173268.fb2
La cabaña que Conner había escogido estaba a mayor distancia de las otras y más profunda dentro del bosque. Necesitaba sentir la seguridad de los árboles alrededor de Isabeau. Su leopardo había marcado a otro hombre y eso daba derecho a ese hombre a dar un paso adelante y desafiar su reclamo sobre ella. Su especie era antigua y seguían la ley más alta de lo salvaje. No era culpa de Isabeau. Ella no había sido criada como leopardo y no sabía cómo funcionaba todo. Ni siquiera sabía cómo controlar completamente a su leopardo. A las chicas que vivían en las aldeas se les enseñaba desde que eran pequeñas, así que cuando ocurría el Han Vol Dan, tenían una mejor oportunidad de mantener a sus leopardos bajo control.
Su padre se había aprovechado de esa ley. Su madre había sido joven e impresionable. Un hombre mayor y guapo, fuerte, un líder de aldea, ella se había sentido halagada de que la cortejara. Cuando él la presionó antes de tiempo, cometió el error de marcarlo. No había nadie capaz de desafiarlo por su mano y dondequiera que estuviera su verdadero compañero, si todavía estaba vivo, no había estado en la aldea para salvarla.
Pudo oír el agua de la ducha cerrarse bruscamente. El olor a lavanda vagó hasta él por la puerta abierta. Se sentó a esperarla en la cama. Estaba agotada, también él, pero había una tarea más que tenía que terminar esta noche. Sonrió mientras miraba por el gran ventanal; la luz de la luna apenas lograba traspasar el alto dosel, pero había interrupciones donde los árboles habían sido apartados para hacer sitio a la cabaña, y los rayos entraban en el cuarto, derramando plata a través del suelo embaldosado.
Se recostó y miró al alto techo, una madera ligera con nudos más oscuros dispersos por toda ella. Las paredes de la cabaña eran de madera y estaban cubiertas de marcas de arañazos. Podía ver surcos profundos decorando cada uno de los cuatro lados y las puntas de sus dedos hormiguearon con la necesidad de dejar su propia marca. Debería haber dejado su marca en Isabeau.
Había estado guardando ese ritual para el matrimonio, pero ya debería haberlo hecho. Cualquier macho se lo habría pensado dos veces antes de tratar de forzar un reclamo. Ottila había juzgado correctamente que ella era inocente y que no tenía bastantes conocimientos o bastante control para eludir su trampa. Juró para sí. La culpa era suya. Cualquier otro macho se habría cerciorado de que estaba marcada. Era sólo que…
Suspiró. La había traicionado al seducirla mientras hacía un trabajo. Ella ni siquiera había sabido su verdadero nombre. Quiso elecciones para ella. Quiso estar seguro de que él era su elección, Isabeau, la mujer, no la felina. Quería que toda ella fuera suya.
– Maldita sea. -Se pasó los dedos por el pelo, enfadado consigo mismo.
– ¿Qué está mal?
Ella inclinó la delgada cadera contra la jamba, una toalla envuelta como un sarong en torno a su cuerpo mientras se secaba el pelo con otra. La ducha le había sentado bien. La piel ya no estaba tan pálida, aunque las magulladuras en sus brazos destacaban.
El aliento se le quedó atrapado en la garganta de repente.
– ¿Puso su marca sobre ti?
Ella frunció el entrecejo.
– ¿Como qué?
– ¿Te mordió? ¿Te arañó? -Se levantó con un movimiento fluido, rápido y decidido, pero obviamente intimidante. Ella se retiró al vestíbulo, los ojos abiertos de par en par.
– No. No tuvo ocasión. Felipe llegó y lo asustó -su ceño se profundizó-. No se asustó exactamente. Estaba muy seguro. No creo que Suma sea el dominante entre ellos. Creo que era al revés.
Él se inclinó y presionó un beso sobre las imperfecciones oscuras que le estropeaban la parte superior del brazo antes de agarrarle la mano y llevarla al dormitorio.
– Gracias.
– ¿Por qué?
– Por tener el valor de matar al hombre que asesinó a mi madre. Sé que no fue fácil para ti. Y por afrontar a un leopardo en medio de la locura. -Le giró el brazo para examinar las cuatro marcas de allí. Se emparejaban con las cicatrices en su propia cara, aunque no eran profundas, más bien como arañazos en vez de laceraciones. Aún así… besó cada marca roja, su boca era suave.
Isabeau se inclinó hacia él hasta que Conner estuvo rodeado de su olor, hasta que se rindió a ello y la tomó en brazos, sosteniéndola cerca del pecho. La toalla resbaló un poco, pero eso estaba bien para él. La sensación de los senos frotando contra su piel ayudó a revitalizar su cuerpo. Cada nervio, cada célula volvió a la vida.
– Marisa era mi amiga, Conner. Pero honestamente, todo en lo que pensaba era en ti. -Ladeó la cabeza para mirarlo-. Bien, en ti -dio rodeos-, y quizá en disparar al jefe Rio. Algo sin querer y no tan sin querer. Creo que si me hubiera gritado una vez más, me hubiera vuelto contra él como una psicópata.
Él dio un paso, forzándola a ir hacia atrás hacia la cama.
– Y entonces tuvo la audacia de amenazarte con una jeringa.
– Delante de todos. Tuvo suerte de que no lo intentara -agregó ella.
El siguiente paso de Conner le hizo chocar la parte de atrás de las piernas contra la cama. Le tomó la toalla húmeda de la mano, le frotó el pelo ligeramente como si lo estuviera secando y luego simplemente la tiró lejos.
– Si no me seco el pelo, se riza por todas partes. Pequeños rizos. -Le hizo una mueca-. Y es tan largo y espeso que me lleva una eternidad secarlo.
Isabeau hizo un movimiento como si fuera a recuperar la toalla, pero él agarró el sarong en el puño y tiró hasta que resbaló de los senos, derramándose ante su vista antes de que agarrara la toalla entera.
– No creo que eso importe realmente, ¿verdad? -preguntó y bajó la cabeza a los senos.
Los pezones se pusieron de punta y ella jadeó cuando la boca caliente se cerró sobre una punta y la atrajo hasta el fondo. La mano de Conner vagó hasta la unión entre las piernas.
– Me gustan tus rizos. Todos llameantes. Como eres por dentro. -Los dedos excitaron la húmeda entrada.
Él se hundió lentamente hacia abajo hasta que se sentó en la cama y tiró hasta que ella lo siguió. En el último momento giró y la dobló sobre sus rodillas, tirando para que cayera sobre su regazo, boca abajo, las nalgas expuestas. Colocó una mano en la espalda para mantenerla en esa postura mientras inspeccionaba su trasero apaleado.
– Muy agradable. -La mano frotó y masajeó las mejillas firmes hasta que ella se retorció sin aliento, los senos se sacudían con cada movimiento, un atractivo agregado que él no había considerado. Su polla estaba siendo masajeada con cada movimiento del cuerpo de ella, y el cabello largo y húmedo le rozaba como seda viva contra los muslos-. Podría acostumbrarme a esto.
– Mejor que no -aconsejó Isabeau.
Pero él podía decir que sus manos ya estaban haciendo magia. Podía ver la evidencia del deseo de Isabeau, su receptividad brillaba entre las piernas. Bajó la mano por curva del culo hasta el pliegue entre el muslo y las nalgas y frotó, insertando la mano para forzar las piernas a separarse.
Ella se ablandó más, llegó a ser maleable. Él inclinó la cabeza para pellizcar la carne suave, varios mordisquitos amorosos, todo mientras continuaba el masaje. Ella gimió suavemente cuando los dedos se deslizaron en el calor húmedo. Los músculos del estómago ondularon y su cuerpo se ruborizó.
– ¿Se siente bien, nena? -preguntó él, introduciendo dos dedos en su centro caliente.
El cuerpo de ella se estremeció, los músculos interiores se apretaron en torno a él. Ella era tan receptiva, tan abierta a él, siempre satisfaciendo cualquier fantasía que él tuviera. No había empezado esto pensando que fuera a ser para algo más que para lograr un fin, pero ahora no podría haber detenido sus exploraciones aunque lo deseara.
Las manos se movieron sobre ella de manera posesiva, poniendo atención a los muslos y las nalgas, y entonces hundió los dedos profundamente. Encontró la mayoría de sus lugares sensibles y los excitó y rodeó hasta que ella levantó el culo y montó su mano.
– ¿Se siente bien, Isabeau? -Los dedos acariciaron y mimaron, explorando cada hueco secreto y oculto y cada hueco en sombras de su cuerpo-. Dime.
El aliento de Isabeau salía entrecortadamente.
– Sí. Todo lo que haces siempre se siente bien.
Era verdad. Cuanto más permitía que él supiera lo que le gustaba, mejor era su tiempo juntos. Nunca podría resistirse a él. Cuando la tocaba, se sentía viva. Había pensado en caer en la cama y dormir cuanto pudiera, pero en el momento que sus manos tocaron su cuerpo, todo lo que pudo hacer fue desear.
Nunca esperó que hubiera algo terriblemente erótico en yacer sobre el regazo de Conner con la mano sosteniéndola hacia abajo y sus nalgas siendo masajeadas y acariciadas, pero había una emoción culpable, un placer que nunca había considerado. Podía sentir su pesada erección, más caliente que una marca, contra el estómago. Sabía que esta nueva posición era excitante también para él.
No se sorprendió cuando levantó la mano y la bajó experimentalmente sobre su trasero. El picor envió una calidez por toda ella. El golpe no fue duro y sabía que él había comprobado su respuesta. Se sorprendió tanto como él ante la inundación de calor líquido que bañó los dedos de Conner. Cada músculo interior se apretó alrededor de sus dedos. La mano frotó y acarició sobre el calor.
– ¿Cómo se siente? -Cuchicheó las palabras, su voz una tentación pecadora-. Tienes que decírmelo todo.
– Caliente. Los nervios se extienden directamente a mi clítoris. No puedo explicarlo exactamente, pero hay tanto calor, como un fuego que se construye y que no puedo parar.
– ¿Te gusta?
– Siempre que no sea realmente doloroso. No me gustaría eso. -Pero adoraba el masaje y la manera en que los dedos se movían dentro y fuera de ella, la manera en que él exploraba su cuerpo sin reservas, con las manos y boca. Él era felino y lo demostraba en su necesidad oral de lamerle la piel, de excitar con el borde de los dientes y dar masajes táctiles.
– Entonces lo siento, nena, pero tengo que hacer esto. -Retiró los dedos, alcanzó detrás de él para coger la jeringa. Sacó la tapa con los dientes, se puso la jeringa en la boca y bajó la mano un poco más fuerte, esperando que el picor entumecería momentáneamente la piel. Hundió la aguja y empujó el émbolo para distribuir el antibiótico.
Ella siseó, una promesa larga y lenta de venganza. Él no era un leopardo macho por nada. Reconoció el disgusto de un leopardo hembra y no iba a dejarla levantarse hasta que la calmara y la hiciera olvidar tal ultraje.
– Lo siento, amor, pero te negaste incluso a ir al médico.
Ella giró la cabeza para fulminarlo. Los ojos se le habían vuelto felinos, adoptando el brillante resplandor de la noche. A la luz de la luna parecía increíblemente exótica, la pálida piel suave y seductora, los globos perfectos de su culo tentador y el pelo rojo le caía alrededor de la carita furiosa. Todo el cuerpo de Conner se tensó, su miembro dolorido y lleno.
– Había una razón para eso, lerdo. Se llama fobia a las agujas.
– Le dijiste que no eras alérgica cuando él te preguntó -indicó. La mano empezó un masaje circular para aliviar el dolor y, si tenía suerte, para comenzar uno nuevo.
– Una fobia no es una alergia -explicó ella-. Ahora déjame levantarme.
Se estaba volviendo receptiva a sus atenciones otra vez pero su voz decía que no le gustaba, que quería seguir enfadada. Le acarició el lugar dolorido con la lengua y deslizó los dedos profundamente otra vez.
– Estás tan mojada, cariño. -Retiró los dedos justo cuando ella empujó contra la mano para atraerle más profundamente-. ¿Lo ves? -Los sostuvo, brillando con humedad, delante de su cara-. Como néctar. -La mano regresó, dando masajes y frotando-. Te deseo, Isabeau, ¿vas a decirme que no?
Ella tembló ante la promesa oscura en su voz. La mano en la espalda se movió despacio y él le permitió que se deslizara fuera del regazo. Ella se sentó en el suelo con cautela, temerosa de sentarse directamente sobre el ofensivo picor. Levantó la mirada. La luz de la luna se derramaba por la cara de Conner, dándole un borde más suave a pesar de las cicatrices. Levantó la mano y le acunó el lado de la cara, el pulgar se deslizó por la cicatriz más profunda.
– Rio me dijo que tuviste una infección.
La mano de él cubrió la de ella y luego giró la cabeza y presionó unos besos en el centro de la palma.
– Las he tenido antes y las tendré otra vez. -La mirada dorada ardió en la de ella-. Tomé mi inyección de antibióticos sin gimotear.
– Eres tan grande y valiente -contestó ella con una sonrisa débil y misteriosa. Su mirada cayó a la ingle, a la erección pesada, gruesa y levantada contra el vientre plano. Arrastrando los dedos con un toque delicado sobre el miembro, llegó al saco que colgaba debajo, mirando cómo temblaba Conner mientras lo hacía-. Sólo un toque y ya tiemblas.
Isabeau le rozó las suaves pelotas con los dedos antes de acunarlas, las hizo rodar y las apretó suavemente, todo el tiempo manteniendo los ojos centrados en el centro del cuerpo de él, como si cada una de sus reacciones fueran lo más importante en el mundo para ella. El aliento estalló de los pulmones de Conner cuando se inclinó sobre él y lamió suavemente, una y otra vez, acunando sus pelotas y la base de su miembro mientras el placer le inundaba el cuerpo y se endurecía imposiblemente.
Su boca infinitamente suave le chupó otra vez. Todo lo que ella hacía estaba diseñado para complacerlo. Las manos regresaron, acariciando y rozando mientras apartaba la boca y volvía a mirar su reacción.
Conner absorbió la sensación de su toque en la piel. Ella le podía transportar instantáneamente a otro reino sólo con sus dedos. La observó con ojos entreabiertos, mirando la absorta atención en su cara cuando cerró los dedos alrededor del grueso miembro, forzándolo a dar una boqueada de placer. Ella bombeó experimentalmente. Una vez. Dos veces. Su mirada nunca se apartó de su verga. Ella estudió la manera en que latía en su mano, cómo reaccionaba al calor del aliento en la cabeza hinchada. Cuando unas pequeñas gotas color perla aparecieron las quitó con un lametazo como si fuera un cucurucho de helado.
Cada toque, cada caricia era suave como una pluma, apenas allí, diseñada para atormentarlo. Había una mirada en la cara de Isabeau que le rompía, sinceramente le rompía. Ella le comprendía. Le veía, al hombre y al leopardo. Comprendía su impulso de dominar y le aceptaba por quién era. Disfrutaba dándole placer. Y confiaba en él completamente. La confianza estaba en sus ojos cada vez que se entregaba a él sin reservas.
Ella se inclinó hacia delante y curvó la lengua alrededor de la cara inferior de la cabeza ancha, excitando su lugar más sensible y pareciendo complacida cuando la polla respondió con un tirón rápido y grato, latiendo y pulsando en la mano.
Él gimió, juró suavemente y enterró los puños en el glorioso pelo, tirando de su cabeza hacia delante, desequilibrándola un poco, hasta que colocó su miembro en equilibrio en la boca. Le untó los labios con esas pequeñas gotas color perla y el corazón casi se le detuvo cuando ella sacó la lengua para capturar su esencia, atrayéndolo dentro.
– Abre la boca -ordenó suavemente. Necesitándola. Deseándola. Amándola. Dios, pero ella era brutal, una mujer para sostener por siempre.
Ella alzó la mirada entonces, se encontró con la de él y el corazón de Conner empezó a funcionar a toda marcha, golpeando con la fuerza de un martillo. Vio cómo sus ojos cambiaban, volviéndose somnolientos, adormilados, tan sexy que gimió otra vez y le empujó la cabeza contra él. La boca se abrió bajo la presión y ella chupó la polla en el caldero apretado y caliente.
La lengua empezó a dar golpecitos y a bailar alrededor de la ardiente cabeza, acariciando la cara inferior hasta que él juró que iba a volverse ciego. El cuarto se enturbió realmente y unas pequeñas explosiones explotaron en su cerebro. Las corrientes eléctricas crepitaron en la sangre, causando que su cuerpo se estremeciera y otro gemido profundo escapara. Ella lo lamió, lo chupó y le dio golpecitos, sin detenerse nunca en una sola cosa sino cambiando constantemente hasta que Conner estuvo desequilibrado y las sensaciones se amontonaron una encima de la otra. Ella no mostró signo de estar cansada, sino que le condujo sobre el borde de su control una y otra vez y luego retrocedía hasta que él pensó que explotaría.
Respirando entrecortadamente, usando las riendas sedosas que sostenía, le levantó la cabeza.
– Ponte a cuatro patas.
Todavía sosteniéndolo profundamente en la boca, con la lengua trabajando arriba y abajo por su miembro, negó con la cabeza, los ojos le decían que estaba arruinándole la diversión. La apartó de él, sosteniéndola quieta, las manos enterradas con fuerza en su pelo, hasta que obedeció. Isabeau tembló cuando él se arrodilló detrás de ella y colocó la mano entre los omóplatos, presionando la cabeza contra el suelo.
La acción levantó sus nalgas, esos perfectos globos y él curvó las palmas sobre su culo de manera posesiva. Lo masajeó, amasó y luego resbaló los dedos entre las piernas donde la humedad brillaba.
– Adoro cuán mojada te vuelves por mí, cariño. -Frotó la cabeza de la polla de aquí para allá por los suaves pliegues, sintiendo el calor húmedo, prolongando el momento, deseando que ella empujara contra él-. ¿Qué piensas? ¿Debo provocarte del modo en que tú me has provocado a mí? -Se agachó sobre ella, permitiendo que sintiera su peso mientras presionaba el pene en la ardiente entrada.
Ella se estremeció e hizo un sonido estrangulado en el fondo de la garganta. Él sintió la vibración corriendo por su cuerpo directamente al canal femenino. Hundió un poco las caderas y sintió que el cuerpo de ella cedía a la invasión. Apretado. Al rojo vivo. Siempre ese poquito de resistencia como si ella no fuera a permitirle entrar y luego… el paraíso. La respiró, permitió que lo tomara, rindiéndose a ella completamente. Siempre le divertía pensar que ella pensara que era la que se rendía. Él era el fuerte, el leopardo macho dominante, agresivo, tomándola de cualquier forma que deseara. Era este momento, la primera unión cuando el amor por ella lo abrumaba. Le sacudía tanto que siempre necesitaba este momento después de enterrarse en ella, para rendirse a ella, a la enormidad de lo que sentía por ella.
Comenzó a moverse, un poco sorprendido de la fuerza de su amor por ella. Cuando estaba así, sintiéndose como si tocara el borde de un milagro, prefería estar detrás donde Isabeau no pudiera verle la cara. Cada golpe enviaba llamas por todo su cuerpo, le lamía la piel, ardiendo a través de su polla y esparciéndose como un incendio fuera de control hasta que las sensaciones eran tan fuertes que no podía pensar.
Ella movió las caderas hacia atrás con la fuerza de su ritmo, un duro y rápido ritmo que era casi brutal. Respingó una vez y él se forzó inmediatamente a parar, manteniéndose inmóvil en ese exquisito caldero de fuego.
– ¿Qué es, amor? -se las arregló para preguntar cuando todo su ser quería, necesitaba, continuar.
Ella sacudió la cabeza y se meneó.
– Por favor -logró decir-, sigue.
– ¿Qué te duele? -Su voz era más áspera de lo que pensaba, la garganta casi cerrada con el fuego abrasador que le rodaba por el cuerpo. Cada instinto exigía que se hundiera más profundamente y con más fuerza.
Ella le dio una pequeña risa.
– Mi culo. La inyección duele.
Él cambió instantáneamente de ángulo para que el cuerpo no golpeara contra esa pequeña herida.
– La próxima vez -dijo con los dientes apretados, mientras empujaba más profundamente, sintiendo como los pliegues apretados se estiraban alrededor de su invasión, se agarraban, haciendo la fricción exquisita-. La próxima vez, dime inmediatamente cuándo estás incómoda.
Isabeau suprimió su comentario descarado, no queriendo arriesgarse a que le diera un cachete en el culo cuando sucedía que estaba en una posición vulnerable. Además, en este momento no deseaba que dejara de moverse jamás. Los dedos eran duros en las caderas, indicando el ritmo, imponiendo el rápido ritmo, meciéndola con cada golpe. Siempre se perdía en él, en cada asombroso momento en que se reunían.
Podía sentir cómo se construía la sensación en su cuerpo más y más fuerte hasta que se estiró tanto como pudo sin romperse, la herida tan tensa que pensó que no podría ir más allá sin romperse en un millón de pedazos. Su cuerpo se estremeció, cada músculo tembló, contrayéndose, agarrando al invasor mientras empujaba profundamente una y otra vez.
Él enterró toda la longitud de su grueso miembro una y otra vez en su dolorido y necesitado cuerpo. Ella bamboleó la cabeza, el cabello voló en todas direcciones, cuando las duras manos le agarraron por las caderas y la mantuvieron quieta mientras bombeaba dentro de ella, enfundándose hasta que no hubo nada más que el sonido de sus cuerpos juntándose, la combinación de las respiraciones entrecortadas y el creciente fuego en el centro de sus cuerpos.
Apretó los músculos en torno a él, amarrándolo con fuerza, acariciando su pene con una caliente caricia de terciopelo. Su polla, seda sobre acero, era como una lanza dirigiéndose a su interior, tan dura, tan caliente, arrastrándose sobre el conjunto de nervios en carne viva una y otra vez mientras la estiraba y la llenaba.
Él se ralentizó de repente, empujó centímetro a centímetro ardiente a través de los pliegues apretados, un movimiento implacablemente lento que la hizo gemir entrecortadamente. Podía sentir cada vena en la gruesa longitud de él empujando en su cuerpo hasta la gran cabeza que golpeaba contra su matriz y se alojaba como una marca abrasadora.
– Maldita seas, Isabeau -siseó.
Ella no podía dejar de rotar las caderas, apretando los músculos en torno a él, apretando y ordeñando, revolviéndose en esa gruesa punta de placer que la invadía.
El aliento estalló fuera de los pulmones de Conner. Juró y le agarró las caderas con fuerza. Ese fue su único aviso. Empezó empujar como una taladradora, empalándola una y otra vez, conduciéndose más profundamente, enviando ondas de abrumador placer que se derramaron por ella, la intensidad creció y creció hasta que lo abarcó todo.
Ella gritó con voz ronca, el sonido estrangulado mientras sentía la liberación de Conner, caliente y espesa, explotar en lo profundo de ella, contra su matriz que se contraía y latía. Por un momento todo su cuerpo se cerró, cada músculo se contrajo, se sujetó con fuerza y luego la liberación rompió por ella como una tormenta de fuego, aumentando en intensidad. Podía oír el rugido en su cabeza, sentir las llamas ardientes atravesándola, el cuerpo temblar de los dedos de los pies a la cabeza.
Él la sujetó, cuchicheando suavemente.
– Lo siento, nena. Esto tiene que hacerse.
Le hundió los dientes en el hombro, no los dientes de un hombre, sino los de un gato, inmovilizándola mientras la atrapaba con el cuerpo, todavía meciéndose con el placer. El dolor le traspasó el hombro como un rayo bajo la boca de Conner y luego la lengua la lamió, llevándose el escozor. Se estremeció bajo esa lengua áspera y giró la cabeza para mirar por encima del hombro. Los ojos de Conner eran completamente felinos, dorados y enfocados, tan intensos que sintió otro espasmo en la matriz.
Conner dejó caer la cara contra su espalda y se frotó, piel contra piel, la sombra en su mandíbula rozó la piel de Isabeau rudamente, enviando más hondas a su centro. Presionó besos por su espina dorsal y lentamente se enderezó hasta que estuvo arrodillado detrás de ella, todavía sujetándola.
– Te amo, Isabeau. Más de lo que puedes saber.
Salió con cuidado de su cuerpo y se hundió en el borde de la cama, las piernas inestables. Ella se giró y se arrastró hasta él, la cara ruborizada, los ojos vidriosos, la respiración entrecortada. Se sentó en el suelo delante de él, mirándole. Las miradas se juntaron.
La expresión de ella era tan cariñosa que le humilló. No se merecía lo que ella sentía, ese amor que lo abarcaba todo, esa casi adoración, pero decidió no perderlo nunca. Se inclinó hacia ella e Isabeau inmediatamente levantó la cara para permitirle tomar posesión de la boca en un largo y satisfactorio beso.
– Haré todo lo que esté en mi poder para hacerte feliz, Isabeau.
– Me haces feliz, Conner. Cuando estamos solos así, y te tengo, sé lo que siento y lo que tú sientes. Está aquí en este cuarto y es suficiente para mí.
Él echó una mirada alrededor de la pequeña cabaña rústica. Esta sería su vida con él, por lo menos durante mucho tiempo. Siempre viajando de un a trabajo a otro. Él nunca podría estar lejos de la selva, sabía que nunca podría vivir en una ciudad. Había pasado un tiempo en los Estados Unidos en una hacienda grande, era un hermoso lugar, pero no para él.
– ¿Puedes vivir así, Isabeau?
Ella le sonrió.
– ¿Contigo? Es exactamente donde quiero estar.
Conner sacudió la cabeza.
– Quiero que lo pienses, cariño. Tienes que pensar realmente en cómo sería día tras día. Soy un hombre exigente. Me gusta a mi manera. He tratado de ser honesto acerca de lo que deseo contigo pero echo una mirada alrededor y veo que no te ofrezco el mundo. A veces será peligroso y la intensidad de esos momentos puede ser abrumadora de mala manera.
Ella le frunció el entrecejo.
– ¿Estás tratando de deshacerte de mí?
Él le enmarcó la cara con las manos.
– No. Por supuesto no. Sólo quiero que estés muy segura de la realidad de amarme. No siempre será maravilloso.
– ¿Como encontrar cadáveres en un jardín o tener que matar a alguien? -Su voz se rompió y le frunció el ceño-. Sé exactamente en lo que me estoy metiendo, Conner. No tienes que suavizarlo. Te conocí mientras estabas en una misión, ¿recuerdas? Eso no resultó tan bien para mí. No soy una princesa atrapada en un cuento de hadas. Soy una mujer real con un cerebro que puede comprender las consecuencias.
– ¿Has comprendido cómo será vivir conmigo? ¿El hombre? ¿El leopardo?
Ella alcanzó atrás y se tocó la marca de mordedura en el hombro con dedos temblorosos.
– Hay una cosa que sé. No eres un misterio, Conner. Te gusta a tu manera en lo que se refiere al sexo.
– En todas las cosas.
Ella se rió de él. La diversión chispeaba en sus ojos.
– ¿De verdad? ¿En todas las cosas? Creo que no. Pienso que te importa lo que deseo, lo que me hace feliz. Incluso en el sexo, quieres que piense en tu placer, pero mientras lo hago, tú estás pensando en el mío. No te ves casi tan bien como te veo yo.
– Sé que te amo, Isabeau, con cada aliento de mi cuerpo y no sobreviviría si me dejaras. He estado un jodido año interminable sin ti y no quiero pasar por eso nunca más.
Isabeau sonrió y se inclinó hacia él, le deslizó la lengua sobre el miembro. Se tomó su tiempo, lamiéndole amorosamente, mientras las manos de Conner iban a su cabello y lo acariciaban. Ella le estaba respondiendo de un modo que ninguna mujer pensaría hacer y su corazón casi explotó de amor por ella.
Ella se tomó su tiempo, asegurándose de que él la oyera, que supiera exactamente lo que estaba diciéndole, gritándole, en silencio. Era consciente de cada temblor en el cuerpo de él, de cada matiz diminuto, mientras lo cuidaba, devolviéndolo a su estado medio duro. Se hundió hacia atrás y le sonrió.
– Voy a limpiarme y a caer en la cama para dormir durante horas. No me despiertes.
Él sabía que lo haría. Y sabía que ella lo sabía. La sonrisa de Isabeau era como la del gato que se comió al canario. Sabía exactamente lo que le había hecho con la boca. Con el modo en que le amaba. La miró alejarse y por primera vez pareció cómoda con su desnudez delante de él, las caderas oscilaron de modo provocador, tentadoramente.
– Pequeña pícara -cuchicheó y se tumbó sobre la cama, entrelazando los dedos detrás del cuello, la satisfacción le zumbaba por las venas. Le hacía sentirse en la cima del mundo. Le hacía sentir… magia.
Contempló el techo, su cuerpo lánguido y saciado, estirándose como el gato que era. Ella regresó al cuarto, su cuerpo fluido y elegante, muy femenino, y él y su leopardo la admiraron mientras cruzaba a su lado y se hundía en la cama.
Conner estaba tumbado de lado, apoyado sobre un codo mientras con la otra mano le acariciaba la melena salvaje. Ella tenía razón acerca del pelo. Los mechones se habían secado en una profusión de rizos que él encontraba intrigante. Generalmente, ella llevaba el pelo liso, ocultando su mirada indomada. Le gustaba su lado salvaje.
– He estado pensando, Isabeau -murmuró, mirando el juego de la luz de la luna a través de su cara-. Ninguno de nosotros tiene familia ya.
– Tienes un hermano.
Eso fue un golpe duro inesperado.
– Sí. No he pensado sobre ese aspecto, de lo que te estaría pidiendo.
Las pestañas velaron los ojos de Isabeau.
– ¿Y qué sería eso?
– Bien, por supuesto tengo que acoger al chico. Criarlo yo mismo. Sólo tiene cinco años. Si estuvieras conmigo, te estaría pidiendo que fueras una madre para él.
Ella hizo un pequeño sonido, como un suspiro.
– Estoy muy por delante de ti, Einstein. Por supuesto que nosotros le criaremos, ¿Qué otra cosa haríamos? Tu madre nos perseguiría para siempre si no lo hiciéramos. Además, yo lo he conocido. Tiene tus ojos y tu cabello. Es un chico encantador. Ahora duérmete.
Él continuó jugando con su pelo, mirándola respirar. La larga extensión de piel parecía suave y tentadora a la luz de la luna. El dolor en la ingle era agradable, no doloroso y disfrutó estando allí tumbado, su cuerpo como una cuchara en torno al de ella, su pene apretada contra su culo, los muslos apretados contra los de ella. Así serían sus noches. Isabeau en su cama. Bajó la mirada a los senos, los pezones suaves e invitadores. Algún día un hijo se acurrucaría allí y se alimentaría, sería la cosa más hermosa del mundo.
– Cásate conmigo, Isabeau. -La mano dejó el pelo para ahuecar el seno, el pulgar le rozó perezosamente de aquí para allá a través del pezón, sabiendo que estaba enviando diminutas chispas de excitación directamente al clítoris. Mantuvo el toque suave y poco exigente.
Ella mantuvo los ojos cerrados.
– Ya te dije que lo haría. Ahora duérmete.
– Cásate conmigo mañana, Isabeau -susurró, parando la mano y curvando la mano en torno al seno sólo para sostener el peso suave.
Ella abrió los ojos. Parpadeó y giró la cabeza para mirarlo por encima del hombro.
– ¿Mañana?
– Quiero que seas mi mujer. Ninguno de nosotros tiene familia, aparte del chico. El equipo es nuestra familia. El doctor podría arreglarlo para nosotros. Adivino que en este valle hay leopardos. El doctor sólo se asentaría donde su pericia ayudara a su propia gente. Quiero saber que estás esperando al final de este asunto.
Ella se dio la vuelta lentamente y le tocó la cara con la mano.
– Conner. Te amo. Sé lo que tienes que hacer para recuperar a esos niños. Y sé que te hace sentir sucio e indigno de mí, pero eso te hace mejor ¿No lo ves? Eres un hombre extraordinario para arriesgar lo que tenemos por la seguridad de otros. Quise decir lo que dije cuando te aseguré que estaría detrás de ti al cien por cien. Dime qué hacer para ayudarte y lo haré.
– Cásate conmigo mañana. Sé mi mujer. Eso me ayudaría.
Ella tragó. Él miró el movimiento de la garganta, le intrigó que estuviera nerviosa cuando sabía que estaba comprometida con él. Le acarició la garganta con los dedos y sintió el tragar convulsivo, entonces trazó los labios con la punta del pulgar y los sintió temblar.
– ¿Qué es, nena? -Mantuvo su voz suave y baja, íntima-. ¿Tienes miedo?
Ella parpadeó rápidamente otra vez.
– Es sólo que a veces tengo dificultades…
– ¿Con…? -Incitó, la mano moldeó los senos otra vez y luego se deslizó abajo para frotar pequeños círculos sobre el vientre.
– Con creer que un hombre como tú podría estar realmente satisfecho con una mujer como yo.
La mano se inmovilizó. Él se tensó.
– ¿Qué demonios significa eso, Isabeau?
Isabeau se tumbó de espaldas y le miró a la cara, marcada y dura, experimentada y con el peligro en cada línea. Aunque la luz de la luna se derramaba sobre ella, él todavía estaba oculto en las sombras, algo que identificaba con él. Siempre sería ese hombre en las sombras. Duro. Fuerte. Un poco misterioso. Y tan… tan experimentado en todos los aspectos en que ella no.
– Fuera de mi liga.
Él arqueó la boca, la sonrisa llegó lentamente.
– Tienes que dar marcha atrás, cariño. Siempre he sabido que tú estabas fuera de mi liga con tu inocencia y tu confianza. Eres la cosa más hermosa en mi vida y no hablo de tu cuerpo excepcional, al cual admitiré le tengo mucho cariño. Eres todo lo que deseo, Isabeau y nunca debes sentirte como si no pudieras mantener mi ritmo. Si acaso, es al revés.
– Yo no hablo de intelecto, ni de valor. Siento que puedo ser una ventaja para ti, Conner, pero aquí, en la cama, no tengo ninguna experiencia, aparte de la que me has enseñado.
Su miembro dio un tirón contra su trasero, creció más caliente y más grueso. Él se rió suavemente.
– ¿Sientes eso, nena? Eso es lo que tú me haces. Estás tan dispuesta a complacerme y sigues las instrucciones hermosamente. Un hombre desea a una mujer que le da su confianza y su cuerpo sin reservas. Tú haces eso. No puedo pedir nada más. No tienes miedo de decirme o mostrarme lo que te gusta. ¿No crees que sea recíproco? Mirarte disfrutar de mi cuerpo es el pago más grande que hay. El sexo es sólo sexo, Isabeau. El amor es diferente. El amor es mente y cuerpo, corazón y alma. No sé cómo decirlo. Cuando estoy contigo, no es sólo mi cuerpo siendo satisfecho. He tenido el amor, tu marca del amor y no deseo nada más.
Ella rodó para ponerse de lado y acurrucó el redondo y firme trasero más apretado contra el regazo.
– Bien entonces. Acepto. Ahora duérmete.
Conner la miró fijamente, a las largas pestañas que una vez más velaron sus ojos y comenzó a reírse.
– Vas a ser un verdadero infierno con el que vivir, ¿no?
– Absolutamente.
– Bien, ¿no vas a hablar de vestidos y trajes?
– No tengo ningún vestido.
– ¿Vamos a casarnos desnudos entonces? Tiene sus posibilidades.
Ella se rió suavemente.
– Sólo tú pensarías eso. No. Llevaremos ropa. Ahora duérmete. Hablar te pone duro.
– Tú me pones duro. Mirarte me pone duro. Yacer a tu lado me pone duro. El sonido de tu voz, el toque de la piel…
Ella le empujó y se meneó, frotando las nalgas contra su miembro.
– ¡Para! Entiendo.
– Entonces quieres llevar ropa. ¿Qué ropa? No empacamos mucho exactamente y tu vestido tiene sangre por todas partes. Destrocé mi ropa cuando fui a ayudar a Jeremiah.
– Llevaré mis vaqueros. Traje una muda de ropa, vaqueros y camiseta. Bien, un top de tirantes, pero estará bien. El punto no es nuestra ropa, ¿verdad?
– Entonces un vestido. Y un traje. Tendremos que preguntar al doctor dónde podemos conseguir algo que funcione.
Isabeau amortiguó la risa contra la almohada.
– Eres imposible. No tengo la menor idea de dónde se supone que vamos a conseguir un vestido y un traje, pero qué más da. -Abrió los ojos y lo miró otra vez por encima del hombro-. Y puedo decirte que vas a atravesar mucha ropa. Quizás deberías practicar desnudarte a la carrera sin arruinar lo que llevas.
– Circunstancias extremas llaman a la reacción extrema.
– No si soy la que tiene que intentar reparar las ropas. Y si andas desgarrando la ropa a trozos, ¿qué piensas que hará tu hermanito? Seguirá tu ejemplo en todas las cosas.
– ¿Eso crees? -Rodó sobre ella para ponerla de espaldas y le pasó la mano desde los senos a los muslos, frenando en el vientre y el montículo antes de viajar más abajo-. Adoro la sensación de tu piel.
– No voy a moverme, Conner. Si vas a… -Terminó con un pequeño grito cuando él hundió la cabeza y trazó con la lengua el mismo sendero que habían hecho las manos, parando esta vez en la unión entre las piernas.
Ella se rió y le agarró del pelo, manteniéndole allí.