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A las nueve Bosch y Águila se desviaron de la avenida Cristóbal Colón para tomar una carretera de circunvalación que bordeaba el Aeropuerto Internacional Rodolfo Sánchez Taboada. La carretera pasaba por delante de unos hangares prefabricados bastante viejos y, un poco después, por delante de unos más nuevos. Las enormes puertas de uno de ellos, marcado con un rótulo que decía Aero Carga, estaban ligeramente abiertas y dejaban ver un hilo de luz. Aquél era su destino: el improvisado cuartel de la DEA. Bosch aparcó enfrente, junto a una serie de coches, casi todos con matrícula de California.
En cuanto Bosch y Águila salieron del Caprice, se les acercaron cuatro agentes con unas cazadoras de plástico azul. Harry mostró su documentación y uno de ellos comprobó su nombre en una lista.
– ¿Y tú? -preguntó el tío de la lista.
– Viene conmigo -contestó Bosch.
– Pues aquí no consta. Tenemos un problema.
– Me olvidé de avisar que iba a traer una pareja al baile -bromeó Bosch.
– No tiene gracia, detective Bosch.
– Lo sé, pero es mi compañero y se queda conmigo.
El hombre de la lista lo miraba con cara de preocupación. Era un anglosajón de tez rubicunda y cabello casi blanco por el sol, que tenía aspecto de haber estado vigilando la frontera durante muchos años. El hombre se volvió hacia el hangar, como si esperara ayuda sobre cómo llevar el asunto. En la espalda de su cazadora Bosch vio las siglas DEA, en grandes letras amarillas.
– Vaya a buscar a Ramos -le aconsejó Bosch-. Porque si mi compañero no viene, yo tampoco. Y entonces, ya me dirá en qué queda la seguridad de la operación. -Bosch miró a Águila, que contemplaba la escena sin moverse, con los otros tres agentes a su alrededor como si fueran los porteros de una discoteca de Sunset Boulevard.
– Piénselo bien-prosiguió Bosch-. Cualquiera que haya venido hasta aquí tiene que continuar hasta el final. Si no, alguien quedará fuera, suelto y descontrolado. Consúltelo con Ramos.
El hombre de la lista dudó de nuevo, pero finalmente le pidió a todo el mundo que mantuviese la calma y se sacó una radio del bolsillo de la chaqueta. Entonces informó a alguien al que llamó «líder de personal» de que había un problema. Todos se quedaron un rato en silencio. Bosch miró a Águila y cuando éste le devolvió la mirada, le guiñó el ojo. En ese momento divisó a Ramos y Corvo, el agente de Los Ángeles, que caminaban hacia ellos con paso decidido.
– ¿Qué coño pasa, Bosch? -soltó Ramos antes de llegar al coche-. ¿Sabes lo que has hecho? Has puesto en peligro toda la jodida operación. Te dije claramente que…
– Águila es mi compañero en este caso, Ramos -explicó Bosch-. El sabe lo que yo sé. Estamos trabajando juntos y si él no entra, yo tampoco. Yo me iré a casa, a Los Ángeles, pero no sé adonde irá él. ¿Qué pasa entonces con tu teoría de que no se puede confiar en nadie?
A la luz del hangar, Bosch observó la fuerza con la que latía una de las arterias del cuello de Ramos.
– Si lo dejas ir, quiere decir que confías en él. Y si confías en él, puedes dejarle que se quede.
– Vete a la mierda, Bosch.
Corvo puso la mano sobre el brazo de Ramos y dio un paso al frente.
– Bosch, si él la caga o jode de alguna manera esta operación, estás acabado. Me entiendes, ¿no? Me encargaré de que se sepa en Los Ángeles que lo trajiste tú. -Corvo hizo una señal a sus hombres para que dejaran pasar a Águila. La luz de la luna se reflejaba sobre la cara de Corvo e iluminaba la cicatriz que dividía su barba en la mejilla derecha. Harry se preguntó cuántas veces contaría la historia del navajazo esa noche.
– Otra cosa -añadió Ramos-. El tío entra desnudo. Sólo nos sobra un chaleco y es para ti. Si le dan, la culpa es tuya.
– Ya veo. No importa lo que pase, la culpa será mía -dijo Bosch-. Tengo un chaleco en el maletero. Él puede usar el vuestro y yo me quedo con el mío.
– La reunión es a las 22:00 -les informó Ramos mientras regresaba al hangar.
Corvo le siguió, Bosch y Águila caminaron tras él y los otros agentes cerraron el grupo. Dentro del cavernoso hangar, había tres helicópteros dispuestos en batería y bastantes hombres, casi todos vestidos con monos negros, que se paseaban tomando café en unos vasitos blancos. Dos de los helicópteros eran aparatos de fuselaje ancho para el transporte de personal. Bosch los reconoció enseguida: eran UH-1N, también conocidos como Hueys, cuyo peculiar ruido Harry asociaría para siempre con Vietnam. El tercer aparato era más pequeño y esbelto. Parecía fabricado para uso comercial, como un helicóptero de televisión o de la policía, pero había sido convertido en un vehículo militar. Bosch distinguió la torre de artillería montada en el lateral derecho del aparato y, debajo de la cabina, otro anexo con todo un despliegue de accesorios, incluido un reflector y un sensor de rayos infrarrojos. Un par de hombres vestidos con monos negros despegaban las letras y números blancos que adornaban las colas de los aparatos. Estaban preparándose para un asalto nocturno. De pronto Bosch se percató de la presencia de Corvo a su lado.
– Los llamamos Linces -dijo, mientras señalaba el más pequeño de los tres aparatos-. Solemos usarlos casi exclusivamente en nuestras operaciones en Sudamérica y Centroamérica, pero hemos logrado agenciarnos éste que iba de camino. Es ideal para el trabajo nocturno, porque lleva todo lo necesario para ver de noche: imfrarrojos, monitores geotérmicos. Será nuestra base de control en el aire.
Bosch asintió, aunque no le impresionaban las máquinas tanto como a Corvo. El agente federal parecía más animado que durante su reunión en el Code 7; sus ojos oscuros se paseaban por el hangar, absorbiéndolo todo. Bosch dedujo que probablemente echaba de menos el trabajo de campo. Corvo estaba atrapado en una oficina en Los Ángeles mientras gente como Ramos jugaba a la guerra.
– Y ahí es donde iréis vosotros, tú y tu compañero -anunció Corvo, mientras volvía a señalar el Lince con la cabeza-. Conmigo. Podréis verlo todo desde el aire, totalmente a salvo.
– ¿Quién está al mando de esto? ¿Tú o Ramos?
– Yo.
– Eso espero. -Mirando al helicóptero, Bosch añadió-: Dime una cosa, Corvo. Queremos a Zorrillo vivo, ¿no?
– Así es.
– Entonces, ¿cuál es el plan cuando lo cojamos? Es un ciudadano mexicano, así que no podéis llevároslo al otro lado de la frontera. ¿Vais a entregárselo a los mexicanos? Porque en un mes será el amo de la penitenciaría donde lo metan. Si es que lo meten.
Ese era un problema con el que topaban todos los policías del sur de California. México se negaba a extraditar a sus ciudadanos a Estados Unidos por delitos cometidos al norte de la frontera. Los tribunales mexicanos los juzgaban, pero era bien sabido que los traficantes más importantes del país convertían sus estancias en las penitenciarías en vacaciones pagadas. Mujeres, drogas, alcohol y otras comodidades estaban a su alcance si tenían suficiente dinero. Contaba una anécdota que un poderoso narcotraficante se había instalado en la oficina y dependencias del alcaide de la prisión de Juárez. El reo había pagado cien mil dólares por el alquiler, cuatro veces más de lo que el funcionario ganaba en todo un año. El alcaide acabó como un recluso más cumpliendo condena.
– Ya te entiendo -respondió Corvo-. Pero no te preocupes. Tenemos un plan para resolverlo. Sólo tienes que preocuparte de tu compañero y de ti. Vigílalo bien y tómate un café, porque va a ser una noche muy larga.
Bosch se reunió con Águila, que se hallaba junto al banco de trabajo donde habían puesto la cafetera. Ambos saludaron con la cabeza a algunos de los agentes que se acercaban a la mesa, pero casi ninguno les devolvió el saludo. Estaba claro que se habían colado en la fiesta. Desde donde estaban, se veía una serie de oficinas al lado de los helicópteros. Sentados en varias mesas, había varios mexicanos con uniformes verdes, tomando café y esperando.
– Son de la milicia -dijo Águila-. De Ciudad de México. ¿Es que no confían en nadie de Mexicali?
– Bueno, después de esta noche, confiarán en ti.
Bosch encendió un cigarrillo para acompañar el café y recorrió el hangar con la mirada.
– ¿Qué te parece? -le preguntó a Águila.
– Me parece que el Papa de Mexicali se va a llevar un buen susto.
– Creo que sí.
Bosch y Águila se apartaron del banco para que otros pudieran sentarse y se apoyaron en un mostrador cercano a contemplar los preparativos. Al fondo del hangar, estaba Ramos con un grupo de hombres que vestían unos monos negros bastante abultados. Cuando se acercó, Harry descubrió que llevaban trajes no inflamables debajo de los monos. Algunos se estaban embadurnando la cara con betún y otros se estaban poniendo pasamontañas negros. Era el equipo CLAC, que obviamente estaba deseando montarse en los helicópteros y entrar en acción. Bosch casi podía oler su adrenalina desde donde estaba.
Los CLAC eran doce y estaban sacando cosas de unos baúles en preparación para la misión de esa noche. Bosch vio cascos, chalecos antibalas y granadas antidisturbios capaces de aturdir por el sonido. En la pistolera de uno de los hombres había un P-226 de nueve milímetros que sería para casos de emergencia, y en uno de los baúles asomaba el cañón de una ametralladora. Cuando Ramos reparó en Bosch, sacó el arma del baúl y se la llevó. El agente sonreía de forma extraña.
– Mira qué gozada, macho -dijo-. Colt sólo fabrica el RO636 para nosotros. Es una versión especial del subfusil estándar de nueve milímetros. ¿Sabes lo que puede hacer una de éstas? Es capaz de atravesar tres cuerpos sin siquiera frenar y tiene un silenciador especial que suprime el fogonazo. Estos tíos se dedican a asaltar laboratorios llenos de gases donde la más mínima chispa podría hacerlos estallar. Disparas y ¡bum! Acabas a dos manzanas. Pero con estos no hay chispa. Ojalá pudiera entrar con uno de éstos esta noche.
Ramos sostenía y admiraba el arma como una madre a su primer hijo.
– Bosch, tú estuviste en Vietnam, ¿no? -preguntó Ramos. Bosch asintió con la cabeza.
»Me lo imaginaba. Se te nota, bueno, yo siempre lo adivino. -Ramos le devolvió el arma a su propietario, todavía con esa sonrisa rara en los labios-. Yo era demasiado joven para Vietnam y demasiado viejo para Irak. Qué putada, ¿no?
La reunión no tuvo lugar hasta casi las diez y media. Ramos y Corvo convocaron a todos los agentes, a los oficiales de la milicia y a Bosch y Águila ante un gran tablón en el que habían clavado la ampliación de una foto aérea del rancho de Zorrillo. La ampliación mostraba que la hacienda contenía enormes secciones de terreno yermo. El Papa se había rodeado de espacio como medida de seguridad. Al oeste de su propiedad estaba la sierra de los Cucapah, una barrera natural, mientras que en las otras direcciones Zorrillo había creado una zona parachoques de cientos de hectáreas de matorrales.
Ramos y Corvo se colocaron a ambos lados del tablón y el primero tomó la palabra. Usando una regla como puntero, señaló los límites del rancho e identificó lo que llamó el centro habitado: un enorme complejo vallado que incluía una casa, un cobertizo y un anexo estilo bunker. Después trazó un círculo alrededor de los corrales y el granero situados a un kilómetro y medio del centro habitado junto al perímetro de la finca que daba a la avenida de Valverde. También señaló EnviroBreed al otro lado de la carretera.
A continuación, Ramos colgó otra ampliación que sólo comprendía un cuarto de la finca: desde el centro habitado hasta EnviroBreed. La foto estaba tomada tan de cerca que se distinguían pequeñas figuras en los tejados del bunker. Entre los matorrales de la parte de atrás de los edificios se dibujaban unas siluetas negras sobre la tierra marrón y verde. Cuando comprendió que se trataba de los toros, Bosch se preguntó cuál sería El Temblar.
– Muy bien, esas fotos tienen unas treinta horas -les informó Ramos, mientras uno de los oficiales de la milicia traducía sus palabras a los soldados que se congregaban a su alrededor-. Le hemos pedido a la NASA que sobrevolara el rancho en un U-34. También les pedimos que tomaran imágenes geotérmicas y ahí es donde la cosa se pone interesante. Las manchas rojas que se ven son los focos de calor.
Acto seguido, Ramos clavó otra ampliación junto a la anterior. Ésa era un gráfico por ordenador con unos cuadros rojos -los edificios- en un mar azul y verde. Fuera de los cuadros había unos puntitos rojos sueltos que Bosch dedujo que serían los toros.
– Estas imágenes geotérmicas se tomaron ayer al mismo tiempo que las otras -explicó Ramos-. Pero si saltamos del gráfico a la foto real, detectaremos una serie de anomalías. Los cuadrados son los edificios y casi todos estos puntitos rojos son los toros.
Ramos empleaba la regla para comparar las dos ampliaciones. Bosch enseguida se dio cuenta de que había más puntos rojos en el gráfico que toros en la foto.
– Pero estas señales no se corresponden con los animales de la foto -confirmó Ramos-. Sino con los almacenes de forraje.
Corvo ayudó a Ramos a enganchar otras dos ampliaciones, que habían sido tomadas muy de cerca. Bosch distinguió claramente el techo de lata de un pequeño cobertizo y un novillo negro junto a él. En el gráfico correspondiente, tanto el cobertizo como el animal eran de un rojo brillante.
– Los almacenes son pequeños graneros para proteger de la lluvia el heno y la comida del ganado. La NASA dice que podrían emitir un calor residual que se reflejaría en las imágenes térmicas pero no con la fuerza que estamos viendo aquí. Por eso pensamos que los almacenes de forraje son falsos. Creemos que ocultan los orificios de ventilación del laboratorio subterráneo y que en el centro habitado hay alguna entrada que conduce a él.
Ramos hizo una pausa para que la gente asimilara la información. Nadie hizo preguntas.
– Además, hay un…, bueno, un confidente nos ha informado de que existe un túnel. Creemos que el pasadizo va desde los corrales hasta este recinto: una empresa llamada EnviroBreed. Gracias al túnel, Zorrillo ha podido burlar la vigilancia y posiblemente mover sus productos del rancho a la frontera.
Acto seguido, Ramos pasó a dar detalles de la redada. El plan era entrar a medianoche y la milicia mexicana tendría dos misiones. Primero enviarían un coche hasta la entrada principal, conduciendo en zigzag como si estuvieran borrachos. Mediante esta artimaña, los tres soldados del coche harían prisioneros a los dos centinelas de la puerta. Después de eso, la mitad de la milicia avanzaría por la carretera de la finca hasta el centro habitado mientras la otra mitad se dirigiría a EnviroBreed, lo rodearían y esperarían a ver el desarrollo de los acontecimientos en el rancho.
– El éxito de la operación depende en gran parte de que los dos centinelas puedan ser detenidos antes de que alerten al centro habitado -intervino Corvo por primera vez-. Si fallamos, perderemos el factor sorpresa.
Cuando el ataque por tierra estuviera en marcha, llegarían los refuerzos por aire. Los dos helicópteros de transporte aterrizarían al norte y al este del centro habitado para depositar al equipo CLAC, que entraría en todos los edificios. El tercer helicóptero, el Lince, se mantendría en el aire y serviría de puesto de mando. Finalmente, Ramos les advirtió de que el rancho disponía de dos jeeps con patrullas de dos hombres cada una. Ramos explicó que no seguían una ruta de vigilancia determinada y que serían imposibles de localizar hasta que comenzara la redada.
– Son los imponderables -afirmó Ramos-. Para eso tenemos un puesto de control en el aire; ellos nos avisarán cuando vean los jeeps o simplemente los atacarán desde el Lince.
Ramos caminaba nervioso de un lado a otro, mientras jugueteaba con la regla. Bosch notaba que todo aquello le encantaba. La sensación de estar al mando de algo quizá le compensaba por no haber ido a Vietnam o Irak.
– Bien, caballeros. Esto ya es lo último -anunció Ramos mientras colgaba otra foto-. Como ya saben, tenemos órdenes de registro para buscar drogas. Si encontramos narcóticos, de puta madre. Si encontramos aparatos para fabricarlos, de puta madre. Pero lo que realmente nos interesa es este hombre. -La foto era una ampliación del retrato que Bosch había visto esa mañana.
– Éste es nuestro objetivo -declaró Ramos-. Humberto Zorrillo, el Papa de Mexicali. Si no lo cogemos, toda la operación se va a pique. Él es el cerebro que ha montado todo esto.
»Quizá les interese saber que además de sus actividades relacionadas con la droga, Zorrillo es el principal sospechoso de los asesinatos de dos policías de Los Ángeles, así como de un par de homicidios más, todo ello en el último mes. Recuerden que es un hombre que no se lo piensa dos veces; si no lo hace él mismo, siempre tiene a alguien dispuesto a hacerlo por él. Es muy peligroso. Bueno, todo el mundo que encontremos en el rancho debe considerarse armado y peligroso. ¿Alguna pregunta?
Uno de los de la milicia habló en español.
– Buena pregunta -le respondió Ramos-. No vamos a entrar en EnviroBreed por dos razones. Primero, porque nuestro objetivo principal es el rancho y tendríamos que desplegar más hombres si hiciéramos una entrada simultánea en los dos sitios. Y segundo, porque nuestro informador nos ha advertido que puede haber una trampa en ese lado del túnel. Me refiero a explosivos y no queremos arriesgarnos. Cuando hayamos terminado en el rancho, entraremos en EnviroBreed por la puerta o por el otro lado del túnel. -Ramos esperó para ver si había más preguntas, pero no las hubo. Los hombres de la primera fila movían los pies, se mordían las uñas o tamborileaban con los dedos sobre las rodillas. La adrenalina comenzaba a subir. Bosch lo había visto todo antes, en Vietnam y más tarde. Por eso su propia emoción se mezclaba con una sensación de temor y desconfianza.
– ¡Muy bien! -gritó Ramos-. ¡Quiero a todo el mundo preparado y embarcado dentro de una hora! ¡A medianoche atacamos!
La reunión terminó con unos gritos adolescentes de los agentes más jóvenes. Bosch se acercó a Ramos mientras desclavaba las fotos del tablón.
– El plan tiene buena pinta.
– Sí. Sólo espero que las cosas vayan un poco cómo las hemos planeado. Nunca salen igual.
– Ya -convino Bosch-. Corvo me dijo que teníais otro plan. Para llevar a Zorrillo al otro lado de la frontera.
– Sí, algo hemos tramado.
– ¿Vas a decírmelo?
Ramos se volvió, sosteniendo las fotos bien ordenadas y apiladas.
– Sí. A ti te va a encantar porque te lo mandaremos a Los Ángeles para que pueda ser juzgado por los asesinatos. Te cuento lo que pasará; es muy probable que el muy cabrón se resista al arresto y se haga daño. Seguramente heridas en la cara que tendrán un aspecto peor de lo que son en realidad, pero necesitarán de atención médica inmediata. Ofreceremos uno de nuestros helicópteros y el comandante de la milicia aceptará agradecido. El problema es que el piloto se hará un lío y confundirá las luces del hospital Imperial Memorial County de Calexico con las de la Clínica General de Mexicali. Cuando el helicóptero aterrice en el hospital equivocado y Zorrillo se baje al otro lado de la frontera, lo arrestaremos y pasará a manos del sistema judicial estadounidense. Pobre, qué mala suerte. Nosotros seguramente tendremos que reñir al piloto.
Ramos tenía de nuevo esa extraña sonrisa. Sin decir nada más, guiñó el ojo a Bosch y se alejó.