173270.fb2 Fuego Salvaje - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 12

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Capítulo 11

EMMA no podía moverse, no se atrevía a luchar, reconociendo en ese momento cuán peligroso era Jake realmente. Su fuerza era enorme, su hambre absoluta y cruda. Completamente excitado, parecía capaz de cualquier cosa. Un gruñido bajo escapó de su garganta, el beso se profundizó hasta que casi le comió la boca en un esfuerzo por devorarla. La condujo hacia atrás hasta que estuvo contra la pared, sin levantar nunca la boca de la de ella. Emma le pasó la lengua por el borde de sus dientes, sintiéndolos afilados, saboreó su deseo mientras él le ahuecaba la nuca y la sostenía allí, moviendo la boca sobre la de ella, haciendo que su cuerpo se volviera fuego líquido.

Jake le capturó las manos con las suyas y las atrajo sobre su cabeza, sosteniéndola sujeta allí, frotó el cuerpo sobre el de ella como un gato. Algo salvaje en ella respondió, su cuerpo ardió con un calor poco natural. Él era un macho primitivo reclamando a su compañera, y los huesos de ella se fundían como si ella fuera seda viviente y maleable, y cada terminación nerviosa estuviera viva por el calor llameante combinado. Ella moldeó su cuerpo al de él, presionando, movió la boca inconscientemente bajo la de él, entrelazando las lenguas, acariciando, su sabor ardía a través de ella como eróticas burbujas de champaña.

No podía pensar, sólo podía sentir, su cuerpo estallaba en llamas, necesitando al de Jake. Si él gruñía, ella gemía, jadeante y hambrienta y tan necesitada que no podía soportar el peso de la ropa sobre la piel.

No había nada inseguro en Jake; él hacía el amor de la manera en que lo hacía todo, despiadadamente, con decisión, dando órdenes. Al mismo tiempo, era salvaje, fuera de control, la barría con él a una tormenta de intensidad. La boca de Jake abandonó la de ella para viajar por la garganta vulnerable, mordiendo deliberadamente, amamantándose, dejando marcas de posesión en la suave piel. Agarró el frente de la blusa y tiró, rasgando la delgada tela por delante, luego arrastró la falda fuera de ella como si encontrara que cualquier cosa que evitara que tocara o viera su cuerpo fuera ofensiva.

De ese modo, parecía que no podía esperar lo bastante para deshacerse del sujetador. La boca trazó besos ardientes hasta la tela de encaje que le cubría los senos. Emma oyó el sonido bajo y crudo que escapó de su garganta cuando la boca de Jake se cerró sobre el seno, a través del encaje, los dientes rasparon, la lengua caliente y malvada, se arremolinó sobre el brote duro del pezón. Sus brazos, gruesos con músculos marcados, la atrajeron más cerca, la boca de Jake tironeó con un hambre fuerte y urgente.

Él no era gentil, estaba hambriento, se estaba dando un banquete con ella, reclamándola con pequeños y fieros gruñidos que retumbaban en su pecho y garganta.

– Mía -gruñó y la atrajo al caliente infierno de su boca-. Mía -repitió, los dientes mordieron hasta que ella gritó e inmediatamente la lengua la lavó y la calmó.

El cuerpo de Emma era un horno, y se arqueó contra él, tratando de conseguir tanta piel como fuera posible en contacto con la de él. Las manos de Jake se movían sobre ella posesivamente, la acariciaban la estrecha caja de las costillas y la pequeña cintura, y por la curva de la cadera. Todo mientras tironeaba y apretaba los pezones, arañando con los dientes, hasta que la línea entre el dolor y el placer se emborronó y ella estuvo gritando de necesidad.

Jake tiró de su pierna alrededor de la suya, la mano encontró la pantorrilla, viajó hacia arriba, amasando la perfección de su estructura ósea, moviéndose por el interior del muslo. Las manos de Emma se apretaron alrededor del cuello, adhiriéndose a él, mientras el mundo se desvaneció hasta que solo hubo las manos de Jake, su boca y el hambre que rabiaba entre ellos. La excitación enviaba llamas por sus muslos hasta que las temblorosas piernas de Emma amenazaron con fallar.

Emma intentó encontrar suficiente aliento para hablar, para hacer que su cerebro funcionara apropiadamente.

– Jake. Tenemos que pensar lo que estamos haciendo. -Pero no podía pensar. No había pensamientos, sólo la sensación de sus manos, su boca y el calor de su cuerpo.

La respuesta de Jake fue un gruñido bajo, áspero, dolorosamente sensual. Los dedos le apretaron el muslo, y ella sintió la mordedura de las uñas, otra marca en su cuerpo. Entonces él agarró sus medias de encaje y tiró, rasgándolas para empujar la palma contra el calor húmedo que le daba la bienvenida, barriendo todas las objeciones que ella podría haber pensado.

Emma jadeó, su cuerpo se fragmentó, ondulando con la vida, con el placer, con su toque. Él estaba por todas partes, duro y fuerte, la boca caliente, justo a través del encaje de su sostén. Los labios dejaron el seno para viajar de vuelta a la garganta, el mentón, encontrando la boca, brutal con la necesidad, y ella envolvió sus brazos apretadamente alrededor de él, sosteniéndolo más cerca, emparejando deseo con deseo.

– Jake, vete más despacio -susurró, atemorizada de su propia pasión, atemorizado de la completa intensidad y violencia que parecía no poder controlar. Ella alzó la mirada a su cara, las líneas duras con la lujuria, los ojos vidriosos y sensuales, los iris habían desaparecido, reemplazados por oro ardiente.

Jake sentía el leopardo empujando cerca de la superficie, alzándose con la ferocidad de su necesidad, y luchó por mantener una apariencia de control cuando no había ninguno. Su verga rabiaba por estar dentro de ella, desesperada por la seda caliente y húmeda de su vagina y el placer y el alivio que sólo ella podía traer a su cuerpo.

– Tengo que estar jodidamente dentro de ti -susurró crudamente en su boca, incapaz de detenerse, mientras introducía un dedo en su fuego. Gimió cuando los músculos se apretaron con fuerza a su alrededor. Deliberadamente empujó más profundo, insertando dos dedos en su canal caliente y resbaladizo para probar si estaba lista.

La deseaba allí, en el suelo de su oficina, donde no había posibilidad de que escapara, donde podía sujetarla y conducirse profundamente, tomando lo que por derecho era suyo. La agarró por las nalgas y la urgió más firmemente contra la mano, los dedos se deslizaron profundamente, resbalando dentro y fuera de ella, mientras la lengua reclamaba la posesión de su boca. Su cuerpo estaba ardiendo, un extraño rugido en las orejas. Estaba pesado y lleno, más allá del dolor.

No era suficiente. Necesitaba que ella le tocara, necesitaba que ella le deseara con el mismo frenesí salvaje de tormento. Agarró la hebilla del cinturón, arrastró sus pantalones abriéndolos, para sentir cierto alivio.

– Necesito que me toques, cariño. Ahora mismo, maldita sea. -Su voz fue un gruñido desigual que intentó ser suave pero no pudo-. Emma, te necesito, cariño. Tócame. Por favor, solo tócame, joder. -Desesperado por la sensación de sus manos sobre él, no le dio elección. Enredó una mano en su cabello y guió su mano hacia su polla con la otra.

Su cuerpo tembló ante el primer toque de los dedos contra la carne pulsante, ante el modo en que los dedos le amasaron, le tocaron y acariciaron. Se estremeció, empujando en la mano, mientras la agarraba del pelo y la forzaba a ponerse de rodillas.

– Pon la boca sobre mí -ordenó duramente. Era como si su miembro tuviera vida propia, estuviera ardiendo, tan grueso que sentía que estallaría.

No iba a vivir otro momento a menos que ella obedeciera. Su verga escapó de la palma y ella frotó la cabeza sensible con la punta del pulgar, alzando la mirada hacia él, los ojos somnolientos, atractivos. Ella parecía imposiblemente sensual arrodillada a sus pies, su cuerpo desnudo excepto por el sujetador de encaje, las gotitas de humedad capturadas en los rizos llameantes en la unión de sus piernas, los senos derramándose por fuera, su marca de posesión en la garganta y sobre los suaves montículos. Él estaba completamente vestido, su polla gruesa, dura y doliendo como una hija de puta.

– Pon tu jodida boca en mi ahora -siseó entre los dientes apretados mientras la lengua de Emma escapaba para curvarse alrededor de la cabeza ancha y excitada, para saborear las gotas color perla de allí.

Emma se inclinó hacia adelante y él se quedó sin respiración, perdió la mente, todo su ser, mientras ella comenzaba a mamarlo. Ella le consumió con su pasión, con placer caliente y terrible. La boca era un tubo de fuego que le quemaba, le achicharraba, estaba apretado como un puño, le ordeñaba, la lengua se deslizaba por encima y debajo, lamiendo con avidez su base, su bolsa y de vuelta a tragarlo una vez más.

El leopardo rugió y él sintió las garras estirándose, sintió los huesos chasqueando mientras la boca le llevaba por el borde de su control. Luchó contra el cambio, luchó por evitar ser demasiado violento, demasiado salvaje, pero la sensación de su boca le estaba matando. Podía sentir sus pelotas apretándose, la verga creciendo en el resbaladero caliente de la boca. Quería más, enterró ambas manos hondo en su pelo, sosteniéndola en el sitio mientras empujaba las caderas y echaba atrás la cabeza cuando tocó la parte de atrás de su garganta, un placer brutal estalló por él como el sol.

Ella comenzó a luchar, trayéndole de vuelta a la realidad.

– Relájate. -Intentó forzar su cuerpo a calmarse, pero no podía liberarla, obligarse a sí mismo a abandonar el refugio caliente de la boca-. Relájate, cariño. Me puedes tomar. Solo relájate.

Ella se calmó un poco bajo su tono calmante, forzando los músculos de la garganta a relajarse cuando él le echó la cabeza más atrás. Él se introdujo más, murmurando ánimo, un grito ronco escapó cuando la garganta de Emma convulsionó a su alrededor. Tenía que parar. Tenía que encontrar el control. Si no lo hacía, rociaría su semilla por la garganta, y necesitaba estar dentro de ella. Se arrancó la camisa y lanzó la tela a un lado, la piel estaba al rojo vivo.

– No puedo esperar, cariño, ni otro minuto. Lo siento, tengo que tenerte ahora. Más tarde, me tomaré mi tiempo, lo juro, pero no esta vez. Me volveré loco si no estoy dentro de ti.

Empujó contra ella agresivamente, la agarró por los hombros y la llevó hacia atrás al suelo. Ella se tendió, con las rodillas levantadas, el pelo esparcido por la brillante madera como seda, los pechos empujando hacia arriba, palpitando con la jadeante respiración. Él se cernió sobre ella como un conquistador, pateó los zapatos y se despojó de los pantalones antes de estirarse para deshacerse del sujetador.

– Jake. -Había incertidumbre en su voz cuando parpadeó hacia él, un tinte de temor en los ojos. Su cuerpo estaba ruborizado, excitado; él olía su excitación, incitando al leopardo a nuevas alturas de lujuria.

Sabía que debía ir más despacio, tranquilizarla, pero el leopardo no lo permitiría, le estaba guiando ahora, más allá del sentido, indiferente a nada excepto a reclamarla, a atarla a él. Había esperado por siempre, ardiendo noche tras noche, hasta que vivió en una clase de infierno.

Bajó al suelo, le apartó las rodillas y tiró de su cuerpo a través de la madera pulida; bajó la cabeza y apuñaló con la lengua hondo en su centro caliente y cremoso. Emma corcoveó, gritó e intentó alejarse retorciéndose, empujando en el piso con los tacones en un esfuerzo por arrastrarse fuera de debajo de él. Él gruñó otra vez, levantó la cabeza de un tirón, los ojos ardían sobre ella, hundió los dedos profundamente en sus muslos, para evitar que se moviera ni un centímetro. Ella estaba tan mojada, tan preparada, su cuerpo ya se estaba apretando con espasmos, desesperado por el suyo.

– Es demasiado, vete más despacio -rogó Emma, envolviendo el puño en su pelo.

El dolor en la cabeza de Jake sólo le estimuló. Gruñó otra vez, elevando las sensaciones con vibraciones mientras empezaba a darse un banquete en ella. Su sabor era salvajemente exótico, y la sangre se apresuró a su verga, hinchando su miembro a tal plenitud intolerable que pensó que estallaría. Más crema se deslizó de ella y la lamió como un gato hambriento mientras ella gemía y se retorcía bajo su asalto. Otro gruñido caliente y desesperado retumbó hondo en su garganta mientras la devoraba. Los dientes le rasparon el clítoris. Ella levantó las caderas y él la atrapó por los muslos, abriéndolos más para conseguir mejor acceso. Cuándo se amamantó del pequeño brote duro, ella corcoveó desenfrenadamente contra su boca, sus gritos se volvieron sollozos de placer mientras él la lanzaba a un intenso orgasmo.

– Jake… Para… No puedo hacer esto. No puedo tomar más. Tienes que parar. -Él iba a matarla con el puro placer. Ella necesitaba ir más despacio, recobrar el aliento. Él iba a volverla loca-. Jake. -Intentó decir con voz entrecortada que parara, pero ya era demasiado tarde.

Él no paró. En lugar de eso, su reacción se intensificó. La lengua golpeó el brote sensible una y otra vez, conduciéndola más alto, haciendo que ardiera más caliente, hasta que el nudo de terminaciones nerviosas se sintió en llamas contra la lengua. Ella le empujó, golpeándole ahora, su propia voz un ronco sollozo mientras intentaba aflojar el agarre despiadado en los muslos. El aliento desigual y el cuerpo que corcoveaba provocó que la lujuria de Jake aumentara. El leopardo saltó y rugió, arañándole el vientre, demandando más de ese sabor adictivo, queriendo marcarla por todas partes para que ella nunca pudiera intentar negar otra vez a quién pertenecía.

La lengua apuñaló y dio golpecitos, hundiéndose hasta el fondo, negándose a darle un momento para recuperarse, controlándola deliberadamente. Sus salvajes empujes sólo alimentaban la necesidad de su gato de dominar, y él deslizó la boca por ella, lamió la humedad resbaladiza que cubría su montículo varias veces y luego colocó los dientes en el interior de su muslo, marcándola una vez más.

Los ojos de Emma se abrieron de par en par por la sorpresa mientras el placer-dolor la empujaba a otro orgasmo y él inmediatamente se dio un banquete, llevándola otra vez a lo alto hasta que gotas de sudor puntearon su cuerpo y el pelo estuvo húmedo.

Jake se puso de rodillas, mirando fijamente a su presa, luchando contra el dolor en la mandíbula y el dolor en su cuerpo. Ella parecía hermosa. Era salvaje, su cuerpo un infierno. Él podía sentir su calor mientras empujaba la cabeza ancha, lisa y muy sensible de su polla en la resbaladiza entrada. Ella se cerró alrededor de él, agarrándolo con fuerza, tan apretado. Él permaneció quieto, mostrando su poder sobre ella.

Esto no era un revolcón rápido. Quería emparejarse con ella, tomarla para sí para siempre, mostrarle a quien pertenecía y dejar su marca en ella. Ella le siseó, sujetada en el suelo por su cuerpo más grande y más fuerte, hundió las uñas en la madera, los senos eran una tentación, su voz una súplica sollozante a pesar de que estaba luchando.

Él la estiraba, sabía que su entrada rozaba los bordes de un ardiente dolor, pero no podía evitarlo. Ella estaba tan apretada y él era grueso y largo. Ella jadeó, abriendo aún más los ojos.

– Mía. -Él gruñó la palabra, meciéndose hacia adelante solo un poco, mirando el estallido de placer en los ojos de ella-. Mía. -Lo decía en serio. Quería que ella supiera que lo decía en serio. No habría marcha atrás después de esto-. Atrévete a decirme que no lo eres. Niégalo, Emma, si puedes. Joder, trata de decirme que deseas a otro hombre. O admite la verdad. Admite que es a mí al que deseas y no a ningún otro.

Los ojos la desafiaron a retarle. Las manos le agarraron las piernas apretadamente cuando se detuvo, alojado en la entrada de su apertura caliente y resbaladiza. El temor resbaló por las profundidades de los ojos verdes. Su vagina se apretó con fuerza alrededor de él, intentando agarrarlo, intentando empujarlo más profundamente, y él luchó para no rendirse, para introducirse con fuerza en casa. Algo salvaje y malvadamente primitivo en ella deseaba, incluso necesitaba, su posesión brutal; él podía leer eso. Pero ella tenía miedo. No se entregaría a él, aunque todas y cada una de las células en su cuerpo gritaran por él, chillaran por más. Ella no estaba segura de que pudiera manejar más.

Emma sacudió la cabeza.

– Sí -siseó ella-, pero no así. Eres demasiado grande. Eres…

– Exactamente así. -Dio un pequeño empujón con las caderas y deslizó dentro otra pulgada, mirándole la cara, al placer que ondulaba sobre ella, la molestia ardiente que se mostraba en el modo en que sus caderas intentaron empujar atrás-. De cualquier manera. De todas las maneras. Dilo, Emma. Di que eres mía. Di que deseas esto. Di que me deseas.

Él no iba a permitirle echarse atrás más tarde y decir que no había estado de acuerdo. Cuándo ella permaneció silenciosa, mirándole fijamente con esa mezcla de lujuria y temor, él se echó para atrás solo un poco y sintió que ella le agarraba. Emma gritó, su cuerpo siguió al de él.

La satisfacción soltó los nudos duros en el vientre.

– Dímelo maldición.

Los ojos se centraron en los de él. Él pudo ver los ojos dorados de su gato mirándole fijamente en el centro de los ojos de Emma. Ella se relamió. Respiró hondo. Su cuerpo se estremeció con su rendición.

– Deseo esto. -Su voz temblaba, salió en una ráfaga suave.

Él apretó los dientes, recompensándola con otra pulgada. El cuerpo de Emma se agarró al suyo, apretándolo estrechamente. Él luchó por evitar enterrarse profundamente.

– Eso no es bastante bueno. Admite que me perteneces. Di que eres mía. En voz alta, Emma.

– Jake. Por favor. -Un sollozo escapado-. Lo hago, lo soy. Lo que sea. Sólo haz algo, por favor.

Él introdujo su cuerpo en el de ella con fuerza, rasgando por sus pliegues de terciopelo, tan resbaladizo y mojado, fieramente caliente, apretado con un puño, enfundándose hasta que golpeó la cerviz con fuerza, llevándolo más lejos, forzándola a aceptar todo de él hasta que sintió que las pelotas golpeaban contra su culo. Los apretados músculos de Emma se estiraron alrededor de él, agarrándolo, sujetándose alrededor de la polla que latía. El fuego le atravesó como un rayo, un placer abrumador. La tomó duro y rápido, rudamente, del modo en que su gato exigía, golpeando en su cuerpo con poderosos golpes de taladradora, entregándose completamente al completo calor erótico de su cuerpo.

Nunca había experimentado nada como este apareamiento en su vida. Toda su concentración estaba en el centro de su cuerpo, en el miembro que golpeaba dentro y fuera de ella, desesperado por más, siempre más, conduciéndose profundamente, reclamando el alma de ella para él. Y, maldición, el calor que hervía en él ahora era casi intolerable. Se hinchó. Ella gritó y se sujetó a su verga con fuerza con sus músculos interiores, casi estrangulándolo, las ondas de placer se vertieron sobre él hasta que estuvo húmedo con sudor. Entonces el cuerpo de ella pulsó. Una vez. Dos veces. La crema caliente lo bañó y él se vertió en ella, queriendo que su semilla fuera hasta el fondo, queriendo que tomara asidero. Ella era suya. Nacida para él. En ese momento se sentía tan primitivo como su gato, e igual de dominante.

Jake salió de ella y la puso sobre el estómago. La repentina retirada causó otro destello de dolor y ella gritó. Él siseó cuando su brazo la agarró por debajo de sus caderas y tiró de ella hacia arriba para ponerla de rodillas, hasta que estuvo a cuatro patas. La sostuvo quieta, amarrándola con fuerza mientras la cubría, golpeando con su polla ferozmente para penetrar profundamente sin ninguna advertencia, introduciéndose a través de los músculos apretados hasta su ya sensible nudo de nervios que gritaban y latían una y otra vez.

Emma había pensado que estaba agotado, debería haber estado agotado, pero era más salvaje que nunca. Su cuerpo, golpeando duramente en el suyo, le robó el aliento. Se introdujo más profundo con cada empuje, la manera en que la sostenía le daba un mejor ángulo para poseerla. Ella se sentía en llamas, pero al mismo tiempo horrorizada de su propia conducta. Le deseaba, oh, tanto, que dudaba que alguna vez tuviera bastante de él -pero nunca, ni una vez había imaginado o soñado que sería de este modo.

Jake deslizó las manos por las costillas hasta los senos, donde tiró de sus pezones, enviando rayos de fuego a su vagina inflamada. Los dedos se sentían como garras curvas, excitando y tironeando, suave piel deslizándose sobre los doloridos senos. Le acarició el hombro con la nariz, a lo largo del cuello donde ella era más sensible. La besó allí, sin parar nunca sus feroces empujes. Le lamió la piel con la lengua y entonces la mordió con fuerza. El dolor destelló por ella y algo salvaje saltó en su interior, gruñendo y luchando tanto que ella sintió sus propias manos curvarse en garras y trató de alejarle corcoveando.

Jake gruñó, un gruñido bajo que reverberó alrededor de ella. Si acaso, sus luchas provocaron una exhibición de más dominación. Él nunca apartó los dientes de su hombro, sosteniéndola quieta bajo él, mientras bombeaba dentro de ella. Una mano estaba curvada alrededor del seno y los dedos se hundían en la carne a modo de advertencia erótica, la otra mano descendió con fuerza a su culo. El calor estalló, se esparció, el centro de Emma latió y roció más crema caliente en el miembro invasor.

Ella no podía soportarlo. La tensión en ella aumentaba más y más, llevándola más cerca del borde de un abismo profundo. Ella luchó contra el orgasmo que la inundaba como una marea, amenazándola con destruirla, pero él era implacable, conduciéndola más y más alto, tan cerca del borde ahora que ella osciló en el borde del dolor, de la oscuridad. Colgó allí un momento, su respiración era jadeante, los senos pesados, su cuerpo tenso. Él bombeó contra ella de forma brutal y ella cayó por encima del borde, gritando mientras la explosión la desgarraba.

Onda tras onda, una serie interminable y despiadada de orgasmos le meció el cuerpo, dejándola débil y jadeante. Se retorció y corcoveó bajo él, incapaz de parar de moverse mientras el placer abrumador le rasgaba el cuerpo, abrió la boca, su vista se emborronó. Estrellas estallaron detrás de sus ojos.

Jake sintió su cuerpo sujetar el suyo como con abrazaderas, el calor mojado le agarraba y le apretaba, mientras el grito roto de éxtasis de Emma le guió, queriendo todo para él, deseando que ella se sintiera del modo en que le hacía sentir a él. La quería atada a él, con esto. Sexo tan perfecto que nunca lo encontrara con nadie más. La deseaba sin fuerzas en sus brazos, drenada y exhausta y tan saciada que no pudiera pensar en cualquier otro hombre que tocara su piel jamás.

La agarró por las caderas, la inclinó más y bombeó en casa una y otra vez, mientras el cuerpo de ella se curvaba y luchaba. Ella se tensó, estremecida, y él sintió su agarre, una mordedura intensa de los músculos que le sujetaban como un torno. Los pulmones le ardieron por aire, respirando tan fuerte, los jadeos casi dolían. Los gruñidos bajos que retumbaban en su pecho eran bestiales, pero él no los podía detener con su leopardo tan cerca y el placer que bombea por él como una ráfaga de adrenalina.

Perdió cada pizca de cordura, cada pizca de razón, cuando el cuerpo de Emma sujetó el suyo, enviando un agonizante placer que rompió por su cuerpo. Él estaba tan caliente que pensó que ardería, que se convertiría en cenizas, pero no podía parar de entrar en ella, buscando la liberación, buscando la última altura. Entonces llegó. Se quedó quieto. Un latido del corazón. Un segundo. La ráfaga fue un rugido de locura, rompiendo por cada músculo y nervio, cada célula, todos sus huesos, y por un momento temió no sobrevivir a la explosiva liberación que le meció.

La onda comenzó en algún lugar de sus dedos y rasgó su cuerpo, por los muslos, y se centró como un tsunami en la ingle. Su liberación fue dura, haciendo erupción como un volcán, estallando, rasgando a través de él con tal fuerza que su cuerpo se estremeció y se tensó mientras se vaciaba. El rugido en las orejas era como trueno, e incluso su visión cambió.

Emma se habría desplomado pero él la sostuvo arriba con una facilidad que la asombró. Él era enormemente fuerte mientras los bajaba a ambos al suelo. La hizo rodar a un lado, todavía enterrado profundamente en su cuerpo, las manos le ahuecaron los senos mientras yacían acoplados juntos en el suelo. Jake jadeaba con dificultad y el cuerpo de Emma continuaba latiendo a su alrededor, agarrándole, ordeñando, relajándose y comenzando el ciclo de nuevo.

Ella trató de hablar pero no surgió ningún sonido, y ella temió que todas las células cerebrales estuvieran sin arreglo y fuera incapaz de pensar, mucho menos hablar.

Jake empujó el sedoso pelo a un lado y le acarició el cuello con la nariz, besando el lugar donde sus dientes la habían retenido. Había tomado a muchas mujeres, había sido atendido por muchas más, pero nada le había preparado para el orgasmo que le había desgarrado, estallando con tal fuerza. La dura eyaculación le había dado paz por primera vez. Sabía que tenía una sonrisa tonta en la cara, el regocijo le invadía, y le besó la nuca, moviendo solo un poco para sentir la alegría de cómo otra rociada de su calor resbaladizo le mojaba.

El cuerpo de Emma se estremeció contra el de él y giró la cabeza lentamente para mirarlo. Los ojos estaban vidriosos, su cuerpo sin fuerzas. Él se inclinó para besarla en la boca. Ella le besó a su vez.

– Tranquila ahora, cariño. Esto dolerá un momento. -Su leopardo había estado demasiado cerca de la superficie y sabía que ella iba a sentir su retirada. Cerró la boca sobre la de ella, empujando la lengua dentro mientras sacaba la verga de su cuerpo.

El dolor destelló por ella mientras su polla se arrastraba por sus sensibles paredes, rozándola mientras él se liberaba. Él se tragó su grito suave, profundizando el beso. Se movió primero, rodando y poniéndose de rodillas. Su pene era largo y grueso, aún en su estado semi duro, normal para él. No podía dejarla ir, todavía no. Sabía que siempre iba a ser lo mismo con él. Ella era una adicción, una que necesitaría para saciarse una y otra vez.

Emma estaba tumbada en el suelo mirando a Jake mientras se arrodillaba sobre ella, la mano en su polla, deslizando distraídamente la palma por el miembro, observando a Emma con ojos brillantes y entornados. Era tan masculino, tan oscuro e intoxicante. Cruda sexualidad en su forma más pura. Su única experiencia sexual había sido con Andrew, y él había sido gentil, incluso reverente. Sin nada del explosivo y crudo poder que Jake había derramado sobre ella. Últimamente, con su cuerpo tan inquieto e incómodo, había soñado con sexo violento, del tipo que hacía temblar la tierra, pero no había tenido realmente ni idea de cómo era.

Nada la había preparado para la invasión total de sus sentidos, para la enorme fuerza de Jake y el terrible y crudo hambre sexual. Se sentía impotente en sus brazos, tomada, fuera de control. Su cuerpo ya no era suyo, sino que parecía pertenecerle a él, moviéndose contra su mano, los senos hinchados y doloridos, necesitando su boca caliente, necesitando su cuerpo enterrado profundamente en el suyo.

No podía decir que el explosivo sexo entre ellos hubiera sido sólo cosa de él. Algo se había apoderado de ella hasta que le anheló, desesperadamente. Sin su propia identidad. Ella necesitaría siempre a Jake, necesitaría su posesión absoluta y cruda. Esto. Una obsesión. No amor. Nunca amor. Ella nunca sería la misma. Nunca desearía a otro hombre. Y ni una vez había habido amor hacia ella. Aún ahora, con sus ojos dándole órdenes, ella quería obedecer, levantar la cabeza y lamerle, tomar cada gota en ella. Ella no era una criatura sexual. No entendía que le estaba sucediendo, solo sabía que despreciaba a todas las mujeres que habían estado cerca de él casi tanto como se despreciaba a sí misma por no estar bajo control.

La mirada caliente de Jake vagó por ella con absoluta satisfacción. Ella bajó la mirada a su cuerpo. Los senos estaban hinchados y doloridos, los pezones apretados. La piel estaba cubierta con las marcas rojas de su posesión. La visión de esas marcas debería haberla enojado, pero en lugar su cuerpo se tensó otra vez, su vagina se apretó, ya sintiéndose vacía y necesitándole.

– ¿Puedes levantarte? -Le tendió la mano.

La pregunta era tan mundana, como si nada de nada hubiera sucedido, ciertamente no como si ella estuviera desnuda, extendida en el suelo con su semilla corriéndole por los muslos. Ella forzó a su cuerpo dolorido a una posición sentada, ignorando la mano. No había sabido que hubiera tantos lugares que pudieran doler.

– ¿Emma? ¿Estás bien? -Esta vez había demanda en su voz.

Ella le miró con furia.

– ¿Tienes alguna idea de lo que hemos hecho? -Se apretó una mano sobre la boca, incapaz de parar de temblar, porque sabía lo que ella había hecho. Había tenido sexo increíble, pero no había habido ni una pizca de amor en ningún sitio, no que ella pudiera sentir.

– Hacemos lo que necesitamos hacer -dijo él duramente, inclinándose para tomar posesión de su boca otra vez.

Emma echó la cabeza atrás fuera de su alcance.

– Esto no es correcto. Es demasiado violento, Jake. -Miró fijamente a las duras líneas grabadas profundamente en su cara, la boca sensual se retorcía cínicamente, un poco cruel. Los ojos resplandecían brillantes, ardiendo calientes con temperamento-. No soy nada para ti. Estabas enojado y querías una mujer, cualquier mujer.

Él juró vulgarmente, y los ojos se volvieron sin vida y fríos.

– Eso es decirme algo muy fuerte.

Con calculada intención, él le deslizó la mano por la pierna, subiéndola por la humedad del interior del muslo, sobre su marca de posesión hasta que los dedos encontraron el caliente centro mojado de ella.

Deslizó dos dedos profundamente en ella, mirándola jadear, mirando el placer impotente en su cara y la manera en que los ojos se ponían vidriosos cuando dibujó círculos alrededor de su apretado brote. Ella todavía estaba muy sensible, y cuando él tiró y retorció, la vagina le sujetó con fuerza, enviando otro orgasmo por todo su cuerpo. Su semilla y la crema le mojaron los dedos cuando los liberó y los sostuvo delante de la cara de Emma.

– Esto no es solo yo, Emma. Esto eres también tú necesitando un hombre. -Deliberadamente atrajo los dedos a la boca, saboreándola, su mirada la quemó hasta lo más profundo, hiriéndola con la furia controlada-. Esto eres tú necesitándome. -La agarró el pelo en el puño y atrajo su cara a pocos centímetros de su miembro que se endurecía rápidamente.

Por un momento ella le miró desafiantemente, pero ese algo salvaje en ella se negaba a permitirle tener dignidad o a escapar de sus propias necesidades. La boca se le hizo agua.

– ¿Crees que no puedo ver lo que deseas? ¿U oler tu excitación? Esto es nosotros juntos, Emma, tanto si te gusta como si no. Puede que no todo sea ordenado y bonito o envuelto con un pequeño lazo, pero es lo que tenemos.

Ella se lamió los labios, chasqueando la lengua fuera y golpeando sobre la cabeza ancha y lisa, incapaz de detenerse de saborearlo otra vez. Él se estremeció visiblemente. Emma se echó para atrás, avergonzada de ella misma, luchando por la dignidad.

– Somos violentos, Jake. Yo no soy así… -Las palabras se desvanecieron, mirando fijamente a la tentación. Él se avergonzaba tan poco de su cruda sexualidad, de sus necesidades, estaba ahí parado con la mano masajeándose el miembro con caricias hipnóticas, y este respondía haciéndose más grueso, más largo y mucho más duro. Ella se sacudió con el deseo por él, su centro líquido y vacío.

– Se siente como un pecado.

– Estás hecha para el sexo y el pecado, Emma, tanto si quieres admitirlo como sino. Fuiste hecha para mí. Me niego a avergonzarme porque te desee. Yo te deseo cada minuto del día. Cuándo andas a mi lado en casa, desearía que llevaras una falda larga para simplemente poder levantarla y sacarla del camino y encontrarte mojada y ansiosa por mí. Te deseo de cada manera posible que pueda tenerte, y si piensas que te permitiré alejarte de esto, de mí, porque tienes miedo, piénsalo otra vez.

Él parecía tan masculino, las columnas de los muslos fuertes. Emma jadeó y se inclinó hacia delante. Había cicatrices, profundas, largos tajos separados por dos centímetros, arriba y abajo de ambos muslos. No pudo evitar pasar la palma sobre ellas y luego sostener la mano allí como si pudiera hacerlas mejorar. Cada marca había sido hecha deliberadamente con un instrumento muy agudo.

– ¿Que sucedió? ¿Quién te ha hecho esto? -Estaba ultrajada, esa parte extraña y primitiva de ella se alzaba rápida y ferozmente otra vez-. ¿Qué son?

– Victorias.

La manera en que lo dijo, con esa suave risita disimulada, hizo que la mirada de Emma saltara a su cara. Él la miró como si ella fuera una de sus victorias. El disgusto consigo misma la hizo retroceder, pero los dedos se apretaron en su pelo para retenerla quieta.

– ¿Estás avergonzada por qué me deseas, Emma? No finjas que no, porque ninguno de nosotros comprará esa mentira. Tengo tus arañazos, las marcas de tus uñas, por todas partes. Tu sabor en mi boca, empapado en mis poros, y tu olor me rodea.

La sostuvo allí, negándose a permitirle apartar la mirada de él.

– Es quién eres.

Ella sacudió la cabeza, indiferente a que la cabeza le doliera, indiferente a que su cuerpo latiera y estuviera más mojado que nunca por el modo en que él hablaba. ¿Quería realmente ser un objeto? ¿Un juguete para que él lo utilizara y luego lo tirara lejos cuando se cansara? ¿Había ido ella demasiado lejos por el camino de la depravación con él que ya no podía volver?

– Esto no es amor, Jake. Ni siquiera una relación.

Él sintió sus palabras como un golpe en el estómago. Ella no le amaba. No importa lo que él hubiera hecho, no podría hacer que le amara. Podía ver la evidencia de su excitación, cada parte tan fuerte como la de él. Quizá no conseguiría su amor, pero por Dios, podría poseer su cuerpo. Sacudido, dolido, con la ira alzándose para protegerle, dio un paso más cerca, negándose a retractarse de lo que había entre ellos. Si la única manera en que la podía atar a él era a través del sexo, entonces que así fuera. Tomaría lo que pudiera conseguir.

– ¿Cómo lo sabrías cuando todo lo que has tenido jamás fueron unos pocos meses de luna de miel con ese chico, Andrew? Con tu visión adolescente de las relaciones dudo que sepas ni siquiera lo que hay entre un hombre y una mujer. Los hombres pueden ser crueles, la vida puede ser desordenada y el sexo puede ser violento. Es todas esas cosas. Pero si esto es lo que consigo, a ti de rodillas con tu boca en mi polla y mis marcas por todo tu cuerpecito caliente, entonces lo tomaré.

Ella se estremeció visiblemente cuando él se cernió sobre ella, recto y alto, los ojos del color del oro antiguo, brillando con calor. Su miembro era más grueso que nunca y la mano era un puño, agarrando apretadamente, empujando su erección por los labios. Ella encontró que el modo en que él era tan desvergonzado de su patente sexualidad era irresistible, admirable y… erótico. Su cuerpo respondió a la excitación de él sin importar lo que su cabeza le dijera. Su voz baja y sexy, la manera en que hablaba, todo sobre él enviaba ondas de fuego directas a su centro hasta que lloró con la necesidad y lloró por su propia incapacidad para resistirse a él.

– No comprendo lo que hacemos, Jake -dijo ella-. Podríamos perder todo lo que tenemos. Sabes cómo eres. ¿Estás dispuesto a arriesgarme? ¿No significo nada en absoluto para ti? -Había lágrimas en su voz que ella no podía ocultar, no quería ocultar.

Él tenía que comprender las consecuencias de lo que estaban haciendo. Él utilizaba a las mujeres y las tiraba. No podía negar eso. Los leopardos no cambiaban sus manchas. ¿No era ese el viejo adagio? Él la utilizaría y finalmente se cansaría de ella. ¿Cómo podría ella mantener a un hombre como Jake feliz? Él había destrozado su inocencia, la había llevado más allá de su experiencia, y aun así, de algún modo, ella había sido tan salvaje y había estado tan dispuesta como él. ¿Y luego qué? Él la tiraría, pasaría a una nueva mujer, y ella estaría rota, avergonzada e incapaz de permanecer en una casa sin amor. Los niños, todos, perderían.

Jake se agachó a su lado, deslizó la mano por su nuca.

– Nunca he reclamado a otra mujer como propia. -Su voz era apacible, obligándola a encontrarse con su mirada.

Había una mezcla de lujuria y de algo más que ella no podía nombrar, ternura, quizá. Posesión. Ella era demasiado susceptible a él, sus sentimientos demasiados confusos. Quería caer en sus brazos y ser sostenida. O frotarse arriba y abajo contra su piel. O deslizar la boca sobre su tentador miembro y lamer su crema como una gata hambrienta.

Las puntas de los dedos de Jake le frotaron el cuero cabelludo en un masaje hipnótico.

– Ninguna mujer, Emma. Y nunca lo haré otra vez. Eres mía. No dejo ir lo que es mío. -Apretó la mano en el pelo, tirándola la cabeza hacia atrás para tener acceso a su boca para otro beso largo y suave.

Emma se sintió fundirse. Jake, generalmente, no era suave, pero su beso, sólo por un momento, se sintió como amor antes de que su pasión, su lujuria, tomara el control y él estuviera en un frenético festín otra vez, volviéndose más caliente y más salvaje. Ella abrió la boca bajo la demanda de su lengua y permitió que él la llevara lejos, le dejó que la transportara de vuelta al carnal mundo del pecado y el sexo. Los brazos eran enormemente fuertes, la rodeaban, la arrastraban a ese vórtice de placer abrumador.

Él era tan fuerte, su personalidad abrumadora. Todo acerca de Jake era irresistible e hipnotizador. Incluso su aura de peligro atraía directamente hacia él a algo de su interior. Las manos le acariciaron la piel, calmantes, tiernas, al principio, pero cuando un gemido escapó y ella empezó a jadear, él la llevó al siguiente nivel, jugando con su cuerpo como el maestro que era. Los dedos tironearon de sus pezones, retorciéndolos y tirando un poco más fuerte, los dientes rasparon sobre la piel sensible. La boca encontró sus marcas en los senos y las lamió con la lengua que raspó sobre las sensibles terminaciones nerviosas hasta que Emma estuvo temblando de nuevo.

Ella adoraba esa aspereza en él, ese giro de la ternura al hambre ruda, como si su necesidad de ella fuera tan grande que estuviera al borde de su control. Y aunque ella estuviera tan dispuesta y deseosa, había una parte de ella que chillaba: No. No. Para lo que estás haciendo. Estás arriesgando todo lo que tienes.

Jake ahuecó los senos en las manos. Tan firmes. Tan tentadores. ¿Cuántas veces había entrado en la guardería infantil y la había visto amamantando a Andraya? No sabía sobre otros hombres, pero la vista siempre enviaba rayos de erótico placer que le atravesaba. Siempre había querido dejarse caer de rodillas y probarla. Ella era tan hermosa, una mujer sensual en su estado natural.

La besó otra vez, adorando su boca. Siempre había amado su boca, había soñado con ella tantas veces. Sabía incluso mejor de lo que se había imaginado, toda dulce y picante y tan Emma. Amaba el calor de su cuerpo, la manera en que se abría para él cuando las manos se movieron sobre ella hasta los muslos, ya mojada, necesitada y dispuesta a acomodarle. Su cuerpo era suyo, aunque ella todavía quisiera negarlo.

La miró a la cara mientras aplicaba presión en el duro pequeño punto del seno, vio su cara ruborizarse mientras el calor se extendía, miró la mordedura del dolor mezclarse con el intenso placer cuando tironeó. El aliento entró en ella en un desigual jadeo y sus ojos se volvieron de ese sexy barniz vidrioso que adoraba. Ella era exquisita, aún más cuando estaba excitada. Bajó la cabeza y tomó un seno en la boca. Lamió, chupó, los dientes tironearon, pellizcaron, y él observó cada reacción, conduciéndola más y más alto.

Se movió más abajo para lamerle el abdomen, excitando el intrigante ombligo, lamiendo las gotas de sus rizos llameantes. El aliento le salió en un largo siseo cuando él golpeó la lengua sobre su montículo. Jake bajó el cuerpo, deslizándose sobre ella, abriéndole los muslos, todavía mirándola, amando el modo en que los ojos se desenfocaban y se volvían enteramente esmeralda, casi resplandeciendo con lujuria somnolienta.

Dio una larga, lenta y deliberada lamida, la lengua se arremolinó alrededor del apretado brote, y luego dio golpecitos de aquí para allá sobre él hasta que ella estuvo jadeando, luchando y retorciéndose bajo él. Las terminaciones nerviosas, ya tan sensibles, crepitaron y ardieron. Le hizo el amor de la única manera que conocía, -crudo, sensual, conduciéndola más allá de sus límites preconcebidos. Llevándola tan alto como ella pensaba que podía ir y luego más, chupando, lamiendo, acariciando, utilizando dientes, lengua y dedos. Ella no pensaría que estaba amándola, pero esta era la única expresión de emoción que él le podía dar. Esto era quién era él. Se tomó su tiempo, besándola, puso atención a la menor reacción antes de que su ávida boca se cerrara en su caliente, mojada vaina para tirarla sobre el borde.

Ella gritó, levantando las caderas cuando él empujó la lengua en ella con un golpe lento y fuerte. El cuerpo de Emma era un infierno, tan caliente, tan mojado, un fuego furioso que amenazaba con consumirla. Sollozó por la liberación. Jake chupó su clítoris en su boca, dio golpecitos sobre el apretado brote con la lengua, lo arañó con los dientes. Ella se tensó, sollozó otra vez, le clavó las uñas en los hombros, y luego su cuerpo se fundió, se volvió liquido mientras un orgasmo devastador la alcanzaba.

Cuándo se calmó, él volvió a ponerse encima, ofreciendo su miembro que latía. Ella abrió los muslos para aceptarlo, pero él se estiró hacia abajo y la instó a que se pusiera de rodillas, sacudiendo la cabeza, aunque estaba desesperado por estar dentro de ella.

– No -dijo suavemente, su voz firme, exigiendo-. No esta vez. Necesito tu boca sobre mí otra vez, Emma. Necesito verte deseándome, todo lo que soy. -Porque ella le había dado todo excepto lo que necesitaba y él iba a tomar todo de ella. Ella era suya. E iba a hacer que lo supiera, tanto si ella quería admitirlo como sino. ¿No revelando su amor por él? ¿Pensaba ella que no era amor?

Necesitaba su boca, tan caliente y sexy, más de lo que jamás podría expresarle o explicarle. Ella no se había rendido. ¿Creía que él no podía sentir el conflicto en ella? Su cuerpo era suyo, pero no su corazón ni su mente, y él no se conformaría con menos que su absoluta rendición. Ella tenía que saber a quién pertenecía, para quien había nacido.

El leopardo gruñó y paseó, rastrilló con las garras, mantenía un asalto implacable en su mente. Tómala. Tómala. Ella me pertenece. Ella tiene que saber que es mía. La necesidad le tronaba en el corazón, en su cuerpo, un rugido de supremacía absoluta. El felino era salvaje, estaba furioso porque ella no se sometería totalmente a él.

– Emma. -Dijo su nombre, nada más. Pero era una demanda, una orden y Emma dejó caer la mirada a su erección pulsante.

Ella aspiró el aliento, tan excitada porque habría hecho algo para él, tan hambrienta de su cuerpo que le necesitaba llenándole la boca casi más de lo que él la necesitaba a ella. Quería saborearle, sentirle, abrasarle en el infierno de su boca. Pareció tan personal, la última intimidad, la mujer de un hombre que lo acaricia y lo venera, dándole un placer exquisito. Y estaba su cara, dura con lujuria, los ojos tristes, como si… como si necesitara algo de ella, algo que sólo ella le podía dar.

Hipnotizada, se inclinó hacia delante y chasqueó la lengua sobre la ancha cabeza que goteaba. Todo el cuerpo de Jake se estremeció. Su gruñido fue puro animal, un sonido gutural y duro que hizo que otro orgasmo la atravesara.

– Hijo de puta, Emma, joder, hazlo antes de que explote.

La agarró del pelo y tiró de su cabeza hacia él. Cuándo ella fue a agarrar la base con la mano, para rodear su miembro, él sacudió la cabeza.

– Pon las manos en mis caderas y mantenlas allí.

El corazón de Emma saltó. Alzó la mirada. Los ojos dorados de Jake habían cambiado a ojos de gato, resplandeciendo con poder, con lujuria, con una necesidad más allá de algo que ella hubiera experimentado jamás. Sentía la ferocidad en él y algo en ella saltó para encontrarlo. No pudo evitar lamer las gotas antes de que él la agarrara del cabello más fuerte y empujara su miembro, duro como el acero y abrasadoramente caliente al refugio de su boca.

Las caderas de él dieron un tirón, jadeó, apretó la mandíbula y su gruñido se volvió más áspero. La lengua de Emma se curvó alrededor de él deslizándose tan perezosamente que hizo que todas las terminaciones nerviosas de él llamearan. La sensación de su húmeda boca de terciopelo mamándole era terriblemente erótica. Él la había tomado dos veces y todavía estaba tan duro como una piedra, empujaba en la boca, intentando ser suave, sabiendo que ella estaba agotada. Ella comenzó a levantar las manos y él gruñó una advertencia, manteniendo el control, elevando su placer aún más.

Le clavó las afiladas uñas en los muslos, pero ella no movió las manos, no las alejó de él. Él sintió las puntas de los dedos trazando las cicatrices, deslizándose sobre ellas, frotándolas, acariciándolas, enviando una caliente excitación directa a su polla. La boca estaba ansiosa, sus pequeños gemidos vibraban alrededor de él, volviéndolo loco hasta que los pulmones le ardieron por aire y el aliento entró en jadeos duros. Todo en él se apretó, ardió. Cada músculo, cada célula, cada terminación nerviosa. El calor hirvió, el fuego achicharró, quemó mientras se acercaba a su explosivo orgasmo.

El felino quería su olor por todas partes sobre ella, en ella, quería que cada hombre que se acerca a ella supiera que le pertenecía a él y sólo a él. Y que Dios le ayudara, Jake quería la misma cosa. Era como si estuviera tan unido a la bestia que no pudiera separarse. No pudo detener los empujes, forzándola a tomarle más profundo, la emoción y el regocijo, el placer completo se alzaba como una marea ante la vista de ella: su mujer. Suya. Tenía que marcarla como suya, no había otra manera. Marcarla con su olor, con los dientes, con su semilla. Suya.

Se forzó a abandonar el refugio de la boca, arrastrando su polla fuera para poder marcarla, cubrirla con su olor y su semilla.

– Eres mía, Emma. Sólo mía. -Su gruñido duro fue uno de satisfacción brutal mientras él la rociaba con el chorro caliente por todas partes.