada y después recorría mi cuerpo, recargándome de energía. A la luz del sol, la tela de mi vestido resplandecía, y toda yo estaba brillando.

Epi comenzó a ascender a la cima de una pequeña colina. Me situé de frente hacia el ejército distante de guerreros humanos, de espaldas a la batalla, y con la espada en alto tiré de las riendas de la yegua hasta que ella alzó las patas delanteras con elegancia, pregonando un desafío a los cuatro vientos.

– ¡A mí! -grité, y mi voz se hinchó con el mismo volumen que Epona había facilitado cuando llamé a ClanFintan al borde del pantano-. ¡Woulff y McNamara, a mí!

Incluso desde aquella colina, pude oír las voces de los guerreros en la distancia, que se elevaron como una sola.

– ¡Epona! ¡A Epona!

Sus líneas comenzaron a moverse con velocidad redoblada. Yo dibujé un arco con la espada en el aire, mientras Epi brincaba de un lado a otro.

– ¡A mí, Woulff! -la pasión de mi voz vibró, y atravesó todo el campo.

Los guerreros de Woulff rugieron su grito de batalla en respuesta, a medida que se acercaban.

– ¡A mí, McNamara!

El grito de batalla de McNamara se unió al de Woulff, y todos recorrieron la distancia que nos separaba con una carga de la que incluso John Wayne habría estado orgulloso.

Entonces, los guerreros que estaban a mi espalda secundaron el grito, y sentí que avanzaban hacia el templo con energías renovadas. Miré por encima de mi hombro, hacia atrás, y vi que un Fomorian se acercaba gruñendo hacia mí.

– ¡Epi! -grité.

La yegua se giró y mordió el borde del ala derecha de la criatura. Después echó la cabeza hacia atrás y le rasgó la membrana. El monstruo gritó de dolor, y perdió el equilibrio durante el tiempo suficiente para que yo pudiera descargar un golpe de mi espada sobre él, con ambas manos, y cortarle el cuerpo desde el hombro hasta el pecho. Entonces, el peso del monstruo que caía al suelo me arrancó la espada de las manos.

Casi al instante, otra de las criaturas subió al cuerpo de su compañero muerto y yo sólo pude agarrarme a las riendas, mientras los dientes y los cascos de Epi lucían a la luz de la mañana.

Tuve la sensación de que la yegua batallaba durante horas en aquella pequeña colina, pero mi mente sabía que sólo habían pasado unos minutos. Sin embargo, estábamos completamente rodeadas de figuras negras.

– ¡Dejádmela a mí! -siseó una voz familiar, y los monstruos se abrieron para dejar paso a Nuada, que se acercaba cubierto de sangre-. Mujer -dijo con desprecio-, qué amable has sido al separarte de los demás y esperarme con tanta paciencia.

Epi se movió con inquietud debajo de mí. Cuando Nuada se acercó, emitió un relincho de advertencia.

– Parece que tu amiga no se alegra de verme -dijo él, y se rió horriblemente.

– ¡Rhea! -gritó mi marido, y vi que se acercaba a galope tendido hacia la colina.

Nuada también lo vio.

– Matad a la yegua -ordenó, mientras se giraba para enfrentarse a ClanFintan-. Rápido.

Las criaturas silbaron de placer y comenzaron a cerrar el círculo que nos rodeaba, como si fueran el nudo de una horca. Epi giró, manteniendo a los monstruos a raya con los cascos y los dientes. Sin embargo, nuestra colina estaba resbaladiza de sangre, y yo di un bandazo muy fuerte cuando Epi se resbaló y cayó de rodillas. El movimiento fue inesperado, y no pude evitar que mi cuerpo saliera despedido por el impulso. Volé sobre el cuello de Epi, y aterricé con fuerza sobre el suelo húmedo. Sentí una descarga de dolor blanco que me cegó, cuando mi cabeza colisionó con la empuñadura de una espada. La oscuridad, asfixiante como una avalancha, me envolvió.

No hubo un interludio agradable en mi Paraíso de los Sueños. La pérdida de conocimiento fue total y abrumadora, y sólo la voz de Epona pudo despertarme.

«Vamos, Amada, no puedes descansar todavía. Él te necesita».

Mi alma respondió a aquella llamada insistente, y mi espíritu se elevó, con una oleada de vértigo, desde mi cuerpo abollado. Al principio no pude enfocar con claridad mi visión. La batalla a los pies de la colina sólo era una masa de figuras irreconocibles, teñidas de rojo.

«Concéntrate», me susurró la diosa. Yo respiré lentamente, parpadeé, y de repente, conseguí enfocar la escena.

Varios miembros de mi guardia personal se habían unido a Epi, y estaban repeliendo con éxito a los Fomorians. Aliviada, dirigí mi atención hacia el enfrentamiento que se estaba desarrollando a cierta distancia de los demás guerreros y de las demás criaturas.

ClanFintan y Nuada giraban cautelosamente, uno frente al otro. Mi cuerpo espiritual flotó hasta ellos. Ambos estaban cubiertos de sangre y de sudor. Nuada sangraba por la herida de la cabeza, y tenía varios cortes en las alas. Yo me acerqué más, y comprobé que lo que había tomado por sangre era en realidad un sarpullido rojo que se le extendía por el torso. Sin embargo, cuando le lanzó una cuchillada de sus garras a ClanFintan, y sus uñas letales rasgaron la piel del hombro derecho del centauro, comprendí que la enfermedad todavía no había disminuido sus fuerzas.

ClanFintan había perdido la espada, y se defendía de Nuada con una simple daga y con sus cascos.

– Apártate de mi camino, caballo mutante. Deseo poseer el cuerpo de tu esposa -siseó Nuada.

– Nunca.

En vez de enfurecerlo, parecía que el Fomorian le producía a ClanFintan una calma extraña. Luchaba metódicamente, sin ceder terreno. Sin embargo, tampoco conseguía hacer mella en las defensas del monstruo.

– ¿Sabes, hombre caballo? Ella me lo agradecerá -dijo Nuada, acompañando su comentario de un golpe de garra. Ninguna de las dos cosas dio en el blanco.

– Nunca -repitió ClanFintan con su voz profunda.

– Si es que todavía sigue viva -dijo Nuada.

Aquello sí tuvo efecto en el centauro. Se arrojó hacia delante de repente, y Nuada saltó para hacer frente a su ataque. Quedaron aprisionados el uno contra el otro; los colmillos afilados de Nuada, a centímetros del cuello de ClanFintan, y la daga del centauro, justo encima de la yugular prominente del Fomorian.

Mi cuerpo descendió hasta que estuvo colocado al lado de mi marido. Yo no me iba a quedar de brazos cruzados mientras aquella cosa mataba a otro hombre, al que yo quería.

– Eh, Nuada. ¿Soy yo lo que estás buscando, muchachote? -le dije seductoramente al Fomorian.

Al oír el sonido de mi voz, Nuada alzó la cabeza y perdió durante un instante la concentración. Yo vi que mi marido conseguía liberar la mano de la de la criatura, y que cortaba limpiamente el cuello del Fomorian con su daga. Vi con claridad la expresión incrédula de Nuada al notar que su propia sangre se derramaba hasta el suelo. ClanFintan retrocedió y alzó las manos, y sus cascos húmedos relucieron por encima del cuerpo de la criatura.

– Nunca -repitió con la voz áspera, mientras lo pisoteaba una y otra vez, reduciendo la perversidad de Nuada a la insignificancia.

Oí un grito, y miré hacia el campo de batalla. Los ejércitos de Woulff y McNamara se unían a nuestros guerreros. Centauros y humanos se convirtieron en una sola fuerza, y comenzaron a diezmar las debilitadas fuerzas de los Fomorian.

Yo sentí una oleada de mareo y de repente, me faltó la respiración.

– ¡Rhea!

La voz de ClanFintan sonaba muy lejana.

– No puedo…

Sentí que volvía a mi cuerpo, y cuando entré en él, abrí los ojos lo suficiente como para ver que ClanFintan me tomaba en brazos.

– Aguanta -dijo, mientras mi visión se oscurecía-. Voy a llevarte a casa.

Después, no supe nada más.

Capítulo 24

Cuando anocheció, el viento cambió de dirección, y yo di gracias a mi diosa. Durante tres días, el hedor de los cuerpos quemados había invadido el templo, y eso no había servido para aliviar mi enorme dolor de cabeza. Carolan me había asegurado que el chichón que tenía en la sien izquierda era sólo del tamaño de una piedra de gallo (traducción: ¿testículo de un gallo?, ¿quién sabía?), pero yo estaba segura de que era del tamaño de una uva mutante, y de que tenía el color de un arco iris de morados y malvas. De todos modos, el consenso era que me iba a recuperar conservando todo mi entendimiento.

Bueno, gracias a Dios.

A Epona.

Los Fomorians habían sido exterminados. Nuestro ejército conjunto había acabado con todas las criaturas, que, debilitadas por la viruela, no habían podido resistir su poder.

Carolan enunció la hipótesis de que, dado que los Fomorians eran humanoides y no humanos, sus cuerpos eran excepcionalmente vulnerables a la enfermedad. Su periodo de incubación era menor que el nuestro, y la enfermedad progresaba más rápidamente en ellos. La noche de la batalla, los terrenos circundantes del templo eran como los exteriores de rodaje de La noche de los muertos vivientes. Por lo menos, así me lo había descrito Victoria, aunque ella no hubiera visto la película. Yo todavía estaba bajo los efectos de la conmoción cerebral, vomitando y viendo doble, así que tuve que conformarme con una descripción.

Victoria me dijo que las criaturas habían empezado a rasgarse la carne, literalmente, a arrancársela de los huesos con sus propias garras. Habían dejado de luchar. Todos se habían encerrado en su propio mundo, en una especie de agonía de su propia piel.

Me explicó que la batalla se había reducido a una lluvia de flechas de nuestros guerreros y de las Cazadoras sobre las criaturas, para acabar con su miseria.

– Si los hubiéramos dejado sufrir no habríamos sido mejores que ellos -dijo Victoria.

Así pues, la batalla había terminado en piedad.

Todavía quedaba el problema de qué hacer para ayudar a las mujeres que tenían fetos de los Fomorians en el vientre, pero Carolan estaba trabajando diligentemente para solventarlo. Él me aseguró que, cuando las mujeres del Castillo de la Guardia llegaran al Templo de Epona, lo tendría todo preparado para ellas.

– Aaah, me aburro de estar en la cama -murmuré.

Y ni siquiera era una estancia en cama agradable, con mi guapísimo marido, sino una estancia de descanso para mi cabeza.

Me incorporé cuidadosamente, con la esperanza de que los vómitos y los mareos hubieran acabado. Aparte del mismo dolor de cabeza, parecía que estaba bien.

Así que me puse de pie.

Con suma prudencia, me acerqué a las ventanas de mi habitación y abrí una de ellas. Hacía una noche preciosa, cálida. Salí a mi jardín privado e inhalé profundamente el aroma de las madreselvas que florecían en todo su perímetro.

– ¡Lady Rhiannon! -exclamó una vocecita. Entonces, vi a una de mis ninfas acercándose tímidamente por el jardín para hacerme una reverencia.

– ¡Tarah! -dije. Me acerqué a ella y le di un abrazo que hizo que se ruborizara encantadoramente.

– ¡Mi señora! -dijo la muchacha, que me devolvió el abrazo con afecto, y continuó-: Las doncellas del establo me han pedido que os pregunte si estáis lo suficientemente bien como para acercaros allí. La niña, Kristianna, está preparada para montar a Epona.

– Eso es estupendo. Diles que iré enseguida.

– Me alegro de ver que os habéis recuperado, mi señora -dijo.

– Y yo también me alegro de ver que estás mejor.

La mayoría de las postillas se le habían desprendido de la cara y de los brazos, y me di cuenta de que la muchacha había sido afortunada. Salvo por unas cuantas marcas que se le borrarían de la piel con el tiempo, iba a recuperarse por completo de la viruela.

– Gracias, mi señora. Estoy impaciente por regresar a mis tareas.

Tímidamente, volvió la cara hacia un lado, y yo me quedé embelesada al ver su perfil. La muchacha me recordó de repente a Terpsícore, tanto, que se me llenaron los ojos de lágrimas.

– Cariño, ¿has pensado alguna vez en dedicarte a la danza?

Ella se sonrojó de alegría al responder, y exclamó en entusiasmo:

– ¡Oh, mi señora, yo sólo pienso en la danza!

Por intuición, supe que la Encarnación de la Musa mártir aprobaría aquella joven sucesora.

– No tengas prisa, pero cuando te sientas con fuerzas de nuevo, ven a verme. Hablaremos más de tus sueños.

Dejé que parloteara alegremente mientras íbamos hacia la salida que la llevaría en dirección a los establos.

– Recuerda -le dije yo, después de que se hubiera adelantado para anunciar que se acercaba la Elegida de Epona-, ven a verme cuando estés recuperada por completo.

– ¡Lo haré, mi señora!

– ¿Estás pensando en ayudar a Thalia a reorganizar el Templo de la Musa? -me preguntó la voz de terciopelo de ClanFintan desde las sombras.

– En realidad, estaba pensando más en Terpsícore, y en lo que ella hubiera querido -respondí pensativamente.

Ladeé la cabeza y lo vi acercarse a mí. La suave luz del atardecer favoreció su rostro, aunque no lo necesitara. Sus músculos poderosos se movieron con suavidad, y sus heridas recientes le conferían un aspecto de chico malo.

Me apartó un rizo de la cara.

– Por favor, no me preguntes cómo me siento, ni me ordenes que vuelva a la cama -dije, y me di cuenta de que quizá estaba refunfuñando un poco.

– Estás en pie y caminas con seguridad -dijo él, y me olisqueó-. Y parece que no has estado vomitando últimamente.

– ¡No, demonios, no he vomitado en todo el día! -dije, refunfuñando de verdad.

Sin embargo, no pareció que amedrentara a ClanFintan.

– Entonces, ¿qué has estado haciendo?

– He estado pensando en avisar a Maraid para que Alanna pueda empezar a formar a una nueva ayudante para mí.

Él me miró con curiosidad.

– Para que no esté tan ocupada -le expliqué-. Así, Carolan y ella podrán pasar más tiempo juntos -dije, y alcé las manos como si estuviera sujetando el marco de una fotografía-. Veo… tres niñitas en su futuro.

Él se acercó y me rodeó la cintura con los brazos, y me levantó del suelo.

– ¿Y qué ves en nuestro futuro? -me preguntó.

Su voz sonó profunda, con un tono erótico que yo conocía bien, y que había echado de menos durante las últimas noches.

– Pues veo… -le mordisqueé la oreja, pensando que quizá un revolcón con mi marido podría ser la cura para mi dolor de cabeza- que se aproxima un Cambio esta noche.

Él se echó a reír y me besó.

– Me refiero a nuestros futuros hijos.

– ¡Hijos! -exclamé yo.

– Claro -dijo él con una carcajada-. Ciertamente, no hemos guardado celibato.

– Pero…

– ¿Acaso en tu antiguo mundo no os explicaban cómo se hacen los bebés? -me preguntó, con una mirada burlona.

– Pero… -repetí yo- ¿qué será?

– Niño o niña -contestó él inocentemente.

Yo le di un puñetazo en el pecho duro.

– ¿Caballo o humano?

– Bueno… -me sonrió y me besó la frente- sea lo que sea, tendrá un gran futuro como jinete.

Yo deslicé la mano entre nosotros, de modo que la dejé descansar sobre mi vientre relativamente plano. Me pareció notar un aleteo bajo la palma, y aparté la mano como si hubiera recibido una descarga eléctrica.

– ¿Un bebé? -pregunté, con la voz temblorosa.

– Tal vez estás sintiendo la promesa de lo que va a venir -dijo él, y me estrechó contra sí, envolviéndome con su calor.

– La promesa del futuro -dije.

– De nuestro futuro -me corrigió él.

– De nuestro futuro -repetí yo-. Me gusta.

– Y a mí, Shannon -susurró ClanFintan contra mis labios-. Y a mí.