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Domingo Tercero de Adviento

(13 diciembre)

– ¡Luis! ¡Luis! ¡Despierta! Son casi las siete y media.

Bernal despertó sobresaltado y miró el reloj.

– Pero si hoy es domingo, Geñita. ¿Para qué quieres que me levante tan pronto?

– Porque hoy hay la misa de Gaudete, con ornamentos rosados, ¿recuerdas? Y tienes que ayudarme a llevárselos al padre Anselmo.

Bernal lanzó un gruñido y, de mala gana, puso los pies en la alfombra de piel de oso que, pese a estar comida por la polilla, era la única defensa contra el frío del suelo de baldosas.

El teléfono sonó mientras se afeitaba.

– Uno de tus colegas, Luis -le gritó Eugenia-, la señorita, la hija del constructor. Aún no comprendo por qué su padre le ha consentido entrar en una profesión tan sórdida como la tuya.

Bernal deseó que Elena no hubiese oído aquella observación, mientras se puso aprisa la bata de lana sobre los hombros y corrió al teléfono.

– Jefe, esta mañana ha salido el quinto mensaje Magos. No pude llamarle anoche.

– ¿Qué dice?

– «Magos Blanco N.5. El Escorial.»

– ¿«N.5»? ¿Estás segura?

– Totalmente, jefe. Ayer por la noche vi las pruebas revisadas de la primera edición.

– Está bien. Déjalo de mi cuenta. ¿Sabes algo de Ángel?

– No, jefe, aún no ha vuelto de Sevilla y el encargado de expediciones está muy enfadado con él. Ángel telefoneó para decirle que había sufrido una avería de importancia y que en el taller sevillano adonde había llevado la furgoneta todavía no habían conseguido averiguar de qué se trataba.

– ¿Sospechan algo?

– Creo que no. Nuestra falsa identidad sigue incólume, estoy segura.

Mientras Eugenia le servía el brebaje de bellotas tostadas, Bernal repasó el calendario litúrgico del misal romano de su suegra, bajo la mirada entre atónita y suspicaz de su mujer, que, pese a todo, prefería no hacer comentario alguno sobre aquella súbita e imprevista piedad de su marido.

Blanco N.5: aquello planteaba un problema. Debería referirse al 1 de enero, Circuncisión del Señor, según las estampas del misal de fray Nicolás. Enseguida dio Bernal con la solución. Contó los días en que se indicaba el empleo de ornamentos blancos, pero hacia atrás, a partir del 1 de enero, y vio que el primero era el día de Navidad. Naturalmente, N se refería al tiempo litúrgico de Navidad. El 25 de diciembre era N.l; la festividad de San Juan evangelista, día 27, era N.2; el 30, celebración de la infraoctava de Navidad, era N.3; y la festividad de San Silvestre, papa y confesor, día 31, era N.4. Todos estos días tenían ornamentos blancos. Así, la Circuncisión del Señor, 1 de enero, que era también blanco, era sin lugar a dudas Blanco N.5 en el código Magos. Una vez que se sabía la clave el problema era muy fácil; cualquier hijo devoto de la Iglesia podía resolverlo.

Tras dejar a Eugenia en la puerta de la sacristía con el cesto de vestiduras rosadas que ella y la portera habían limpiado tan cuidadosamente, Bernal tomó un taxi que lo llevó de Alcalá a Sol, en cuya cafetería Manila, uno de los pocos bares abiertos a aquella hora dominical, pidió un segundo y mejor desayuno. Mientras mojaba los churros calientes en el delicioso café, hojeó La Corneta y se detuvo en la sección de anuncios por palabras. Sí, Elena estaba en lo cierto, allí estaba el mensaje críptico: «Magos N.5. El Escorial.» Significaba que en los cuarteles controlados por los conspiradores, el día 1 de enero se pondría en marcha la quinta etapa preparatoria, es decir, el estado de excepción.

Buscó el editorial del día, que a veces insinuaba, bajo el tema principal, misteriosos pronunciamientos sibilinos. «Hoy es un día especial para prepararse. Los fieles cristianos se previenen durante el Adviento y se regocijan ante la inminente venida del Salvador. El día de Magos será particularmente memorable este año.» Pensó en lo curioso que resultaba que no pudieran resistir la tentación de jugar a las insinuaciones acerca de sus planes secretos. El «Salvador» podía ser también un personaje seglar; el teniente general Baltasar, por ejemplo. Dobló La Corneta y decidió leer la versión que El País ofrecía de los acontecimientos del día, en textos más sensatos y dirigidos al intelecto.

Cuando llegó al despacho, Navarro trabajaba ya.

– Ángel telefoneó anoche, jefe. Las octavillas y los carteles que tenía que llevar a Sevilla eran para entregarlos en un almacén de la calle de la Feria. Fue luego al Ayuntamiento y averiguó que lo tenía alquilado la Casa Apostólica, cuyo convento no estaba muy lejos del almacén. Miranda, tras haber seguido al marqués, se ha reunido con Ángel ya. Por cierto, el de la Estrella se llevó consigo al obispo; el Mercedes lo conducía un chófer.

– ¿Mandaste allí a Lista, como te dije?

– Sí, jefe. Ha ido a Santiponce a ver qué hay planeado para hoy.

– Mi hijo me comentó que iba a haber una especie de desfile o concentración en Itálica. Es un lugar bien extraño el que han elegido, pero supongo que el antiguo anfiteatro romano tendrá cabida para mucha gente; además, está apartado de las carreteras principales. Un mitin secreto apenas se notaría allí. Espero que Diego coja hoy el Talgo. No me gusta que se haya metido en este asunto. Ya sabes lo impulsivos que son los chicos como él.

– Parece que nos llega un informe por teletipo, jefe. Voy a ver de qué se trata.

Bernal se fumó un Káiser mientras esperaba. A pesar de su larga y variada experiencia, todavía se ponía nervioso ante la inminencia de la acción, aunque no se encontrase en el lugar mismo de los hechos.

– Es de la Interpol de Francfort, jefe -anunció Navarro.

Bernal se acercó al teletipo y los dos leyeron el mensaje que iba escribiéndose a rachas convulsivas, interrumpidas por accesos de hipo bastante largos, en el papel continuo a rayas verdes. El mensaje decía:

bernal DSE madrid stop ref su solicitud

11 dic movimiento apostólico fundado colonia 1932 stop registrado provisionalmente en vaticano papado pío XII stop creado en vinculación grupos nacionalistas en particular sa stop sin plena sanción vaticana stop actuales ramificaciones italia francia españa argentina chile stop jefatura casa española de la orden padre gaspar stop objetivo principal consolidación moral dirigentes políticos y militares stop orden dedicada veneración magia…

La máquina se detuvo bruscamente.

– ¿Que la orden se dedica a la magia? -exclamó Bernal con expresión de incredulidad.

Las convulsiones y los ataques de hipo se reanudaron:

corrección stop veneración magos o tres reyes oriente cuyas reliquias cosérvanse catedral colonia stop no constan antecedentes criminales pero la orden ha colaborado con elementos neofascistas en todos los países donde opera stop fin del mensaje.

– Eso explica el nombre religioso del padre Gaspar -dijo Bernal a Paco Navarro-. La orden está consagrada a los Reyes Magos y el prior simplemente adoptó el nombre de uno de ellos. También explica la insignia que utilizan: el puñal tricéfalo cuya empuñadura se parece a la Cruz de Hierro alemana. He consultado la Enciclopedia Espasa-Calpe, y técnicamente consiste en la parte superior y los trazos horizontales de una cruz patté. Lo que la Interpol no nos dice es de dónde le llueve el dinero a la orden. Si no ha obtenido sanción papal, está claro que la Iglesia no le da ni un céntimo, aunque la sede de Aranjuez, entre la compra y las ampliaciones, tuvo que costarle un riñón, y además parece que viven con cierto desahogo.

– ¿Y el marqués, jefe? Podría ser él el caballo blanco.

– Es posible, pero no me parece que su fortuna pueda permitirse tales cotas de generosidad. Tiene que haber alguien, o alguna organización, aún más rico y poderoso. Los militares complicados tampoco podrían costearla a ese nivel; además, ellos son el blanco de la Casa Apostólica, no su fuerza motriz.

– ¿Y qué me dices del nombre del marquesado de los Lebrija?

– ¿Te refieres a la «Estrella»? ¿A la estrella que guió hasta Belén a los Reyes Magos? La verdad es que parece la palabra pintiparada para este caso. Sin embargo, creo que simplemente se trata de una graciosa coincidencia, aunque pudo haber determinado el nombre de la conspiración y la elección del seis de enero para su puesta en práctica.

– También está el teniente general Baltasar -añadió Navarro.

– Sí. Si nos orientáramos por el sentido literal y aceptáramos sus consecuencias lógicas, el segundo Rey Mago, Gaspar, fue el que aportó el incienso, lo cual es apropiado para un monje como el padre Gaspar, ya que esa dádiva representaba la espiritualidad de Cristo. El tercer Rey Mago, Baltasar, que suele aparecer como de raza negra, fue el que llevó la mirra, el precioso ungüento empleado para embalsamar a los muertos… siniestro regalo de parte de un militar como el teniente general que ostenta este nombre.

– ¿Crees que les interesaba implicarle en la conspiración sólo por su nombre, jefe?

– Bueno, se conocería su participación en la División Azul y es posible que el apellido fuera sólo un suplemento. Puesto junto al nombre del marqués de la Estrella acaso satisficiera a alguien con un sentido del humor bastante ácido. Este alguien, Paco, este alguien es la persona que me gustaría encontrar. ¿Quién es el que aporta el oro? ¿Quién es Melchor? Él es quien maneja los hilos de todo este asunto.

A última hora de la tarde habían recibido ya una serie de informes procedentes de Sevilla. Ángel había alquilado un pequeño Citroën y había seguido a una camioneta negra que había recogido las octavillas y carteles del almacén de la calle de la Feria a primera hora de la tarde, y que había salido de Sevilla por la carretera de Aracena. A las 4, Lista había advertido un aumento de la actividad en Santiponce en virtud de la llegada de muchos vehículos militares con altos cargos vestidos de uniforme azul con insignias rojas. Este atuendo era totalmente desconocido para el Estado Mayor y para los sastres del Ejército; Bernal había hecho las pesquisas de rigor por teléfono y se había enterado de esto último. Más tarde, hacia las 5.10, Miranda había telefoneado desde Trebujena para informar que el marqués y el obispo habían salido del cortijo en el Mercedes y que se habían dirigido hacia el norte, en dirección a Sevilla, por la A-4. A las 5.30 volvía a telefonear, esta vez desde Camas, para decir que habían tomado la N-630 desde Sevilla hacia el noroeste, y que él se había quedado muy detrás del Mercedes, dando por supuesto que ellos se dirigían a Santiponce también.

Bernal consultó el gran mapa mural de la península y vio que todos se estaban concentrando en Itálica y sus restos romanos. Lista habría ocupado ya una posición estratégica allí e informaría como y cuando pudiera.

Para aguantar la espera, Navarro encargó unos bocadillos de jamón serrano y queso manchego, y cuatro cervezas. A las 7.30 Bernal telefoneó a Eugenia para saber si Diego había llegado ya en el Talgo que salía de Sevilla a mediodía.

– Aún no, Luis, pero no creo que tarde.

– Escucha, Geñita, en cuanto llegue, llámame aquí al despacho y me lo cuentas, ¿eh?

– Luis, te perdiste la misa Gaudete de esta mañana. Con los ornamentos rosados, ha sido una maravilla.

A las 8.20, por fin, Lista rompió el largo silencio y llamó por teléfono.

– He vuelto a Sevilla, jefe. En Itálica se organizó un mitin de pánico. El lugar de reunión era el anfiteatro romano. Yo me instalé en las gradas de arriba, que por cierto se hallan en un estado bastante ruinoso. Al caer la noche encendieron antorchas y repartieron insignias especiales, además de carteles y octavillas. Al filo de las siete llegó un helicóptero militar y aterrizó en el centro de la arena en medio de una polvareda impresionante. De él bajo el teniente general Baltasar y pronunció una arenga, sirviéndose de un sistema de amplificación improvisado.

– ¿Cuántos militares de graduación había?

– Unos cuatrocientos más o menos. Todos vestían el uniforme de marras.

– ¿Oíste bien el discurso?

– A rachas, jefe, porque estaba muy arriba y tenía que esconderme en una escalera que conducía al terraplén superior. Da miedo de noche ese sitio, se lo puedo asegurar.

– ¿Qué captaste del discurso?

– Habló de la importancia y solemnidad de la misión conjunta que todos tenían el cinco de enero y que restaurarían los sempiternos valores de la España tradicional.

– ¿Estás seguro de que dijo el cinco?

– Totalmente. Lo repitió y luego se lanzó a una encendida perorata sobre la desastrosa situación moral del país. Estuvo hablando durante tres cuartos de hora aproximadamente, y luego el obispo bendijo a la concurrencia.

– ¿Tomó parte el marqués?

– No habló, pero estuvo junto al padre Gaspar, el teniente general y el obispo.

– ¿Estás seguro de que era el padre Gaspar?

– Totalmente. Vino en el helicóptero con el teniente general.

– ¿Y no había nadie más, ningún otro cabecilla; Juan?

– No, solamente estos cuatro, más un sujeto que parecía el ayudante del general.

– Gracias por todo, Juan. Procura ponerte en contacto con Carlos y Ángel. Dile a Ángel que consiga que reparen el vehículo de La Corneta como sea y que regrese a Madrid, porque de lo contrario van a descubrirle.

Bernal estaba cada vez más preocupado por el retraso de su hijo y a las nueve volvió a llamar a Eugenia.

– No, Luis, aún no ha llegado, pero no creo que tarde ya mucho. ¿Vas a venir a cenar?

– Más tarde te lo diré. Dile a Diego que me llame en cuanto llegue.

Bernal encendió otro Káiser y miró por la ventana las aceras de la calle Carretas, llenas de gente que daba el paseo de los domingos, puesto que el tiempo había mejorado, al menos por el momento. Casi todos miraban los escaparates, atraídos por la apariencia de los artículos navideños. Al cabo de un rato llamó a Navarro.

– Por favor, Paco, ¿querrías consultar los horarios de Renfe y ver a qué hora tenía prevista la entrada en Atocha el Talgo que ha salido de Sevilla a mediodía?

Navarro volvió en seguida con la información.

– Tendría que haber llegado a las 19.34. Si quieren, llamo y lo compruebo.

– Sí, por favor. Estoy preocupado por Diego. El jueves estaba en Camas y en Santiponce y desde entonces no ha vuelto a llamarnos.

Tras encontrar el número que buscaba, Navarro telefoneó a la comisaría de la estación. El inspector de guardia le dijo que el Talgo de Sevilla había llegado a las 19.52.

– Pero entonces ya tendría que estar en casa -dijo Bernal, cada vez más preocupado-. Por favor, llama a la Facultad de Ciencias de la Complutense y entérate de qué ha ocurrido con la expedición geológica que ha estado haciendo investigaciones de campo en el bajo Guadalquivir estas dos últimas semanas. No sé el nombre del que la dirige.

Tras no pocas intentonas, reapareció Navarro.

– Jefe, no se puede comunicar con los responsables a esta hora y en domingo. Sólo están los vigilantes. Y desconocen el nombre del que encabezaba la expedición.

– Estoy intranquilo, Paco. ¿Y si probamos con la Renfe de Sevilla? La expedición tendría billetes con reserva y sería una treintena de estudiantes, si no más. Tenían que ocupar medio vagón.

Navarro volvió al teléfono y Bernal fue incapaz de concentrarse mientras tanto en los informes sobre Magos; fumaba sin parar. Hasta que por fin hubo noticias.

– En taquilla de la estación sevillana dicen que se reservaron treinta y cuatro asientos, pero que es imposible saber si todos se ocuparon cuando partió el tren. El único que puede saber si quedó vacío algún asiento reservado es el jefe de tren, aunque, como es lógico, no se comprueban los nombres de los viajeros.

– ¿Se puede llamar a este hombre? -preguntó Bernal.

– En Sevilla dicen que va a ser difícil esta noche. Vive allí y volverá en el Talgo de la mañana. Creen que esta noche la pasará en alguna pensión próxima a la estación de Atocha, pero ignoran en cuál.

– ¿Se hicieron las reservas a nombre del jefe de expedición?

– No, por desgracia; se hicieron al parecer a nombre de la Universidad Complutense. Los billetes se compraron aquí en Madrid, en las oficinas de Renfe de la calle Alcalá.

– Entonces es posible que aquí sepan quién los pagó.

– Sí, es posible -replicó Navarro con paciencia-, pero hasta mañana por la mañana no abrirán las oficinas. Los de Sevilla probaron con su terminal del ordenador electrónico, pero no aparece ningún nombre. ¿Llamo a la Policía Nacional de Sevilla?

– Aún no. Esperemos antes a ver si hay aquí más noticias.

A las once de la noche, Bernal había llamado ya varias veces a su mujer, pero Diego seguía sin dar muestras de su paradero. A las once y diez fue ella quien le llamó para decirle que un tal doctor Montalbán había telefoneado. Era el jefe de la expedición geológica y estaba preocupado porque Diego Bernal no se había reunido con los demás estudiantes en la estación de Sevilla para tomar el Talgo a la hora acordada. En consecuencia, había resuelto acompañar a los demás en el viaje de regreso sin él.

– ¿Dejó algún número de teléfono, Geñita?

Eugenia se lo dio.

– Aún tardaré un buen rato en volver a casa. No te preocupes por la cena.

Nada más colgar marcó el número del doctor Montalbán. Bernal se identificó en cuanto el geólogo cogió el auricular.

– ¿Explicó mi hijo por qué no iba a ir con la expedición? ¿Cuándo lo vio usted por última vez?

– Fuimos a Sevilla anoche, comisario, y nos hospedamos en dos hotelitos; no cabíamos tantos en uno solo. Después de cenar, los estudiantes se fueron a dar una vuelta por el barrio de Triana. Les oí volver pasadas las tres de la madrugada. Bueno, ocurre que su hijo se alojaba en el otro hotel, no en el mío. Yo no supe que faltaba hasta que estuvimos todos en la estación, pero sus compañeros me dijeron que les había dicho que se reuniría con ellos allí. La última vez que lo vieron fue después de medianoche, en un bar con tablao flamenco. Según sus compañeros, aquel insulso tipismo para turistas le aburría, y se marchó de allí tras decir que se reuniría con los demás en la estación.

– ¿Y no dio explicaciones a nadie?

– Todos se imaginaron que habría ligado con alguna chica y que se habría ido con ella a alguna discoteca.

– ¿Vio alguien a la chica?

– No, creo que no, pero la primera vez que hicimos noche en Sevilla, hace una semana, conoció a una joven morena. Y a ésta sí que la vi yo.

– ¿Y el equipaje de Diego? ¿Se quedó en el hotel?

– El compañero que compartía la habitación con él le hizo la maleta una hora antes de marcharnos y la dejó en recepción, ya que teníamos que dejar libres las habitaciones a mediodía.

– ¿Cómo se llama ese compañero suyo? -preguntó Bernal.

– Federico Payo. Puedo buscar la dirección si quiere esperar un momento, comisario.

– No cuelgo.

Una vez conseguida la dirección, Bernal telefoneó a su casa, aunque allí le dijeron que el estudiante se había ido después de cenar.

Navarro entró en aquel momento con expresión seria.

– El subinspector de servicio dice que un chaval ha traído esto hace unos minutos, que no dio su nombre cuando se lo preguntó y que se fue corriendo. Va dirigido personalmente a ti, jefe, aunque las señas parece que las han puesto con letraset. Será mejor que te tranquilices un poco antes de leerlo.

El mensaje decía:

Comisario Bernal. Si quiere que su hijo Diego vuelva a casa sano y salvo, deje en paz a MAGOS. De ser así, estará con usted para la Epifanía del Señor. Melchor.

Bernal se dejó caer pesadamente en la silla y encendió un Káiser.

– Tú lo has leído, claro -dijo a Navarro.

– Sí, jefe.

– Me lo decía el corazón. Todo iba demasiado bien -dio una chupada al cigarrillo-. Tenemos que rescatarle en seguida. Esta misma noche cojo un avión y me voy a Sevilla.

– ¿Crees que sería prudente, jefe? ¿No sería mejor que se encargase de esto una persona menos implicada emocionalmente? Ya tenemos allí a tres inspectores, Carlos, Juan y Ángel, y son hombres con mucha experiencia. ¿Por qué no los utilizamos? Es casi seguro que los conspiradores no se han dado cuenta de que les hemos seguido a Andalucía, y que hemos asistido a su mitin de Itálica; y tampoco han descubierto a Ángel. Pero a ti, que no te has movido de Madrid, te vigilan y te seguirán vigilando.

– Ángel no debiera volver a los talleres de La Corneta. Terminarán por recordar que trabajaba en la DSE. Quizá deberíamos sacar también a Elena de allí.

– No hagas nada precipitado, jefe. Estoy de acuerdo en que habría que mantener a Ángel en Sevilla. La furgoneta en que va puede ser muy útil. Pero permíteme que movilice a Miranda y a Lista inmediatamente. Comenzarán rastreando los movimientos que Diego hizo anoche en el barrio de Triana. ¿Avisamos a la policía de Sevilla?

– Conozco al jefe superior de allí, Paco. Solíamos trabajar juntos. Pero no podemos emprender una búsqueda en toda regla. Se darían cuenta y liquidarían a Diego. Recuerda que pueden tener infiltrados en la policía local. Hablaré con el jefe superior y le pediré una ayuda discreta.

– Yo creo que es preciso que informes al secretario del Rey, ¿no te parece?

– Aún no. Esperaremos a mañana. Podría apartarme del caso.