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– Todo estará bien, Isabeau.
El cuchicheo del diablo. Esa voz pecadora, sexy y mentirosa. Había sucumbido a su poder la primera vez que la escuchó. En ese momento, despreció a la gata dentro de ella casi tanto como odiaba al ser humano. Isabeau forzó su cuerpo a relajarse, demostrándole que la lucha había acabado.
Conner aflojó su agarre de mala gana, como si no se fiara exactamente de su rendición. Ella lo miró a la cara y se vio a sí misma como una sombra en el reflejo de los ojos. Se sentía como una sombra, insustancial al lado de su poder. Agachó la cabeza, incapaz de enfrentarse ni siquiera con la sombra de ella misma. Nunca más querría mirarse en un espejo otra vez.
– Soy tu compañero, Isabeau. No hay vergüenza entre compañeros.
Ella levantó el mentón y se alejó un paso, las rodillas débiles, el corazón todavía atronando.
– Tú no eres nada para mí. Y lo que le sucede a mi cuerpo, no tiene nada que ver contigo. Cualquier hombre habría sido satisfactorio.
Cometió el error de mirarlo. El ámbar en los ojos se cristalizó, volviéndose dorado y luego amarillo. Las manchas verdes se unieron, las pupilas se dilataron completamente y su mirada se enfocó mortalmente. Él dio un paso acercándose, invadiendo su espacio. Si había rabia, ardía bajo la superficie. La cara era dura, la boca firme. Un músculo tembló en su mandíbula, pero su mirada se mantuvo fija, una clara advertencia.
– Di lo que tengas que decir para mantener tu orgullo, Isabeau. Las palabras no importan mucho. Pero piensa largo y tendido antes de poner en peligro la vida de alguien. Esto está en ti. El emparejamiento es una ley más alta y no hay manera de sortearla. No puedes fingir que no está. Esto es entre nosotros, nadie más. Lo resolveremos.
Ella parpadeó rápidamente para detener las lágrimas abrasadoras. Maldito fuera. La había destruido. No podía haber sabido cuán profundamente la había golpeado. Ella no era del tipo de chica alrededor de la cual los chicos se habían congregado mientras crecía. No había habido citas ni bailes en la escuela. Los chicos se habían apresurado a ir donde sus amigas pero nunca donde ella. Lo mismo en el instituto. Nunca había descubierto porqué los otros la evitaban. Había tratado de aprender el arte del coqueteo, de la conversación. Se había preocupado por ser amistosa, pero siempre era apartada y por último había aceptado que no era atractiva para el otro sexo y que las mujeres la encontraban demasiado intimidante para ser su amiga.
Conner había llegado y la había hecho sentirse hermosa. La había hecho sentirse deseada. Por supuesto, su nombre no había sido Conner y le había estado mintiendo sobre sus sentimientos. Y ella debería haberlo sabido. Los hombres como Conner, peligrosos, magnéticos, encantadores y sexys no miraban a las mujeres como Isabeau. Él le había hecho el amor una y otra vez y todo el tiempo había estado haciendo su trabajo. Alguien le había pagado para seducirla y acercarse a su padre.
La vergüenza era abrumadora. Se sentía como una tonta. Creer, después de todos esos años sabiendo que los hombres no la encontraban atractiva, que un hombre como él caería de cabeza por ella fue ridículo. Se sentía casi como si mereciera lo que le había sucedido por su propia estupidez.
– Mataste a mi padre. -Le lanzó la acusación, tan confundida que no podía respirar apropiadamente. Respiraba en jadeos entrecortados, los pulmones le ardían como si estuviera muerta de hambre por aire. Él sonaba tan tranquilo. Tan controlado. Quería abofetearle la cara de nuevo.
– No tuve nada que ver con la muerte de tu padre. Fue su elección y lo sabes malditamente bien. Te lo he dicho antes, tengo bastantes pecados en mi alma, Isabeau, sin que añadas cosas de las que no soy responsable. -Se cernió sobre ella durante un largo momento, su expresión seria, los ojos mortales, y luego inhaló y le tocó el cabello con dedos suaves-. Sé que es difícil estar conmigo, pero lo estás haciendo bien.
– ¿Llamas a esto bien? Estoy destrozada. Tan confundida -admitió. Porque su orgullo ya se había ido hace mucho tiempo. Él podía oler su excitación, su cuerpo clamaba por el de él. No había secretos entre leopardos-. Ni siquiera puedo pensar con claridad. -Se pasó una mano inestable por el pelo, los mechones que él acababa de acariciar. No podía negar la cosa esa del emparejamiento, no realmente, no cuando su cuerpo estaba loco por el de él, pero todavía era humana y tenía un cerebro. Tenía que encontrar el control-. Quizá todo lo que estás diciendo sobre el leopardo y el emparejamiento es verdad, pero me niego a permitir que me gobierne.
– Tienes mucho más poder del que te das cuenta, Isabeau, pero vendrá a ti -le aseguró.
Ella odió la gentileza en su voz, la caricia, esa nota sexy que le acariciaba los nervios ya en carne viva. Ahora que sabía que era práctica, un instrumento de su trabajo, uno pensaría que no sería susceptible, pero parecía que su cuerpo le creía a pesar de su cerebro.
– Te enseñaré las cosas que necesitas saber para vivir con tu felina. Encontrarás que ya tienes la fuerza y el poder para tratar con ella. Ella no aceptará a cualquier otro macho y te conducirá hacia mí, pero tú ya sabes eso.
– Ella no lo conseguirá a su manera.
– Mírame.
La tranquila orden en su voz fue imposible de resistir. Ella se encontró mirando a sus ojos felinos, y fue estimulante y aterrador al mismo tiempo. Los ojos se habían vuelto tan amarillos que eran dorados y letales, la mirada fija mortal de un gato, enteramente enfocada y posesiva.
– No es diferente para mí. Ninguna otra mujer sería aceptada por mi felino. Cuando me abofeteaste dejaste tu marca en mi piel, en mis huesos. Tu gata me reclamó tanto si sabías lo que estabas haciendo como si no. No puedo dormir. Apenas puedo funcionar. Estoy nervioso y malhumorado y a punto de luchar a cada momento del día. Esa es la realidad, Isabeau. Tengo que aceptarla al igual que tú.
Él decía la verdad. Ella lo vio en sus ojos. Lo oyó en su voz. No debería haber sentido satisfacción, pero estaba allí, por insignificante que fuera. Una cosa más para odiar acerca de ella misma, pero si pasaba la vida anhelando a un hombre con el que nunca podría estar, él bien podría languidecer por ella. Dejó salir el aliento y parte de la tensión se alivió de sus músculos tensos.
– No lo sabía. Sobre la marca. No lo sabía.
– Lo sé. Tu gata lo sabía. Estaba enojada y tenía todo el derecho a estarlo. Vamos a establecer una tregua hasta que llevemos a los niños a salvo a casa. Lo resolveremos después.
– ¿Entonces, todavía nos ayudarás?
– Sí. -Conner habló secamente, consciente de que nunca podría alejarse de ella. Isabeau todavía no sabía cuán fuerte sería la atracción entre sus felinos. Él sabía cuán fuerte era la atracción entre el hombre y la mujer, pero ella tenía todo el derecho a rechazarle. Tenía que encontrar un modo de redimirse y si eso significaba que tenía que seducir a otra mujer, por aborrecible como sería para él y para su felino, haría lo que fuera para convencerla de que hablaba en serio acerca de compensarla. Las palabras no iban a convencerla, sólo la acción. Y la acción era algo en lo que era bueno.
– ¿Puedes enseñarme más cosas como lo de trepar a los árboles?
Él asintió.
– Has aprendido artes marciales y no eres mala, pero no utilizas tus reflejos. Necesitas estar más segura. Podemos trabajar en eso también. -Le dirigió una débil sonrisa-. Por supuesto, no estoy de seguro de querer que aprendas a ser una mejor luchadora. Tienes la inclinación de utilizar tus habilidades contra mí.
Ella logró ofrecer una sonrisa ligera, el estómago se le asentó.
– Me gustaba estar en el dosel -admitió ella, esforzándose por ser cortés. Ella lo había convocado y ahora era un caso de «ten cuidado con lo que deseas». Tenía que vivir con su decisión y aparentemente él también. Encontrar que no estaba sola en su desesperada necesidad que la desgarraba, la hacía tratar con ello mucho más fácilmente.
– A mí también. -Se alejó un paso y reunió las armas de los hombres caídos con el arma que ella había dejado en el suelo-. Vamos a reunirnos con los otros y hacer planes. Tenemos mucho que hacer antes de la fiesta si vamos a llevar a cabo esto. Y tenemos que encontrar un modo de salvar al nieto de Adán.
El alivio inundó el cuerpo de Isabeau.
– ¿Crees que hay una manera? ¿O crees que ella ya lo ha matado?
– No tendría sentido para ella matarlo hasta que se deshaga de Adán. Ella querrá establecer su dominio, pero si Adán capitula por algún milagro, sería una victoria inmensa para ella. Él es el anciano más respetado que las tribus tienen. Si él se derrumba, también los otros.
– ¿Entonces ella mandó a estos hombres detrás de él sabiendo que podían fallar?
– Éste es su terreno. Él está en casa en la selva tropical, estos hombres no. Imelda tiene dos leopardos renegados en nómina. Los habría enviado si quisiera asegurarse que Adán muriera. Él entrena Fuerzas Especiales de todo el mundo en supervivencia. Ella sabía que él podría sobrevivir y espera que si lo hace, habrá entendido el mensaje de que está dispuesta a ser implacable con él.
– Él no abrirá sus rutas para ella. Tiene unas ideas muy firmes sobre el tema.
– Me imagino que sí -estuvo de acuerdo Conner-. Ella está asesinando a su gente, los está forzando a la servidumbre. Él es un hombre orgulloso que ha logrado traer a su pueblo a este siglo, pero aún así mantiene su cultura intacta. Luchará contra ella con cada aliento de su cuerpo.
– ¿Entonces cómo?
– Necesitamos que él nos compre algo de tiempo. Ella no sabe, ni le importa nada la tribu, así que Adán puede hacer ceremonias que tienen que ser hechas antes de que se marche y así nos compra un par de días allí. Ella se relamerá, se figurará que ahora que ha doblegado la voluntad del anciano más influyente, todos se aliarán con sus planes. Una vez que él esté en la selva, ella tendrá que enviar a sus renegados a vigilarlo. No tendrá elección. Ninguno de sus otros hombres tendría la oportunidad de estar con él y ella necesitará saber que está cumpliendo sus órdenes.
Isabeau estaba horrorizada.
– Conner, él no entregará las drogas y ellos lo matarán.
– Adán no muere tan fácilmente. Y queremos que los renegados le rastreen. Les necesitamos fuera del complejo.
– Muertos. Quieres decir que quieres a los renegados muertos. -Se encontró con su mirada fija.
– ¿Qué creías que íbamos a hacer? ¿Sonreír y pedirlo por favor? Enviaste por mí porque soy un bastardo. El bastardo más grande que conoces. Eso es lo que necesitas para recuperar a esos niños y asegurarte que no sucede otra vez. Ella despedazará esas aldeas una vez que nos vayamos si sigue viva. Me querías porque soy el único al que conoces que puede recuperarlos. Sabías exactamente qué estabas consiguiendo, así que no actúes como si estuvieras sorprendida. Cualquiera que nos contrata sabe lo que se tiene que hacer, sólo que no tienen las agallas de hacerlo por sí mismos.
Ella ignoró la amargura y el vistazo de dolor en su voz normalmente sin expresión.
– Tengo las agallas. Adán dijo que no. Y para tu información, no te estaba juzgando.
La ceja de Conner se disparó.
– Me has acusado de matar a tu padre. Estuve allí como un maldito idiota y casi me disparaste.
– ¿De qué hablas?
Él estudió la cara pálida durante un largo momento. Sus ojos cambiaron lentamente al dorado oscuro.
– No importa, Isabeau. Tenemos una tregua. Vamos a seguir con esto.
Ella le frunció el entrecejo, su expresión verdaderamente desconcertada.
– No comprendo que quieres decir. Te vi.
– Viste a tu padre poner un arma en mi cabeza. Casi me reventó el cerebro.
– Lo tenías atrapado. ¿Qué se suponía que iba a hacer?
– Entré desarmado. Traté de hablar con él para que se rindiera, de que saliera conmigo y dejara que el equipo eliminara a su jefe, pero no me escuchó. -Se aseguró de mirarla a los ojos. Ella no querría creerle, pero su felina sabría que decía la verdad. La gata se estaba volviendo lo bastante fuerte para emerger y cuanto más cerca de la superficie estuviera, más aumentaría las capacidades de Isabeau. Sabría si mentía o si decía la verdad.
Isabeau se negó a ser una cobarde, lo miró directamente a los ojos y se forzó a recordar el espantoso momento cuando había entrado en el cuarto y había visto a su padre caer, salpicando de sangre la pared detrás de él. Había habido tanta sangre. Al principio no había sabido qué había sucedido. No hubo sonido, el arma usaba silenciador. Había abierto la boca para chillar y su amante había estado sobre ella tan rápidamente que no pudo verle moverse ni siquiera, la mano se aplastó sobre la boca con fuerza, llevándola al suelo, los ojos fríos y duros y tan demoníacos que ella había estado aterrorizada.
Había estado bajo su cuerpo, mirando cómo la sangre se volvía negra y espesa alrededor de su padre y alrededor del hombre al que había amado con toda su alma, ahora un extraño que claramente trabajaba con el hombre que había disparado a su padre. Gracioso, apenas podía recordar al otro hombre, sólo el arma, a su padre cayendo y la cara de Conner, tallada en piedra, sombría, sin rastro del amor o el cuidado. Sin rastro de remordimiento. Él la había sostenido allí mientras los otros entraban con armas, la mano la sujetaba con tanta fuerza que apenas podía respirar. Ella les había mirado, sombríos y silenciosos, las armas entrecruzadas sobre sus cuerpos, moviéndose por el cuarto, dando un paso sobre su padre como si él fuera un pedazo de basura y no un hombre que había reído y había jugado con ella, enseñándole a conducir, sentándose toda la noche con ella cuando estaba enferma.
Isabeau tragó con fuerza y apartó la mirada. Estaba totalmente oscuro ahora, pero podía ver cuando debería haber estado ciega. No quería ver. Quizá permanecer ciega en la oscuridad era la mejor manera de supervivencia, porque que Dios la ayudara si aceptaba lo que Conner había hecho.
– Tenemos que irnos -dijo Conner.
Ella asintió, dejando salir el aliento en alivio. No podía pensar en esa noche. Había pasado demasiado tiempo excavando en los asuntos de su padre, sintiendo como si estuviera traicionándolo. Había pasado demasiadas noches en blanco, había tenido demasiadas pesadillas.
– Ponte los zapatos, no puedes andar descalza.
Ella se hundió sin discutir y se los puso, mirando como él hacía lo mismo. Sabía, por la manera que inclinaba la cabeza, que él estaba escuchando algo. Ella captó vibraciones de sonido, casi como un eco, pero no podía situarlo.
– ¿Están cerca? -Instintivamente bajó su voz.
– Alguien viene. No es uno de los nuestros.
– ¿Cómo puedes decirlo?
– Son demasiado ruidosos. Y puedo oler su sudor. No es un olor de leopardo ni Adán. Estaremos bien. Está solo y está siendo cazado.
– ¿Por qué yo no lo puedo oler?
– Tu gata se ha retirado. Las mujeres se acercan más y más a su leopardo emergente, pero ella viene y va bastante a menudo al principio. Nadie sabe porqué. Quizá es tan nerviosa como tú. Mi felino se ha calmado, lo que significa que el tuyo se ha alejado.
Ella sacudió la cabeza.
– Es difícil de creer. Si no lo hubiera visto o sentido, pensaría que estamos locos.
Los ojos de Conner se suavizaron. Líquidos. Sexys. Ella siseó. No podía culpar de su reacción a la gata cuando ésta estaba muy lejos. Esta era la mujer, lisa y llanamente, tan atraída por un hombre que estaba húmeda sólo de mirarlo.
– Sé que esto es mucho para que lo aceptes de repente, Isabeau, pero se volverá más fácil. Y no has huido chillando, ni siquiera con toda la muerte que has visto hoy y las revelaciones acerca de quién y qué eres.
Había orgullo en su voz, respeto incluso. Ese era su talento. La podía hacer sentirse especial. Más que especial, extraordinaria. La admiración en su voz acariciaba como dedos sobre la piel. ¿Cómo lo hacía? Su voz era tan irresistible. Tan real. No había manera de desensibilizar la piel después de que él la hubiera tocado con sus dedos o después de oír su voz. Era imposible, por lo menos para ella. Los nervios estaban en carne viva, pequeñas chispas eléctricas se arqueaban sobre los senos y bajaban por el estómago.
Ella no era lo bastante experimentada, no lo bastante sofisticada para ser casual con él. Todo lo que él hacía y el modo en que hablaba le afectaba física y emocionalmente. Él estaba tan fuera de su liga que ella no tenía ninguna oportunidad de ocultarle nada, así que se encogió de hombros y se aseguró de que sus zapatos estuvieran atados.
– No soy frágil, Conner. Sabía en lo que me estaba metiendo o por lo menos lo que costaría recuperar a los niños.
Un grito que helaba la sangre llenó la noche. Los escalofríos bajaron por su espina dorsal y se giró hacia el sonido. El grito horrendo se cortó en mitad de una nota. Isabeau estaba tiritando, dándose cuenta una vez más, que Conner había insertado su cuerpo entre ella y lo que había producido ese sonido horrible y horrendo. Él siempre la protegía, incluso en la cabaña cuando pensó que ella le quería muerto. Incluso cuando mataron a su padre. No se había sentido como protección entonces, él había evitado que gritara, pero su cuerpo había protegido al de ella a través de un terrible tiroteo.
Ella no quiso notar eso sobre Conner, cómo la protegía, porque esa pequeña vocecita en su cabeza empezaría a soñar, a susurrar que ella le importaba. Era un manipulador magistral y ella le había pagado para que viniera. Él no la había buscado. No había caído de rodillas y rogado perdón. Ni siquiera cuando le dijo que su gata no aceptaría a nadie más, él había sido práctico y poco entusiasta.
Bordeó el cadáver del hombre que había matado antes, guiándola hacia la oscuridad, caminando delante en silencio. No podía ni oírle respirar, pero sentía su presencia, muy sólido, cerca de ella. Se sentía como su sombra, conectada, pero no y el pensamiento la hizo sonreír. Todo en su vida estaba tan mezclado, tan del revés, pero estaba más viva de lo que lo había estado en un año.
Había pasado una buena porción de su tiempo en la selva tropical y había aprendido a respetarla realmente. Uno tenía que tener cuidado todo el tiempo, como los buzos en el océano. Sus hermosos alrededores podían atacarla en un momento, pero el estar con Conner alejaba ese borde de temor. Creía que nada podía sucederle mientras estuviera cerca de él. Conner exudaba confianza absoluta y la acumulaba sobre ella.
¿Era posible aprender a ser como él? ¿Podía aprender sus habilidades? ¿Tener su poder y fuerza? Deseaba que fuera verdad. Adoraba subir a los árboles y avanzar por el dosel. Se sentía como vivir en las nubes a pesar del fuego y la fauna de los que huían. Sentiría el latido del corazón de la selva tropical a través de su gata, la alegría y libertad de estar tan cerca de la naturaleza.
– ¿Por qué no tienen miedo de nosotros? Los animales. ¿No olemos como depredadores para ellos? Puedo oler a tu felino cuando estás cerca de mí y tú puedes oler a la mía.
– Nuestro pueblo siempre ha sido guardián de la selva tropical. Con el paso de los años, por supuesto, nuestro pueblo se ha casado con humanos y han ido a las ciudades, pero el instinto de proteger está en todos nosotros y los animales responden a ello.
Él se estiró hacia atrás y le tomó la mano, le metió los dedos en el bolsillo de atrás.
– Quédate cerca de mí. Nos acercamos al río. Tendrán una emboscada.
El corazón de Isabeau saltó en el momento que los dedos rozaron los suyos. Era peor que guardarlos en los bolsillos de los vaqueros. El calor de su piel parecía rodearla, envolverla en un capullo de calor. Realmente podía sentirlo moviéndose, la ondulación de músculos, los pasos fluidos, más animal que hombre. Trató de sentir a su gata, emular el cuerpo fluido, pero parecía un poquito fuera de sincronización, tropezando ocasionalmente sobre el suelo desigual.
Ella siempre había tenido una buena visión nocturna, pero su vista no era como había sido antes, cuando su felina había estado cerca. Ahora conocía la diferencia, así como sabía que había sido bastante experimentada en la selva tropical, no como Adán, pero había estado magnífica con su gata cerca.
– Se siente bien, ¿verdad?
Su voz fue un hilo desnudo de sonido, proyectado casi en su mente en vez de oído. Sintió la vibración atravesando el cerebro como una ola de calor. Ella curvó los dedos alrededor del borde del bolsillo, una reacción involuntaria, e instantáneamente él se detuvo y medio se giró hacia ella, inclinando la cabeza, la palma le ahuecó el costado de la cara, el pulgar le rozó de modo tranquilizador la mejilla.
– No tendrás miedo, ¿verdad? No dejaré que nada te suceda, Isabeau. Sé que no tienes razones para confiar en mí, pero te doy mi palabra de que te protegeré con mi vida. No hay necesidad de tener miedo. Tenemos amigos cerca. Si es demasiado difícil aquí en el suelo, puedo llevarte de vuelta al dosel y puedes esperar mientras les ayudo a limpiar el camino.
Ella sacudió la cabeza.
– Quiero permanecer contigo. No tengo miedo.
– Estás temblando.
¿Lo estaba? No lo había notado. No era porque tuviera miedo de los hombres enviados a matarles o más bien a matar a Adán. Excitación. Anticipación. Estar cerca de Conner otra vez.
– Sólo nervios -dijo, simplificando sin mentir-. No quiero tener que matar a alguien. Creo que podría si estuviera defendiendo a alguien más, pero temo que vacilaría y conseguiría que nos mataran a todos.
Había una parte de ella que quería apartarse de un tirón y decirle que dejara de tocarla, pero otra, la parte más masoquista anhelaba cada roce de los dedos, cada mirada intensa e irresistible de su abrumadora mirada.
– No quiero que tengas que hacer las cosas que yo hago, Isabeau. No hay necesidad. Te enseñaré todas las cosas que necesitas saber para defenderte a ti y a cualquiera que ames, pero cuando caes en ello, pierdes una parte pequeña de ti misma cada vez que matas. No es tan malo en la forma de leopardo. Nuestros felinos son depredadores puros y eso ayuda, que es por lo que muchos de nosotros escogemos esa forma al cazar. -Indicó la noche.
Ella escuchó. Al principio sólo oyó su propio corazón latiendo. El sonido de aire entrando y saliendo de los pulmones. Era agudamente consciente de Conner tan cerca de ella, del calor de su cuerpo calentándola, su gran forma protegiéndola. A la derecha, oyó el suave roce de pelaje contra algo áspero, un tronco de árbol, adivinó. Inhaló y olfateó algo salvaje. La piel hormigueo cuando reconoció el olor de un leopardo.
Conner dio un paso más cerca de ella, deslizó el brazo en torno a ella para atraerla con más fuerza contra él. Presionó los labios contra la oreja.
– Está cazando algo cerca de nosotros. Busca información. Incluso sin tu gata cerca, puedes utilizar sus sentidos. Tienes una clase de radar. Debes haber sabido quién estaba en tu puerta a veces antes de abrirla.
Ella asintió.
– Los bigotes de un felino están incrustados profundamente en el tejido y las terminaciones nerviosas transmiten información al cerebro. Puedes utilizar esa información como un sistema de guía, como si sintieras tu camino en la oscuridad. Puedes leer objetos, dónde está todo y todos en la selva, cómo de cerca estás tú de ello y qué es. -Las puntas de los dedos se deslizaron sobre la cara-. Como el Braille. En este momento, Elijah sabe exactamente dónde está su presa, su posición y dónde debe golpear para dar el mordisco mortal.
Conner no podía resistirse a tocarla. Los gatos eran táctiles y no sólo necesitaba mantener las manos sobre ella, sino también frotar su olor sobre ella. Ella se frotó la cara por su pecho y garganta, sin darse cuenta de lo que hacía. Él recordó con qué frecuencia lo había hecho cuando habían estado juntos, desnudos, piel contra piel. Debería haberse dado cuenta entonces. El olor y el toque eran tremendamente importantes para su especie, una cosa necesaria.
Isabeau le había enseñado a jugar. Con ella, se había sentido diferente, se había sentido más. A menudo, cuando había estado acurrucado en la cama, echando una siesta después de un largo y agradable encuentro sexual, ella lo había acechado y se había abalanzado sobre él, para acabar en un juego desordenado que les llevaba a juegos mucho más sensuales.
Había echado de menos todo sobre ella, especialmente la manera en que frotaba su olor por todo él, como ahora. Sentir su suave cuerpo apretado contra el suyo, el perfume femenino alzándose en torno a él, envolviéndolo, para que cuándo inhalara la tomara en sus pulmones. Quería sostenerla para siempre, enterrar la cara en ese lugar dulce entre el cuello y el hombro y aspirarla hasta que supiera que era real otra vez.
Se tensó cuando Elijah hizo su movimiento, a escasos diez metros de ellos, lanzándose sobre el pistolero, arrastrándolo al suelo y sujetando a su presa con una mordedura asfixiante en la garganta hasta que toda lucha cesó. Oyó el suave ruido sordo del cuerpo, olió la sangre y luego la muerte. Todo el tiempo mantuvo los brazos en torno a Isabeau, agradecido de tener una razón para estar cerca de ella.
Supo el momento exacto en que ella olfateó la muerte. Su cuerpo tembló ligeramente y se acurrucó un poco más en él, pero Conner estaba orgulloso de ella. Estaba allí erguida. Allí en la oscuridad, con enemigos en la noche, violencia y muerte, pero estaba erguida. Esa era la clase de madre que deseaba para sus niños. Una compañera que estaría con él sin importar las circunstancias.
¿Cómo demonios había estado tan ciego? ¿Cómo podía haber echado a perder su oportunidad con ella? La había más que decepcionado. Su primera experiencia, su primer amor la había traicionado, la había dejado con nada excepto un padre muerto y demasiadas preguntas. Ella no había sabido ni su nombre verdadero. ¿Cómo conseguía uno el perdón para esa clase de traición?
Algo se movió a su izquierda y justo delante de ellos. Las hojas crujieron. Él sintió la calma repentina de Elijah. La mano resbaló sobre la boca de Isabeau, una advertencia suave de que permaneciera callada. Ella alzó la mirada y Conner se quedó sin respiración. No había temor allí. Los ojos eran hermosos, como dos joyas contra la luz de la luna pálida. Se llevó un dedo a los labios y le indicó que permaneciera donde estaba. Ella asintió comprendiendo, pero cuando él aflojó lentamente su agarre para alejarse de ella, le agarró el brazo.
Se inclinó sobre ella, apretando los labios a la oreja.
– Volveré inmediatamente. No te muevas. Ni un músculo.
No le gustaba dejarla, pero el enemigo estaba demasiado cerca y Elijah no podía llegar donde él antes de que el hombre los descubriera. Su adversario se acercaba más, el paso de las botas sonaba fuerte en la noche. Conner dejó vagar los labios sobre la oreja y el pelo, saboreándola sólo un momento antes de marcharse para interceptarlo. No miró hacia atrás, pero escuchó. No hubo susurro de ropa, ningún sonido que indicara que ella se había movido, pero debía haber estado un poquito atemorizada de ser abandonada sola en lo profundo de la selva tropical con un leopardo cerca y hombres con armas que cazaban a cualquier humano.
El orgullo se revolvió en él mientras se deslizaba cerca del enemigo. Se arrastró lo bastante cerca para alcanzar y tocar al hombre. Vestido con equipo de combate, estaba agachado con el rifle automático acunado en las manos, la cara del hombre era cruel y metódica. Conner captó el olor del temor cuando la cabeza giró de aquí para allá.
– Jeff -siseó-. Soy Bart. Contéstame.
Conner le podría haber dicho que un leopardo había matado a Jeff a unos pocos metros de allí, pero no tenía sentido. En vez de eso, se deslizó fuera de la espesa maleza a campo abierto, directamente detrás de Bart. Cuando le alcanzó, oyó un suave movimiento cerca de Isabeau. Ella jadeó, el sonido audible en la noche. Bart giró hacia ese leve ruido. Los ojos se le abrieron de par en par cuando vio la oscura sombra a centímetros de él. Abrió la boca, pero ningún sonido emergió cuando levantó el arma, el dedo en el gatillo, preparado para disparar mientras intentaba alinear el fusil con el pecho de Conner. La boca del arma ardió azul y blanca. Detrás y alrededor de Conner, la corteza y las hojas volaron por el aire.
Isabeau gritó, un grito estrangulado de dolor y él olió sangre. Su felino se volvió loco, gruñendo y rugiendo cuando agarró al soldado de Imelda por la garganta, las garras estallaron de las puntas de los dedos. Los chillidos del hombre se cortaron bruscamente en un pequeño gorgoteo. Conner lo tiró a un lado y se dio la vuelta, apresurándose a volver a la espesa maleza donde estaba Isabeau.
Patinó deteniéndose poco antes de salir de la maleza a campo abierto. El olor de un leopardo macho mezclado con un hombre era denso y se mezclaba con sangre, la sangre de Isabeau. Ella respiraba. Podía oírla, el aire entraba y salía deprisa de los pulmones, entrecortadamente. Sintió su dolor, sabía que estaba herida y su felino se estaba volviendo frenético. El olor del otro macho inflamaba al leopardo aún más, tanto que arañaba cerca de la superficie, exigiendo ser liberado.
Conner se forzó a pensar, no a reaccionar. Podía ver al extranjero, los ojos resplandecían rojos como los de un gato en la oscuridad. La mano en la garganta de Isabeau no era humana, las garras se le clavaban en la piel. Sostenía a Isabeau delante de él como un escudo, su atención en la maleza de la derecha. Gruñendo, mostrando todos los dientes, gruñó un aviso hacia algo que Conner no podía ver en la maleza.
Elijah. El leopardo estaba agachado, esperando su oportunidad. Los felinos tenían paciencia, especialmente los leopardos. Podían esperar durante horas si era necesario, y ahora mismo era un callejón sin salida. Isabeau no miró hacia Elijah, ni a su agresor. Mantenía la mirada pegada en la maleza donde Conner respiraba su temor. Ella sabía que estaba allí. Y sabía que iría a por ella. No había pánico en sus ojos.
La sangre le goteaba sin cesar por el brazo izquierdo donde una bala debía haberla rozado. La mirada de Conner se cerró en su enemigo. Leopardo seguramente. Más probablemente uno de los renegados. Nunca saldría de la selva tropical vivo. No con Elijah esperando en la maleza. O con Rio arrastrándose detrás de él. No con Adán cerrando un lado, con dardos de veneno preparados o los hermanos Santos arrastrándose sobre el vientre y acercándose por el otro lado.
Conner era consciente de todos, pero débilmente, como si estuviera muy lejos. Cada fibra de su ser estaba centrada en el leopardo que sostenía a su compañera como rehén. Salió de la maleza, frente al hombre. Isabeau jadeó y sacudió la cabeza. El felino de Conner saltó, siseando y gruñendo, queriendo desgarrar y cortar a su adversario a trozos. No había manera de calmar a su gato, así que no trató de suprimir los instintos naturales del animal. Sólo lo sujetó más firme. Por supuesto, quería destruir el hombre que tocaba a su compañera, pero mantenerla viva era más importante que otra cosa, especialmente su orgullo.
– Déjala ir -dijo tranquilamente-. Ella no puede ayudarte.
El renegado gruñó con una gran exposición de dientes y clavó las garras más profundamente en la garganta de Isabeau en advertencia. Gotitas de sangre bajaron por la piel. Conner marcó cada una, valorando el daño que el leopardo le hacía en la garganta.
– ¿Estás bien?
Isabeau se tragó el dolor abrasador en la garganta, asintió, aterrorizada, no por ella misma, sino por Conner. Él estaba allí sin un arma, frente al hombre que la sostenía y ella no tenía manera de advertirle que su captor era enormemente fuerte. Nunca había sentido tanta fuerza corriendo por alguien, era como acero. Él la podía romper por la mitad si estuviera inclinado a hacerlo. Intentó un movimiento cauteloso. Instantáneamente las garras se hundieron más profundamente.
Isabeau tosió y trató de arrastrar aire a los pulmones ardientes. Mantuvo los ojos sobre Conner. Él parecía totalmente tranquilo, completamente seguro y le dio la capacidad de permanecer calmada.
– ¿Quién eres tú? ¿Suma o Zorba? -preguntó Conner.
El leopardo gruñó otra vez y el gato de Conner arañó en busca de la supremacía. Los ojos debían haber cambiado porque la expresión del hombre cambió. El temor entró por primera vez, agrietando el aire de superioridad.
– ¿Qué diferencia hay?
Conner se encogió de hombros.
– La diferencia entre morir lentamente de un dolor agonizante o rápida y misericordiosamente.
– No me gustan mucho mis opciones.
– Entonces no deberías haber puesto las garras sobre mi compañera.
Un tic nervioso rompió la mirada concentrada que el leopardo trataba de mantener. Conner lo notó y cambió inmediatamente de opinión. Este no podía ser ni Suma ni Zorba. Ellos eran más viejos, con más experiencia, y ninguno se estremecería al tratar de tomar a la compañera de otro leopardo. Era estrictamente tabú en su sociedad y conllevaba una pena de muerte, pero a ninguno de los dos renegados le habría importado, al creerse por encima de la ley.
– Sólo quiero salir de aquí de una pieza. No quiero herirla.
Conner levantó la ceja.
– Tienes una manera extraña de demostrarlo con tus garras en su garganta. Tu propio anciano te sentenciaría a muerte por dañar a una mujer.
– No tienes la menor idea de lo que pasa.
– Dímelo. -Conner mantuvo un control firme sobre su felino, que estaba enojado con él ahora por no saltar a matar.
El olor de la sangre de Isabeau volvía loco al animal. Conner no debería haber sido capaz de permanecer bajo control si ella hubiera parecido aterrorizada o llorara, pero Isabeau mantenía sus ojos clavados en los suyos, diciéndole en silencio que sabía que él la sacaría de la situación. No tenía ni idea de si ella sabía que los otros se estaban acercando, pero él lo sabía. Contaba con el dardo venenoso de Adán.
Un tajo de esas garras mortales y el renegado mataría a Isabeau. Si el gato supiera que no tenía oportunidad, sería lo suficiente rencoroso para llevársela con él. Los leopardos eran conocidos por su mal genio. Todos los miembros de su equipo eran rápidos, como hombres o leopardos, pero esas garras ya estaban demasiado cerca de la yugular, y todos los leopardos sabían exactamente dónde asestar un golpe mortal.
– No deberías estar aquí. Hay un indio provocando problemas. Si lo mato, tengo un trabajo. No es gran negocio. Es un dolor en el culo para todos, retrasando el progreso y matando a hombres inocentes que se ponen en medio. Tenemos una oportunidad de hacer mucho dinero con él fuera.
– Así que Cortez te ha prometido dinero por matar a Adán Carpio y has decidido que todos esos niños eran prescindibles.
El leopardo parpadeó.
– ¿Qué niños? ¿De qué hablas? Esto no es sobre niños.
– Suma dejó esa parte fuera cuando se te acercó, ¿verdad? -Conner levantó la mano para parar la ejecución. Estaban todos en su lugar. El leopardo era joven e impresionable. Y un estúpido. Había admirado al leopardo equivocado-. Suma dirigió un ataque contra la aldea de Carpio. Mataron a varias personas en el ataque y secuestraron a los niños para forzar a Adán a abrir rutas de droga. Suma ha traicionado a los de nuestra clase con un intruso y ha asesinado también a un leopardo hembra. ¿Es esa la clase de hombre para el quieres trabajar?
La inhalación rápida de Isabeau fue audible. El leopardo casi la soltó, retractando las garras ante la sorpresa.
– Eso no es verdad.
– Isabeau va a caminar hacia mí y tú la dejarás ir. Estás rodeado sin ninguna salida. Sigue mirándome. -Ordenó Conner cuando el joven leopardo comenzó a girarse-. Soy yo quien decidiré si vives o mueres, nadie más. Lo que hagas en este momento va a ser una decisión de vida o muerte.
– ¿Cómo puedo fiarme de ti?
– No importa, voy a enseñarte una lección -dijo Conner-. No vas a irte libre cuando has hecho sangrar a mi compañera. En cuanto a fiarte de mí, tendrás que decidir lo que quieres para correr el riesgo. Tócala otra vez y te doy mi palabra que eres hombre muerto.
Conner nunca apartó su mirada de la del joven leopardo. Sabía que el hombre podía ver la verdad en sus ojos. Sabía que podía ver a su leopardo furioso, la exigencia de matar. El joven olfateó y captó el olor de los otros rodeándole. Tragó y dio un paso retirándose de Isabeau, levantando las manos ligeramente.
– ¿Mataron realmente a un leopardo hembra? ¿Es cierto?
– Era mi madre -dijo Conner-. Estoy seguro.
Isabeau jadeó e hizo un pequeño sonido de pena.
El joven palideció.
– No lo sabía. ¿No hay error?
– Suma trabaja para Imelda Cortez y recluta para ella. Ella es la jefa del cártel más grande de droga en la región y es directamente responsable del asesinato de tribus y la destrucción de nuestro bosque -continuó Conner-. Él es quien reveló a nuestro pueblo y es el hombre para el que estabas trabajando.
El leopardo tragó y extendió las manos lejos de su cuerpo, levantó la cabeza para exponer la garganta.
– Lleva a cabo la sentencia entonces. La ignorancia no es una defensa.