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Algunos libros han sido de gran ayuda para mí en la investigación previa a la escritura de esta novela. Entre ellos: La Alemania nazi y el 18 de julio, de Ángel Viñas; The British Government and the Spanish Civil War, de J. Edwards, y el ensayo dirigido por Paul Preston La República asediada, especialmente los artículos de Enrique Moradiellos sobre «La imagen oficial británica de Franco durante la guerra civil» y de Christian Leitz sobre «La intervención de la Alemania nazi en España y la fundación de la empresa Hisma/Rowak». También han sido decisivos los libros Nadadores en el desierto, de Ladislaus E. Almásy; Arenas de Arabia, de Wilfred Thesiger, y las crónicas de los viajeros del siglo XIX, Aly-Bey y Charles de Foucauld. La documentación sobre las expediciones realizadas por la Real Sociedad Geográfica de Madrid, cuyos boletines se hallan en el Archivo Histórico Militar, me facilitó el acceso a los diarios de ruta, en cuyas descripciones me he basado para, a partir de ellas, evocar libremente el desierto del Sahara en la que fue la última travesía organizada por la Sociedad Geográfica. La ciudad de Tánger en el año 1935 está recreada a partir de la Gran Enciclopedia Universal Ilustrada editada por Espasa en el primer tercio del siglo, que me proporcionó amablemente el arquitecto César Pórtela. Me gustaría apoyar desde estas páginas el llamamiento de numerosos intelectuales marroquíes para salvar de la destrucción el Gran Teatro Cervantes de Tánger, fundado por el español Manuel Peña en 1913, en el que transcurre un capítulo de esta novela y que jugó un papel histórico en el desarrollo artístico y cultural de la ciudad, ya que fue destino obligado para las mejores compañías españolas, europeas y árabes en el período de entreguerras. Sería lamentable que la especulación y la desidia acabaran con el desmantelamiento de este edificio.
Entiendo la literatura como una herencia. En ella hay homenajes, influencias, parodias, discusiones secretas… Uno acaba eligiendo su propia tradición literaria, del mismo modo que elige un pasado en la vida. Además, como decía Borges, resulta mucho más digno y cortés enorgullecerse de las páginas que uno ha leído que de las que ha escrito. En este sentido tengo que decir que en el origen de Fronteras de arena están algunas novelas y unas cuantas películas que despertaron en mí una especie peculiar de veneración. Entre las primeras considero obligado citar: El paciente inglés, de Michael Ondaatje; El americano impasible, de Graham Greene; El cielo protector, de Paul Bowles, y La forja de un rebelde, de Arturo Barea. En el apartado del cine, del que esta novela es especialmente tributaria, estarían por supuesto las adaptaciones de las novelas anteriormente citadas, además de otras como Casablanca, Lawrence de Arabia, Beau Geste y toda la filmografía de las grandes épicas aventureras. Hay una edad en que la travesía entre el sueño y la vida depende ante todo de esa fascinación. Así pues, considero que de este modo queda saldada en parte mi deuda con los mitos.
Quiero agradecer a las siguientes personas su generosa ayuda: a mi padre, José Fortes, que me ayudó a bucear en los fondos de la sección de África del Archivo Histórico Militar, me instruyó sobre el ambiente castrense durante los últimos años del gobierno republicano y me inició en el juego del póquer. A él y a Mar Villaverde, Emilio Garrido y Miguel A. Villena que tienen el dudoso privilegio de leer mis primeros manuscritos y cuyas sugerencias y críticas en esta ocasión, como siempre, he tenido muy en cuenta. A Mar además por su socorro informático y por aquel sueño del condado de York. A Miguel, Eduardo y Alicia en recuerdo de un viaje por el Atlas y por el desierto en la primavera de 1999. A Mauricio Electorat por los tiempos epistolares y el poema de T. S. Eliot. A Anna Soler-Pont, mi agente literaria y amiga, por haberme regalado una rosa de arena procedente de la aldea de Timimoun, en el Sahara argelino, que me sirvió de talismán y de brújula en los momentos de desánimo. Y por último, gracias muy especialmente a Basilio Baltasar, que estuvo desde el principio en la gestación de este proyecto, alentándolo y haciéndolo posible, según la tradición de una minoritaria y heroica estirpe de editores.
Finalmente, quiero decir que, aunque he tratado de reconstruir el escenario predominante de la novela -la ciudad de Tánger en el año 1935- con la mayor fidelidad posible, no puede decirse que su descripción se corresponda totalmente con la realidad. Del mismo modo, aunque algunos de los personajes que aparecen en este libro están vagamente inspirados en personas reales -como el corresponsal del London Times- y algunas de las zonas descritas -por ejemplo, la depresión de Lyil- existen y fueron exploradas en los años treinta, es importante subrayar que la historia que aquí se narra es pura ficción.
Lapamán, agosto del año 2000.