173268.fb2 Fuego Ardiente - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 3

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Capítulo 2

Hubo un largo silencio. Los hombres intercambiaron largas miradas. La tensión se estiró de forma tensa en el cuarto. Conner rompió la quietud primero.

– ¿No sabes quién nos ha contratado? ¿No lo comprobaste antes de traernos a un territorio desconocido? Por lo menos desconocido para vosotros.

Rio suspiró.

– Adán Carpio ha dado su palabra de que él está detrás del cliente, Conner. Dijo que su palabra era oro.

– Espera un minuto, Rio -dijo Elijah-. ¿No investigaste a nuestro cliente? ¿Has aceptado esta misión por fe?

Rio se encogió de hombros y se sirvió un café.

– Carpio me contactó, pagándome la mitad por el rescate y me entregó las cosas del padre de Conner e instrucciones específicas. Comprobé cada detalle y todo lo que me dijo era legítimo, así que seguí adelante y contacté a los miembros del equipo.

– Dime que no fuimos pedidos específicamente -dijo Conner.

– Sólo dos de nosotros, Conner. Utilizaron un código viejo para encontrarnos, pero aún así lo conocían. -Rio se dio la vuelta, inclinó una cadera contra el mostrador provisional y miró a Conner sobre la taza humeante-. Carpio dijo que el cliente te conocía y sabía que hacías esta clase de trabajo.

Los hombres se miraron los unos a los otros. Conner sacudió la cabeza.

– Eso es imposible. Nadie sabe quiénes somos. ¿Dijeron mi nombre?

– No exactamente. El cliente te describió con todo detalle. Tenía incluso un boceto de tu cara. Por supuesto, Carpio te reconoció. Carpio fue donde tu padre para tratar de contactar contigo y como le habías dado a tu padre mi dirección para emergencias, él se la dio a Carpio.

– ¿Pero no sabes quién es el cliente? -insistió Conner.

Rio negó con la cabeza.

– Carpio no quiso identificarlo.

– No me gusta esto -dijo Felipe, claramente inquieto-. Deberíamos irnos.

– Eso pensé al principio -replicó Rio-, pero Carpio parecía ser un hombre de palabra y responde por el cliente. Investigué todo lo que dijo antes de llamar al equipo y los hombres de Imelda Cortez raptaron de hecho a siete niños. Tu padre te envió la piel de tu madre. Estoy de acuerdo en que tenemos que tener cuidado. Se suponía que Carpio iba a traer al cliente aquí. Deberían estar aquí pronto. Felipe y Leonardo, podéis esperar afuera. Elijah, detrás. Dejemos que vengan y luego comprobaremos el rastro para cerciorarnos que no les han seguido o que hayan dejado a alguien esperando para emboscarnos.

Conner sacudió la cabeza.

– Hemos hecho la política de saber con quién trabajamos. Sin excepción. ¿Por qué todo este secreto?

– Adán dijo que el cliente quería hablar con nosotros en persona. Si en este punto no estamos satisfechos, entonces podemos devolver el anticipo menos los gastos e irnos.

– ¿Y le creíste? -dijo Felipe-. Es una trampa. Tiene que serlo. Tienen una descripción de Conner, ¿pero no su identidad? Vamos, Rio, alguien busca matarlo. Le han atraído aquí y tú estás poniéndole en la línea para que ellos hagan su mejor intento.

– No lo creo -discrepó Rio-. Adán Carpio no me estaba mintiendo. Puedo oler las mentiras.

– Entonces le están utilizando. Lo que sea, el cliente encontró la conexión entre Carpio y Conner y la utilizó para sacarlo fuera. -Felipe sonó disgustado-. Necesitamos esconderle. Ahora.

Rio miró su reloj.

– Estarán aquí pronto, Conner. Todos vosotros podéis quedaros fuera mientras les entrevisto.

Conner negó con la cabeza.

– Me quedo contigo. Si son sólo dos, podemos matarlos si tenemos que hacerlo. Cualquiera que les esté siguiendo, los otros pueden manejarlo. No voy a dejarte expuesto sin ningún respaldo. Alguien me desea, déjales que vengan a por mí.

Felipe sacudió la cabeza.

– Permaneceré con Rio, Conner.

Conner lo sujetó con una mirada firme y concentrada.

– Mi leopardo está cercano a la superficie, Felipe. Estoy nervioso de todos modos. Mis reflejos serán rápidos e instintivos. Aprecio que corras el riesgo por mí, pero es mi riesgo y mi felino está listo para luchar.

Felipe se encogió de hombros.

– Te haremos saber si hay alguien en el rastro.

Conner esperó que los tres hombres salieran antes de girarse hacia Rio.

– ¿Qué pasa?

Rio empujó un café a través de la mesa hacia Conner.

– No lo sé honestamente. Sé que lo que Carpio me dijo era verdad, pero algunas de las cosas que dijo… -Rio giró una silla con el pie y se dejó caer en ella-. Tu descripción fue menos que halagadora y no mencionó las cicatrices. Carpio no mencionó las cicatrices tampoco.

– Él no me ha visto en unos cuantos años. ¿Qué descripción? -Una débil sonrisa tironeó de la boca de Conner pero no lo bastante-. Creía que era considerado un tipo guapo.

Rio bufó.

– Despreciable fue una palabra utilizada. No bromeo. Un bastardo despiadado que puede hacer el trabajo. El dibujo de tu cara me molestó. Era lo bastante bueno, aparentemente, para que Carpio te reconociera, así que quienquiera que sea nuestro cliente, te ha visto y te puede identificar.

– Por lo menos saben que soy un bastardo despiadado y que un movimiento equivocado les puede matar -contestó Conner, parándose inmóvil en la ventana abierta, mirando hacia fuera con más que un pequeño anhelo.

El viento cambió ligeramente, apenas capaz de penetrar en la calma del suelo del bosque. Unas pocas hojas revolotearon suavemente. En algún lugar los pájaros se llamaron. Los monos chillaron. No estaban solos en esa parte del bosque. Un retumbar débil comenzó en su garganta y cogió su taza de café con una mano, tomando un pequeño sorbo. El café estaba caliente y le dio la sacudida que tanto necesitaba. Su leopardo rugía otra vez, caprichoso y nervioso sin su compañera, y volver al refugio salvaje sólo se añadía a sus sentimientos primitivos de necesidad. Lo deseaba rudo. Duro. Profundo. Quería las garras arañándole, marcándole. Se frotó la cara con la mano, quitándose el sudor.

– ¿Estás bien?

¿Qué demonios contestaba uno a eso? Su leopardo le arañaba profundamente, rugiendo por liberarse cuando él debía estar por encima de su juego.

– Estoy lo bastante bien para apoyar tu juego, Rio.

Mantuvo los ojos en el bosque, mirando fijamente por la ventana. Oyó el suave resoplido de un leopardo. Otro contestando. Felipe y Leonardo advirtiéndoles que tenían dos invitados. Rio se movió a su lugar a un lado de la puerta. Conner permaneció donde estaba, la espalda hacia la puerta, dependiendo de Rio mientras dividía el área que rodeaba la casa, buscando posibles fantasmas, hombres que se deslizaban en secreto mientras la persona de delante les distraía.

La puerta se abrió detrás de él. Conocía la repentina llamada. Un olor le llenó los pulmones. Rico. Poderoso. Salvaje. Ella. Inhaló instintivamente. Su leopardo saltó y arañó. Su compañera. Su mujer. Conocería ese olor en cualquier sitio. Su cuerpo reaccionó instantáneamente, inundando sus venas con una ráfaga de calor, hinchando su miembro, acelerando su pulso hasta que atronó en sus oídos.

Rio pateó la puerta para cerrarla con la punta de la bota y apretó el cañón de su arma contra la sien de Adán Carpio. Supo que era mejor no amenazar la vida de la compañera de un leopardo.

– Si ella se mueve, tú mueres.

Conner se dio media vuelta. Apenas podía moverse, su cuerpo temblaba, la conmoción se registró junto con el absoluto aborrecimiento de ella.

Mentiroso. La palabra vivió y respiró entre ellos.

Conner inhaló y tomó su aborrecimiento en los pulmones. Los ojos de ella nunca abandonaron su cara. Ardían sobre él, sobre las cuatro cicatrices de allí, marcándolo de nuevo.

Traidor.

El tiempo fue más despacio. Se estrechó. Él era consciente de cada detalle de ella. Su cara. Esa hermosa cara oval con una piel casi luminiscente, tan suave que un hombre quería tocarla en el momento que la veía. Sus grandes ojos. Dorados a veces. Ámbar en realidad. O verdes. Esmeralda. Según cuanto de cerca de la superficie estaba su felina. Las pestañas, tan largas y rizadas, enmarcando esos acentuados ojos felinos.

Isabeau Chandler.

Ella le había obsesionado en las noches que lograba dormir unas pocas horas. Ese largo y lustroso cabello leonado, tan espeso. Los dedos recordaban haberse abierto camino en él. La boca, labios llenos, suaves más allá de cualquier cosa que jamás haya conocido. Talentosos. Invitadores. Una boca de fantasía. Podía sentir los labios sobre él, moviéndose sobre su cuerpo, llevándole al paraíso. Completo. Paz. Su cuerpo. Todas esas curvas femeninas, cada pedacito tan atrayente como la cara. Suya.

Maldita sea. Ella le pertenecía. No al hijo de puta que estaba a su lado con su arrogancia engreída. Su cuerpo era suyo, la sonrisa, todo de ella, cada maldito centímetro le pertenecía solo a él. El hombre con ella no había movido ni un músculo. Conner no lo miró realmente, no le importaba quien era. Después de todo, ya era hombre muerto y ella debería haberlo sabido. La ley de la selva. La ley más alta. Su ley.

Conner sintió que cada músculo encajaba en su lugar. La cabeza giró lentamente, centímetro a centímetro con ese moviendo acechante del gran gato de la selva. Se mantuvo inmóvil, su leopardo apenas contenido, demorándose en los fuertes dedos envueltos en torno a los de ella. Movió la mirada, un solo sonido escapó, retumbando desde el interior de su leopardo furioso hasta el pecho para salir por la garganta. Fue bajo. Frío. No había nada humano en ese sonido. El odio de un animal. El desafío de un leopardo. Un macho a otro. El gruñido bajo atravesó el cuarto, cortó la conversación y la música hasta que toda conversación cesó.

– No lo hagas -advirtió Rio-. Retrocede mientras tienes la oportunidad -advirtió al hombre.

Conner le oyó como si estuviera a gran distancia. Su mundo se había estrechado a una mujer. Nadie, nada le podía detener, ni siquiera Rio. Su gato era demasiado rápido. Él lo sabía, ellos lo sabían. Les habría arrancado la garganta en segundos. El gruñido persistió, un retumbar que nunca sobrepasó la suave nota que erizaba el vello de la nuca. Sabía que matar al hombre era inaceptable en el mundo civilizado, pero no importaba. Nada importaba excepto apartar al otro macho del lado de su compañera.

Isabeau soltó la mano de su acompañante y Rio le apartó de un tirón, lejos de ella.

– Lo siento, no capté tu nombre -dijo suavemente.

Mofándose de él. Desafiándole a mentirle otra vez. Su voz era baja. Atractiva. Se deslizó sobre su piel, excitando su cuerpo con recuerdos del modo en que su boca se había movido sobre él. Conner apretó los dientes, agradecido de que ella hubiera cesado al menos el contacto corporal con el otro macho en su presencia. Su leopardo arañó por la supremacía.

– ¿Por qué me has traído aquí?

Los ojos de ella se deslizaron sobre él, contenían desprecio y puro aborrecimiento.

– Porque eres la única persona que conozco que es lo bastante bastardo, lo bastante traicionero, para poder recuperar a esos niños. Eres muy bueno en lo que haces. Sólo te pido unos pocos minutos de tu tiempo para oírme y creo que me lo debes.

Conner la miró fijamente durante un largo momento antes de gesticular hacia la puerta. Rio vaciló. La única persona que tenía una oportunidad de matar a Conner Vega era Isabeau Chandler. Él no lucharía contra ella. La última cosa que Rio quería hacer era marcharse y Conner podía presentir su renuencia.

– Merece sus cinco minutos -dijo Conner.

Rio hizo gestos a Carpio para que caminara delante de él. Conner esperó a que la puerta se cerrara antes de girar completamente hacia Isabeau y permitirse respirar otra vez. Su olor era poderoso, le rodeaba, le invadía, le inundaba. Podía oír a los insectos en el bosque, el zumbido de vida retumbando en sus venas. La savia rica que corría por los árboles y el movimiento constante en la canopia zumbando por su cuerpo, una mezcla espesa y potente de calor y deseo. El tamborilear del agua, constante y fijo, latía al mismo ritmo que su corazón. Estaba en casa, en la selva y su compañera estaba enjaulada en el mismo cuarto con él.

Ella se alejó de la puerta, lejos de él, una delicada retirada de la naturaleza depredadora de Conner. Este la rastreó con la mirada, como un animal salvaje siguiendo a su presa. Sabía que su calma la ponía nerviosa, pero permaneció en el lugar, forzándose a no lanzarse sobre ella cuando cada célula de su cuerpo lo exigía. Su mirada nunca la abandonó, completamente enfocada, calculando automáticamente la distancia entre ellos cada vez que ella se movía.

– ¿Tienes alguna idea de cuán peligroso es estar aquí conmigo? -Él mantuvo su tono bajo, pero la amenaza estaba allí.

La mirada de ella voló sobre él, llena de desprecio, llena de repulsión.

– ¿Tienes alguna idea de cuán sucia me siento estando aquí en este cuarto contigo? -contestó-. ¿Cómo se supone que debo llamarte esta vez? ¿Tienes un nombre?

Él no debería decírselo, pero ¿qué jodida diferencia hacía ahora? Ella le pertenecía y estaba en la selva. Le traído hasta ella, enviado por él.

– Conner Vega -contestó, su mirada fija en la de ella, desafiándola a acusarle de mentir. Su voz no era exactamente normal, pero por lo menos no había matado a su acompañante. Había aguantado lo suficiente para retomar el control y había permitido que Rio pusiera al hombre a salvo. La muerte estuvo en sus ojos. Lo sabía, igual que el puro aborrecimiento en los ojos de ella.

La ceja de ella se disparó arriba. Hizo una pequeña mueca con los labios. Irradiaba calor mezclado con furia. El corazón de Conner saltó. Su polla reaccionó, hinchándose y calentándose. Necesitaba dar un puñetazo, duro y con fuerza. Su crimen era imperdonable. Comprendía eso intelectualmente, pero el animal en él se negaba a aceptarlo. Ella era suya, eso es lo que el animal comprendía. Estaba viva, en el mismo mundo que él y le pertenecía. Y en este momento, su cuerpo estaba expulsando suficientes feromonas para atraer a cada macho dentro de ciento cincuenta kilómetros a la redonda. Respiró profundamente, inhalando el aire en sus pulmones y manteniéndolo inexorablemente bajo control.

– ¿Es ese tu verdadero nombre?

– Sí. ¿Por qué me has traído aquí, Isabeau?

Ella siseó el aliento entre los dientes. Tenía unos pequeños dientes blancos. Su leopardo era diferente, raro. Un leopardo nublado quizás. Había tan pocos de ellos. Era curvilínea, mas aerodinámica, músculos fluidos bajo la piel, la marca de su especie, el pelo espeso y largo, casi imposible de mantener corto. Ella no conocía su propio poder; reconocía eso también. Ella no sabía que estaba a salvo de él y su miedo le golpeaba. Feo. Como un pecado. La mujer de un hombre nunca debería tener miedo de él ni de su fuerza.

– Dejé Borneo porque no quería correr el riesgo de toparme contigo. Puedo hacer mi trabajo aquí, las plantas y las especies que busco están en esta selva tropical. Necesitaba un guía y la tribu de Embera fue lo bastante amable para proporcionarme uno.

Y su guía habría sido un hombre. Un gruñido retumbó en la garganta y se dio la vuelta lejos de ella, incapaz de evitar que su leopardo saltara ante en el olor de ella, ante la idea de ella en proximidad cercana con un hombre. Cerró los ojos, tratando de no permitir la visión de su cuerpo envuelto en torno a alguien más que no era él.

Ella le disparó una mirada cuando él comenzó a caminar, tratando de deshacerse de la feroz necesidad que crecía en su cuerpo. Apenas podía respirar con la intensidad de la exigencia. Nunca había experimentado nada como esto. El sudor chorreaba. El deseo era malvado. Agudo, martilleaba en su cráneo, hasta que incluso los dientes le dolieron. Su cuerpo dolía. Era agudamente consciente del leopardo que rondaba bajo la piel, tan cerca de la superficie, esperando un momento cuando no estuviera en guardia para poder tomar lo que era suyo.

– Lamento mucho si te aburro, pero pagué una buena cantidad de dinero por tu tiempo.

Él sabía que ella estaba interpretando mal su paseo inquieto como desinterés, pero se encogió de hombros, sin molestarse en explicarle el peligro en que estaba.

– Continúa.

– Llegué a ser amiga de Adán Carpio…

Esta vez él no pudo detener la reacción del leopardo, la furia terrible, la rabia celosa que lo consumía. Giró hacia ella, las llamas alimentaron el calor en sus ojos. Ella jadeó y tropezó hacia atrás, lanzando una mano para atrapar el respaldo de una silla para apoyarse.

– Y de su familia. Su mujer. Y los niños -agregó apresuradamente-. Para. Me estás asustando. No me gusta sentirme amenazada. Me ofendiste, en caso de que lo hayas olvidado.

La mirada de Conner se movió sobre su cara intensamente. Se demoró en la boca suave y temblorosa. En la garganta, tan vulnerable. Podía hundir los dientes allí en segundos. Su mirada bajó, tocó los senos. Los senos exuberantes y llenos, recordó lo suave que se sentía su plenitud. Ella era un poco más pequeña que la mayoría de sus mujeres, probablemente el leopardo nublado en ella, pero le gustaba de ese modo. Le gustaba toda y cada una de los cosas acerca de ella. Incluso su genio.

– No he olvidado nada. -El gruñido retumbó en su voz.

Era agudamente consciente de las cigarras incesantes. Fuerte. Podía oír a los centinelas del bosque tocando su música. Su gente estaba en el lugar pero aún así la intranquilidad se arrastraba por él. Estudió su expresión. Le ocultaba algo. El color disminuyó en su cuello, se arrastró por su cara. Ella veló los ojos con sus largas pestañas. Sabía que ella no se daba cuenta de que el peligro no era su vida, sino su virtud y el honor de él. Pero aún así, ella definitivamente le estaba ocultando algo. No su aborrecimiento. No el puro odio auténtico. Esas emociones eran bastante simples de ver. No, algo más, algo bajo la superficie y si no averiguaba lo que era, todos podían morir aquí.

– Estuve allí cuando los hombres de Cortez barrieron la aldea. Mataron a varias personas, inclusive una mujer que estaba visitando a Adán y Marianna, su mujer. Su nieto, Artureo, me ocultó antes ir a tratar de ayudar a los otros. Tiene diecisiete, pero parece muy adulto. Volvió corriendo para ayudar a su abuelo y lo abatieron con las culatas de las armas y se lo llevaron a la fuerza. Por todas partes donde miraba había personas muertas o muriéndose o chillando por la pérdida de sus seres queridos. -Se pasó la mano sobre la cara como si pudiera limpiar los recuerdos.

Conner le sirvió un vaso de agua y lo empujó a sus manos. Los dedos le rozaron los suyos y el aire crepitó con electricidad. Ella apartó la mano de un tirón como si él la hubiera quemado, rociando gotitas de agua por el suelo. A Conner el sudor le bajó por el pecho. El deseo le arañó. Su cercanía en los límites de la pequeña cabaña le destrozaba los nervios de acero, dejando su cuerpo estremeciéndose con una necesidad oscura tan intensa que tuvo que rechinar los dientes y girar lejos de ella para respirar.

– Oí sus demandas y supe que tenía que tratar de ayudar. Cuando enterramos a los muertos, tratamos de resolver cómo traerlos de vuelta. Nadie jamás había visto el interior de la propiedad de Cortez y vivido para contarlo, por lo menos nadie que supiéramos. No podíamos rescatar a los niños nosotros mismos. Recordé lo que tú hiciste y cuando la petición de ayuda de Adán a las Fuerzas Especiales fue rechazada por razones políticas -había desprecio en su voz-, pensé en ti y en cómo te habías infiltrado en el campamento enemigo usando la seducción. -Le disparó una mirada de repugnancia antes de continuar-. Supe que si alguien podía entrar en ese campamento, serías tú. Ciertamente eres más que capaz de seducir a Imelda Cortez.

A Conner el corazón se le estrujó con tanta fuerza, tan apretadamente que por un momento pensó que tenía un infarto. Casi se tambaleó bajo el dolor inesperado. El aliento siseó entre sus dientes y ni trató de evitar el gruñido de rabia que escapó. Dio un paso más cerca de ella.

– ¿Quieres que seduzca a otra mujer? ¿Qué la toque? ¿Qué la bese? ¿Qué esté dentro de ella? -Su voz era mortalmente fría.

La mirada de ella saltó lejos de él.

– ¿No es eso lo que haces? ¿No es esa tu especialidad? ¿Seducir mujeres?

Él dio un tirón al vaso que ella tenía en la mano y lo tiró contra la pared con la fuerza de un leopardo. Se rompió, el sonido fuerte en los límites del cuarto, el vaso llovió como lágrimas en el piso y se mezcló con el agua.

– ¿Quieres que folle a otra mujer?

Cada palabra fue pronunciada. Clara. Puntuada por un gruñido amenazante. Deliberadamente fue tan crudo como pudo.

La flecha golpeó. Isabeau respingó, pero levantó el mentón.

– Obviamente tuviste mucho éxito follándome, pero entonces yo era un objetivo fácil, ¿verdad? -La amargura alimentaba su furia.

– Infierno sí, lo fuiste -replicó, su intestino se retorció en nudos más allá de cualquier cosa que hubiera conocido. Su propia compañera quería venderle. Si eso no era la mejor venganza que una mujer podía pensar para un macho de su especie, conducido a estar con su mujer durante nueve ciclos vitales, entonces no sabía que más sería. Quiso sacudirla hasta que los dientes le castañetearan.

Ella jadeó, dio un paso hacia él, curvó los dedos en puños, pero no se detuvo de atacarle, manteniendo su herida y su dolor controlados, aunque no podía evitar que se le mostrara en la cara.

– Me figuré que no fui la primera. Y no lo fui, ¿verdad?

Los compañeros no se mentían el uno al otro y él había hecho bastante de eso.

– Infierno no, no fuiste la primera -espetó-. Pero vas ser la última. Consigue a otro hombre para que te haga el maldito trabajo sucio.

Se dio la vuelta, desesperado por respirar aire libre de su olor. Su felino se había vuelto loco, rugiendo con rabia, arañando en su interior hasta que estuvo ardiendo.

– No necesito a otro hombre para hacerlo -se mofó-. Eras el plan B. Le dije a Adán que yo podría entrar seduciendo a uno de los guardias y sé que puedo. ¿Realmente pensaste que quería verte otra vez por alguna razón? Adán se negó, pero aprendí del maestro. Adivino que debo darte las gracias por eso.

La furia se apresuró como fuego por sus venas. El animal subió a la superficie en una ráfaga caliente de piel, dientes y garras, casi estallando por los poros. Él se movió, una mancha de velocidad, la mano sacó el cuchillo que tenía en el muslo, mientras su cuerpo se estrellaba agresivamente contra el de ella, llevando su espalda contra la pared, con una mano le sujetó ambas muñecas encima de la cabeza. La mantuvo absolutamente inmóvil, vulnerable, la fuerza del leopardo le recorría el cuerpo como acero, el corazón le atronaba en las orejas mientras fijaba la mirada en la de ella.

Los ojos de ella eran ojos de gata, aunque diferente en que las pupilas eran verticalmente rectangulares en vez de lineales como las suyas, o redondas como algunos de los otros gatos mostraban. En este momento, los ojos mostraban exactamente lo que pensaba, un odio violento, una insinuación de calor que no podía parar y que sólo le hacía aborrecerle más. Enteramente ámbar, los ojos estaban tan enfocados como los suyos, negándose a inclinarse ante él.

– No te convertí en una puta. Te estás haciendo esto tú misma.

– Que te jodan, Vega. Y aparta tus manos de mí.

En su lugar él dio un paso más cerca, empujando la rodilla entre las piernas, casi levantándola del piso. Como fuera, ella no tuvo más elección que ponerse de puntillas.

– Me quieres muerto. Lo puedo ver en tus ojos. Has venido aquí pensando en matarme.

El aire ardió por los pulmones de Isabeau cuando jadeó en busca de aire, el esfuerzo empujó los senos contra el pecho de Conner. Él sintió las ondas de calor que se deslizaron sobre él como un tsunami, inundándolo de necesidad. No sólo su necesidad. La de ella. Ella estaba cerca de su celo y la cercanía de él provocaba a su leopardo. Podía sentir el calor de su cuerpo y el deseo no deseado en los ojos de ella, deseo que ella había estado ocultando todo el tiempo.

Ella le miró directamente a los ojos, escupiendo llamas.

– Sí -siseo-. Siempre que sepa que estás vivo en algún lugar pienso en ti y odio que todavía tengas la capacidad de herirme. Sí, te deseo muerto.

Él le puso el cuchillo en las manos con un golpe, forzó a sus dedos a cerrarse en torno a la empuñadura.

– Entonces haz el jodido trabajo. Hazlo limpiamente. Aquí está tu oportunidad, nena. -Le arrastró los brazos hacia abajo hasta que la punta afilado de la hoja estuvo contra el pecho, directamente sobre el corazón, las manos cubrían las de ella, evitando que dejara caer el cuchillo-. Mátame aquí mismo, en este momento, rápido y limpio, porque ni de coña lo vas a hacer centímetro a centímetro.

El cuerpo de ella se estremeció. La sintió flexionar los dedos.

– ¿Crees que no lo haría? -Ella susurró las palabras aún cuando los dedos se movieron bajo los de él.

– Esta es tu única oportunidad. Hazlo y aléjate. Si no lo haces, no tendrás otra ocasión, pero nunca seducirás a otro hombre. -Apretó los dientes y deliberadamente dio un tirón a la punta del cuchillo sobre la piel. La sangre corrió bajo su camisa.

Isabeau jadeó y trató de echarse para atrás, pero él era demasiado fuerte, las manos sujetaron las de ella, forzándola a empujar el cuchillo a su cuerpo. Ella sacudió la cabeza. Las lágrimas inundaron sus ojos. Él se quedó inmóvil, dejando la punta donde estaba.

– Mírame, Isabeau, no a la sangre. Mírame a los ojos.

Isabeau tragó con dificultad e inclinó la cabeza para encontrar una vez más su mirada convincente. Le había querido muerto, rezado porque estuviera muerto, soñado con matarle, pero nunca había imaginado sentirse así. Estaba aterrorizada por la mirada en sus ojos. Él lo haría, forzaría el cuchillo en el corazón. Ella nunca se lo había imaginado tan fuerte, pero no podía alejarse de él y sentía cada músculo en su cuerpo tenso… preparado.

– Empuja el cuchillo en mi pecho. No eres cobarde. Me deseas muerto, haz el trabajo, no juegues. Seduce a otro hombre y me matarás también. Esto es entre nosotros. No arrastres a nadie más a nuestro lío.

Isabeau no podía respirar y su visión se había emborronado. Las lágrimas quemaban en sus ojos. En su garganta. En sus pulmones. Pensó que estaba gritando, pero verle la desgarraba otra vez. La traición había sido tan devastadora, el corte tan profundo, la herida tan en carne viva como siempre. La idea de él con otra mujer la enfermaba físicamente, pero la rabia era fuerte, lo bastante fuerte, pensó, para llevarlo a cabo.

El cuerpo de él temblaba, este hombre le había cortado el corazón en pedacitos y la había dejado sin un padre, sin nada, absolutamente nada, su vida en ruinas. No podía dormir de noche deseándole, aborreciéndole. Él pensaba que ella había enviado a por él por venganza, pero la verdad era peor que eso, ella le había llamado porque no podía soportar no verle otra vez. No podía lavarse lo bastante para quitárselo de la piel, el sabor de él de la boca. Tenía el corazón tan roto que no creía que pudiera sentir jamás su latido rítmico otra vez.

Había sido un verdadero infierno, un completo tormento sin él, pero ahora, al verle, al respirarle en su cuerpo, al sentirle tan cerca, el ardor volvió a empezar desde cero, como un incendio descontrolado fuera de control. Él la hacía su títere, su esclava, una mujer con tal necesidad que ningún otro podría jamás llenarla o satisfacerla. Le odiaba con cada fibra de su ser, pero la idea de él tocando a otra mujer la enfermaba.

Y la manera en que la miraba. Esa mirada fija, llena de posesión, como si supiera que ella lo deseaba a pesar de cada cosa enferma que había hecho. Tan malditamente pagado de sí mismo, sabiendo que le llevaría un sólo movimiento de su parte, aplastar la boca bajo la de él, sabiendo que ella deseaba ponerse de puntillas y cerrar la boca sobre la de él, se fundiría sobre él, se entregaría de nuevo. Se odiaba a sí misma con la misma pasión llameante con que le odiaba. Él le había destruido el corazón y le había robado el alma. La había dejado sin nada más que cenizas y dolor.

Durante un momento horrible los dedos apretaron la empuñadura del cuchillo, pero no pudo empujarlo contra él más de lo que podía haberlo empujado contra sí misma. Él era parte de ella. Se odiaba a sí misma, pero él era parte de ella y sabía que no podría vivir con el conocimiento de que ella le había matado.

Le tembló la boca. Las manos. Y entonces el cuerpo. Agachó la cabeza y las lágrimas cayeron en el dorso de las manos de él donde agarraba las suyas con tanta fuerza.

– Dime qué quieres -su voz apenas un hilo de sonido mientras capitulaba, los hombros caídos en derrota. Estaba perdida y lo sabía-. Para devolver a esos niños. Dime lo que quieres, cómo hacerlo.

Él aflojó el agarre sobre las manos para que ella pudiera soltarse. Isabeau frotó las palmas arriba y abajo por los muslos enfundados en vaqueros como si pudiera deshacerse del impulso de rasgar y desgarrarle o tocarle.

– Sigue haciendo eso como si fuera a ayudarte -dijo él-. No parará la picazón, gatita y ambos lo sabemos. Necesitas rascarte, tienes un lugar al que ir. Uno, ¿me comprendes?

– Preferiría morir.

– No me importa. Quieres que saque a esos niños, lo haré, pero tú no vas a acercarte a ningún otro hombre.

– No puedes ordenarme eso.

– Persistes en pensar en términos humanos, Isabeau -dijo. Se acercó un paso otra vez, inhalando su olor, forzándola a inhalar el suyo-. Tengo noticias para ti. No soy humano y tampoco tú. Estás en la selva tropical y aquí, tenemos todo un conjunto diferente de leyes. Leyes más altas. Estás cerca del celo, cerca del Han Vol Dan, la primera aparición de tu gata. Su primera necesidad es tu primera necesidad. Nadie te toca excepto tu compañero. Y tanto si te gusta como si no, ese sería yo.

– Estás loco. -Retrocedió bruscamente-. Soy humana.

Él se tocó la cara, atrayendo su atención a las cicatrices. Su marca.

– Me hiciste esto con tus garras, gatita.

Ella cerró los ojos apretadamente por un momento breve pero no antes de que él vislumbrara dolor, confusión y culpabilidad. Isabeau negó con la cabeza, respiraba en desiguales jadeos.

– ¿Cómo es posible que pudiera hacerte eso?

Conner sabía que ella había estado conmocionada por todas las revelaciones de esa noche. Su padre muerto en el suelo, la evidencia de la culpabilidad de él rodeándoles. Un prisionero muerto y otros dos llorando. El descubrimiento de que el hombre en quien ella confiaba, el que amaba la había utilizado para llegar a su padre, del que ni siquiera sabía su verdadero nombre, la traición de ese momento, el golpe. Ella había dado un paso hacia él a pesar de las manos que la refrenaban, más evidencia del poder de su leopardo y le había abofeteado. Sólo en esa fracción de segundo, antes de que la palma conectara con la cara, el dolor había sido tan agudo que su gata había saltado para protegerla, la mano cambiando a una garra. Ella se había puesto blanca, los ojos demasiado grandes para su cara, las rodillas casi cediendo hasta que él la agarró para evitar que se desplomara, incluso con su cara desgarrada y destrozada, con la sangre goteando constantemente.

Isabeau se había encogido lejos de él y Conner pudo ver claramente que con el tiempo, ella se había convencido de que todo el asunto no había sucedido. No podía haber sucedido. ¿Cómo podía ser posible que una mujer cambiara aunque fuera parcialmente a leopardo?

Ella sacudió la cabeza otra vez.

– Mi padre era el doctor Arnold Chandler. Pudo haber perdido el rumbo y hecho algunas cosas que no debería, pero era humano. Las personas no cambian y les crecen garras.

Él oyó la honesta confusión y la culpabilidad en su voz y se estiró para curvar los dedos en torno a su nuca.

– Hay muchas cosas inexplicadas en el mundo, Isabeau. ¿Tienes sueños, verdad? -Su voz densa, se volvió ronca-. Sobre ti. Sobre mí. Los dos en otro tiempo, otro lugar.

Ella pareció más horrorizada que nunca. Isabeau sacudió la cabeza frenéticamente, como si cuanto más fuerte fuera su negación más pudiera hacerla real.

– Nunca. De ninguna manera. Yo nunca soñaría contigo. Eres un monstruo, alguien que goza explotando mujeres.

El latigazo de desprecio le golpeó como un látigo y su gato rugió y gruñó. Levantó una ceja con serenidad y los ojos aguantaron su mirada, la retuvieron para que no pudiera escapar a su mirada fija. Él movió la cabeza ligeramente y un gruñido ronroneante retumbó en su pecho cuando acercó la cabeza a la de ella. Isabeau abrió los ojos de par en par mientras los labios de Conner susurraban sobre los de ella.

– Estás mintiendo, Isabeau. Puedo oler tu necesidad de mí. Puedo sentir tu calor. Me deseas más de lo que jamás me has deseado. Y sueñas conmigo como yo sueño contigo.

Ella empujó con fuerza en su pecho en un intento de golpearle y alejarle. Él no hizo más que mecerse y ella se apoyó en los músculos de su gata inconscientemente. Él sintió el puñetazo de sus palmas, la mordedura de sus garras y su propio gato saltó para encontrarse con el de ella, gruñendo por la supremacía. Le agarró las muñecas con un puño de acero y la retuvo contra él. En el momento que lo hizo, supo que había sido un error. Su control ya era demasiado fino.

Se miraron fijamente el uno al otro, los labios separados por centímetros, la mirada dorada de Conner fija en la de ella. El deseo era crudo e inexorable. Él esperaba violencia cuando la emoción estaba allí, violenta y apasionada, arqueándose entre ellos, pero cuando sus labios tocaron los de ella, sólo hubo un susurro, como el roce del ala de una polilla y que Dios les ayudara a ambos, no supo quien se movió, si él o ella. La sacudida fue eléctrica, impresionante en su intensidad, encendiendo un fuego instantáneo que se precipitó por sus venas como una tormenta.

– Te odio -siseó ella con lágrimas en los ojos.

Él sintió el estremecimiento que la atravesaba, ella no tenía forma de ocultarle la reacción de su cuerpo.

– Lo sé. -Le apartó mechones del espeso y leonado cabello de la cara. Ella tenía lágrimas atrapadas en las pestañas.

– Mataste a mi padre.

El negó con la cabeza.

– No voy a permitirte que dejes eso en mi puerta. Ya tengo bastante pecados sin que me culpes por algo que no he hecho. Lo sabes. No quieres enfrentarte a ello, pero él se mató en el momento que se metió en ese grupo por dinero. Secuestraban y torturaban gente por dinero. ¿Cómo es eso diferente de lo que pasa aquí? -Le acunó la cara con la palma, deslizando el pulgar sobre la suave piel antes de que ella pudiera apartarse-. Si necesitas una razón para odiarme, tienes unas legítimas. Aférrate a una de esas.

Isabeau se arrancó de él y cruzó a la ventana, mirando a la selva.

– Esos niños deben ser rescatados, Conner. Realmente no importa cómo me siento ahora. Esto no es sobre lo que sucedió entre nosotros. Realmente no lo es. No te he traído aquí por venganza. No te habría llamado, pero Adán se negó a permitirme intentar entrar en el complejo. Ellos corren peligro. Ella realmente hará lo que ha amenazado, enviarles a casa en pedazos si la tribu no coopera. -Se giró para encararlo otra vez, se encontró con sus ojos-. ¿Cómo conseguimos entrar para averiguar donde están retenidos?

Él se quedó silencioso un momento, mirándola. Ella parecía más frágil de lo que recordaba, más hermosa, la piel casi resplandeciendo, el pelo brillante y rizado con una invitación sedosa. Decía la verdad.

– Entonces tendremos que sacarlos -dijo él suavemente.

Parte de la tensión disminuyó de su cuerpo.

– Pensé que no ibas a ayudarme.

– Realmente no sabes nada del mundo leopardo, ¿verdad? -preguntó.

Ella frunció el entrecejo y se miró la mano.

– No pensé que fuera real.

Él le tendió la mano.

– Mírame, pero permanece muy tranquila. Hablo en serio, Isabeau, no hagas ningún movimiento ni chilles. Mi gato tiene hambre de ti y voy a dejarle salir sólo lo bastante para que sepas que digo la verdad. No le incites más de lo que tu olor ya lo ha hecho.

Ella pareció más confundida que nunca, así que él hizo el cambio. Su leopardo saltó hacia su control, golpeando con fuerza en un esfuerzo por surgir completamente. Las garras estallaron de las manos y el pelaje le subió por el brazo. Él sintió la contorsión de los músculos y, respirando hondo, luchó por refrenar al felino. Le tomó cada gramo de fuerza. El sudor se le deslizó por el cuerpo y los músculos se cerraron y congelaron cuando instó al leopardo a controlarse.

Isabeau jadeó, pero se mantuvo firme. La mayor parte del color se le drenó de la cara y sus ojos parecieron enormes. Se frotó los brazos como si picaran, como si su gata hubiera saltado hacia el suyo bajo la piel.

– ¿Cómo es eso posible? -Su voz fue un cuchicheo.

Él se deslizó hacia ella, atemorizado de que pudiera desplomarse, pero ella retrocedió y levantó una mano para defenderse, sacudiendo la cabeza. Él se congeló otra vez, permaneciendo completamente inmóvil.

– La versión corta es, que somos una especie separada, no leopardo, no humano, pero una combinación de los dos. Nuestras hembras leopardos no surgen hasta el Han Vol Dan o el primer celo del leopardo. Muchas hembras no saben que son leopardo. Adivino que el médico que te asistió en el parto, al no darse cuenta de que eras leopardo, ya que somos un secreto muy bien guardado, decidió criarte cuando tu madre biológica murió. Tendríamos que hacer alguna investigación, pero probablemente te hizo pasar por hija de su mujer o te adoptó calladamente.

– ¿Por qué cuándo estoy a tu alrededor todo en mi vida se va al infierno? -Se pasó una mano inestable por el pelo.

El leopardo de Conner gruñó una advertencia justo cuando las cigarras cesaron en su canción. Un sonido de resoplidos seguido por un gruñido de reconocimiento vino de fuera de la cabaña.

– ¿Quién te ha seguido, Isabeau? -Conner estuvo sobre ella rápidamente, agarrándola del brazo y tirando de ella bajo la protección de su cuerpo, lejos de la ventana-. ¿Tienes a alguien más contigo? -La arrastró hasta ponerla de puntillas-. Contéstame, ahora, antes de que alguien resulte muerto.