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Cuando Bernal llegó aquella mañana al despacho, el inspector Navarro le entregó el informe del toxicólogo sobre fray Nicolás.
– Llegó ayer por la tarde, jefe, cuando ya te habías ido, pero pensé que podía esperar a hoy.
– No puede negarse que se han tomado su tiempo para elaborarlo. ¿Cuáles son los puntos más destacados?
– No hay rastro de drogas ni en los restos estomacales, ni en la sangre, ni en los órganos, aunque sí un elevado porcentaje de alcohol, más de 140 miligramos por ciento. Puesto que era bebedor habitual, no era suficiente para hacerle perder el dominio de los movimientos, aunque sí para achisparle considerablemente.
– Y por tanto anular su prudencia, Paco. Por eso estaba desprevenido.
– Lo más desconcertante es esto, jefe. Que le han encontrado agua del río en el estómago. Están seguros por los restos de cieno y diatomeas, que coinciden con las muestras del agua que tomó Varga del río.
– Pero eso significaría que aún estaba vivo cuando cayó al agua -objetó Bernal- y Peláez estaba seguro de que no se había ahogado, sino que se le había matado a golpes en la cabeza. ¿Había agua en los pulmones o en los bronquios?
– No, sólo en el duodeno y el estómago.
– Peláez tiene que haberse equivocado entonces, aunque no es propio de él. El muerto tragó sin duda un poco de agua antes de fallecer, y no es muy verosímil que se apartase del sendero que discurre junto al palacio real para beber agua del río, con lo contaminada que está. Anda, llama a Peláez y dile que venga para tener una charla.
Cuando Navarro hubo hecho la llamada, Bernal le preguntó acerca del misal de fray Nicolás, que se había enviado al laboratorio técnico.
– ¿Ha sacado Varga algo en limpio?
– No mucho. Dice que al parecer no se ha escrito nada en él. Nos ha enviado una lista de las páginas que señalaban las estampas en la sección de las misas propias del día.
Bernal leyó la lista con interés creciente y las fechas que Varga había mecanografiado: 29 de noviembre, 8, 13 y 24 de diciembre, 1, 5 y 6 de enero.
– ¿Y no hay nada escrito en las páginas correspondientes ni en las estampas?
– Él no ha descubierto nada, pero está haciendo más pruebas.
– Me da en la nariz, Paco, que fray Nicolás quiso avisarnos a propósito del complot Magos. Observa las cuatro fechas que aparecen en primer lugar: corresponden a mi interpretación del código cromático de los mensajes aparecidos en el periódico. Di a Varga que siga esta pista hasta agotarla. Nicolás tuvo que haber oído algo de lo que se dijo en la habitación del padre Gaspar y sin duda quiso transmitirlo a las autoridades mediante un procedimiento secreto.
Antes de que llegara el doctor Peláez, entró Ángel Gallardo con la lengua fuera.
– ¡Ángel! Te tengo dicho que no te expongas a que te desenmascaren… -le reprochó Bernal-. ¿Qué haces aquí? ¿Ha descubierto Elena algo más?
– Tengo apenas un minuto, jefe. Mi compañero ha ido a telefonear a su novia y he aprovechado la ocasión para venir y contarle la noticia. Algo gordo se trama, no aquí, sino en Andalucía. Se nos ha encargado llevar a Sevilla una furgoneta llena de panfletos confeccionados en la imprenta de La Corneta para entregarlos en una dirección de la calle de la Feria de aquella ciudad.
– ¿Has podido ver qué dicen los panfletos, Ángel?
– Mejor aún, jefe: le he traído uno -sacó una hoja satinada y doblada, de color rojo y azul-. Lo saqué de uno de los paquetes. Hay bultos también de carteles grandes, aunque no era tan fácil echar el guante a uno de éstos.
Bernal desplegó la hoja y los tres se pusieron a leerla. Comenzaba con grandes mayúsculas de color azul:
¡MAGOS! ¡SE ACERCA EL DÍA
DE LA SALVACIÓN NACIONAL!
A todos los miembros se les ha pedido se preparen para actuar el 6 de enero. En los encuentros regionales del domingo 13 de diciembre se concretarán las órdenes definitivas.
Cada día que pasa, vemos nuestra vida nacional prostituida por los partidos políticos que deshonran a la patria dentro y fuera de sus fronteras, como ya previo el Caudillo. Cada día que pasa, vemos nuestra religión escupida y a nuestros sacerdotes y monjas ridiculizados. Cada día que pasa, vemos la vida familiar degradada y la honradez de nuestras madres, esposas, hermanas e hijas mancillada por la pornografía que invade los teatros, los cines y los quioscos. Cada día que pasa vemos a nuestro pueblo corrompido por la malévola tentación de jugar en las quinielas, loterías y bingos.
Cada día que pasa, vemos cómo esos sanguinarios terroristas asesinan a nuestros policías y guardias civiles con el único objeto de destruir la unidad de la patria.
No tardarán en volver todas las cosas a su cauce. Restauraremos las tradiciones de nuestros mayores y la moral sana y limpia volverá a imperar en nuestras calles y en nuestras casas.
¡NO FALLÉIS EN VUESTRA AYUDA A MAGOS!
¡ES LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD DE SALVAR
A LA PATRIA!
– No dice dónde van a celebrarse esos encuentros regionales -comentó Bernal-. ¿Se han movilizado otras furgonetas, aparte de la tuya, Ángel?
– Sí, jefe. Otras siete están cargadas de material. He estado de palique con algunos de los chóferes y me he enterado de que una va a Barcelona, otra a Valencia y una tercera a Valladolid. No he podido averiguar nada acerca de las demás.
– Ya -dijo Bernal-. Se diría que mandan una carga a cada región militar. Está claro que la primera región se podrá abastecer con mayor margen de tiempo. ¿Ha averiguado Elena alguna cosa a propósito de esos encuentros regionales?
– Dice que ha visto cajas de insignias rojas y azules en el despacho del redactor-jefe, y que reina un clima especial, como si algo se estuviese preparando. Me ha dicho también que intentaría sonsacar a la secretaria particular del director cuando vayan a comer.
– Cuando estés en Sevilla, Ángel, averigua todo lo que puedas, sobre todo el lugar previsto para esas reuniones del domingo que viene, y llámanos en seguida. Quédate allí estos cuatro días. ¿No podrías fingir una avería en la furgoneta?
– La provocaré si es preciso, jefe. Basta con poner azúcar en el depósito de gasolina. Costaría un par de días a cualquier taller de reparaciones el descubrir el fallo.
– En caso de emergencia, ponte en contacto con la policía de Sevilla, pero procura averiguar antes lo que puedas por cuenta propia. Recuerda que nuestra misión es fundamentalmente la de observar con discreción. No tenemos autoridad para detener a nadie basándonos sólo en sospechas.
– De acuerdo, jefe, lo tendré en cuenta.
Poco después de que Ángel se fuera, entraba el doctor Peláez con cara de pocos amigos.
– Me has interrumpido una autopsia de lo más interesante, Bernal. ¿Qué pasa?
– Lo siento, Peláez, pero ¿estás seguro de que dictaminaste con exactitud la causa de la muerte de fray Nicolás? Hay ciertas discrepancias con el informe del toxicólogo.
– ¿Te refieres al cadáver de Aranjuez? Pues claro que dictaminé con exactitud. ¿No lo hago siempre?
– Pues escucha, Peláez. El Instituto de Toxicología ha encontrado agua del río en el estómago y el duodeno del fraile. Ahora bien: tú dijiste que murió a causa de los golpes recibidos en la cabeza, que después se le arrojó al río y que no murió ahogado. ¿Cómo explicas que tragase agua si ya estaba muerto?
– Vamos a ver… Pues sí que es un rompecabezas. Deja que lea el informe.
Peláez acercó el texto mecanografiado a sus gruesas gafas para verlo mejor y lo leyó con la máxima atención.
– Cieno y… diatomeas del río, ¿eh? -meditó aquello unos momentos-. Mira, Bernal, no hay la menor duda en este punto. Fray Nicolás no se ahogó. Yo no encontré el menor síntoma típico de la asfixia. También hice el test de Gettler, que, aunque data de 1921, es todavía fiable y se acepta siempre en los tribunales.
– ¿Quieres explicarnos en qué consiste? -preguntó Navarro.
– Bueno, se toman muestras de sangre de las cavidades cardíacas izquierda y derecha del supuesto ahogado y se compara el nivel de cloruro sódico que contienen. Cuando alguien se ahoga, el agua tiende a pasar de los pulmones a la sangre. Si se ahoga en agua de mar, la sal hace que el nivel de cloruro sódico en la sangre aumente notablemente en la cavidad izquierda en comparación con la derecha. Si se ahoga en agua dulce, y no importa que ésta sea de río, de lago o simplemente de la bañera, se produce el efecto contrario. Si el difunto ha muerto por otras causas y luego se le arroja al agua, el agua, según los experimentos de Smith y Glaister, no puede entrar en la cavidad izquierda del corazón, y el nivel de cloruro sódico será el mismo en ambas cavidades; y esto es lo que yo vi en el caso de fray Nicolás.
– ¿Cómo se explica entonces el agua de río encontrada en el tubo digestivo? -preguntó Bernal.
– A ver qué os parece la siguiente hipótesis. El monje sale del convento un poco ebrio a causa de la gran cantidad de tinto que ha ingerido durante la cena. Va a por un sobre y un sello para echar la carta que lleva en la mano.
– ¿Por qué no llevaba la capa y el capuchón con el frío que hacía aquella noche? -objetó Bernal-. ¿Y dónde está el billete de autobús que compró el día anterior para emprender viaje a Toledo? El viejo fraile que hace de portero fue con él a comprarlo.
– O tenía mucha prisa por echar aquella importante misiva o si; relativa embriaguez impedía que sintiese el frío. Llevaba el billete del autobús en el bolsillo del hábito. Porque tú no lo encontraste en el convento, ¿verdad que no? Luego el asesino se lo quitó después de muerto.
– De otro modo podemos suponer -dijo Bernal- que se lo dejase en la celda y que volvía por él, por la capa y capuchón y por el equipaje que sea, antes de tomar el coche de línea, que salía a las diez y media de la noche. El problema es saber con exactitud cuándo fue a echar la carta. Luego el padre Gaspar o algún otro cogió el billete antes de que nosotros registráramos la celda.
– También, también. Convengo en que hay dos posibilidades en ese extremo. En cualquier caso, fray Nicolás sale del convento, va por el sendero que lleva al puente del pueblo y que lo conduce junto al ángulo noreste del palacio real. En lugar mal iluminado le atacan de súbito por detrás y le golpean tres veces con algo parecido a la culata de un fusil. No habéis dado con el arma, ¿verdad que no?
– No. Y no irás a suponer que podemos confiscar todas las armas de la academia de artillería para que las compruebes.
– Entiendo. Como fuera, Nicolás cae aturdido a causa de los golpes, quizá momentáneamente inconsciente. El agresor le quita el hábito y los zapatos, y le arranca la carta de la mano, dejando, sin darse cuenta, un pedazo de carta entre los dedos agarrotados del puño derecho de la víctima. Aunque no sé por qué tuvo que dejarlo en paños menores y quitarle los zapatos.
– Probablemente para evitar una pronta identificación. Hasta por los zapatos negros lo habría reconocido alguien cercano a él -dijo Bernal.
– Pues yo no entiendo por qué el asesino dejó el hábito tan bien doblado cerca de allí -comentó Navarro.
– O algo vino a interrumpirle, o pensó que, si se suponía se trataba de un suicidio, la Guardia Civil local no investigaría de manera sistemática -sugirió Bernal-. Con todo, registra los bolsillos, y si el billete se encontraba allí, se lo lleva y deja lo que según él carece de importancia. En cualquier caso, lo que desea es retrasar la identificación.
– Echemos un vistazo al plano de los jardines de Aranjuez -dijo Peláez-. Todo sucede en este tramo del sendero que discurre junto a la acequia que se llama la Ría. Cuando ya le han quitado el hábito, fray Nicolás se recupera y trata de escapar de su agresor. Durante el forcejeo…
– Lista encontró señales de lucha en la orilla -le interrumpió Bernal.
– Está bien; eso corrobora mi reconstrucción -dijo Peláez-. El monje se desembaraza del agresor y se cae en la acequia, que es de poca profundidad, y al hacerlo traga un poco de agua; acuérdate de que el agua es la misma que la del río. El agresor vuelve al ataque y le asesta desde arriba el golpe mortal más otros tres. Seguro ya de que la víctima está muerta o agonizando, resuelve trasladarla unos metros, hasta el puente que da al río, para arrojarla allí al principal curso de agua a fin de que la corriente la arrastre río abajo, lejos del lugar de los hechos y, naturalmente, lejos del convento. Tuvo la mala suerte de que la rama colgante obrase en favor nuestro; el cadáver pudo haber sido arrastrado muchos kilómetros por el Tajo abajo. ¿Qué os parece la explicación? -dijo Peláez muy ufano.
– Bastante aceptable. ¿Crees que pudo haber más de un agresor? Las pisadas eran tan poco definidas, y el terreno estaba tan endurecido a causa de la larga sequía, ya que la lluvia de la semana pasada apenas si lo ablandó, que Varga no pudo dar con nada definitivo.
– Es posible que hubiera dos o más, digo yo, aunque un hombre fuerte y decidido bastaba.
– A mí me da la impresión de que fue un crimen improvisado, sin premeditación -dijo Bernal-, aunque hay que reconocer que los crímenes precipitados son a menudo los que mejor salen, sobre todo cuando no hay relación evidente entre el asesino y la víctima, ni móviles obvios. Es posible que fray Nicolás se comportara de manera indiscreta durante la cena, o poco después, e insinuara que iba a enviar una información importante al Ministerio del Interior. Alguien le oyó y le siguió sin perder un instante o bien recibió aviso telefónico de que le saliera al paso. No creo que lo hiciera personalmente el padre Gaspar, si bien pudo haber avisado a uno de sus pupilos militares. Es probable que el prior no quisiera que se llegase hasta el asesinato y que por ello pareciera tan alterado el domingo.
– ¿No hay forma de hacerse con todos los fusiles para inspeccionarlos, jefe? Podríamos inventarnos cualquier excusa.
– Si éste fuera un caso normal, desde luego yo tendría que proceder de forma normal -dijo Bernal-, con un análisis exhaustivo del lugar de los hechos e investigaciones completas en los alrededores. Habríamos examinado todas las armas de la zona, por no hablar ya de los neumáticos de todos los vehículos de Ocaña, lo que seguramente nos habría llevado hasta la persona del cómplice del capitán Lebrija en La Granja, cuando los dos fueron a colocar el explosivo en la torre de conducción eléctrica. Pero nuestras órdenes son tajantes: una pesquisa discreta y sanseacabó. Lo único que puedo hacer es informar cumplidamente a la autoridad superior y esperar a ver qué se me ordena.
Una vez que se hubo ido el doctor Peláez, el subinspector de guardia llamó a Navarro para que firmase un albarán de entrega. Volvió con un sobre azul y grande, con el escudo real al dorso y cuatro sellos de lacre en la solapa.
Bernal lo abrió y vio los detalles de la Operación Mercurio que el secretario del Rey había prometido enviarle. Encabezaba el informe la palabra SECRETO, y empezaba:
MINISTERIO DE DEFENSA
Junta de Jefes de Estado Mayor
Fecha de emisión: 1 de diciembre de 1980
Desclasificación: Grupo 4
Número: 131.X.2Q
Operación Mercurio
Clave operativaÓrdenes
Mercurio Servicio de Intervención
Venus Estado de Prevención
Júpiter Supresión de Permisos
Marte Alerta
Saturno Estado de Excepción
Urano Movilización
Plutón Operación
Seguían instrucciones detalladas para el desarrollo de las sucesivas etapas tendentes a frustrar cualquier posible golpe de Estado. Las órdenes, dirigidas a los capitanes generales de las doce regiones militares, eran buscar inmediatamente la confirmación de cada clave operativa, antes de ponerla en práctica, mediante comunicación telefónica y por télex con los jefes de Estado Mayor.
A Bernal le impresionó la aparente eficacia del plan, pero le preocupaba cierto parentesco con algo que había visto recientemente.
– Paco, por favor, tráeme esas ampliaciones que hizo Varga de los fragmentos de papel que tenía el hermano Nicolás en la mano.
Navarro cogió las fotos que estaban en la correspondiente carpeta y las llevó a la mesa de Bernal.
– Compara ahora el dorso de la carta fragmentaria con esta operación militar de máximo secreto -Navarro confrontó la terminación de las siete palabras, -ención, -nción, -isos, -ta, -ón, -ción, -n, con la explicación de las claves operativas de la Operación Mercurio-. ¿Te das cuenta? Casa perfectamente con las órdenes secretas del gobierno para frustrar las intentonas golpistas. A mí que no me digan, pero esto no puede ser una coincidencia. ¿Cómo es posible que un humilde fraile de un convento de Aranjuez esté al tanto de las órdenes secretas del Ministerio de Defensa?
– ¿Y si era un espía, jefe?
– Es posible, pero no me lo creo. Por lo que sabemos, quería enviar esta información al Ministerio del Interior. ¿Cuál sería su motivo? Cualquier persona de buen juicio hubiera supuesto que todos los ministros están al tanto de estas medidas defensivas secretas.
– De todos modos, jefe, el Ministerio de Defensa no ha ordenado que se ponga en práctica ninguna de las fases de la lista, ¿verdad?
– Según el secretario del Rey, no. Oficialmente no hay ninguna alarma ni se lleva a cabo ninguna contraoperación, aunque hace dos días tuvo noticia de que había habido orden de acuartelamiento y supresión de permisos en algunas capitanías.
– Pues es como si parte del plan se estuviera poniendo en práctica, por lo menos en un sector del Ejército de Tierra, sin que la JUJEM lo haya ordenado -comentó Navarro.
– Ahí nos duele, Paco, ahí. Lo mejor será telefonear al secretario del Rey para comunicarle esto en seguida, y, de paso, decirle lo de las reuniones de Magos proyectadas para el próximo domingo. Luego… creo que iré con Miranda a hacer una visita sorpresa al marqués de la Estrella. Aún no le hemos interrogado.
– No olvides que tienes que comer con el inspector Ibáñez. Dijo que en el Parrillón a la una y media.
Había ráfagas de nieve cuando el coche oficial dejó a Bernal y a Miranda ante la casa del marqués, en la calle Zurbano, poco después de las doce del mediodía. Los recibió el mismo mayordomo, ataviado ya con la indumentaria propia de los días de ceremonia.
– El marqués está en la capilla particular, comisario. Hoy se oficia una misa especial por santa Eulalia. La familia tiene una particular veneración por su festividad, ya que posee tierras en Mérida, lugar de origen de la santa.
– Esperaremos a que quede libre de toda obligación y quiera recibirnos, si no es molestia -dijo Bernal amablemente.
El mayordomo les observó con algún titubeo, como si fueran a robar la vajilla de plata a la menor oportunidad. Y al ver que vacilaba, Bernal aprovechó la ocasión.
– Si tenía usted intención de asistir a la misa, ¿le importaría que le acompañáramos? No molestaremos y nos contentaríamos con quedarnos a la entrada.
– No estoy seguro de que al señor marqués le guste -dijo el mayordomo, reincidiendo en las vacilaciones-. Aunque tal vez en la galería de la servidumbre…
– Estupendo, no se hable más -dijo Bernal con determinación-. ¿Acaso no somos servidores públicos? Lo más probable es que no se advierta nuestra presencia.
La galería de la servidumbre estaba al fondo del pequeño lugar sagrado, y llegaron a ella tras subir por una estrecha escalera de caracol. Un mamparo calado les ocultaba a los ojos del reducido grupo de ocupantes de los bancos de abajo, al tiempo que les permitía ver a la perfección lo que allí se desarrollaba.
La capilla estaba adornada con delicados adornos barrocos, al estilo del dieciocho francés, y tenía un complejísimo retablo engastado de piedras preciosas.
Al parecer, estaba presente toda la familia Lebrija, en compañía de unos veinte militares de alta graduación y con uniforme de gala, entre ellos un teniente general, según advirtió Bernal. No podía verle más que por detrás y desde arriba, pero ¿no sería el teniente general Baltasar? Observó con atención a los civiles que acompañaban a los marqueses y sus hijos: ¿eran sólo amigos de la familia o tenían un papel más siniestro?
Bernal posó la mirada en el lujoso altar y reconoció en el celebrante ataviado de rojo al mismo obispo que viera en su anterior visita a la casa. Comenzaba en aquel instante la colecta especial por santa Eulalia:
«Omnipotens sempiterne Deus, qui infirma mundi eligis ut fortia quaeque confundas…» («Omnipotente y eterno Dios, que escogéis lo más débil para confundir lo más fuerte…»).
Antes de la lectura del último evangelio, Bernal y Miranda bajaron de la galería y optaron por esperar en la biblioteca, que estaba enfrente. Desde allí, sin llamar la atención, pudieron ver a los fieles cuando salieron.
– Jefe, hay cantidad de capitostes, ¿eh? -comentó Miranda.
– Y entre ellos, el teniente general Baltasar -dijo Bernal-. Estoy seguro de que es una de las figuras clave de toda esta trama.
Cuando el marqués fue por fin a recibirles, Bernal le explicó que no quería sino completar las formalidades relativas a su hijo, el finado capitán Lebrija.
– Señor marqués, he recabado la autorización pertinente de la superioridad para que le sea entregado el cadáver sin necesidad de una audiencia con el juez de instrucción. De este modo podrá usted proceder al entierro cuando desee.
– Le agradezco esa atención, comisario. Todos le estamos muy reconocidos -dijo el noble con suavidad.
– Lo que aún no tengo claro, señor marqués, es qué hacía su hijo en la sierra, encima de San Ildefonso, a primera hora del domingo y con la cantidad de nieve que caía. ¿No podría usted arrojar alguna luz acerca de sus actividades?
El marqués pareció enojado e impaciente al mismo tiempo. Bernal supuso que se trataba de un rasgo temperamental o innato, o cosa parecida, que el marqués había estado intentando dominar.
– Bueno, era un entusiasta de la caza, lo mismo que yo. Y a menudo salía con la escopeta, apenas clareaba y con el tiempo que hiciera, bueno o malo. No tiene nada de extraño.
– ¿Y se hubiera ido solo? -insistió Bernal, que advertía la intranquilidad del marqués.
– Otras veces lo ha hecho. Claro que no hay mucha caza allí arriba en esta época del año.
– Claro que no -comentó Bernal secamente-. El tiempo no podía ser más atroz.
– José Antonio desconocía el miedo, comisario, es preciso que usted entienda esto. Tenía nervios de acero. Nada era imposible para él -las lágrimas anegaron de pronto los ojos del viejo aristócrata-. España necesita hombres como él, de lo contrario la nación se irá a pique. No tiene usted más que fijarse en nuestras ciudades, comisario. Sodoma y Gomorra se quedaban en mantillas al lado de lo que vemos en nuestros días -el dolor había cedido el paso a la rabia, aunque ésta quedó dominada con notable rapidez-. Lamento no poder disfrutar de su compañía por más tiempo, comisario -dijo en tono ya más calmado-. Pero tengo que atender a mis invitados, ¿sabe? Gracias por haber venido.
Una vez que hubieron salido al viento helado que traía de Guadarrama grandes y abundantes copos de nieve, Bernal encargó a Miranda que no quitase el ojo de la casa del marqués y que le siguiera si salía.
– Quédate con el coche si quieres, Carlos. Yo voy a comer con Ibáñez en el Parrillón, que está aquí al volver, al final de Eduardo Dato.
– Es igual, jefe, el coche oficial es demasiado llamativo. Subiré con usted e iremos juntos hasta la esquina. Pediré por radio un vehículo K. Espero que esté libre alguno que tenga calefacción… -dijo Miranda con un escalofrío y frotándose los brazos por encima del pecho-. La última vez nos tocó un camión de refrescos, que aparte de su incomodidad, no era precisamente lo ideal para el trabajo.
– Diles que te manden un vehículo pequeño y rápido. Recuerda que puede salir para Andalucía en cualquier momento. Si lo hace, procura contactar con Ángel en Sevilla. Puedes averiguar más cosas siguiendo al marqués que yo aquí en Madrid. Ya me gustaría vigilar al general, pero los de contraespionaje militar se darían cuenta seguramente.
Tras dejar a Miranda en el cruce con Eduardo Dato, desde donde Carlos podía vigilar la casa del marqués mientras esperaba el vehículo K, Bernal dijo al chófer que le llevase paseo arriba hasta la plaza Chamberí. Ya en el lujoso restaurante, vio que Ibáñez le esperaba en el pequeño bar.
– Hola, Luis. He reservado una mesa arriba, pero tomemos antes un trago.
– ¡Cómo vienes, Esteban! ¿Te han subido el sueldo?
– Tú te empeñaste en pagar en Lhardy la semana pasada y yo quiero corresponderte aquí.
Tras dar cuenta de un mero a la plancha que estaba sencillamente exquisito, Bernal se sintió demasiado lleno para tomar ninguno de los espléndidos postres.
– ¿Ni siquiera un poco de piña natural, Luis?
– Ni siquiera eso. Tú termina, que yo mientras tanto liquidaré este Marqués de Murrieta, que está la mar de bien -Bernal contempló, con no poca admiración por el aparato digestivo de Ibáñez, en muy buena forma todavía, cómo devoraba éste un enorme cocido castellano, plato fuerte del día.
– Yo que tú, Luis, me libraba de esa úlcera. ¿Por qué no vas a que te la miren? Tiene que haber fármacos muy eficaces.
– No me hables, Esteban. He tomado ya demasiadas pastillas. Creo que lo único que hacen es empeorármela, salvo las de Kolantyl, que me calman las molestias después de las comidas.
Cuando les hubieron servido el café, Ibáñez sacó una hoja de papel del bolsillo interior y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie les oía.
– Por fin te he conseguido algo, Luis, pero no procede de los ordenadores electrónicos de la policía. Me las he arreglado para hacerme con unos partes recientes de la Guardia Civil. Me debían un favor. Mira a ver si te sirve para tus Magos.
La hoja de papel era la fotocopia de un breve informe oficial y decía:
Comandancia de Trebujena (Cádiz), 8 diciembre .
Se pone en conocimiento que en los últimos días se ha visto realizando ejercicios y maniobras a un grupo llamado Movimiento Apostólico de Generales, Oficiales y Suboficiales, vinculado al parecer con la nominada Casa Apostólica, institución religiosa con sede en la calle de la Feria de Sevilla. En las últimas semanas se ha visto asimismo haciendo prácticas de tiro en las orillas del Guadalquivir a unos 130 hombres con subfusil ametrallador y lanzagranadas, que vestían el uniforme de dicho grupo: azul y rojo y con una insignia en forma de puñal con empuñadura a modo de cruz en las hombreras.
Bernal alzó los ojos y habló con cierta euforia.
– Lo has conseguido, Esteban. Las iniciales del nombre de este grupo componen las siglas de Magos.
Al parecer es un grupo de ultras de las fuerzas armadas, estimulados por los miembros de esa orden religiosa. Como la orden se fundó en Colonia, pediré informes a la Interpol.
Cuando los dos amigos salieron del Parrillón, la nevasca había cedido, aunque la tarde era desagradablemente fría y gris, motivo por el que Bernal tomó un taxi para dirigirse a su apartamento secreto de Tribunal.
Aquella noche se encontraba Bernal sentado a la mesa camilla del comedor de su casa del Retiro y analizando una vez más los mensajes Magos, mientras Eugenia preparaba la acostumbrada cena de sobras. Echó mano del tosco esquema que había confeccionado con los cuatro primeros mensajes aparecidos y lo comparó con las festividades que fray Nicolás había señalado en el misal con las estampas. Las cuatro primeras encajaban a la perfección: Morado A.l correspondía al 29 de noviembre, Azul A.l al 8 de diciembre, Rosa A.l al 13 de diciembre y Morado A.3 a Nochebuena. O sea, que si el monje había estado en lo cierto, aún faltaban otros tres mensajes: uno el día de la Circuncisión del Señor, otro la víspera de Epifanía, y el tercero el de la Epifanía misma, es decir, los días 1, 5 y 6 de enero, respectivamente; y estaba claro que la última fecha constituiría la culminación del plan secreto. Bernal estaba seguro de que se había hecho coincidir adrede con la Pascua Militar, cuya celebración en el palacio de Oriente de Madrid presidirían Sus Majestades.
Si sus cálculos eran acertados, era dado esperar que La Corneta publicase el quinto mensaje unos quince días antes de la fecha propuesta para la acción definitiva, el 16 de diciembre más o menos, el sexto mensaje hacia el 22 y el último un día después. La publicación de éste daría a los conspiradores la señal de avance final. Ahora bien: ¿qué implicaba cada etapa del plan y de qué modo entraban en juego los nombres de los reales sitios? Es verdad que algo había ocurrido en San Ildefonso (palacio de La Granja) y en Aranjuez (antes de tiempo), pero en El Pardo y en Segovia no había sucedido nada de importancia.
Se le ocurrió de pronto una nueva idea y buscó en su cartera de mano el esquema de la operación del Ministerio de Defensa contra las intentonas golpistas. La Operación Mercurio tenía siete etapas, las mismas que al parecer tenía el plan Magos. Fue anotando las unas al lado de las otras:
Operación Mercurio Conspiración Magos
Mercurio: Servicio de Intervención San Ildefonso
Venus: Estado de Prevención El Pardo
Júpiter: Supresión de permisos Segovia
Marte: Alerta Aranjuez
Saturno: Estado de Excepción Todavía desconocido
Urano: Movilización Todavía desconocido
Plutón: Operación Todavía desconocido
Estuvo mirando este cuadro durante unos minutos y de pronto lo descubrió. ¡El nombre de los sitios reales era un pretexto! Las palabras también aquí se habían codificado de manera acrológica; sólo las iniciales importaban. Así, «San Ildefonso correspondía al Servicio de Intervención, El Pardo al Estado de Prevención, etcétera. Qué ironía, pensó Bernal. El secretario del Rey le había llamado sólo a causa de la mención de los reales sitios en los mensajes crípticos y el posible peligro para la seguridad real, y hete aquí que los mensajes apuntaban a otra parte. Los cabecillas de la conspiración Magos habían establecido un plan en la sombra siguiendo el esquema antigolpista de las medidas gubernamentales y se servían de las mismas etapas de actuación militar que la Junta de Jefes de Estado Mayor llevarían a cabo en caso de sospechas golpistas. Al utilizar el mismo esquema que el Ministerio de Defensa y al transformar las claves de planetas en sitios reales, no hacían sino apropiarse de las medidas oficiales antigolpistas.
Bernal se retrepó en la silla y admiró el ingenio de aquellos cabecillas; si la JUJEM ponía en práctica la Operación Mercurio aquella misma noche y remitía la clave Mercurio a todas las capitanías, los capitanes generales, tras las comprobaciones pertinentes con la JUJEM de Madrid, ordenarían la intervención de todos los medios de comunicación, incluidas las fuentes de energía eléctrica, y en algunos casos se encontrarían con que la medida ya se había tomado. Si a esto le seguía la etapa Venus, no tardarían en averiguar que ya se había dado la orden de aumentar la vigilancia, redoblar la guardia, etcétera. En otras palabras, al poner en práctica el plan oficial, el Gobierno se limitaría a favorecer lo que quería evitar. ¿Se trataba de un plan diabólico o, dado su origen apostólico, era más bien de inspiración divina? Su auténtica ingeniosidad radicaba en que, al seguir al pie de la letra la operación gubernamental, inutilizaba todo intento oficial de evitar que se llevase a cabo. Su osadía quitaba el resuello.
Bernal oyó el teléfono que sonaba en el pasillo y se dio cuenta de que Eugenia había ido a contestar, pero no prestaba la menor atención, sumido como estaba en sus cálculos. Pero entonces se percató de que su mujer le llamaba de manera insistente:
– ¡Baja de las nubes, Luis! Ven a ver lo que quiere tu hijo.
Medio absorto aún, Bernal cogió el auricular que Eugenia le tendía.
– ¿Qué tal, Diego? ¿Cuándo vuelves?
– Hemos terminado ya con casi todos esos sondeos en los alrededores de Trebujena, y ahora estamos en Camas para pasar la tarde. Aquí no hay movida, te lo aseguro yo, pero, en fin vamos a ver si nos tomamos unas copichuelas en el bar.
– Diego, dime cuándo piensas volver.
– El domingo, en el Talgo del mediodía.
– ¿Tienes dinero suficiente?
– Creo que sí. Aún me queda la mitad de lo que me diste. Por cierto, papi, hemos visto más soldados con ese uniforme tan raro que te dije.
– ¿Dónde?
– Entre este pueblo y Trebujena, y por la orilla del río. Tienen un campo de tiro y nos han hecho polvo las comprobaciones sísmicas. Ahora mismo hay unos diez tíos de esos en el bar, tomando copas. Parecen una especie de GEO, a juzgar por el pote que se dan.
– ¿Cómo es exactamente el uniforme?
– Azul, con unas hombreras curiosas que tienen una insignia roja en forma de puñal por abajo y una cruz de tres brazos por arriba. Beben y fanfarronean en cantidad, y dicen que el domingo van a hacer un desfile especial cerca de Santiponce.
– ¿En Santiponce? Pero si es un pueblecito.
– Ya lo sé, papi, pero lo van a hacer en Itálica, que está al lado. Incluso han tenido la jeta de pedirnos la documentación cuando han entrado en el bar.
– ¿Les enseñaste la tuya?
– Sí. Por suerte la llevaba encima.
Bernal pensó que más bien por desgracia, ya que habrían visto el nombre del padre de Diego.
– Hijo, yo te aconsejaría que vinieses a casa inmediatamente. ¿No puedes dar un pretexto y volver en el primer avión que salga de Jerez mañana por la mañana?
– Pero ¿por qué, papi? ¿Ocurre algo malo? Piensa que sería dejar plantados a los otros que participan en esta investigación de campo y, además, me perjudicaría en las notas del curso de geología.
– Está bien -dijo Bernal a regañadientes-, pero no te separes de tus compañeros en ningún momento y no hables de la profesión de tu padre; bajo ningún concepto, ¿me oyes?
Nada más colgar el auricular, el teléfono sonó otra vez. Era Elena Fernández.
– Le vengo llamando desde hace rato, jefe, desde una cabina -dijo la muchacha con tono un poco acusador.
– Lo siento, Elena, pero hablaba con mi hijo el trotamundos, que me llamaba desde Santiponce.
– ¿Santiponce? ¡Esto sí que es casualidad! He podido entrar en el despacho del director de La Corneta y en la correspondencia que tiene sobre la mesa he visto que se va el sábado a Sevilla para asistir a una reunión en Santiponce el domingo. Se instalará en el cortijo del marqués de la Estrella.
– Pues para casualidades está el patio, Elena, porque resulta que mi hijo Diego está por allí participando en una investigación de campo geológica. He procurado convencerle de que regrese en el acto, pero insiste en quedarse hasta que termine el trabajo. Volverán el domingo por la mañana. ¿Has visto si hay algún otro mensaje Magos que tenga que aparecer en la sección de anuncios?
– Aún no, jefe, pero estoy con el ojo alerta.
– Vigila la posible publicación de tres anuncios, lo más seguro para los días 15, 21 y 22 de diciembre.
Cuando colgó, se dijo que lo primero que haría a la mañana siguiente sería ir al palacio de la Zarzuela para contar sus últimas averiguaciones al secretario del Rey.
Eugenia le interrumpió en sus cavilaciones, gritando desde la cocina:
– Pon el hule, Luis, ¡y saca el vino de Cebreros de la alacena! Yo voy a calentar los calamares que sobraron de la comida. Estaban deliciosos de verdad y te vendrán bien para el estómago.
El órgano aludido lanzó una queja ante aquel anuncio mientras el propietario del mismo volvía al comedor, tambaleándose un poco, por el pasillo de heladas baldosas.