173268.fb2
Isabeau tomó la taza de té de Mary Winters con una pequeña sonrisa.
– Conner quiere que encuentre un vestido. Por alguna razón, es realmente importante para él.
– ¿Y para ti no? -preguntó Mary suavemente.
Isabeau miró a la taza humeante.
– No quiero que lo sea. No es como si tuviera familia. Mi madre murió hace tanto tiempo que apenas la recuerdo y mi padre… -Se calló. No era como si tuviera a alguien que la llevara por el pasillo. La boda iba tener lugar en el patio trasero del doctor, en el mismo borde de la selva tropical. Los vestidos blancos, largos y tradicionales no tendrían sentido de todos modos-. Creo que todas las chicas sueñan con este día, yendo por el pasillo con su padre, rodeada por la familia y amigos. -Se encogió de hombros-. Quiero casarme con Conner, por supuesto, pero imaginé que todo sucedería de forma bastante diferente.
Mary se estiró y le tocó la rodilla con comprensión.
– No te deprimas, Isabeau. Puedes hacer de este día algo que desees. Cuando Abel me pidió que nos casáramos, no tuvimos a nadie tampoco. Ahora… -La sonrisa fue cálida-, nuestra familia es muy grande y estamos bendecidos con varios nietos. Recuerdo el día que nos casamos como si fuera ayer. Quiero que tu día sea como ese. Tu hombre está tan emocionado. Puedo ver la alegría en su cara.
La sonrisa de Isabeau le iluminó los ojos.
– Yo también. Por eso he aceptado esto. Es tal imposición para ti.
– ¿Conocías a Marisa? -preguntó Mary, colocando la taza con cuidado en el mantel blanco de encajes.
Isabeau asintió.
– La conocí hace poco, justo antes de que la mataran. Era una buena amiga. En aquel momento, no supe que era la madre de Conner.
– Pero ella sabía que eras la compañera elegida de Conner -dijo Mary-. Lo sé porque yo siempre lo supe con mis hijos. Las madres tienen un sexto sentido sobre eso.
– Espero que lo supiera. Espero que lo aprobara.
– Marisa era una persona que aceptaba. El hombre que escogió cuando fue joven e impresionable no era su verdadero compañero, pero permaneció fiel a él a pesar del hecho de que la tratara tan mal. Crió a su hijo para ser un buen hombre y habría criado al chico que aceptó… -Se calló cuando Isabeau jadeó.
Mary asintió.
– Sí, querida, sabíamos sobre el pequeño Mateo. Marisa nos lo trajo cuando necesitó un médico para él. Era una buena mujer y estaría feliz de que tú fueras la que va a compartir la vida de su hijo. Sé que lo estaría.
– Eres muy amable -dijo Isabeau.
– Conocía a Marisa muy bien, Isabeau y ella querría que te ayudara. Me gustaría hacerlo si no te importa. Nunca he tenido una hija, sólo hijos. Afortunadamente adoro a todas sus mujeres, pero ellas tenían sus propios padres para manejar cosas como las bodas. Marisa y yo a menudo hablábamos sobre eso, como soñábamos como madres con crear un maravilloso vestido para nuestras hijas. Ella no tenía hijas tampoco, así que depositó sus esperanzas en la mujer de Conner, en ti. Ella no está aquí, pero quizás estarías dispuesta a cumplir nuestros sueños.
La emoción casi estranguló a Isabeau. Las lágrimas ardieron detrás de los ojos y tuvo que morderse con fuerza el labio para suprimir un sollozo.
– No sé qué decir. Me haces sentir como si todo fuera posible.
La cara de Mary se iluminó.
– Lo es. Sucede que tengo este baúl y es un cofre de tesoros para nosotras, creo. -Midió la talla de Isabeau, la levantó de la silla y la hizo girar en un círculo-. Sí, creo que estaremos bien y si no, bueno soy bastante habilidosa con la máquina de coser. Vamos a hacer unas pocas llamadas telefónicas. Tengo amigas que vendrán a ayudarnos.
– Conner quizás se preocupe por los extraños, especialmente con Jeremiah tan mal -indicó Isabeau de mala gana.
– Jeremiah está mejorando. Ve a echarle un vistazo y deja que tu hombre sepa lo que estoy haciendo. Recuérdale que Abel y yo conocemos a los que estoy llamando desde hace más de veinte años. Tengo millones de cosas para hacer. Ve a tranquilizarte con la mejora de tu amigo y luego vuelve inmediatamente aquí.
Isabeau sintió que el corazón le saltaba en el pecho. Por primera vez, se sentía más ligera, como si hubiera una oportunidad de que pudiera tener un día especial y memorable. Más probablemente, se dio cuenta, porque tenía a alguien con quien compartir su felicidad, alguien con quien hablar mientras lo preparaba. Conner tenía a Rio y a los otros, incluso al Doctor, pero ella no conocía a nadie. Mary hacía que Isabeau se sintiera como si estuviera siendo mimada: no sólo quería ayudar en los preparativos, sino que los esperaba con ansía.
Asintió y atravesó la casa al cuarto trasero donde Jeremiah descansaba. Conner y Rio estaban en el cuarto con él. Jeremiah parecía pálido, las magulladuras y los desgarros estropeaban su cuerpo. Una IV le alimentaba e Isabeau notó una bolsa de antibióticos goteando en el brazo.
– ¿Cómo está? -preguntó.
Conner le envolvió el brazo alrededor de la cintura y la atrajo al lado de la cama.
– Lucha contra una infección, pero el Doctor dice que la superará. Tendrá una voz interesante durante el resto de su vida.
Rio suspiró.
– No debería haberle utilizado. No estaba preparado.
– No creo que pudieras haberle detenido -dijo Isabeau-. Se sentía culpable por escuchar a Suma en primer lugar. Tenía la necesidad de reconciliarse consigo mismo y quizá conmigo. Te habría seguido.
– Se manejó bien -indicó Conner-. No se asustó y a pesar de encontrarse con un enemigo, volvió a la misión original, tratando de protegernos. Suma era experimentado y un luchador. Tuve unos pocos momentos malos con él yo mismo. Isabeau le disparó, ¿recuerdas? Yo sólo acabé el trabajo.
– Tú le habrías eliminado -dijo Rio-, pero iba a llevar un tiempo que no teníamos.
– Creo que Ottila será más peligroso que nunca -Isabeau se aventuró con indecisión-. Parecía tomar un segundo lugar tras Suma, pero yo no lo creí después de encontrarme con él. Creo que él es quien tiene el cerebro. Y creo que su prioridad número uno será buscar venganza por Suma.
Conner sacudió la cabeza.
– Era para atraparte.
Ella frunció el entrecejo.
– Suma y Ottila parecían hermanos cercanos. Dijo que ellos… -Se mordió el labio y se forzó a continuar, aunque lo encontrara embarazoso-, compartían todo, inclusive las mujeres. Estaba dispuesto a compartirme con Suma, aunque dijo que yo llevaría a su niño.
– Eso sólo habla de quien es el dominante -dijo Rio-. Él la habría tomado en el celo, sin permitir que Suma tuviera acceso a ella, para asegurarse de que el niño fuera suyo. Ella tiene razón, Conner, era Ottila, no Suma, quien llamaba a los disparos.
– Y sabemos que no son enteramente leales a Imelda -agregó Conner-. O le habrían dicho que Philip Sobre grababa sus conversaciones. Mi suposición es que empujaron a Sobre a hacerlo. Ottila probablemente había presentado a Suma y Sobre, habrían trazado un plan. Fingirían trabajar para Imelda, pero trabajaban realmente para él. Probablemente sugirieron que grabara las conversaciones, probablemente incluso le dijeron cómo. Sobre no es el hombre más brillante del planeta.
– No lo era -corrigió Rio-. ¿Viste el periódico esta mañana?
Isabeau miró rápidamente a hurtadillas a Conner por debajo de las pestañas. No habían mirado un periódico ni hecho mucho más que disfrutar del cuerpo del otro. Había perdido la cuenta de cuantas veces la había despertado silenciosamente y cuando la luz de la mañana se arrastraba por el cuarto, ya se había estado moviendo dentro de ella. No estaba segura de que pudiera andar normalmente y definitivamente estaba un poco dolorida.
– Philip Sobre fue encontrado asesinado. Colgaba en un armario con las entrañas envueltas alrededor de la garganta cortada. Le habían sacado la lengua por la apertura con la tradicional «corbata colombiana». Había sido torturado extensamente. Se mencionaba la fiesta, pero todos los invitados habían sido vistos saliendo y a Philip diciéndoles adiós desde la puerta, besando a las señoras, incluso a Imelda en ambas mejillas -dijo Rio-. Tienen video vigilancia para demostrarlo.
Isabeau se apretó el estómago con una mano.
– Eso es enfermo. ¿Imelda ha hecho eso?
– Según los periódicos, ella estaba devastada. Philip Sobre era un ex amante y un maravilloso y cercano amigo. Le echará de menos terriblemente y no parará hasta cazar a su asesino. Miraba directamente a la cámara cuando pronunció esa mentira con completa sinceridad. No tenía comentarios sobre los hallazgos en el jardín privado -agregó Rio.
Isabeau inhaló bruscamente.
– ¿Qué han encontrado?
– Cuerpos. Más de treinta hasta ahora, femeninos y masculinos. Se especula con que Philip Sobre podría ser el asesino en serie más grande de Panamá de la historia del país -le contó Rio.
– Creo que ha habido uno o dos que nunca han sido reconocidos o se ha sabido de ellos -dijo Conner-. Esto será muy incómodo para las fuerzas de la ley, especialmente con tantos funcionarios que le conocían.
– Vaya lío. Imelda no podía esperarlo -dijo Rio-. Adivino que desarmó ese lugar buscando esas cintas. Para ahora, toda la evidencia contra ella está destruida.
Isabeau se estaba poniendo más caliente e incómoda, la boca le dolía como si alguien le hubiera dado un puñetazo. Incluso sus dientes le dolían. La conversación la ponía enferma.
– Quizá -contestó Conner-, pero si Ottila fue el que puso la idea de grabar las conversaciones en la cabeza de Sobre en primer lugar, hay una buena oportunidad de que las tenga escondidas en algún lugar. Y si fue él quien registró la casa, no tendría razón para encontrarlas. Imelda no tiene la menor idea de que no es leal a ella.
– ¿Por qué yo soy su máxima prioridad?-preguntó Isabeau-. ¿No es el dinero su verdadero motivador? -Unas lágrimas inesperadas manaron y tuvo que parpadear para alejarlas rápidamente.
– Un leopardo sin compañera tiene problemas para resistirse a una hembra en medio del Han Vol Dan. Creo que el instinto de aparearse vence a todo el buen sentido. Introdujiste una sustancia química en su sangre. Será como una fiebre creciente en su cuerpo. Tendrá que venir a por ti -dijo Rio.
Ella se quedó sin respiración. La mirada saltó a Conner en busca de confirmación.
– ¿Es eso lo que te hice? -Se estiró y le rozó la cicatriz de la mejilla con la yema del dedo-. ¿Cuándo hice eso?
Conner le agarró los dedos y los atrajo al corazón.
– Sí. Pero eso no tiene nada que ver con que esté enamorado de ti. Ya había ido lejos antes de que me asestaras el golpe.
– ¿Las garras siempre sueltan la sustancia química?
Una onda de calor la estaba recorriendo, haciéndola sudar. Quizá tenía fiebre por las marcas de garra en el brazo a pesar de la inyección. Él negó con la cabeza.
– Generalmente es deliberado. Tu gata probablemente me marcó a causa de una combinación de cosas. Tu ira, que por cierto era justificada, somos compañeros y nos habíamos enamorado.
– ¿Y Ottila? -No podía evitar la humillación y el dolor de su voz.
– Ella está en celo, surgiendo. No tiene más control sobre sí misma que el que tú tienes sobre ella. Es un proceso que se aprende. La mayor parte de nuestras mujeres tienen la ventaja de padres que les enseñan cómo tratar con los instintos felinos desde que son pequeñas. Tú ni siquiera sabías que eras leopardo. -Se llevó los dedos a la boca y raspó con los dientes, la mirada fija en la de ella-. No te preocupes por ello, Isabeau. Puedo manejar a Ottila.
Ella no estaba segura. Conner parecía invencible. Seguro. Experimentado. Pero había algo aterrador en Ottila. El corazón palpitó ante el pensamiento de que cazara a Conner o a ella. Al parecer no podía soportar el estarse quieta, las piernas inquietas, los nervios de punta.
Se tocó el labio inferior con la lengua y luego asintió, cambiando el tema.
– Mary me ayudará con los preparativos de la boda. Va a hacer unas llamadas a algunas amigas suyas y antes de que protestes y ella sabía que lo harías, ha dicho que te recuerde que conoce a esas personas desde hace más de veinte años.
Conner se mordió la protesta, viendo la felicidad en los ojos de Isabeau. Miró a Rio por encima de su cabeza. Rio le sonrió y se encogió de hombros. Era el día de la boda y sólo tenían que estar atentos.
– Conoces al doctor y a su mujer -indicó Rio-. Ya confiamos en ellos con Jeremiah.
– Doc quiere cerciorarse de que tienes todas las vacunaciones necesarias y las pruebas médicas necesarias. En nuestra sociedad es mucho más fácil casarse, pero queremos ser legales en todos los países. Rellené la licencia para nosotros. Sucede que el doctor tiene un amigo que es juez aquí. Saben que tienen que retener los papeles antes de rellenarlos hasta que esto haya acabado. Está dispuesto a hacer malabares con las fechas por nosotros, conociendo la reputación de Imelda, pero me asegura que será legal y vinculante. Fue bastante fácil conseguir mi certificado de nacimiento y estamos buscando el tuyo. El juez ha sido muy útil. Necesitas firmar un certificado delante del juez indicando que nunca has estado casada.
Ella le frunció el ceño.
– ¿Ya has hecho todo eso? -Por alguna razón estaba enojada con él. Sus emociones fuera de control no tenían ningún sentido.
– No voy a dejarte escapar.
Ella forzó una sonrisa cuando lo que realmente quería era golpearle otra vez. Odiaba la manera en que se estaba sintiendo y ya no confiaba en sí misma, así que tocó el hombro de Jeremiah y dejó el cuarto.
– No sé que está mal conmigo, Mary -dijo, entrando en la cocina y frotándose el brazo-. Estoy muy nerviosa hoy. Conner acaba de contarme algunas de las cosas que ha estado haciendo, los certificados, convirtiéndolos en legal y de repente tuve este deseo loco de llorar. -Suspiró y fue a la ventana, avergonzada de sí misma-. Mi piel se siente demasiado tensa y pica incontrolablemente. Mis emociones están completamente fuera de control. O quiero llorar o estoy enojada y luego estoy desenfrenadamente feliz. ¿Se sienten así todas las novias en el día de su boda?
Mary se dio la vuelta desde donde mezclaba bizcocho en un tazón, su mirada era especulativa.
– Si la gata de la novia está a punto de surgir, entonces sí, tendría que decir que todas esas emociones tienen sentido. Esos son todos los signos clásicos, Isabeau. ¿Ha hablado alguien contigo sobre qué esperar?
– Un poco. Mi gata es una desvergonzada.
Mary se rió.
– Durante el Han Vol Dan, todas las hembras son desvergonzadas. Y es el único momento en que tu macho será tolerante con los flirteos. Nuestros hombres son muy celosos. -Se rió otra vez y miró por la puerta abierta hacia la guarida donde la voz de Doc murmuraba en tonos bajos-. Incluso los viejos hombres tontos-. Había cariño en su voz-. Él todavía me encuentra atractiva, aún con este cuerpo viejo.
– No eres tan vieja, Mary.
– Setenta y uno, niña. Parezco más joven, pero no me muevo tan vivamente como solía. – Vertió la mezcla en un molde y arrebañó todo con cuidado-. En cuanto a ti y tu leopardo, es una experiencia excitante. ¿Tienes miedo?
– Nerviosa. Bien… Un poco atemorizada. ¿Duele?
– Algo, porque puedes sentir la transformación, pero de un modo bueno. No vaciles. Sólo deja que suceda. No te perderás. Estarás allí completamente, sólo que de otra forma.
– ¿Y ella querrá aparearse con su leopardo?
– Sí. Y tú tendrás que dejarla. -Se rió, su expresión soñadora-. Ella sólo te volverá más salvaje para tu hombre.
– Si eso es posible -murmuró Isabeau-. Ya soy bastante salvaje para él y Conner lo sabe.
– Él no sería leopardo si no lo supiera, cariño -dijo Mary-. Empujó el molde en el horno y retrocedió, limpiándose las manos-. Venga, vamos a mirar en el cofre del tesoro y veamos que podemos encontrar.
El corazón de Isabeau saltó. No iba a herir los sentimientos de Mary pasara lo que pasara. La mujer estaba siendo tan amable. Isabeau sentía a su gata cerca, estirándose, empujando, casi ronroneando de necesidad. Los senos comenzaron a dolerle y cuando caminaba, los vaqueros frotaban contra la unión entre las piernas. Todavía no. Estoy un poco irritada contigo, advirtió a su gata.
Al leopardo hembra no pareció importarle. Rodó, haciendo que Isabeau quisiera arquear la espalda. Se sentía un poco desesperada por Conner. El ardor entre las piernas crecía más fuerte con cada paso que daba.
– Me casé en 1958 y llevé un vestido de novia muy atrevido para aquellos tiempos. Tuve que hacerme mi propio vestido de novia, ya que no teníamos acceso a vestidos. Doc era de una aldea diferente y muchos de los de mi pueblo me trataron como si fuera una mujer escarlata. Yo era bastante coqueta en aquellos tiempos y muy desafiante con la tradición. -Mary se rió mientras subía las escaleras al ático y abría la puerta-. Una amiga dibujó el diseño y básicamente lo cosió para mí. Ha sido mi mejor amiga durante todos estos años y vive camino abajo. En su tiempo, fue una diseñadora maravillosa, siempre levantando el listón. Para mí, este vestido representa aventura, un amor profundamente respetuoso y todo lo romántico y mágico.
Miró a Isabeau por encima del hombro.
– Amaba a Doc con todo mi corazón cuando me casé con él y le amo mil veces más ahora. Me sentiría honrada si llevaras este vestido y quizás lo pasaras a tu hija algún día. Cada vez que salió una nueva manera de preservarlo, la utilicé. Está nuevo ahora y tiene 52 años.
Mary se arrodilló delante de un cofre hecho de cedro y abrió lentamente la tapa. Reverentemente apartó varios artículos hasta que sacó una larga caja sellada. Isabeau contuvo la respiración mientras Mary rompía el sello y sacaba el vestido.
– Mary. -Isabeau respiró su nombre, mirando con admiración el vestido.
El vestido era de color champán y marfil, un color menos tradicional que completamente blanco. El vestido era ajustado y tenía una fina falda sedosa que caía hasta el suelo con encaje belga arremolinándose alrededor del dobladillo.
– En aquellos tiempos, el estilo era de faldas con vuelo y mucho encaje. Ni se ajustaba con mi personalidad ni mi figura, así que Ruth adornó el dobladillo y el busto con el encaje belga más fino, pero dejó lo demás sencillo. El busto está bordado con cuentas sobre el encaje. Pocos diseñadores hacían cuentas entonces, pero Ruth siempre había integrado cuentas en sus diseños. Por supuesto el busto sin tirantes era totalmente subido de tono. Algunos diseñadores lo hacían, pero cubrían los hombros con una pequeña chaqueta o lazo para que la novia estuviera decente en la iglesia.
Isabeau se rió.
– Mary, eras una rebelde.
– Nadie hizo mucho caso en aquellos tiempos a los diseños de Ruth. Le dijeron que nunca ascendería a nada. Sólo los hombres podían tener sus propios negocios. Se suponía que las mujeres se quedaban en casa y cuidaban de los niños. Me hacía sentir enojada. Así que le pedí que propusiera el diseño y nuestros amigos ayudaron a encontrar las telas correctas. Tuvimos que buscarlo todo y fue tan caro. Ahora el dinero sería irrisorio, pero entonces, era bastante dinero y por el modo en que vivíamos, difícil de encontrar.
– ¿Fuiste la sensación?
Mary le sonrió.
– Doc no podía quitarme los ojos de encima. El fruncido de raso hacía mi cintura increíblemente pequeña. Pensé que parecía una princesa.
– ¿Quién no lo haría con un vestido tan hermoso?
– Dale la vuelta. Adoro los botones.
Isabeau giró con cuidado el vestido para exponer la espalda. Los diminutos botones de raso adornaban toda la espalda hasta el final de la pequeña cola
– Al principio Ruthie sólo iba a ponerlos en la cintura pero quiso acentuar la línea del vestido, así que al final, los cosió hasta el dobladillo. Para que lo sepas, sentarse no es cómodo. Tienes que posicionar el vestido correctamente, pero es tan hermoso, ¿a quién le importa?
– Es hermoso. -Isabeau tuvo que parpadear para frenar las lágrimas-. ¿Qué si no me vale?
– Te valdrá. Puedo meterle o sacarle si tengo que hacerlo, pero creo que estás muy cerca de la talla que tenía entonces. Y Ruthie está en camino para ayudar, así que si yo no puedo hacerlo, créeme que ella sí.
Isabeau frunció el entrecejo, un pensamiento se le ocurrió.
– ¿No estarás hablando de Ruth Ann Gobel, la famosa diseñadora, verdad?
Mary rió.
– Esa sería Ruthie. Adorará que reconozcas su nombre. Sus vestidos, ahora considerados vintage, se han vuelto populares los últimos años. Apenas se ganaba la vida en su día.
– Mary, este vestido vale una fortuna. Si es el primer vestido que diseñó y cosió, en la condición en que está, el vestido es inapreciable. No puedo aceptarlo…
Mary le dio golpecitos en la mano.
– Insisto. ¿Qué va a hacer, guardado en una caja? Está hecho para llevarlo, para ser especial, para hacer que una mujer se sienta maravillosa. Lleva este vestido hoy y harás a dos ancianas muy felices.
Mary era una mujer muy esbelta ahora, de huesos pequeños, pelo gris, pero los ojos eran brillantes y las pocas arrugas parecían más arrugas de reír. Isabeau podía ver una belleza eterna en ella, en la estructura de los huesos, la piel, la sonrisa lista. O quizá fuera su espíritu interior que brillaba.
– ¿Estás segurísima? -Isabeau tenía miedo de que Mary no comprendiera el tesoro que tenía-. Quizás una nieta…
Mary sacudió la cabeza.
– Esto es por Marisa. Quiero hacer esto. Pasamos tantas horas hablando de ello y planeándolo y si hago esto por mí, voy a hacerlo también por ella. Y Ruthie estuvo tan complacida cuando le dije que tú quizás llevaras mi vestido.
La madre de Conner había tocado tantos corazones. Fue una mujer excepcional y había criado un hijo excepcional. Isabeau se sentía humilde de poder cosechar las recompensas de la amistad de Marisa con Mary.
– Gracias, Mary. Acepto encantada.
– Vamos a probártelo entonces.
Isabeau no podía esperar. De repente estaba muy emocionada con el día de su boda. No llevaría vaqueros y una camiseta de tirantes, llevaría el primer vestido que la famosa diseñadora Ruth Ann Gobel había hecho. Sabía que se sentiría como si estuviera en medio de un cuento de hadas.
Mary se dirigió a la parte trasera de la casa, a un cuarto de huéspedes vacío. Isabeau fue muy cuidadosa, atemorizada de rasgar el vestido. La tela se sentía viva bajo sus manos. Se desnudó y entró en el vestido, meneándose para poder empujarlo sobre los senos. En el momento que Mary comenzó a abrochar los botones, Isabeau pudo decir que encajaba como un guante, como si hubiera sido hecho para ella solamente. Conociendo la historia del vestido eso sólo lo hacía más especial.
Muy lentamente, casi conteniendo la respiración, se giró para mirar a Mary. Se sentía mágica, hermosa, extraordinaria y aún no se había visto a sí misma. Los ojos de Mary se volvieron más brillantes cuando parpadeó contra las lágrimas.
– Oh, querida, gracias por este momento. Estás impresionante. Sabía que me sentiría como si tuviera una hija y lo hago. Mírate en el espejo.
El espejo de cuerpo entero estaba en un soporte de madera. Mary lo giró lentamente hasta que el reflejo de Isabeau la miró fijamente. Ella jadeó y se cubrió la boca con ambas manos.
– ¿Soy realmente yo?
Mary le pasó una mano por el pelo.
– Eres tan hermosa. Creo que tu hombre estará muy feliz de haber deseado una verdadera ceremonia de boda para ti.
Los dedos de Isabeau arrugaron el vestido.
– No le cuentes nada de esto. -El vestido la hacía sentirse más que romántica y hermosa, se sentía sexy. Realmente atractiva. Una tentadora salvaje. Quizá Ruth Ann Gobel había tejido un hechizo del modo en que algunos de los periódicos declaraban cuando hablaban de su trabajo. Las mujeres se sentían diferentes con sus diseños. Isabeau ciertamente lo hacía.
– ¡Oh Mary! -Otra voz sonó desde la puerta, e Isabeau se dio la vuelta para ver a otra mujer. Parecía un poco más gastada que Mary, era un poco más pesada, pero los ojos eran amables y en este momento miraba fijamente a Isabeau prestando mucha atención-. Entonces esta es nuestra pequeña novia. ¿Isabeau Chandler? Soy Ruth Ann Gobel. Mary me dice que puedes necesitar algunas modificaciones, pero no puede decir dónde. Déjame mirar.
Durante las siguientes dos horas, Isabeau fue girada, pinchada, aguijoneada, le lavaron el pelo y se lo rediseñaron en preparación para algunos «arreglos» que Mary y Ruth sentían que eran necesarios para completar el look. Las dos decoraron el bizcocho con sorprendentes florituras y otras mujeres comenzaron a llegar con fuentes de alimento.
– Sal al porche de atrás y toma el té con tu hombre. Hemos sacado fruta, galletas y queso, deberías comer algo -dijo Mary-. Tienes un par de horas para descansar antes de que todos comiencen a llegar.
Isabeau echó una mirada a todas las mujeres de la cocina.
– ¿Hay más?
– Viene todo el valle, querida -contestó Mary con una dulce sonrisa-. Una oportunidad para una celebración, sabes. Todos estamos al otro lado de la sesentena y podemos utilizar algo divertido como esto. Nadie se lo perderá.
Isabeau sacudió la cabeza. Conner no tenía la menor idea de que les tendría a todos ellos metidos en esto con su repentina idea del matrimonio. Ella misma se sentía un poco mareada, la conversación se arremolinó en torno a ella hasta que las palabras se juntaron y sólo hubo un rugido de necesidad en su cabeza. La necesidad de Conner. Necesidad de libertad. Necesidad de dejar salir a su leopardo.
Se pasó las uñas levemente sobre el brazo. Por lo menos durante un ratito las otras mujeres habían logrado ahogar las necesidades de su leopardo, pero después de un rato, la proximidad de tantas hembras, aunque no fueran amenaza para su compañero, hacía que su gata estuviera malhumorada. Isabeau suspiró y vagó al porche de atrás, parándose bruscamente cuando vio a Conner sentado en una mesa con Rio. Una tela larga y alegre en blanco y rojo colgaba hasta el suelo en torno a la mesa circular y una vela apagada adornaba el centro, junto con platos de fresas y frambuesas mezcladas con queso y galletas, una jarra de limonada y otra de té helado. Las señoras ya habían estado aquí.
Estudió a Conner con los ojos entreabiertos, la anchura de los hombros, los músculos pesados del pecho y brazos, la mandíbula firme y la nariz recta, las cuatro cicatrices que sólo le hacían parecer más duro. Todo su cuerpo reaccionó ante la vista de él y algo enteramente travieso y muy sexy la atrapó. Se movió detrás de Conner y se inclinó deliberadamente sobre su hombro, permitiendo que los doloridos senos empujaran contra su cuerpo. Inmediatamente los pezones hormiguearon con excitación. La cabeza estaba contra la de él, la boca cerca de la oreja. Respiró aire tibio en un lado del cuello y apretó los labios contra la oreja.
– Ojalá estuviéramos solos.
Ella sintió la reacción, la pequeña onda de conocimiento que le bajó deslizándose por la espina dorsal, el aumento leve de su temperatura. Sonrió con satisfacción y se hundió en la silla, lo bastante cerca de la de él, empujándose cerca de la mesa para que la tela cayera hacia abajo. Si ella tenía que sufrir, también podría sufrir él.
Tomó una fresa del tazón y mordió la punta, dejando que el zumo brillara en los labios mientras mantenía la mirada fija sobre Conner. Él cambió de postura, aliviando la estrechez de los vaqueros y ella casi ronroneó. Su mirada voló a Rio.
– Me estaba preguntado, aunque hemos repasado todas las contingencias, ideando todo lo que podría fallar… -Se pasó la lengua sobre los labios para atrapar el zumo de fresas-. ¿Recuerdas cuándo Jeremiah dijo que Suma iba a su aldea en Costa Rica y hablaba con los jóvenes? ¿Ha preguntado alguien a Jeremiah si algún otro aceptó la invitación de Suma?
Dejó caer la mano libre en el regazo de Conner, la palma ahuecó la gruesa protuberancia, sólo sosteniéndola durante un momento. Los músculos del muslo de Conner se tensaron. Su cuerpo se tensó. Dio otro mordisco a la fresa y sonrió a Rio.
– Podríamos estar frente a un pequeño ejército de leopardos en ese complejo, ¿correcto?
Rio frunció el entrecejo e inclinó su silla atrás.
– Debería haber pensado en eso. -Miró a Conner-. Ambos deberíamos.
El croar de Conner para expresar su acuerdo fue un pequeño sonido estrangulado cuando ella comenzó a frotar lentamente, acariciando en círculos esa protuberancia dura y gruesa. La mano de Conner cubrió la de ella, apretando la palma contra él y manteniéndola quieta.
– Voy a preguntarle, veré si puedo conseguir una respuesta -dijo Rio. Empujó la silla.
Isabeau le miró irse con una pequeña sonrisa.
– ¿Qué crees que estás haciendo? -siseó Conner.
Ella levantó un hombro y le envió su mejor sonrisa de sirena.
– Jugar con fuego. Me gusta cómo quema.
– Sigue a ese ritmo y serás arrastrada bajo la mesa para darme un pequeño alivio.
Ella negó con la cabeza.
– No esta vez. Esta vez, insistiré en que encuentres un modo de darme a mí algún alivio. Mi gata no aflojará.
Él se recostó en la silla, los ojos se le habían vuelto dorados.
– ¿De verdad? ¿Te está dando problemas hoy? -Su mirada se volvió caliente.
Las llamas lamieron la piel de Isabeau. Trató de frotarle otra vez, pero él apretó los dedos sobre los de ella. Apartó la mano del regazo y le mordió las puntas de los dedos, enviando un espasmo de calor líquido rápidamente a su centro fundido.
– Es caliente como el infierno saber que necesitas mi polla enterrada dentro de tu ardiente cuerpecito. Debería atormentarte un poco y esperar hasta que me ruegues.
Ella se inclinó cerca de él, le lamió la oreja con la punta de la lengua. Los dientes le arañaron el lado del cuello.
– O quizá serás tú quien ruegue.
Él gimió suavemente.
– Me estás matando, nena, con todas esas mujeres que nos rodean. Y créeme, nos están mirando furtivamente. Puedo oír sus cuchicheos y sus risas.
– Las estoy obligando. Querían saber qué clase de paquete entrega mi hombre -susurró y le tironeó del lóbulo de la oreja con los dientes.
– Creo que están juzgando si tengo o no suficiente fuerza para resistir la pequeña tentación de una gata.
– O suficiente virilidad para hacer algo al respecto -contradijo ella.
Él se levantó tan rápido que volcó la silla. Con un movimiento rápido la cogió, la giró y se la puso sobre el hombro, cabeza abajo sobre la espalda. Una mano la sujetó con fuerza bajo el culo mientras salía del porche y se dirigía hacia el granero. La risa les siguió, el sonido tanto de hombres como de mujeres.
– ¿Qué estás haciendo? -Isabeau se agarró a su camisa con ambos puños y se sujetó mientras él caminaba a través del terreno desigual.
– Demostrando mi virilidad, amor. Ciertamente no quiero que tú o la manada de mujeres, creáis que no puedo hacer el trabajo.
– Nadie te está emplazando, loco hombre leopardo, a eso se le llama provocar.
– Un concepto totalmente extraño para mí -dijo y abrió la puerta del granero-. Demostrar la virilidad es algo que comprendo.
Ella se reía con tanta fuerza que apenas podía sostenerse.
– Bájame, cavernícola.
– Soy el gobernante del bosque y he capturado a mi compañera.
Rio dio un paso delante de él, con Doc a su lado.
– Puedes bajar a tu pequeña cautiva aquí, Tarzán y retroceder.
Conner se dio la vuelta hacia Felipe y Marcos que entraron por su izquierda. Felipe sacudió la cabeza y chasqueó los dedos.
– Dame a la chica, hombre mono.
Conner gruñó una advertencia y giró a la derecha, sólo para ser bloqueado por Leonardo y el marido de Ruth Ann Gobel, Dan.
Leonardo levantó la mano.
– No lo creo, no en tu día de la boda. Devuélvenos a nuestra hermana.
Conner giró en círculos, Isabeau reía incontrolablemente mientras eran rodeados por los hombres. La mayoría tenía sesenta o setenta años, pero parecían severos e inflexibles.
– Entrégala -ordenó Doc.
Conner puso de mala gana a Isabeau sobre los pies, sosteniendo su cuerpo delante de él, el brazo curvado alrededor de la cintura.
– No comprendéis -dijo cuando la muchedumbre se apretó más cerca-. Las mujeres desafiaron mi virilidad. No tenía elección.
Rio torció el dedo hacia Isabeau.
– Ven aquí, hermanita.
Isabeau no podía mantener la cara seria. Rio logró parecer aterrador, pero sus ojos se reían como hacían los de la mayor parte de los hombres más ancianos. Leonardo y Felipe simplemente se reían disimuladamente. Deslizó una mano detrás de la espalda y continuó masajeándole lentamente la gruesa erección, mientras fingía todo el tiempo luchar contra el brazo de Conner.
– No me dejará ir.
– Voy a tener que llevarle detrás del granero y enseñarle algunos modales -declaró Doc-. Deja ir a la chica.
– No va a suceder, Doc -dijo Conner, sosteniéndola contra él. Los dedos de Isabeau eran pura magia. Había olvidado divertirse. Quizá todos ellos. Abel y Mary les recordaban qué la vida era todo eso, compartida con la familia y amigos. Risa y esperanza. Amor. Y amaba a Isabeau Chandler con toda su alma.
– Él es demasiado fuerte, Rio -declaró Isabeau y luego levantó el brazo hacia atrás para engancharlo en torno al cuello de Conner y atraer su cabeza hacia abajo.
Los labios fueron terciopelo suave, firmes y demasiados tentadores para resistirse. La boca era caliente, la lengua se enredó sensualmente con la de él. Por un momento, él se olvidó de la audiencia y del juego tonto y se perdió en la maravilla del beso. Saboreó amor y fue la especia más adictiva que había.
– ¡Oye! -dijo Rio-. Hermanita, creo que eres peor que él. Suéltala, Conner o te llevaremos detrás del granero para darte una pequeña lección de respeto.
– En realidad -replicó Conner, sin insinuación de remordimiento-, estoy siendo respetuoso. Trato de evitar que vosotros y vuestras mujeres veáis vuestros defectos. Si no mantengo a Isabeau aquí, podríamos tener un motín en las manos.
Ella se dio la vuelta y le empujó para alejarle con ambas manos sobre el pecho, el color le inundaba la cara.
– Eres terrible.
Marchó hacia Rio, la nariz en alto.
El doctor interceptó su camino, agarrándola del brazo.
– Señorita, creo que debes venir conmigo. Es obvio que debo ponerte bajo custodia preventiva.
Ella giró la cabeza para mirar a los hombres rodear a Conner. Se reían mientras avanzaban de modo amenazador. Tenía la sensación de que el desposado estaba a punto de ser sujeto de algún antiguo ritual. Volvió a la casa con Doc. Las mujeres estaban reunidas en el porche, mirando las bufonadas de los hombres, riéndose juntas.
Mary chasqueó un paño de cocina hacia ella.
– Chica traviesa. -La diversión chispeaba en sus ojos-. Firma los documentos para Abel y déjale completar tus certificados de salud, te hemos preparado un baño agradable. Claudia te peinará. Es una peluquera maravillosa. El pelo del leopardo crece espeso y rápido y el tuyo tiene rizos. Podrá ponerlo de forma hermosa.
– He traído joyas -dijo otra mujer-. Soy Monica, diseñadora de joyas. Tan pronto como Mary me llamó y dijo que eras la nuera de Marisa, supe que había encontrado a la persona perfecta para mis diseños más especiales. Han estado ahí. Nunca los he mostrado. Sabía que eran para una ocasión importante. Es mi regalo para ti en el día de tu boda.
Levantó una caja. Diamantes champán chispearon en un remolino de centelleantes diamantes blancos que caían en lágrimas desde una cadena de oro blanco. Los pendientes eran pequeñas lágrimas que hacían juego con el collar. Eran las joyas más hermosas que Isabeau había visto jamás. Retrocedió, sacudiendo la cabeza.
– No puedo aceptar esto.
Monica le sonrió.
– Tengo ochenta y dos, Isabeau. No tengo hijos y este es mi trabajo. Estoy agradecida por la oportunidad de dárselo a alguien que lo atesorará.
Isabeau sintió lágrimas que la ahogaban. La bondad de estas personas, la completa generosidad era asombrosa. Dejó salir el aliento, luchando por no llorar.
– Entonces, gracias. Nunca me olvidaré de ninguna de vosotras. Me hacéis sentir como si realmente tuviera familia.
Las mujeres se sonrieron unas a otras y la acomodaron en la casa, fuera de la vista de Conner.