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– MAMI.
Emma se acurrucó aún más contra el cuerpo caliente y duro que yacía rodeándola tan apretadamente. Él olía a sexo y especias, y al abrir los ojos vio una sonriente mirada dorada observándola.
Jake se inclinó hacia ella para besar su boca curvada, su torso se deslizó sobre sus pechos desnudos bajo las sábanas.
– Creo que acabamos de ser pillados -le confió en un susurro, y volvió la cabeza para mirar a los intrusos.
Emma siguió su mirada hasta la puerta abierta de su dormitorio. Kyle estaba ahí parado a los pies de la cama, sus ojos, tan parecidos a los de su padre, abiertos de par en par por el impacto y una gran sonrisa. Andraya permanecía en la entrada, de la mano de Susan, ambas parecían sorprendidas. Susan se estaba mordiendo el labio y trataba de no sonrojarse.
– Buenos días -saludó Emma, procurando que su voz sonara informal. Se negaba a reconocer que Jake estaba curvado sobre ella, totalmente desnudo con su eje, caliente, grueso y ya duro, presionando fuertemente contra sus nalgas.
– Mamá -dijo Kyle otra vez-. Papá está en tu cama.
Emma respiró hondo, deseando que su color no cambiara. No ayudó el hecho de que Jake llevara sus manos despacio a su tórax para ahuecar sus pechos bajo las sábanas y que sus pulgares provocaran sus pezones con caricias suaves como el terciopelo.
– Las mamás y los papás por lo general duermen en la misma cama juntos, Kyle -dijo Jake con naturalidad-. Ven aquí y da un beso de buenos días a mamá. -Malvadamente rozó besos en el hueco de la garganta de Emma-. Esto es lo que me gusta hacer a mí. Así comienza mi día de manera adecuada.
Se encontró sonriendo, dándose cuenta de que esto era verdad. Cuando lograba reunirse con Emma antes de irse a trabajar, se sentía mejor todo el día. Ahora mismo no quería nada más que ponerla boca arriba y sepultar su doliente polla en el refugio de su cuerpo, pero de alguna manera la risa suave de ella al saludar a los niños, y su confianza en él para mantener las mantas subidas mientras ella envolvía sus brazos alrededor de ellos, besando sus caras alzadas, era casi igual de satisfactorio.
Tuvo que tragar un bulto repentino en la garganta mientras, primero Andraya y luego Kyle, se subían a la cama y envolvían sus brazos alrededor de su cuello y le cubrían la cara de besos. Él quería besarlos, pero no podía hacerlo con Susan mirando, así que sólo los abrazó fuerte, acariciando con la nariz sus pequeños y suaves cuellos y haciéndoles pedorretas mientras ellos chillaban.
– ¿Qué planes tienes para hoy? -dijo mirando a Emma.
– Llevaremos a Susan a montar a caballo y le enseñaremos nuestros lugares favoritos, ¿verdad? -preguntó Emma a los niños. Kyle asintió solemnemente y Andraya parecía muy importante mientras se bajaba de la cama y cogía de la mano a Susan otra vez-. Siempre que todo esté bien. -Ella estaba indagando sobre el felino que supuestamente él había avistado.
– Drake y Joshua dijeron que no encontraron ni siquiera huellas. Debe haber sido mi imaginación. -Su leopardo había estado tan cerca anoche-. Todo está bien.
– Bien. Iremos a montar a caballo después del desayuno, entonces. Nos encontraremos contigo abajo, Susan -dijo Emma, luchando por controlar su rubor.
Susan no había dicho ni una palabra, pero sin duda había visto las señales por debajo de la garganta de Emma, que desaparecían bajo las mantas. La muchacha inclinó la cabeza y sacando a ambos niños del cuarto, cerró la puerta.
Emma se cubrió la cara con las manos.
– Nunca voy a ser capaz de explicar esto. Asisto a una cita con un hombre y me despierto contigo en mi cama.
Él rodó encima de ella empujando con la rodilla para separarle las piernas.
– La puerta no está cerrada con llave, podrían volver -protestó Emma, pero era demasiado tarde, la mano de él ya estaba entre sus piernas para encontrar su bienvenida caliente.
Jake se sumergió en ella, empujando las rodillas de Emma hacia arriba y así poder sepultarse profundamente. Él cerró los ojos, saboreando la sensación de su apretado coño rodeándole. Se tragó el jadeo de ella y se mantuvo muy quieto, esperando a que el cuerpo femenino se adaptarse a su tamaño. Ella era todo calor encendido, un puño de seda asombroso, que le agarraba apretadamente. La besó una y otra vez, largo tiempo, con besos narcotizantes, viendo como sus ojos se volvían soñolientos y sexys. Una abrasadora necesidad lamió su polla como un fuego hambriento.
– Asegúrate de acordarte de cerrarla con llave esta noche porque mañana por la mañana voy a despertarte adecuadamente. -Le lamió la comisura de la boca-. Deseo ardientemente el sabor de ti. Toda esa dulce miel que va a echarse a perder esta mañana cuando yo podría darme un festín.
Él adoraba el rubor que despacio le cubría la piel, y su cuerpo comenzó un ritmo lento y pausado dentro de ella. Era la primera vez en su vida que él se entregaba al lujo de la sensación del cuerpo de una mujer. Nunca se había despertado en la cama con una, y Emma era suave y caliente y ¡ah! tan tentadora. No se había percatado del placer del simple acto de irse a dormir y despertarse con una mujer acurrucada contra su cuerpo. Había yacido allí junto a ella, se había curvado a su alrededor, su piel envolviendo la suya, sus brazos abrazándola y su cara sepultada en su pelo glorioso.
La profundidad de sus sentimientos por ella lo aterrorizaba, y a pesar de eso no podía plantearse el dejarla. La tomaba para él. Su única debilidad. Su único fallo. Su absoluta vulnerabilidad. Nadie en la tierra había tenido poder sobre él; hasta Emma. Se había asegurado de esto. Tenía el dinero y el cerebro para destruir a cualquiera que lo atacara, pero de alguna manera su experimento con Emma había salido mal del todo. Se suponía que ella le amaría y adoraría, que le ansiaría día y noche. Él atendería todas sus necesidades y cuidaría de ella, pero nunca había considerado que se vería implicado emocionalmente. Ni siquiera sabía cómo había pasado. Ni siquiera se había creído capaz de ello.
Sintió las manos de ella en su pelo, el tirón de sus dedos en su cuero cabelludo. Adoraba sus pequeños gemidos entrecortados y el modo en que su cuerpo se elevaba para encontrare con el suyo. Era dadivosa, receptiva, como si le deseara desesperadamente, como si le quisiera complacer. Y nadie había hecho nunca esto por él tampoco. Era un leopardo y olía las mentiras. Conocía el desengaño. No había ninguno de ellos en Emma. Sólo su dulzura, entregando el cuerpo abrazado en torno al suyo, abierta para él, deseosa de que la utilizara de cualquier modo que él eligiera. Un regalo sin precio, únicamente eso había. Y ella no se daba cuenta de cuánto estaba pidiendo, de cuánto deseaba él pagar y lo difícil que esto le resultaba.
La agarró del tobillo y le subió la rodilla contra el pecho, adecuando así su ángulo, atento para escuchar la pequeña protesta en la voz de ella, la que le decía que él estaba enviando una dulce agonía por todo su cuerpo. Cada vez que se movía en ella, Jake se sentía como si estuviera en otra dimensión, otro plano de existencia. Aunque no quisiera examinar el sentimiento demasiado a fondo, se sentía casi espiritual mientras empujaba más profundo, queriendo el lloriqueo de ella, queriendo el placer de Emma por encima de todo lo demás.
Jake sabía que se estaba perdiendo en su cuerpo, pero justamente en aquel momento nada importaba, salvo el placer trascendental que rugía por él, el gemido suave de la rendición completa de ella, el sonido de su grito quebrado mientras ella susurraba su nombre, su ronroneo de satisfacción y la intensidad de la emoción que manaba de él, derramándose como una ola tan fuerte como el placer que le abrasaba el alma. Se quedó asombrado de que ya no pudiera separar los dos.
Amor. Había detestado aquella palabra, que se usaba para todo y no significaba nada. Se había convertido en una palabra frívola. Y no significaba nada en absoluto. Nada. Pero aquí tumbado con su corazón palpitando, rodeado por su cuerpo de seda y su calor, supo que ahí había más que sexo. Mucho más que sexo. Ya no podía imaginar su vida sin ella. Le aterraba pensar que ella podría enterarse de cómo se sentía él por dentro.
Le besó la comisura de la boca y se deslizó fuera de ella, sin mirarla, con miedo de que ella le viera, que viera demasiado.
Emma sirvió a Jake una segunda taza de café mientras éste terminaba su desayuno. Susan había permanecido muy silenciosa a lo largo de la comida. Emma no estaba segura de si es que se sentía tan intimidada por Jake que no podía hablar, o si es que estaba a reventar de preguntas y tenía miedo de lo que se le podría escapar antes de poder detenerse.
Emma miró con ceño a Jake e hizo un movimiento con la cabeza hacia Susan. Él hizo una mueca, tomó un trago fortalecedor de café e hizo un intento:
– ¿Cuánto te vas a quedar con nosotros, Susan?
Ella dejó caer su tenedor y se puso roja como un tomate.
– No muchísimo más.
Jake dio un suspiro largo y torturado.
– Yo no estaba dando a entender que quisiera que te marcharas, intentaba simplemente ser agradable.
Emma le dio un puntapié por debajo de la mesa, fuerte.
– ¡Ay! -Él apartó de un tirón su espinilla herida poniéndola fuera de alcance y miró hacia abajo, a su camisa inmaculada. Había conseguido mantener su brazo estable y no se había derramado nada de café. Dejó que Emma viera en sus ojos la promesa de un contragolpe posterior. Bien, tal vez su tono había sido un poco condescendiente, pero le había hablado a la chica, ¿no?
Emma se inclinó hacia adelante.
– Olvidé decírtelo, Jake. El padre de Susan va a enviar a su profesor particular de cálculo, Harold Givens, aquí esta mañana. ¿Le añadirías a la lista en la puerta para los hombres de Jerico?
– ¿Cuánto tiempo estará aquí? -Había una mordacidad en su voz que no podía esconder completamente. No le gustaban los extraños en su casa en absoluto.
Se llevaba a cabo un barrido de seguridad rutinario una vez por semana, variando el día y hora, pero esto no tenía la menor importancia para él, no después de que el pequeño microchip fuera descubierto. Cualquiera que viniera a la propiedad era ahora sospechoso, en particular Harold Givens, ya que era uno de los dos sospechosos que tenían. Por regla general él hacía a sus empleados firmar un contrato de privacidad blindado antes de contratarlos, insistiendo en el completo silencio durante y después del empleo. Pero no podía hacerlo con las visitas no deseadas, tal como le gustaría.
– Puedo pedirle que no venga -dijo Susan precipitadamente, bajando los ojos.
Jake frunció el ceño al mirarla.
– ¿Acaso dije que no le quería aquí?
Esto le ganó otro puntapié. Movió sus piernas fuera de peligro de nuevo, y esta vez estiró la mano por debajo de la mesa y la puso sobre la cara interna del muslo de Emma. En la parte de arriba. La mirada de ella parpadeó sobre él, pero la advertencia en los ojos masculinos le impidió apartarse de golpe.
– Sólo va a quedarse unas horas, Jake -dijo Emma-. Quedamos en encontrarnos con Evan y Joshua en las cuadras a la una. Él se habrá ido para entonces. Y claro que sí, Susan, él tiene que venir. Le prometí a tu padre que nos aseguraríamos de que continuarías con tus estudios.
– A lo mejor debería quedarse en casa y prestar más atención a su hija en vez de pasársela a otras personas y tenerlos pendientes de que ella haga los deberes.
Susan se echó a llorar, se puso de pie de un salto, llevándose por delante su silla, y salió precipitadamente del cuarto.
Jake lanzó un juramento.
Emma le fulminó con la mirada.
– Más que nadie, tú Jake, deberías tener compasión por esa criatura. ¿Tienes una idea de lo completamente sola y aislada que está? Tiene un padre que nunca está en casa. Su madre está muerta y ella es entregada a extraños continuamente. Extraños como Dana Anderson, que no tiene ningún interés por ella en absoluto y hace todo lo que puede para hacer que se sienta humillada y miserable. Susan es sumamente inteligente y no puede relacionarse con otras adolescentes de su edad. Y es demasiado joven para que los adultos la tomen en serio.
– Lo he cogido, Emma. -Jake se levantó y recogió del suelo la silla-. Voy a trabajar aquí en casa en vez de en la oficina de centro de la ciudad hoy. Cuando su profesor particular llegue aquí, haz entrar a Joshua y a Drake. -Él se sentía como un jodido monstruo.
Sabía lo que era ser diferente, pasar su infancia solo, si es que uno podía llamar infancia a lo que había soportado. Plantó ambas manos sobre la mesa, enjaulando a Emma cuando él se inclinó hacia abajo.
– Hablaré con ella, cariño, pero me desquitaré más tarde por la reprimenda. -Su mirada penetrante ardió dentro de la de ella, caliente, sexy, una promesa de cosas que vendrían.
– Te la merecías -apuntó ella, pareciendo un poco recelosa, pero sus ojos estaban nublados por el deseo.
– Sé que la merecía. -Él se inclinó acercándose más para lamerle la comisura de la boca-. Necesito que vayas a la ciudad más tarde y te compres un vestido para lo de Bingley.
Ella se echó hacia atrás para mirarle, con los ojos muy abiertos. Inquieta.
– ¿El qué de Bingley?
– Es una fiesta importante, Emma. Odio esas cosas y ésta será particularmente difícil, así que necesitaré que estés allí.
Ella sacudió la cabeza.
– De ninguna manera. Las fiestas no son lo mío, especialmente en aquel círculo. Para nada, Jake, ni siquiera por ti.
Ella parecía realmente asustada. Jake rozó su boca contra la suya. Suavemente. Con ternura. Engatusando.
– Te necesito, cariño. Los enemigos estarán allí. Quiero a alguien conmigo en quien pueda confiar, alguien que vigile mi espalda.
La primera reacción de Emma fue incredulidad -lo vio en sus ojos- pero ella siguió mirando hacia arriba, a él, con sus dedos punteando nerviosamente en su manga.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Que te quiero allí conmigo. -Él no iba a pedirlo otra vez.
Ella respiró hondo y el corazón de él dio un vuelco ante la capitulación que vio en los ojos femeninos. Ella cuadró sus hombros, venciendo su miedo y aversión a semejante acontecimiento. Emma sabía que ellos tratarían de avergonzarla y humillarla, pero se colocaría en aquella posición por él. Era otra victoria, una muy grande. Otra prueba de que ella se preocupaba por él, que estaba comprometida con él. ¿Cuántas veces tendría que probarse a sí misma antes de que Jake lo creyera? ¿De cuántas formas?
– ¿Cómo de elegante?
– Lleva algo sofisticado, pero sexy para mí. Un vestido de cóctel. Yo pondré la joyería. Tacones altos, Emma. Sé que no te gustan, pero me encantará el modo en que tus piernas se verán en ellos. He fantaseado sobre esto más a menudo de lo que debería. -Rozó varios besos en sus labios suaves y fruncidos antes de poner sus labios contra su oído-. Que tenga un poco de vuelo y de largo, justo por encima de la rodilla y así puedes llevar sólo un liguero y medias y saltarte las bragas.
Ella se puso carmesí, como él sabía que lo iba a hacer.
– No me salto las bragas.
– Veamos -dijo él, deliberadamente perverso, remontando la oreja con la punta de su lengua-. ¿Estás mojada para mí? -susurró-. Si sepulto mi dedo dentro de ti, ¿te encontraría dolorida y caliente para mí?
Ella empujó en la pared que era su pecho, riendo. Ruborizada.
– Sí. Y ahora vete.
La satisfacción le traspasó mientras salía paseando tranquilamente. Emma. No importaba lo escandaloso que fuera, ella se esforzaría por acomodar sus necesidades, aun cuando esto le resultara un poco intimidante. Tenía que tener cuidado de no permitir que sus necesidades tomaran el control y asegurarse de no empujarla demasiado lejos. Aquellos eran dos de sus mayores defectos. Quería, no, necesitaba la constante afirmación de la lealtad por parte de ella, de su total compromiso con él, porque podía creer y confiar en ella totalmente.
Se abrió camino hasta el cuarto de invitados donde sabía que Susan permanecía. Con su aguda audición, incluso a través de la sólida puerta de roble, podía oírla sorber los mocos. Su radio chisporroteó.
– Señor Bannaconni. El profesor particular está aquí y ha traído a la institutriz de la señorita Hindman con él. -La voz incorpórea contenía una nota de desagrado. A Drake obviamente no le gustaba ninguno de los forasteros.
– Déjales pasar, pero no dejes a los niños o a Emma a solas con ellos. Conner puede vigilar a esos dos en la casa. -Metió la radio de vuelta en la trabilla de su cinturón y con resolución llamó a la puerta de Susan. Se lo había prometido a Emma. Sonrió para sí con satisfacción. También le había prometido su desquite de los dos duros puntapiés que ella le había dado; y él siempre cumplía sus promesas. Hubo un momento de silencio, el resoplar de nariz, y luego Susan tímidamente abrió la puerta.
Jake la sonrió.
– Vamos fuera y habla conmigo durante un minuto, Susan. -La tendió la mano, su voz era suave, pero autoritaria. Susan vaciló, pero puso su mano en la suya y le siguió por la larga y amplia escalera. Él se dejó caer, se sentó y palmeó el escalón a su lado, esperando hasta que ella se sentó-. Fui desconsiderado esta mañana cuando te hablé. Paso tanto tiempo ajetreado por mi trabajo que a veces se me olvida como dirigirme a la gente. Estoy agradecido que ayudes a Emma aquí. Ella dice que eres estupenda con nuestros niños y de verdad que lo aprecio.
Susan sorbió los mocos otra vez, pero sonrió con timidez.
– Ellos son tan dulces. Y Emma ha sido tan buena conmigo. Me habla… -Su voz se fue apagando.
Él asintió con la cabeza, haciendo como que no notaba las lágrimas que fluían de nuevo.
– Ella es así. ¿Te enseñó el anillo?
Los ojos de Susan se encendieron.
– Vi el anillo en su dedo pero me dio miedo preguntar. ¿Van a casarse?
– Tenemos dos niños. Yo diría que ya es hora. Quiero más, así que deberíamos asegurarnos de estar casados antes de dejarla embarazada otra vez, ¿no crees? -Ante su asentimiento, él se levantó-. Tendrás que venir a la boda. -Jake le tendió la mano. Cuando ella puso su mano en la suya, tiró de ella hacia arriba-. Estoy contento de que Emma tenga una amiga tan buena en ti, Susan. Eres bienvenida aquí en cualquier momento y puedes quedarte mientras te apetezca. Espero que con el tiempo, te acostumbres a lo brusco que puedo ser.
– Gracias, señor Bannaconni.
– Jake -corrigió, manteniendo la voz amable. Se alejó de ella, pero se giró al llegar a la puerta-. Realmente valoro que hables en otros idiomas a los niños. Tratamos de darles tanta exposición como sea posible. Tú eres muy fluida hablando.
Ella resplandeció, levantó su mano hasta que él estuvo fuera de vista y volvió corriendo a la cocina para encontrar a Emma.
– ¡Emma! ¡Déjame ver el anillo! Jake dijo… -Derrapó hasta detenerse cuando vio a los visitantes esperándola, la alegría se desvaneció de su cara.
– ¿Es ese un comportamiento apropiado para una señorita? -demandó Dana, su institutriz, con una pequeña aspiración-. Dirígete al servicio con mucho más decoro, Susan, y menos entusiasmo. Y es señor Bannaconni para ti, señorita.
Susan se puso roja como un tomate, su mirada fluctuó entre Joshua y Drake, que estaba arrellanado ociosamente contra el fregadero. Andraya tenía sus brazos alrededor de la pierna de Joshua y Kyle estaba de pie ligeramente detrás de él, casi escondido de las visitas. Ella casi no vio al tercer hombre que estaba de pie de espaldas a la puerta. Estaba tan quieto que hizo que su corazón temblara.
Joshua bufó e hizo un guiñó a Susan.
– Ese sería yo, Susan, el servicio.
La expresión de Emma no cambió.
– Tu institutriz ha venido para verte, Susan, junto con tu profesor particular. -Ella lanzó una mirada a Drake, indecisa de cómo tratar a sus visitantes y el ataque directo contra Susan. Ellos la ponían inquieta y Susan parecía al borde de las lágrimas. No era sorprendente que el senador hubiera dicho que estaba preocupado por su hija.
Ella escuchó el chasquido suave de la radio y un breve crepitar cuando Drake o Joshua abrieron la línea a Jake.
– Debería habernos advertido por adelantado de que usted llegaría acompañado al señor Givens, señora Anderson -dijo Drake con un tono en la voz de absoluta autoridad-, al señor Bannaconni no le gustan las sorpresas, y ya le informó que si usted se presentaba otra vez sin una invitación o sin la cortesía de una llamada por adelantado, se le negaría la entrada. -Deliberadamente se dirigió a la institutriz de Susan, reprendiéndola en público como había hecho ella.
El color azotó los pómulos de la mujer y su boca se apretó ominosamente. Miró por encima de su nariz a Drake, fijándose en sus vaqueros descoloridos, la camiseta estirada de un lado a otro de los anchos hombros y del pecho densamente musculoso, y con una pequeña aspiración de desdén, le descartó como insignificante.
– Por favor llévenos a una habitación adecuada para llevar a cabo los estudios de Susan -le espetó Dana a Emma-. No deseamos esperar. Jim, el senador Hindman, exige prontitud y espera que sus órdenes sean cumplidas. No podemos tener a Susan quedándose atrás otra vez. -Su timidez implicaba intimidad con el senador cuando le asestó el segundo ataque a la chica.
– Pero, Dana -protestó Susan-, no voy retrasada en absoluto. Intenté decírselo a papá, pero usted…
– No contradigas a tus mayores. -Dana la fulminó con la mirada-. Es importante que sepas tu lugar, Susan. Su padre es un gran hombre. No querrás avergonzarle.
Un rugiente sonido, muy parecido al de un gato gruñendo, llenó la estancia. El gruñido profundo desde el pecho puso de punta los pelos de la nuca de la gente, haciendo que los corazones se aceleraran, y todo el mundo se quedara callado, inmóvil, apenas girándose casi como uno solo para ver la figura de Jake llenando la puerta de la cocina. Él permanecía de pie del modo en que siempre hacía, completamente quieto con los ojos clavados y enfocados, la cabeza en ángulo como un animal al acecho, como un cazador depredador alrededor de una presa a devorar. Emma se encontró conteniendo el aliento cuando el silencio cayó, incapaz de decir si el espeluznante sonido realmente emanó de Jake, sólo que esto la heló hasta los huesos. Trató de no tener miedo, pero conocía a Jake, y él estaba en su modo más peligroso.
Joshua y Drake cambiaron de posición casi imperceptiblemente, protegiendo a los bebés con sus cuerpos.
Los ojos de Jake se habían vuelto salvajes, de un dorado reluciente.
– Joshua, apreciaría enormemente si te llevaras a los niños fuera.
Sin una palabra Joshua pasó un brazo alrededor de Kyle y Andraya. Los levantó hasta sus caderas, caminando a grandes pasos hacia la puerta. Conner se la abrió y Joshua se llevó a los pequeños fuera.
– ¿Susan? -Jake la hizo señas llamándola con el dedo. Esperó hasta que ella cruzó a su lado y entonces dejó caer su brazo protectoramente a su alrededor.
El silencio se prolongó hasta que los nervios de Emma quedaron a flor de piel. Él no apartó los ojos de la cara de Dana.
– Creo que tengo algo suyo. Mi gente es muy buena con el equipo electrónico de rastreo. -Él extrajo una pequeña bolsa de plástico de su bolsillo. El microchip podía verse claramente. Se lo lanzó a Dana desdeñosamente, deliberadamente justo fuera de su alcance, de manera que las irrecusables pruebas cayeron a sus pies para que todos las vieran.
Dana se quedó tiesa con la cara muy blanca y rígida, pero no habló, la cólera llameaba en sus ojos. Jake colocó a Susan con mucha delicadeza detrás de él y caminó acechante atravesando el suelo de la cocina, moviéndose de aquel modo silencioso y fluido tan propio de él, los acordonados músculos se movían enérgicamente, sus ojos nunca abandonaron la cara de la mujer. Él inhaló, como si la olfateara.
– Incluso huele como una traidora. Usted y su amigo serán escoltados fuera de mi propiedad ahora mismo. No cometa jamás el error de volver.
Fue Harold Givens quien se inclinó para recoger el microchip. Dana chasqueó los dedos.
– Susan. Ven con nosotros ahora mismo. Este no es un lugar adecuado para ti, no con este hombre y su pequeña mujerzuela haciendo alarde de sus hijos bastardos ante el mundo. Dios mío, mira el chupón en su cuello, como si fuera una puta.
Emma jadeó, horrorizada por lo que Jake podría hacer. Su mano subió despacio hacia su cuello, pero Jake le agarró la muñeca sin mirarla e hizo que bajara la mano hasta su costado, reteniéndolo allí. Un largo silencio se extendió, las terminaciones nerviosas de todo el mundo estaban tensas.
La sonrisa de Jake era lenta, sin sentido del humor, completamente aterradora, sus blancos dientes centelleaban, y sus ojos nunca dejaron los de su presa.
– Susan se quedará aquí. El senador le enviará sus cosas. Dudo que sea capaz de conseguir un trabajo en cualquier otro sitio a menos que sea con los Trents o Bannaconnis, para quién obviamente usted trabaja.
– Le haré acusar de secuestro.
– Drake, quita de mi vista inmediatamente a este repugnante despojo de ser humano. -Jake volvió la espalda a la pareja como despedida, tomó del codo a Emma y ondeó una mano para que Susan pasara por delante de él, conduciéndolas fuera del cuarto.
Detrás de ellos, Dana farfulló:
– Quítame las manos de encima.
– No me importa mucho cómo hagamos esto, corazón -dijo Drake-. Por lo que a mí concierne, eres basura para tirar fuera. No tengo que ser agradable.
Dana chilló otra vez. Hubo sonidos de pelea. Harold gruñó de dolor. La puerta se cerró de golpe y los sonidos se desvanecieron.
– ¿Estás bien, Susan? -preguntó Jake.
Susan asintió con la cabeza.
– Pero ella le contará a mi padre mentiras. Siempre lo hace.
Jake descolgó el teléfono.
– No esta vez. ¿Necesitas un profesor particular? Puedo tener uno aquí en una hora.
Ella movió la cabeza.
– Sé más sobre cálculo de lo que ese hombre sabrá en toda su vida. Él es amigo de Dana, sólo que mi padre cree todo que ella dice.
– Tu padre me escuchará a mí -le aseguró Jake con certeza en la voz-. Vete a montar a caballo con Emma y diviértete. No te preocupes para nada de esto. La gente como esa intentan hacer que todos a su alrededor se sientan pequeños e inútiles. Tú no lo eres. Eres más inteligente que ellos. Y más fuerte, demasiado fuerte como para permitirle jamás a nadie como ellos hacerte sentirse mal respecto a ti misma.
– Tengo un poco de miedo de ella -confesó Susan.
– Ella quería que tuvieras miedo. De ese modo nunca irías a tu padre porque no querrías saber si él te habría creído o no. Destruyó tu confianza en él, eso es lo que la gente como ella hace. Sin ninguna razón. Me encargaré de ella. Ve a ponerte la ropa de montar. -Alargó la mano y agarró la muñeca de Emma, impidiéndole abandonar el cuarto mientras Susan se dirigía hacia la puerta-. Susan -la detuvo, esperó hasta que ella se giró hacia él-. Si alguna vez te encuentras en una situación que te resulta incómoda de nuevo, cualquier situación, incluso cuando tengas una cita, me llamas. Te daré mi número privado, el cual no revelarás a nadie en absoluto. ¿Entendido?
La sonrisa de Susan floreció a lo ancho de su cara.
– Entendido.
Jake esperó hasta que los pasos de Susan se desvanecieron por el pasillo y su puerta se hubo cerrado antes de hacer girar a su alrededor a Emma dejándola frente a él y ahuecó su barbilla. La boca de él era tierna, sensible incluso, cuando rozó sus labios sobre los de ella.
– ¿Te hizo daño ella?
– ¿Llamándome mujerzuela? ¿O llamando a los niños bastardos?
– Los niños tienen un padre. Yo. Mi apellido está en sus partidas de nacimiento. Y no eres sólo una mujerzuela, tú eres mi mujerzuela. Déjame recordarte la diferencia, Emma. -La besó otra vez, una sonrisa burlona asomó a su cara-. Eres mi todo, así que, que la jodan.
– Ella no me hizo daño, Jake -dijo Emma, sabiendo que era verdad-. ¿Piensas que el Senador Hindman te creerá? Pienso que Dana tratará de causarte problemas a ti, a Susan, quizás incluso a todos nosotros.
– No te preocupes por esa traidora -dijo Jake, su voz en un tono tan bajo que la atemorizó-. Ella descubrirá lo que es perderlo todo y vivir en las calles, dando servicio a cualquiera que pueda comprarla por un níquel.
– Jake.
– La muy cabrona te llamó puta, Emma. Llamó bastardos a mis hijos. Trató de espiarnos. Pero lo peor de todo, es que abusó de su posición de poder con una niña de dieciséis años. Voy a hundirla.
Él la besó otra vez y ella probó su ira. Él sabía salvaje, primitivo y a macho total. Abrió su boca para tratar de apaciguarlo, pero él llovió besos a lo largo y ancho de su cara.
– Lo que me pone más furioso es que no pude protegerte de alguien como ella en nuestra propia casa.
– ¿Detrás de qué piensas que andaba, plantando el microchip?
– Creo que mis enemigos quieren a uno o a nuestros dos niños. He cerrado a cal y canto la casa y tú eres un misterio completo para ellos. Necesitaban una manera de recabar información.
Emma frunció el ceño.
– ¿Piensas que el Senador Hindman está implicado?
– No. -Jake descolgó el teléfono-. El senador tiene una víbora en su casa. Trent y Bannaconnis han estado tratando de encontrar un modo de chantajearle durante años. Y nunca ha sido controlado por ellos. Obviamente plantaron a Dana Anderson en su casa.
Tal vez esto era obvio par Jake, pero no lo era tanto para ella.
– Estoy contenta de no tener que ser la que resuelva lo que está pasando -dijo ella.
Jake la besó otra vez.
– Ve a pasarlo bien montando a caballo con los niños y Susan, y no te preocupes por nada.
Él miró como ella se marchaba y luego se giraba hacia él, había timidez en sus ojos normalmente confiados.
– ¿Qué, cariño? -preguntó él suavemente. La amaba así, suave y tan vulnerable a él.
– Sólo quería asegurarme de que estabas bien. Siempre estás tan ocupado cuidando de nosotros, pero, ¿te hizo daño ella con las cosas que dijo?
Jake se acercó caminando hacia ella, hacia su calor, atrayéndola despacio a sus brazos, y presionó su cuerpo suave contra el suyo. Simplemente la abrazó, posó su barbilla sobre la cabeza de ella, y su mano ahuecó la nuca mientras acariciaba con la nariz la cascada sedosa de pelo rojo que caía por su espalda. Emma deslizó sus brazos alrededor de él y lo abrazó estrechamente, como si tratara de consolarle.
Quizás los recuerdos de su infancia estaban demasiado cercanos al haber sido testigo de cómo a Susan la habían hecho sentirse tan pequeña e indefensa, pero abrazó a Emma aún más, sabiendo que este momento era otro primero para él; su primer y genuino ofrecimiento de consuelo por parte de otro ser humano. Él no necesitaba consuelo, no a causa de gente como Dana Anderson, sino por todos aquellos años de infancia perdidos, por todos sus largos años, vacíos, aislados y solitarios como adulto.
Ella estaba echando abajo sus muros demasiado deprisa, y tenía que detenerla antes de que fuera demasiado tarde para él. Su corazón iba a toda velocidad, la adrenalina manaba, inundando sus venas. Se le formaron duros nudos en su vientre. Era aterrador saber que una parte de él quería golpearla, apartarla, recuperar el control que ella no sabía ni siquiera que le había robado. Sus dedos ya habían agarrado un puñado de su pelo, apretando, cerca de su cráneo, poniendo deliberadamente su cuero cabelludo sensible mientras la echaba hacia atrás la cabeza. Respiraba con mucha dificultad, entrecortadamente, cuando clavó la mirada en el rostro de ella.
Emma sintió la diferencia en él inmediatamente. Pasó de ser Jake a ser una bestia acorralada, sus ojos como líneas doradas que indicaban una lucha por la supervivencia. Se quedó sumisa sin ofrecer resistencia, queriendo llorar por él, por el animal salvaje atrapado en aquellos ojos.
– Te amo, Jake -dijo suavemente, sabiendo que era verdad.
Los ojos centellearon ante ella, los labios retrocedieron en un gruñido, enseñando los dientes cuando crujieron juntos.
– No me digas eso.
– Te amo -repitió, impertérrita. La cara de Jake era una máscara de ardiente furia, pero ella sintió el estremecimiento de su cuerpo contra el suyo en una especie de rendición.
Los dedos apretaron al punto del dolor, provocando lágrimas en los ojos de Emma.
– No lo digas -siseó él con su corazón ya ausente. El pánico se afianzó. Ella era tan frágil. Podría romperle el cuello con un solo movimiento. Podría arrancarle el corazón. Podría destruirla tan fácilmente, y a pesar de eso ella le miraba sin miedo, con expresión radiante. Rotunda-. Como en las malditas fotos -susurró él, y bajó su boca sobre la suya, con miedo de que viera, que supiera, sobre el ardor en sus ojos y el nudo que obstruía su garganta.
Ella le dio su boca, sin hacer caso de que él fuera salvaje, casi brutal, devolviéndole el beso, emparejando fuego con fuego hasta que él se calmó y no pudo detener que emergiera la suavidad y la ternura que detectaba en él.
– Me estás destruyendo, Emma -susurró con su frente contra la de ella-. Me estás destruyendo totalmente con cada aliento que tomas.
– Te estoy volviendo más fuerte -contestó-. Te haces más fuerte. Así es como esto funciona.
Así lo esperaba él. Esperaba que ella supiera de qué coño estaba hablando, porque él estaba en territorio virgen.
La puerta de cocina se abrió de golpe
– ¡Emma! -gritó Joshua a todo pulmón-. Los niños están perdiendo la cabeza aquí fuera. Si no te mueves, vamos a tener una mini rebelión.
Joshua sonaba agobiado. Jake y Emma se miraron el uno al otro y se echaron a reír. Ella salió deprisa de la casa.
– Ya voy, ¡por Dios! Tuve que encargarme de un asunto.
– Puedo ver el tipo de asunto del que te estabas encargando -se quejó Joshua. Entonces levantó su voz para que Jake pudiera oírlo-. No soy una canguro.
– Qué debilucho -bromeó Emma-. Un par de niños pequeños y vas y te quejas como un bebé. -Alcanzó las riendas que Conner le ofrecía y se subió a la pequeña yegua que Jake había comprado para ella. El caballo tenía líneas hermosas, pero era el adiestramiento lo que él había pagado. Ésta se movía ante la más leve demanda, su trote era suave y fluido.
Conner tenía a Andraya sentada delante de él con las mejillas rojas por el entusiasmo, su casco de equitación rosa iba a juego con sus queridas botas. A veces se negaba a quitarse las botas, y quería meterse con ellas a la cama por la noche. Kyle esperaba con impaciencia a que Joshua se montara de nuevo detrás de él. Él iba todo de negro, a juego con el sombrero de su papá y las botas, aunque también llevaba un casco.
– Estás en un problema gordo, Joshua -le advirtió Emma-. Se supone que no debes traer a los caballos hasta la casa. El jardinero odia eso. Pisotean sus flores y dejan grandes sorpresas sucias.
– Es culpa tuya. -Joshua todavía no la había perdonado. Él sabía que el jardinero se desahogaría durante horas, gritándole a ella en italiano y lanzando la rica y fértil porquería al aire en una de sus frecuentes rabietas. Sólo Emma podía calmarle cuando le daba una rabieta por la destrucción de sus queridos jardines.
Jake había buscado a Taddio, su jardinero, unos años antes, después de oír a varias personas inicialmente elogiarle como uno de los máximos paisajistas en tres estados, Entonces decayó después de que un accidente le dejara con un brazo. Todavía tenía su talento, pero ninguna de esas personas quería ver su «detestable imperfección». Él había estado con Jake en exclusiva desde entonces, diseñando el ajardinamiento alrededor de sus edificios, en las casas que él compraba y vendía, y también en el rancho.
Paseaban a caballo en fila india, Emma iba escuchando las bromas entre Joshua y Susan. La adolescente se sentaba en la postura perfecta, hombros rectos, barbilla alzada, con una confianza nueva que Emma no había visto en ella antes. Andraya y Kyle rebotaban, daban pataditas y sostenían las riendas siempre que Joshua y Conner se lo permitieran, riéndose alborozados cuando ordenaban a los caballos.
Emma en realidad nunca había montado a caballo hasta un año antes, cuando Jake había decidido enseñarle, al tiempo que subían por primera vez a Kyle en un caballo. Él había tenido cuidado de ella, pero la había empujado a vencer sus miedos, hasta que finalmente ella se dio cuenta que había libertad y alegría en el poder del animal.
El sendero para montar a caballo era estrecho mientras zigzagueaba a través de los árboles hasta llegar a una pequeña corriente de agua a través de la cual los caballos chapoteaban. Este era el sendero más fácil, y el que usaban siempre que llevaban a montar a Andraya y a Kyle. Sin terreno escarpado, sólo tierra llana que se extendía por kilómetros. En la lejanía había unas cuantas colinas en pendiente. El viento cortaba y Emma se alegró de haber insistido en que los niños siempre llevaran sus chaquetas cuando montaban a caballo.
En la distancia, lejos, a su derecha, mientras Emma encabezaba una subida, advirtió levantamiento de polvo, en gran cantidad. Se detuvo para estudiar la nube de polvo, para determinar lo que podría ser. Echó un vistazo atrás, Joshua y Conner estaban hablando con los niños y les ayudaban con las riendas. Ella cambió su peso hacia adelante, levantando las riendas ligeramente, y la pequeña yegua salió a su trote suave y rápido. Emma se abandonó a la pura alegría de montar, sintiendo el viento en su pelo y la brisa en su cara. Urgió al caballo para ir más rápido, usando sus rodillas para controlar la velocidad, tal como Jake le había dicho que podía hacer. Durante sólo unos momentos, ella estuvo sola, caballo y jinete cargando a través de la tierra mientras su propia risa sonaba en sus oídos.
Oyó el sonido de cascos y volvió la cabeza para ver a Susan espolear a su caballo para colocarse junto al suyo. Corrieron codo con codo, lanzando sonrisas de un lado y de otro, el cabello volando al viento, los caballos corriendo suave y confiadamente.
El caballo de Emma viró de repente bruscamente y puso los ojos en blanco, sacudiendo la cabeza. Emma tiró de las riendas mientras el caballo de Susan comenzaba a portarse mal. Emma levantó la cabeza para tratar de captar el olor esquivo, pero su caballo intentó desbocarse y ella concentró su atención en el control del animal. Tuvo que forzar la cabeza del caballo para que se moviera en círculos. El caballo de Susan dio media vuelta y se lanzó en una carrera de vuelta al rancho.
Los truenos retumbaban siniestramente. La tierra tembló. Sintió las vibraciones subir por la pata del caballo hasta su propio cuerpo, y giró la cabeza hacia atrás para mirar en dirección de la nube de polvo. Estaba casi encima de ella. La yegua se encabritó, soltando un chillido aterrorizado. Emma le pateó duramente en las costillas y se inclinó sobre su cuello, corriendo de vuelta hacia la seguridad relativa de la línea de los árboles.
Un momento estaba montando sola, y al siguiente fue arrastrada por un mar de caballos al galope. Uno golpeó de costado a su yegua, aplastando la pierna de Emma. Durante un momento de infarto la yegua dio bandazos, agachó la cabeza y se puso a cocear con sus patas traseras, enviando a Emma volando al suelo. Los cascos llovían sobre ella. Emma rodó, encogiéndose como una pelota con las manos sobre la cabeza para protegerse. La tierra estaba suave por la lluvia y ella se arrastró dentro de una depresión contra el lateral de un pequeño peñasco.
Ella oyó el sonido de un disparo y el grito de un hombre. Joshua había empujado a Kyle sobre el caballo de Conner y había cabalgado directamente hacia dentro de la manada en estampida, delante de Emma, disparando su arma, cambiando el curso de la manada. Los caballos tronaron al pasar, virando bruscamente y alejándose de ella. Cuando el sonido se extinguió y la tierra dejó de temblar, ella dejó caer sus manos y rodó poniéndose boca arriba para mirar al cielo tempestuoso, las lágrimas enturbiaban su visión. Parecía que no había un solo lugar en todo su cuerpo que no le doliera.
– No te muevas, Emma -la ordenó Joshua. Él no sonaba en absoluto como el Joshua que ella conocía, y cuando lo miró, los ojos de él relucían, pequeñas luces rojas jugaban a través de ellos-. Drake enviará el helicóptero a buscarte.
Ella quiso decirle que eso era ridículo, que se encontraba perfectamente bien, pero por la razón que fuera, cuando abrió su boca no le salió nada. Oyó a Andraya gritando por ella y levantó su mano para llamar por señas a Conner para que le trajera a los niños y así poder tranquilizarles, pero Joshua negó con la cabeza, situándose en cuclillas junto a ella como un buldog protector. Cuando él, incluso, movió una mano hacia Susan para alejarla, ella trató de moverse.
Un gemido se le escapó y todo se volvió negro.