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– Recuerda permanecer cerca de Elijah sin importar lo que ocurra. -Conner mantenía la mano sobre la puerta del coche, rehusándose a abrirla, aunque todo el mundo estaba esperando-. Una vez que entremos, no me mires. Cualquier persona de allí dentro puede estar trabajando para ella. Debes representar la mejor actuación de tu vida. E Isabeau… -le agarró la barbilla, mirándola directamente a los ojos con los suyos brillantes-. Yo también… yo también estaré actuando.
Isabeau tragó con fuerza y asintió.
– Lo sé, Conner. Puedo hacerlo.
– Si te metes en problemas, hazle una seña a Rio o a Elijah. Te sacarán de allí.
– Hemos repasado esto cien veces. -Tenía la boca seca y a pesar de todas sus buenas intenciones el miedo se había apoderado de ella. Deseaba aferrarse a Conner, pero en vez de ello, forzó una pequeña sonrisa-. Estoy lista.
– Vamos a repasarlo una vez más, solo para asegurarnos. Jeremiah estará afuera con un rifle, en un sitio elevado, entre los árboles. Puede dispararle a las alas de una mariposa; te protegerá cuando estés afuera. Si hay un problema…
– Me saco el broche del cabello.
– Esa es la señal para disparar. Si estás en problemas, úsala.
– Conner, estaré bien.
– Ella llegará tarde. No te pongas ansiosa ni te alarmes. Su destacamento de seguridad entrará primero y hará un barrido de la habitación buscando gente como nosotros. Tú destacarás, cariño. Eres una mujer leopardo y los dos renegados van a percibir que estás cerca del Han Vol Dan. Eso los sacudirá, los pondrá más agresivos. No puedes quedarte a solas con ninguno de ellos. ¿Entiendes?
– No estás hablando en otro idioma -siseó. La estaba poniendo más nerviosa. Todos y cada uno de los hombres del equipo ya le habían señalado lo mismo. Hasta Jeremiah.
Él entrecerró los ojos. Le quemaron.
– ¿Cómo? Si no vas a tomar esta amenaza seriamente, Isabeau, bien puedes quedarte aquí. En el coche.
Ella alzó las manos en el aire.
– Conner, me estás volviendo loca. Ya estoy lo suficientemente asustada. No tienes que seguir hablándome de esto. Sé lo que estamos haciendo. Sé lo que tienes que hacer y no tengo problemas con ello. Me quedaré muy cerca de Elijah, a menos que lo hayas amedrentado haciéndolo pensar que vas a matarlo si me mira de mal modo.
Sonaba tan exasperada, que Conner sintió que parte de la tensión que sentía abandonaba su cuerpo. Le hundió los dedos en el sedoso cabello.
– Lo siento, cariño. Quiero que estés a salvo. En este momento no puedo pensar en otra cosa aparte de eso. Dejarte entrar allí me resulta increíblemente difícil.
Ella le enmarcó el rostro con las manos.
– Para mí es peor dejarte entrar a ti allí. No le tengo miedo a Imelda Cortez.
– Deberías.
Ella le ofreció una ligera sonrisa.
– Debería haber dicho que mi gata no tiene miedo. Está tan cerca, Conner y la deseo. Quiero ser capaz de usar su fuerza para ayudarte.
– Tú solo mantente apartada de los renegados. No podrán resistirse a hacer el intento de encontrarse contigo a solas. Quédate con…
– Elijah. Sí. Creo que en este punto comenzamos la conversación. Entra. Yo estaré bien.
Se inclinó sobre él y le besó, agradecida por los cristales tintados de las ventanillas.
– Maldición, Isabeau -estalló Elijah-. Cuando salgas, todos nosotros tendremos que abrazarte, frotarte para que quede nuestro olor sobre ti, de otra forma los renegados podrán captar únicamente el aroma de Conner.
Rio miró a Conner furioso.
– Ese es un error de novato.
– Genial -musitó ella con rebeldía- van a pensar que soy una chica fácil y ligera.
– Estoy comenzando a pensar que Conner tiene razón y deberías permanecer en el coche -dijo Rio.
Isabeau puso los ojos en blanco y extendió la mano por encima de Conner para abrir la puerta de un empujón. No iba a permanecer en el coche.
Conner simplemente se encogió de hombros antes de dejarle ver sus dientes en una sonrisa conspiradora. Salió del SUV y por primera vez le echó un buen vistazo a la propiedad donde residía Philip Sobre, el jefe de turismo. Al hombre le había ido bien. La extensa mansión de seis pisos estaba sobre una pendiente con vista al bosque. Desde la galería se podían dominar las vistas panorámicas así como también desde cada balcón, terraza y ventana de la gran casa. Árboles, con siglos de antigüedad, se alzaban en todo su esplendor, para rodear la casa y señalar la dirección hacia el pequeño lago que brillaba a poca distancia.
La temperatura había empezado a descender y Conner podía oír los sonidos familiares de la selva tropical al caer la noche. El coro de ranas ya había comenzado, los anfibios de varios de los pequeños estanques y charcos de agua defendían sus territorios y lo hacían de la forma más melodiosa posible para atraer pareja. Más arriba, ocultos entre los grandes troncos y ramas, las ranas arbóreas hacían sonar sus extraños sonidos retumbantes, una canción que era más molesta, pero extrañamente reconfortante.
Se hizo a un lado y permitió que Elijah ayudara a Isabeau a salir del vehículo. Todo el tiempo estuvo abarcándolos con la mirada, mientras inspeccionaba la propiedad era agudamente consciente de ella. De la forma en que se movía. Del sonido de su voz. De la forma en que las sombras acariciaban amorosamente su rostro.
Una miríada de insectos se había unido a las ranas y las cigarras habían asumido un papel prominente en el coro. Más allá en la espesa negrura, su felino podía percibir e identificar otros roedores pequeños hurgando en el suelo del bosque. Tuvo el súbito impulso de cargar a Isabeau sobre el hombro y desaparecer en la oscuridad, a donde nadie pudiera encontrarlos jamás. Giró la cabeza para mirarla, a pesar de las órdenes que le había dado a ella de que debían aparentar indiferencia. No pudo evitarlo.
Y ese, suponía, era el principal problema que tenía con Isabeau. Desde el principio, cuando la tenía cerca carecía de control y disciplina. Le había enseñado a complacerlo. Él era el dominante en la relación y aún así ella le tenía en la palma de la mano. Estaba envuelta tan firmemente alrededor de su corazón que no tenía salida. No había forma de culpar a su felino o al de ella, esto se trataba de la mujer, de toda ella.
Sus ojos se encontraron. Dios, era hermosa, un espíritu brillante, resplandeciendo desde dentro hacia fuera. Iba a acudir a una fiesta llena de individuos corruptos que querían hasta el último dólar que pudieran robarle a la gente pobre que tenían a su alrededor. Ella acudía a la selva tropical a estudiar la manera de utilizar las plantas para curar a la gente. La mujer a la que iba a seducir era la peor de todas, no tenía ningún tipo de consideración por la vida humana. Su mujer quería que su hombre hiciera lo que fuera necesario para salvar niños que no eran suyos.
– Te amo -le dijo. Austero. Tosco. Frente a todos los demás.
Ella le dedicó una pequeña sonrisa y había orgullo en sus ojos.
– Yo también te amo.
Él se volvió y comenzó a caminar junto a Marcos Santos, el tío de Felipe y Leonardo. Le dolía el corazón y era difícil adoptar el papel de guardián personal. Rio le tocó el hombro suavemente y él desvío la vista hacia el líder del equipo.
– La cuidaremos -le aseguró Rio.
Isabeau era inteligente y aprendía rápido. Había estado entrando y saliendo de la selva tropical la mayor parte de su vida. Y comprendía muy bien a la gente. Debía confiar en sus habilidades. Le hizo un gesto afirmativo con la cabeza a Rio y continuó examinando su entorno mientras comenzaban a abrirse camino por el sinuoso sendero hacia la casa.
La selva tropical era mantenida a raya por una multitud de trabajadores que luchaban continuamente contra ella. Cada vez que se le presentaba la oportunidad, el bosque intentaba reclamar la tierra perdida. Las raíces de las higueras formaban grandes jaulas a lo largo y ancho de la propiedad y las flores se ensortijaban sobre los troncos en una revolución de color. Las hojas de los filodendros, grandes como paraguas, se disparaban hacia arriba por los troncos y cada pilar imaginable, tornando al terreno en un enorme bosque de follaje.
Las plantas resguardaban la casa del bosque circundante más efectivamente que la cerca alta que había sido añadida. Ya las plantas estaban entretejiendo su camino por las cadenas y preveía que dentro de unos pocos años, la casa quedaría completamente oculta ante los extraños. Pero por ahora, Jeremiah tenía una vista bastante clara a través de las hileras de ventanas, a lo largo de los balcones y las terrazas.
La fuerza de seguridad que empleaba Philip Sobre estaba por todas partes, patrullando a pie los terrenos, exhibiendo armas, pero notó que nadie miraba hacia el alto dosel de hojas que había justo pasando el límite de la propiedad. Jeremiah podía estar tranquilo, al menos hasta que llegaran los leopardos renegados. Los hombres que había allí en ese momento, contratados para proteger a los que acudirían a la fiesta, no eran verdaderos soldados profesionales ni guardaespaldas. Conner sospechaba que eran hombres de la fuerza policial local ganándose algo de dinero extra.
Mientras Marcos se aproximaba a la puerta principal, Felipe le puso la mano en el hombro y se apartaron para permitir que Conner entrara antes, sin ellos. Conner adoptó una expresión severa e impasible y se acercó a la puerta, abriéndose la chaqueta para que no quedara duda de que iba armado. El portero comprobó la lista, asintió y permitió que entrara. Recorrió cada habitación cuidadosamente y era una casa endemoniadamente grande. Tomó nota de las cámaras de seguridad, ventanas, salidas y escaleras. Ya habían estudiado un plano de la casa, pero los bosquejos no eran exactos. Habló en voz baja hacia su radio, describiendo a los otros integrantes de su equipo las remodelaciones que no estaban en los planos.
Varias puertas del segundo piso daban a un patio donde crecían más plantas exóticas entre una serie de fuentes donde saltaban las carpas de estanque. Despachó la disposición a su equipo y a Jeremiah, dejando saber a Elijah y a Rio cuales eran las habitaciones donde sería más fácil proteger a sus «clientes», antes de dejar entrar a Marcos.
Philip Sobre el jefe de turismo, se apresuró a adelantarse para saludar a Marcos Santos. Obviamente ignoró a Conner y a Felipe. Al ser un invitado importante, Marcos fue acompañado al interior de la casa.
– Conmigo ha venido un amigo personal, Elijah Lospostos. Confío en que mi secretario le haya mandado una nota, ya que yo ya estaba de camino cuando me enteré que él estaba en su país. Vino a visitar a una prima que reside aquí. Ella también está con nosotros… Isabeau Chandler -dijo Marcos-. Si no son bienvenidos, nos podemos reunir en otra ocasión. -Su tono era casual como sólo podía serlo el de un hombre de negocios extremadamente rico que estaba acostumbrado a salirse con la suya-. Elijah trajo su propio servicio de seguridad con él. Uno de sus guardias personales es mi propio sobrino. Elijah es como un hijo para mí, al igual que mi sobrino. -Se dio media vuelta como si fuera a retirarse.
Philip hizo varias reverencias.
– Por supuesto que sus amigos son bienvenidos.
Y tenía órdenes estrictas de asegurarse de que Elijah Lospostos se sintiera muy bienvenido. Le hizo señas al guardia personal de Elijah para que entrara y le lanzó una mirada furiosa al portero cuando el hombre lo detuvo para examinarlo en busca de otras armas aparte de la que llevaba a plena vista.
Elijah apenas si saludó al hombre con la cabeza, dejando asomar brevemente sus dientes blancos en una especie de sonrisa, tenía aspecto de ser más peligroso que los animales salvajes que había en los alrededores de la propiedad. Rodeó a Isabeau con el brazo y la hizo entrar. Isabeau estaba vestida para la ocasión con una falda larga que oscilaba rozando sus tobillos y un top que acentuaba las curvas de su cuerpo. Tenía el esplendor y la seducción de una mujer cercana al Han Vol Dan. Su perfume era femenino y tentador. Era una visión vestida de azul y cuando Philip la vio, dio un traspié. Le tomó la mano, la miró fijamente a los ojos mostrando demasiada codicia y se inclinó sobre su mano como si fuera a besarla.
Mientras ella sonreía gentilmente, Elijah le apartó firmemente la mano antes de que esos labios fríos pudieran tocar su piel.
– Esta es mi prima favorita. -Volvió a dejar asomar sus blancos dientes y esta vez se veían un poco más afilados-. La tengo en gran estima. -Era una clara advertencia y todo hombre que estuviera lo suficientemente cerca como para oírlo reconoció la amenaza implícita.
– Isabeau -murmuró Philip. Pareciendo incapaz de quitarle los ojos de encima.
Elijah estudió a su anfitrión de cerca, inhalando su aroma. Habían investigado al hombre. Se mostraba ávido y dado a los excesos en el decadente estilo de vida que llevaba. Tenían informes de mujeres que habían sido retiradas de su casa mientras él observaba, con una leve sonrisa en los labios envuelto en una bata de seda y tomando un whisky. Dondequiera que se mirara se podían apreciar los signos de su opulento estilo de vida.
Marcos tomó una copa de una bandeja, y sus ojos pálidos y brillantes examinaron a la criada. Desvío la mirada hacia Conner, que le hizo un leve gesto afirmativo con la cabeza. La mujer estaba vestida con pantalones oscuros y una blusa blanca. En un lado de su rostro tenía un tenue moretón cubierto por una gruesa capa de maquillaje. Al ofrecer la bandeja de plata le temblaba levemente la mano.
Rio les indicó que se adentraran más en la casa, hacia una de las habitaciones que Conner había señalado como la más segura. Tenía varias salidas y una disposición más expuesta. Philip los siguió, charlando acerca del nuevo hotel que se estaba construyendo y de lo necesario que era. De los trabajos, las ganancias y la cantidad de nuevas oportunidades turísticas que ofrecía. Marcos le escuchaba atentamente y murmuraba educadamente, mientras Conner se retiraba hacia las sombras, sabiendo que eso le haría aparecer más misterioso y más peligroso a los ojos de la gente de seguridad de Imelda Cortez cuando examinaran las grabaciones antes de permitirle entrar.
Había estudiado cuidadosamente el perfil de Imelda. Deseaba un hombre dominante, uno que fuera muy peligroso, que la hiciera temblar, que le inspirara un poco de temor, pero uno del que pudiera deshacerse cuando se cansara de él. No, Elijah tenía el carisma y representaba el peligro que ella buscaba, pero era demasiado poderoso y nunca sucumbiría a la tentación, Conner estaba seguro de tener razón acerca de ella.
Isabeau se paseó por la habitación y se detuvo frente a un mostrador. Látigos, azotes, bastones y varios otros instrumentos de tortura estaban desplegados en una gran caja de cristal. Philip se puso a sus espaldas. Cerca. Demasiado cerca.
– ¿Te interesan estos instrumentos?
Isabeau giró la cabeza para mirarlo por encima del hombro, con expresión desdeñosa.
– Difícilmente. Prefiero otras formas más placenteras de entretenimiento.
– Tal vez pueda hacerte cambiar de opinión. El placer y el dolor a menudo se mezclan con resultados sorprendentes.
Isabeau enarcó una ceja. Apenas había tenido unos minutos para formarse una opinión de Philip Sobre, pero dudaba que se necesitara mucho más que eso. El trabajo de Elijah era actuar como un primo sobreprotector mientras que ella debía mostrarse fastidiosa, entretenida y lo más seductora posible. Se especulaba que Sobre había estado visitando asiduamente a Imelda Cortez en su propiedad durante varios meses. Las visitas continuaban, pero ahora eran mucho menos frecuentes. Tenía la impresión de que Philip e Imelda compartían un fetiche similar acerca de usar los látigos sobre otras personas, pero no entre ellos.
– ¿El dar o el recibir? -preguntó ella con una pequeña sonrisa que esperaba fuera misteriosa y moderadamente interesada-. Creo que yo preferiría ser la dadora. -Su felina se agitó, rebelándose ante la cercanía del hombre, que exhalaba su aliento a menta sobre ella y la miraba con ojos ardientes. Le picaba la piel y sentía movimiento en su interior, como de garras desplegándose lentamente.
– En eso estoy de acuerdo contigo. Es exquisito observar el látigo cortando la piel. -Él inspiró y el aroma almizcleño de la excitación alcanzó la nariz de ella-. Empuñar el látigo, obtener el control y adquirir ese toque perfecto es una forma de arte.
– ¿Una que has estudiado? -Isabeau se giró para enfrentarlo, recostando una cadera contra la pared y mirándolo por encima de la copa de vino que estaba fingiendo tomar. Philip Sobre era un sádico. Se había excitado sexualmente ante la idea de rasgarle la piel con el látigo a una persona indefensa. Los rumores acerca de Imelda Cortez proliferaban. Su crueldad era legendaria, como antes había sido la de su padre. Era natural que gravitaran uno hacia el otro. Y Philip estaba en posición de conseguir un interminable suministro de victimas para compartir con Imelda.
– Por supuesto -dijo Philip-. Extensamente. -Sus ojos tenían una expresión ardiente y especulativa que hizo que a Isabeau se le revolviera el estómago a modo de protesta.
Había vivido gran parte de su vida en la selva tropical. La disparidad económica entre ricos y pobres era enorme. El ardiente calor de la jungla a menudo hacía aflorar lo peor de la gente y la lejanía de la civilización a veces atraía a los más depravados, a los que pensaban que estaban por encima de la ley y que les estaba permitido hacer lo que quisieran. Creían que los nativos eran inferiores a ellos y que si desaparecían unos cuantos nadie los extrañaría. Había visto esa actitud muchas veces en su vida, pero Philip era descarado al respecto.
Ella mantuvo su sonrisa y se sintió agradecida cuando Elijah cruzó la habitación, se puso a su lado y la tomó por el codo. Ella sabía que Philip percibía a Elijah como a un tiburón, que era la misma opinión que tenía de sí mismo. Elijah se inclinó para susurrarle al oído, sin quitarle los ojos de encima a Philip.
– Sigue así, te ves indiferente y serena con la justa pizca de altivez. Supongo que los videos de seguridad están siendo revisados en este mismo momento. Ella se sentirá intrigada por el interés que Sobre demuestra por ti. Y no hay forma de que pasen por alto a Conner merodeando entre las sombras.
Ella le sonrió y le tocó la mejilla afectuosamente, mostrándose lo más cariñosa posible. Era extraño. Ella conocía los antecedentes de Elijah, de donde provenía y lo que había hecho en su vida, la mayor parte de lo cual no era bueno y aún así tenía una esencia límpida. Philip llevaba la depravación adherida. Le resultó difícil evitar mirar en dirección a Conner mientras Elijah la llevaba de regreso hacia donde estaba Marcos, que la recibió alzando su copa de vino y haciéndole un chiste. Fue muy consciente del momento en que Philip se les unió, situándose junto a ella, con lo cual quería hacer ver a todos que a pesar de la clara advertencia que Elijah le había dado, se sentía a salvo bajo la protección de Imelda Cortez.
Definitivamente allí mandaba Cortez. Se podían ver señales de ello en el sistema de seguridad y en las armas que poseían los guardias de Philip. Las armas eran demasiado sofisticadas para los hombres que las portaban. Este era el ejército personal de Sobre, no el de Imelda y Philip era demasiado perezoso o demasiado tacaño para emplear mercenarios o ex soldados. Tal vez no creía que fuera necesaria la seguridad, de la misma forma en que Imelda creía que sí. Pero Imelda y Philip definitivamente estaban asociados, sino él no tendría esas armas y ese sistema de seguridad. Como jefe de turismo, estaba en posición de ayudarla a sacar sus drogas del país. Y obtenía un cheque abultado por sus servicios.
Isabeau se dio cuenta de que Philip intentaba ejercer su supuesto encanto con Marcos. Marcos era un hombre mayor y probablemente Cortez pensara que podía seducirlo o chantajearlo para que hiciera negocios con ella si la oferta de negocios que le hacía no era tan bondadosa como él esperaba. Elijah era otra cosa. Joven. Viril. Con reputación de ser un dictador despiadado de su cártel. Sus hombres eran extremadamente leales y sus enemigos tendían a morir rápidamente. Ninguno de ellos había esperado que estuviera con Marcos.
En otra media hora Imelda estaría allí y la tensión se dispararía hacia las nubes. Mientras tanto, el equipo intentaría obtener la mayor cantidad de información posible acerca de Sobre sin preguntar nada acerca de Cortez. Él tendría que sacar el tema e Isabeau estaba segura de que lo haría puesto que ya estaba mencionando nombres de celebridades que habían cenado con él o uno de sus asociados. Era un hombre vanidoso y pomposo, pero no iba a subestimarlo. No había llegado a la posición que ocupaba por ser estúpido.
– Tiene una casa hermosa, señor Sobre -le dijo-. Es algo… inesperado.
Él se acicaló y se pavoneó un poquito.
– Estamos bastante a la moda incluso aquí en este lugar. -Le sostuvo la mirada-. Aquí hacemos nuestras propias reglas y vivimos como queremos.
Por encima de la copa de cristal le dedicó una sonrisa bella y frívola.
– Bueno parece estar haciendo un buen trabajo. ¿De dónde ha sacado todos estos sirvientes?
Utilizó la palabra sirviente a propósito, haciendo que su tono fuera un tanto despectivo al señalar a la mujer uniformada. Casi todos eran mujeres pero notó un par de hombres recorriendo la habitación. Tenía la certeza que no formaban parte de la seguridad. Mantenían la mirada baja al llenar las bandejas con comida y moverse entre los invitados. Algunas mujeres vestidas con costosos atuendos los recorrían con sus manos, tocándolos de forma inapropiada. Estaba dispuesta a apostar que los hombres y las mujeres que subían a los pisos superiores se beneficiaban de otros servicios que se les exigía a los sirvientes que prestaran… y lo más probable era que los invitados fueran filmados secretamente mientras se divertían.
Sabía que su equipo pensaba que solo tendrían una hora o dos antes de que Imelda llegara. Todo lo que Isabeau sabía acerca de la mujer indicaba que era alguien que deliberadamente haría que los que la rodeaban se sintieran inferiores. Imelda se mostraría fría, cortante y hasta cruel con aquellos que creyera inferiores a ella. Si en verdad era Imelda la que le daba órdenes a Philip, él solo tenía hasta que la mujer apareciera para convencer a Isabeau de que era alguien importante. Después de eso, Imelda lo denigraría.
Debido a que pensaba que era prima de Elijah, Sobre contaba con que ella supiera a qué se dedicaba Elijah. Como jefe de un cártel propiedad de una peligrosa familia Elijah debía ser considerado a la misma altura que Imelda. Lo que todos se preguntaban era si Marcos estaba relacionado con él y era parte de ese cártel o si venían juntos para negociar una alianza.
Marcos le acarició el trasero a una criada y la mujer desvío la vista y le permitió una inspección más cercana. Isabeau mantuvo la expresión inalterable cuando en realidad quería arrojarle su copa al hombre mayor. ¿Qué sabía acerca de él? ¿Por qué los demás le permitían comportarse de esa forma? Se obligó a respirar, a absorber los aromas que había a su alrededor para que su felina los procesara.
Predominaba el miedo. Odio. Furia. Todas bullendo debajo de la superficie. Ciertamente podía oler la lujuria pero no provenía de Marcos. Él solo estaba actuando. Igual que ella. Igual que haría Conner. Debía creer en eso.
Miró a Elijah. Lo sabía. Todos lo sabían. Esto era más que drogas y secuestro. No le habían dicho con qué esperaban encontrarse. Si lo hubiera sabido al entrar jamás hubiera sido capaz de sonreírle a Sobre. Lo habían hecho a propósito para que pareciera inocente en medio de una jungla llena de depredadores. Estaba dispuesta a apostar la vida a que habían descubierto que algunos de los preciados turistas que Sobre atraía a su parte del bosque tropical habían desaparecido sin dejar rastro. Sería tan fácil.
¿En qué estaba pensando? ¿Que el obsequioso hombre que le estaba dando otra copa de vino era en realidad un asesino en serie de hombres y mujeres jóvenes? ¿Que usaba su posición para su propio placer sádico? Para cubrir esos atemorizantes pensamientos, levantó la copa hasta los labios. Llegó a tomar un trago antes de que el aroma la golpeara. Estaba drogada. Se mojó los labios y volvió a mirar a Elijah. Esta vez él reaccionó, devolviéndole la sonrisa le quitó la bebida de la mano y se la llevó a la boca. A ella se le atoró la respiración en la garganta y casi le grita para que se detenga.
La criada chocó con fuerza contra Elijah, haciendo volar la bebida. La copa se estrelló contra el suelo y el contenido terminó en la inmaculada camisa de Elijah. La bandeja resonó contra el suelo y la comida se desparramó por todos lados.
– ¡Teresa! -rugió Philip, y su puño pasó a un mero centímetro de Isabeau al salir disparado hacia el rostro horrorizado de la mujer.
El chasquido de piel golpeando contra piel fue sonoro. Toda conversación cesó y la habitación quedó sumida en un silencio sepulcral. Conner estaba de pie delante de la mujer, con la mano de Philip en su puño. Nadie lo había visto moverse. Se veía severo. Peligroso. Sus ojos dorados fulminaban al hombre más pequeño.
– Tal vez no se dio cuenta, pero usted chocó con la mujer y la tiró sobre el señor Lospostos. -Habló en voz tan baja que Isabeau dudaba que alguien aparte de su pequeño grupo pudiera oír sus palabras-. Y casi golpea a la señorita Chandler.
Philip Sobre tenía aspecto homicida pero luego esa oscura promesa desapareció de sus ojos y sonrió.
– Supongo que no me di cuenta.
Conner soltó el puño de Philip y dejó caer el brazo a un lado. Isabeau sabía que las cámaras habían grabado cada momento e Imelda estaría intrigada por esa interesante jugada por parte del guardaespaldas. Había defendido a una sirvienta. Y se había movido tan rápido que en las cámaras debía haber aparecido como un borrón. Estaría más que intrigada. Querría acercarse a semejante hombre tan atrevido y peligroso. Ni una vez había mirado a los guardaespaldas de Philip, como si no fueran dignos de ser notados y no representaran ninguna amenaza para él.
El corazón de Isabeau comenzó a latir con fuerza y podía saborear el miedo en la boca. Conner se estaba poniendo en una situación comprometida y estos hombres eran asesinos. Hasta sospechaba que la comadreja de Philip, que volvía a comportarse afable y encantadoramente, ordenando a sus criados que ayudaran a Teresa a limpiar, era un asesino. Philip aparentó ignorar a Conner pero ella le vio mirar varias veces hacia la pared en sombras donde, una vez más, Conner había desaparecido.
Si Adán hubiera sabido algo de Sobre, nunca hubiera permitido que ella le convenciera sobre traer a un equipo que volviera a secuestrar a los niños. Entonces ¿cómo había conseguido Conner la información? Porque definitivamente ellos sabían que algo iba mal con el jefe de turismo y habían venido preparados. ¿Qué otras fuentes tenían?
– Isabeau, acompáñame a buscar una camisa limpia -ordenó Elijah. Dirigiendo otra mirada fulminante a Philip, la tomó por el brazo y la llevó en dirección a la entrada-. Te estás mordiendo el labio.
– ¿Sí? -Sentía que podía volver a respirar al estar lejos de la presencia del jefe de turismo y su tendencia a lastimar a los demás.
– Lo haces cuando estas alterada.
– ¿Cómo supiste lo de Sobre? Es un sádico, ¿verdad?
– Es un asesino. Le gusta lastimar a la gente. Se excita haciéndolo. Por lo que sé, le da igual que sean hombres o mujeres y en Imelda tiene a la socia perfecta. Ella comparte su sucio secretito, de hecho, lo alienta. En tanto mate a sus víctimas, ella puede controlarlo.
– Parecen la pareja perfecta.
– Fueron pareja durante un tiempo. Sospecho que Imelda necesita una personalidad dominante y Philip nunca será eso para ella. Le tiene demasiado miedo.
Elijah se apartó para permitir que Rio le abriera la puerta del SUV. Elijah le indicó que entrara al coche.
– Cuando regresemos adentro, quiero que parezca que acabas de recibir un sermón del cabrón de tu primo. Sobre supone que no quiero que te acerques a él… lo cual es cierto. Sé exactamente la forma en que funciona su mente. Piensa que tengo debilidad por mi prima y como él no se detendría ante nada para obtener lo que desea, cree que yo tampoco lo haría.
– Me da asco. Su olor. Sus ojos. La forma en que me mira. Todo en él. En esa bebida había algo.
Elijah asintió.
– Logré olerlo. -Se desabotonó la camisa-. Si la criada no hubiera chocado conmigo, hubiera encontrado la forma de tirarlo. ¿No te parece interesante que no me quiera drogado? Cortez ansía hablar conmigo más de lo que yo esperaba.
– ¿Cómo sabía Rio lo de Sobre?
– Adán le dio a Rio el diario de Marisa como prueba de quién era. Necesitaba demostrar que no deseaba hacernos daño. Ella estaba investigando a Sobre. Ya hacía un tiempo que sospechaba de él. Aparentemente… -sacó una camisa negra de una pequeña maleta, dedicándole una pequeña sonrisa-…siempre hay que estar preparado.
Ella hizo girar la mano un par de veces, trazando un círculo, para indicarle que continuara.
– Aparentemente… ¿qué?
– En los últimos años han desaparecido varias mujeres en el área, las suficientes como para que Marisa comenzara a sospechar. Ella era la «mujer médico» por estos lados y era solicitada por mucha gente, tanto de las tribus como de otras aldeas por eso se enteraba de más cosas que los demás.
– ¿Y ella oyó hablar de Sobre?
Elijah asintió mientras se abotonaba la camisa.
– Ella lo puso en la mira después de que desapareciera una joven inglesa. La mujer había venido con tres amigas a hacer una excursión por la selva tropical. De alguna forma se distanció de las demás y nunca más la encontraron.
– ¿Por qué Sobre?
– Sobre les había indicado un trayecto en particular, uno poco conocido y no les recomendó que llevaran un guía. Al menos eso fue lo que dijeron las otras dos mujeres. Él afirma que mencionó ese trayecto en una conversación que mantuvo con ellas y que hasta les entregó tarjetas con los nombres de algunos guías turísticos.
– ¿Qué más? -Sabía que había más y no sabía si sentirse enojada o sólo asqueada por haber entrado en la guarida de Sobre sin que su equipo le hubiera revelado todo lo que sabía.
– Sobre llegó aquí a los diecisiete años. Ahora tiene cincuenta y uno. Marisa descubrió que hacía treinta y cuatro años que estaban desapareciendo mujeres.
Ella presionó los dedos contra su boca.
– Dios mío, realmente es un asesino en serie.
– Esa fue la conclusión que sacó Marisa.
– ¿Crees que Sobre sabía que estaba tras su pista? ¿Puede haber usado deliberadamente a Suma y la incursión en la aldea teniéndola a ella como objetivo?
– Tal vez, pero posiblemente nunca lo sepamos. Es casi seguro que Imelda Cortez lo sabía y probablemente no solo lo haya alentado, sino que también debe haberle ayudado. Tienen un vínculo, esos dos, que es depravado, corrupto y definitivamente enfermizo.
– Lo sabías al entrar -dijo Isabeau- y no me lo dijiste.
– Imelda Cortez nunca se deja ver a menos que tenga absoluto control sobre la situación, si va a concurrir a esta fiesta en la residencia de Philip Sobre, significa que lo tiene metido en el bolsillo. Después de leer las sospechas de Marisa, no fue difícil saber por dónde comenzar nuestra investigación. No estaba muy alejada del rastro. Cada uno de nuestros leopardos despreciaba instintivamente al hombre -señaló Elijah.
– Y Conner acaba de ponerse en una situación comprometida -dijo Isabeau-. Sobre le desprecia y después de esa humillación pública buscará cualquier excusa para matarlo, e Imelda le deseará porque hizo quedar mal a Sobre. ¿Tengo razón?
Elijah asintió.
– A eso vinimos, necesitamos introducirnos.
– Y Conner quiso apartar la atención de Sobre de mi persona atrayéndola hacia él -adivinó.
– Eso también. Es importante que manipules a Sobre sin que se dé cuenta, Isabeau. Esta es la primera vez que te ves en una situación como ésta y ninguno de nosotros sabía cómo lo harías.
Ella alzó la barbilla.
– ¿Y si me hubiera ido con él?
– Nadie te sacó la vista de encima en ningún momento. Eso no hubiera sido permitido. Soy el gran primo malo y Rio y Felipe son nuestros guardianes personales. Si le ordeno a uno de ellos que acarree tu culo al coche, lo hará sin dudarlo y nadie sospechará nada. -Tenía la mano en la manivela de la puerta, pero no la abría.
– Puedo hacerlo -le aseguró.
– ¿Estás segura? No puede haber errores, Isabeau. Hay demasiadas vidas en juego y no tenemos pruebas de nada. En todo caso, puedes apostar que cualquier representante de la ley de por aquí está con Imelda o le tiene terror. Demonios, a la mayoría de ellos le están pagando dinero extra por custodiar la fiesta de Sobre.
– Dije que podía hacerlo. Conner, está allí fuera, arriesgándose -dijo-. Voy a cubrirle la espalda. Y no creas que no haré cualquier cosa que sea necesaria para asegurarme de que salga vivo de ésta.
Elijah estudió su gesto decidido y luego asintió.
– Buena chica. -Le alborotó el cabello y le frotó el rostro, dejando manchas de color en su piel y haciendo que sus labios parecieran un poco hinchados como si hubiera estado besándola.
– Esperemos que Conner no me arranque el corazón y me lo meta por la garganta.
Ella se obligó a sonreír.
– Me aseguraré de parpadear conteniendo un par de lágrimas, para hacerte parecer realmente malvado.
– El primo cabrón no quiere que su besable prima ande coqueteando con nadie más, has recibido una fuerte reprimenda y luego nos reconciliamos.
– Sobre no se opondrá a ti, no sin el permiso de Imelda -señaló Isabeau.
– Y eso es lo que te mantendrá a salvo. Ahora permanece cerca de mí. Tócame de manera ocasional, pero hazlo sutilmente. Quiero que vean la relación sin tener que refregárselas por la cara.
– Como si estuviéramos ocultándola.
– O al menos como si no quisiéramos que fuera de público conocimiento. Ahora, Isabeau, existe un riesgo. Por un lado, en tanto piensen que tienen una oportunidad de hacer negocios conmigo, es la manera perfecta de mantenerte a salvo, pero por otro lado, si deciden que deben mantenerme a raya o que deben tratar de influenciarme mediante una amenaza, tú serás la primera en estar en peligro. Esa es la forma en que piensan.
Ella asintió.
– Soy consciente de ello. Realmente, Elijah, puedo hacerlo. Dejando de lado mi relación con Conner, traeros a vosotros aquí fue idea mía y estoy dispuesta a correr el riesgo junto con vosotros.
Él abrió la puerta y allí estaba Rio mirando hacia la casa, con expresión ausente, como si ella fuera solo otro cuerpo al que resguardar. A Isabeau le sorprendía la forma en la que todos ellos se las arreglaban para parecer siniestros, peligrosos y profesionales todo al mismo tiempo.
Le dedicó a Elijah una pequeña sonrisa cuando él le puso la mano en la parte baja de la espalda de forma casual
– Apuesto a que Sobre daría cualquier cosa por tener a nuestros guardaespaldas.
– Guardianes personales -le corrigió, haciéndole un guiño.
Caminó más cerca de Elijah de lo que lo había hecho anteriormente, pero manteniendo igualmente una distancia que podía ser considerada discreta. El portero les dejó entrar. La música parecía estar más fuerte y las habitaciones mucho más atestadas. Elijah la tomó por el codo con actitud posesiva y la guío a través de la muchedumbre. Rio lideraba el camino y Felipe iba a la retaguardia. Notó que la multitud se apartaba a su paso y que nadie chocaba con ellos
Marcos, con Leonardo a su lado, estaba en un rincón hablando con Philip. Teresa, la criada, estaba de pie junto a Marcos y tenía aspecto desdichado. De vez en cuando Marcos le frotaba el brazo o la parte baja de la espalda y ella saltaba, pero no se apartaba. Mientras se aproximaban al pequeño grupo, Philip levantó la vista, su rápida inspección tomó nota de la apariencia levemente desarreglada. Isabeau se aseguró de que captara el brillo de las lágrimas antes de pestañar para apartarlas. La mirada de Philip bajó hasta los dedos que Elijah le estaba clavando en el codo antes de volver a mirar a Marcos.
– Teresa se sentirá más que feliz de hacerte sentir muy bienvenido, ¿no es verdad?
La criada asintió, con aspecto más desdichado que nunca. Philip le frunció el ceño y ella se obligó a sonreír.
– Por supuesto.
Marcos le palmeó el trasero íntimamente.
– Más tarde. No te pierdas.
Rápidamente Teresa hizo efectiva su huida. El suelo donde había ocurrido el derramamiento, estaba inmaculado y Philip era todo sonrisas, ahora que pensaba que Marcos utilizaría las habitaciones del piso superior. Isabeau levantó la mano y frotó la comisura de la boca de Elijah quitando lápiz labial imaginario y luego bajó la mano rápidamente.
– No has probado las tartas de hongos -le dijo Philip a Elijah.
– Están fabulosas -coincidió Marcos, haciendo ver que él y Philip se habían convertido en grandes amigos-. Y las tartas de cangrejo son aún mejores. Realmente debes probarlas, Elijah.
Elijah asintió sonriendo levemente.
– Siempre has sido un buen juez de comida, Marcos. Sé que nunca me darás un mal consejo.
– También es un buen juez de mujeres -dijo Philip, mirando a Isabeau con una sonrisa maliciosa-. Teresa es hermosa.
Elijah deslizó el brazo alrededor de Isabeau y la apartó del camino de Philip cuando éste los condujo hacia la larga mesa de buffet. Lo hizo de forma casual, como si estuviera simplemente ayudando a su prima, pero sabía que Philip lo tomaría como un gesto posesivo. Isabeau le pertenecía a Elijah y todo el resto del mundo debía apartarse de ella. Philip exhibía una recóndita sonrisa mientras les señalaba las variadas exquisiteces.
– ¿Te gustaría bailar, Isabeau? -le preguntó, con otra sonrisa.
Fiel al papel que representaba, ella miró a Elijah como si titubeara y éste le devolvió la mirada con expresión ceñuda. Apresuradamente, negó con la cabeza.
– No, gracias. Creo que quiero probar la tarta de cangrejo.
– Verás que tengo un chef excelente -dijo Philip.
Elijah lo miró, con expresión aburrida.
– Es asombroso que puedas atraer a cualquier persona hasta este lugar.
El rostro de Philip se ruborizó solo un poco, pero se las ingenió para conservar la sonrisa ante el insulto implícito.
– Secretos, todo el mundo tiene secretos. Es cuestión de acumular algunos de ellos.
Una lenta sonrisa, con solo un leve toque de admiración, iluminó el rostro de Elijah durante un momento. Isabeau quedó impresionada con su apariencia. Fue como si hubiera agitado una varita mágica frente a Philip.
– Supongo que sí. ¿No es increíble como la palanca adecuada puede hacer cambiar de opinión a la gente?
Philip se infló otra vez, viéndose extremadamente complacido, como si en ese preciso momento se hubiera ganado a Elijah Losposotos, el infame señor de las drogas. Isabeau se dio cuenta que la ruina de Philip era su vanidad. No tenía suficiente gente que admirara sus habilidades y necesitaba una audiencia. Sus actividades criminales lo aislaban de la mayoría. Solo tenía a sus víctimas y a Imelda Cortez para que vieran su verdadera personalidad y para él, Imelda representaba un peligro. Aquí había un grupo de tiburones. Lo reconocía y quería formar parte de él.
– Elijah -dijo Marcos- tal vez podamos quedarnos unos pocos días más y disfrutar de las ofertas de la pequeña ciudad que Philip tiene aquí.
Isabeau no podía creer la transformación que había sufrido de hombre jovial, cariñoso y paternalista a hombre ávido de excesos, buscando desbocarse y tomar parte en cualquier depravación que pudiera. Su rostro estaba algo ruborizado, tenía los ojos nublados, como si hubiera bebido un poco demás y miraba a las mujeres un poco demasiado tórridamente. Se sintió incómoda, casi creyéndose su actuación. Elijah le acarició la espalda con la mano, la rozó, tocándola apenas, pero sabía que Philip había captado el movimiento por el rabillo del ojo. Ella interpretó su papel, levantó la mirada hacia Elijah y le sonrió levemente, sonrojándose apenas.
Su felina saltó, se ubicó a flor de piel, protestando ante el toque de otro hombre. Oyó el gruñido en su mente, y el impulso de apartarse de ellos y salir de allí fue poderoso. Le picaba la piel.
Rio volvió la cabeza para mirarla. En las sombras, Conner se agitó. Felipe y Leonardo se movieron apenas lo suficiente como para ocultarla a la vista de la mayor parte de la gente de la habitación. Elijah bajó la cabeza acercándose mucho pero sin tocarla.
– Respira para apartarla. Tranquilízala -le aconsejó, manifestándose increíblemente íntimo, su rostro una máscara de ternura.
Isabeau respiró hondo, intentando no entrar en pánico. Sabía que la felina quería salir. No le gustaba el aroma predominante a decadencia y corrupción. Le dolían las articulaciones. La mandíbula. Hasta los dientes. Se le encorvaron los dedos y le ardieron las puntas. Para su horror pudo ver la piel separándose a lo largo de la palma de su mano. Jadeando, cerró la mano y ordenó mentalmente a su gata que obedeciera.