173268.fb2 Fuego Ardiente - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 2

Fuego Ardiente - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 2

Capítulo 1

Primero oyó a los pájaros. Miles de ellos. De todas variedades, todos trinando una canción diferente. Para un oído no entrenado el sonido habría sido ensordecedor, pero para él era música. En su interior, el leopardo saltó y rugió, agradecido de inhalar el olor de la selva tropical. Saltó del barco al muelle desvencijado, los ojos se dirigieron a la canopia que se alzaba como verdes torres en todas direcciones. El corazón saltó. No importaba en qué país estuviera, la selva tropical era su hogar, cualquier selva tropical; pero aquí había nacido, en las tierras vírgenes de Panamá. Como adulto, había escogido vivir en la selva tropical de Borneo, pero sus raíces estaban aquí. No se había dado cuenta de cuánto había echado de menos Panamá.

Giró la cabeza, echando una mirada alrededor, saboreando la mezcla de olores y los ruidos de la selva. Cada sonido, desde la cacofonía de pájaros a los chillidos de los monos aulladores al zumbido de los insectos, contenía información en abundancia si uno sabía cómo leerla. Él era un maestro. Conner Vega flexionó los músculos, sólo un pequeño encogimiento de hombros, pero su cuerpo se movió con vida, cada músculo, cada célula reaccionaba al bosque. Quería desgarrar sus ropas y correr libre y salvaje como su naturaleza demandaba. Él parecía civilizado con sus vaqueros y la sencilla camiseta pero no había ni un hueso civilizado en su cuerpo.

– Te está llamando -dijo Rio Santana mirando a las pocas personas a lo largo del río-. Aguanta. Tenemos que salir de la vista. Tenemos audiencia.

Conner no le miró, ni a los otros que maniobraban en pequeños barcos río arriba. El corazón le latía tan fuerte que la sangre tronaba por sus venas, bajando y fluyendo como la savia en los árboles, como la alfombra móvil de insectos en el suelo del bosque. Los matices de verde, cada matiz del universo, estaban comenzado a crear bandas de color mientras su leopardo le llenaba, estirándose en busca de la libertad de su patria.

– Aguanta -insistió Rio entre dientes apretados-. Maldita sea, Conner, estamos a simple vista. Controla a tu felino.

Los leopardos de Panamá y Colombia eran los más peligrosos de todas las tribus, los más imprevisibles y Conner siempre había sido un producto de su genética. De todos los hombres del equipo, él era el más mortal. Rápido, feroz y letal en el combate. Podía desaparecer en la selva e irrumpir en un campamento enemigo por la noche hasta que estuvieran tan turbados, tan obsesionados por un asesino fantasmal que nadie notaba que abandonaban su posición. Era inapreciable, y aún así, volátil y muy difícil de controlar.

Necesitaban sus habilidades particulares en esta misión. El haber nacido en la selva tropical de Panamá le daría a la gente leopardo del área una ventaja clara para encontrar a los cambia formas esquivos y muy peligrosos. Conner también le daba al equipo la ventaja de conocer a las tribus de indios locales. La selva tropical, la mayor parte inexplorada, incluso para otros cambia formas, podía ser difícil de navegar. Pero con Conner que había crecido allí y que la había utilizado como su campo de juegos personal, no se verían frenados cuando debieran moverse con rapidez.

La cabeza de Conner giró en un movimiento lento que indicaba a un leopardo cazando. Estaba cerca de cambiar, demasiado cerca. El calor tiraba de él. El olor del animal salvaje, de un macho en la flor de la vida, fuerte y astuto que rasgaba y arañaba por escapar penetró el aire.

– Ha pasado un año desde que estuve en una selva tropical. -Conner dejó caer la mochila a los pies de Rio. Su voz era ronca, casi resoplando-. Mucho más desde que he estado en casa. Déjame ir. Te alcanzaré en el campamento base.

Fue un pequeño milagro y un testimonio de la disciplina de Conner que esperara a la cabezada de asentimiento de Rio antes de comenzar a andar rápidamente hacia la línea de árboles cerca del río. A unos dos metros dentro del bosque la luz del sol se convirtió en unas pocas manchas sobre las anchas plantas frondosas. El suelo del bosque, de capas de madera y vegetación, se sentía familiar y esponjoso bajo los pies.

Se desabrochó la camisa, ya mojada de sudor. El calor opresivo y la pesada humedad afectaban a la mayoría de las personas, pero a Conner le vigorizaba. Los nativos llevaban un taparrabos y poco más por una razón. Las camisas y los pantalones rápidamente se volvían húmedos, rozaban la piel causando erupciones y llagas que podían infectarse rápidamente aquí fuera. Se quitó la camisa y se dobló para desatar las botas, enrollando la camisa y empujándola dentro de una bota para que Rio la recuperara.

Se puso derecho, inhalando profundamente, echando una mirada a la vegetación que lo rodeaba. Los árboles subían hasta el cielo, dominando desde las alturas como grandes catedrales, un dosel tan grueso que la lluvia tenía que luchar por perforar las variadas hojas y golpear a los gruesos arbustos y a los helechos de abajo. Las orquídeas y las flores rivalizaban con el musgo y los hongos, cubriendo cada pulgada concebible de los troncos mientras trepaban hacia el aire libre y la luz del sol, tratando de perforar el grueso dosel.

Su animal se movió bajo la piel, picando mientras se deslizaba fuera de los vaqueros y los empujaba a fondo en la otra bota. Necesitaba correr libre en su otra forma más de lo que necesitaba cualquier otra cosa. Había pasado tanto tiempo. Salió disparado esprintando entre los árboles, haciendo caso omiso de los pies descalzos, saltando por encima de un tronco podrido mientras se estiraba buscando el cambio. Siempre había sido rápido cambiando de forma, una necesidad viviente en la selva tropical rodeado por depredadores. No era ni completamente leopardo ni completamente hombre, sino una mezcla de los dos. Los músculos se desgarraron, un dolor satisfactorio cuando el leopardo saltó hacia delante, asumiendo su forma mientras el cuerpo se inclinaba y las cuerdas de músculos se movieron bajo la piel gruesa.

Dónde habían estado sus pies, unas patas acolchadas se abrieron camino fácilmente sobre el suelo esponjoso de la selva. Subió sobre una serie de árboles caídos y atravesó la espesa maleza. Tres metros más allá en la selva, la luz del sol desaparecía enteramente. La selva le había tragado y dio un suspiro de alivio. Pertenecía. Su sangre se encrespó caliente en las venas mientras levantaba la cara y dejaba que los bigotes actuaran como el radar que eran. Por primera vez en meses, se sentía cómodo en su propia piel. Se estiró y pisó más profundamente en la familiar selva.

Conner prefería su forma de leopardo a la del hombre. Cargaba con demasiados pecados en su alma para estar enteramente cómodo como humano. Las marcas de garras grabadas profundamente en su cara atestiguaban eso, marcándole para siempre.

No le gustaba pensar demasiado acerca de esas cicatrices y de cómo habían sucedido o porque había permitido que Isabeau Chandler se las infligiera. Había tratado de huir a los Estados Unidos, para poner tanta distancia como pudo entre él y su mujer, su compañera, pero no había podido sacarse de encima la mirada en la cara de Isabeau cuando ella averiguó la verdad acerca de él. El recuerdo le obsesionaba día y noche.

Era culpable de uno de los peores crímenes que los de su clase podían cometer. Había traicionado a su propia compañera. No había sabido que ella era su compañera cuando aceptó el trabajo de seducirla y acercarse a su padre, pero eso no importaba.

El leopardo levantó la cara al viento y echó para atrás los labios en un gruñido silencioso. Sus patas se hundieron silenciosamente en la vegetación en descomposición del suelo de la selva. Se movió por la maleza, la piel se deslizaba en silencio por las hojas de los numerosos arbustos. Periódicamente se detenía y rastrillaba las garras en el tronco de un árbol, marcando su territorio, restableciendo su reclamo, permitiendo que los otros machos supieran que él estaba en casa y era alguien con el que lidiar. Había aceptado este trabajo para permanecer fuera de la selva tropical de Borneo donde Isabeau vivía. No se atrevía a ir allí. Porque sabía que si iba, finalmente, olvidaría todo acerca de ser civilizado y permitiría que su leopardo se liberara para encontrarla y ella no quería tener nada, nada, que ver con él.

Un gruñido bajo retumbó en su garganta cuando trató de cortar los recuerdos. Ardía por ella. Noche y día. No importaba que hubiera puesto un océano entre ellos. La distancia nunca importaría, ahora que sabía que estaba viva y la había reconocido. Él tenía todos los rasgos de un leopardo, los reflejos, la agresividad y la astucia, la ferocidad y los celos, pero sobre todo la forma de encontrar a su compañera y conservarla. El hombre en él quizás comprendía que la ley de la selva ya no era el modo en que su gente podía vivir, pero aquí en la selva tropical, no podía evitar que las necesidades primitivas se alzaran afiladas y fuertes.

Había pensado que volver a casa ayudaría, pero en vez de eso, la ferocidad estaba en él, atrapándolo por los dientes, golpeando contra su cuerpo con la necesidad urgente hasta que quería rastrillar y arañar, desgarrar a un enemigo y rugir a los cielos. Quería localizar a Isabeau y reclamarla tanto si ella lo deseaba como si no. Desafortunadamente, su compañera era cambia forma también, lo que significaba que compartía todos los mismos rasgos feroces, inclusive el permanente y violento odio.

Alzó la mirada a los árboles altos, al grueso dosel que no dejaba pasar la luz del sol. Las flores se adherían a los troncos de los árboles, un derroche de color, rivalizando con el musgo y los hongos, todos estirándose hacia la luz de arriba. Los pájaros revoloteaban de rama en rama, el dosel vivo con un movimiento constante, así como el suelo esponjoso con millones de insectos. Las colmenas de abejas colgaban en grandes panales macizos, ocultas por hojas y anchas líneas enroscadas alrededor de torcidas secciones, casi imposibles de ver entre la multitud de ramas entrelazadas.

Quería embeberse de la belleza de todo ello. Quería olvidar lo que le había hecho a su propia compañera. Ella había sido tan joven e inexperta, un objetivo fácil. Su padre, un médico, había sido el modo de llegar al campamento enemigo. Acercándose a ella tendría al padre. Era bastante fácil. Isabeau había caído bajo su hechizo inmediatamente, atraída por él, no a causa de su atracción animal, sino porque ella había sido suya en un ciclo vital anterior. Tampoco lo había sabido.

Desafortunadamente, había caído profundamente bajo el hechizo de ella. No se suponía que tuviera que seducirla o dormir con ella. Había estado obsesionado con ella, incapaz de mantener las manos lejos de ella. Debería haberlo sabido. Había sido tan inexperta. Tan inocente. Y él había utilizado eso en su ventaja.

No había considerado nada más allá de su propio placer. Como qué sucedería cuando la verdad surgiera. Que ella ni siquiera sabía el nombre verdadero de él. Que ella era un trabajo y su padre el premio. Gimió y el sonido salió en un suave retumbo.

Él nunca había cruzado la línea con una mujer inocente. Ni una vez en toda su carrera hasta Isabeau, humana o leopardo. Ella aún no había experimentado el Han Vol Dan, el calor de un leopardo hembra, ni había surgido su leopardo. Esa fue la razón de que no la hubiera reconocido como leopardo ni como su compañera. Debería haberlo hecho. Los destellos de imágenes eróticas en su cabeza cada vez que ella estaba cerca, el modo en que no podía pensar cuando estaba con ella: eso le debería haber avisado. Sólo estaba en su segundo ciclo vital y no había reconocido lo que tenía delante de él. La ardiente necesidad, tan fuerte, creciendo más fuerte cada vez que la veía. Siempre había estado bajo control, pero con ella, un fuego salvaje lo atravesaba, robándole el sentido común y había cometido el último error con una marca.

Había necesitado. Había ardido. La había saboreado en la boca. Respirado en sus pulmones. Había dormido con ella. La sedujo deliberadamente. Se regodeó en ella hasta que estuvo grabada en sus huesos. Cedió a sus instintos y había provocado un daño irreparable a su relación.

Sobre su cabeza un mono aullador chilló una advertencia y le tiró una ramita. No se dignó a mirar arriba, solamente saltó a las ramas bajas y avanzó por el árbol. Los monos se dispersaron, chillando en alarma. Conner saltó de rama en rama, trepando hasta la carretera de la selva. Las ramas se superponían de árbol en árbol, haciendo fácil el conducirse a través de los árboles. Los pájaros salieron volando en alarma. Los lagartos y las ranas corrieron fuera de su camino. Unas pocas serpientes levantaron las cabezas, pero la mayoría le ignoraron mientras caminaba con las patas acolchadas de forma constante al interior.

Mientras avanzaba más profundamente en la selva, el sonido del agua era constante otra vez. Se había alejado del río, pero estaba cerca de otro tributario y una serie de tres caídas. Las piscinas eran frías según recordó. A menudo, cuando era joven, había nadado en las piscinas y dormitado en los cantos rodados planos que sobresalían de la montaña.

La cabaña donde iba a encontrarse con Rio y el resto del equipo estaba justo adelante. Construida sobre zancos, estaba colocada en la curva de tres árboles. La cabaña se convertía en parte de la red de ramas, de fácil acceso para los leopardos. A la sombra del árbol más alto cambió de vuelta a su forma humana.

A la izquierda de la cabaña le habían dejado una ordenada pila de ropa doblada al lado de una pequeña ducha al aire libre. El agua era fría, pero refrescante y se aprovechó de ello, restregando el sudor del cuerpo y estirando los músculos después de que correr por la selva. Su leopardo casi tarareaba, feliz de estar en casa mientras se vestía con la ropa que Rio le había dejado.

Conner se detuvo en el pequeño porche delantero de la casa construida en el árbol. Olió el aire. Reconoció los olores de los cuatro hombres en el interior. Rio Santana, el hombre que dirigía el equipo. Elijah Lospostos, el miembro más nuevo del equipo. Conner no le conocía tan bien como a los otros, pero parecía extremadamente capaz. Sólo habían trabajado juntos un par de veces, pero el hombre no holgazaneaba y era rápido y callado. Los otros dos hombres eran Felipe y Leonardo Gomez Santos de la selva tropical brasileña, un par de hermanos que eran brillantes en operaciones de salvamento. Tampoco se estremecían bajo las peores circunstancias y Conner prefería trabajar con ellos que con nadie más. Ambos eran agresivos y tenían una paciencia interminable. Siempre hacían el trabajo. Conner estaba complacido de que estuvieran a bordo en esta misión, cualquiera que fuese. Tenía la sensación de que la misión iba a ser difícil dado que Rio le había solicitado a él específicamente.

Abrió la puerta y los cuatro hombres alzaron la mirada con sonrisas rápidas. Ojos serios. Captó eso enseguida así como la tensión creciente del cuarto. El estómago se le anudó. Sí, esta iba a ser una mala. Eso por estar feliz de volver a casa.

Cabeceó hacia los otros.

– Es bueno regresar.

– ¿Cómo está Drake? -preguntó Felipe.

Drake era probablemente el más popular de todos los leopardos con los que trabajaban y a menudo dirigía el equipo en misiones de rescate. Era el más metódico y disciplinado. Los leopardos machos tenían notoriamente mal humor y muchos en cercana proximidad podían causar estallidos de ira que se agravaban rápidamente, pero no con Drake alrededor. El hombre era un diplomático y líder nato. Había sido herido tan seriamente durante un rescate que le habían colocado placas en las piernas, placas que le impedían cambiar. Todos sabían lo que eso significaba. Más pronto o más tarde, él no podría vivir con la pérdida de su otra parte.

– Drake parece estar haciéndolo bien. -Drake había ido a los Estados para poner distancia entre él mismo y la selva tropical en un esfuerzo por aliviar el dolor de no poder cambiar. Había aceptado un trabajo con Jake Bannaconni, un leopardo que desconocía su herencia felina y que vivía en los Estados Unidos. Conner había seguido a Drake a los Estados Unidos y había trabajado para Bannaconni-. Tuvimos algún problema y Drake fue herido otra vez, misma pierna, pero Jake Bannaconni arreglo un injerto de hueso para reemplazar las placas. Todos estamos esperando que funcione.

– Quieres decir que Drake quizás pueda cambiar otra vez -la ceja de Leonardo se disparó arriba y parte de la preocupación en sus ojos negros retrocedió.

– Eso es lo que esperamos -contestó Conner. Miró a Rio-. Yo no habría regresado con Drake en el hospital pero dijiste que era urgente.

Rio asintió.

– No te lo habría pedido pero realmente te necesitamos en esto. Ninguno de nosotros conoce este territorio.

– ¿Has informado a los locales? -Conner se refería a los ancianos de su propia aldea. Eran solitarios y difíciles de encontrar, pero los leopardos podían mandar recado cuando atravesaban el patio trasero de otro.

Rio sacudió la cabeza.

– El representante del cliente nos advirtió que un par de los leopardos se han rebelado y ahora trabajan para esta mujer. -Rio tiró una fotografía encima de la áspera mesa-. La llaman mujer sin corazón <sup><strong><sup>[1]</sup></strong></sup>.

– Mujer sin corazón -tradujo Conner. Imelda Cortez. Sé de ella, cualquiera que haya crecido en estas partes conoce a su familia. También es conocida como víbora, la víbora. No quieres tener nada que ver con ella. Cuándo dicen que no tiene corazón, hablan en serio. Ha estado asesinando a los indios locales durante años y robando su tierra para las plantaciones de cocos. Los rumores, son que ha estado presionando más y más profundo en la selva, tratando de abrir más rutas de contrabando.

– Los rumores tienen razón -dijo Rio-. ¿Qué más sabes de ella?

Conner se encogió de hombros.

– Imelda es la hija del difunto Manuel Cortez. Aprendió su crueldad y arrogancia en la cuna y se hizo cargo de las conexiones de su padre tras su muerte. Paga con dólares a toda la milicia local y compra a los funcionarios como si fueran dulces.

Se encontró con los ojos de Rio.

– Sea cual sea esta operación, todos estarán contra ti. Incluso algunos de mi propia gente habrán sido comprados. No podrás fiarte de nadie. ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

– No creo que tengamos elección -contestó Rio. Se encontró con los ojos de Conner-. Comprendo que ella es una fiera devoradora de hombres y prefiere machos muy masculinos y dominantes.

El cuarto se quedó silencioso. La tensión se estiró. El color dorado de los gatunos ojos de Conner se profundizó a puro whisky, brillando con alguna débil amenaza. Un músculo hizo tictac en la mandíbula.

– Hazlo tú, Rio. Yo ya no hago esa clase de trabajo.

– Sabes que no puedo. Rachel me mataría y francamente, no tengo la misma clase de cualidad dominante que tú. Las mujeres siempre van a por ti.

– Tengo una compañera. Ella puede odiar mis intestinos, pero no la traicionaré más de lo que ya lo he hecho. No. -Medio giró, preparado para marcharse.

– Tu padre nos envió mucha de la información -dijo Rio, su voz calmada.

Conner le daba la espalda al hombre. Se paró, cerró los ojos brevemente antes de girarse. Todo su comportamiento cambió. El leopardo ardía en sus ojos. Había una amenaza en los movimientos de su cuerpo, en la manera fluida y peligrosa que se deslizó hacia Rio. La amenaza fue suficiente para que los otros tres hombres se pusieran de pie. Conner los ignoró, parándose delante de Rio, los ojos dorados enfocados completamente en su presa.

– Mi padre observa las viejas maneras. Él no pediría ayuda a intrusos. Jamás. Y él no ha hablado conmigo desde que me repudió hace muchos años.

Rio retiró una piel bronceada de cuero de su mochila.

– Me dijo que tú no me creerías y me pidió que te diera esto. Dijeron que sabrías lo que significaba.

Los dedos de Conner se cerraron sobre la piel gruesa, abriendo unos surcos. Se quedó sin respiración. La garganta ardió en carne viva. Giró lejos de los otros y se paró en la puerta, aspirando el aire de la noche. Por dos veces abrió la boca pero nada salió. Forzó el aire en los pulmones.

– ¿Cuál es el trabajo?

– Lo siento -dijo Rio.

Todos supieron lo que la piel de leopardo significaba y por la manera en que Conner la sostenía contra él, no cabía duda de que conocía y amaba al propietario.

– Conner… hombre… -comenzó Felipe y entonces dejó que las palabras murieran.

– ¿Cuál es el trabajo? -repitió Conner sin mirar a ninguno de ellos. No podía. Sus ojos ardían como ácido. Se paró con la espalda hacia ellos, sosteniendo la piel de su madre contra el corazón, tratando de no permitir nada en su mente excepto el trabajo.

– Imelda Cortez ha decidido dirigir sus rutas de contrabando por la selva tropical. No puede utilizar a sus hombres porque no están acostumbrados al ambiente. Los caminos se convierten en barro, se pierden, los mosquitos se los comen vivos, e incluso los pequeños cortes se infectan. Ha perdido a varios de sus hombres por heridas, enfermedades y depredadores. Una vez en la profundidad de la selva, son fáciles de eliminar con dardos envenenados.

– Ella necesita la cooperación de los tribus de indios que ha estado aniquilando, pero no son demasiado cariñosos con ella -adivinó Conner.

– Correcto -dijo Rio-. Necesitaba convencerlos para que trabajaran para ella. Ha comenzado a tomar a sus niños y mantenerlos como rehenes. Los padres no quieren recuperar a sus niños en pedazos así que transportan sus drogas a través de las nuevas rutas donde es improbable que los agentes del gobierno los puedan rastrear o interceptar. Con los niños de rehenes, ella ha añadido la prima de no tener que pagar a sus mensajeros. -Rio sacó un sobre sellado de la mochila-. Esto vino para ti también.

Conner se giró entonces, evitando los ojos demasiado conocedores de Rio. Extendió la mano y Rio le puso el sobre en la palma.

– Necesitaré saber si tu padre cree que nuestra especie leopardo ha sido comprometida -dijo Rio-. ¿Los dos renegados que trabajan para ella le han rebelado lo que ellos son o simplemente están aceptando su dinero?

Conner le miró entonces. Los iris casi habían desaparecido en los ojos. Las llamas ardían en las profundidades. Sería la traición más alta para un leopardo revelar a un intruso lo que él era. Rasgó el sobre y sacó una sola hoja de papel. La miró por un largo momento, leyendo la misiva de su padre. Los insectos de la noche sonaban excesivamente fuerte en el pequeño cuarto. Un músculo le hizo tictac en la mandíbula. El silencio se propagó.

– Conner -apremió Rio.

– Puedes querer cambiar de opinión acerca de la misión -dijo Conner y con cuidado, con manos reverentes, dobló y devolvió la piel a la mochila-. No es sólo un rescate de rehenes. Es un golpe también. Uno de los dos leopardos renegados que trabajan para Imelda asesinó a mi madre. Imelda sabe de la gente leopardo.

Rio juró y cruzó a la cocina para servirse un café.

– Hemos sido comprometidos.

– Dos de los nuestros nos traicionaron a Imelda. -Conner levantó la mirada, se frotó los ojos y suspiró-. No tengo elección si queremos asegurarnos de que nuestros secretos permanezcan así, secretos para el resto del mundo. Parece que a Imelda le gustaría tener un ejército de leopardos. Los ancianos han cambiado la ubicación de la aldea más profundamente en la selva tropical en un esfuerzo por evitar que ella llegue a otros que podrían desear su dinero. Los únicos que pueden llegar a ellos son los dos leopardos renegados que ya trabajan para ella y serían asesinados instantáneamente si se atrevieran a acercarse a la aldea. -Sonrió y no había humor en ese destello de dientes blancos y afilados-. Ellos nunca serían tan estúpidos.

– ¿Cómo murió tu madre? -preguntó Felipe, su voz muy tranquila.

Hubo otro largo silencio antes de que Conner contestara. Afuera, un mono aullador chilló y varios pájaros devolvieron la llamada.

– Según la carta de mi padre, uno de los renegados, Martin Suma, la mató cuando ella trató de evitar que cogiera a los niños. Ella estaba con Adán Carpio, uno de los diez ancianos de la tribu de Embera, y su mujer, cuándo los hombres de Cortez atacaron y tomaron a los niños de rehenes. Suma dirigía a los hombres de Cortez y asesinó a mi madre primero, sabiendo que ella era la amenaza más grande para ellos. -Conner mantuvo su tono sin expresión-. Suma nunca me ha visto si te preocupa ese detalle. He estado en Borneo lo suficiente para parecerme a uno de esa zona. Felipe y Leonardo son de Brasil, Elijah puede ser de donde sea, pocas personas han visto jamás su cara y tú eres de Borneo. Ellos no sospecharán de mí. Entraré en el complejo, localizaré a los niños y una vez los pongamos a salvo, eliminaré a los tres. Es mi trabajo, no el tuyo.

– Entraremos juntos -dijo Rio-. Como un equipo.

– Aceptaste esta misión con la buena fe de que era un rescate y lo es. El resto, déjamelo a mí. -Giró la cabeza y miró directamente al líder del equipo-. No es como si tuviera mucho esperándome, Rio y tú tienes a Rachel. Debes regresar a ella de una pieza.

– Esta no es una misión suicida, Conner. Si estás pensando en esos términos, entonces terminamos tu participación aquí mismo -dijo Rio-. Todos entraremos, haremos el trabajo y todos saldremos.

– Tus ancianos no permiten la venganza cuando uno de nosotros es asesinado en nuestra forma de leopardo -dijo Conner, sacando a relucir un tema doloroso. Rio había sido desterrado de su tribu después de localizar al asesino de su madre.

– No es la misma cosa -replicó Rio-. Suma asesinó a tu madre. Un cazador mató a la mía. Conocía el castigo y aun así lo localicé. Esto es justicia. Él no sólo asesinó a una mujer de nuestro pueblo, sino que nos ha traicionado a todos. Podría exterminarnos. Entraremos juntos. Antes que nada, los niños tienen que ser salvaguardados.

– Necesitaremos suministros aquí y allá, a lo largo de una ruta convenida para movernos rápidamente. El equipo puede llevar a los niños al interior hasta que neutralicemos a Imelda, pero no sin suministros para alimentar y cuidarlos hasta que alcancen la seguridad -dijo Conner-. Entraré, marcaré las áreas desde encima y tú las de abajo. También querremos tener un par de líneas de escape. Necesitaremos planearlas y ropa de reserva, armas y alimento por las rutas.

– Tendremos que hacerlo rápidamente. Tenemos una oportunidad para el contacto en seis días. El jefe de turismo da una fiesta e Imelda estará allí. Hemos arreglado que un empresario brasileño, Marco Suza Santos, sea invitado. Somos su destacamento de seguridad. Es nuestra única oportunidad para lograr una invitación a su sede, de otro modo tendremos que irrumpir. No sabiendo exactamente donde están los niños es muy arriesgado.

– Lo tomo como que es familiar vuestro -dijo Conner, mirando a los dos brasileños.

– Tío -dijeron a la vez.

Conner cuadró los hombros y volvió a la mesa.

– ¿Tenemos alguna idea de la disposición del complejo de Imelda?

– Adán Carpio es el hombre que inició el contacto original con nuestro equipo -contestó Rio-. Ha proporcionado dibujos del exterior, la seguridad, ese tipo de cosas, pero nada de dentro del complejo. Está tratando de conseguir información de algunos de los indios que han sido sirvientes allí, pero aparentemente pocos dejan el servicio vivos.

– Le conozco bien, un buen hombre -dijo Conner-. Hay pocos como él en la selva tropical. Habla español tan bien como su propio idioma y es fácil comunicarse con él. Si dice algo, es verdad. Acepta su palabra. Adán es considerado un hombre muy serio en la jerarquía de la selva tropical, muy respetado por todos las tribus, inclusive la mía.

De un leopardo, eso era un elogio y Rio lo sabía.

– Sus nietos son dos de los niños capturados. Cinco rehenes fueron cogidos, tres de la tribu Embera y otros dos de la tribu Waounan, todos hijos, hijas o nietos de los ancianos. Imelda amenazó con cortar a los niños en pedazos y enviarlos así si cualquiera trata de rescatarlos, o si las tribus se niegan a trabajar para ella.

El aliento de Conner se le quedó atascado en los pulmones.

– Habla en serio. Sólo tendremos una oportunidad para entrar y salir limpiamente. Adán conoce la selva tropical como la palma de la mano. Está entrenado en supervivencia por las Fuerzas Especiales de varios países. Aguantará y será una ventaja, créeme. Puedes confiar en él. -Se restregó la mano sobre la cara-. Los dos leopardos renegados que han traicionado a nuestra gente, ¿está Adán seguro de que están en la nómina de Imelda o actúan independientemente?

Rio asintió.

– La mayor parte de la información sobre ellos vino de tu padre…

– Raúl o Fernández. No le he llamado padre en años -interrumpió Conner-. Utilizo Vega, el nombre de mi madre. Él puede haberme llamado, pero no somos cercanos, Rio.

Rio frunció el entrecejo.

– ¿Es de confianza? ¿Nos tendería una trampa? ¿Te la tendería a ti?

– ¿Por qué nos despreciamos el uno al otro? -preguntó Conner-. No. Es leal a nuestro pueblo. Puedo garantizar su información. También puedo decirte con certeza que él no es nuestro cliente. Él nunca pensaría en pagar un rescate por esos niños. Se aprovecha de quienquiera que sea nuestro cliente y agrega el golpe a nuestro trabajo. Y no trabajará con nosotros ni nos dará ayuda.

Hubo otro largo silencio. Rio suspiró.

– ¿Hay nombres en esa lista?

– Imelda Cortez es el número uno. Nadie puede confiar en ella con la información que tiene e incluso si rescatamos a los niños, ella regresará por más. Los otros dos nombres son los dos leopardos renegados que trabajan para ella y que han traicionado a nuestro pueblo.

– Esos dos nos reconocerán como leopardos -indicó Rio-. Y sabrán que eres de esta región.

Conner se encogió de hombros.

– Reconocerán a tu empresario como leopardo también. Santos está obligado a tener leopardos para su seguridad. No sería ten loco para no hacerlo. En cuanto a mí, hay tres tribus de leopardo que residen en la selva tropical de Colombia y Panamá, pero no nos mezclamos mucho. Los traidores probablemente reconocerían el nombre de mi padre como uno de los ancianos en la aldea, pero utilizo el nombre de mi madre. Además, pocas personas saben de mí, viví con mi madre lejos de nuestra aldea.

Hubo un jadeo colectivo.

Los compañeros siempre permanecían juntos. Conner les disparó una mirada dura.

– Crecí despreciando a mi anciano. Adivino que resulté como él.

Conner sintió apretarse los nudos del vientre. No le estaban dando elección. Cruzó a la ventana y miró a la oscuridad. La soga se había deslizado sobre su cuello y se estaba apretando lentamente, estrangulándolo. Si querían llegar al complejo para rescatar a los niños, tenía que seducir a Imelda Cortez y conseguir que Marco Suza Santos y su equipo de seguridad fueran invitados a la fortaleza de su casa.

Quizá había abrigado alguna noción romántica de que volvería a Borneo y encontraría a Isabeau Chandler, su compañera, y ella le perdonaría y vivirían felizmente para siempre. No había ningún felices para siempre para hombres como él. Sabía eso. Sólo que no podía aceptar que tenía que dejarla ir.

Había una calma mortal bajo el dosel, pero en la oscuridad total, todavía podía distinguir las formas de las hojas, sentir el calor que se le filtraba en los poros, apretando su corazón como un torno. Iba a seducir otra mujer. Mirarla. Tocarla. Atraerla a él. Traicionar a Isabeau una vez más. Era otro pecado entre tantos.

– ¿Puedes hacerlo? -preguntó Rio, siguiendo evidentemente su tren de pensamiento.

Conner giró la cabeza, como un lento movimiento animal. Los ojos estaban lejos. Odiándose a sí mismo.

– Nací para el trabajo. -No podía cubrir la amargura en su voz.

Rio inhaló bruscamente. No podía imaginarse traicionando a Rachel.

– Uno de los otros puede intentarlo. Puedes enseñarles.

Felipe y Leonardo se miraron el uno al otro. ¿Cómo aprender el carisma? Conner tenía una cualidad animal que todos compartían, pero la suya era predominante, inherente, algo con lo que había nacido y llevaba por fuera al igual que por dentro. Entraba en el cuarto y todos instantáneamente eran conscientes de él. No trataban de ocultar a Conner, sino más bien de usar su presencia como ventaja. Él podía parecer aburrido, divertido e indiferente todo al mismo tiempo.

Por primera vez Elijah se revolvió, atrayendo la atención sobre sí mismo. Tenía un pasado en la industria de la droga y conocía a la mayoría de los implicados por la reputación. También era un hombre muy peligroso y carismático.

– Quizás yo pueda ayudar con este asunto. Tengo un pasado. Esta mujer, Imelda Cortez, reconocerá mi nombre si lo utilizo. Sólo mi presencia lanzará una mancha sobre Santos. -Lanzó una mirada rápida a Felipe y Leonardo-. Lo siento, pero sabéis que es verdad. Ella comprobará todos los nombres y el mío es conocido por todas las agencias de las fuerzas de la ley alrededor del mundo. Podría estar lo bastante interesada en invitarnos porque estoy aquí también. Puedo intentar seducirla.

Rio le estudió. Elijah era su cuñado. Él había heredado el trono de la droga que su padre y su tío habían creado. Cuándo su padre había tratado de cumplir la ley, su tío le había matado y había acogido a Elijah y a Rachel, educándolos bajo sus reglas. La vida y la muerte era todo lo que Elijah había conocido jamás. No estaba listo todavía para una posición tan clave en una misión. No cabía duda de que su aspecto y magnetismo atraería a Imelda a él, pero no tenía el encanto que Conner poseía. Las cuatro cicatrices de la garra de un leopardo en el costado de la cara de Conner sólo se añadían a su mística.

Rio se permitió mirar a Conner. Él había sido el que seleccionó a Conner para seducir a Isabeau Chandler. Y al final, Rio había sido el que mató a su padre. Conner había tratado de salvarle, pero Chandler había sacado una pistola y tratado de proteger al líder de un campamento de terroristas. No le había dado ninguna elección. Conner estaba en la línea de tiro, tratando de calmar al hombre pero el médico se negaba a aceptar la salida que le ofrecía. Rio había apretado el gatillo y salvado la vida de Conner, pero no había habido manera de salvar su alma.

Isabeau había estado tan conmocionada. Rio nunca olvidaría la mirada en la cara de ella cuando se dio cuenta de que Conner la había utilizado para ganar la entrada al campamento. Se encogía cada vez que pensaba en ello y ahora le pedía a Conner que hiciera la misma cosa otra vez a otra mujer. Imelda no era inocente como Isabeau, pero todavía era un trabajo malísimo de cualquier forma que se mirase.

Conner se encogió de hombros.

– Aprecio la oferta Elijah, pero no hay necesidad de que ambos salgamos perdiendo. Tú todavía tienes una oportunidad. Yo perdí la mía hace mucho. No puedes ir a tu compañera cubierto por la suciedad. Eso no funciona.

– Ya estoy bastante cubierto -indicó Elijah-. He hecho cosas de las que no estoy orgulloso… cosas que ninguna mujer perdonará ni dejará pasar.

– Todos nosotros las tenemos -dijo Conner-, pero eso no es lo que trato de decirte. Esta es una situación diferente, Imelda Cortez es la escoria de la tierra, pero sedúcela y duerme con ella, y cuando encuentres a tu compañera, no podrás mirarla a los ojos.

Rio abrió la boca, pero no había nada que decir. Él nunca podría haber vuelto a encarar a Rachel con esa clase de pecado revistiendo su alma negra, pero le estaba pidiendo a Conner que soportara una vez más esa responsabilidad. Lo que le estaba pidiendo estaba mal, pero no había manera de entrar en la fortaleza de Cortez sin una invitación.

– Has estado ahí una vez -indicó Elijah-. No es justo ponerte en esa posición otra vez.

– Sé quién es mi compañera -dijo Conner-. Isabeau Chandler me pertenece. No tendré una segunda oportunidad con ella, no después de que lo que hice. Yo nunca tomaría a otra mujer y arruinaría las oportunidades de su propia felicidad. Sé de sobra cómo resultaría -su voz se había vuelto amarga e hizo un esfuerzo por cambiar su tono, encogiéndose de hombros casualmente-. No tengo nada que perder, Elijah, y tú lo tienes todo. Haré esto ésta última vez y te lo legaré si todavía deseas el trabajo y se necesite hacerlo, puedes decidirlo entonces.

– Si estás seguro.

– Es mi problema. El hombre al que mi padre acusa de matar a mi madre trabaja para Imelda Cortez. Su nombre junto con el de su socio está en esta lista negra. Iré tras ambos. Imelda no le contara a nadie nada sobre las personas leopardo. Utilizará la información en su beneficio, así que en este momento tenemos la oportunidad de contenerlo.

Rio asintió.

– Estará buscando más reclutas leopardo.

– No los encontrará en nuestra aldea -aseguró Conner-. Raúl movió la aldea más profundamente al bosque y los dos renegados, Martin Suma y Ottila Zorba, son los otros dos nombres de la lista negra. Reconozco el nombre Suma de mi aldea, pero no lo recuerdo. No vivía con nosotros. Sus padres lo sacaron de la selva tropical. Debe haber vuelto después de que me marchara. Aunque Suma matara a mi madre, no tendría modo de relacionarnos. Zorba no es uno de los nuestros.

– Al final -dijo Rio-, Imelda los enviará a la aldea leopardo para reclutar hombres para ella. Tiene dinero. A la mayor parte de los que viven en la selva les importa bien poco, pero algunos de los más jóvenes desearán la aventura.

– Si no llego a ellos primero, los ancianos los mataran calladamente antes de que tengan la oportunidad de hablar con los jóvenes. -Conner echó una mirada al equipo-. Si estáis seguros por completo de seguir adelante, entonces vamos a hacerlo. ¿Sabemos que aspecto tienen los niños? ¿Cuántas hembras? ¿Cuántos machos? Y estaos preparados. A Imelda le gusta utilizar niños para proteger su complejo. A menudo toma jóvenes y les pone un fusil en la mano como su primera línea de defensa. Sabe que es difícil que los funcionarios del estado maten a los niños.

– ¿Crees que tendrá a niños protegiendo a los rehenes? -preguntó Felipe.

– Sólo digo que nos toparemos con ellos y tenemos que estar preparados, eso es todo.

Rio entregó a Conner una botella de agua y golpeó la mesa con el dedo, un ceño leve en la cara.

– Elijah, ¿se sabe que la mayor parte de tus operaciones son ahora legítimas?

Elijah sacudió la cabeza.

– No. Cuando mi tío fue asesinado se asumió que yo le maté para tomar el control de toda la operación para mí mismo. He estado vendiendo lentamente todo lo que puedo que estaba manchado. Salí del negocio de las drogas y armas. Nunca estuvimos en el tráfico humano. Hay rumores, pero soy considerado despiadado.

– Entonces mejor cambia tu nombre y pasa de seguridad, vamos a usar tu reputación. Tendrás que estar allí como un amigo de Santos -dijo Rio-. Eso sólo la hará más proclive a pensar que Santos es un pez gordo.

– Eso deja a tres de nosotros para el equipo de seguridad -dijo Conner-. ¿Un hombre como Santos tendría más?

– Generalmente tiene un equipo de cuatro hombres y dos perros -contestó Felipe-. Yo no quería poner a ninguno de su equipo regular en peligro. No podíamos dejarlos entrar en lo que va a pasar.

– ¿Y tu tío ha aceptado esto? -preguntó Conner-. ¿Tiene alguna idea de con quien está tratando?

Felipe asintió.

– Lo sabe. Y sabe que ella es una amenaza para nuestra gente.

– Entonces ¿quién es exactamente nuestro cliente, Rio? -preguntó Conner-. Dijiste que Adán Carpio inició el contacto. Su tribu no sabría de nosotros. Mi padre no pediría nuestra ayuda. ¿Así que, quien sabía de nosotros y cómo? Me gustaría tener todas las cartas sobre la mesa antes de que vayamos más allá.


  1. <a l:href="#_ftnref1">[1]</a> En español en el original.