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El rótulo del restaurante había cambiado desde la última vez que Bosch estuvo allí. Ahora se llamaba American Egg and I, lo cual debía de significar que lo había comprado un extranjero. Después de aparcar el Caprice en el callejón, Bosch caminó hacia el lugar donde habían encontrado a Juan 67: precisamente detrás del restaurante frecuentado por la brigada de narcóticos. Bosch comenzó a pensar en las implicaciones de todo aquello, pero lo interrumpieron los vagabundos del callejón, que se acercaron a él para pedirle limosna. Aunque Bosch no les hizo caso, su presencia sirvió para recordarle otro fallo en la ineficaz investigación de Porter. En el informe no se mencionaba la posibilidad de entrevistar a los mendigos del callejón como posibles testigos.
Ya dentro del restaurante, Bosch enseguida descubrió a cuatro hombres jóvenes, uno de ellos negro, en la mesa del fondo. Estaban sentados en silencio, con la mirada fija en sus tazas vacías de café. Harry robó una silla y se sentó a la cabeza de la mesa, donde yacía una carpeta de color marrón.
– Soy Bosch.
– Tom Rickard -contestó el negro. Rickard le tendió la mano y luego le presentó a los otros tres: Finks, Montirez y Fedaredo.
– Nos cansamos de reunimos en la oficina -explicó Rickard-. A Cal le gustaba este sitio.
Bosch simplemente asintió y miró la carpeta. El nombre escrito en la etiqueta era Humberto Zorrillo, lo cual no le dijo nada. Rickard le pasó la carpeta a Bosch.
– ¿Qué es? -preguntó Bosch sin tocarlo.
– Probablemente su último caso -le respondió Rickard-. Se lo íbamos a dar a Robos y Homicidios pero pensamos que, a la mierda, que lo estaba preparando para ti. Y eso tíos del Parker Center están intentando cubrirlo de mierda, así que no les vamos a ayudar.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que no pueden dejar que el hombre se suicidase y basta. Los muy cabrones tienen que diseccionar su vida y averiguar exactamente por qué hizo esto y por qué hizo lo otro. El tío se pegó un tiro, joder. ¿Qué más se puede decir?
– ¿No queréis saber por qué?
– Ya lo sabemos, tío. Por el curro. Es algo que nos pasa a todos. Quiero decir, que lo comprendo.
Bosch se limitó a asentir de nuevo. Los otros tres no habían dicho nada.
– Exagero, pero es que he tenido un mal día -explicó Rickard-. El día más largo de toda mi puta vida.
– ¿Dónde estaba esto? -preguntó Bosch, señalando la carpeta-. ¿No registraron su mesa los de Robos y Homicidios?
– Sí, pero esto no estaba allí. Cal la dejó en uno de los coches del BANG, uno de esos cacharros que usamos para ir de incógnito; en el bolsillo que hay detrás del asiento delantero. No lo vimos durante la semana que Cal desapareció, porque hasta hoy nadie se había sentado detrás. Normalmente llevamos dos coches en todas las operaciones, pero hoy nos metimos todos en uno para hacer un reconocimiento del Boulevard despues de enterarnos de la noticia. Lo encontré yo. Dentro hay una nota que dice que te lo demos a ti. Sabíamos que estaba trabajando en algo después de aquella noche en que se reunió contigo en el Catalina.
Bosch aún no había abierto la carpeta. Sólo mirarla le producía una sensación de angustia.
– Esa noche, en el Catalina, Moore me dijo que los buitres le estaban pisando los talones. ¿Sabéis vosotros por qué?
– Ni zorra, tío. Sólo sabemos que pululaban por aquí, como moscas en un cagarro. Asuntos Internos registró su mesa antes que Robos y Homicidios; los muy cerdos se llevaron sus archivos, su agenda de teléfonos, incluso la puta máquina de escribir. ¡Y era la única que teníamos! Pero seguimos sin entender de qué iba el asunto. Yo sólo sé que el tío llevaba muchos años currando y me jode que fueran a por él. Por eso digo que el curro fue la razón de su muerte. Al final nos pasará a todos.
– ¿Y fuera del trabajo? Su pasado. Su mujer dice que…
– No me hables de esa fulana. Ella fue la que envió a los de Internos; les contó no sé qué trola sobre Cal cuando él la dejó. Yo creo que sólo quería vengarse.
– ¿Cómo sabes que fue ella?
– Porque nos lo dijo Cal, tío. Nos avisó de que los buitres tal vez pasarían a hacer preguntas y que todo lo había instigado ella.
Bosch se preguntó quién habría mentido: Moore a sus compañeros o Sylvia a él. Cuando pensó en ella, no se la pudo imaginar acusando a su mando, pero resultaba inútil insistir ante los cuatro de narcóticos. Finalmente Bosch cogió la carpeta y se fue.
Harry sentía demasiada curiosidad para esperar. Y eso que era consciente de que ni siquiera debería tener la carpeta; que lo correcto sería llamar a Frank Sheehan del Departamento de Robos y Homicidios. No obstante, echó una ojeada alrededor del coche para asegurarse de que estaba solo y comenzó a leer. En la primera página encontró una notita adhesiva que decía:
Para Harry Bosch
No llevaba firma ni fecha; iba pegada a una hoja de papel y a cinco fichas de color verde. Harry sacó las fichas de interrogatorio y las hojeó. Cinco nombres diferentes, todos hombres. Cada uno de ellos había sido retenido, cuestionado y finalmente puesto en libertad por miembros de la unidad BANG en octubre o noviembre. Las fichas contenían poco más que una descripción, dirección, matrícula del vehículo, fecha y lugar de la detención. Los nombres no significaban nada para Bosch.
Bosch examinó la hoja a la que iban unidas las tarjetas. Bajo el título «Memorándum interno», leyó: «Informe de Inteligencia BANG, número 144.» La hoja llevaba fecha del 1 de noviembre, y el sello con la palabra archivado con fecha de dos días más tarde.
Durante el transcurso de la investigación sobre actividades de narcotráfico en el Distrito 12, los agentes Moore, Rickard, Finks, Fedaredo y Montirez entrevistaron a numerosos sospechosos presuntamente implicados en la venta de drogas en la zona de Hollywood Boulevard. En las últimas semanas, estos agentes advirtieron el hecho de que varios individuos están involucrados en la venta de una droga llamada «hielo negro», un narcótico que combina heroína, cocaína y PCP en forma de piedra. La demanda de esta droga en la calle sigue siendo baja en estos momentos, pero se espera que su popularidad aumente considerablemente. Los agentes asignados a esta unidad creen que varias personas sin residencia fija están involucradas en la venta de hielo negro a nivel callejero. Gracias a su investigación, se han identificado cinco sospechosos, pero no se ha efectuado ninguna detención. La red de distribución callejera parece estar dirigida por un individuo cuya identidad todavía se desconoce.
Nuestras conversaciones con confidentes y consumidores de hielo negro nos han permitido descubrir que la forma predominante de esta droga en el distrito citado procede de México, y no de Hawai, donde se originó la sustancia -véase Documento 502 de la DEA – y desde donde se sigue exportando al resto del país en grandes cantidades.
Los citados agentes se pondrán en contacto con la DEA para consultar el origen de este narcótico y continuarán controlando las actividades de venta en el Distrito 12.
Firmado: C. V. Moore, agente 1101
Bosch releyó el informe. Era el típico documento para cubrirse las espaldas; no decía nada, ni significaba nada. Carecía de cualquier valor, excepto el de demostrar a un superior que se era consciente del problema y se habían tomado medidas para atacarlo. Moore debió de darse cuenta de que el hielo negro comenzaba a ser algo más que una anécdota y redactó un informe por lo que pudiera pasar.
El siguiente documento era el informe de la detención de un hombre llamado Marvin Dance por posesión de drogas. El escrito llevaba fecha del 9 de noviembre y decía que Dance fue arrestado por agentes del BANG en Ivar, al norte del Boulevard.
Según aquel documento, el sospechoso estaba sentado en un coche aparcado y los de narcóticos vieron a otro hombre entrar en el vehículo. A continuación, Dance se sacó algo de la boca y se lo pasó al otro individuo, que entonces salió del coche y se alejó andando. Los dos agentes se separaron y Finks siguió al que caminaba hasta que estuvieron fuera del campo de visión de Dance. Entonces Finks lo paró y le confiscó un eightball, ocho gramos de hielo negro envueltos por separado y metidos en un preservativo. Rickard siguió vigilando a Dance, que se quedó en el coche esperando a que llegara el siguiente camello. Cuando Finks avisó a Rickard de que había realizado la detención, éste se dirigió al coche para arrestar a Dance.
Inmediatamente, Dance se tragó lo que tenía en la boca. Mientras permanecía esposado en la acera, Rickard registró el coche, pero no encontró drogas. Sin embargo, en un vaso arrugado de MacDonald's tirado en la calzada junto a la puerta del coche, el policía encontró seis preservativos más, todos ellos con un eightball dentro.
Dance fue arrestado por venta y posesión con intención de venta. El informe decía que el sospechoso se negó a hablar con la policía antidroga, excepto para decir que el vaso de MacDonald's no era suyo. Aunque no llamó a un abogado, en menos de una hora se presentó uno en la comisaría e informó a los agentes que sería anticonstitucional llevar a su cliente a un hospital para hacerle un lavado de estómago o examinar sus heces cuando tuviera que ir al lavabo. Moore, que procesó el arresto en la comisaría, consultó al fiscal del distrito y comprobó que el abogado tenía razón.
Dance fue puesto en libertad tras depositar una fianza de 125.000 dólares dos horas después de la detención, cosa que a Bosch le extrañó. Según el informe, la detención ocurrió a las 23:42, es decir, que en dos horas, en plena noche, Dance había conseguido un abogado, el aval, y el diez por ciento en metálico del importe fijado por el juez, es decir: 12.500 dólares.
Finalmente no se presentaron cargos contra Dance. La siguiente página en la carpeta era una hoja de la oficina del fiscal del distrito que desestimaba presentar cargos dado que no había pruebas suficientes para relacionar a Dance con el vaso de MacDonald's encontrado en la calzada a un metro de su coche.
Por eso Dance no fue acusado de posesión. Inmediatamente se desestimó el cargo de venta, ya que los policías de narcóticos no vieron que hubiera dinero cambiando de manos cuando Dance le dio el eightball al chico que había entrado en el coche. El muchacho se llamaba Glenn Druzon, tenía diecisiete años y se negó a testificar que Dance le había dado el globo. Lo que es más, en el informe de la oficina del fiscal, se afirmaba que estaba dispuesto a declarar que ya tenía la droga antes de entrar en el coche. Si lo llamaban a testificar, diría que había intentado vendérsela a Dance pero que a éste no le había interesado.
Al final, el caso contra Dance se derrumbó. Druzon fue acusado de posesión y puesto en libertad condicional por ser menor de edad.
Bosch levantó la vista de los informes y la dirigió al fondo del callejón, por donde asomaba el edificio de cobre y cristal del Gremio de Directores y la parte superior de la valla de Marlboro que dominaba Sunset Boulevard desde tiempos inmemoriales.
Bosch encendió un cigarrillo y reanudó su lectura del informe del fiscal del distrito. Prendida al mismo había una foto policial de Dance, un hombre rubio que sonreía a la cámara. A Bosch no le sorprendió lo que había ocurrido, por ser habitual en muchos casos callejeros. Los peces pequeños, los más bajos en el escalafón delictivo, mordían el anzuelo. Los peces más gordos, en cambio, rompían el sedal y se escapaban. La policía comprendía que sólo podía interrumpir, pero no poner fin a la delincuencia callejera. Si detenían a un camello, otro ocupaba su lugar. O bien un abogado lo sacaba bajo fianza y luego un fiscal del distrito con cuatro cajones llenos de casos lo soltaba. Aquélla era una de las razones por las que Bosch prefería trabajar en Homicidios. A veces pensaba que era el único crimen que contaba.
Pero incluso eso estaba cambiando.
Harry cogió la foto de Dance, se la metió en el bolsillo y cerró la carpeta. Aquello le preocupaba. Se preguntó qué relación había visto Calexico Moore entre Dance y Jimmy Kapps para guardarle el informe de su detención.
Bosch sacó una libretita del bolsillo interior de su chaqueta y comenzó a escribir una cronología.
9 de noviembre. Detención de Dance.
13 de noviembre. Jimmy Kapps muerto.
4 de diciembre. Reunión de Moore y Bosch.
Bosch cerró la libreta. Tenía que volver al restaurante para hacerle una pregunta a Rickard. Pero antes volvió a abrir la carpeta. Sólo le quedaba una hoja por leer: otro informe de la unidad BANG. En este caso se trataba del resumen de una entrevista que Moore había mantenido con un agente de la DEA asignado a Los Ángeles. Llevaba fecha del 11 de diciembre, es decir, una semana después de que Moore y Bosch se reunieran en el Catalina.
Harry intentó descifrar la importancia de aquel último documento. Cuando se reunieron, Moore no le había dicho a Bosch todo lo que sabía, pero después había acudido a la DEA para solicitar información sobre el tema. Parecía como si estuviera haciendo un doble juego. O tal vez Moore estaba intentando robarle el caso a Bosch, resolverlo por su cuenta.
Bosch leyó el informe lentamente, mientras doblaba de forma inconsciente las esquinas de la carpeta de cartón.
La información proporcionada por el agente especial de la DEA, Rene Corvo, de la oficina de operaciones en Los Ángeles, indica que el principal lugar de origen del hielo negro es Baja California. El sujeto 44Q3 Humberto Zorrillo (11/11/54) opera presuntamente desde un laboratorio clandestino en la zona de Mexicah que produce hielo mexicano para su distribución en Estados Unidos. El sujeto reside en una finca ganadera de dos hectáreas y media en el suroeste de Mexicali. La Policía Judicial del Estado no ha tomado medidas contra él por motivos políticos. Se desconoce el modo de transporte de la droga. La vigilancia aérea no muestra rastro alguno de pista de aterrizaje en las tierras del rancho. La DEA supone que emplean rutas terrestres a través de Calexico o San Isidro, aunque de momento no se han interceptado cargamentos en estos puntos. Se cree que el sujeto goza del apoyo y la colaboración de agentes de la Policía Judicial del Estado. En los barrios del suroeste de Mexicali, Zorrillo es muy conocido, prácticamente un héroe, gracias a sus generosas donaciones de empleos, medicamentos, viviendas y comedores en los barrios pobres donde creció. Algunos de los habitantes de los barrios del suroeste se refieren a Zorrillo como el Papa de Mexicali. Además, la finca de Zorrillo está vigilada las veinticuatro horas. El Papa casi nunca sale de la finca, a excepción de su excursión semanal a los ruedos de Baja California para ver corridas en las que se lidian sus toros. Las autoridades de la Policía Judicial del Estado han afirmado que, de momento, su colaboración en cualquier acción de la DEA contra Zorrillo sería imposible.
Firmado: Sargento C. V. Moore, agente 1101
Después de cerrar la carpeta, Bosch se quedó ensimismado. Su cabeza era un torbellino de ideas contradictorias. Alguien como él, que no creía en las casualidades, no podía dejar de preguntarse por qué la sombra de Cal Moore se proyectaba por todas partes. Entonces consultó su reloj y se dio cuenta de que pronto sería la hora de reunirse con Teresa Corazón. Pero nada podía apartar una idea de su mente: Frankie Sheehan del Departamento de Robos y Homicidios debía tener acceso a la información del archivo Zorrillo. Bosch había trabajado con Sheehan en el Departamento de Robos y Homicidios; era un buen hombre y un buen investigador. Si estaba llevando una investigación legítima, debía tener la carpeta. Y si no, no importaba que la tuviera o no.
Bosch salió del coche y regresó al restaurante. Esa vez entró por la puerta de la cocina, en el callejón. El equipo del BANG no se había movido: los cuatro hombres seguían allí sentados en completo silencio, como si estuvieran en un funeral. Bosch volvió a ocupar la misma silla que había usado antes.
– ¿Qué pasa? -preguntó Rickard.
– Lo habéis leído, ¿no? Contadme lo de Dance.
– ¿Qué quieres que te digamos? -dijo Rickard-. Nosotros lo trincamos y el fiscal del distrito lo soltó. Lo de siempre. La droga es diferente, pero el rollo es el mismo.
– ¿Quién os dio la pista de Dance? ¿Cómo supisteis que estaba traficando?
– Lo oímos por ahí.
– Es muy importante. Tiene que ver con Moore.
– ¿Cómo?
– No os lo puedo decir ahora mismo. Tenéis que confiar en mí hasta que resuelva unas cuantas cosas. Sólo decidme quién recibió el soplo. Porque fue un chivatazo, ¿no?
Rickard pareció sopesar las respuestas a elegir.
– Sí. Fue uno de mis soplones.
– ¿Quién fue?
– Joder, tío, no puedo…
– Jimmy Kapps. Fue Jimmy Kapps, ¿no?
Rickard dudó un instante, lo cual confirmó las sospechas de Bosch. Le enfurecía estar descubriendo aquello casi por casualidad y sólo después de la muerte de un policía. Pero el panorama se estaba aclarando. Kapps delató a Dance con el objeto de quitarse de en medio parte de la competencia. Acto seguido volvió a Hawai, recogió un cargamento de globos y se los trajo en el estómago. Pero a su regreso, Dance ya no estaba en la cárcel y a Jimmy Kapps lo mataron antes de que pudiera vender su mercancía.
– ¿Por qué coño no vinisteis a hablar conmigo cuando os enterasteis de que se habían cargado a Kapps? Yo llevaba días intentando encontrar una pista sobre este caso y vosotros…
– ¿Pero qué dices, tío? Moore fue a decírtelo esa noche…
En ese momento todos los que estaban sentados en aquella mesa comprendieron que Moore no le había contado a Bosch lo que sabía. Se hizo un silencio sepulcral. Si no lo sabían antes, ahora era evidente; Moore estaba metido en algún asunto sucio. Finalmente Bosch rompió el silencio.
– ¿Sabía Moore que Kapps te había dado el chivatazo?
Rickard vaciló de nuevo, pero finalmente asintió con la cabeza. Entonces Bosch se levantó y le devolvió la carpeta.
– Yo no la quiero. Llamad a Frank Sheehan del Departamento de Robos y Homicidios y decidle que acabáis de encontrarla. Podéis hacer lo que queráis, pero yo no mencionaría que me la disteis a mí primero. Yo tampoco diré nada.
Harry se encaminó hacia la puerta, pero de pronto se detuvo.
– Ah, otra cosa. ¿Habéis visto últimamente a ese tío, a Dance?
– Desde el arresto no -contestó Fedaredo.
Los otros tres negaron con la cabeza.
– Si lo encontráis, avisadme, ¿de acuerdo? Ya sabéis mi número.
Una vez en el callejón, Bosch volvió a examinar el lugar exacto donde Moore había encontrado a Juan 67. Supuestamente, claro está. Bosch ya no sabía qué creer con respecto a Moore; no podía evitar preguntarse cuál era la relación entre Juan 67, Dance y Kapps, si es que había alguna. Finalmente Bosch concluyó que la clave residía en averiguar la identidad del hombre con las manos y los músculos de obrero. Cuando lo hiciera, encontraría al asesino.